Capítulo 9

Lyall se quedó un momento pensativo, como si recordara lo que sintió cuando la vio sentada en el vestíbulo de Multiplex, intentando esconderse detrás del periódico.

– Y entonces viniste tú -repitió, con la voz muy baja y profunda-. Y me di cuenta que no podía evitar pensar en ti, aunque lo intentara.

Jane era incapaz de moverse, o hablar, o mirar hacia atrás para mirar los ojos que se metían dentro de su corazón.

– Me gustaría mucho besarte, pero después de la última vez decidí no volver a hacerlo, a menos que tú me besaras antes.

Los intentos de Jane por mantenerse fría se derrumbaban poco a poco, pero de manera alarmante.

– Entiendo. ¿Me estás diciendo que quieres que te bese?

– Sí, por favor.

Se quedó inmóvil mientras Jane tomaba su cara con las manos, para acariciar las mejillas y la mandíbula despacio, sintiendo la piel dura. Luego sujetó la cabeza de Lyall, lo miró fijamente a los ojos, y finalmente apretó cariñosamente los labios contra los de él. El placer la invadió, pero Lyall no respondió. ¿No sentía esa vibración eléctrica que se producía cada vez que se tocaban?

¿Y si sólo quería decir un beso de buenas noches? La duda asaltó a Jane, que se separó despacio.

– ¿No pensarás que voy a dejar que te vayas? -exclamó Lyall, atrapándola.

Jane estuvo a punto de enfadarse, pero comenzó a reírse y se abrazó contra él. Esta vez fue Lyall quien la besó con pasión, haciendo acallar las risas.

Murmurando su nombre entre besos, Lyall la llevó hacia el sofá y la sentó en el regazo. Jane se hundió contra él, enroscando los brazos en su cuello y besándolo con una pasión que crecía por momentos.

Jane comenzó a quitar con manos temblorosas la camisa de Jane, y ella gimió de placer cuando fue acariciada. Eran manos cálidas, seguras, que se curvaron sobre sus pechos y acariciaban su espalda trazando una línea de fuego a su paso…

Jane se agarró a su cabello, como si fuera el único lazo que la sujetaba a la realidad. Los besos se hicieron más urgentes, más desesperados, hasta que cada poro de sus cuerpos ardía de excitación.

– Creí que querías acostarte temprano -murmuró Jane con voz ronca, mientras Lyall le quitaba la camisa para poder verla mejor. Tenía la piel brillante a la luz de la lámpara.

– Sería lo más sensato que podíamos hacer, pero ahora mismo no me siento muy sensato, ¿y tú?

Un temblor sacudió el cuerpo de Jane al notar la caricia en sus senos.

– No, ahora no.

Lyall la quitó suavemente y se levantó, silenciando sus protestas con un beso antes de llevarla hacia el dormitorio.

– ¿Te has dado cuenta que nunca hemos hecho el amor en una cama? -preguntó desnudándola por completo.

– ¿No? -Jane no sabía lo que decía, respiraba con dificultad bajo las manos atrevidas de Lyall.

– No -Lyall la echó sobre la cama y se colocó sobre ella besándola en los hombros, en los pechos-. Y recuerdo todas las veces.

Jane recorrió su cuerpo suave y fuerte.

– ¿De verdad?

– Sí -murmuró contra los labios de Jane-. ¿Y tú?

¿Cómo iba a mentirle cuando su cuerpo se derretía de placer ante sus caricias, y sus besos la arrastraban hacia un tiempo donde nada existía sino el deseo de estar juntos?

– Sí, yo también lo recuerdo.

Lyall la miró fijamente a los ojos. No habló, no se precisaban palabras. Y el pasado y el presente se mezclaron, y Lyall se apretó contra el cuerpo de Jane y sus labios se unieron.

Lyall exploró el cuerpo de Jane con calma al principio, poseyéndola con manos duras, disfrutando con sus labios de la piel aterciopelada, de su sabor dulce, hasta que la sangre de Jane se encendió con una necesidad profunda. Las manos de Jane tocaban la espalda de Lyall, sus músculos, haciendo realidad el sueño de tanto tiempo.

Jane gimió, estaba a punto de desfallecer. Se agarró a sus hombros y gritó su nombre.

– Lyall…

– Pronto -prometió Lyall. Entonces, sus labios acariciaron su vientre, rodearon sus pechos y llegaron a los labios de Jane una vez más, después, con un movimiento se puso sobre ella y la penetró.

Jane respiró profundamente y enroscó sus piernas alrededor de la cintura de Lyall. Entonces, comenzó un movimiento constante hacia arriba y hacia abajo que los dejó exhaustos y sin aliento, hasta quedarse poco a poco inmóviles el uno en los brazos del otro, disfrutando el momento después del éxtasis.

Sólo se oía en la habitación las respiraciones entrecortadas.

– ¿Qué te pasa? -preguntó Lyall a Jane, que tenía lágrimas en los ojos.

Jane, incapaz de explicar nada, movió la cabeza y esbozó una sonrisa. Lyall limpió sus mejillas con cariño y la besó en la boca.

– Lo sé -declaró.

Jane se preguntó cómo había estado tanto tiempo sin él. Ése era su lugar, a su lado, sintiendo su pecho, escuchando su respiración.

La mano de Lyall acarició el brazo que reposaba en su pecho.

– Jane…

– ¿Mmm?

– Nada… Jane -murmuró despacio besando su pelo, viendo que se quedaba dormida.


Cuando Lyall la besó por la mañana para despertarla, estaba totalmente vestido y en la ventana entraba una luz rosada de amanecer.

– El coche está esperando abajo -informó a Jane. Ella se estiró y sonrió adormilada-. ¡Si me miras así nunca podré llegar a Frankfurt!

– Me gustaría que no tuvieras que marcharte -la sonrisa en su cara desapareció.

– Vente conmigo -Lyall se inclinó y la besó, y ella lo rodeó con sus brazos-. Te estoy hablando en serio. Ven conmigo, Jane.

– No puedo -dijo-. No he traído nada.

– Puedes comprar lo que necesites -insistió.

– No puedes comprar un pasaporte. Y aunque pudiera, no podría marcharme y dejar en estos momentos la empresa… Tenemos un trabajo importante que cumplir.

– No hemos tenido oportunidad de hablar, y hay muchas cosas que quiero decirte. Ahora voy a estar dos semanas fuera. Cancelaría el viaje, pero hemos tardado años en conseguir el trato. Ahora no puedo abandonar a todo el mundo.

– Por supuesto que no puedes. Podemos hablar cuando vuelvas -dijo besándolo con ternura-. Siempre sabes dónde encontrarme.

– Me imagino -dijo, retirándole el pelo de la cara para darle un último beso-. Es mejor que me vaya. Judith vendrá a recoger algunos papeles, así que puede llevarte a por la furgoneta. Pero puedes seguir durmiendo, vendrá más tarde.

Lyall la acarició una última vez y se fue. Jane se quedó echada y se estiró perezosamente. Había olvidado que era posible sentir esta satisfacción, esta plenitud. Los recuerdos de la noche anterior flotaron como burbujas hasta quedar dormida de nuevo.

El teléfono la despertó un poco más tarde. Pensó que sería Lyall telefoneando desde el coche. ¿Quién si no podía ser? Se levantó rápidamente, impaciente por oír su voz, tomó un albornoz colgado detrás de la puerta, y cuando llegó el teléfono paró de sonar. Entonces se encendió la máquina de fax. Contrariada porque no hubiera sido Lyall, se quedó mirando los papeles que había en su mesa. De repente, vio el nombre de Penbury Manor en uno de ellos y no pudo evitar leerlo.

Era un mensaje de Judith de hacía una semana.


Dennis Lang telefoneó y quiere hablar contigo urgentemente antes de que vayas a Japón. Ha estado buscando algunos edificios para ocupar, en sustitución de Penbury Manor y ha encontrado dos disponibles, te mandará detalles, pero quiere que te decidas lo antes posible sobre si dejarás de trabajar en Penbury inmediatamente o terminarás la primera fase.

Lyall había contestado algo a Judith:


He hablado con Dennis esta tarde. Va a negociar con los propietarios de Dilston House, y se pondrá en contacto contigo para tramitar los contratos. Una vez que estén finalizados, solucionaré las cosas con Penbury Manor. Hasta entonces, por favor, mantén secreto este cambio de planes.


Jane leyó el mensaje dos veces, luego lo volvió a dejar cuidadosamente y lo cubrió con otros. ¿Un cambio de planes? ¿Por qué no se lo había dicho? ¿La iba a despedir?

No, no podía ser, no después de lo que había pasado la noche anterior. Jane recordó la mirada de despedida y se tranquilizó, aunque no completamente. Así que se duchó, se vistió y salió del apartamento sin esperar a Judith. Era muy temprano y las calles estaban solitarias, pero encontró pronto un taxi que la dejó en el aparcamiento de Multiplex.

La duda creció mientras conducía por la autopista. ¿Por qué Lyall había cambiado de opinión? ¿Era una manera de castigarla por la pelea que habían tenido?

Jane intentaba desesperadamente no sucumbir a la tristeza recordando la noche anterior, pero no servía de nada. No podía decir a los hombres que se quedarían sin trabajo hasta que Lyall no lo dijera claramente, pero no iba a poder disimular como si todo fuera de maravilla.

Jane se dirigió directamente a la mansión, donde los hombres descargaron las chimeneas. Dio una vuelta para revisar los trabajos y terminó en el dormitorio de Lyall. Recordó estar en la ventana junto a él, y cómo él había sonreído y le había preguntado si era ése el tipo de dormitorio donde le gustaría despertarse. El recuerdo era tan vivo que estuvo a punto de darse la vuelta para ver si estaba detrás de ella. Los ojos se le llenaron de lágrimas. Lo echaba de menos tan intensamente que casi le dolía todo el cuerpo. Si pudiera apoyarse contra él y sentir sus brazos… si estuviera allí para explicarle que todo era un malentendido…

Fue hacia la ventana e hizo un gesto con la mano. Era todo un error. Tenía que serlo. Había malinterpretado la nota, y era el castigo por haber leído algo que no era asunto suyo. Esta vez confiaría en él.

– ¡Hola! -Jane se dio la vuelta y vio a Dimity.

Jane dio la vuelta y contestó. A pesar de lo que le habían contado sobre ella y Alan, estaba segura de que la muchacha había ido a la mansión para ver a Lyall.

– ¿Otra vez aquí? Eres muy responsable.

– Sólo quería dar una vuelta -explicó Dimity, con una expresión de exagerada nostalgia.

– ¿Qué quieres decir? -preguntó Jane suspicaz.

– ¿No te ha hablado Lyall sobre el cambio de planes?

– No.

– Será mejor que no te diga nada entonces…

– ¿He de entender que Multiplex no va a seguir con la obra de Penbury Manor? -exclamó con voz cortante, y aunque Dimity extendió las manos disculpándose, sus ojos parecían reír.

– Creí que Lyall te lo habría dicho -dijo con dulzura-. Después de todo, el cambio te afecta a ti más que a nadie.

– Sí, hubiera sido un detalle.

– Lyall me dijo algo el fin de semana -explicó Dimity, acariciándose el cabello rizado-. Por supuesto, me quedé horrorizada al saber que había decidido restaurar otra mansión más adecuada, pero me aseguró que mi trabajo no cambiaría. Dilston House es muy bonita, pero esta casa tiene algo especial, ¿verdad?

– Sí. ¿Tú seguirás siendo la decoradora para el nuevo edificio?

– ¡Claro que sí! -como si hubiera sido algo que no hubiera que dudar-. Quiero decir que mi trabajo aquí no ha servido para nada, pero Lyall me ha dicho que me compensará de todas maneras -se acercó un poco más a Jane y habló más bajo-. Dilston está cerca de Oxford y es un poco lejos para que tus hombres vayan allí todos los días, ¿no crees? Creo que emplearán a alguna empresa de allí. Es una pena, tus hombres han hecho un buen trabajo. Quizá los nuevos propietarios quieran que ellos terminen con la renovación.

– Quizá -contestó Jane. Consiguió decir adiós sin saber cómo, y se dirigió hacia la furgoneta, donde estuvo sentada sin hacer nada unos minutos.

Así que era verdad. Lyall iba a dejar Penbury bruscamente cuando volviera, y ella era la única persona a la que no le había dicho nada.

Llamó a la mañana siguiente, cuando Jane estaba a punto de dejar el despacho. Enseguida supo que era él, y ni siquiera se sobresaltó.

– ¡Por fin te encuentro! -exclamó Lyall con alegría desde el otro lado del mundo-. Creí que no iba a poder llamarte. ¿Cómo estás?

– Bien -contestó Jane, que nunca se había sentido peor.

– ¿Estás segura? No pareces la chica que dejé ayer por la mañana, ¿o es sólo el teléfono?

– Creo que es mejor que olvidemos la noche de ayer.

Hubo un silencio brusco.

– ¿Olvidarlo? -repitió Lyall con incredulidad-. ¿De qué estás hablando?

– Yo prefiero olvidar lo que ocurrió.

– Pero, ¿por qué? -estalló Lyall-. ¿Qué ha pasado?

Había pasado todo.

– Nada.

– ¡No me hagas esto! Un día me estás dando un beso de despedida y no quieres que me vaya, y al siguiente me tratas como si fuera un extraño. ¿Por qué intentas disimular lo que ha significado la noche pasada?

– No estoy disimulando -dijo, sorprendida por la firmeza de su voz. ¿Para qué iba a preguntarle nada? Dimity se lo había contado.

– ¿Por qué dormiste conmigo? No tenías que haberme besado. No tenías que haber hecho el amor.

– ¿Qué esperabas que hiciera cuando tú me acababas de ofrecer dinero?

Nada más decirlo se dio cuenta que había ido demasiado lejos. Hubo un silencio largo y peligroso, roto por la voz enfadada de Lyall a miles de kilómetros.

– ¿Cómo te atreves? Sabes perfectamente que no tuvo nada que ver con lo que pasó entre nosotros.

– Para mí, sí.

– Me habías dicho que habías cambiado, pero hasta este momento no he sabido cuánto.

La cara de Jane estaba pálida y sentía ganas de vomitar, pero no hizo ningún intento de explicarse.

– Ahora ya lo sabes.

– Me sorprende que no me pidieras el dinero antes de que yo te lo ofreciera. Te mandaré un cheque a través de Dennis mañana. ¿O prefieres en efectivo?

– Un cheque me viene bien -declaró con indiferencia.

– ¿También pides dinero a Alan para que disfrute de tu encantador cuerpo? ¿Le cobras lo mismo, o tiene algún descuento por usarlo de manera regular?

Jane cerró los ojos angustiada, había empezado y tenía que continuar.

– Alan nunca necesitaría comprar una mujer. Cualquier mujer estaría contenta de encontrar un hombre bueno y amable como él.

– Entonces, ¿mentías cuando me dijiste que no pensabas casarte con él? Bueno, no hace falta que lo pregunte. ¡Era mentira!

– Le dije que no me casaría con él, pero he cambiado de opinión. Me tomaba su confianza e integridad como algo que había que dar por supuesto, pero haberme encontrado otra vez contigo ha cambiado todo eso.

– ¿Y ahora vas a intentar recuperarlo de los brazos de Dimity?

– Sí.

– ¿No crees que un hombre bueno como Alan merece una mujer buena también? -preguntó provocativamente-. Estará mejor con Dimity que con una mujer sin corazón como tú. Porque a ti no te importa nada excepto tú. Nunca te ha importado y nunca te importará.

La pena que invadía el corazón de Jane la impedía hablar.

– Me importa mucha gente -dijo, pensando en Dorothy y los hombres que trabajaban para ella, y que pronto se quedarían sin trabajo-. Tú eres el que no me importa.

Jane hubiera querido arreglarlo, pero era demasiado tarde.

– Ya veo -dijo Lyall-. En ese caso, no hay mucho más que decir.

– No -dijo, mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas y su corazón se rompía en miles de pedazos.

Las tres semanas siguientes vivió en una constante pesadilla. Dorothy se dio cuenta, pero Jane no reveló sus sentimientos. No era necesario preocupar a nadie más hasta que Multiplex no lo confirmara. La tensión pronto empezó a reflejarse: adelgazó y los ojos, siempre tan claros y brillantes, se volvieron opacos. Luchaba constantemente entre el amor hacia Lyall y el rechazo debido a su traición.

Lyall le envió un cheque como había dicho, con un mensaje insultante: Por los servicios prestados. La boca de Jane esbozó una mueca y rompió despacio el cheque en trozos.

La carta de Kit llegó al día siguiente. Por una vez, Kit había escrito una carta entera, y dejo la bomba para el final. Jane leyó varias veces la carta y luego metió la cabeza entre las manos.

– ¿Qué pasa? -exclamó preocupada Dorothy, yendo hacia ella para intentar consolarla-. ¿Es Lyall?

Jane negó con la cabeza. Esto sería el fin de Makepeace and Son.

– Es Kit. Carmelita está embarazada y la paternidad inminente ha hecho que Kit se sienta responsable, así que ha decidido asentarse y quiere vender la mitad de Makepeace and Son para reunir suficiente capital y empezar su propio negocio allí.

– ¿Podrías comprarle su parte? -preguntó Dorothy, intentando proponer una solución, pero Jane ya había pensado en eso.

– No, incluso aunque vendiera la casa no tendría dinero suficiente.

– ¿No puedes decirle a Kit que ahora mismo es imposible?

– Es su herencia. No tengo derecho a negárselo, y él la necesita.

– ¿Qué vas a hacer?

– No sé… Puedo ir al banco, pero sería más fácil que me cancelara el préstamo que me lo aumentaran. Intentaré vender la mitad de la compañía, pero ahora es un momento difícil -iba a explicar que aunque alguien estuviera interesado, dejaría de estarlo cuando se enteraran que Lyall iba a cancelar el contrato-. Si no puede ser así, tendré que vender toda la compañía.

El contrato de Penbury Manor había cambiado todo. De repente, había pensado que sería posible emplear a un encargado y dedicarse a lo que siempre había soñado. Vender Makepeace and Son significaría lo mismo, pero sería admitir que había fracasado ante todo el mundo que había sido leal a ella. Y aunque el futuro significara libertad, ¿para qué la quería sin Lyall a su lado?

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