Capítulo 6

Los ojos de Jane eran francos y directos.

– Nunca he creído en los riesgos por el sólo hecho de vivirlos -admitió-. ¿Es tan importante descubrir ahora mismo si la habitación da al este?

– ¿Por qué no? No había ninguna posibilidad de que me cayera, y he descubierto que efectivamente está orientada hacia el este, así que puedes decirme cómo piensas que tengo que decorarla.

– Eso es asunto tuyo -acertó a decir Jane, confusa por la mirada sonriente de Lyall-. Se supone que eres un hombre de negocios y debes estar acostumbrado a tomar decisiones.

– Y lo estoy, pero a diferencia de ti, siempre estoy preparado para escuchar un buen consejo. Así que vamos, Jane. Me da la impresión que eres una buena constructora, pero sé que no eres tan práctica como te gusta aparentar. Dime realmente lo que piensas.

Jane suspiró profundamente, luego se dio la vuelta y observó la habitación cuidadosamente, admirando sus proporciones elegantes. Incluso llena de polvo y desordenada, seguía siendo una habitación acogedora. La chimenea, extrañamente adornada con líneas curvas, añadían encanto. Era el tipo de habitación de la que nunca podrías cansarte, pensó.

– Creo que es una habitación encantadora donde despertarse -dijo finalmente, inquieta al pensar lo que sería dormir allí en una cama grande, o extenderse perezosamente a la luz del sol de la mañana, abriendo los ojos para ver unos ojos azules sonrientes, moviéndose para tocar un cuerpo fuerte…

– ¿Pero sería el tipo de dormitorio donde te gustaría dormir? -murmuró Lyall, como si hubiera podido leer sus pensamientos, y Jane retrocedió bruscamente.

– Tendrías que preguntar eso a Dimity, no a mí -contestó secamente, sintiendo alivio por ver que la otra chica llegaba con un muestrario en la mano disculpándose por haber tardado tanto.

– ¿Qué tienes que preguntarme a mí?

La mirada cálida de Lyall miró pensativamente unos segundos a Jane, luego se volvió hacia Dimity.

– ¿Por qué no te lo explico comiendo? -sugirió con suavidad-. Sé que Jane tiene prisa por marcharse, pero tú estás libre, ¿verdad, Dimity?

– Claro que sí -dijo con un suspiro, dejando el catálogo-. ¡Me encantaría! Dame un segundo para que vaya a por mi bolso.

Dimity salió corriendo excitada. Jane no habría admitido por nada del mundo el sentimiento de tristeza que la invadió al darse cuenta de a que Lyall le daba igual qué chica llevar a comer. Lyall se quedó con las manos en los bolsillos mirando al pasillo, esperando a que Dimity volviera. Cuando se oyeron los pasos miró a Jane.

– No trabajes mucho -dijo, y se fue hacia Dimity, dejando a Jane sola y triste en medio de la habitación.

Los oyó hablar y reírse y quiso hacer tiempo para no seguirlos, así que se dirigió a la ventana, en el momento en que Lyall ayudaba educadamente a entrar a Dimity en el coche.

Se tenía que sentir satisfecha de que él estuviera tan preparado para aceptar su negativa, se dijo Jane, mirando los gestos de gratitud exagerados de Dimity. El problema era que no se sentía nada contenta. Se sentía triste y extraña, y hambrienta.

A pesar de lo que había dicho a Lyall, no tenía nada que hacer allí. Ninguno de los hombres necesitaba nada y pararían en cualquier momento a comer. Jane no solía comer nada a mediodía, pero aquel día parecía que todo el mundo iba a comer menos ella. Jane vio salir el coche y bajó las escaleras para recoger su vieja furgoneta. Tomaría un sándwich antes de volver a su despacho de Starbridge.

El proyecto la hizo sentirse todavía peor, así que paró impulsivamente en el despacho de Alan. Estuvo encantado de verla, pero sorprendido de la sugerencia de salir a comer.

– ¡Creía que no te gustaba comer a mediodía!

– Normalmente no lo hago, pero… pasaba por aquí y pensé que sería agradable un cambio.

Alan odiaba las decisiones espontáneas, pero cerró los informes que había estado examinando y la tomó por los brazos. A pesar de las protestas de Jane, insistió en llevarla al Hotel del pueblo.

El edificio tenía una fachada impresionante y un aire de grandeza que siempre había intimidado a Jane. Así que se alegró cuando Alan la condujo a uno de los restaurantes que había en el edificio, uno informal de estilo francés.

– Tenemos que hacer esto más a menudo -dijo Alan, cuando tomaron asiento-. Ahora que sé que puedes descansar un rato al mediodía, puedo verte sin tener que ir hasta Penbury.

El corazón de Jane dio un vuelco. Le gustaba Alan, pero no estaba muy segura de lo que sentía, y no quería animarlo sólo porque Lyall la ponía nerviosa.

– Hoy es una excepción -le recordó con firmeza.

– En ese caso, intentaré ser una buena compañía -dijo Alan, con una elaborada galantería pasada de moda, pero típica de él. Ser una buena compañía significó comenzar a explicarle una serie de detalles sobre un problema de contabilidad de su compañía, de manera que Jane se puso a mirar distraídamente hacia las demás personas que había allí, asintiendo de vez en cuando con la cabeza.

Había mucha gente entre las plantas enormes que adornaban el lugar. Jane reconoció a algunas personas, y se estaba preguntando si aquel podía ser Billy Tate, el chico más travieso del colegio, vestido en esos momentos con traje y corbata, cuando sus ojos descubrieron una mirada azul.

¿Qué estaba Lyall haciendo allí?

Se miraron un rato largo de un lado a otro de la sala, y luego Lyall miró deliberadamente hacia otro sitio. Jane se sintió como si la hubieran golpeado. Dejó la copa en la mesa y se le cayó parte del vino, y Alan, que ni siquiera había notado que ella no lo estaba escuchando, limpió el mantel con su servilleta y siguió hablando como si no hubiera pasado nada.

¿Por qué no habían ido al pub como ella quería? Jane trató de concentrarse en lo que Alan decía, pero no podía apartar la idea de que Lyall estaba allí. Sentía los ojos de él en ella, pero cada vez que miraba lo veía hablando con Dimity como si se estuvieran divirtiendo mucho. ¿Eran imaginaciones el matiz que creyó ver en los ojos azules?

Para demostrar que no le importaba lo más mínimo si Lyall estaba o no celoso, Jane esbozó una sonrisa ancha a Alan, y rezó por que Lyall viera lo bien que se lo estaba pasando con otra persona.

Alan, satisfecho por el interés repentino de Jane en su carrera, intentó llevar la conversación por otros derroteros.

– Nos conocemos hace mucho tiempo, ¿no? ¿No crees que es hora de que nos casemos? Sé que no quieres todavía cambiar tu vida, pero por lo menos podíamos comprometernos. Tú sabes lo que quiero decir.

Jane apartó la mano.

– Tengo que pensarlo.

– ¿Lo pensarás? -la cara de Alan resplandeció, era la promesa más profunda que Jane había hecho-. ¿Me lo prometes?

– No te prometo nada -exclamó Jane con impaciencia. Se sentía fatal. ¡Lo que menos le apetecía era que Alan se ilusionase!

– Ya lo sé -contestó, tomándola de la mano de nuevo-. Pero por lo menos vas a pensarlo, ¿verdad?

– ¡Hola! -dijo la voz de Dimity, y el corazón de Jane comenzó a palpitar a toda velocidad. Dimity estaba contenta de ver que Jane tenía un compañero, como si con ello Lyall se diera cuenta de que no estaba disponible.

La expresión de Lyall era de burla. Miró a la mesa, donde la mano de Jane reposaba debajo de la de Alan, y luego miró a Alan. No dijo una palabra, pero Alan inmediatamente retiró la mano.

– Hola -dijo con frialdad Jane.

Dimity empezó a decir lo raro que era encontrarse a Jane de nuevo tan pronto.

– No es tan sorprendente -exclamó Jane, crispada-. Starbridge no es un lugar muy grande -a continuación miró a Lyall-. Sin embargo, no esperaba encontrarte aquí, no es de tu clase. ¿No es un poco malo para ti?

– La sorpresa es verte, ¿no te parece? Creía que estabas muy ocupada.

– Nunca estoy demasiado ocupada para ver a Alan -dijo Jane, mirando a Alan que parecía sorprendido ante el comentario. Luego miró a Lyall.

– ¿No nos vas a presentar? -exclamó, aunque debía saber perfectamente quién era Alan.

Jane hizo las presentaciones y sólo Dimity parecía ser sincera en cuanto a lo encantados que estaban todos de conocerse.

– Jane me ha hablado de ti, claro -dijo Alan, dando la mano a Lyall.

– ¿Sí? -replicó provocativamente-. ¿Todo?

– Por supuesto, le he hablado de Multiplex y el trabajo que estamos haciendo en la mansión -dijo con dureza. Ella nunca le había contado a Alan la relación que había mantenido con Lyall. Creía que era algo que no entendería. Miró a los ojos de Lyall, pensando en si se atrevería a decir algo. Pero decir algo a Alan significaría decirlo también a Dimity, y no creía que lo hiciera.

– He creído entender que va a ser un lugar de investigación -dijo Alan, dándose cuenta perfectamente de la tensión que había entre Jane y Lyall-. ¿Te quedarás mucho tiempo?

– No lo sé -contestó Lyall-. Me imagino que Jane te habrá dicho que estoy arreglando un apartamento para poder vivir. Quizá me quede bastante tiempo al año.

Jane lo miró inquieta.

– ¡Dijiste que usarías el apartamento ocasionalmente una vez que el trabajo terminara!

– ¿Lo dije? -contestó sonriente-. Quizá haya cambiado de opinión. Estoy empezando a pensar que me retienen más cosas de lo que en un principio creí -dicho lo cual tomó a Dimity del brazo, les dirigió un adiós seco y salió, dejando sus palabras resonando detrás de él como una amenaza.

– No me ha gustado la manera en que te miraba -dijo Alan a Jane, frunciendo el ceño.

– ¿Qué quieres decir? ¿Cómo me miraba?

– No lo sé… como si le pertenecieras. He tenido la impresión de que no le gustaba la manera en que te tomaba de la mano. ¿No hay nada entre vosotros dos, no es así?

– Por supuesto que no. No lo soporto, y aunque pudiera es bastante evidente que está interesado en esa Dimity Price. ¿Por qué si no está planeando quedarse más tiempo aquí?

– ¿Crees que sale con ella? Creo que es muy guapa y femenina -de repente pareció darse cuenta que estaba elogiando demasiado a la chica, así que tomó la mano de Jane-. ¿Qué importa? Mientras que no esté interesado en ti… ¡Mira qué celoso estoy, cariño!

Jane forzó una sonrisa e intentó escapar de su mano.

– Ahora debo marcharme -explicó, sintiéndose culpable de haberle dado esperanzas. Si no hubiera sido porque Lyall estaba, ella nunca habría dicho que nunca estaba demasiado ocupada para ver a Alan. Si no hubiera sido por Lyall, no habría ido a buscar a Alan para comer; y si no hubiera sido porque Lyall estaba en la mismo lugar comiendo, ella no habría dicho a Alan que iba a pensarse lo de ser novios. ¡Todo era culpa de Lyall!

– Pero, ¿pensarás en lo que hemos hablado? -insistió Alan, todavía con la mano de Jane en la suya-. ¿Pensarás en lo felices que seríamos si estuviéramos casados?

¿Qué podía decir ella? No podía decirle que le había dicho todo eso por Lyall.

– De acuerdo, lo pensaré -terminó diciendo con un suspiro.

Jane siempre cumplía sus promesas. Pensó sobre ello aquella noche en su jardín, en lo que significaría estar casada con Alan. Él cortaría el césped y revisaría el aceite del coche, y se aseguraría de que todas las facturas se pagaran a tiempo… todo lo que Jane era capaz de hacer por sí sola. Sería considerado, cariñoso y se podría confiar en él. Ella nunca tendría que preocuparse por dónde estaría o qué estaría haciendo. Sería un marido ideal, se dijo a sí misma. El problema era que cuando el marido ideal la besara, ella no podría cerrar los ojos para ver un par de ojos azules. En ese momento, descubrió que ni siquiera sabía el color de los ojos de Alan. Sólo sabía que no eran como los de Lyall. Como tampoco era igual su boca ni sus manos, ni ella desfallecía cuando la tomaba en sus brazos.

Cuando volvió a ver a Alan, intentó decirle suavemente que era mejor que siguieran siendo amigos, sin embargo, Alan no lo aceptó. Había pensado que al prometer pensar sobre ello, ella había aceptado la idea, y que lo único que necesitaba para convencerla era comprar un anillo de compromiso. Las protestas de Jane no sirvieron para nada, Alan acarició la mano de Jane y le dijo que sólo necesitaba tiempo para acostumbrarse a la idea. Jane comenzó a angustiarse, era obvio que iba a tener que decirle toda la verdad de manera abierta, pero no se atrevía. No quería herir sus sentimientos ni humillarlo.

Jane paseaba por el bosque de Penbury una tarde, una semana después de la comida en el bar. Alan estaba poniéndose tan pesado que ella había empezado a inventar excusas para no verlo o, como en esos momentos, salía de casa cuando sabía que él podía llamarla. El bosque había sido siempre su refugio. Había sido allí donde había ido cuando Lyall se había marchado, y también cuando su padre murió. También cuando había problemas con la firma o cuando estaba preocupada por Kit. En esos momentos, iba allí y encontraba consuelo entre los viejos y nudosos árboles y la luz suave que se filtraba entre las hojas. Deseaba dejar de sentirse culpable por Alan. Ya tenía bastantes preocupaciones pensando en cómo enviar dinero a Kit. Había recibido otra postal donde le informaba que se podían mudar a un bonito apartamento si tuvieran dinero, y Jane temía que la única manera de poder enviarle algo sería vendiendo la casa, lo cual la deprimía terriblemente. Después de todo, quizá era mejor pensar en Alan.

Llevaba unos días sin llover, pero todavía había algunos charcos de barro en las partes más sombrías, y Jane tenía que andar con cuidado. Siguió paseando con calma tratando de preparar el discurso que convencería a Alan de que no podía casarse con él, pero las excusas se mezclaban con pensamientos sobre Lyall: la risa que se reflejaba en sus ojos cuando la miraba, la manera en que la fastidiaba y la hacía salirse de sus casillas, la manera en que perdía el control cuando la besaba. Cuando pensaba en ello sentía en el estómago algo parecido al vértigo.

¿Por qué? ¿Por qué había vuelto? Nada había ido bien desde el día en que se había dado la vuelta en Penbury Manor y lo había visto en medio del jardín, detrás de ella. No lo había vuelto a ver desde aquel día en la comida. Debería estar contenta, pero, por el contrario, le inquietaba no saber si volvería, y se enfadaba pensando que quizá no lo hiciera.

Jane siguió caminando concentrada en sus pensamientos, y sin darse cuenta terminó frente a Penbury Manor. La vieja mansión, tranquila y quieta, parecía resplandecer en el sol del atardecer, exactamente igual que cuando había estado allí con Lyall diez años antes.

Jane miró a su alrededor reconociendo el lugar. ¿Qué la había llevado allí, al lugar que había intentado evitar todos esos años? Aquél había sido su lugar y el de Lyall. La hierba estaba más crecida, pero seguía estando el leño donde se habían sentado planeando dónde irían al dejar Penbury. También estaba el árbol contra el cual la había besado la primera vez que habían hecho el amor. Jane luchó por olvidar los recuerdos que la ahogaban, pero no podía. Casi podía sentir la textura del árbol donde ella se había apoyado desfallecida de deseo, y la cara de Lyall cuando la miraba con esa irresistible sonrisa que la hacía olvidarse de todo.

Era tan real la escena que, cuando Lyall gritó su nombre desde el borde del claro, Jane no se sorprendió de sentir su garganta seca. Casi le pareció natural verlo allí. Los recuerdos la habían dejado confusa y lo único que hizo fue mirarlo con sus ojos enormes y profundos.

En la luz tenue Lyall parecía impresionante, pero su mirada era inescrutable al caminar por el claro hacia ella.

– ¿Llevas mucho tiempo aquí?

– No, no mucho.

La presencia de Lyall dejó atrás los recuerdos. Junto a él era imposible darse cuenta de algo que no fuera él, el momento y el lugar, y de la manera en que la hacía sentirse.

– ¿Qué estás haciendo aquí? -preguntó Jane, con voz inquieta.

– Simplemente paseando y pensando -se calló y la miro-. ¿Y tú?

– Lo mismo -contestó Jane con tristeza.

– Me parece que no estás tan ocupada como dices estar, Jane. Comidas con Alan, paseos al atardecer en el bosque… ¿Cuándo escribes los informes que me mandas todas las semanas?

– Podría decir lo mismo de ti. ¿No tienes que dirigir una multinacional?

– Mi compañía está bajo control, gracias, Jane.

– Me sorprendes -dijo enojada-. Entendí por tus palabras que tu personal no podía funcionar si no estabas encima de ellos. ¿No estarán enfadados de que estés por aquí? ¡Parece que estás mucho tiempo en Penbury para ser una persona que ha perdido sus raíces!

– Yo también creía que quería olvidar mis raíces -admitió inesperadamente-, pero hay algo que no me deja.

– Me imagino que no será nada que tenga que ver con un par de grandes ojos verdes, ¿verdad? -exclamó Jane, antes de darse cuenta.

Lyall metió las manos en los bolsillos.

– ¿No estarás celosa por casualidad, Jane?

– Por supuesto que no -dijo con frialdad-. ¡Dimity es apropiada para ti! Sólo estoy sorprendida de que te enamores de esas risitas y ese comportamiento afectado y sentimental, eso es todo.

– ¡Me parece bien de una chica que se ha enamorado de un hombre como Alan Good! -contestó Lyall con un matiz seco-. No le describiría como risueño y sentimental, por supuesto, quizá estirado y arrogante, ¿o mejor pedante y pretencioso?

– Alan es muy bueno.

– Entonces, lo admites. ¿Es verdad que vas a casarte con él? -preguntó con brusquedad, como si la pregunta hubiera estallado de su garganta.

– ¿Quién te ha dicho eso?

– Dimity se lo encontró en la inauguración de una exposición. Parece que se reconocieron y estuvieron hablando un rato, y le dijo que estabais planeando la boda.

Ella sabía a qué exposición se refería. Alan la había pedido que fuera, pero no quiso pasar otra tarde discutiendo sobre su relación, y había puesto una excusa. Jane se mordió los labios. ¡Alan no tenía derecho a decir eso a Dimity!

– Y Dimity fue corriendo a decírtelo, ¿no? -preguntó con una mirada cortante, pero Lyall se encogió de hombros.

– ¿Es verdad?

– ¿Por qué te sorprendes tanto? Tú eras el que quería demostrarme que no me casaba porque me daba miedo. Tú eras el que quería que diera el paso.

– Sólo si lo amas.

– ¿Y qué te hace pensar que no es así?

– Porque te observé en la comida el otro día. Estabas aburrida, y no me sorprende. Puedes decirme que te gusta lo amable que es, pero el hombre es un pedante, y lo sabes, Jane. Tú no lo amas. Probablemente desearías amarlo, pero no es así.

– ¡Es así! -mintió.

– No es verdad -repitió Lyall inexorablemente-. Y afirmo además que fuiste aquel día a buscarlo sólo porque yo invité a Dimity a comer.

¡El descaro del hombre era increíble! Jane estaba tan enfadada que ni siquiera pensaba que él tenía razón.

– ¿Tú crees que me importas algo tú o con quién salgas? -preguntó furiosa-. ¡No me hubiera importado que Dimity y tú os hubierais desnudado y os hubierais montado una orgía en medio del Hotel Starbridge!

– Creo que sí, Jane -murmuró Lyall suavemente, y de repente se acercó a ella-. Creo que tú recuerdas el pasado tan bien como yo.

– No -dijo, retrocediendo hasta chocar contra un árbol.

– Sí. Siempre hubo algo entre nosotros, y ahora también lo hay.

– No -insistió, negando desesperadamente con la cabeza-. No hay nada ahora. Nada.

Hubo un silencio sepulcral cuando los ojos grises miraron dentro de los ojos azules. Lyall no la creía, era evidente. Sabía que estaba mintiendo.

– ¿Recuerdas este lugar, Jane? -preguntó de repente.

– No -volvió a mentir, el corazón le latía a toda velocidad.

– Yo sí. Lo recuerdo bien: quedamos aquí y yo llegué tarde, tú estabas debajo de ese árbol, justo donde estás ahora -Jane intentó apartarse, pero él no la dejó-. Tú estabas ahí y me sonreíste.

– ¿Sí?

– Llevabas vaqueros y una camisa blanca lisa, y el sol se filtraba a través de las hojas y te caía en la cara, como ahora -la voz de Lyall era profunda y tranquila, como una brisa suave en la piel-. Yo había querido hacerte el amor desde que te vi aquel día en la bicicleta, pero tú me advertiste, ¿te acuerdas? Tú eras una chica buena, y las chicas buenas no se mezclaban con los chicos como yo. Tuve que esforzarme mucho, ¿a que sí? Tú eras un desafío, y nunca he podido evitar los desafíos. Y tú eras diferente a todas las chicas. Tú eras fría y hermosa, con los ojos más claros que había visto nunca, y cuando aquél día me sonreíste, supe que eras mía.

Las piernas de Jane se doblaron y tuvo que apoyarse contra el árbol. Pudo sentir la textura rugosa en su espalda, y clavó los dedos en ella para buscar apoyo. La voz de Lyall se metía dentro de ella, y hacía rememorar los recuerdos. Tenía deseos de gritar, de empujarlo, pero estaba transfigurada, hechizada por el pasado y por su presencia.

– ¿Te acuerdas de lo que pasó a continuación, Jane? -continuó Lyall con una voz cada vez más profunda. Jane no podía hablar, y sólo negó con la cabeza.

– Creo que sí lo recuerdas. Creo que te acuerdas de cómo pensaste que había llegado el momento, de la misma manera que yo lo pensé. No tuve que decir nada. Sólo me acerqué a ti y me quedé como estoy ahora. Nos miramos a los ojos, ¿te acuerdas, Jane? Y luego, muy despacio, te desabroché los botones de la camisa -Lyall levantó las manos y comenzó a desabrochar los botones de la camisa azul pálido que llevaba. Lo hizo despacio, igual que lo había hecho en el pasado.

Jane cerró los ojos para apartar de sí la avalancha de recuerdos.

– No me hagas esto, Lyall -susurró, pero no pudo apartarlo y Lyall continuó, hasta que terminó y metió las manos para cubrir sus senos. Sus manos eran fuertes y firmes, y quemaban como fuego mientras exploraban su cuerpo. Jane sintió dentro un deseo irreprimible. Lyall acarició con los pulgares sus pezones duros y Jane se estremeció.

– ¿Lo recuerdas ahora, Jane? -preguntó, y llevó las manos a su cintura para apretarla contra él-. Yo sentí tu cuerpo temblar y supe que me deseabas tanto como yo a ti.

– No -acertó a decir Jane con un supremo esfuerzo-. No.

– Sí -aseguró Lyall con una voz implacable. Inclinó la cabeza hasta que sólo les separaba el aliento-. Los dos sabemos que estábamos esperando que este momento llegara -la boca de Lyall se acercó a la de Jane y todo pensamiento, todo recuerdo se evaporó, bajo el hechizo del pasado.

Jane estaba perdida. Estaba perdida desde el momento en que él la había tocado, desde el momento que lo vio de pie al otro lado del claro. El deseo estalló dentro de ella cuando Lyall la besó de una manera suave, profunda, arrastrándola a un lugar donde no había pasado ni presente, a un lugar donde ella y Lyall se pertenecían, donde no importaba nada sino la caricia de sus manos y el aliento de su boca. Jane rodeó a Lyall con los brazos y lo apretó con pasión.

Los besos se hicieron cada vez más pasionales, el abrazo más hambriento. Lyall levantó la cabeza y pronunció el nombre de Jane acusadoramente, antes de volver a abrazarla fuertemente, y después, los dos perdieron el control… Se besaron con desesperación, impacientes por abrazarse más fuerte, por apretarse más, por estar más cerca.

Jane arqueó su cuerpo bajo la insistentes caricias de Lyall. Caricias firmes y atrevidas que cubrían su espalda, mientras su boca se apretaba contra su cuello y sus senos. El toque de sus labios y su lengua, la hacía estremecerse y respirar entrecortadamente.

– ¿Ahora lo recuerdas, Jane? -murmuró contra su boca-. ¿Recuerdas aquel día? ¿Recuerdas lo que pasó después?

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