Capítulo 9

Riley apoyó el mentón sobre él dedo índice y lo recorrió con la vista. Mmmm. Ahí tenía la oportunidad perfecta de retener el control y, en el proceso, hacer que él perdiera el suyo.

¿Estaba a su disposición? Una proposición tentadora. Y que hacía que se sintiera muy atrevida.

Deslizó las manos por el interior de su chaqueta y lentamente se la quitó.

– Lo único que tienes que hacer es quedarte quieto.

– Quedarme quieto. Eso puedo hacerlo.

– Veamos -le bajó la chaqueta por los brazos, luego, la colgó en el galán. Después apoyó las manos sobre el abdomen firme y subió los dedos por la camisa y la corbata. Sin dejar de mirarlo a los ojos, le deshizo el nudo y disfrutó con el deseo que era capaz de crearle y que se manifestaba en su mirada.

Le sacó la camisa de la cinturilla del pantalón y luego, lentamente, se la desabotonó. Guió la tela por sus hombros, después por sus brazos. Antes de colgarla en el galán, enterró la cara en el algodón suave, aún cálido de su piel, y aspiró hondo.

– Mmm -murmuró-. Ropa limpia y hombre cálido. Muy agradable.

Apoyó las manos en los hombros, extendió los dedos y los bajó despacio. Los músculos de Jackson cobraron vida bajo sus yemas y notó que cerraba las manos a los costados.

– ¿Algún problema? -susurró.

– No. Pero no sé cuánto tiempo podré quedarme quieto, cuando ya estás poniendo seriamente a prueba mi control.

Luchó por suprimir la sonrisa que quiso asomarse a sus labios, por no mencionar el alivio de que no era la única en experimentar problemas de control.

Lo recorrió delicadamente con los dedos, luego se acercó para plantar un beso con la boca abierta en el centro de su pecho. Después de arrastrar la lengua por la piel áspera por el vello, buscó una tetilla y la introdujo en su boca. En la garganta de Jackson vibró un gruñido bajo y, animada por esa reacción, deslizó los labios por su piel hasta ir a la otra tetilla. Respiró hondo y se llenó la cabeza con su fragancia fresca y limpia. Volvió a lamerle la tetilla al tiempo que él le introducía los dedos en el cabello.

De inmediato se echó para atrás y, con un ceño fingido, lo reprendió:

– Eso no es quedarse quieto.

La excitación oscurecía la mirada de Jackson, quien lentamente bajó las manos a los lados.

– Veo que esto va a resultar una verdadera prueba para mi autodominio.

– Ese es el plan. A propósito, ¿cómo es tu autocontrol?

– ¿Por lo general? Formidable. ¿Ahora? Empiezo a detectar abolladuras en la armadura.

– Que… fascinante. Veamos cuántas abolladuras puedo encontrar -despacio, subió y bajó los dedos por su pecho, disfrutando con sus gemidos de placer. Cuando pasó un único dedo por la piel justo por encima de la cinturilla del pantalón, lo recorrió un escalofrío visible. Encantada, le tocó los mocasines negros con el pie-. Zapatos y calcetines fuera.

Obedeció. Luego permaneció ante ella con un brillo intenso en los ojos, que le reveló a Riley que anhelaba experimentar lo que fuera que le tuviera preparado.

– Estás estupendo sin otra cosa que esos pantalones -dijo ella, evaluándolo con la mirada mientras con el dedo trazaba círculos perezosos alrededor de su ombligo.

– Gracias -musitó con voz tensa.

Le desabrochó el cinturón y luego abrió el botón de los pantalones.

– Pero todavía estás más estupendo… sin nada.

Un músculo se tensó en la mandíbula de él mientras Riley le bajaba la cremallera. A continuación, introdujo las manos en la banda elástica de los calzoncillos para bajarle los pantalones y la prenda interior al mismo tiempo. Al llegar al suelo, se los quitó y los apartó con un pie.

– Santo cielo -manifestó ella con la vista clavada en la erección. Alargó sólo la yema de un dedo y trazó el contorno del glande con un contacto delicado, que hizo que él -contuviera el aliento-. ¿Sabes? -musitó con un ronroneo ronco y deliberado-, puede que la ropa haga al hombre, pero es el hombre desnudo quien capta mi atención -el roce pausado y erótico continuó y vio cómo tensaba los músculos en su esfuerzo por mantener el control. La otra mano se unió a la acción y comenzó a acariciarle los glúteos-. Abre las piernas -susurró, deslizando la mano por su muslo.

En cuanto lo hizo, le dedicó una sonrisa perversa.

– Las manos encima de la cabeza.

Él enarcó una ceja.

– ¿Es un atraco?

Ella bajó la vista al pene erecto.

– Mmmm. Eso parece.

Con la vista ardiente de ella encima, subió los brazos y apoyó las manos unidas sobre la cabeza.

– ¿Estoy bajo arresto?

– Depende de si encuentro algún arma escondida durante mi cacheo.

– Me costaría ocultar algo tan rígido.

– Sí, puedo verlo -musitó metiendo las manos entre los muslos de él para sopesarlo.

Apoyando la palma de la mano justo debajo de su ombligo, se situó detrás de él y arrastró la mano por su cadera. Guando quedó justo a su espalda, permitió que la mirada ávida lo recorriera.

– Muy bonita vista -comentó, apoyando las manos en la parte de atrás de sus muslos, para luego subir lentamente los dedos por los glúteos firmes, y más arriba aún, hasta negar a los hombros.

– Me alegra que te guste…

Las palabras, acabaron en un gemido cuando ella se pegó a su espalda. Lo rodeó con brazos y dejó que los dedos trazaran un sendero perezoso a lo largo de los fascinantes contornos de su cuerpo, absorbiendo cada temblor y gemido. Se tomó tiempo, y con los labios le exploró la espalda mientras los dedos bailaban sobre su parte frontal, tocándolo en todas partes… salvo en su pene.

– Haces un gran trabajo de quedarte quieto -le susurró sobre el cuello.

– Me está costando, créeme -afirmó con voz llena de deseo.

– Un control impresionante -cerró una mano en torno a la erección mientras bajaba un poco más la otra para acariciarlo entre las piernas.

Un gemido intenso escapó de él al tiempo que bajaba el mentón. Sabiendo que le miraba las manos, Riley le acarició la extensión dura y sedosa, tentándolo, excitándolo de forma implacable, mientras su propia excitación se incrementaba.

– No voy a durar mucho.

Las palabras concluyeron con un gemido ronco y ella pudo ver y sentir que tensaba los músculos en un esfuerzo por contenerse. Le apretó la erección y con un gemido gutural él embistió su mano.

Lo liberó, luego lo rodeó hasta quedar frente a él. El calor que ardía en: sus ojos la quemó. Sin decir una palabra, lo empujó con gentileza hasta que sus hombros se encontraron con la pared. Luego se puso de rodillas y despacio se llevó su sexo a la boca.

Jackson apoyó la cabeza contra la pared y contuvo el aliento cuando la boca cálida se cerró en torno a él. Expulsó el aire en un siseo prolongado de placer cuando la lengua jugó en torno a su glande, atormentándolo, excitándolo, volviéndolo loco.

Adelantó la cabeza, bajó la vista y la observó introducírselo aún más hondo en el terciopelo caliente de su boca. Sus manos eran implacables, metiéndose entre las piernas para atraparlo y mecerlo y luego aferrarle la base de su sexo.

Apretó los dientes y luchó contra la creciente necesidad que experimentaba de correrse, hasta que supo que iba a perder la batalla. La aferró de los hombros y, la puso de pie. Luego dobló las rodillas y la alzó en vilo.

– La armadura está mellada y rota -anunció con una voz que nunca antes se había oído-. ¿Dónde está el dormitorio?

Ella le rodeó el cuello con los brazos y con la cabeza indicó un pasillo a la derecha.

– La segunda puerta a la izquierda.

Él se dirigió con velocidad a la dirección indicada.

– ¿Tienes preservativos? -logró preguntar rezando para que no tuviera que ir a hurgar en su maleta.

Ella asintió.

– En la mesilla.

Al llegar al dormitorio, la dejó de pie cerca del borde de la cama. Cuando alargó las manos hacia él, la sujetó con suavidad por las muñecas y movió la cabeza.

– Es mi turno. Lo único que tienes que hacer tú es quedarte quieta -la vio tragar saliva-. Las manos sobre la, cabeza -le alzó los brazos. Ella lo imitó y unió las manos sobre su cabeza.

– ¿Es un atraco? -repitió la línea con voz ronca.

– Registro e incautación.

Deslizó las manos debajo del top elástico y pasó las palmas por el estómago cálido y liso, para subirlas por la caja torácica. Los pechos le llenaron las manos y la observó cerrar los ojos mientras los dedos le frotaban los pezones ya excitados. Le quitó la prenda por encima de la cabeza y la tiró sobre la cama. Con delicadeza rodeó la suave plenitud de sus pechos antes de bajar la cabeza e introducirse primero un pezón erecto en la boca y luego el otro.

Sin separar los labios de su piel, subió hasta, el cuello y absorbió el prolongado ronroneo de placer que emanaba de su garganta, mientras con los dedos le desabotonaba los shorts y luego le bajaba la cremallera. Después de introducir la mano, le coronó la curva desnuda de sus glúteos y gimió. ¿O lo hizo ella?

Con la erección tensa, tuvo que apretar los dientes para luchar contra el impulso de devorarla. Se obligó a tomarse su tiempo y, despacio, le bajó los shorts y las braguitas por las piernas. Cuando cayeron a los tobillos, ella se deshizo de ambas prendas.

Jackson dio un único paso atrás y, durante varios segundos, simplemente la miró, desnuda, hermosa, sonrojada y excitada, con los labios entreabiertos, los ojos brumosos y los brazos levantados adelantándole e irguiéndole los senos. La tomó por la cintura, la giró y se acercó mucho a ella. Con la erección acunada entre sus glúteos, se dio un festín con la nuca fresca y aromática. Le coronó los pechos y los masajeó, al tiempo que le frotaba los pezones duros. Ella echó la cabeza atrás y pegó la espalda a él, moviendo lentamente las caderas. La erección se sacudió contra su trasero y de la garganta de Jackson salió un gruñido ronco.

– Eso no es quedarte quieta -soltó sobre su cuello.

– Demándame -las palabras concluyeron con un gemido cuando una de las manos de él bajó por su vientre para cerrarse sobre los rizos en la cumbre de sus muslos.

– Abre las piernas, Riley -le susurró al oído.

Obedeció, y los dedos de él se introdujeron entre sus piernas para acariciarle los pliegues húmedos e inflamados. Jackson respiró hondo, llenándose la cabeza con la deliciosa fragancia a vainilla, mezclada con él erótico aroma a excitación femenina.

– Eso no va a ayudarme a quedarme quieta -pegó la espalda a él-. Ni esto -añadió con un gemido cuando él metió dos dedos dentro de su calor aterciopelado.

Acariciándola lentamente, le susurró sobre el cuello:

– El hecho de que no puedas quedarte quieta… no sé si eso significa que eres buena en este juego o realmente mala.

– Mmmm. No lo sé. No me importa. Estoy… ohhhh, más que dispuesta a concederte la victoria.

Le quitó los dedos y ella emitió un sonido de protesta… que se transformó en un suspiro largo y voluptuoso cuando la alzó, la depositó en la cama y se arrodilló entre sus muslos abiertos.

Riley abrió el cajón de la mesilla y extrajo un paquete de celofán, que lanzó sobre el edredón al alcance de él.

– Lista cuando tú lo estés.

– Es bueno saberlo. Pero todavía no.

Después de subir las manos por las piernas sedosas, con suavidad presionó contra sus muslos, abriéndole aún más las piernas. Ella dobló las rodillas y durante varios segundos palpitantes simplemente la miró, iluminado de forma tenue por la luz procedente del pasillo. Con los brazos levantados por encima de la cabeza, los párpados entornados a medias y los pezones erectos, más las piernas abiertas, revelando su sexo brillante, parecía un pecado viviente.

Se inclinó y le dio un beso en el cuello, luego trazó una línea por el cuerpo con la lengua. Agarrándola por los glúteos, la alzó y le hizo el amor con la boca, probándola, acariciándola, excitándola… hasta que Riley arqueó la espalda y gritó su liberación. Luego rompió el paquete del preservativo, se lo puso y se zambulló en su calor.

Apoyó su peso en los antebrazos y observó su rostro acalorado.

– Mírame -jadeó.

Unos ojos castaño dorados, vidriosos por la excitación, se abrieron. Cuando se centraron en él, ambos simplemente se miraron durante varios segundos. Ella alzó una mano y mesó sus cabellos. Con un sonido parecido a un gruñido, le bajó la cabeza para darle un beso profundo y lujurioso. Él se retiró casi en su totalidad para volver a embestirla, apretando los dientes ante el inmenso placer y tratando de retener el poco control que aún le quedaba ante la necesidad cada vez más desesperada de eyacular. Cuando ella lo rodeó con brazos y piernas, instándolo a ir más deprisa y más hondo, tuvo la batalla perdida. Su liberación atronó por todo su cuerpo. Después, hundió los hombros, apoyó la frente húmeda sobre la de Riley y los alientos entrecortados se mezclaron.

Él aún luchaba por recobrar el aliento cuando ella habló:

– De acuerdo -murmuró-. Este pequeño episodio ha demostrado más allá de cualquier duda que posees un efecto perturbador sobre mi control. Basta un simple contacto y, puuuf, estoy perdida.

Jackson encontró la fuerza para levantar la cabeza. Experimentó una gran satisfacción masculina al ver sus mejillas encendidas.

– Lo dices como si fuera algo malo.

– Creo que podría serlo. Me gusta tener el control.

– Puedes estar encima siempre que quieras.

Ella entrecerró los ojos.

– No me refería a eso.

– Lo sé -le apartó un mechón de pelo de la mejilla-. Y sé exactamente a qué te refieres, porque mi reacción contigo… raya en lo ridículo. Lo creas o no, esta noche no vine pensando que a los tres minutos íbamos a estar desnudos.

Ella enarcó las cejas.

– ¿Oh? ¿Cuánto tiempo pensaste que iba a tardar? ¿Cinco minutos?

Él rió y le dio un beso en la punta de la nariz.

– Más cerca de los diez. Con suerte, menos de quince. No creo que hubiera aguantado más de veinte -le pasó la lengua por el labio-. Te deseaba mucho. Pero antes de que tenga lugar la próxima sesión, voy a necesitar repostar. Al llegar me pareció oír algo acerca de pasta.

– Y oíste bien. Desde luego, has elegido una buena noche para pasar por aquí… anoche había ensalada de bonito. Yo tomaré un donut mientras tú comes. Madame Omnividente predice que vamos a necesitar todos esos carbohidratos antes de que llegue la mañana.

– ¿Es una invitación a pasar la noche?

– Supongo que lo es. Tara se queda a dormir en el apartamento de una amiga, así que tengo la casa sólo para mí. ¿Quieras quedarte para una fiesta privada?

Él observó los ojos resplandecientes y sonrientes y se dio cuenta de que hacía mucho que no se sentía tan feliz. No había nada como un sexo estupendo y la promesa de una buena comida para potenciar el júbilo. Pero nada más pensar eso, todo en su interior dijo: «Esta chispa es mucho más que sexo y pasta».

Fuera lo que fuere, pretendía disfrutarlo mientras durara.


En cuanto Riley y Gloria se sentaron a comer a una mesa situada en un rincón de la cafetería de la oficina, Gloria dijo:

– Muy bien, cuéntamelo todo.

– Tú primero -contrarrestó, aliñando la ensalada, con la esperanza de compensar los excesos de donuts de la noche anterior-. ¿Cómo fue la conferencia?

– Divertida. Agotadora. Típica conferencia. Me interesa más saber a qué se debe ese resplandor que emites -la estudió desde el otro lado de la mesa-. O bien te has tragado una luz de neón o bien acabas de disfrutar de un sexo fabuloso.

Riley pinchó una rodaja de pepino y movió las cejas.

– Jackson ha venido a la ciudad por cuestión de negocios. Anoche estuvimos juntos.

Gloria adelantó el torso.

– ¡No me dijiste que iba a volver!

– No lo sabía. Apareció en mi apartamento con una caja de donuts.

– Ooohh, donuts. No me extraña que lo invitaras a pasar la noche -sonrió Gloria.

– Sí. No habría soportado otra cosa.

– ¿De modo que pasaste una noche fabulosa…?

Riley asintió.

– Sí. Empiezo a pensar que tal vez no sea tan irritante como creí en un principio.

Gloria rió.

– Cariño, llevas pensando eso desde la fiesta que organizó Marcus.

– Parece que en algún momento entre hacer el amor con él, compartir llamadas y correos electrónicos, y aquella sesión de última hora para cuadrar el presupuesto, la opinión que tenía de él cambió -pinchó un tomate pequeño y dijo-: Gloria, creo que… me gusta.

– ¿Y haces que suene a noticia nefasta por…?

– Para empezar, porque vive en Nueva York.

– No si la fusión sigue adelante y se traslada a Atlanta.

– Que su puesto pase a Atlanta no significa que él vaya a venir.

– Si saca adelante esta fusión, sabes que le harán una oferta fabulosa.

– Cierto… pero luego está el hecho de que Jackson y yo tenemos muy poco en común -pero al pronunciar esas palabras, tuvo que cuestionar su validez-. Aunque, después de nuestras conversaciones y correos, he descubierto que no es que no tengamos nada en común -movió la cabeza-. Pero tú y yo sabemos que los opuestos no se atraen. No a la larga.

– A lo que tengo dos cosas que decir -indicó Gloria, enumerándolas con unos dedos impecablemente cuidados-. Uno, ¿quién dice que vaya a ser una relación larga? Y dos, quizá esas cosas que no tenéis en común puedan resultar… interesantes. ¿Cuándo vas a volver a verlo?

– Esta noche. Iba a regresar a Nueva York mañana por la noche para volver a Atlanta el lunes por la mañana, pero lo he invitado a pasar el fin de semana conmigo -decirlo en voz alta le causó un hormigueo delicioso.

– Todo un fin de semana juntos -Gloria asintió-. Excelente. El domingo por la noche tendrás una buena idea de cómo es realmente y si de verdad te gusta. ¿Has planeado algo especial?

– No. Tara se marcha el sábado, así que casi todo el día lo dedicaremos a trasladar las cajas a la furgoneta que ha alquilado -movió la cabeza y rió-. No puedo creer todo lo que tiene.

– ¿Jackson lo sabe?

– Sí. Se ha ofrecido a ayudar.

Gloria se quedó boquiabierta.

– ¿Que se ha ofrecido a mover cajas, maletas y muebles pesados, en su día libre? Eso es increíble. Dime… ¿tiene hermanos?

– Dos, pero uno se va a casar pronto y el otro es demasiado joven.

– Pareces saber mucho acerca de su familia.

– Hemos pasado bastante tiempo al teléfono.

– ¿Y te ha gustado lo que has oído?

Riley respiró hondo. Al final, respondió:

– Sí.

– No pareces especialmente feliz al respecto.

– No estoy segura -alzó la vista de la ensalada a medio comer y manifestó la preocupación qué llevaba dándole vueltas en la cabeza más tiempo del que quería reconocer-. Me temo que pueda estar desarrollando algunos… sentimientos por Jackson.

– Y eso te asusta.

No era una pregunta, pero asintió.

– Sí. Me ha pillado desprevenida. Sabes cómo me gusta planear las cosas.

– Sí. Pero, por desgracia, los sentimientos rara vez cooperan con los planes.

– Dímelo a mí. Después de que Tara se fuera, los planes eran recuperar el tiempo perdido y volver a disfrutar de la soltería. Divertirme. Salir con hombres diferentes.

Gloria le palmeó la mano con gesto de simpatía.

– Y ahora sólo quieres salir con un hombre en particular.

– Eso parece. Lo cual me estropea todos los planes. No había contado con lanzarme a una relación a largo plazo.

– Cierto. Pero no caigas en el tópico de no ver el bosque por los árboles, Riley. Quizá, sólo quizá, Jackson es el hombre -miró la hora-. Escucha, lamento tener que irme, pero tengo programada una reunión en cinco minutos. Llámame si necesitas hablar. Y piensa en lo que te he dicho.

Riley asintió, luego bebió un trago de agua, mientras las palabras de Gloria reverberaban en su mente. «Quizá, Jackson es el hombre».

¿Pensar en lo que le había dicho? Soltó una risa carente de humor. No creía que pudiera pensar en otra cosa.

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