Capítulo 4

La boca de Jackson cayó sobre la de ella, caliente, fiera y exigente, y las entrañas de Riley se convirtieron en gelatina. A diferencia del intercambio de la noche anterior, no hubo ninguna exploración gentil. No, se trataba de una conflagración de calor que la consumió. La lengua de Jackson acarició la suya con devastadora habilidad, mientras con las manos la moldeaba contra él como si fuera arcilla.

Se pegó más mientras las palmas bajaban por su espalda para coronarle el trasero y alzarla con más firmeza contra él. Se frotó lentamente contra ella, y ni siquiera el agua fresca que rompía contra su pecho pudo apagar el fuego que palpitaba por sus venas. Con creciente excitación propia, Riley quebró el beso.

Pegó las manos en el pecho de él y estableció algo de distancia entre ambos, o al menos entre sus torsos. Aún tenía pegada la erección contra el vientre y el calor que ardía en la mirada de Jackson prácticamente la consumía. Los dos respiraban entrecortadamente. La pasión que le inspiraba ese hombre la excitaba y asustaba al mismo tiempo.

– Oh, Dios -dijo cuando encontró su voz-. Haces que me maree de deseo. Es algo que sólo me ha sucedido en dos ocasiones. Una cuando tenía catorce años y Danny McGraw me dio mi primer beso, y luego cuando mi «casi» novio me besó. El estómago comienza a aletearme, una sensación de hormigueo lindante con las náuseas…

– Náuseas. Estupendo. Escucha, como no pares de hacerme esa clase de cumplidos, voy a deprimirme.

– Son «buenas» náuseas.

– No sabía que existiera algo así.

– Pues sí.

La miró a los labios.

– Bueno, entonces…

– Nada de ¿entonces». Los dos chicos que consiguieron crearme esta sensación, resultaron ser unos miserables. A Danny McGraw tuve que ponerle un ojo morado cuando se negó a quitar la mano de la copa de mi sujetador, aunque sigo sin estar segura de cómo llegó hasta ahí. Era como un pulpo. Y mi «casi» novio hizo que me mareara de deseo hasta que lo descubrí haciéndole lo mismo a otra.

Él hizo una mueca.

– ¿Llegaste a sorprenderlos en el acto?

– Sí. Incluidos los gruñidos animales. Y no pienses que no me deshice de esa mesa de picnic.

– ¿Lo estaban haciendo en una mesa de picnic?

– ¿Puedes imaginar semejante descaro?

– Muy descarados -acordó-. Pero, ¿qué tiene que ver eso con nosotros?

– ¿No lo ves? He tenido una suerte aciaga con cada chico que alguna vez me causó esta sensación. Y tú has triplicado el efecto.

– ¿Has oído el dicho «a la tercera va la vencida»?

– Sí, pero…

– Tengo que hacerte una confesión. A mí me ha pasado lo mismo.

Riley abrió mucho los ojos.

– ¿Quieres decir…?

– Sí. Otra confesión… me he mareado de deseo con sólo mirarte.

– Cielos. Tenemos problemas.

Él inclinó la cabeza y le mordisqueó ligeramente el cuello.

– ¿He mencionado que Problemas es mi segundo nombre?

Le lamió el lóbulo de la oreja y a Riley se le pusieron vidriosos los ojos.

– Mmm… no. Pero empiezo a creerlo.

– Problemas con P mayúscula.

A pesar de que el sentido común le lanzó una advertencia superficial, no pudo resistir el impulso de tocarlo. De experimentar otra vez su beso. Estaba tan preparada para que la besara y la tocara otra vez… Hacía tanto tiempo que no experimentaba nada así. Y además, estaba cansada de esperar…

Deslizó las manos por sus hombros y luego le rodeó el cuello.

– Claro que quizá esté complejamente equivocada. Tal vez no experimenté esas mariposas en el estómago. Quizá deberíamos volver a intentarlo, para estar seguros.

– Apoyó la moción -musitó, las palabras vibrando cerca del oído de ella.

Regresó a sus labios sin dejar de besarla, y en cuanto las bocas se encontraron, el estómago de Riley hizo un triple mortal. Con una mano, Jackson le acarició la espalda y con la otra le tomó un pecho. Ella gimió y se pegó a él. Tocó el pezón excitado a través de la tela del bañador al tiempo que con la otra mano le alzaba un muslo. Mareada por la excitación, Riley enroscó la pantorrilla alrededor de la cadera de él y presionó su palpitante núcleo femenino contra la tentadora erección.

Un sonido parecido a un gruñido escapó de los labios de Jackson y la mano regresó a la espalda de Riley para acariciarle los glúteos antes de penetrar bajo la banda elástica de la parte inferior del biquini. Los dedos se deslizaron con seguridad por el trasero desnudo hasta acariciarle los encendidos pliegues femeninos.

Inundada por la sensación y por un abandono que no había sentido… nunca, echó la cabeza atrás y dejó que él se diera un festín con el cuello expuesto. Y en ningún momento los dedos dejaron de acariciarla, empujándola cada vez más cerca de un orgasmo que no sería capaz de contener. La alzó un poco más e introdujo dos dedos dentro de ella, acariciándola mientras su boca le reclamaba los labios y la acariciaba con la lengua al mismo ritmo devastador de sus dedos, mientras con la mano libre le enloquecía los senos. Con desesperación, Riley trató de permanecer ante el precipicio, mantener el placer embriagador, pero el implacable ataque al que estaban sometidos sus sentidos la empujó por el borde.

De su boca escapó un grito y tembló, con el orgasmo vibrando por todo su cuerpo, intenso, devorador, llevándose todo menos los dedos mágicos que la acariciaban y la lengua hábil que la probaba.

A medida que los temblores se mitigaban, luchó por recobrar el aliento. La mantuvo pegada contra él y Riley pudo sentir el ritmo veloz del corazón de Jackson contra la mejilla que reposaba en el cuello de él. Cuando sintió que sería capaz de respirar sin jadear, alzó la cabeza.

Unos ojos azules y oscuros la contemplaron con una expresión que no pudo descifrar, aparte de saber que reflejan una intensa excitación.

– ¿Algún remordimiento? -preguntó él.

Ella reflexionó durante unos segundos.

– Probablemente no figuraría en la lista de los actos más inteligentes que he realizado, pero tus caricias me hicieron olvidar… todo. Mi control, mi contención. Dónde estoy, con quién estoy -y eso era algo con lo que no había contado-. Lo creas o no, por lo general no dejo que perfectos desconocidos me lleven al orgasmo.

Él sonrió.

– Sé que causo una buena primera impresión, pero disto mucho de ser perfecto -le acarició la espalda-. Y tampoco diría que somos desconocidos.

– Lo somos en todos los sentidos que de verdad cuentan. No sabemos prácticamente nada el uno del otro.

– Si te refieres a que desconocemos cuál es el color, la película, el libro o la canción favoritos del otro, es cierto. En cuanto a que te hice olvidar todo… lo mismo se aplica a mí. Lo creas o no, por lo general no intento llevar a perfectas desconocidas al orgasmo.

Riley se movió y la erección se sacudió contra su vientre.

– Todo ha sido muy unilateral.

Él esbozó una sonrisa.

– No me quejo. Pero no puedo negar que ojalá hubiera pensado en traer un preservativo. Escucha, acerca de eso de los desconocidos… Creo que deberíamos hacer algo al respecto -le pasó un dedo por el brazo húmedo y le puso la piel de gallina-. ¿Quieres cenar conmigo esta noche?

– ¿Cenar? -repitió con voz llena de escepticismo.

– Sí, cenar. Ya sabes, la gente comparte una comida. Una copa de vino. Conversación. Todo para llegar a conocerse mejor y dejar de ser desconocidos.

– Esta noche ya tengo planes para la cena.

– Oh -un músculo se movió en su mandíbula-. Anoche dijiste que no salías con nadie.

Riley separó los brazos de su cuello y retrocedió unos pasos.

– Y no salgo -corroboró con frialdad-. De lo contrario, esto no habría sucedido. De hecho, tú también tienes planes para la cena de esta noche. ¿Te has olvidado de Marcus? ¿Nuestro jefe?

Él se llevó las manos a la cara.

– Lo había olvidado por completo. Surtes un efecto demoledor sobre mi concentración. ¿Qué te parece después de la cena? ¿Tomamos una copa en el Marriott?

Sabía muy bien que harían algo más que tomar copas si quedaba con él en su hotel. Si fuera otro hombre… Después de una breve batalla con el sentido común, éste emergió vencedor y movió la cabeza.

– Jackson, yo…

Él la calló posando un dedo sobre sus labios.

– No respondas ahora. Piénsalo. No hablaremos del trabajo… ni siquiera mencionaremos la letra T -apartó el dedo y la vio humedecerse el punto donde la había tocado. No volvió a rozarla y con la cabeza indicó la playa-. Será mejor que volvamos antes de que envíen un grupo de rescate.

Riley asintió y regresaron a la playa. Después de ponerse los chalecos, empujaron la moto al agua. Se sentó detrás de Jackson y lo rodeó con los brazos. De camino a la casa, ella intentó acorralar sus pensamientos turbulentos y someterlos a algo parecido al orden, pero su cuerpo y su mente la empujaban en direcciones opuestas.


¿Aparecería?

Jackson se puso a recorrer la extensión de su habitación y de vez en cuando se mesaba el pelo. Por enésima vez, desvió la vista al reloj digital. Eran casi las diez de la noche. Era la segunda noche seguida que experimentaba esa incertidumbre demoledora. El hecho de que la fiesta de Marcus Thornton hubiera terminado hacía tres horas no presagiaba que fuera a aceptar su invitación. Tampoco el que sé hubiera alejado de él nada más llegar a la casa después del paseo acuático. Sin embargo, antes de marcharse al hotel, la había apartado a un lado para darle la llave de la habitación y pedirle que la utilizara. Y durante las últimas tres horas, se había estado torturando y preguntándose al mismo tiempo por qué le importaba tanto si aparecía o no.

Volvió a pasarse las manos por la cara. Necesitaba relajarse. Necesitaba pensar en otra cosa. Necesitaba…

Responder a la puerta.

La suave llamada estuvo a puntó de pararle el corazón. Si se trataba de Riley, era evidente que había decidido no emplear la llave que le había dado. Esperaba que fuera ella y no un empleado del hotel para comprobar la temperatura de la habitación o entregarle un fax. Se tomó unos segundos para respirar hondo, luego fue a la puerta y la abrió.

Ahí estaba ella, con el cabello oscuro y ondulado suelto alrededor de los hombros y una sonrisa seductora en los labios. Llevaba puestos unos vaqueros viejos que se ceñían a sus curvas y una camiseta de un color amarillo neón decorada con una galletita de chocolate y las palabras Lo Más Dulce. Llevaba una caja blanca cuadrada con un lazo rojo que lucía el mismo logo que la camiseta.

– ¿Necesitas que te lean el futuro? -preguntó ella con voz ronca y sensual.

La temperatura de Jackson, alcanzó un estado febril.

Sintió el cada vez más normal aleteo en el estómago y agarró el pomo de la puerta para evitar pegar a Riley a su cuerpo.

– Claro… aunque he de decirte que tiene muy buena pinta. No has utilizado la llave.

– Me pareció más correcto llamar, por si te habías quedado dormido o algo parecido.

– Dormir es lo último que tengo en la cabeza -retrocedió y le indicó que entrara-. Me alegro de que pudieras venir.

– Te vas a sentir aún más contento cuando veas lo que te he traído -cruzó el umbral y movió la caja ante su nariz.

Él percibió un aroma dulce y delicioso.

Después de cerrar la puerta, se apoyó contra el panel y dijo:

– No pensé que fueras a venir -no había querido decir eso, pero las palabras brotaron de su boca antes de poder contenerlas.

Riley depositó la caja en el portaequipajes que había justo en la entrada y, con el corazón, martilleándole en el pecho, se volvió hacia él. Se decidió por la verdad sin adornos.

– No iba a venir. Créeme, me esforcé por convencerme de que no quería estar aquí contigo. Pero ha pasado tiempo desde que me permití divertirme con algo, y como nos gusta hacer a los economistas, finalmente tuve que analizar el rendimiento neto. Y éste se reduce a que, sin importar el hecho de que seas Jackson Lange, quería hacer el amor contigo.

Los ojos de él se oscurecieron con un deseo inconfundible.

– Como hombre de marketing, por lo general no me agrada la propensión que tienen los economistas a reducirlo todo al rendimiento neto, pero en este caso, nada me parece más idóneo.

– Y luego está mi sentido de la justicia -bajó la vista hasta posarla unos instantes en su entrepierna antes de volver a mirarlo a los ojos-. Mmmm, te debo una.

– Estoy impaciente por cobrar -se apartó de la puerta y con un único paso, redujo la distancia que los separaba.

Riley retrocedió un paso y se encontró con la pared. Él apoyó ambas manos junto a su cabeza, se inclinó y le lamió el cuello.

Ella dejó escapar una risa ronca.

– ¿No quieres ver lo que te he traído?

– Olía estupendamente, pero tú hueles mejor -le mordisqueó el lóbulo de la oreja-. Mmmm. Y sabes mejor.

– Quizá cambies de parecer en cuanto compruebes el contenido.

– Lo dudo mucho. Esto… -le pasó la lengua por el sensible labios inferior- es imposible de superar.

Riley subió unas manos ansiosas por su torso hasta sus hombros.

– ¿Sabes?, vine con mi control intacto -se puso de puntillas para darle besos leves en la mandíbula mientras hablaba-, planeando seducirte y saborearte despacio; pero apenas llevo treinta segundos aquí y ya has estropeado todos mis planes.

La sujetó por las caderas y la pegó a él. Incluso a través de los vaqueros, su excitación era obvia, y eso avivó el calor que ya corría por las venas de Riley.

– Mi control se fue al infierno mucho antes de abrirte la puerta. A pesar de lo estupendamente que suena una seducción lenta, voto que la reservemos para la segunda vuelta. ¿Te parece?

– Dios, sí.

En un abrir y cerrar de ojos, se agarraron como criaturas hambrientas a las que se presenta un festín. Sus bocas se fundieron en una frenética unión de labios y lenguas, mientras las manos buscaban con desesperación eliminar las barreras de la ropa.

– Bonito sujetador -musitó él, observando la escandalosamente cara pieza de encaje que le cubría los pechos mientras se quitaba las zapatillas y los calcetines.

– Gracias -soltó la prenda negra y la dejó caer al suelo, y al instante comprendió que había cometido un error táctico, pues de inmediato él le coronó los senos con las manos e inclinó la cabeza para lamerle los pezones, distrayéndose de quitarse los vaqueros.

Riley apoyó los hombros contra la pared, atravesada por flechas de deseo con cada deliciosa succión de sus pezones, y al mismo tiempo se deshizo de las sandalias y se llevó unos dedos trémulos a los vaqueros. Después de bajar la cremallera, llevó la mano al bolsillo de atrás para sacar el preservativo que había guardado allí.

– Preservativo -jadeó.

Él subió la lengua por su pecho y se dio un festín con su cuello mientras con las manos continuaba atormentándole los senos.

– Tengo algunos. En la mesilla.

– Tengo uno. Aquí mismo.

Con una mano plantó el envoltorio de plástico contra su torso mientras con la otra se quitaba los vaqueros y las braguitas. Un deseo urgente le quemó las venas como lava ardiente, eliminando todo menos, la necesidad febril de estar desnuda y tenerlo dentro de ella ya.

Él se desabrochó los pantalones y los bajó lo suficiente, junto con los calzoncillos, como para liberar su erección, luego se puso con celeridad el preservativo. La sujetó por los glúteos y la alzó. Riley lo agarró por los hombros, le rodeó las caderas con las piernas y soltó un gemido, prolongado cuando la penetró con una sola embestida.

Su respiración entrecortada y áspera se mezcló con la de Riley. El intenso orgasmo le llegó de improviso y le provocó un grito ronco de placer. Le clavó los dedos en los hombros y apretó las piernas en torno a sus caderas a medida que los espasmos de encendido placer la recorrían con convulsiones. Con un gruñido salvaje, él la embistió una última vez y luego apoyó la frente entre el hombro y el cuello de ella mientras gozaba de su propia liberación.

La respiración jadeante de ambos se entremezcló, y pasados unos pocos segundos, ella dejó escapar una risa.

– Sonamos como si acabáramos de correr una maratón.

– ¿Y no lo hemos hecho?

– Es posible. ¿Quién ganó?

– No estoy seguro. ¿Por qué no lo dejamos en tablas?

– Perfecto -logró alzar la cabeza-. Bueno, creo que mi deuda de honor está pagada.

– No puedo rebatirte eso -manteniéndola entre su cuerpo y la pared, se inclinó para besarle el cuello mientras le masajeaba los glúteos-. No era mi intención lanzarme sobre ti nada más entrar, pero surtes un efecto destructivo sobre mi autocontrol.

– ¿Has oído que me quejara? Además, está claro que tú surtes el mismo efecto sobre mí -algo que le resultaba perturbador, pero que pensaba analizar más tarde.

– ¿Era el único preservativo que traías?

– Tengo dos más.

– Bien. Con la docena que compré al volver al hotel, debería servirnos para toda la noche.

Las palabras roncas le provocaron una risa jadeante.

– Son muchos preservativos para una noche.

– Quizá establezcamos un nuevo récord mundial.

– Quizá terminemos en urgencias.

– ¿Hay algún hospital cerca?

– Varios.

– Entonces, estamos cubiertos.

Con suavidad, se separó de ella y las piernas de Riley resbalaron por sus caderas. Jackson se quitó toda la ropa.

– Vuelvo en seguida -murmuró antes de entrar en el cuarto de baño.

Su visión desde atrás era tan espectacular como por delante. Respiró, hondo varias veces.

Al salir del cuarto de bañó, se plantó justo delante de ella, le tomó las manos y lentamente la recorrió con la vista, un favor que Riley le devolvió.

– No cabe duda, hay un estupendo ADN en tu «pool» genético, Jackson.

Él sonrió.

– Es gracioso, pero yo pensaba que tú debías de haber ganado algún premio genético.

– Gracias. Gracias a ti, apenas siento las rodillas.

– Sé qué te hará sentir mejor.

– Apuesto a que sí -rió también, encantada por la deliciosa sensación de libertad que sentía.

– De verdad. Adivina qué tengo.

– ¿Un cuerpo increíble?

– Gracias. Pero no es la respuesta que busco.

– ¿Una sonrisa sexy?

– Gracias otra vez, pero no es la respuesta correcta.

– ¿Manos mágicas? ¿Labios preciosos? ¿Un trasero magnífico?

– Lo mismo digo, pero sigues sin acertar.

– Me rindo. Nunca se me dieron bien las adivinanzas.

– Ya veo. Pero no pasa nada. Créeme, eres muy buena en otras muchas cosas. Tengo, una fabulosa bañera de hidromasaje en el cuarto de baño. Estaba pensando que nos podríamos meter en ella, junto con, lo que sea que hayas traído en esa caja, para recobrarnos antes del Segundo Asalto -le soltó las manos, luego le acarició levemente los pechos, haciendo que los pezones se transformaran en dos guijarros.

Ella ronroneó.

– El contenido de la caja requiere algo para beber.

– ¿Vino?

– No. ¿Tienes leche?

– No. Pero sí servicio de habitaciones.

– Bien. Entonces, pide dos capuchinos. Tengo la impresión de que necesitaremos cafeína antes de que acabe la noche.

– ¿Sabes? Madame Omnividente me dijo que mi dama de rojo quería convertir en realidad todos mis sueños sensuales. Y luego quería que yo le devolviera el favor -despacio, estudió la totalidad de su cuerpo, encendiéndole la piel-. Es hora de que le devuelva ese favor.

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