Capítulo 5

– Me costaría nombrar algo mejor que esto -suspiró complacida Riley en la bañera de hidromasaje-. Me siento como una diosa mimada.

– Me alegra oírlo -fue la respuesta de la voz profunda de Jackson junto a su oído.

Ella se movió un poco, rozando la espalda contra el muro musculoso del pecho de Jackson, disfrutando dé la maravillosa sensación de estar rodeada por él, con la dura extensión de la erección acunada cómodamente contra sus glúteos con la promesa de que la Segunda Ronda no se hallaba lejana.

– Mmm. Y la compañía tampoco está mal.

– Lo mismo digo. ¿Quieres otro donut?

Él le tendió un bocado especialmente tentador, que situó a unos diez centímetros de su boca, lleno de chocolate y nata.

Le aferró la muñeca y llevó la mano a sus labios para comer el ofrecimiento. Después de tragarlo le pasó la lengua por los dedos, chupando cada uno por separado para capturar hasta la última miga y resto de chocolate. Él gimió y presionó la erección con más firmeza contra su trasero.

Apoyó la cabeza mejor contra su hombro y cerró los ojos. Él deslizó las manos bajo el agua y las juntó sobre el vientre de Riley, acariciándolo de tal modo que le rozaban la parte inferior de los pechos.

– ¿Cómo es que no sales con nadie? -quiso saber él-. ¿Has roto hace poco con alguien? ¿Te estás recuperando de un corazón roto?

Ella movió la cabeza.

– La separación tuvo lugar hace meses, pero no hubo ningún corazón roto. Simplemente, fue el último de una serie de amores esporádicos, que ilustró una vez más que el atractivo no siempre representa un buen carácter. Resultó que no teníamos nada en común -estiró el cuello y le dio mejor acceso a sus labios-. Pero casi toda la culpa recae en mí. Entre las horas que dedicó a mi trabajo y a mi hermana, no me queda mucha energía ni tiempo para las citas. Por ello, tiendo a ser muy impaciente con los juegos y las tonterías que éstas acarrean. Me gusta ir al grano, y he descubierto que muchos hombres se sienten amenazados por eso. Y tampoco son muy comprensivos con mi situación con Tara.

– ¿Es tu hermana?

– Sí. Y mi compañera de piso durante los últimos cinco años.

– ¿Menor que tú?

– Sí. Acaba de graduarse en la universidad… al fin. Dentro de unas semanas empieza a trabajar y se está preparando para mudarse.

– ¿Qué sientes al respecto?

– ¿Sinceramente? Alivio. La quiero, pero no es una persona con la que resulte fácil vivir. Desde luego, ella diría lo mismo de mí.

– ¿Por qué vivía contigo en vez de en el campus?

– ¿De verdad quieres oír la historia? -giró la cabeza y lo miró con una mueca.

– Sí.

– ¿Por qué?

Los dedos continuaron con su hipnótica caricia.

– Siento curiosidad por ti. Y solidaridad. Mi hermano menor vivió conmigo durante un año y no fueron unos meses fáciles.

Riley asintió.

– Tara es muy inteligente, pero durante su último año en el instituto, perdió por completo el norte. Nuestra madre murió después de una prolongada enfermedad y mi padre… se perdió. No pudo aceptarlo y, básicamente, nos descartó emocionalmente. Yo ya vivía sola y estaba mejor capacitada que Tara para encarar ese distanciamiento emocional, aunque sigue siendo difícil. Tara, que siempre ha sido una chica de fiestas, perdió los estribos. Se marchó a la universidad y fracasó en todas las asignaturas, salvo en yoga. Y se relacionó con un chico que, a falta de un término que lo defina mejor, era una completa basura. Mi padre se había trasladado Florida, no podía soportar la idea de vivir en casa sin mamá.

– De modo que le ofreciste un refugio.

– Resumiendo, sí. Tara afirmó que quería regresar a la universidad, pero mi padre se negó a subvencionarle un estilo de vida de fiesta tras fiesta. Ella prometió que mejoraría, pero él dijo que no le pagaría la estancia en el campus. Así que le ofrecí la posibilidad de quedarse conmigo. El trato era que mientras viviera conmigo y sacara notas aceptables, él pagaría su educación.

– Una oferta generosa la tuya.

Riley se encogió de hombros.

– Es mi hermana. Necesitaba ayuda y aunque cuando le hice la oferta, pensaba más en mi padre. No quería que cargara con cosas. En cuanto a Tara, sabía que ella aún sufría. Igual que yo. Pero ella parecía creer que la muerte de nuestra madre era una excusa válida para no asumir ninguna responsabilidad y librarse de cualquier consecuencia de sus actos. Me disgusté mucho con ella. Sé que todos cometemos estupideces cuando tenemos dieciocho años, pero le hice ver que tenía una oportunidad de oro para recibir una educación universitaria.

Suspiró.

– Tara no es una mala persona, pero sí irresponsable. Descuidada. Con la gente, sus sentimientos, sus posesiones. Mantenerla a raya y tratar de proporcionarle un hogar estable y un buen ejemplo, estar ahí para las crisis casi diarias, me ha requerido un montón de energía, paciencia y tiempo durante los últimos cinco años. Pero ha logrado graduarse. Y el trabajo que ha aceptado está en Carolina del Sur, de modo que sólo se hallará a unas horas de coche de mí en una dirección y de mi padre en la otra.

– ¿Y cómo lo lleva tu padre ahora?

– Está muy bien -sonrió-. Hace poco empezó a salir con alguien… una viuda que vive en su edificio. Lo llamé hace unos días y me pareció realmente feliz -alargó la mano hacia la taza de café y, después de beber un sorbo, añadió-: Y eso es más que lo que querías saber sobre mí. Es tu turno. ¿Qué provocó que tuvieras que vivir con tu hermano?

– Brian pasó sus dos primeros años de estudios superiores en una universidad estatal y vivió en casa. Luego lo aceptaron en la Universidad de Nueva York, pero sólo la matrícula era carísima, por no mencionar el coste de la vida en el campus. Como yo ya vivía en Manhattan, y pensando que mitigaría la carga económica, le dije que podía vivir conmigo mientras estudiara. Pero soy nueve años mayor que Brian, razón por la que hacía tiempo que no convivía con él. Ni imaginaba en qué me estaba metiendo.

Riley echó la mano atrás y le palmeó la mejilla con la palma mojada.

– Sé lo que es eso, así que mi corazón está contigo. ¿Hace cuánto de esto?

– Hace dos años. Durante su último año en NYU, consiguió un trabajo a tiempo parcial y compartió un piso con otros cinco compañeros. Lo visité una vez, y si crees que sabes el caos que pueden provocar seis universitarios, te equivocas.

– ¿Tienes una buena relación con Brian?

– Sí, pero somos como el día y la noche. No digo que él no sea una buena persona… te daría su camisa, aunque quizá quieras mandarla al tinte antes de ponértela. Se graduó él año pasado, consiguió un trabajo y vive en un bonito piso con compañeros que van rotando, pero aún no ha dejado atrás la fase del universitario. Su idea perfecta para un fin de semana es asistir a algún acontecimiento deportivo con los chicos, ligar con una chica tonta de cuerpo espectacular que, después del sexo, le sirva una cerveza helada.

Riley no pudo evitar reír entre dientes.

– Pensaba que ésa era la idea que tenían todos los hombres sobre el fin de semana perfecto.

– No exactamente -bajó el mentón y con gentileza le capturó el lóbulo de la oreja entre los dientes.

– Entonces, ¿cuál es tu idea del fin de semana perfecto?

– Bueno, este fin de semana ha resultado bastante bueno.

– ¿Bastante bueno?

– Estupendamente bueno.

– ¿Y por qué un hombre como tú está libre?

– ¿Un hombre como yo?

– Empleado. Heterosexual. Con piso propio -le pasó los dedos por el muslo musculoso-. Razonablemente atractivo.

Él rió entre dientes antes de contestar.

– Estuve prometido, pero se terminó hace diez meses. He salido con mujeres, pero, como tú, me canso de los juegos y las exigencias.

– Amén.

– Así que supongo que estoy libre porque aún no he conocido a nadie con quien quiera unirme.

– ¿Qué pasó con tu novia… o prefieres no hablar de ello?

– No hay mucho que contar. Llevábamos prometidos dos meses cuando fue a Chicago para asistir a una reunión universitaria en la que se encontró con un antiguo novio. Al parecer, decidió que no quería perderlo una segunda vez.

– Lo siento. Sé lo que duele la traición. ¿Aun la amas?

– No. No puedo negar que en su momento me dolió mucho, pero lo he superado -rió-. Ahora he de protegerme de los esfuerzos de encontrarme pareja de mi madre y mi hermana.

Calló, hasta que sólo se oyó el sonido de los chorros de agua. Las manos de Jackson descendieron y los dedos largos se abrieron paso entre la unión de sus muslos. Un ronroneo vibró en la garganta de ella, que alzó los brazos hacia atrás para juntarlos alrededor del cuello de él.

– ¿Sigues con hambre? -preguntó él con los dientes en el lóbulo de su oreja.

– Sí, pero no de donuts -las palabras; terminaron con un jadeo cuando sintió los dedos en torno a su núcleo femenino.

– Si no son donuts, entonces, ¿qué quieres?

– Tú, para empezar… quizá un poco… ooohh, sí, justo ahí -abrió los muslos-. ¿Qué te parece el sexo en la bañera?

– Una tortura. En serio. Lo odiaría -suspiró con exageración-. Pero si es lo que quieres, intentaré aguantar.

– Eso es lo que me gusta… un jugador de equipo.

– Ése soy yo. Siempre dispuesto a realizar el esfuerzo adicional. Agárrate a mí.

Riley tensó los brazos en torno a su cuello y él enganchó las manos debajo de las rodillas de ella, alzándole las piernas sobre las suyas extendidas y dejándole los muslos bien abiertos. Una mano grande y mojada le acarició los pezones, mientras deslizaba la otra entre las piernas para acariciarla con infalible perfección.

Riley arqueó la espalda y levantó las caderas al encuentro de él. La visión de sus dedos sobre los pezones mientras acoplaba la otra mano sobre su pubis para acariciarla y penetrarla con los dedos la excitó más allá de lo soportable. Profundizó la exploración y ella soltó un gemido de placer. Giró la cabeza y le mordió el cuello.

– Te quiero dentro de mí cuando alcance el orgasmo.

– En el mismo lugar en el que quiero estar yo -la soltó despacio y, con respiración pesada, la giró.

Ella se puso de rodillas y alargó la mano hacia el preservativo que había depositado en el costado de la bañera.

Alzó las caderas y con celeridad ella se lo enfundó. Luego, se sentó a horcajadas encima del pene, se apoyó en sus hombros y, despacio, se hundió sobre la erección, extasiándose con la sensación de que la llenara mientras el agua caliente- remolineaba alrededor de ambos. Él adelantó el torso y le succionó los pechos al tiempo que le acariciaba la espalda y le coronaba el trasero, dejando que fuera ella quien estableciera el ritmo.

Decidida a no renunciar al control con tanta rapidez en esa ocasión, mantuvo un ritmo pausado, echó la cabeza atrás, cerró los ojos y se perdió en las sensaciones que la llenaban. Pero no pasó mucho hasta que las embestidas ascendentes de Jackson ganaron ímpetu y su control se evaporó. El ritmo aumentó y al sentir los primeros indicios de liberación, no fue capaz de contener una exclamación de placer.

– Ahora -susurró.

El orgasmo la conquistó con palpitaciones veloces por todo su sistema. Las manos de él se cerraron con más intensidad sobre sus caderas y, con un gruñido bajo, enterró la cara entre sus pechos. Ella le abrazó la cabeza y lo mantuvo pegado contra su martilleante corazón, temblando con los deliciosos estremecimientos que todavía la recorrían.

Cuando su respiración recuperó algo parecido a la normalidad, abrió los brazos. Jackson alzó el mentón y le dedicó una media sonrisa perversa.

– Vaya. He de decirte, Riley, que haces que el estereotipo de contable aburrida se vaya por el desagüe de la bañera.

– Soy aburrida en el trabajo.

– Debe de ser el material, no la mujer, porque de aburrida no tienes nada.

– Gracias -le pasó la yema del dedo por la nariz y sonrió-. Y ahora, sí que estoy preparada para ese donut.


A última hora del lunes por la mañana, después de un productivo desayuno de trabajo con Marcus Thornton y Paul Stanfield en el que se discutieron proyectos futuros, Jackson subió con los dos en el ascensor hasta las oficinas de Atlanta, para que pudiera conocer a los miembros del personal.

– Tenemos un gran grupo aquí -comentó el presidente-. De primera.

Ni por un momento dudaba de que Marcus, que llevaba en el negocio de los edificios comerciales desde hacía más de treinta años y era muy respetado, dispondría de una excelente unidad de apoyo. Esperaba que sus esfuerzos de unir Prestige con Élite resultaran en una fusión que catapultara más su carrera.

Salieron del ascensor e iniciaron la ronda.

Conoció a algunos ejecutivos nuevos y renovó el contacto con algunos otros que habían asistido al almuerzo en la casa de Marcus en el lago. Cada vez que se dirigían a un grupo nuevo de despachos o cubículos, el corazón se le disparaba y se preguntaba si se encontraría con Riley.

Santo cielo, no se la había quitado de la cabeza en ningún momento. Las imágenes de ellos haciendo el amor llenaban cada rincón de su mente, dificultándole la concentración. Al seguir a Marcus y a Paul y girar por la última esquina, al instante vio la placa de latón que ponía Riley Addison en el último despacho. La puerta estaba abierta y Marcus llamó con suavidad a medida que los tres entraban.

– Buenos días, Riley.

Ella dejó de teclear datos en el ordenador y giró en el sillón para mirar a sus visitantes.

Y las mariposas despertaron en el estómago de él.

Con elegancia se incorporó y sonrió.

– Buenos días, Marcus. Paul. Jackson.

Nada en su expresión o su voz delató que apenas unas horas atrás habían estado desnudos juntos. Le molestó saber que su estado era casi febril cuando ella mantenía la calma y la ecuanimidad.

– He traído a Jackson para que vea las oficinas y conozca a parte del personal antes de marcharse al aeropuerto -indicó Paul.

– ¿Qué te parece nuestra oficina, Jackson?

– Bien organizada. Muy abierta e interactiva -le sonrió-. Gente muy agradable.

Marcus miró su reloj y dijo:

– Paul y yo tenemos una conferencia en cinco minutos, así que debemos irnos. Riley, ¿te importaría acompañar a Jackson hasta los ascensores?

– No hay problema -respondió.

Después de estrecharse las manos, Jackson se encontró a solas con ella. Mirándola. Con el corazón martilleándole. Y, algo inusual en él, sin saber qué decir.

Ella rodeó el escritorio y se apoyó contra la madera oscura. La falda le llegaba justo por encima de las rodillas y llevaba unas sandalias amarillas de tacón alto que hacían cosas increíbles a sus ya increíbles piernas. Jackson no entendía cómo todos los hombres de Atlanta no hacían cola ante su despacho.

Carraspeó y con la cabeza indicó la montaña de papeles que tenía en su escritorio.

– Parece que estás agobiada.

– Un poco. He estado trabajando a destajo en una presentación para una reunión con Paul mañana por la tarde -esbozó una media sonrisa-. Creo que sufro de un severo caso de envenenamiento de Power Point.

Él rió.

– Me quedan unos quince minutos antes de tener que marcharme para el aeropuerto y estoy desesperado por un café. Pensaba en tomar uno en la cafetería de abajo. ¿Te apetece acompañarme?

– La verdad es que yo también necesito la cafeína. Yo, mmm, no dormí mucho anoche.

– En ese caso, pediremos dos capuchinos dobles.

Intercambiaron una mirada de percepción sensual y Jackson apenas resistió el impulso de aflojarse la corbata que súbitamente lo ahogaba. Entonces, ella se apartó de la mesa y pasó junto a él de camino al pasillo, dejando una sutil fragancia a vainilla a su paso. La siguió, tratando, sin éxito, de fijar la vista en su nuca y no en su trasero. Después de pasar delante de la mesa de la recepcionista, cruzaron unas pesadas puertas de cristal y fueron hacia los ascensores. Riley apretó el botón de bajada.

Mirándole el perfil, dijo las palabras que habían estado reverberando toda la mañana en su cabeza.

– Anoche fue… asombroso.

Ella giró la cabeza y él percibió el destello de calor en su mirada.

– Por usar una de tus frases, lo mismo digo.

– Cuando desperté, ya no estabas -lo había sorprendido lo mucho que lo había molestado, lo fría y sola que había parecido la cama sin ella. Lo mucho que había deseado que fuera lo primero que viera al despertar.

– Necesitaba ir a casa a dormir unas horas antes de prepararme para el trabajo. Pensé que podrías despertarte cuando me despedí con un beso, pero estabas profundamente dormido.

– Porque alguien me agotó.

– ¿Es una queja? -preguntó con un brillo burlón en los ojos-. Porque podemos pasar por el departamento de reclamaciones. Está en la tercera planta.

Él se acercó.

– Sí, porque odio cuando una mujer hermosa y sexy me hace el amor hasta que me deja sin poder mover un músculo.

Las puertas del ascensor se abrieron y entraron en el habitáculo vacío. En cuanto se cerraron, Jackson cedió al deseo que lo carcomía y la pegó a la pared.

– Buenos días -dijo, luego la besó intensamente, buscando recuperar el delicioso calor que había probado la noche anterior.

Ella gimió y le devolvió el beso, rodeándole la cintura con los brazos y bajando las manos para aferrarle el trasero y pegarlo con fuerza contra ella. El cuerpo de Jackson reaccionó con celeridad y la sangre bajó a su entrepierna; con un gemido, acarició esas curvas femeninas que había explorado la noche anterior.

Un débil «ding» atravesó la bruma de lujuria que lo engullía. Con un jadeó, ella quebró el beso y se apartó de él con celeridad, alisándose la blusa y la falda. Con un mueca, él la imitó lo mejor que pudo, agradecido de llevar un traje cruzado, ya que la chaqueta camuflaba su estado de excitación. Las puertas se abrieron y cruzaron el suelo de mármol de color verde oscuro del vestíbulo.

– No estoy segura, de necesitar todavía el capuchino -comentó ella con un murmullo ronco al tiempo que lo miraba de reojo-. Ese beso ha representado una sacudida potente.

Entraron en la cafetería y después de que él pidiera dos cafés, Riley le sonrió al cajero y dijo:

– Y dos donuts, Michael.

Éste le sonrió.

– Marchando, Riley.

– Compran los donuts en Lo Más Dulce -le explicó ella a Jackson-. Pensé -qué quizá quisieras uno para el camino…

– Jamás diría que no a un donut.

Jackson llevó la bandeja a una mesa en un rincón. Una vez sentados, alzó la taza de plástico.

– Por… -titubeó, dándose cuenta de lo que quería decir… «por más noches increíbles juntos» probablemente no fuera apropiado.

– Por la salud y el éxito -aportó ella, entrechocando la taza de plástico con la de él.

Jackson bebió un sorbo y luego le dio un bocado al donut.

Ella también dio un mordisco, cerró los ojos y masticó con una expresión extasiada que lo paralizó. Comía con la misma pasión que había mostrado la noche anterior, algo que no hizo nada para aliviar la palpitación de su entrepierna.

Después de tragar, ella abrió los párpados y sus miradas se encontraron.

– Me encanta la comida -explicó.

Durante el espacio de varios latidos del corazón, simplemente se miraron, y el espacio entre ambos se llenó con una palpable percepción sexual. Luego ella apartó la vista y continuó comiendo.

– Bueno, no creo que debas preocuparte por las calorías, ya que anoche quemamos bastantes -apoyó los antebrazos en la mesa de fórmica y adelantó el torso-. En especial durante la Tercera Ronda.

Un rubor delicado se extendió por sus mejillas, sorprendiéndolo y encantándolo. Necesitó mucha voluntad para no alargar la mano y acariciarle la mejilla.

– Mmm, la Tercera Ronda -repitió con suavidad-. Fue bastante atlética.

– Eres deliciosamente… flexible.

– Me alegra comprobar que mis clases de yoga dan sus frutos.

– Bueno, ¿qué predice Madame Omnividente para nuestro futuro? -preguntó con tono ligero, aunque por motivos que no le interesaba examinar, todo su ser estaba alerta, esperando la respuesta.

Ella frunció los labios.

– Predice una incomodidad inicial que no tardará en desvanecerse a medida que las cosas regresen a la normalidad.

– ¿Normalidad?

– Exigencias imperiosas de marketing y negativas igual de imperiosas de contabilidad. Correos electrónicos secos. Contrariedades. Informes de gastos mal documentados -sonrió-. Ya sabes, lo normal.

– Quizá la relación que hay ahora entre nuestros departamentos mejore. Después de todo, nosotros nos hemos llevado bastante bien fuera del trabajo.

– Sí, pero, sólo porque acordamos no hablar de trabajo. Ahora estamos de vuelta en la oficina. Y tú regresas a Nueva York, donde vives… a mil quinientos kilómetros de aquí. Sólo tenemos el trabajo.

Ella tenía razón. Por supuesto. Le costaba aceptarlo únicamente porque la tenía muy cerca… tan tentadoramente cerca… En cuanto se largara de allí, su cabeza empezaría a funcionar otra vez con claridad. No obstante, no le costaba imaginar que pasaba otra noche con Riley en la cama.

– ¿Madame Omnividente predice algo más?

– ¿Como qué?

– ¿Como que puedas ir a Nueva York a pasar un fin de semana? -la observó con atención, achacándole a la cafeína la velocidad a la que le palpitaba el corazón.

Finalmente, ella respondió:

– Eso es muy tentador, pero…

– Por experiencia sé que casi nunca sale nada bueno después de la palabra «pero». Escucha, sé que cualquier atracción tan ardiente como ésta se consumirá deprisa. Pero no siento que la nuestra aún esté consumida.

– Puede que no, pero yo sé por experiencia que así como al principio los opuestos se atraen, esa atracción se desvanece con rapidez.

– Estoy de acuerdo. Así que ninguno se engaña pensando en algo a largo plazo.

– Lo que sugieres es que hagamos a un lado todos los motivos por los que esto es una mala idea y nos consumamos en una llamarada de pasión.

– Sí.

– A pesar de lo tentadora que es tu invitación, de lo tentador que eres tú, no es una buena idea.

– ¿Por qué?

– ¿Necesitas preguntarlo? Nuestra situación laboral ya está, bastante complicada sin que debamos añadirle sexo a la combinación.

– Es demasiado tarde. Ya lo hemos hecho.

– Muy bien, entonces digamos que sin añadirle más sexo. Estabas aquí, nos sentimos atraídos, actuamos en consonancia. Fin de la historia. Convertidlo en algo más sería un error.

– Soy perfectamente capaz de mantener mis vidas profesional y personal separadas, Riley.

– Bien por ti. Yo no estoy segura de serlo. Luego está el hecho de que, aparte de cuando estamos en la cama, apenas nos conocemos. Y casi todo de lo poco que sé, al menos lo que atañe al trabajo, me irrita. Y para colmo, tenemos cero en común, y como tú vives en Nueva York, resultas geográficamente indeseable. No le veo sentido a prolongar algo que está destinado al fracaso desde el punto de partida.

– Como «apenas nos conocemos», afirmación con la que no estoy de acuerdo, por cierto, ¿cómo sabes que tenemos cero en común?

– La serie de correos electrónicos menos que amigables que hemos intercambiado me brinda una buena idea. Como somos tan diferentes acerca de nuestra ética de trabajo, es lógico pensar que en lo demás nos pasará igual.

– Pues yo no creo que nuestra ética de trabajo sea tan diferente. Los dos estamos orientados hacia nuestras profesiones y nos tomamos en serio nuestros trabajos. En cuanto a las cosas ajenas al mundo laboral, a los dos nos gustan los donuts.

– A todo el mundo le gustan los donuts, Jackson.

– ¿Qué me dices de que ambos hemos sufrido la convivencia de nuestros hermanos durante su etapa universitaria?

– Ésa es una cosa. Y seguramente, la única.

– No lo sabes.

– ¿No? Te lo demostraré. ¿Cuál es tu comida favorita?

– La tailandesa.

– La italiana. ¿Tu género favorito de cine?

– El thriller.

– La comedia romántica. ¿Color predilecto?

– El azul.

– El amarillo. ¿Deporte favorito?

– El tenis.

– El béisbol. ¿Cómo pasaste tu último día libre?

– En la cama. Contigo.

Ella parpadeó.

– Antes.

Él pensó un segundo.

– Fui a comprar el regalo de cumpleaños de mi hermana, luego asistí a la nueva exposición del Museo de Arte Metropolitano.

– Yo le doy a mi hermana vales de regalo porque odiaría cualquier cosa que eligiera para ella, y no he visitado un museo desde que fui en el instituto -extendió las manos-. ¿Ves lo que digo? Nada en común.

– Si tiene lugar la fusión, entre Prestige y Élite, lo más factible es; que las oficinas se unan, probablemente aquí en Atlanta. Lo que significa que mi trabajo se trasladaría aquí.

– ¿Te vendrías a Atlanta? -enarcó las cejas.

El titubeó, preguntándose qué lo había impulsado a decir eso, cuando el traslado jamás había figurado en sus planes.

– Sinceramente, no lo sé. Mi plan siempre ha sido ascender y dejar huella en Nueva York, pero supongo que tomaría en consideración un traslado si Prestige me hiciera una oferta que no pudiera rechazar.

– Ahí hay muchos condicionales. Y aunque la fusión tuviera lugar, y aunque tú te vinieras aquí, lo único que cambiaría entonces es que ya no serías geográficamente indeseable. Seguiríamos sin nada en común a una distancia más próxima. Y si te quedas en Nueva York, bueno, no tengo el tiempo, la energía ni el deseo de establecer una relación a larga distancia.

– No puedo estar en desacuerdo con ninguno de tus puntos. Pero luego está esto… -le tomó la mano y se la llevó a la boca para darle un beso ardiente en la piel pálida de la parte interior de la muñeca, un punto que la noche anterior había descubierto que era sensible.

Respiró de forma entrecortada al tiempo que retiraba con delicadeza la mano.

– Sí, está eso. Pero ya lo hemos hecho. Así que dejémoslo en… eso.

La estudió durante varios segundos, pero cuando vio que se trataba de una resolución firme, asintió.

– De acuerdo.

Habría disfrutado de otra noche con ella pero estaba en lo cierto… tenían poco en común personalmente y menos profesionalmente. Tarde o temprano, la chispa se habría apagado.

Miró su reloj, confuso por el profundo pesar que experimentaba.

– He de irme, o perderé el vuelo. Gracias por un… placentero fin de semana.

– Lo mismo digo -le guiñó un ojo-. Retoca ese presupuesto y le echaré un vistazo.

Él asintió y se puso de pie.

– Es mi máxima prioridad.

Ella se levantó también.

– Que tengas un buen viaje.

– Gracias -maldición, quería despedirse con un beso, pero como no quería colocarla en una posición incómoda por si alguien los veía, le ofreció la mano. Cuando se la estrechó, sintió el mismo hormigueo que la primera vez que la vio-. Adiós, Riley.

– Adiós, Jackson.

Se obligó a soltarla, cruzó el vestíbulo y giró la esquina en dirección aparcamiento donde había dejado el coche alquilado. En cuanto la tuvo fuera de vista, respiró aliviado. De acuerdo, había tenido un magnífico fin de semana. Un sexo increíble. Y, sí, en ese momento sólo pensaba en ella. Pero en cuanto llegara a casa y volviera al trabajo, Riley y ese fin de semana se transformarían en un recuerdo agradable.

Desde luego.

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