Capítulo 6

El viernes siguiente por la noche, Riley estaba a su mesa estudiando los números del segundo semestre. Sonó su teléfono, pero dejó que saltara el buzón de voz, ya que hacía horas que la oficina había cerrado.

Después de repasar los extractos de beneficios y pérdidas, desvió la vista hacia la pantalla de su ordenador y gimió. Las ocho y media. Y aún le quedaba un mínimo de una hora de trabajo, por no mencionar el que pensaba llevarse a casa para el fin de semana.

Necesitada de un poco más de descanso de los números que danzaban ante sus ojos, dio un mordisco al sándwich y activó su correo electrónico. Dejó de masticar al ver que Jackson le había enviado tres correos: uno a las tres de la tarde y los otros dos hacía unos diez minutos.

Se había marchado hacía cuatro días, pero aún parecía ocupar cada centímetro de su mente. De hecho, había abierto los correos que Jackson le había enviado esa semana con una ansiedad que la consternaba. Y había quedado más consternada al descubrir que los mensajes sólo contenían informes y recibos de gastos, todos adecuadamente documentados. Su decepción la irritaba y confundía. ¿Qué esperaba? ¿Que le enviara mensajes eróticos por el correo electrónico de la empresa?

Tragó el bocado y abrió el correo de la tarde. Era breve e iba al grano, informándole de que pensaba enviarle el presupuesto revisado de marketing más tarde ese mismo día y le requería que le diera máxima prioridad.

El segundo era una actualización enviada a toda la empresa informando de los cambios producidos en la página web de la página de Prestige. Abrió el tercero, que contenía un archivo adjunto etiquetado Presupuesto de Marketing Revisado. Lo había enviado a las ocho y doce minutos.

He tardado más de lo previsto en acabar esto, pero te lo envío ahora para que lo tengas a primera hora del lunes. Sé que estás agobiada de trabajo y que es pedir mucho, pero cualquier prioridad que le puedas dar será apreciada. Todo está preparado para ponerse en marcha, pero sin los fondos adicionales, mis manos están atadas. También acabo de dejarte un mensaje en el buzón de voz sobre lo mismo, por si se diera el caso de que el ciberespacio se tragara mi correo. A la espera de tus noticias.

Al terminar de leer, alzó el auricular y accedió al buzón de voz. Con el corazón martilleándole de forma absurda, apretó el auricular con fuerza y escuchó. La voz suave y profunda de Jackson se filtró en su oído, diciendo casi palabra por palabra lo que acababa de exponerle en el correo electrónico. Cerró los ojos y se materializó una imagen vivida de él. Alto, atractivo, con una sonrisa burlona en esa boca hermosa, los ojos azules brillando de picardía y deseo. Cuando terminó el mensaje, colgó y se mordió el labio inferior, cuestionando la sabiduría de lo que estaba pensando.

– ¿Qué demonios -musitó, alzando otra vez el auricular. ¿Qué tenía que perder aparte de unas pocas horas más de sueño?

Marcó el número del despacho de la oficina de Jackson antes de que pudiera arrepentirse.


Habían pasado cuatro días desde la última vez que se habían visto, y no había sido capaz de quitársela de la mente. La sensación de tenerla en los brazos, alrededor de él, el sabor de sus besos, la fragancia dulce y a vainilla de su piel, la suavidad de su pelo…

Todo eso penetraba en su cerebro y se negaba a marcharse, con una intensidad que lo llenaba de deseo y añoranza. Y lujuria. No se había sentido tan aturdido y excitado desde… ya ni lo sabía. Pero; de algún modo, no podía quitarse la sospecha de que sentía algo más que lujuria.

Estaba perdiendo la cabeza. Pero sé dijo que en cuanto solucionar el asunto del presupuesto, podría dejar de pensar en ella. Era natural que la tuviera en la mente mientras repasaba el presupuesto, ya que necesitaba enviárselo para obtener su aprobación. Pero nada más conseguirla, el contacto entre ellos se reduciría considerablemente, y podría delegar casi todo lo que requiriera un contacto con el departamento de contabilidad en uno de los directores adjuntos. Sí, en cuanto se cerrara el presupuesto, la desterraría de la memoria.

Sonó el teléfono de su despacho y gimió. Tenía que ser Brian… otra vez. Su hermano estaba decidido a arrastrarlo a un club esa noche, a pesar de las tres negativas que ya le había dado. Alargó la mano y apretó la tecla de manos libres.

– Por última vez, no quiero ir -gritó antes de llevarse una gamba a la boca de la cena china que había pedido.

Un momento de silencio, luego por el altavoz sonó la voz ronca y divertida de Riley.

– De acuerdo. Pero no recuerdo haberte preguntado si querías ir.

El corazón le dio un vuelco y se irguió en la silla. Tragó con precipitación la gamba.

– Jackson… ¿estás ahí?

– Sí, lo siento. Pensé que eras mi hermano. Hola.

– Hola. Mmm, ¿cómo estás?

– Bien, ¿y tú?

– Bien, gracias. Trabajaba hasta tarde y vi tus correos. En cuanto a lo de repasar tu presupuesto… estaré fuera de la oficina el lunes y el martes de la semana próxima, de modo que si esperamos hasta después del fin de semana, no podré ponerme con ello hasta el miércoles.

Eso le retrasaría todo el programa aún más. Pero, ¿qué había dicho ella?

– ¿A qué te refieres con eso de «si esperamos hasta después del fin de semana?

– Si estás dispuesto a quedarte en la oficina un rato más, por si tengo alguna pregunta o problema, lo estudiaré ahora.

Clavó la vista en el teléfono como si fuera un ángel de misericordia.

– ¿Hablas en serio?

– Sí. ¿Es eso un sí?

– Absolutamente -se pasó los dedos por el pelo-. Te agradezco que lo hagas.

– Estoy segura de que no es tu intención sonar tan aturdido.

– Bueno, sí estoy sorprendido. Quiero decir, es viernes por la noche. Seguro que tienes mejores cosas que hacer.

– Me perderé el partido de los Braves por la tele. Y si tuvieras una idea de lo aficionada que soy al béisbol, entenderías el sacrificio que estoy haciendo.

– Sé que no me gusta perderme ningún partido de tenis televisado. Lo entiendo y te debo una. De verdad te lo agradezco.

– De nada. Bueno, me pondré manos a la obra.

– Bien. Estaré aquí si tienes alguna pregunta.

– Estupendo. Te llamaré más tarde.

Cortó y Jackson hizo lo mismo. Luego se reclinó en el sillón, juntó las manos detrás de la cabeza y sonrió.

Lo había llamado. E iba a volver á llamarlo más tarde. No había tenido ningún plan para esa noche… salvo estar ante el televisor, lo que no contaba. Eso respondía una pregunta que lo había hostigado todo el día: si esa noche tendría una cita. Había intentado desterrar la perturbadora imagen de la cabeza, porque no le gustaba lo que le hacía sentir la idea de ella con otro hombre.

Pero había sacrificado ver el partido por él. Y aunque no era lo más sensato, le gustó cómo lo hizo sentir.


Las siguientes horas pasaron volando con los borradores y el papeleo que se había ido acumulando en su mesa. Justo pasada la medianoche, sonó el teléfono. El corazón le dio otro vuelco y se dijo que simplemente se debía al hecho de que el sonido lo había sobresaltado. Después de apretar la tecla del manos libres, dijo:

– Aquí Lange.

– Jackson, soy Riley. Tenemos un problema.

Maldición.

– ¿Qué clase de problema?

– Los números no cuadran. En algún punto has cometido un error… o bien has introducido una cantidad equivocada o bien has transpuesto un número. O quizá se trata de un error de fórmula en la hoja de cálculo. ¿Tienes a mano los documentos originales?

– Aquí mismo -acercó los papeles.

– Bien. Empecemos con los gastos de viajes y partamos desde ahí. Descubriremos dónde está el error.

Estuvo de acuerdo. Al final, cuando comprobaban los gastos generales y administrativos, encontraron la discrepancia.

– Veamos si es ésta -pasó casi un minuto de silencio hasta que ella dijo-: Lo es. Ahora todo cuadra. Introduce la corrección en tu hoja de cálculo y luego vuelve a enviarme el archivo.

– ¿Y el presupuesto? ¿Está aprobado?

– Por mi parte, sí. Desdé luego, Paul tiene que firmarlo, pero no veo ningún motivo para que no lo haga. Me aseguraré de enviarle todos los documentos, con una nota de alta prioridad, antes de irme esta noche, para que pueda ocuparse a ello a primera hora del lunes. Felicidades, Jackson. Ya tienes un nuevo presupuesto.

Lo que lo acercaba un paso más a conseguir aquello para lo que lo habían contratado… unir Prestige y Élite.

– Gracias. ¿Té he dicho lo mucho que aprecio lo que has hecho esta noche?

– Sí… pero unas reverencias adicionales hacen que una chica se sienta bien -rió.

– Estoy de rodillas.

Ella bufó por la línea.

– No es verdad. Estás sentado en tu cómodo sillón diciéndome que estás de rodillas.

– Lo que cuenta es la idea. De verdad, te estoy extremadamente agradecido por quedarte hasta tarde para ayudarme. Si alguna vez hay algo que pueda hacer para devolverte el favor, no dudes en pedirlo.

– De acuerdo. Y no creas que no te lo cobraré. Me gusta mantener el debe y el haber equilibrados. Es la contable que llevo dentro. Y ahora ponte con el archivo para que ambos podamos irnos a casa, ¿de acuerdo?

– Estoy en ello.

– Bien. Que tengas un buen fin de semana.

– Gracias. Tú también -antes de que pudiera pensar en un motivo para no hacerlo, alzó el auricular y se lo pegó al oído-. Riley, espera. ¿Qué te parece si me das tu dirección de correo electrónico?

– La tienes, genio. Has estado enviándome mensajes irritantes desde tu primer día en la empresa.

– Me refiero a tu dirección personal -cuando ella titubeó, añadió con rapidez-: Mi madre me reenvía bromas y ese tipo de cosas que recibe de sus amigas. Ayer me mandó una receta que podría interesarte.

– ¿Tu madre te envía recetas?

– Pensé que no se te daba bien cocinar.

– Y soy malo, pero no pierde las esperanzas y trata de animarme. Ya sabes, para que no me muera de hambre o cene donuts.

– ¿Es que los donuts no son para cenar? -percibió la sonrisa de él ante su tono de incredulidad-. Nunca me lo habían dicho. Bueno, ¿y de qué es la receta?

– De los brownies más increíbles del planeta -el aliento entrecortado de ella le recordó el sonido erótico que emitía justo antes de experimentar el orgasmo.

– Santo cielo.

Él se movió en el asiento.

– Según las señoras del club de canasta de mi madre, no se trata de ninguna exageración. Si me das tu correo electrónico, te la enviaré.

– Hecho.

Mientras la apuntaba, sonreía.

– Y no olvides esto -continuó ella-. Si no me mandas esa receta, considera denegados tus siguientes tres informes de gastos. Y ahora ve a mandarme ese archivo corregido.

– Lo haré. Buenas noches, Brownie.

– Ja, ja. Buenas noches.

Colgó el auricular y no pudo contener la sonrisa al contemplar la nota con su dirección de correo electrónico.

Lo único que le faltaba era conseguir una receta.

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