Cuando Jackson llegó al trabajo el lunes por la mañana, treinta minutos tarde debido a un retraso en el metro, la oficina ya bullía con la noticia oficial que había llegado a través del correo electrónico de la compañía: Prestige se fusionada con Élite Commercial Builders. La empresa resultante retendría el nombre Prestige y tendría sus oficinas en Atlanta. Los departamentos que en ese momento tenían su sede en Nueva York serían trasladados. A todos los empleados se les daría a elegir entre el traslado o una generosa indemnización por despido. Al día siguiente por la tarde se había convocado una reunión para discutir los detalles. Marcus quería que la transición y el traslado físico se llevaran a cabo con la máxima fluidez y rapidez posible, declarando que el objetivo era de tres meses.
Jackson se sirvió un café, escapó del grueso de empleados reunido en la sala de descanso y fue a su despacho para meditar la situación. Desde luego, su decisión dependía de factores que aún eran una incógnita… la oferta que le haría Prestige y si Winthrop entraría en el juego. Si Winthrop le hacía una oferta, cuál sería. Siempre había sabido que se le plantearía una decisión de ese tipo. Con lo que no había contado era con la introducción de otros factores. Como Riley.
Maldijo para sus adentros. Había trabajado mucho y duramente como para tomar una importante decisión profesional basada en una mujer a la que sólo hacía unas semanas que conocía.
En ese momento sonó el teléfono, una interrupción bienvenida para sus pensamientos atribulados.
– Aquí Jackson Lange.
– Acabo de leer la noticia de la fusión -dijo Riley-. Tu duro trabajo ha dado sus frutos. Felicidades.
– Gracias -se reclinó en el sillón de cuero y cerró los ojos, imaginándosela en la oficina. Un anhelo que no fue capaz de definir, el mismo que experimentó la noche anterior solo en su cama y que se repitió al despertar solo esa mañana, le retorció las entrañas-. Es un buen trato.
– Estoy de acuerdo. Desde luego, los próximos meses van a ser una locura mientras se lleve a cabo la transición. Cuando pienso en la pesadilla contable que está a punto de caer sobre mi departamento al tener que integrar sistemas y procedimientos múltiples, me siento tentada a flagelarte el trasero por hacer que esto sucediera.
– ¿Es una promesa?
Ella rió.
– Con todo, el trabajo que va a generar esto, puede que no vuelva a vertía luz del día.
– Te enviaré una caja de bombillas.
– Preferiría de donuts.
– Tomaré nota de ello.
– Como quieren realizar el traslado con celeridad, supongo que no tardarán en plantearte la oferta para que aceptes el cambio. Probablemente, esta semana.
– Probablemente -convino él.
– Me encantará ayudarte a buscar una casa aquí.
– Eso… me gustaría -«si surge la necesidad».
Experimentó, una sensación incómoda en el pecho, y no hacía falta ser un genio pasa averiguar qué era: culpabilidad. Aunque no había mentido, se sentía mal. Pero no quería decírselo hasta que hubiera algo que decir, por miedo a que comentara algo del estilo de «Por favor, no aceptes otro trabajo en Nueva York. Por favor, ven a Atlanta». Y él respondería: «De acuerdo». No podía arriesgarse a tomar la decisión equivocada por los motivos equivocados.
Sonó su otra línea de teléfono y se sintió avergonzado de pensar que lo había salvado la campana.
– Me está entrando otra llamada -indicó-. Te lo haré saber en cuanto sepa algo -debería haber terminado en ese instante, pero antes de poder contener las palabras, añadió-: Te echo de menos.
– Yo también -corroboró ella con voz levemente sensual-. Adiós.
– Adiós -cortó, luego respiró hondo antes de aceptar la otra llamada-: Jackson Lange.
– Jackson, soy Ted Whitman de Winthrop Hoteles. Me preguntaba si hoy está libre para el almuerzo.
Jackson consultó la agenda.
– Sí -después de acordar el lugar y la hora, colgó despacio.
Ted no lo incitaría a comer si no pensaran ofrecerle el puesto en Winthrop. Las cosas se movían deprisa. Aún tenía la mano en el teléfono cuando volvió a sonar, en esa ocasión con el timbre que indicaba una llamada interna.
Al contestar, la secretaria de Paul Stanfield le dijo:
– A Paul le gustaría verlo en su despacho a las tres de esta tarde si su agenda lo permite.
– A las tres está bien.
Una reunión con el director financiero. Sin duda para ofrecerle una oferta de traslado. Lo que significaba que iba a tener que tomar una decisión muy importante… e incluso antes de lo que había pensado.
El martes por la noche, Riley se mantuvo ocupada doblando la ropa limpia, sacando la comida caducada de la nevera, aspirando todas las motas de polvo de debajo de los sofás y sillones… haciendo cualquier cosa que la ayudara a evitar volverse loca mientras esperaba que sonara el teléfono.
Deseó que existiera una Madame Omnividente que pudiera predecir el futuro. Pero aunque no supiera con exactitud qué iba a depararle, en ningún momento dudaba de que su futuro incluía a Jackson. Lo amaba. Quería estar con él. A su lado, se sentía más relajada, atrevida y feliz que nunca en su vida. Estaba dispuesta a dar el siguiente paso.
Sólo rezaba para que él sintiera lo mismo y no le destrozara el corazón.
El teléfono sonó, sacándola de su estado de ensueño. Alzó el auricular y se lo pegó al oído.
– ¿Hola?
– Soy yo -repuso la voz profunda de Jackson-. Lamento que sea tan tarde. Pero estoy seguro de que puedes imaginar que las cosas en la oficina están desbordadas.
– Aquí también lo están -se dejó caer en el sofá-. Suenas muy cansado.
– Lo estoy.
– Me gustaría poder darte un bonito y prolongado masaje de hombros -anhelaba tocarlo.
Él soltó una breve risa.
– Ni la mitad de lo mucho que lo deseo yo.
Varios segundos de silencio se estiraron entre ambos, hasta que, incapaz de soportar por más tiempo el suspense, Riley preguntó:
– Supongo que sabes que me muero por conocer la noticia. ¿Prestige te hizo una oferta para trasladarte a Atlanta?
– Sí.
– ¿Una buena oferta?
– Muy buena.
«Gracias, Dios» Cerró unos momentos los ojos y absorbió la impresión mental de Jackson y ella juntos. De revelarle que lo amaba y él decirle qué era algo recíproco. De pedirle que se fuera a vivir con ella en vez de ponerse a buscar una casa. Del futuro juntos, lleno de infinitas posibilidades.
Abrió los ojos, y sonrió.
– Eso es maravilloso, Jackson. Estoy impaciente…
– Hay más, Riley.
Algo en su tono la llevó a apretar con fuerza el auricular.
– ¿Más?
– También he recibido una oferta de Winthrop Hoteles.
Ella frunció el ceño al oír el nombre de la conocida cadena de hoteles, de lujo.
– ¿Cómo ha sido eso?
– Me entrevisté con ellos el mismo día que viajé a Atlanta.
Tardó unos segundos en digerirlo.
– Nunca mencionaste que buscabas otro trabajo, o que hubieras tenido una entrevista para uno.
– Llegué a la conclusión de que no valía la pena mencionarlo hasta que hubiera algo que mencionar.
– ¿No pensaste que el hecho de que consideraras dejar Prestige merecía la pena ser mencionado?
– No quería que te preocuparas por algo que quizá no sucediera jamás.
– Comprendo -dijo, aunque no comprendía nada-. ¿Dónde es el trabajo de Winthrop?
– Aquí, en Nueva York.
– Y doy por hecho, ya que lo mencionas ahora, que estás analizando su oferta.
– Es un puesto ejecutivo de responsable de marketing, Riley. Un puesto que han creado pensando en mí. Es un gran paso en la ascensión a la cima. Sabes lo importante que es eso para mí.
– Sí, lo dejaste bien claro. Pero dijiste que Prestige te había hecho una muy buena oferta.
– Sí. La de Winthrop es mejor.
Las pequeñas burbujas del sueño que flotaban sobre su cabeza comenzaron a explotar. Sintió un nudo en la garganta y se obligó a tragar saliva para aliviar la aprensión que empezaba a manifestarse. Obligándose a sonar animada, dijo:
– Bueno, parece que tienes que reflexionar mucho. Si quieres hablar de ello, te escucharé encantada.
– Ya he reflexionado sobre ello. Esta tarde acepté la oferta de Winthrop. He hablado con Paul y le he entregado mi dimisión. Se lo tomó bastante bien, ya que en base a las conversaciones que habíamos mantenido, había sospechado que continuaría mi camino si la fusión salía adelante. Acordamos que me quedaría las próximas tres semanas para ayudar en la transición, y luego…
– Desaparecerías -expuso con voz monótona-. Desaparecerías -cerró con fuerza los ojos y trató de respirar hondo, pero sentía el pecho aplastado. Toda la esperanza y felicidad atesoradas unos momentos atrás, se habían apagado.
El silencio se alargó entre ellos.
– Estás muy callada -dijo él al final.
– No sé qué decir.
– ¿Qué tal felicidades?
– De acuerdo. Felicidades -repitió sin el más mínimo entusiasmos.
– Comprendo que es algo inesperado…
– ¿Algo?
– De acuerdo, quizá más que algo, pero continuemos desde aquí. Estaba pensando, ¿qué te parece si voy este fin de semana y…?
– No.
Jackson calló al oír esa única palabra, con un tono que nunca antes había empleado Riley. Sintió un hormigueo de aprensión por la espalda.
– ¿Qué quieres decir con «no»? -inquirió despacio.
– Quiero decir que no quiero que vengas este fin de semana.
Apretó el auricular.
– De acuerdo, entonces el próximo.
– No. Y tampoco el siguiente fin de semana, ni el otro.
No había equívocos en el sentido de la frase; se mesó el cabello con gesto frustrado.
– Riley, que no aceptara el puesto con Prestige no significa que no podamos continuar como hasta ahora.
– Sí, me temo que eso es lo que significa.
– ¿Podrías, por favor, explicar por qué?
– Porque yo no quiero continuar como hasta ahora. Porque quería… más. Esperaba más. De ti. Para nosotros -soltó una risa áspera y sin humor-. Oh, no te preocupes, tu conciencia está limpia. No me engañaste ni me diste motivo alguno para esperar que alguna vez llegaríamos a ser más que una muesca en la cama del otro.
Jackson experimentó un agudo aguijonazo de algo que no pudo nombrar, sumado a una buena dosis de irritación.
– Maldita sea, Riley, tú no eres una muesca…
– Sí, lo soy. El hecho de que tomaras esta decisión sin siquiera hablarlo conmigo lo demuestra. Y demuestra exactamente dónde encajo en tu vida y en tus prioridades. Y está bien. Desde luego, no puedo echarte en cara que sigas tus sueños y progreses en tu carrera. El problema es que yo olvidé dejar mi corazón en la entrada -suspiró-. Pero el hecho de que permitiera que mis sentimientos se… involucraran tanto, bueno, es culpa mía y problema mío. Me ocuparé de ello. Pero ya no quiero seguir involucrada en esto… sea la que fuere la clase de no-relación que hayamos establecido. He terminado.
Jackson trató de asimilar todo lo que había dicho. Era evidente que él le importaba mucho más de lo que nunca le había dicho. Y en ese momento lo quería fuera de su vida.
– Riley, no me di cuenta de que tus sentimientos por mí fueran tan… -se apretó el puente de la nariz y movió la cabeza-. Fuertes -concluyó estúpidamente.
– No veo qué diferencia puede suponer eso. A menos que… que quieras dar a entender que habrías tomado otra decisión de haber sabido que me estaba enamorando de ti.
Él cerró los ojos, temeroso de examinar la respuesta a esa pregunta porque estaba muy cerca del blanco. ¿Acaso no había temido que los sentimientos intensos que ella le inspiraba pudieran influir en sus decisiones, profesionales?
– No podía dejar que los sentimientos tuyos o míos, entraran en una decisión tan importante para mi profesión.
– Bueno. Eso resume y aclara bastante la situación.
– No, no lo creo. Escucha, es tarde, los dos estamos cansados. Hablemos de esto mañana, después de que hayamos descansado un poco.
– No hay nada de qué hablar. Antes de que tomaras esta decisión, había cosas de las que podríamos haber hablado. Pero ahora no queda nada por decir.
– Riley, aunque lo hubiéramos hablado, habría aceptado el trabajo en Winthrop -no pudo ocultar la frustración que sentía.
– Sí, lo has dejado bien claro. Lo cual es perfecto. Pero al menos lo habríamos tratado. Compartido. Al menos yo habría estado al corriente de las cosas.
– A ver si lo entiendo. No estás enfadada porque no me vaya a Atlanta. Te enfurece que hiciera algo sin consultarlo primero contigo, a pesar de que, de todos modos, habría hecho lo mismo.
– Deja que te lo diga con la máxima claridad, Jackson, para que no quede posibilidad de malentendido. Estoy dolida porque descartaras una oportunidad de venir a Atlanta, ya que, como una necia, había creído que teníamos algo especial juntos, y que podría convertirse en algo más. Estoy dolida y enfadada porque tomaste la decisión sin siquiera mencionarme que podía haber otra oferta sobre la mesa. Y estoy furiosa conmigo misma por permitir que mis sentimientos se involucraran en una relación que, para ti, evidentemente, no era más que sexo. El resumen es que hiciste lo que consideraste mejor para ti, y punto. Y ahora yo necesito hacer lo que es mejor para mí. Tú tomaste tu decisión y yo he tomado la mía -suspiró-. Hemos terminado.
Esas dos palabras lo golpearon como un martillo.
– Riley…
– Terminado -la voz se le quebró y el corazón le dio un vuelco-. No quiero saber nada más de ti. Por favor, no me llames ni me envíes correos electrónicos. Se ha acabado.
– No puedo… maldita sea, estás llorando.
– No -negó con voz trémula que contradijo sus palabras-. Pero aunque así fuera, no es problema tuyo. Buena suerte con tu trabajo nuevo. De verdad espero que te haga feliz. Adiós, Jackson.
– ¡Riley, espera! Esto no es… Yo no quiero… -lo invadió una sensación desagradablemente próxima al pánico-. No puedo decirte adiós de esta manera.
– No hace falta. Ya lo he hecho yo.
Antes de que pudiera decir otra palabra, la comunicación se cortó. Lentamente bajó el auricular y se llevó las manos a la cara.
Se sentía… vacío, pero al mismo tiempo con una sensación de pérdida que le quemaba las entrañas como nunca antes había experimentado. Había esperado que pudiera estar molesta. Decepcionada. Pero nunca había imaginado que pondría fin a su relación.
La ira envolvió su dolor. ¿No quería verlo más? ¿Saber nada dé él? Perfecto. Había tomado la decisión correcta.
¿O no?
Desde luego que sí. Se sentía mal por haberle causado dolor…maldición, ni siquiera se había dado cuenta de que le haría daño. Pero Riley había dejado bien claro que había empezado…
A enamorarse de él.
Sintió otra oleada de pérdida. ¿De verdad se había enamorado de él? Pero, de ser eso cierto, no podría haber puesto, fin con tanta resolución a su relación. Y el hecho de que no estuviera dispuesto a cuestionar la decisión de ella, le demostraba que lo que sentía por Riley no era amor. Claro que la echaría de menos, pero seguiría adelante. De hecho, era bueno lo que había sucedido. Se sentía aliviado. Sí… era un alivio. Los sentimientos, las emociones que le inspiraba eran demasiado… poderosos. Confusos. Abrumadores. «Es mejor así», afirmó con énfasis su voz interior. «De verdad».