Capítulo 10

Riley y Jackson escoltaron a Tara al coche.

– No te olvides de llamar para saber que has llegado a salvo -dijo Riley-. Y, por favor, conduce con cuidado.

– Sí, señora -repuso Tara con sonrisa burlona. Se volvió hacia Jackson y, después de darle un abrazo y un beso sonoro en la mejilla, dijo-: Ha sido estupendo conocerte. Y de verdad te agradezco la ayuda que me has prestado hoy. Si alguna vez decides meterte en el negocio de las mudanzas, te escribiré una magnífica referencia.

Jackson sonrió.

– Gracias. Buena suerte con tu apartamento y trabajo nuevos.

Tara se volvió entonces hacia Riley y la abrazó con fuerza.

– Cuida a este hombre. Es de los que hay que guardar -le susurró-. Ya me contarás si tiene un hermano. Te quiero, hermana.

– Yo también te quiero -musitó con un nudo en la garganta.

Tara se subió a la furgoneta, arrancó y, con una sonrisa alegre y un gesto de despedida a través de la ventanilla, fue hacia la salida. Riley continuó con la vista clavada en la esquina después de que el vehículo hubiera girado y desaparecido de vista, hasta que Jackson carraspeó y capturó su atención.

– ¿Estás bien? -le tocó el brazo.

Para consternación de Riley, el labio inferior le tembló y unas lágrimas ardientes se agolparon detrás de sus párpados. Parpadeó con rapidez y asintió… luego negó con la cabeza a medida que una lágrima grande se deslizaba por su mejilla.

– Oh, Riley. Ven aquí, cariño.

Le abrió los brazos y Riley entró en ellos y le rodeó la cintura con sus propios brazos. Enterró la cara en el pecho de Jackson y liberó los sollozos que ya no pudo contener mientras él le palmeaba la espalda, le daba besos suaves en el pelo y le murmuraba palabras de consuelo al oído.

Finalmente, alzó la cara húmeda.

– No sé qué me pasa -movió la cabeza con los ojos anegados-. Pensé que me sentiría feliz de verla irse, pero mírame… estoy hecha una pena.

Él le secó las lágrimas con movimientos delicados de los dedos pulgares.

– En absoluto. Sólo un poco mojada por las lágrimas.

– Hablo aquí -se palmeó el pecho a la altura del corazón-. Una mitad de mí se siente feliz de que se haya ido, otra mitad se siente muy culpable por sentirse así, mientras que la otra mitad ya la echa de menos.

Él esbozó una sonrisa.

– Es evidente que estás alterada, porque eso son tres mitades. Si tus números no cuadran, necesitas ayuda -le plantó un beso en la punta de la nariz-. Entiendo cómo te sientes. Cuando Brian se marchó de mi casa, pensé que me pondría a dar botes de alegría… que una parte de mí hizo, créeme. Pero había otra parte que, de repente, comprendió lo que debieron sentir mis padres cuando abandonamos el nido.

Riley asintió.

– Es eso. Sufro el síndrome del nido abandonado, y ni siquiera soy madre todavía.

– Considéralo una buena práctica para el futuro -su mirada de pronto se tornó pensativa-. Has hecho un buen trabajo con tu hermana, Riley. Eres comprensiva, responsable y paciente. Amable y cariñosa. Algún día, serás una buena madre.

Algo en su voz, en la súbita seriedad que reflejaban sus ojos, le cortó el aliento. Antes incluso de poder pensar en una respuesta, sonó un bip musical. Él se puso tenso de inmediato, luego se llevó la mano al bolsillo de atrás.

– Es mi teléfono.

– ¿Es la llamada que estabas esperando? -le había hablado de su hermana, del embarazo de ésta y de la ecografía a que la someterían ese día.

– Es Shelley -confirmó después de identificar el número en la pantalla.

Riley le indicó que lo esperaría dentro, pero él le tomó la mano y movió la cabeza.

– Quédate conmigo -luego habló al aparato-: Hola, Shell. ¿Cómo estás, pequeña?

Riley vio que fruncía el ceño, percibió la tensión de sus hombros y cómo apretaba el teléfono. Rezó para que las noticias de su hermana fueran buenas. Él cerró los ojos, luego soltó el aliento contenido. Al abrirlos, la amplia sonrisa que exhibía podría haber iluminado un cuarto oscuro.

– Son unas noticias estupendas, Shell. ¿Sabemos ya si es niño o niña? -escuchó varios segundos, luego la sonrisa se amplió. Apartó el teléfono de su boca y le susurró a Riley que iba a ser una niña. Luego volvió a concentrarse en lo que escuchaba y asintió varias veces, después rió y dijo-: Tengo ganas de verte y de darte un gran abrazo. Y prepara la habitación de la niña. Llevaré un montón de cosas rosas desde Atlanta -miró a Riley mientras escuchaba, luego musitó-: Sí, Atlanta está realmente… bien. De acuerdo. Saluda a todos de mi parte. Te llamaré la semana próxima. Yo también te quiero. Adiós.

Cerró el teléfono, se lo metió en el bolsillo, luego alzó a Riley del suelo, y dio varias vueltas con ella, al tiempo que le plantaba un beso entusiasmado en los labios. Volvió a dejarla de pie, pero la mantuvo abrazada y sonrió.

– ¿Qué te parece la noticia?

– Fantástica -Riley le devolvió la sonrisa contagiosa-. Me siento muy feliz por todos vosotros… tío Jackson.

– Voy a tener una sobrina. Eh, ¿cuál es el mejor sitio para hacer compras aquí? Quiero comprar montones de cosas infantiles.

Riley no pudo evitar reír.

– Eres el primer hombre que oigo que pide ir de compras.

Antes de que ella pudiera recobrar el aliento, la alzó en brazos y se dirigió al apartamento.

– Entre el éxito de la mudanza de Tara y la noticia del bebé de Shelley, ha sido un día perfecto.

– Estoy de acuerdo. Celebrémoslo.

– Excelente idea. Y sé exactamente lo que deberíamos hacer.

– ¿Qué?

– Desnudémonos y te lo mostraré.

El calor le llegó a ella hasta los dedos de los pies.

– Ya tengo planeada una sorpresa para esta noche. Será la celebración perfecta.

– ¿Involucra estar desnudos? -preguntó él, mordisqueándole con suavidad la piel y provocándole escalofríos-. Porque de verdad, de verdad, quiero estar desnudo contigo.

Como a ella le sucedía lo mismo, no lo cuestionó.

– ¿Qué te parece si nos desnudamos y nos damos una ducha juntos?

– Una forma imaginativa de ahorrar agua. ¿He mencionado que admiro tu naturaleza ahorrativa?

– En realidad, no -le acarició el cabello de la nuca y se estiró para poder besarle mejor el cuello-. De hecho, y si no recuerdo mal, tiende a irritarte.

– He cambiado de idea. Ahora figura en uno de los puestos más altos de mi lista de Cosas Que Me Gustan de Ti.

Llegaron al apartamento. En vez de depositarla en el suelo, simplemente abrió la puerta y Riley se ocupó de cerrarla con el pie después de entrar en el vestíbulo.

– ¿Tienes una lista?-preguntó sin apartar los brazos de su cuello al tiempo que él se dirigía decidido hacia el cuarto de baño.

– Sí. ¿Sabes qué ocupa el primer lugar ahora?

– ¿El que me vaya a desnudar y a enjabonar contigo?

– Creo que realmente tienes poderes de clarividencia. Podrías ganarte la vida así si no te funcionara la contabilidad.

Le mordió con suavidad el lóbulo de la oreja y, como recompensa, obtuvo un ligero gemido.

– Espera que prediga lo que te espera en los próximos treinta minutos de tu vida.

– Adelante, preciosa.


A las ocho de aquella tarde, Jackson estiró el cuello para echar un buen vistazo a su alrededor, luego movió la cabeza, sin saber muy bien todavía cómo había acontecido todo.

– Cuando dijiste que lo celebraríamos, yo pensaba en champán y sexo. No en él béisbol.

Ella le dedicó una sonrisa seductora y de algún modo, logró que él olvidara el ruido de los miles de aficionados de los Braves que lo rodeaban.

– Además, tuvimos sexo en la ducha, ¿lo recuerdas?

Él hizo una mueca, luego movió la cabeza.

– Tengo una laguna ahí. Mi memoria necesita refrescarse.

Ella le pasó los dedos por el muslo y se acercó para murmurarle:

– Será un placer refrescártela en cuanto volvamos a mi apartamento.

– Mmm. Puede que no esté tan mal del todo haber venido al estadio.

– Y si los Braves ganan el partido, esto es lo que tengo planeado para ti -pegó los labios a su oreja y se puso a susurrar. Cuando terminó, se reclinó en el asiento, enarcó las cejas y sonrió-. ¿Qué me dices a eso, tenista?

No era fácil pensar con toda la sangre que había bajado en picado a su entrepierna, pero Jackson respiró hondo, soltó un leve silbido y alzó el puño.

– ¡Adelante, Braves!


Jackson despertó al calor del sol que se filtraba a través de las persianas, con el alegre trinar de los pájaros fuera de la ventana y el tentador aroma a beicon y a café recién hecho.

Se puso boca arriba, juntó las manos bajo la cabeza y miró el espacio vacío donde, en las últimas once noches, el cuerpo cálido y generoso de Riley había estado a su lado. Debajo. Arriba.

Pero ese día era domingo y su vuelo a Nueva York salía a las ocho de la tarde. Su proyecto en Atlanta se había completado con éxito, se había quedado el fin de semana, pero ya era hora de volver a casa.

Clavó la vista en el techo. Despertar cada mañana con Riley acurrucada contra él. Risas y besos. Sorprenderla en la ducha. Verse sorprendido por ella. Compartir un café mientras se preparaban para ir a trabajar. Soportar días ajetreados, llenos de reuniones y pensamientos de ella. Horas dedicadas a la exploración sensual, que no habían hecho nada por reducir la chispa que ardía entre ellos. En todo caso, la llama ardía más intensa con cada cosa nueva que descubría sobre ella, algo que lo confundía. ¿Por qué aún no se había apagado? ¿Cuánto haría falta para que se extinguiera?

Aunque no habían hablado mucho sobre el futuro de su relación, sabía que era algo que pronto tendrían que discutir. Según las conversaciones que había mantenido durante la semana con el presidente de Élite, daban la impresión de que la fusión con Prestige se iba a producir. Y aunque aún no había tenido noticias de Winthrop Hoteles acerca de la entrevista, que había ido muy bien, las esperaba pronto. ¿Le ofrecerían el puesto?

Aún debatía consigo mismo hablar con Riley acerca de la posibilidad del trabajo con Winthrop, pero cada vez que se lo planteaba, decidía postergarlo. Ya le había comunicado que un traslado a Atlanta no era una certeza para él. Que su profesión había sido y necesitaba seguir siendo su principal prioridad.

Y la verdad descarnada era que temía que, si hablaba con Riley sobre el potencial trabajo en Winthrop, ella pudiera influir en él de un modo que luego lamentara. Era mejor estar en la encrucijada solo… siempre que le llegaran a ofrecer el puesto. Siempre podrían disfrutar de la relación a larga distancia que tenían en ese momento. No había nada de malo en ello. De hecho, haría que cada vez que se vieran fuera como la primera vez.

Un ligero movimiento en la puerta captó su atención y giró la cabeza. Riley estaba apoyada en el marco, con una camiseta negra y una sonrisa perversa en la cara.

– Pareces perdido en tus pensamientos -comentó ella con voz ronca-. ¿Piensas en el desayuno?

– Sí. Y en la mujer que lo prepara -clavó la vista en las piernas desnudas-. Pero, te imaginaba desnuda.

– En una ocasión, oí en un programa de cocina que no era una buena idea freír beicon desnuda. Decidí seguir el consejo del chef. Pero eso tiene fácil remedio -agarró el bajo de la camiseta y con un movimiento fluido, se la quitó por encima de la cabeza y la hizo volar hacia un rincón.

Jackson se movió bajo las sábanas.

– El desayuno está listo -anunció ella-. Pero lo puse en el horno para que se mantuviera templado… por las dudas.

Riley lo miró, tendido en su cama, los ojos oscurecidos por el deseo y el ardor, y en su interior experimentó una reacción similar. Con cada experiencia nueva, con cada día que compartían, cada conversación, cada exploración sensual, se iba acercando más y más al abismo emocional que se abría ante ella. Como era impotente para ponerle fin, sólo podía aguantar y esperar que sucediera lo mejor.

Alzó los brazos y se pasó los dedos por el cabello revuelto, luego bajó lentamente las manos por su cuerpo, coronándose los pechos y excitándose los pezones, encantada por el modo y la intensidad con que la miraba. Se acercó al borde de la cama y con un movimiento de la muñeca apartó la sábana.

Luego se inclinó y pasó un único dedo por la extensión de la erección. Una gota de un líquido claro coronaba la punta, y con la yema de un dedo lo extendió por el glande.

– Vaya, vaya -murmuró-. Parece que algo se ha levantado. Menos mal que fui previsora.

– Menos mal -corroboró él con voz ronca.

Su intención había sido tomarse su tiempo, provocarlo, excitarlo, pero era evidente que ya estaba bien excitado, y que Dios la ayudara, también ella.

Ya podría tomarse su tiempo con él más tarde. Lo quería dentro de ella, y lo quería en ese momento.

Sacó un preservativo de la mesilla y se subió a la cama hasta situarse a horcajadas sobre él. Después de ponérselo con celeridad, guió el pene erecto hasta su abertura húmeda y lentamente se hundió en él. Cerró los ojos y todo su cuerpo pareció suspirar una única palabra: Jackson.

Apoyó las manos sobre sus muslos y meció las caderas, entregada a la oleada de placer que la sacudió. Presionó la erección hasta llevarla más adentro, enviando lanzas de calor hasta su núcleo. Se movió sinuosamente, observándolo con rojos entrecerrados, disfrutando de la absorta atención de él.

Él la embistió profundamente y le provocó un jadeo de placer. Antes de que Riley tuviera la oportunidad de respirar, Jackson se irguió y cerró una mano en su cabello, atrayéndola para una profunda y exuberante unión de las bocas y las lenguas. Se llenó las manos con los senos palpitantes y le frotó implacablemente los pezones excitados. Abandonó sus labios y le besó la línea de la mandíbula, luego abrió un camino de fuego por el cuello hasta llegar a los pechos. Ella experimentó una sacudida honda cuando se introdujo un pezón en la boca y comenzó a lamerlo con movimiento circulares. Riley lerdeó las caderas con las piernas y se dejó ahogar en las sensaciones que la bombardeaban.

Y entonces le dio la impresión de que las manos de Jackson estaban por todas partes. Coronándole los pechos. Acariciándole la espalda. Agarrándole las caderas, explorándole los contornos de los glúteos. Introduciéndose entre sus cuerpos tensos para acariciarle el núcleo sensible e hinchado.

Temblando de necesidad, le apretó las caderas con las piernas y los unió, más.

– Es tan agradable estar dentro de ti -jadeó él sobre sus labios-. Tan caliente. Tan húmeda.

– Tan duro. Tan profundo. Tan… oohhh.

Las palabras se convirtieron en un gemido cuando él se elevó con fuerza. Ella siguió el ritmo cada vez más veloz, hasta que se quebró. Un grito ronco salió de sus labios. Lo aferró por los hombros y arqueó la espalda, sacudida por el orgasmo, reduciendo todo su mundo al lugar exquisito en el que sus cuerpos se unían íntimamente. En algún rincón lejano de su mente, lo oyó gemir, lo sintió agarrarla de las caderas y embestirla con fuerza, notando los temblores que lo sacudían a medida que él experimentaba su propia liberación.

Cuando los temblores de Riley se mitigaron, se derrumbó y apoyó la frente mojada sobre la de Jackson. Cuando pudo volver a respirar de forma pausada, se echó para atrás y lo miró.

Él le apartó un mechón de pelo de la mejilla y luego se la acarició.

– Tu piel es preciosa. Tan suave.

Ella logró esbozar una sonrisa.

– Gracias a toda la leche que bebo con los donuts y los brownies.

– En ese caso, eres un testimonio andante de lo buena que es la leche para el cuerpo. Deberías exigir un porcentaje de la industria láctea -continuó acariciándole la piel hasta bajar y coronarle el trasero. Se lo apretó con suavidad y le guiñó un ojo-. Buenos activos.

– Gracias.

– Creo que deberíamos ir a la cocina a comprobar ese beicon. Gracias a ti, he desarrollado un apetito feroz. Después de haber comido, quizá vuelva a dejar que hagas lo que quieras conmigo.

– ¿Dejarme? -bufó-. ¡Ja! Puedes besar mis activos, tenista.

– Cuando tú quieras, cariño. Cuando tú quieras.

Lo miró a los ojos. El corazón le dio un vuelco y de manera irrevocable, cayó por el precipicio. Qué Dios la ayudara, pero lo amaba. Completamente. Su risa. Su sonrisa. Su sentido del humor. Su amabilidad y generosidad. Su inteligencia y paciencia. Su dedicación a la familia y el trabajo. Cómo la hacía sentir.

Pero, ¿sentía él lo mismo por ella? Era evidente que le gustaba. ¿Sería posible que sus sentimientos fueran igual de fuertes? ¿Qué haría, qué diría, si le comentara allí mismo que lo amaba? El simple pensamiento le atenazó las entrañas.

De la espera no podía salir nada malo, pero sí podían suceder todo tipo de catástrofes si mostraba sus cartas demasiado, pronto. Era mejor esperar. Se marchaba, esa noche, pero volverían a verse. Pensaba ir a visitarlo a Nueva York el mes próximo, oportunidad perfecta para llegar a conocerlo en su propio terreno, y él regresaría a Atlanta. Con la fusión casi cerrada, el trabajo de Jackson se trasladaría a Atlanta, una perspectiva que la llenaba de esperanza para el futuro. En cuanto lo visitara, en cuanto se cerrara la fusión, le diría lo que sentía.

Era un buen plan. Tan bueno, que se negó a estropearlo pensando que necesitaba un plan B.

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