Capítulo 2

NO HABÍA esperado aquello. Marc no sabía cómo sería la hermana de Lara, pero desde luego no esperaba que fuera la mujer que tenía delante.

Que no sabía nada de la muerte de Lara… ¿y su madre? ¿Qué clase de madre oculta a una hermana la muerte de otra?

No era asunto suyo, se dijo. Su misión era conseguir que le firmara los papeles y volver a Broitenburg lo antes posible. La muerte de Jean Paul había creado un problema serio en el país. Tenía que volver con el niño.

Sólo necesitaba la firma de Tamsin Dexter…

Quizá sólo tendría que ponerle los papeles delante y decir: «Firme». Ella parecía tan afligida que seguramente firmaría sin pensar. Debería darle tiempo, debería dejar que fuera ella quien tomase la decisión, pero estaba luchando por su país. El país de Henry. La herencia de Henry.

Y su propia libertad.

– Necesito que firme esos papeles -insistió, llevándola hacia el coche.

– ¿Qué papeles?

– Para llevarme a Henry de aquí.

– Sigo sin entender de qué está hablando -murmuró Tammy, pálida.

Marc alargó la mano para apretar la de la joven, pero se echó atrás. Debía tener con ella el menor contacto posible. Él no podía consolarla.

– Necesito que firme unos papeles para poder llevarme a Henry a Broitenburg.

– ¿Henry?

– El hijo de Lara.

– ¿Lara tenía un hijo?

– Sí.

– ¿Un niño? Nadie me había dicho nada. ¿Estaba casada cuando lo tuvo?

– Naturalmente. Su hermana se casó con Jean Paul y tuvo todo lo que deseaba: un matrimonio real, un palacio, criados, dinero, lujos que no se puede imaginar…

– Ella no habría querido tener un hijo.

Marc asintió. Eso coincidía con lo que él pensaba de Lara, pero había una explicación.

– Jean Paul necesitaba un heredero porque era el príncipe de Broitenburg. No se habría casado con Lara si ella no hubiese querido darle hijos.

Tammy se quedó pensativa. Seguramente Lara había aceptado tener un hijo a cambio de casarse con un príncipe. El dinero y el estatus lo eran todo para ella.

– ¿Cómo se llama el niño?

– Henry.

– Pero usted ha dicho que Henry está aquí, en Australia.

– Lara lo envió a Sidney hace cuatro meses.

– ¿Por qué?

– ¿Eso importa?

– Claro que importa -contestó Tammy-. Me ha dicho que mi hermana tuvo un hijo, que se había casado con un príncipe, que ahora está muerta y que quiere usted llevarse a ese niño… ¿Por qué está aquí? ¿Por qué tengo que firmar nada? ¿Qué tengo yo que ver con todo esto?

Marc respiró profundamente. Las complicaciones lo sacaban de quicio; y la expresión de aquella chica dejaba claro que iba a tenerlas.

– Lara la hizo tutora legal de su hijo en caso de fallecimiento. Si el niño estuviera en Broitenburg eso no habría importado, pero está en Sidney y el departamento de emigración no me deja llevármelo sin su permiso.

Aquello era demasiado. Tammy sacó un walkie talkie del cinturón sin mirar a Marc.

– ¿Doug? La gente que ha llegado en limusina, buscándome… dicen que mi hermana ha muerto y que tengo un sobrino. ¿Puedo marcharme a Sidney ahora mismo…? Tengo que irme, Doug. Dile a Lucy que se encargue de este árbol… No, no sé cuándo volveré.

Después, dejó el walkie talkie en el suelo, junto al arnés, y se colocó al hombro una mochila.

– Lléveme a Sidney.

– ¿Para qué?

– Acaba de decirme que tengo un sobrino y que soy su tutora.

– Él no la necesita.

– ¿No? Entonces, ¿tiene alguien que lo cuida, alguien que lo quiere?

– Tiene una niñera. Y cuando lleguemos a Broitenburg contrataré a una persona competente.

Competente. La palabra quedó colgada entre los dos, pero Marc supo que no era suficiente.

– ¿Por qué Lara envió a su hijo a Australia?

– No lo sé -admitió él-. A mí también me pareció extraño. Pero Jean Paul y ella se fueron a París, luego a Italia y a Suiza… No los vi desde que nació el niño. Y me enteré de que estaba en Australia después del accidente.

El niño…

– Henry -dijo Marc entonces, como si acabara de percatarse de lo frío que sonaba eso.

– Sí, Henry. El niño. ¿Cuántos meses tiene?

– Diez.

– ¿Y es el heredero de un trono?

– Sí.

– Y quiere llevárselo a Broitenburg para que lo cuiden un montón de niñeras competentes hasta que sea rey, ¿no?

– Príncipe -la corrigió él-. Broitenburg es un principado.

– Bueno, da igual. ¿Está usted casado?

– ¿Qué?

– Ya me ha oído. ¿Está usted casado?

– No, yo…

– Henry no tiene madre.

– Ya le he dicho que contrataré a una niñera… la mejor

– Pero como Mora legal de Henry, soy yo quien decide si ¡o deja salir de Australia o no, ¿ verdad?

Lo tenía acorralado. Marc no quería admitirlo, pero así era.

– Si se niega a dejar que me lo lleve a Broitenburg, solicitaré la custodia legal.

– Hágalo. Se marcha mañana, ¿no? Pues no creo que en veinticuatro horas le den la custodia de un niño.

Marc respiró profundamente, intentando controlarse.

– Usted no conocía la existencia de ese niño hasta hace cinco minutos. No puede quererlo.

– ¿Y por qué lo quiere usted?

– Porque es parte de la familia real de Broitenburg. Una parte muy importante. Tiene que volver a casa.

– Pero también es parte de mi familia -replicó Tammy, abriendo la puerta de la limusina-, A lo mejor me necesita. Y creo que soy yo quien debe tomar esa decisión…

– ¿Qué hace? -preguntó Marc, al ver que tiraba la mochila en el asiento delantero.

– ¿Quiere que vaya a Sidney en autobús? En cualquier caso, no pienso firmar nada hasta que haya visto a Henry… y entonces, ya veremos.

Fue un viaje incómodo.

¿Para qué querría ir a Sidney?, se preguntaba Marc. La mayoría de las mujeres, todas las mujeres que él conocía, habrían tardado horas en preparar un viaje. Horas para decidir qué iban a llevarse qué iban a ponerse… Pero Tammy parecía tener todo que necesitaba en aquella mochila. -¿ Qué lleva en la mochila? -Una tienda, un saco de dormir, un cepillo de Sientes y agua para veinticuatro señoras -contesto ella-. Pensábamos dormir aquí esta noche.

– ¿Y dónde piensa dormir ahora, en un parque?

– No, en un hotel. No se preocupe por mí, no quiero que me haga ningún favor.

¿Cómo demonios iba a convencerla para que firmase los papeles?, se preguntó Marc. Parecía enfadada con él, furiosa incluso.

Pero el dinero seguramente solucionaría el problema. Su hermana se había casado por dinero y, sin duda, el dinero sería la solución para llevarse a Henry.

Pero tendría que ir con cuidado. Tenía que darle tiempo. Si le ofrecía dinero de inmediato, ella podría tirárselo a la cara. Aquella chica tenía carácter.

No. Mejor dejar que viese al niño y convencerla después de que Henry debía vivir en Broitenburg…

¿Podría hacer eso en una noche?

Debía hacerlo, pensó. Tenía que hacerlo.

¡Tenía que llevárselo a casa! La muerte de Jean Paul había causado innumerables problemas y la monarquía no pasaba por sus mejores momentos. Su primo Jean Paul dirigía el país como si fuera un pequeño tirano, llenando sus arcas con los impuestos, manipulando el parlamento… El país estaba necesitado de serias reformas políticas y la única forma de hacerlo era asegurándose la continuidad de la dinastía que ocupaba el trono

Y para eso tenía que llevarse a Henry a Broitenburg.

Pero era todo tan complicado… Marc no sabía que Lara había registrado el nacimiento de Henry en Australia y que el niño tenía doble nacionalidad. Las autoridades australianas no lo dejarían salir del país sin la autorización de Tam-sin Dexter, de modo que lo que empezó siendo una visita relámpago había acabado siendo una pesadilla.

– ¿Quién cuida de él? -preguntó Tammy.

– Una niñera, ya se lo he dicho.

– ¿Y cómo es?

– Lo siento, pero…

– ¿No lo sabe?

– Es una chica australiana -suspiró Marc-. La contraté a través de una agencia cuando la niñera que vino con su madre se marchó sin avisar.

– ¡Mi madre!

– Lara envió a Henry a Australia con su madre.

– No puede ser verdad.

– Creo que se vieron en París, cuando Henry tenía seis meses. Cuando su madre volvió a Australia, Lara le pidió que se trajese a Henry.

– Eso es imposible. Mi madre nunca habría aceptado cuidar de un niño…

– Se trajo a una niñera, los instaló en un hotel y desapareció.

– Eso sí me lo creo -suspiró Tammy.

– El problema es que nadie pagaba a la niñera, así que ella también desapareció. Su madre me había asegurado en el funeral que el niño estaba bien cuidado y pensé… pensé que estaría con su familia. Un error. Poco después supimos a través de los Servicios Sociales que el niño había sido abandonado.

– ¡ Dios mío!

– Así que contraté a una niñera australiana a través de una agencia y vine a Sidney en cuanto pude.

Tammy lo miraba, incrédula. Era lógico, pensó Marc. Él también había pensado lo mismo cuando recibió la llamada de los Servicios Sociales australianos. Cuando supo que el heredero al trono de Broitenburg había sido abandonado en un hotel sintió ganas de estrangular a alguien. Afortunadamente, la prensa no se había enterado de nada.

Sabía que Isobelle se llevó al niño a Australia y supuso que estaría bien cuidado. Pero cuando llamó a la madre de Lara…

– Ese niño no tiene nada que ver conmigo -le contestó Isobelle. Estaba en Texas, con su último amante, milagrosamente recuperada tras la muerte de su hija y demasiado ocupada como para encargarse de su nieto-. Sí, yo dejé al niño y a la niñera en un hotel, pero pensé que Jean Paul y Lara se harían cargo de su salario. Si no le han pagado, yo no tengo la culpa.

Marc se quedó perplejo. Si su primo hubiera estado vivo, la habría estrangulado con sus propias manos.

Y cuando llegó a Australia se encontró con aquello.

– A partir de ahora estará bien cuidado -le aseguró.24

– Claro que sí -replicó Tammy. Pero estaba hablando consigo misma, no con él.

El hotel en el que Henry y la niñera estaban alojados era el mejor de Sidney, naturalmente. El portero hizo una ligera reverencia al ver a Marc y puso cara de sorpresa al ver a Tammy.

Había una alfombra roja que llevaba hasta las puertas giratorias, una cascada auténtica a un lado del vestíbulo, candelabros de cristal y un gran piano. Las notas de Chopin se confundían con el ruidito del agua.

¿Allí era donde Marc había instalado a Henry y su niñera? El dinero no parecía ser un problema para Su Alteza.

Pero ella no pensaba dejarse intimidar. Tammy dejó caer la mochila, se limpió el polvo de los pantalones y miró alrededor.

– ¿No quiere quedarse en la embajada esta noche, Alteza? -preguntó Charles, nervioso.

– Ven a buscarnos mañana a las once -contestó Marc, mirando el reloj-. El avión sale a las dos.

– Lo haré -murmuró el hombre, con expresión preocupada.

Marc y Tammy se quedaron solos en el vestíbulo. ¿Un príncipe y su princesa? No, más bien no. Tammy miró a Marc, luego miró sus botas sucias y casi le dio la risa.

Casi. Tenía un nudo en el corazón que no la dejaba sonreír.

– Lléveme a la habitación de Henry.

– ¿No quiere ducharse antes?

Ella lo fulminó con la mirada.

– ¿Qué tiempo me dijo que tenía?

– Diez meses.

– ¿Cree que le importará que mis botas estén manchadas de polvo?

– No…

– Entonces, ¿cuál es el problema?

El portero seguía esperando y, por su expresión Tammy diría que estaba dispuesto a echarla de allí en cualquier momento.

– No pasa nada. No voy a atracar a Su Alteza. Sólo quiero ver a mi sobrino -le dijo, irónica, antes de dirigirse a recepción.

Sorprendido, Marc se encogió de hombros y la siguió.

La suite que ocupaban Henry y su niñera estaba en la sexta planta. Marc llamó a la puerta una vez, esperó un momento y luego volvió a llamar. La puerta se abrió de inmediato.

El instinto de cualquiera que entrase en aquella suite sería mirar por los enormes ventanales porque la habitación tenía una extraordinaria panorámica del puerto de Sidney y del edificio de la Ópera, pero para Tammy no tenía ningún interés. A ella sólo le interesaba Henry y entró en la habitación sin esperar que la invitasen.

¡El niño era exactamente igual que su hermana!

Lara, de pequeña, era preciosa. Bueno, siempre fue preciosa. Era una niña morena con unos ojos castaños que parecían ocupar toda su cara. Y una sonrisa con la que podría iluminar una habitación entera.

Y Henry era exactamente igual. La diferencia era que el niño no sonreía. Estaba sentado en su moisés, mirando hacia la ventana. Tenía unos ojos enormes, pero en su rostro no había ni rastro de la sonrisa con la que Lara parecía haber nacido.

Cuando Tammy y Marc entraron en la habitación volvió la cara, pero no pareció entusiasmado por la visita.

Parecía un niño que no tenía a nadie.

La televisión estaba puesta a todo volumen. Y no había un solo juguete en el moisés.

Por Dios bendito…

Tammy dejó caer la mochila y tomó a Henry en brazos. Al enterrar la cara entre los rizos de su sobrino y respirar el delicioso olor a niño pequeño se le encogió el corazón. Hasta aquel momento lo que Marc le había contado era como una fantasía, pero entonces se hizo real.

Y, por primera vez en muchos años, se puso a llorar.

El niño no respondió. Su expresión no cambió en absoluto y permanecía rígido entre sus brazos.

Tammy intentó controlarse. Marc la miraba sin saber qué hacer y la niñera… la niñera no debía tener más de dieciocho años.

Tampoco ella sabía qué hacer, de modo que se dejó caer en un sillón para mirar de cerca a su sobrino. Henry la miró un momento y después se volvió hacia la ventana

– ¿Henry? -lo llamó ella.

– No responde cuando lo llamas por su nombre -dijo la niñera-. Sólo tiene diez meses.

– ¿Gatea?

– Sí.

– Entonces debería reconocer su nombre. Si gatea significa que se desarrolla de forma normal.

– Sí, es muy avanzado -murmuró la niñera, con expresión indiferente.

– ¿Dice alguna palabra?

– No, todavía no.

El pobre Henry parecía aburrido. Quizá si ella hubiera tenido que mirar una ventana durante meses…

– ¿Juega con él?

– Claro -contestó la joven, con expresión ofendida.

– ¿Ah, sí? Pues a mí me parece que no.

– Oiga…

– Contrataré a una buena niñera cuando estemos en Broitenburg -intervino Marc-. Encontramos a Kylie a toda prisa…

– O sea que Henry ha estado con Kylie o con la otra niñera desde que murieron sus padres -murmuró Tammy, acariciando los rizos del pequeño-. ¿Ha estado con niñeras desde que nació?

– Me imagino que sí. No lo sé -contestó Marc suspirando.

– ¿Lo sabe alguien? ¿Alguien se ha preocupado de este niño? -le espetó ella, furiosa.

– Yo.

– ¿Ha visto a alguien abrazando a mi sobrino? ¿Alguien ha jugado con él, le ha leído cuentos? ¿Alguien lo ha querido?

Marc no podía responder a eso.

– Cuando lleguemos a casa estará bien cuidado.

– No -dijo Tammy entonces-. Se acabaron las niñeras. Si Lara me ha hecho su tutora, Henry está en su casa. Se quedará en Australia, conmigo. Gracias por contarme toda esta… tragedia, príncipe… como se llame, pero no tiene que molestarse más. Me lo llevo.

– Pero…

– Yo soy su tutora legal. ¡Y los demás se pueden ir al infierno a partir de ahora!

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