Capítulo 4

GENIAL. -¿Genial? -¿Sabe lo que ha hecho? Esa gente sabe quién soy.

– Me da igual.

– Pues a mí no.

– ¿Había reporteros en el pasillo? -replicó ella. Se miraban a los ojos como dos contrincantes en un ring-. Broitenburg es un país diminuto y usted un príncipe de pacotilla, Alteza.

«Un príncipe de pacotilla». Lo había llamado príncipe de pacotilla.

Tammy se volvió para mirar a Henry. Evidentemente, el niño estaba acostumbrado a dormir con ruido porque no se había despertado. Pero al ver que estornudaba lo tapó con una mantita.

Henry era el más importante. Henry. No un príncipe acostumbrado a darse aires.

– ¿Va a contarme lo que decía esa carta?

– Quizá.

– Sé que está enfadada. Yo también lo estoy -dijo Marc entonces, suspirando-. Vamos a pedir algo de cena.

– ¿Aquí?

– Por supuesto. Lo ha dejado usted muy claro, ¿no? Si pongo alguna objeción, los guardias de seguridad vendrán a sacarme de aquí y eso crearía un incidente internacional. Así que estoy en sus manos, señorita Dexter.

– ¿Por qué no confío en esa sonrisa? -preguntó ella.

– Puede confiar en mí, se lo aseguro.

Tammy se puso colorada. Y aquella vez no era de rabia, sino por su forma de mirarla.

¿Podía confiar en él?, se preguntó.

– Muy bien. Pida la cena. Pero nada de ancas de rana para mí.

– Ni filete de canguro -sonrió Marc.

– De acuerdo.

– Por fin tenemos consenso.

Tenían consenso para cenar, pero cuando se sentaron a la mesa se miraban como si cualquiera de los dos estuviera a punto de sacar una pistola.

Tammy miró su plato: langosta y ensalada. Justo la combinación que más le apetecía en aquel momento. Al menos podía decir algo bueno de Su Alteza: tenía buen gusto.

Marc sirvió el vino y ella lo miró, desconfiada.

– El vino no contiene veneno, señorita Dexter. Y no intento emborracharla.

– No estaría yo tan segura.

Marc cerró los ojos un momento, desesperado.

– ¿Qué decía esa carta?

– Pensé que ya lo sabría.

– Sé muy poco. No tenía mucha relación con mi primo. Nuestras familias no se llevaban bien.

– ¿Cómo puede ser usted príncipe regente si sus familias no se llevaban bien?

– Yo no esperaba heredar la corona. Jean Paul tenía un hermano mayor, Franz, que murió en un accidente de tráfico hace cinco años. Tras la muerte de Franz, Jean Paul se convirtió en el príncipe. Con dos primos por delante de mí, nunca imaginé que yo heredaría la corona de Broitenburg. Y no la quiero.

– ¿No la quiere?

– No.

– ¿Por qué?

– Porque no. Pero no me ha quedado más remedio. Sólo estoy yo… y Henry. ¿Qué decía la carta?

Tammy tomó un sorbo de vino, que estaba delicioso, y lo pensó un momento. La carta era personal, pero quizá ya no era momento de guardar secretos.

– Mi hermana parecía… desesperada en la carta. Me pedía perdón por no haberme dicho que se había casado y que tenía un hijo. Dice también que mi madre arregló su encuentro con Jean Paul y, por supuesto, la boda. Eso me lo creo.

– Yo también -suspiró Marc-. No me gusta decirlo, pero su hermana parecía… una persona un poco débil de carácter. Sólo la vi una vez, en la boda. Era una princesa de cuento de hadas, pero una persona débil.

– Lara siempre hizo lo que mi madre quería. Al contrario que yo. Cuando se hizo mayor se convirtió en una mujer bellísima y, por lo tanto, muy valiosa. Mi madre la enseñó a usar a los hombres.

– ¿Y Jean Paul le pareció apropiado?

– ¿Cómo no? Mi madre solía llamar a Lara «mi princesa» -suspiró Tammy-. Mi padre tenía un título nobiliario y mucho dinero, por eso Isobelle se quedó embarazada de mí. Pero después de nacer yo mi padre se negó a casarse con ella. Para mi madre fue un embarazo absurdo. Quizá eso explica que me odie tanto.

– ¿La odia?

– Isobelle se ha casado cuatro veces. Lara fue otro embarazo «arreglado» para cazar a un hombre. Y esa vez tuvo éxito. El matrimonio duró dieciocho meses.

– ¿Lara era como ella?

– Mi hermana conseguía su afecto a través de la obediencia. O hacíamos lo que mi madre quería o no había afecto en absoluto.

Marc la observó, en silencio. Podía entender la amargura que había tras aquellas palabras. Pero no comentó nada.

– Bueno, el caso es que Lara se hizo mayor y mi madre encontró un buen partido para ella. Según la carta, Jean Paul la asustaba, pero mi hermana tenía miedo de separarse. Un día, en París, cuando volvió al hotel vio a un amigo de su marido intentando darle drogas al niño… A Jean Paul le parecía muy gracioso. Fue entonces cuando, por fin, mi hermana se dio cuenta de que no podían seguir así y envió a Henry a Australia.

– ¿Para que viviera con su madre?48

– Para que viviese conmigo. Según la carta, le había pedido a Isobelle que me entregase el niño. Aunque hacía años que no hablábamos, mi hermana sabía que yo cuidaría de Henry porque cuidé de ella cuando éramos pequeñas.

– Isobelle no le entregó el niño, claro.

– No. Era más fácil dejar a Henry en un hotel con una niñera y decirle a Lara que no me había encontrado… o que yo no quería hacerme cargo del niño. A lo mejor le dijo que lo había dejado conmigo. A saber. Mi madre y yo no tenemos ninguna relación… se puede imaginar por qué.

– Pero Lara también tiene la culpa de lo que ha pasado. Una buena madre habría comprobado personalmente cómo estaba su hijo.

– Si quiere que le diga la verdad, según esa carta… creo que mi hermana también bebía o tomaba algún tipo de droga.

Marc asintió.

– Viviendo con Jean Paul, no me extraña. Seguramente era la única forma de soportarlo.

– ¿Tan horrible era?

– Sí.

– Mi madre debía saberlo.

Él no respondió. No había respuesta para eso.

– ¿Le gusta la cena?

– Sí, está muy rica.

– Me alegro -sonrió Marc.

Otra vez esa sonrisa. Era para quedarse sin aire. Era como un rayo de sol en medio de la oscuridad, como si esa sonrisa pudiera evitar todos los males…

Un pensamiento absurdo, por supuesto. Aquel hombre y su familia eran la causa de todo ese caos.

Henry.

– No todo está perdido -dijo Marc, como si hubiera leído sus pensamientos.

– ¿Por qué quiere llevárselo a Broitenburg?

– Porque debe vivir allí.

– Pero usted no va a cuidar de él.

– No, pero…

– Charles le llamó príncipe regente, de modo que es usted el jefe del estado, ¿no?

– Sí, pero…

– ¿Pero qué?

Marc volvió a llenar su copa de vino y se echó hacia atrás, como un hombre preparado para poner sus cartas sobre la mesa.

– Jean Paul se comportaba como si fuera el dueño de Broitenburg y eso mismo hizo su hermano. Hay corrupción entre los políticos, todo el mundo intenta conseguir un puesto en el poder… Charles, por ejemplo. ¿Por qué un país tan pequeño como Broitenburg tiene embajada en Australia? No la necesita, pero aquí está Charles, cobrando un buen sueldo por no hacer nada en absoluto, viviendo en una casa en la que caben diez familias, viajando en limusina. Broitenburg es… era un país próspero, pero cuando Franz y Jean Paul llegaron al poder empezaron a esquilmarlo. Hay que solucionar muchas cosas.

– Y usted va a hacerlo -murmuró Tammy.

– Eso intento.

– ¿Por qué se molesta?

– Porque Broitenburg es un país maravilloso. Nací y me crié allí. A mis primos les importaba un bledo, pero mientras mi abuelo fue el príncipe de Broitenburg, era un país de ensueño. Me apena verlo así.

– ¿Y?

– ¿Y qué?

– ¿Por qué no echa a todos esos políticos corruptos? En lugar de ofrecerme un montón de dinero para pasarse los próximos veinte años cuidando de un niño, ¿por qué no se va a casa y limpia el gobierno de Broitenburg?

– Hay un pequeño problema.

– ¿Cuál?

– El heredero es Henry, yo sólo soy un príncipe regente. Cuando el niño cumpla veinticinco años, la corona será suya.

Tammy se quedó pensativa.

– Tendrá usted veinticinco años para jugar a ser príncipe. ¿No es suficiente?

– Sólo puedo ser regente si Henry está en el país. Si no vive en Broitenburg, no tengo ningún poder.

Tammy volvió la cabeza y, cuando vio al pequeño Henry en su moisés, la idea de verlo con una corona le pareció ridícula. Ella era australiana y, por tanto, el asunto de la monarquía le parecía bastante extraño.

– ¿Quiere decir que si Henry no vuelve a Broitenburg, el país se convertiría en una república?

Marc hizo una mueca.

– Mi país está dirigido ahora mismo por un puñado de déspotas. Sin la monarquía, Broitenburg se destruiría y yo no puedo dejar que eso ocurra.

– O sea, que Henry tiene que volver -dijo Tammy con pesar.

– Así es.

Tammy volvió a mirar el moisés. Henry era tan pequeñito, tan frágil…

– ¿Pondría el bien de su país por encima de cualquier cosa?

– No tengo elección, señorita Dexter. Pero le juro que Henry estará muy bien cuidado.

– Henry no necesita que lo cuiden, necesita que lo quieran.

– Yo lo cuidaré.

Parecía sincero. Marc quería hacer lo que era mejor para su país. ¿Y qué recibiría a cambio?

La regencia. Veinticinco años haciendo de príncipe. Si Henry no volviera a Broitenburg, él no sería nada.

– Ya le he dicho que yo no quiero esto -dijo Marc entonces.

– ¿Qué?

– Está pensando que quiero llevarme a Henry a Broitenburg para asegurar mi puesto, pero no es así. Yo nunca he querido el poder.

– Yo…

– Broitenburg es un país próspero, señorita Dexter, pero las empresas se marchan por la corrupción del gobierno. Gente buena, buenos trabajadores, emigran porque su trabajo no está bien pagado. Como príncipe regente puedo cambiar ciertas cosas… incluso podría pedir reformas en la Constitu ción para que la nuestra fuera una monarquía parlamentaria… Tiene que darme esta oportunidad,

Tammy. Quiero que Broitenburg vuelva a ser el país maravilloso que era antes.

Había pasión en su voz. Aquel hombre no era un corrupto. Era honrado y le importaba lo que estaba haciendo. Y, en cierto modo, lo reconocía como un alma gemela…

Tammy se preguntó a qué se dedicaría mientras Jean Paul estaba en el trono. ¿Habría alguna mujer en su vida?

Pero aquél no era el momento para preguntarse ciertas cosas que, además, no eran asunto suyo. Le estaba pidiendo que le entregase a su sobrino…

– Quizá cuando sea un poco mayor…

– Tiene que volver a Broitenburg ahora mismo. Sus derechos al trono terminan cuarenta días después de la muerte de su padre. Tengo hasta el viernes.

– ¿Cuatro días?

– Eso es.

– Pero… ¿por qué ha tardado tanto en venir a buscarlo?

– Pensé que Henry estaba bien cuidado, que no había ningún problema. En el funeral, su madre me dijo que estaba en buenas manos.

– Claro, ya me imagino.

– Pensé que estaba con ella porque parecía tan… tan apenada por la muerte de Lara. Además, cuando llegué al trono tuve que controlar muchas cosas, ponerme al día, acudir a reuniones, eventos oficiales… No estaba preocupado por Henry hasta que llamaron de los servicios sociales. ¿Cómo ha podido Isobelle abandonar a su nieto?

– Muy fácil. Porque sólo piensa en sí misma.

– No parece sorprendida.

– Porque no lo estoy -suspiró Tammy-. Isobelle no se quedaría cuidando de un niño durante veinticinco años. Bueno, ni cinco minutos. Ahora mismo estará con algún millonario…

– ¿No se hablan?

– No, pero hablaré con ella sobre esto. ¡Desde luego que hablaré con ella!

– Pero mientras tanto…

– Mientras tanto, usted necesita llevarse a mi sobrino a Broitenburg.

– Lo siento, pero así es.

– Pues lo siento, pero no puedo permitirlo. Es un dilema, lo sé. Broitenburg necesita a Henry, pero Henry no necesita a Broitenburg. Puede que usted esté dispuesto a sacrificarlo todo por su país, pero yo no.

– Pero…

– No hay que ser un eminente psicólogo para saber que el niño ha sufrido. Es casi imposible hacerlo reaccionar. Lara sabía que eso estaba pasando. En la carta parece asustada; no por ella sino por el niño. Me pide que la ayude y lo deja mi cargo.

– Pero…

– Yo soy todo lo que tiene. No puedo darle un corona, pero puedo cuidar de él y eso es lo que pienso hacer -lo interrumpió Tammy, levantándose-. Lo siento, Marc. Me gustaría ayudarle, peí no puedo.

Marc también se levantó. La expresión de el era implacable, decidida.

Nunca había conocido a una mujer así. No llevaba maquillaje, no iba arreglada, sus vaqueros eran viejos… y él sentía el absurdo deseo de tocar su pelo, que caía libremente por su espalda.

Imposible.

Aquello era imposible.

– Creo que hemos llegado a un impasse -estaba diciendo Tammy-. Y creo que lo mejor es que se vaya.

– Hay otra salida, señorita Dexter.

– ¿Cuál?

Marc lo pensó un momento. Le parecía la única solución.

– Puede usted venir a Broitenburg.

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