Capítulo 10

TUMBADA en la cama aquella noche, despierta en la oscuridad, Pippa sentía ganas de sollozar de pura frustración. ¿Por qué se había permitido ceder a aquel ataque de furia y terminar estropeando algo que habría podido ser tan hermoso? Lo único que tenía que haber hecho era quedarse callada. ¿Pero cuándo había sido capaz de hacer algo tan simple como eso?

Hasta entonces todo había sido tan perfecto… Luke había sentido celos, le había abierto los brazos y el corazón. Y ella había descargado en él toda su rabia, una rabia que había ido acumulando sin cesar durante años. Ahora se daba cuenta de ello. En realidad había hecho lo que tenía que hacer. Se levantó del lecho y se acercó a la ventana, desde la que se veía la piscina. ¡Qué invitadora estaba el agua a la luz de la luna! ¡Qué agradable sería sentir aquel frescor en su piel enfebrecida! De inmediato se puso la bata y salió sigilosamente al pasillo, deteniéndose brevemente frente a la puerta de la habitación del otro lado. La abrió con cuidado. Luke roncaba suavemente, como un león satisfecho. Procurando no hacer el menor ruido, volvió a cerrar la puerta y bajó las escaleras.

Se detuvo al borde de la piscina, alzando la mirada por un momento a las oscuras ventanas de la casa. Nadie sería testigo de su atrevimiento. Todavía con la bata, se sentó con los pies en el agua. Finalmente se zambulló, completamente desnuda. La súbita sensación de libertad fue algo maravilloso.

Luke se sentó de repente en la cama. En lo más profundo de su conciencia había creído reconocer el sonido de una puerta al cerrarse. Se levantó esperanzado para abrirla: no había nadie al otro lado. «Y bien, ¿qué habías esperado, idiota?», se preguntó. Después del sermón que le había echado Pippa, ¿acaso había esperado que fuera a buscarlo a su habitación?

Se quedó inmóvil, escuchando, pero el único sonido que se oía era el leve rumor de la brisa, y el lejano eco de un chapuzón procedente de la piscina… ¿De la piscina? Apartó las cortinas de la ventana del pasillo y contempló maravillado la escena que estaba teniendo lugar allá bajo: una maravillosa sirena disfrutando de un baño nocturno. Bajó las escaleras en seguida, con una toalla anudada a la cintura. Pippa no descubrió su presencia. Una vez en la piscina, se despojó de la toalla y avanzó hacia el trampolín, deteniéndose en el borde. Un ligero crujido de la madera la alertó, y pudo volverse justo a tiempo de ver a Luke, tan desnudo como ella, saltando al agua.

Se reunió con ella, pero no intentó tocarla, sino que nadó silenciosamente a su lado. En aquel instante Pippa apenas podía creer que se encontrara enferma: se sentía más fuerte y vigorosa de lo que se había sentido en años. Estuvieron nadando juntos durante un rato, y cuando llegaron a la parte menos profunda de la piscina, se incorporaron a la vez y Luke la tomó de una mano, mirándola a los ojos. Ella lo miró a su vez.

Habían llegado al final de una jornada difícil y extenuante. ¿Qué harían a partir de entonces? El rostro de Luke estaba en sombras, pero, de alguna forma, Pippa intuyó que él se estaba haciendo la misma pregunta, y que todo dependía de su respuesta. Alzó la cabeza hacia atrás y se acercó a él, expectante. Sin soltarle la mano, Luke se inclinó para acariciarle los labios con los suyos. Estuvieron durante un buen rato abrazados, inmóviles, sus cuerpos desnudos brillando a la luz de la luna.

– Vuelve conmigo -susurró Luke-. Por favor, vuelve conmigo.

Pippa pensó que aquel habría podido ser un buen momento para disculparse por sus amargas palabras, pero su sentido de la prudencia le recomendaba no decir nada y se limitó a apoyar la cabeza sobre su hombro.

– Vamos dentro -le dijo él, ayudándola a ponerse la bata-. Vas a agarrar un resfriado aquí fuera.

Una vez en el piso superior, Luke fue a buscar unas toallas al cuarto de baño y se las llevó a su habitación.

– Después de todo lo que ha pasado, ¿quieres marcharte? -le preguntó con tono suave.

– No.

– ¿Estás segura? Te llevaré a casa si quieres. Me equivoqué. Todo lo que me dijiste es verdad, pero yo pensaba que podría arreglarlo. Supongo que pequé de soberbio y engreído.

– Luke, calla -le puso delicadamente un dedo sobre la boca. Él le tomó la mano y le acarició el dorso con los labios.

– Lo siento. Yo realicé mi sueño, pero tú no tuviste ninguna oportunidad de realizar el tuyo, porque te dejé sola con todas las cargas y responsabilidades… Dime una cosa: ¿hablabas en serio cuando me dijiste que te arrepentías de haberme conocido?

– No.

– Claro que no, por Josie, pero…

– No solo por Josie. Jamás renunciaría a lo que vivimos tú y yo. Fue tan hermoso…

– Fue la vivencia más preciosa que tuve jamás -le confesó Luke-. Y cuando descubrí que me había vuelto a enamorar de ti, o que todavía te amaba, pensé que… -hizo un gesto de frustración-. Maldita sea, siempre puedo encontrar las palabras adecuadas cuando no significan nada -alzó la mirada hacia ella-. Pero contigo, no.

Pippa le apartó delicadamente el cabello de los ojos, mirándolo con adoración.

– ¿Era verdad eso que me dijiste… -le preguntó- de que te habías dado media vuelta en el aeropuerto para volver a buscarme?

– Sí. No podía creer que finalmente fueras a dejarme marchar, pero lo hiciste. Así que volví. Me costó, pero tú eras más importante que mi orgullo. Fue entonces cuando no te vi por ninguna parte.

– Tenía demasiado orgullo para quedarme allí, viéndote partir -le confesó ella-. Me marché en seguida porque pensé que haberme quedado en la sala habría resultado patético – se miraron fijamente durante un rato, hasta que añadió-: Pudimos haberlo conseguido entonces. Si yo me hubiera quedado un poquito más… si no hubiera antepuesto mi orgullo, habríamos podido seguir juntos durante todos estos años -de pronto escondió el rostro entre las manos y comenzó a sollozar.

– Cariño, no -la estrechó entre sus brazos-. No, por favor. No es bueno volver la mirada al pasado.

– Pero tantos años desperdiciados… No puedo soportarlo. Pudimos haber seguido juntos durante todos estos años -se aferró a él, desesperada,

– Pippa… Pippa, por favor… mírame, cariño… No llores, por favor, no llores.

El propio Luke estuvo a punto de sollozar también, presa de un dolor cada vez más intenso. Empezó a besar sus mejillas bañadas de lágrimas, desesperado por consolarla. Pero de repente se sorprendió a sí mismo besándola en los labios con irrefrenable pasión. Pippa lo abrazó, emocionada: volvía a estar en los brazos de Luke, y aquella ocasión sí era la adecuada. La antigua magia estaba funcionando de nuevo, abrumando sus sentidos, asegurándole que estaba en el lugar al que pertenecía. Él era suyo al igual que ella siempre había sido suya y, en aquellos instantes, se sentía libre para decírselo con los labios, con las manos, con su cuerpo.

Un leve movimiento y la bata cayó al suelo. Pippa lo despojó a su vez de la toalla y ambos quedaron otra vez desnudos. Luke empezó a acariciarla con reverencia, con verdadera adoración; parecía haber sufrido una misteriosa pérdida de confianza en sí mismo. Había cierta vacilación en sus gestos, como si con cada caricia le estuviera demandando una seguridad que no tenía. Pippa no vaciló en otorgársela. Ella también la necesitaba, y terminó encontrándola en el brillo de amor que iluminaba sus ojos y en la ternura de su contacto.

– Dime que me deseas -murmuró él-. Necesito oírtelo decir.

– Nunca he dejado de desearte. Ahora y siempre.

Cuando Luke entró en ella, Pippa se sintió invadida por una inmensa paz, como si hubiera regresado al lugar donde siempre había querido estar. El lugar más maravilloso que existía sobre la Tierra, un lugar donde las tormentas no existían y solo reinaban la alegría y el gozo. Luke le hizo el amor con infinita ternura, meciéndola en sus brazos como si fuera un ser frágil y precioso al que temiera hacer daño.

Después, cuando yacían abrazados en la cama, Luke le comentó con tono suave:

– ¿Sabes? Después de todo quizás no fuera tan malo que abandonaras tan rápido la sala del aeropuerto. Éramos muy jóvenes. De habernos casado entonces, puede que no hubiéramos durado. Yo no te habría dejado, pero habría sido un marido lamentable y tú te habrías hartado de mí. Pero, así tal como estamos, tenemos años y años por delante.

– Años y años -repitió Pippa, emocionada-. Oh, Luke, ojalá sea cierto…

– Claro que sí. Celebraremos nuestras bodas de oro -sonrió-. Josie tendrá sesenta años para entonces, con nietos y todo. ¿Te imaginas? Y yo tendré ochenta y… -de pronto se tensó, y Pippa percibió por primera vez un dejo de temor en su voz-… por supuesto, tú estarás a mi lado. Ya me enfrenté una vez antes a la vida sin ti y no quiero repetir la experiencia.

– Chist, no digas esas cosas.

– Sé que estoy diciendo tonterías. Lo que pasa es que todavía no puedo creer en lo afortunado que soy por haber tenido esta segunda oportunidad.

Durante un rato siguieron hablando en suaves murmullos. El futuro se extendía ante ellos y Luke se sumergió a placer en aquella sensación de felicidad con Pippa acurrucada entre sus brazos. Pero de repente recordó algo:

– Eh, acabo de acordarme de lo que iba a preguntarte. Cuando estabas enfadada conmigo me dijiste que… ¿qué era? Ah, sí. Que ya era demasiado tarde para ti. ¿Qué querías decir con eso? ¿Cariño? ¿Pippa?

Pero Pippa ya se había quedado dormida.

El sueño realizado de Cenicienta duró tres hermosos días. Un instante perfecto seguía a otro con tal profusión que ambos llegaron a perder el sentido del tiempo, y todo les parecía estar sucediendo a la vez. Charlaban sin cesar, como si ninguna barrera hubiera existido jamás entre ellos. Pippa le enseñó las fotografías que había llevado consigo, en las que aparecía Josie a todas las edades. A Luke se le hizo un nudo en la garganta al darse cuenta de que él no había estado allí, a su lado, para verla crecer. En las instantáneas también aparecían sus amigos: Angus, Michael, Liz, Sararí… la antigua pandilla con la que Pippa había vivido tan buenos momentos. Momentos que tampoco había compartido con él.

Durante todos aquellos años Luke siempre se había imaginado a Pippa como la misma de siempre, quizá un poquito mayor, pero la misma. Ahora se daba cuenta de que no era así. De que había tenido una evolución de la que él no había sido testigo. Siguió viendo más fotos. En una de ellas aparecía una niña con un vestido rosa, soplando una tarta con tres velas.

– Su tercer cumpleaños -murmuró Luke.

– Esa enorme jirafa que tiene al lado fue un regalo tuyo.

– ¿Mío?

– Le enviaste dinero y ella se lo compró. Era su muñeco favorito. Le contaba a todo el mundo que su papá se lo había regalado.

Seguían más instantáneas de fiestas de cumpleaños, cada vez más recientes.

– Aprendió a hablar muy pronto -le contó Pippa-, ¡y vaya si hablaba! Fue la primera de su clase en aprender a leer y no dejaba de hacer preguntas. Sometía a interrogatorios a todos los residentes de la casa -sonrió-. Josie es como una esponja: se embebe de conocimientos y experiencia y nunca olvida nada. Su profesora dice que puede llegar a ser realmente brillante con los ordenadores.

– ¿Y acaso no es también la mejor cocinera del mundo? -repuso Luke, divertido.

– Desde luego que sí, en su tiempo libre. Mira esta otra foto. Aquí aparece con un viejo perro labrador llamado George. Pertenecía a una señora, Helen, que estuvo unos años viviendo con nosotras. El año pasado, el animalito murió atropellado por un coche. Josie estuvo llorando un mes entero.

«¿En qué hombro?», se preguntó Luke, irónico. «Apuesto a que no en el mío».

Telefoneaban constantemente a Josie. La niña pasaba la mayor parte de aquellos días en el zoo. Al parecer se había enamorado de Billy, Tara, Ruby y Gita: los elefantes.

– Supongo que acabo de descubrir otro aspecto de la paternidad -le comentó Luke a Pippa en cierta ocasión-. Estoy aprendiendo a decir: «¿qué tal estás, cariño? Echo de menos a mi pequeñaja». Y a escuchar cosas como esta: «Papi, ¿sabes lo que ha hecho hoy Billy? Me ha dejado plantada. Es la primera vez que me deja plantada un elefante».

– Estás aprendiendo -rió Pippa.

Siempre estaban juntos, excepto en una ocasión en que Luke desapareció misteriosamente, pero solo durante una hora. Todas las noches cenaban en el salón, a la luz de las velas, frente a la piscina. Después descansaban en alguno de los enormes sofás, hasta que Pippa se quedaba dormida en sus brazos. Una noche él le dijo:

– ¿No es demasiado tarde, verdad? Todavía podemos tenerlo todo.

– Nadie lo tiene todo. Pero tenemos el ahora, y eso es mucho más de lo que soñé con alcanzar.

– Dime que te casarás conmigo -le suplicó.

– Quiero casarme contigo. Oh, Luke, si supieras las ganas que tengo…

– Eso me basta. Toma -deslizó una mano debajo de los cojines del sofá y sacó una pequeña caja-. Esto es lo que fui a comprar esta mañana.

Dentro había un anillo de compromiso, un magnífico diamante rodeado de pequeños brillantes.

– Te lo cambiaré si no te gusta, pero pensé que te quedaría bien.

– Luke, yo…

– Póntelo. Y espero poder regalarte otro muy pronto.

Se lo puso. Era un anillo precioso. Pero Luke no pareció darse cuenta de que ella no le había dicho lo que tanto ansiaba escuchar…

Aquellos días fueron como un prolongado día perfecto, hasta que finalmente llegó la hora de marcharse: el último baño en la piscina, la última maravillosa comida de Sonia… Luke encontró a Pippa sentada al borde del agua, con la mirada perdida.

– ¿Ya estás lista? -le preguntó con tono suave.

– Creo que nunca estaré lista para marcharme de aquí -respondió con tono nostálgico-. Hemos sido tan felices…

– Porque nos hemos reencontrado.

– Sí, y porque hemos podido detener el mundo. Esto ha sido tan mágico e irreal como Disneylandia. Cuando nos marchemos…

– No desaparecerá. Nosotros tenemos nuestra propia realidad, y esa realidad nos acompañará en todo momento. A partir de ahora siempre seremos felices.

– Siempre -susurró ella-. Me pregunto lo que esa palabra significará para nosotros.

– Significa madurar y envejecer juntos, y amarnos a pesar de lo que suceda.

– ¿Y perdonarnos también?

– Si te refieres a que me has perdonado, entonces sí. Pero tú nunca podrías hacer nada que yo necesitara perdonarte. Sé que, ante todo, eres una mujer sincera.

– Luke, hay algo que yo…

– Chist -la acalló, besándola-. ¿Qué necesidad tenemos de hablar? Te amo. Siempre te amaré, hasta el fin de los tiempos. Dime que tú sientes lo mismo.

– Sabes que sí.

– Quiero oírtelo decir. Quiero que me lo digas a menudo, por todas aquellas veces que pudiste habérmelo dicho en el pasado y no lo hiciste porque sabías que yo no estaba preparado para escucharlo. Dímelo, querida.

– Te amo, Luke…

– ¿Hasta el fin de los tiempos?

– Sí -respondió con voz ronca-. Hasta el fin de los tiempos… signifique lo que signifique esa palabra. Oh, Luke…

– Cariño, ¿qué te pasa?

– Abrázame. Y no me abandones nunca -sentía unas inmensas ganas de gritarle: «Y no dejes que me vaya a ese oscuro lugar que me separará de ti. Todavía no estoy preparada…».

– Nunca te abandonaré -le prometió.

– Luke, realmente me amas, ¿verdad? ¿Me amarás suceda lo que suceda?

– Nada podría hacer que dejara de amarte. Nada en absoluto.

Por la tarde salieron para Manhattan Beach. Fue Pippa quien le sugirió que recogieran a Josie a la mañana siguiente: pensaba aprovechar aquella última tarde para explicárselo todo a Luke. Durante todo el trayecto estuvo intentando encontrar una manera de decirle que, tan solo unos días después, se sometería a una operación que podría salvarle la vida… o no. Esa última posibilidad no quería analizarla demasiado. Por un instante, aquel muro de hielo negro volvió a aparecer en la pantalla de su mente, bloqueándole el paso. Se cubrió los ojos con una mano, negándose a verlo. El sol se estaba poniendo para cuando llegaron a casa.

– Justo a tiempo para darnos un chapuzón en el mar.

– De acuerdo – Pippa se dijo que ya se lo confesaría durante la cena.

La playa se estaba vaciando rápidamente de gente y la marea estaba bajando. Todo lo que veían parecía bañado en aquella luz de oro.

– Es como tener el mundo para nosotros solos -dijo Luke mientras se metía en el agua…

– Si pudiera ser cierto -suspiró-. Solos con Josie. Nadie más.

– Así será. Nos crearemos nuestro propio mundo. Lo conseguiremos, Pippa. Tú serás la mujer más feliz que existe en el mundo. ¿Qué te pasa?

– Nada -se apresuró a negar.

– He visto que te estremecías. ¿Qué es lo que he dicho para que hayas reaccionado así?

– Te lo has imaginado. Salgamos del agua.

Pasearon lentamente por la playa, de la mano. De repente Luke se detuvo y se volvió para contemplarla, admirado.

– Eres preciosa -le dijo-. Siempre lo has sido, pero nunca tanto como en este momento, amor mío.

– Amor mío -repitió Pippa con tono suave-. Oh, sí, amor mío.

– Sabes que siempre has sido mi amor – la atrajo hacia sí.

– Cariño, nos van a ver…

– Déjalos. Bésame, Pippa. Tenemos tanto tiempo perdido que recuperar…

Sin dejar de besarla en los labios, la tomó de la mano y siguió andando. Los escasos paseantes que había en la playa se hacían a un lado, riendo, para dejarlos pasar. El sol teñía de mil colores el cielo antes de hundirse en el horizonte y, por un fugaz instante, fue como si el mundo entero quisiera detenerse para admirar a aquella feliz pareja, que parecía dirigirse decidida hacia un futuro dorado.

Tan seducida estaba Pippa por el encanto de Luke que, hasta que no llegó a la puerta de la casa, no se fijó en las dos figuras que la esperaban en el umbral. Eran Frank y Elly, que la miraban con una expresión claramente desaprobadora.

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