Capítulo 11

FRANK, Elly -murmuró Pippa-. Qué… qué alegría veros.

– Estábamos preocupados por ti -dijo Elly, abrazándola-. Querida, tenemos que hablar…

– Después -se apresuró a interrumpirla Pippa-. Primero entremos.

Luke abrió la puerta y, cuando todos entraron, se volvió hacia Frank y a Elly, forzando una sonrisa.

– Ya nos conocemos -pronunció, tendiéndole la mano a Frank-. Estuve en vuestra boda. Elly -la abrazó-, me alegro de verte tan bien.

– Lo cierto es que todos estamos perfectamente -comentó Pippa-. Yo, por lo menos, no me he sentido mejor en toda mi vida. Admitidlo, vosotros dos: ¿tengo algo que ver con la pálida criatura que se marchó de Londres? -estaba hablando demasiado rápido y con escasa naturalidad, pero tenía que evitar a toda costa que la conversación tomara un rumbo peligroso.

– Tienes buen color -concedió Frank, a regañadientes.

– ¡Buen color! -exclamó Luke, indignado-. Está estupenda -la besó en una mejilla-. Cariño, ¿quieres preparar un café mientras yo…? -pero, nada más mirarla, se corrigió-. Perdona, será mejor que vaya a prepararlo yo.

– Querida, ¿te has vuelto loca? -le preguntó Elly a Pippa tan pronto como Luke se hubo marchado-. Quedarte aquí cuando tu operación…

– Por supuesto, pienso volver a casa para la operación. Pero no antes de que termine esta semana.

– Deberías descansar bien para estar preparada -le dijo Frank, alzando la voz.

– Frank, por favor… tú sabes por qué he venido.

– Claro que lo sé -dijo con amargura-. Por la estupidez de hacer que Josie conociera a su padre… que no demostró el menor interés por ella desde que nació.

– Eso no es cierto. Él contribuyó a mantenerla.

– Pero nunca se molestó en conocerla personalmente, ya que en ese caso tú nunca habrías necesitado hacer este viaje, arriesgando tu vida.

– ¿Qué significa todo esto?

Todos se volvieron para mirar a Luke, que estaba en el umbral. Se había puesto unos vaqueros pero todavía llevaba el torso desnudo. Respiraba aceleradamente. «¡Oh, Dios mío!», exclamó en silencio Pippa. «No. Lo último que quería era que lo descubriera de esta forma».

– ¿Qué has dicho? -le preguntó a Frank, mortalmente pálido.

– He dicho que Pippa está enferma, y que probablemente ya estaba muriéndose… antes incluso de venir aquí.

– Eso no es cierto -se apresuró a negar ella-. El médico me dijo que tenía muchas posibilidades…

– Te dijo que tenías un cincuenta por ciento de posibilidades si te operabas rápidamente y no cometías ninguna estupidez -gruñó Frank-. Estaba lejos de imaginar que decidirías hacer un viaje tan largo como este, cruzando el Atlántico en uno y otro sentido. ¿Tienes idea de lo peligroso que es esto?

Pippa apenas lo escuchaba. Sus ojos estaban fijos en el rostro de Luke, que se había vuelto hacia ella con expresión estupefacta.

– ¿Pippa? -¿De qué diablos está hablando este hombre? ¿Es que está loco?

– No lo está, Luke. Solo está exagerando las cosas. Últimamente me he sentido algo mal y…

– Sí, ya me lo dijiste. Que tenías asma y…

– ¡Asma! -explotó Frank-. Tiene estenosis ventricular. ¿Sabes lo que es eso, Dan-ton? Es una disfunción de una válvula cardiaca. Es algo mortal. Ya mató a su madre. Y la está matando a ella.

Luke seguía con la mirada fija en el rostro de Pippa. En sus ojos se leía una aterradora pregunta.

– Sí -pronunció desesperada-. Es verdad.

– Pero… no lo entiendo. No puedes estar enferma. Te he visto todos los días y te encuentras bien.

– Querrás decir que ella te ha engañado, haciéndote creer que se encuentra bien -intervino Frank-. Supongo que resulta duro admitir que te han engañado cuando lo que está en juego es tu propia conveniencia.

– Por favor, Frank -le susurró Pippa-. Esa no es la manera.

– ¿Y cuál es la manera? ¿Facilitarle las cosas como tú has hecho siempre? ¿Durante todos estos años en que le has dejado ejercer de padre de la manera más fácil del mundo, porque era eso lo que le convenía?

– ¡Frank, silencio! -protestó Elly -. Puede que Josie esté por aquí.

– No, está con mis padres -la informó Luke.

– Qué bien -exclamó Frank, con tono desdeñoso-. Menuda adquisición, ¿no?.

– ¿Qué quieres decir? -le preguntó Luke.

– Quiero decir que he visto tu página Web. Aprovechándote de tu propia hija para mejorar tu imagen… -se volvió hacia Pippa-. ¿Cómo has podido consentirlo?

– Fue Josie la que quiso hacerlo, Frank. Le encantó.

– No se le da a un niño algo que le perjudica simplemente porque lo quiere. Josie necesita adultos que la protejan, y no que la exploten por intereses tan mezquinos.

– Si no fuera por Pippa, ahora mismo te haría tragar esas palabras -lo amenazó Luke con voz áspera-. Yo quiero a mi hija.

– ¡Tu hija! Qué gracioso, viniendo de ti. ¿Qué tipo de padre has sido para ella? Claro, la has mantenido económicamente, pero regalar dinero es fácil. ¿Cuándo has hecho algo que te haya costado realmente?

– No estoy discutiendo contigo. Ya te lo he dicho, quiero a mi hija y quiero a Pippa. Vamos a casarnos. El pasado es el pasado. Si Pippa y Josie pueden perdonarme, entonces todo esto ya no es asunto de nadie. Ni siquiera tuyo.

– ¡Estúpido! – Frank ya había perdido completamente los estribos-. ¿Es que no lo comprendes? ¡Se está muriendo! Si la hubieras tratado adecuadamente durante todos estos años, ella no habría corrido el terrible riesgo de venir a buscarte ahora.

– Frank… -Pippa y Elly intentaron acallarlo al mismo tiempo, pero fue inútil.

– Esa operación es su última oportunidad -gritó-. ¿Qué vas a hacer cuando muera, eh? ¿De qué servirán todas esas bonitas palabras cuando esté muerta?

Observando a Luke, Pippa se dio cuenta de que hasta aquel preciso momento no había tomado plena conciencia de la situación. No hablaba, pero era como si su rostro estuviera envejeciendo por momentos. Pippa sintió que la cabeza le daba vueltas.

– Frank, basta ya. Creo que debes irte ya.

– No me iré sin ti.

– Me marcharé cuando esté lista para ello. No debiste haber hecho esto. Solo dime dónde puedo encontrarte.

– En el hotel del aeropuerto -contestó Elly.

Pero Frank no estaba dispuesto a renunciar.

– Sigo pensando que deberíamos esperar a que…

– Vete -le ordenó Pippa sin alzar la voz.

Elly lo sacó de la casa. Una vez solos, Pippa no se atrevía a mirar a Luke. Estaba respirando aceleradamente, como un hombre que acabara de recibir una herida mortal.

– ¡Dios mío! -murmuró.

– Iba a decírtelo anoche.

– ¿O mañana? ¿O al otro día?

– Sí, lo he estado retrasando. Pero habría tenido que ser esta noche, porque tengo que irme a casa. Oh, Luke, siento tanto que lo hayas descubierto de esta forma… Yo no quería que pasara esto… -lo tocó. Estaba temblando.

– ¿Desde cuándo lo sabes? -le preguntó al fin.

– Desde hace unas semanas. No sabía qué hacer. De repente tenía que pensar en demasiadas cosas, y todas a la vez…

– Pudiste haberme llamado por teléfono. Yo habría ido en seguida a Inglaterra.

– ¿Lo habrías hecho? -le preguntó, entristecida.

– Por supuesto que sí. No había ninguna necesidad de esto. Habría ido de inmediato. Habría podido ayudarte con todas esas cosas que has mencionado -la miró fríamente-. Pero tú ni siquiera pensaste en recurrir a mí, ¿verdad?

– No -admitió.

– Bueno, supongo que solamente yo tengo la culpa de eso -admitió con un tono de profunda amargura-. No hace falta que me lo digas.

– No iba a decírtelo.

Tenía lágrimas en los ojos. Descargó un puñetazo sobre la barra de la cocina antes de atraer a Pippa hacia sí y abrazarla con desesperación.

– ¡Dios mío! -sollozó-. ¡Pippa, Pippa!

– Todo va a salir bien -intentó consolarlo ella-. Tendrá que salir bien. No podemos perdernos el uno al otro ahora.

– ¿No podemos? -inquirió con voz ronca-. Frank parecía estar muy seguro.

– Frank está aterrorizado.

Abrazada a Luke, Pippa recordó el miedo y el estupor que había sentido cuando descubrió que estaba enferma. Se había enfrentado a ello tiempo atrás, y con esas reservas de fortaleza que entonces había reunido podría ayudarlo a él ahora.

Se había olvidado de la furia. Nada más conocer la noticia la había invadido una terrible rabia, algo muy distinto del combativo espíritu con que siempre se había enfrentado al mundo. Había sido como una furia abrasadora contra todo lo que le había hecho eso a ella y a Josie, la pequeña que podría perder a su madre. Había querido gritar y gritar contra aquel injusto destino.

Pero en aquel instante no se acordaba de aquello y, cuando sintió que Luke se convulsionaba violentamente en sus brazos, al principio no se dio cuenta de que estaba experimentando la misma devastadora furia que había padecido ella. Por eso la sorprendió tanto su siguiente comentario:

– Pero al menos le contaste a Frank la verdad, lo cual es muchísimo más de lo que hiciste conmigo.

– No pude evitarlo. Me vi obligada a ello por las circunstancias.

– Durante todo este tiempo siempre has tenido un plan secreto, ¿verdad? Creía que otra vez estábamos unidos, pero… ¿cómo podíamos estarlo cuando me estabas escondiendo un secreto semejante? Dime: ¿por qué te presentaste aquí de pronto?

– Porque sabía que quizá no me quedaba mucho tiempo y quería asegurarme de que conocieras a Josie. Durante todos estos años… bueno, yo pensaba que al menos irías a verla aunque solo fuera una vez. Pero nunca lo hiciste, y si… si Frank y Elly tienen que convertirse en sus padres… ellos son gente buena, de confianza, y ella los necesitará. Pero también quería que Josie te conociera. Quería que tú la conocieras y la amaras para que no volvieras nunca a perder el contacto con ella.

Luke la soltó y retrocedió un paso, mirándola de una forma extraña, como si estuviera intentando desentrañar quién era en realidad.

– Luke -gritó, desesperada-, por favor, intenta comprender. Hice lo que tenía que hacer.

– Ya.

– ¿Entonces qué? ¿De qué puedes culparme?

– De haberme engañado -respondió con tono suave-. De haberme dejado vivir en un limbo -rió sin humor-. En el limbo de los tontos. Durante todo este tiempo no he hecho más que contarme absurdos cuentos a mí mismo acerca de que tenía una segunda oportunidad… Debiste haber sido sincera conmigo.

– ¿Cuándo? ¿Y cómo? ¿El mismo día que llegué, tal vez? ¿Cuándo entré por esa puerta y te lanzaste a mis brazos porque yo era tu medio más seguro de escapar de Dominique?

– ¿Y después? Sabías que me estaba enamorando de ti. Estaba haciendo planes para el futuro, y tú me dejaste hacerlos, aunque sabías que era posible que no existiera ningún futuro… ¡Dios mío!

En aquel instante Pippa se inflamó de ira. Aquello era demasiado.

– ¿Y qué debería haberte dicho, Luke? ¿Que podía estar muriéndome, para que tuvieras buen cuidado de no hacerme el amor, por ejemplo? ¿Debí haberte advertido que te protegieras a ti mismo y no albergaras sentimientos demasiado profundos por mí, por si acaso acababas haciéndote daño? Porque es así como has sobrevivido: a costa de no acercarte demasiado a nadie. El generoso Luke, siempre dispuesto a regalarle a todo el mundo una sonrisa, pero a nadie el corazón.

– No era eso lo que yo quería decir -replicó, irritado.

– Yo creo que sí. Te habría gustado saberlo, para que hubieras podido darme solo lo justo, lo necesario, y nada más.

– No puedo creer que me hayas dicho una cosa así -murmuró, palideciendo de asombro.

– ¿Por qué no? Siempre ha sido así contigo. Con los años me he acostumbrado. Solo que me había olvidado. Desde que llegué aquí, me había olvidado… ¡qué estúpida he sido!

Consternados, se miraron fijamente a través del abismo que acababa de abrirse entre ellos. Era como si fueran seres diferentes. Luke veía a una mujer que lo había rechazado al elegir recorrer sola el camino más difícil, y que le había hablado de amor a la vez que secretamente lo había despreciado. Pippa, por su parte, veía a un hombre que la había engañado con bonitas promesas que nunca había tenido verdadera intención de cumplir. Las promesas de Luke, pensó angustiada, siempre eran tan bonitas como falsas.

Quería disculparse con él por su último comentario. Decirle que había pronunciado aquellas palabras innecesariamente crueles porque se sentía furiosa y amargada. Pero los segundos pasaban y no podía hablar.

– Creo que será mejor que salga un rato -le informó Luke al cabo de un momento-. Necesito pensar sobre todo esto.

– Claro -repuso ella. No alzó la mirada, ni siquiera cuando oyó su coche alejarse.

Luke solo había pretendido ausentarse durante una hora como mucho, pero una vez en la autopista cayó en una especie de trance hipnótico, en el cual nada había excepto un incesante flujo de tráfico hacia el infinito. Estaba paralizado de asombro, aterrado, tan desorientado como un alienígena en un universo extraño. Todos los lugares familiares y conocidos se habían evaporado. Nada de lo que le veía parecía tener sentido. De alguna forma todo su mundo se había trastocado. Apenas el día anterior había sido absolutamente feliz con la mujer que amaba, pero en esos instantes… Hacía menos de una semana que Pippa y Josie habían aparecido de improviso en su casa, transformando una vida que cada vez le parecía más vacía y sin sentido. Quería volver a vivir aquel momento porque quizá, si lo conseguía, todo llegaría a arreglarse. Pero no. De repente se veía a sí mismo once años atrás, despidiéndose de Pippa en el aeropuerto de Londres, abandonándola a sabiendas de que aquello era un error. De que cometía un error irreparable.

Perdió la noción del tiempo. La oscuridad dio paso a las primeras luces del alba y todavía seguía conduciendo. Se detuvo a repostar gasolina y volvió al coche como un zombi. Cuando finalmente paró ante un motel, tuvo que hacer un inmenso esfuerzo para separar los dedos del volante. Se registró y llamó a casa, pero no recibió respuesta. Pippa debía de haberse quedado dormida. Llamó luego a sus padres, que le dijeron que Pippa y Claudia habían recogido a Josie la noche anterior. Lo consoló saber que Claudia estaba con ella.

Intentó llamarla una y otra vez, siempre en vano, y finalmente se quedó dormido con la habitación, con el teléfono en la mano. Varias horas después subió al coche y condujo lo más rápidamente que pudo de regreso a casa. Intentó decirse que lo tenía todo bajo control. No la dejaría regresar a Inglaterra. Pippa debía quedarse allí y la ingresaría en el mejor hospital de Los Ángeles. Le conseguiría los mejores médicos y, cuando abandonara el hospital, cuidaría de ella como ningún otro hombre había cuidado antes de ninguna mujer. Se pondría bien y su futuro volvería a ser tan luminoso como antes. Intentó olvidarse del pitido del teléfono sonando y sonando una y otra vez en sus oídos, sin respuesta. Ya había caído la tarde cuando llegó a casa. Incluso antes de abrir la puerta trasera distinguió una sombra en el interior, y una oleada de alivio lo inundó.

– ¡Pippa!

Pero no era Pippa.

– Se ha marchado, Luke -le informó Claudia-. Ayer tomó un avión de vuelta a Inglaterra. Yo vine aquí justo cuando ya se iba. Me contó lo sucedido.

– ¿Y tú la dejaste ir?

– No podía retenerla. Era decisión suya y, al parecer, no podía retrasar esa operación por más tiempo. En cualquier caso, ¿por qué habría debido impedir que se marchara? ¿Para que tú pudieras volver a discutir con ella?

– ¿Qué es lo que te contó ella?

– Todo. Yo sabía que no se encontraba bien. Le di el número de mi médico en Montecito…

– ¿Tú sabías que estaba enferma?

– Sabía lo mismo que tú habrías sabido, si hubieras usado tus ojos. Esas jaquecas continuas, esos jadeos… sí, ya sé que ella tenía una explicación para cada síntoma, pero eran demasiados, algo extraño en una mujer joven como ella. No creo que en realidad tuviera esas jaquecas; sospecho que se trataba de una excusa para poder tumbarse y ahorrar energías.

– ¿Por qué no me lo dijiste antes?

– No era yo quien tenía que decírtelo. Pippa tenía derecho a elegir la ocasión de hacerlo. Además, no imaginaba que se trataba de una enfermedad tan grave. Cuando pienso en lo que ha debido de pasar, guardándoselo todo para sí misma, sin poder confiar en nadie. Y siempre mirando hacia el futuro, sonriendo, fingiendo. Ha debido de sentirse tan sola… No sé cómo ha podido soportarlo. Oh, Luke… -estaba sollozando.

– Años atrás, solíamos contárnoslo todo -comentó él con voz ronca.

– Lo dudo. Puede que tú lo creas así, pero apostaría a que había un montón de cosas que ella no podía decirte porque tú no querías saberlas. Como, por ejemplo, lo mucho que te amaba.

– Por supuesto que yo quería saber…

– Ahora quizá, pero ¿y entonces? En aquellos días, ¿acaso le dijiste alguna vez que la amabas?

– Sí… -se esforzó por recordar-. No… Debí de haberlo hecho…

– Me extrañaría que lo hubieras hecho. El amor, para ti, es como una cadena. Si eso sigue vigente para ti ahora, puedo imaginarme perfectamente cómo debías de ser antes.

Luke se sentó ante la barra de la cocina y apoyó la cabeza en las manos.

– Lo que más me duele es que ella me escondió todo eso, se cerró a mí. Durante todo el tiempo me suscitó falsas expectativas cuando en realidad estaba soportando aquella carga sola sin dejarme compartirla. Manteniéndome al margen. Me habría gustado ayudarla, estar a su lado cuando se sentía mal, pero evidentemente ella no creía que yo podía hacer eso. Yo soy estupendo para un romance de vacaciones, pero no cuando las cosas se ponen serias, ¿eh?

– No lo sé -respondió Claudia-. Eso solo podría decirlo ella.

– Intenté decírselo, pero creyó que yo estaba enfadado con ella simplemente porque no me informó antes de lo de su enfermedad, y que podía renunciar voluntariamente al amor que le profesaba. Como si existiera alguna posibilidad de que yo pudiera hacer eso. Me dijo incluso que, si me lo hubiera dicho, seguramente yo habría guardado las distancias con ella… me habría preservado, protegido…

– ¿Y lo habrías hecho?

– No. Amo a Pippa. Siempre la he amado. Pero fingí que no… ¿A quién creía que estaba engañando?

– Creo que a ti mismo -dijo Claudia.

– Todo es culpa mía, ¿verdad? -pronunció lentamente-. Yo proyecté esa imagen de mí, le hice pensar que era peor de lo que soy en realidad. ¿Por qué habría debido Pippa pensar otra cosa? Incluso salí huyendo de la casa. No quería hacerlo. Quería volver rápidamente, pero perdí la noción del tiempo, y ahora me encuentro con que se ha marchado -cerró los ojos-. Dime más cosas. Después de que llegaste aquí ayer, ¿qué pasó?

– La llevé a casa de tus padres para que recogiera a Josie, y luego al aeropuerto. Frank y Elly estaban allí, y tomaron un vuelo de madrugada a Londres. Luego me vine aquí a esperarte.

– Estuve llamando por teléfono y nadie contestaba.

– Probablemente todavía estaría fuera, con ellas. O volviendo del aeropuerto.

– Josie se preguntaría por qué no fui a despedirla, la pobrecita. ¿Sabe ella lo muy enferma que se encuentra su madre?

– No. Pippa no podía arriesgarse a decírselo antes que a ti, por si se le escapaba en tu presencia. Además, no creo que quisiera estropearle a Josie las vacaciones. Yo le sugerí a Pippa que retrasara su partida porque no me gustaba el aspecto que tenía. Temía que el vuelo pudiera perjudicarla. Pero estaba decidida a marcharse lo antes posible.

– Y a alejarse de mí -declaró Luke con amargura-. Y yo que pensaba que aún tenía una oportunidad de arreglar las cosas…

– Luke, enfréntate a la realidad. Pensaste que podías arreglar las cosas por tu propio bien. Pero tienes que arreglar las cosas por ella.

– Me he comportado como un maldito estúpido, ¿verdad?

– Sí -respondió Claudia, rotunda-. Pero al menos tienes el coraje de admitirlo, lo que significa que aún eres reformable.

– Gracias por ese pequeño consuelo -repuso, irónico-. Creo que voy a tomar una ducha.

La ducha le despejó ligeramente la cabeza, pero una más clara visión de lo sucedido no lo hizo sentirse mejor. Cuando fue a su dormitorio a buscar ropa limpia, se detuvo en seco al descubrir un sobre en la almohada de la cama, con su nombre escrito con la letra de Pippa. Dentro había una nota, que se apresuró a leer:


Querido Luke:

Tenías razón. Debí habértelo dicho desde el principio. La verdad es que siempre lo supe. Pero, ya ves, no esperaba que al final terminara sucediendo lo que sucedió. Pensé que todo se había arreglado entre nosotros, al menos por tu parte. Nunca imaginé que podrías volver a amarme, pero lo hiciste, y supongo que pequé de mezquina al dejar que planificaras para los dos un futuro que sabía que tal vez nunca llegaría a tener lugar. Continuamente quise decírtelo, pero siempre acababa por echarme atrás. Intenta perdonarme.

Mi principal preocupación siempre ha sido Josie. Ella te quiere y yo deseo que formes parte de su vida, tanto si yo estoy presente como si no. He nombrado a Frank tutor de Josie, pero tú podrás verla siempre que quieras. Se lo he hecho prometer y Frank es un hombre de palabra. Pero por favor, por favor, Luke, si llega a suceder lo peor, no luches por su custodia. Josie te quiere, pero también quiere a Frank y a Elly, y si te enfrentas a ellos, eso la afectará mucho. Pobrecita, ya tendrá bastantes motivos de sufrimiento. Adiós, amor mío. Gracias por todo lo que me has dado. Primero por Josie, pero también por tantas cosas maravillosas… Si no volvemos a vernos, no te acuerdes de las cosas tan malas que te dije. No las dije de verdad. Siempre te he amado por lo que eres, y no por el hombre diferente que habrías podido ser. Y siempre te amaré.

Pippa


Dentro del sobre había también algo pequeño y duro. Era el anillo de compromiso que le había regalado en Montecito. Tenía la impresión de que desde entonces había transcurrido toda una eternidad. Se sentó con la mirada clavada en la nota y en el anillo, sintiendo que todo el cuerpo se le helaba de puro miedo, hasta quedarse absolutamente paralizado, como si nunca más pudiera volver a moverse. Cuando finalmente consiguió hacerlo, levantó el auricular del teléfono y llamó a la casa de huéspedes de Londres. Pero quien lo atendió fue un residente nuevo que no estaba enterado de nada, excepto de que Josie y Pippa no estaban en la pensión. Colgó, todavía aturdido, y cuando Claudia le ofreció una taza de café se la bebió mecánicamente, como un autómata.

– Será mejor que intentes dormir un poco -le aconsejó Claudia.

– No. Me marcho a Inglaterra en el próximo avión.

– Ya te he reservado un billete para el que sale a las ocho de esta tarde. Es lo más temprano que he podido conseguirte. Vete a la cama, que yo te despertaré cuando sea la hora.

– Eres la mejor amiga que he tenido nunca.

Luke partió a las ocho en punto. A pesar de que el vuelo duró once horas estuvo despierto en todo momento, contemplando el cielo sumido en sombras por la ventanilla del avión, pensando continuamente en Pippa. A veces la recordaba tal y como la vio la primera vez, con aquella ropa tan escandalosa y aquella actitud suya tan audaz ante la vida. Pero luego la veía como la había visto durante los últimos días, aparentemente feliz pero escondiéndole su secreto, porque no confiaba lo suficiente en él como para compartirlo.

Y era todavía peor cuando releía su carta, con aquellas frases que parecían cobrar un nuevo y misterioso significado: «siempre te he amado por lo que eres, y no por el hombre diferente que habrías podido ser». En el fondo Pippa siempre había sabido que él la abandonaría, y aun así lo había aceptado y perdonado. Eso era lo que había querido decirle con aquella frase. Pippa lo había amado como habría amado a un niño, haciendo concesiones y no exigiendo nada. Y ese era precisamente el tipo de amor que él siempre había preferido. Se guardó rápidamente la carta, preguntándose cuándo terminaría aquel maldito vuelo…

Finalmente, sobre las cuatro de la tarde, aterrizaron. Provisto solamente del equipaje de mano, atravesó a toda prisa la sala de llegadas. Heathrow había cambiado bastante desde que salió de aquel aeropuerto once años atrás, pero no tanto como para que no pudiera identificar el lugar exacto donde se había despedido de Pippa. Ella se había mostrado muy risueña, gastándole bromas sobre las chicas con la que se relacionaría en el avión, y él había pensado que, en realidad, no le importaba. ¡Qué ciego y qué estúpido había sido! Reconoció también el sitio exacto donde se había detenido en seco para volver sobre sus pasos, esperando verla todavía, para llevarse finalmente la sorpresa de que ya no estaba allí, que se había marchado. Tan estúpido había sido que había hecho a un lado su dolor, diciéndose que si era eso lo que sentía ella, ¿quién la necesitaba? Cuando durante todo el tiempo la había necesitado, pero no lo había reconocido por una pura cuestión de orgullo. Y tal vez era ya demasiado tarde…

Subió a un taxi y dio una sustanciosa propina al conductor para que lo llevara lo antes posible a la casa de residentes de Londres. Al fin se halló frente al viejo edificio, que parecía bastante cambiado. Una joven bajó las escaleras, sonriente, para darle la bienvenida.

– ¿Dónde está Pippa? -preguntó, tenso.

– En el hospital. Ayer llegó de Estados Unidos y se fueron directamente para allá. Se encontraba mal.

– ¿La operación? -Luke sintió que una mano helada le desgarraba el pecho-. ¿Ya la han operado?

– No, han tenido que ingresarla primero y hacerle unas pruebas. Esperaban operarla esta tarde, me parece.

– ¿Dónde?

– En el hospital Matthews. Está en…

– Ya lo sé, gracias -ese era el hospital de donde procedían los estudiantes que se alojaban en la pensión. Luke salió corriendo a toda velocidad. Quizá todavía estuviera a tiempo de verla antes de la operación. Tenía que hacerlo. Porque si no… Porque si no, Pippa podría morir sin que llegara a saber lo mucho que la amaba. Y eso sería algo que jamás podría perdonarse.

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