PARA cuando llegaron a casa, Josie ya se había quedado dormida en el asiento trasero. Luke la subió al dormitorio y la acostó delicadamente en la cama.
– Bueno -anunció Pippa, bostezando-, creo que tomaré un té y después yo también me iré directamente a la cama.
– Todavía no -le pidió Luke, deslizando las manos en torno a su cintura e intentando besarla.
– No, Luke -se resistió, apoyando una mano contra su pecho.
– ¿Qué pasa?
– El día de hoy ha sido maravilloso, pero estábamos de vacaciones y…
– Bueno, todavía lo estamos, ¿no?
Le acarició los labios con los suyos, y Pippa se sintió terriblemente tentada de ceder. Desde luego que había sido un día maravilloso: ¿por qué no habría de consentir que durara algunas horas más?
– Pippa, desde que llegaste nuestra relación ha sido un tanto… incómoda, y supongo que así debía ser. Pero hoy ha sido distinto. Algo ha sucedido entre nosotros.
– Algo ha sucedido entre el chico y la chica que hemos fingido ser, pero eso no cuenta realmente.
– Contaría si quisiéramos que contara – murmuró, acariciándole la frente con los labios-. ¿Es que tú no quieres?
– No, yo no.
– ¿Hablas en serio? -ya le estaba acariciando la mejilla, el cuello…
– No lo sé, pero tú no estás siendo justo. Por favor, Luke, suéltame. Ha sido emocionante, pero ahora tenemos que ser sensatos.
– ¿Sensatos? -susurró contra su boca-. ¿Nosotros?
– Sí, nosotros -respondió también en un murmullo. No pudo resistir la tentación de acariciarle delicadamente el cabello, mientras una voz interior le gritaba: «Anda, hazlo. Solo por esta vez» -. ¡No! -exclamó al fin, liberándose de pronto. Temblando, se volvió para mirarlo y contempló su expresión asombrada. Tuvo que hacer un enorme esfuerzo para no dejarse arrastrar por sus sentimientos-. Lo siento, Luke, pero… ¿acaso no te das cuenta de que ya es demasiado tarde? No podemos volver atrás en el tiempo. Fingimos por un día y fue maravilloso, pero ya ha terminado. Ahora estamos en la realidad.
– La realidad -Luke soltó una carcajada irónica-. ¡Cómo he odiado siempre esa palabra!
– Sí, yo también, a veces. Y esta es una de ellas.
– Entonces…
– Cariño, por favor. Todo es diferente. Yo soy diferente -Pippa esbozó una leve sonrisa-. He madurado y con el tiempo me he vuelto sensata. Y voy a seguir siéndolo.
– Ya. Perdona Pippa, me temo que he malinterpretado… muchas cosas. Tienes razón, por supuesto. No podemos hacer retroceder el reloj. Me he propasado. Olvídalo. Te prepararé ese té. Mi té inglés es famoso en el mundo entero…
Ya estaba sonriendo de nuevo, casi bromeando, después de haber dado aquel asunto por cerrado. Pippa le devolvió la sonrisa, y aquel momento peligroso pasó finalmente. Después de tomar el té, subió a su habitación. Afortunadamente Josie seguía dormida, de manera que pudo tumbarse sigilosamente en la cama, con el pecho oprimido por una inmensa tristeza y frustración. Habría sido una locura rendirse a Luke y a los deseos de su propio corazón, pero en el fondo, con la mirada perdida en la oscuridad, se arrepentía profundamente de no haberlo hecho.
Luke no se acostó en su cama. Hizo lo que solía hacer a menudo: tumbarse en el sofá y reflexionar. A veces le sorprendía allí el nuevo día, pensando sin cesar en algo que le había sucedido y que le había afectado de una manera especial. Le había alarmado y desconcertado a la vez descubrir que seguía deseando a Pippa con tanta o más intensidad que antes. «No hay nada tan muerto como un viejo amor», rezaba un antiguo adagio, pero en su caso no era verdad. Cuando en alguna ocasión había regresado al lecho de alguna antigua amante, se había tratado solamente de un ejercicio de nostalgia. Pero lo que sentía en aquellos momentos no era nostalgia, sino la aguda punzada del deseo. Ansiaba desesperadamente ir a buscar a Pippa a su habitación, desnudarla y hacerle el amor hasta que ambos quedaran extenuados. Y luego volver a hacerle el amor. Pero un hombre no podía permitirse pensar esas cosas de una mujer que lo había rechazado. Aquello era complicarse demasiado la vida.
Pippa lo había rechazado. Pero no: no había sido ella, sino una mujer diferente, a medias conocida y a medias extraña, pero absolutamente tentadora. La joven Pippa se había fundido con la madura, sensata e incluso triste Pippa. No sabía qué era concretamente lo que había visto en su expresión, pero esta seguro de que escondía un secreto e intenso dolor.
Durante un rato estuvo dormitando, hasta que lo despertó un ruido procedente de la cocina y fue a investigar.
– Soy yo, papi. Quería tomar un poco de leche.
– Son las cuatro de la madrugada. Deberías estar durmiendo como un tronco después del día tan cansado que has tenido. ¿Quieres comer algo?
– ¿Un helado, quizá?
– ¡Dios bendiga tu estómago! -exclamó Luke-. Un helado, después algodón de azúcar, bombones… Bueno, toma.
– Gracias.
Luke se sentó en un taburete de la barra y la observó comer.
– ¿Te gusta vivir en una casa de huéspedes, Josie?
– Sí, es bonito. Mami me contó que tú solías vivir allí con ella.
– Es verdad, pero de eso hace mucho tiempo. Supongo que habrá cambiado bastante.
– Sí, ahora está toda nueva y arreglada. ¿Te gustaría verla? Tengo algunas fotos aquí. Espera.
Se dirigió al dormitorio y volvió un momento después con un fajo de fotografías.
– Mami también trajo algunas -le informó, encaramándose en otro taburete-, pero no sé muy bien cuáles son las suyas.
Luke estudió la casa, que había sido objeto de importantes reformas, sobre todo la cocina. Recordaba que la antigua cocina de Ma parecía verdaderamente de museo.
– ¿Quién es ese? -preguntó de repente, señalando un hombre que aparecía al lado de Pippa en una de las fotos.
– Derek. Está enamorado de mamá. Constantemente le regala rosas. Mira, en esta otra puedes verlo justo detrás del hombro de mamá.
Acercándose más, Luke acertó a distinguir un ramo de rosas rojas. No dijo nada.
– Y este es Mark -le dijo Josie, presentándole otra fotografía-. Se dedica a probar coches para un fabricante y, de vez en cuando, participa en carreras, aunque solo en Fórmula Tres. A veces va a buscar a mamá en su coche y conduce a toda velocidad. A ella le gusta, dice que es emocionante. Es gracioso.
– ¿Por qué te parece gracioso?
– Bueno, es mi madre, ¿no? Las madres no suelen hacer cosas emocionantes.
– ¿Sabes una cosa? Cuando yo conocí a tu madre, lo encontraba todo emocionante.
– ¿Cómo era ella en aquel entonces?
– Tremendamente divertida -respondió Luke con una sonrisa-. Llevaba ropa muy llamativa: vaqueros de color naranja y botas de cowboy rojas.
– ¿Mamá? -exclamó Josie, escéptica-. ¿Seguro que no te has confundido con alguna otra novia?
– Oye, no te pases de lista -bromeó-. No tenía ninguna otra novia mientras estaba con ella. De alguna forma, cuando estabas con Pippa ya no veías a nadie más. Ella simplemente encendía el cielo y convertía el mundo en un lugar tan loco y maravilloso como ella -al ver la sorprendida expresión de Josie, Luke se dio cuenta de que sus palabras no tenían demasiado sentido para ella. Era incapaz de relacionarlas con su madre-. Desde luego en esta foto sí que parece estar divirtiéndose mucho -añadió.
En la instantánea Pippa aparecía sentada en un descapotable, sonriente, con la melena ondeando al viento. Al lado iba un hombre que, supuestamente, las mujeres habrían podido considerar como guapo. Luke no lo sabía: en gustos no había nada escrito. Le devolvió la fotografía.
– ¿Y cómo se siente mamá? -le preguntó-. ¿Tiene algún amigo… especial?
– ¿Te refieres a alguien que se quede a pasar toda la noche en su habitación?
– Hum… -Luke se había ruborizado-, sí, supongo que me refiero a eso.
– No lo creo. Nunca la he oído gemir y gritar.
– ¿Qué… qué es lo que sabes al respecto? -inquirió, consternado.
– Bueno, una vez tuvimos como residentes a una pareja de luna de miel, y ellos…
– Ya, bien -la interrumpió apresurado, y añadió en un murmullo-: Dios mío, si yo le hubiera dicho algo parecido a mi madre se me habría desmayado.
– Somos una nueva generación. Las cosas han cambiado mucho desde la época en que tú eras joven.
– Anda, vete a la cama. Estás haciendo que me sienta como un anciano.
– Bueno, enfréntate a los hechos, papá. Tú naciste en el siglo pasado.
A esas alturas Luke ya estaba completamente anonadado. Pero Josie ya había desaparecido cuando pudo recuperarse para replicar:
– ¡Y tú también!
Una vez solo, miró de nuevo las fotografías, deseando que el hombre del descapotable no fuera tan atractivo. Luego volvió al salón y se sentó en la oscuridad, contemplando el mar e intentando sacudirse la sensación de tristeza que lo invadía. Ese era un sentimiento con el que no solía perder el tiempo: si algo lo hacía sentirse triste, se ponía a pensar en otra cosa. Pero en aquella ocasión no le resultó tan fácil, y él, el menos analítico de los hombres, se vio obligado a analizar su situación.
Era algo que tenía que ver con el asombro que había experimentado Josie cuando él le describió a la joven Pippa. No había comprendido nada de lo que le había dicho. La imagen que tenía de su madre era la de una mujer con frecuentes ataques de asma y jaquecas, que le decía cuándo tenía que acostarse y cuándo tenía que hacer los deberes. Los recuerdos que Luke tenía de la radiante y hermosa jovencita que vivía solamente para el presente carecían de sentido para su hija.
Y aquella jovencita se estaba desvaneciendo por momentos. La propia Pippa no parecía recordar gran cosa sobre ella. Solamente era en el corazón de Luke donde seguía viviendo, llameante de vida y alegría. Pero él también había cambiado. ¿Qué le había dicho aquella tarde, en el barco? Que su armonía sexual había importado menos, a largo plazo, que la sintonía de sus mentes, de sus almas. Él, Luke Danton, había dicho eso, y además hablando en serio. ¡Inquietante! Era el mismo tipo de cosas que habría dicho una persona como Frank, y eso lo alarmaba terriblemente. Quería decir que se estaba volviendo viejo.
El programa se emitió a las ocho de la tarde. A las cinco, ya se hallaba reunida la familia, compuesta por los padres de Luke, Zak con su novia y Becky con su novio. Media hora después apareció Claudia con una botella de champán, y la fiesta fue ya completa. Luke se había ocupado de preparar la cena y Josie se mostró encantada de hacer de ayudante, con su eficiencia acostumbrada.
Hacia las ocho menos cuarto se cerraron las cortinas, se conectó el vídeo y todo el mundo se instaló cómodamente en el salón.
– Ahora viene -les advirtió Luke minutos después, cuando ya la espera se había hecho agónica después de tanto anuncio publicitario.
Finalmente empezó el programa. Todos lo vieron en silencio, concentrados. Todos menos Josie que, de vez en cuando, soltaba un suspiro de nostalgia y sorpresa. Cuando terminó aplaudieron a rabiar y Luke le regaló el vídeo grabado a su hija.
– Antes de que te marches te lo habré copiado en el sistema europeo -le dijo-. Pero este te lo doy por si quieres verlo mientras tanto.
– ¡Marcharse! -exclamó la madre, ofendida-. ¿Cómo se te ocurre sacar ese tema ahora?
– La verdad es que solamente vamos a estar una semana aquí -dijo Pippa-, y una semana pasa muy rápido.
Hubo una protesta general. Pippa consoló a todo el mundo lo mejor que pudo, pero a la primera oportunidad que se le presentó escapó a la cocina. Jadeaba y tenía la sensación de que estaba a punto de desmayarse. Minutos después Claudia fue a buscarla.
– ¿Te encuentras bien? -le preguntó, solícita.
– Sí. Es solo un leve ataque de asma, que me da de vez en cuando. Me temo que tiene algo que ver con la contaminación de Los Ángeles. Venga -sonrió Pippa-, volvamos con los demás.
Aquella semana transcurrió para Pippa como una exhalación. Después de la noche del programa, el resto de los días se confundieron unos con otros, y solamente se destacaron en su memoria algunos momentos: Luke atendiendo su página Web bombardeada de mensajes de felicitación, o Josie visitando nuevamente Disneylandia con sus abuelos. Esa mañana de la visita a Disneylandia Pippa se había quedado descansando en casa, y después Luke la había invitado a comer en uno de sus restaurantes. Se había mostrado muy amable con ella, pero Pippa había detectado en su comportamiento una extraña contención, y no pudo menos que deprimirse al adivinar el motivo: había aceptado su decisión, resignándose a dejarla marchar apenas con un leve arrepentimiento. Era con Josie con quien mantendría el contacto, a quien visitaría y a quien invitaría a visitarlo. Pero… ¿acaso no era eso lo que la propia Pippa había querido?
El otro momento que seguía vivo en su memoria fue cuando, una tarde, salió a la terraza para ver a Luke y a Josie en el agua, disfrutando del último baño del día. Se estaba ocultando el sol, que parecía derramar un torrente de oro sobre el mar y la arena, recortando sus dos siluetas a contraluz. Allí estaban los dos, chapoteando, riendo, jugando. Pensó que esa era precisamente la relación ideal que deberían compartir un padre y una hija, y durante los años siguientes…
Pero se quedó helada al pensar en los años siguientes… que ella probablemente no llegaría a vivir. Y con una apasionada intensidad que resultaba casi dolorosa, ansió poder compartir aquel futuro con ellos. Quería poder ver la expresión de orgullo de Luke cuando su hija se graduara en la universidad. Quería poder ver su emoción cuando la condujera del brazo hacia el altar, el día de su boda. Y también quería poder ser testigo de sus alegrías: Luke en la puerta de la maternidad, murmurando: «Soy abuelo. ¡No me puede hacer esto a mí!».
Sí, todo eso llegaría a suceder. En todas las grandes ocasiones de la vida de Josie, Luke estaría presente. Pippa se aseguraría de eso.
Así transcurrieron los dos últimos días, el último día, las últimas horas pasadas en la playa con la familia de Luke. Nadie quería qué se marcharan. Pippa no recordaba haberse sentido nunca tan rodeada de afecto y de ternura. Varias veces llegó a sorprender una expresión de asombro en los ojos de Josie, y una vez la niña le preguntó:
– Mami, ¿papá y tú vais a volver juntos?
– No, cariño.
– Pero os queréis.
– Nos queremos, pero solo como amigos.
– Pero…
– Cariño, no insistas, por favor. Y no le digas nada a papá. Algún día lo comprenderás.
Aquella breve conversación había afectado a Pippa más de lo que le habría gustado admitir. Sabía que, a partir de entonces y sucediera lo que sucediera, podía estar segura de que Luke insistiría en ejercer de padre de Josie. Pero, en cuanto a lo demás, nada había salido conforme al plan trazado. Había querido recuperar su amistad con Luke, pero no acabar enamorándose de él. ¡Qué poco realista había sido! Después de todo aquel tiempo, seguía sin poder acercarse a él sin que el corazón le latiera a toda velocidad, algo que debería haber previsto.
Había estado a punto de enamorarse de Luke. Pero solo a punto. Todavía disponía de tiempo para recuperarse y establecer una conveniente distancia entre los dos. Lo que más la molestaba era que todavía no le había confesado el verdadero motivo de su visita. Siempre se había imaginado que la oportunidad se presentaría sola, y que solo entonces la aprovecharía. El problema era que esa oportunidad todavía no se había presentado, y aquel era ya el último día, los últimos momentos.
Todo el mundo las acompañó al aeropuerto. Claudia conducía el primer coche, con Luke, Pippa y Zak. Sus padres y Becky los seguían con Josie, todos entonando alegres canciones a pleno pulmón.
– Todavía tenéis tiempo de sobra -les dijo Luke, ya en la terminal, y miró a su hija-. ¿Te apetece un helado?
– Por favor, mami -le suplicó Josie a Pippa, y Zak le puso entonces una mano en el hombro.
– Vamos, uno pequeñito. Vente conmigo.
Una vez que por fin podía estar a solas con Luke, lamentaba que hubiera llegado ese momento.
– Bueno -exclamó con tono ligero -, pues ya está. Por fin nos vamos.
Luke la miró de una manera muy extraña, y de pronto la agarró del brazo:
– Ven conmigo -le dijo con decisión-. Tenemos que hablar -la llevó detrás de una esquina, donde los demás no pudieran verlos-. Todo esto es un error. No puedo consentirlo.
– Luke, ¿qué…?
– No puedes irte. No te dejaré. No, escucha… -la interrumpió antes de que pudiera pronunciar una sola palabra-. ¿Es que no te das cuenta de que todo esto es lo que sucedió antes, cuando yo me marché de Inglaterra? Y no debí haberme marchado. Estaba loco por ti y nunca debí haberme marchado de allí. Pippa, ¿no lo percibiste en aquel entonces? No puedo creer que no lo hicieras.
– Yo… tú… tú tomaste la decisión de marcharte. No estabas obligado a ello.
– Ya sé que fue decisión mía. Pero fue una decisión equivocada, para ambos. No te habría resultado muy difícil convencerme de que me quedara. Pero allí estabas tú, con esa actitud tan indiferente, tan mundana, gastándome bromas sobre lo de ponerme a flirtear con otras mujeres en el avión… No podía decirte cómo me sentía realmente. Habíamos vivido algo tan intenso y, de repente, te despedías de mí riéndote…
Pippa lo miraba asombrada, estupefacta.
– Nunca te he dicho esto -continuó él-, pero cuando caminaba hacia el avión de pronto me detuve en seco. Mis pies se negaban a avanzar. No quería subirme a aquel avión.
– ¿De verdad?
– Fue un error que yo me marchara en aquel entonces: el mismo error que vas a cometer al marcharte tú ahora. No te dejaré, Pippa. No tiene sentido discutir. ¡No! -se dio un golpe en la frente, como recriminándose por lo que acababa de decir-. No, lo estoy estropeando todo. Solo quiero que os quedéis una semana más, o dos, para que pueda convencerte. Sí, eso está mejor: convencer. Tenía que haber empezado así.
– Estás parloteando como un loco.
– Claro que sí. ¿Y sabes por qué? Porque si dejo de hablar, tú me darás una respuesta, y tengo miedo de esa respuesta. Solo dos semanas más, o tres…
– Pero…
– No puedes irte así. Es demasiado pronto. Josie no quiere irse. Quiere quedarse aquí y volver a visitar Disneylandia con mis padres. No quiero que te marches. Mis padres tampoco. Por favor, dime que tú tampoco lo quieres.
– Luke…
– No, espera un momento, no te apresures a darme una respuesta. Piensa bien en ello. Si te quedas un poquito más, dos semanas, o quizá un mes…
Pippa se sentía tan inmensamente feliz que era incapaz de pronunciar palabra. Aquello era lo que había soñado tantos años atrás: Luke suplicándole, rogándole que se quedara con él. Al fin había sucedido. Pero todo aquello era un error. Había sucedido demasiado tarde, y ella debía decirle lo que debería haberle dicho desde un principio.
– Luke, hay algo que yo…
– Solo una semana más, Pippa, y te juro que no te pediré nada más… bueno, quizá dos semanas. Tenemos tantas cosas que hablar, y no podemos hacerlo con la distancia que nos separa…
Pero, a pesar de la felicidad que la embargaba, también sintió una leve punzada de furia. Era Luke quien había establecido aquella distancia entre ellos, cuando le había convenido.
– Está el teléfono, el e-mail… -empezó a decir.
– Pero ahora es diferente, ¿es que no te das cuenta? Algo ha empezado a suceder entre nosotros… sé que lo estás negando, y quizá también sepa por qué, pero dame una oportunidad. No condenes por adelantado lo que podríamos tener.
Pippa lo miraba fijamente, incapaz de dar crédito a sus oídos, mientras su furia crecía por momentos. Era diferente solo cuando él quería que lo fuera. «Detente», le dijo entonces una voz interior. «Eso ya no importa, y no puedes ponerte a discutir con él aquí y ahora». Pero la obstinada y belicosa Pippa de antaño se negaba a ceder.
– Esta es la primera llamada para el vuelo 1083 para Londres Heathrow -anunciaron por los altavoces.
De pronto Luke la agarró de los brazos.
– No te subirás a ese avión.
– Puedes estar seguro de ello -repuso lentamente, cediendo al fin-. Tienes razón. Tenemos muchas cosas de que hablar. Nos quedaremos.
A Luke el corazón le dio un vuelco en el pecho. Había ganado. Por supuesto. Siempre ganaba. Pero había algo en los ojos de Pippa que lo hacía sentirse incómodo. En vez del brillo del amor, veía en ellos el brillo de la batalla. Pero ya se ocuparía de eso más tarde. La agarró firmemente de la mano y se dirigieron a la Cafetería. Todos los demás se volvieron para mirarlos, expectantes.
– ¿Algún voluntario para recuperar la maletas de ese avión? -preguntó Luke, y todo el mundo prorrumpió en gritos de alegría. Josie se lanzó a los brazos de su madre.
– ¡Gracias, mamá! -exclamó, y abrazó luego a Luke.
Zak partió rápidamente en busca de las maletas. La madre de Luke le comentó a Pippa:
– Se nos ha ocurrido una idea maravillosa: ¿por qué no dejas que Josie se quede con nosotros por un tiempo?
– No, lo siento -se apresuró a responder Pippa-. Eso está fuera de toda discusión.
Los demás la miraron fijamente, sorprendidos por su reacción.
– Perdona -se disculpó-. No pretendía ser grosera. Evidentemente vosotros la cuidaríais maravillosamente. Es solo que nunca antes me he separado de ella… – «pero muy pronto puede que os separéis para siempre», le recordó en aquel instante una voz interior.
– Por favor, mami -le suplicó Josie-. El abuelo dice que iríamos a Disneylandia todos los días.
– Nunca tuvo una excusa tan buena como esta -señaló la madre de Luke.
– Bueno -admitió Pippa, acorralada-. Supongo que quizá… unos pocos días.
La aclamación que siguió a sus palabras fue todavía más estruendosa que la anterior.
– Cuando Zak traiga las maletas, meteremos las cosas de Josie en nuestro coche y nos iremos directamente a casa -declaró el padre de Luke.
– ¿Quieres decir ahora? -inquirió Pippa.
– Supongo que no hay ocasión más adecuada.
– Ya -aceptó Pippa, aturdida. Se sentía como si acabara de ser atropellada por un camión: eso sí, con la mejor de las intenciones. Todos parecían haber conspirado en común. Todos excepto, quizá, Claudia.
Pero pocos minutos después incluso esa ilusión quedó destrozada.
– ¡Eh, este no es el camino de vuelta a Manhattan Beach! -exclamó Pippa, mirando asombrada a su alrededor.
Estaban en el coche de Claudia, que se volvió para explicarle, mientras conducía:
– Pensé que podríamos dar un pequeño rodeo.
– ¿Un pequeño rodeo?
– Hasta Montecito, al sudeste de Santa Bárbara. Tengo una pequeña casa allí y, dado que Josie se va a quedar en casa de la familia de Luke, tú te quedarás en la mía.
– Pero…
– Te encantará, Pippa. El aire es mucho más limpio y fresco que el de Los Ángeles. Será mucho más conveniente para tu salud.
Pippa se volvió para mirar a Luke.
– A mí no me mires -le dijo él con sospechosa inocencia-. A mí también me han secuestrado.
– Has pronunciado la palabra adecuada – declaró enfáticamente Pippa-. Esto es un verdadero secuestro. Luke, no puedes obligarme…
– No, yo no -la interrumpió, divertido-. Es ella quien lo está haciendo.
– Pero…
Luke la atrajo suavemente hacia sí, recostándola a su lado.
– ¿Por qué no, simplemente, te relajas y disfrutas?
No podía seguir oponiéndose, ya que él era irresistible… Además, ¿por qué habría de luchar contra algo que quería tan apasionadamente? El trayecto duró un par de horas más. Cuando empezaron a ascender por las colinas, y tal como Claudia le había prometido, el aire se fue tornando más limpio y fresco. Pippa aspiró profundamente, invadida por una alegría y un gozo puramente físicos. A lo lejos se veía brillar el mar. Arriba, el cielo tenía un color azul intenso, vivido.
La casa de Claudia era un pequeño edificio de estilo español, con tejado de teja roja y paredes encaladas, enclavado en medio de un bosque. Claudia detuvo finalmente el coche y saludó a los dos hombres y a las dos mujeres que acababan de salir a la puerta.
– Sonia, Catalina, Álvaro y Alfonso -se los presentó a Pippa-. Se encargan de cuidar la casa y el jardín.
Momentos después Álvaro y Alfonso habían abierto ya el maletero del coche para sacar el equipaje. Sonia y Catalina los acompañaron al interior de la casa, asegurándoles que todo estaba preparado: las habitaciones ya se hallaban acondicionadas y la mesa servida, esperándolos. Dentro la temperatura era agradablemente fresca. Había largas cortinas blancas que cubrían enormes ventanales que iban del techo al suelo de las habitaciones. Claudia llevó a Pippa a su dormitorio, que daba a la fachada principal de la casa.
– Dormirás aquí -le informó-. La habitación de Luke está al otro lado del pasillo.
Era lo suficientemente grande para alojar a unas diez personas. También tenía ventanales altos hasta el techo y suelos de baldosa de mosaico. En la cama habría podido caber un ejército. El mobiliario era de palorrosa, cálido y acogedor. Catalina ya había empezado a deshacer el equipaje de Pippa y a colocar las prendas en el inmenso vestidor. Después de enseñarle dónde estaba todo, se retiró sonriente.
– ¿Te gusta? -le preguntó Claudia desde el umbral.
– Oh, es preciosa.
– Es mi habitación. La escogí por las vistas al mar.
– Oh, pero no puedo quedarme aquí.
– Claro que puedes, y lo harás -a continuación señaló una preciosa bata de seda multicolor que estaba extendida sobre la cama-. Es una antigua costumbre hispana regalar algo a los huéspedes. Esta bata que ves aquí es mi regalo. Para cuando bajes a la piscina.
Pippa se quedó sin aliento: era la prenda más exquisitamente hermosa que había visto nunca.
– Claudia, yo…
– Oh, no es nada. Simplemente disfrútalo. Probablemente te estés preguntando por qué te he traído aquí, cuando Luke y tú habríais podido regresar tranquilamente a su casa. La verdad es que pensé que necesitaríais aislaros, apartaros de todo. Hasta ahora solo nos hemos ocupado de Luke y de Josie, pero… ¿qué hay de Luke y de ti?
– No creo que pueda haber nada entre nosotros.
– Ahora lo averiguarás. Ah, también quiero darte esto -le tendió a Pippa un papel con un nombre y una dirección-. Es el médico que tengo aquí. Un hombre muy discreto.
– No sé qué es lo que… -empezó a protestar, pero se interrumpió al ver la expresión de sincera bondad de Claudia.
– Yo tampoco lo sé exactamente -repuso ella-. Pero sé que hay algo más, y que todavía no se lo has dicho a Luke. Quizá puedas decírselo mientras estés aquí. Y creo que deberías hacerlo pronto.
Pippa bajó la mirada al papel que sostenía en la mano.
– Gracias -pronunció con tono suave-. Tú no…
– No, no me entrometeré. Además, me marcho dentro de cinco minutos.
En un impulso, Claudia apoyó las manos en los hombros de Pippa y la besó en una mejilla. Pippa la abrazó por un instante, sonriendo. Y de repente se sintió llena de ánimo. Se lo contaría a Luke sin mayor demora.