EL OTRO Local de Luke estaba situado a medio camino de la avenida de Manhattan. Su primer restaurante era selecto, ostentoso y caro. El segundo era más divertido. Los precios no eran tan elevados y el menú era muy amplio, con un fuerte énfasis en la comida latinoamericana, que a Luke le encantaba. Recientemente había contratado a Ramón, un genio mexicano de la cocina.
Luke enseñó las cocinas a Pippa y a Josie, que demostró gran interés por todo, y se sentaron luego a cenar. Comieron pasta Creóle, seguida de filetes de salmón al horno condimentados con jengibre, lima y sésamo, un plato que hizo las delicias de la niña. Y todavía quedó más entusiasmada con los postres: El Otro Local de Luke era conocido por su enorme variedad de helados y cremas de chocolate.
Pippa se sentía muy contenta por su hija, pero sus propios sentimientos eran algo más complicados. Como le había dicho en cierto momento a Luke durante la cena, lo había conseguido. Había alcanzado sus objetivos y visto realizados sus sueños. Era ella quien todavía no lo había hecho. De repente, se amonestó por estar pensando en esas cosas: ¡como si eso pudiera importar ya!
Poco después advirtió que Luke se quedaba mirando algo fijamente, con expresión consternada. Siguiendo la dirección de su mirada, descubrió a Dominique inmóvil como una estatua en la entrada, vestida con seductora elegancia, mirando a su alrededor. Claudia no tardó ni un segundo en levantarse para ir a su encuentro, sonriente.
– ¿Cómo es que ha venido? -musitó Luke-. Nunca aparece por este restaurante; no es lo suficientemente selecto para ella.
Para entonces, Claudia ya volvía con Dominique a la mesa. La modelo apretó los dientes de rabia al ver a Luke en el centro de aquella reunión tan familiar.
– Hola, cariño -la saludó él-. Qué sorpresa. Supongo que ya conoces a todo el mundo, ¿verdad?
– Nos conocimos ayer -declaró ella.
– Ah, sí, tú eres la chica que no llevaba ropa… -pronunció Josie, toda inocente, y miró a su alrededor. Todos se habían quedado consternados-. Bueno, yo juraría que no – intentó justificarse.
– Algo sí que llevaba puesto -se apresuró a intervenir Luke-. Dominique, ¿qué te apetece tomar?
– Algo bajo en grasas y calorías -respondió la modelo con voz débil.
– Creo que has venido al lugar menos indicado para eso -le confió Josie -. Toda esta comida está llena de calorías y es absolutamente deliciosa, ¿verdad, papi?
– Oye, mocosa, ¿es que quieres hundirme el negocio? -le preguntó Luke con una sonrisa.
– Tomaré una ensalada con agua mineral -apuntó Dominique.
Luke llamó a un camarero para que tomara nota.
– Papi… -lo llamó Josie con tono lastimero.
– No me he olvidado de ti, cariño -y le explicó a Dominique-: Estábamos a punto de abordar la cuestión de los helados en toda su profundidad.
– ¿Podemos volver a la cocina? -preguntó la niña.
– No hay necesidad de que nos movamos. Mira.
En aquel momento un camarero acercó a la mesa un carrito circular con cinco pisos, cada uno con un tipo distinto de helado y de crema de chocolate.
– ¡Guau! -exclamaron al unísono Josie y Claudia.
A Pippa también le encantaba el helado, así como a Luke. Dominique, con su austera ensalada, se quedó aislada y con un aire un tanto ridículo… como quizá Claudia había previsto. Desde detrás de una pequeña montaña de helados, Josie le lanzó una mirada cargada de compasión:
– ¿No te gustaría probar un poco? Está riquísimo.
– No, gracias. Tengo que pensar en mi figura.
– Pero si tienes una figura espléndida… – le comentó la niña, generosa.
– Gracias -Dominique se relajó un tanto.
– ¿Realmente tienes que sacrificarte tanto para conservarla?
– Ya basta, Josie -se apresuró a intervenir Luke-. Anda, cómete el helado antes de que se derrita.
– ¿Alguien quiere probar el mío? Es de pistacho -ofreció Claudia-. Josie, el tuyo de fresa tiene un aspecto delicioso.
Hubo un cruce de cucharillas y exclamaciones de deleite, seguidas de una carcajada general. Luego Pippa y Josie quisieron probar simultáneamente el helado de Claudia, con el resultado de que una buena parte del mismo se derramó sobre los elegantes pantalones de Luke, que estaba en medio de las dos.
– Oh, vaya -exclamó Pippa-. Lo siento mucho. Espero que no te quede mancha.
– Lo siento yo también, papi -dijo Josie.
– Es una verdadera pena, ¿verdad? -comentó Luke con tono apesadumbrado, pero en seguida añadió, bromista-: ¡Vaya una manera de desperdiciar el helado!
Josie estalló en carcajadas.
– ¿Y tú? -Luke se volvió entonces hacia Dominique, solícito-. ¿Has salido tú también mal parada de esta pequeña refriega? ¿Alguien te ha manchado de helado?
– Afortunadamente no. Pero acabo de recordar que tengo una cita urgente. Buenas noches a todo el mundo. Ha sido un placer -se levantó, inclinó levemente la cabeza a modo de despedida y se marchó apresurada.
Claudia salió inmediatamente detrás, alcanzándola en la salida. Desde la mesa pudieron ver que Dominique se volvía para hablar con ella. No llegaron a escuchar las palabras, pero resultaba evidente que estaba muy enfadada.
– Tú planeaste todo esto -le espetó a Claudia.
– Te he hecho un favor.
– Dijiste que había que hacer algo…
– Y lo he hecho. En la playa, esta mañana, descubrí un aspecto nuevo de Luke que nunca antes había visto. Ahora tú también lo has visto, y precisamente te he ahorrado el tener que desperdiciar más tiempo en un hombre que nunca podrás conseguir. Luke ya está comprometido. Supongo que lo ha estado durante los últimos once años, incluso aunque nadie se diera cuenta, ni siquiera él mismo.
– Esa insignificante…
– Cuidado, Dominique. Esa mujer es muy importante para Luke. No sé si está enamorado de ella, pero la quiere de una manera en que no ha querido a nadie más, excepto a Josie. Algún día me lo agradecerás.
– No esperes que lo haga -replicó Dominique antes de marcharse.
– La aparición de Dominique esta noche… ¿ha sido accidental? -le preguntó Luke a Claudia cuando volvió a reunirse con ellos.
– No -respondió con tono tranquilo-. Yo la avisé para que viniera. Me pareció la mejor manera de enfrentarla con la realidad.
– Gracias -musitó Luke-. Supongo que una vez más has acudido en mi rescate.
– Siempre tiene que hacerlo alguien, Luke -repuso con tono cortante-. Así es como sales de las situaciones. Pero algún día te encontrarás solo en una situación que no sepas manejar.
Sin esperar su respuesta, Claudia se volvió hacia Pippa y le hizo un guiño de complicidad. Pippa solo había seguido a medias su conversación, pero en aquel instante distinguió en los ojos de Claudia una expresión que era una mezcla de humor, malicia y sinceridad. Aquella mujer estaba empezando a gustarle.
El programa de Luke se grababa en unos estudios situados cerca de Marina Street. Una grabación por la mañana y dos por la tarde ocupaban mucho tiempo, así que los tres salieron muy temprano de casa.
– No os hagáis muchas ilusiones -les advirtió durante el trayecto-. No se trata de ninguna cadena importante.
Diez minutos después aparcaba el coche y se encaminaban hacia la sala de grabación. Josie se quedó extasiada con las cámaras, los focos y la actividad incesante de los estudios. Lo mejor de todo era el escenario, que imitaba una cocina al estilo tradicional, toda en madera, que contrastaba con la que Luke tenía en su casa.
Luke les presentó a todo el mundo. Fue así como llegaron a conocer a Ritchie, el director de escena, que hizo las delicias de Pippa. Era como si nadie le hubiera dicho que aquella era una pequeña cadena de televisión por cable, y no los grandes estudios de la Metro. Iba muy bien peinado, con la camisa de color morado abierta hasta la cintura, revelando su bronceado pecho sobre el que destacaba una cadena de oro. Cuando hablaba, hacía vibrar con su voz estridente las cuatro paredes de la sala.
Una persona vivía pendiente de cada una de sus palabras: su ayudante Derek, un joven de aspecto tímido que seguía a todas partes a Ritchie con el inhalador en la mano, dispuesto a atenderlo en las ocasionales crisis asmáticas que lo asaltaban. Ritchie saludó a Luke con el respeto debido a una estrella que había conseguido doblar los índices de audiencia de la cadena. Pero su concepción del respeto era muy particular…
– Luke, cariño, ¡qué alegría verte! ¿Está todo a tu gusto, querido? ¿Falta algo?
– Todo está como siempre. Perfecto.
– Eso era lo que quería oír yo, y…
– Hay un par de personas que quiero que conozcas -dijo Luke, interrumpiéndolo-. Te presento a Pippa. Y esta es Josie, su hija… y la mía.
Ritchie se lo quedó mirando con unos ojos como platos.
– ¿Tú… tienes… una… hija? -exclamó, asombrado, mirando a las dos como si fueran un par de extraterrestres-. Bueno, vaya… Jamás lo habría imaginado…
– Están pasando unos días conmigo y me gustaría que pasaran un buen rato aquí.
– Me lo tomo como una responsabilidad personal -declaró Ritchie con tono solemne.
– Asientos en la primera fila.
– Bueno, eso quizá sea un poco difícil…
– Asientos en la primera fila, Ritch.
– Lo que tú digas. Derek, ¿dónde estás? Mi inhalador.
Finalmente comenzaron los ensayos. La rapidez con que Luke fue preparando los platos al tiempo que explicaba las recetas dejó anonadadas a Josie y a Pippa.
– ¿No tienes ningún tipo de guión? -le preguntó Pippa en un descanso.
– No, qué va -se estremecía de solo pensarlo-. Digo siempre lo primero que me viene a la cabeza. Y habitualmente sale bien. Bueno, aquí os dejo sentadas, en primera fila. Tengo que prepararme para salir a escena. Que os divirtáis.
Se agachó para besar a Josie en una mejilla y besó luego a Pippa levemente en los labios antes de marcharse. Pippa se dio entonces cuenta de que acababa de besarla por vez primera en once años. Era el tipo de gesto sin importancia con el que se despediría de cualquier mujer en cualquier momento. Pero aquella maravillosa sensación persistía en su boca, como miel derretida. «Sé sensata», se ordenó. «Esto no ha significado nada para él, y tú ya no eres una adolescente».
No obstante, era como si una gota de agua hubiera caído sobre sus resecos labios después de haber vagado años y años por un desierto. Sus defensas se habían resquebrajado de manera alarmante. No quería ser sensata. Quería que Luke volviera a besarla. Quería besarlo a su vez y confesarle lo sola que se había sentido sin él.
Hizo un esfuerzo por volver a la realidad. La audiencia estaba empezando a llegar y pronto los asientos estuvieron llenos de gente charlando y riendo. Ritchie salió para dirigirles una breve alocución de bienvenida; luego los focos se concentraron en el escenario y Luke hizo su aparición, con su sonrisa más contagiosa, saludando a los invitados como si fueran viejos amigos. Llevaba un delantal y un gorro de cocinero de color rojo, y dedicó el programa a elaborar varios platos con las cerezas como ingrediente central. Pippa lo contemplaba admirada. Aquel hombre tenía el don del ingenio y de la diversión combinados con un inmenso talento y un dominio absoluto de sus movimientos y acciones. Cada detalle estaba bajo su control, todo salía tal y como lo había ideado en su cabeza.
Pippa y Josie rieron sus chistes y anécdotas como las que más. A la niña le brillaban los ojos de gozo mientras aplaudía a rabiar.
– ¿No es maravilloso papá? -le susurró a Pippa.
– Sí, cariño. Sí que lo es.
Después del primer programa siguió un descanso para la comida y Josie y Pippa comieron con Luke en su camerino. Josie parloteaba a toda velocidad, entusiasmada, mientras su padre sonreía. Pero aquella sonrisa se borró de su rostro cuando sonó el teléfono.
– De acuerdo, de acuerdo -concluyó exasperado -. Tendremos que inventarnos otra cosa -después de colgar, les explicó-: Mis proveedores me han fallado. Habrá que cambiar un par de platos.
– ¿Podrás hacerlo en tan poco tiempo? – le preguntó Josie, preocupada.
– Para un genio, nada es imposible -volvió a sonreír, pellizcándole cariñosamente la punta de la nariz-. Vamos, mocosa. Tu viejo intentará no decepcionarte.
Josie se echó a reír y salieron alegremente del camerino. Todo comenzó de nuevo. Ritchie volvió a salir, recordando al público del estudio que saludara a Luke con el mismo entusiasmo que antes, aunque no tenía ninguna necesidad de hacerlo. Todo el mundo lo adoraba y, cuando reapareció, se elevó un clamor de aplausos. Se había puesto unos vaqueros y un suéter, cambiándose el delantal rojo por otro verde y blanco, más apropiado para las ensaladas que iba a preparar.
Josie se sumergió en el ambiente de excitación general, pero Pippa aprovechó la ocasión para contemplar a Luke tal y como lo veía el resto de la gente. Era una curiosa experiencia, como si lo estuviera mirando a través de un largo túnel, y tuvo la extraña sensación de conocerlo todavía mejor. Era un hombre que podía dar un poco de sí mismo a un millón de personas, pero nunca entregarse por entero a nadie. Algo que debería haber adivinado años atrás.
Desplegaba una energía inagotable, porque después de un breve descanso tuvo que salir de nuevo a grabar el tercer programa y seguía tan fresco y espontáneo como al principio. Cuando todo terminó, los invitados fueron abandonando la sala hasta que solo quedaron Pippa y Josie sentadas en sus asientos. La niña aprovechó la oportunidad para seguir visitando los estudios y Ritchie apareció de repente al lado de Pippa para comentarle, con tono quejumbroso:
– Cada vez me juro que no podré hacerlo de nuevo, pero, de alguna manera, siempre encuentro la energía para conseguirlo. La pregunta es: ¿durante cuánto tiempo más?
– Mientras conserves esos índices de audiencia tan altos, supongo -repuso Pippa, divertida.
– Tienes razón. El público es lo único que cuenta, ¿no? Esa gran hidra que se sienta aquí, dispuesta a cobrarse su libra de carne.
– Tendremos que esperar que Luke siga inventando esos platos tan maravillosos – apuntó ella discretamente.
– Por supuesto -convino, algo reacio-. Nadie sabe mejor que yo lo mucho que este programa le debe a Luke.
– Apuesto a que sí.
Ritchie le lanzó una mirada cargada de decepción y se alejó en busca de una audiencia más comprensiva con sus propios problemas… y más halagadora de su vanidad.
En el coche, de camino a casa, Pippa le contó esa conversación a Luke, que estalló en carcajadas.
– Esta es mi Pippa -comentó, satisfecho-. Sigues sin soportar las tonterías de nadie. Y ciertamente Ritchie se lo ha buscado. Me alegro, porque estoy un poco descontento con él. Debido al problema de los proveedores, me temo que esta tarde no voy a poder atenderos debidamente. Tengo que elaborar unas nuevas recetas y practicarlas después en la cocina.
– Te ayudaremos nosotras -se apresuró a ofrecerle Pippa-. Sé cocinar, ¿recuerdas?
– ¿Ah, sí? -bromeó-. No tenía ni idea.
– Si no estuvieras conduciendo, te propinaría una patada en la espinilla. Yo me encargaré de preparar la cena para los tres, mientras tú te ocupas de seguir siendo el genio de la pantalla. Y no te atrevas a criticarme o a meter las narices en lo que haga, ¿eh? Ya estás avisado.
– ¡Sí, madame!
Luke se sentó con Josie delante del ordenador y, ante los fascinados ojos de la niña, se dedicó a elaborar receta tras recta, corrigiendo, añadiendo, analizando todos los ingredientes. Pero su mente se hallaba a medias ocupada en aquella tarea. No podía evitar volverse de vez en cuando para mirar a Pippa, que se movía incesantemente por la cocina, su cocina, abriendo armarios, cajones, botes, frascos de especias…
– Papi -murmuró Josie, percibiendo su tensión-. Yo que tú no lo haría.
– Pero si solo iba a…
– ¡Bueno, pues no! No a no ser que quieras que mami te pegue con una sartén en la cabeza…
– Yo solo quería enseñarle dónde están las cosas. No conoce mi cocina.
– Claro que la conoce.
– ¿Qué quieres decir?
– Mamá ha organizado la cocina de casa exactamente igual que esta. Es más pequeña, pero es casi igual. Los cuchillos aquí, la tabla allí, la licuadora a la derecha… Todo lo mismo que la tuya. Ella dice que es así como reorganizaste la cocina de Ma hace años.
– ¿De verdad? -estaba fascinado.
– Ella también se enfada cuando ve algo que no está en su sitio. Sinceramente, se pone como loca cuando ve que algo está un poquito desordenado.
– ¿Pippa ordenada? No puedes estar hablando en serio.
– ¿Porqué?
– Yo la conocí antes que tú, ¿recuerdas?
– ¿Era desordenada en aquel entonces?
– ¿Que si era desor…? Déjame que te explique… -de repente se interrumpió, dándose cuenta de que los recuerdos de la ropa de Pippa regada por el dormitorio, donde tantas veces habían hecho el amor, no eran precisamente muy adecuados para los oídos de un niño-. No importa. Mira, me está volviendo loco…
– Papá, déjala en paz.
– Sí, cariño -cedió al fin.
Pero aquello era más de lo que podía soportar. Minutos después saltó de la silla como un resorte.
– Pippa, esa cacerola no…
Pippa se giró en redondo, con los ojos echando chispas.
– Josie, sácalo de aquí… ¡ahora mismo!
– Vamos -le dijo la niña-. Tenemos trabajo que hacer. Necesitas un buen montón de nuevos ingredientes y será mejor que salgamos a comprarlos en algún supermercado.
– No creo que haya ninguno por aquí cerca -declaró Luke, obstinado.
– Papá -le dijo Josie, pacientemente-. Veo las películas americanas. Sé que aquí siempre hay cerca un supermercado de esos que abren veinticuatro horas. Y ahora vamos. Todavía no estoy preparada para quedarme huérfana.
– ¿A qué te refieres?
– ¿Te has fijado en la manera que tiene mamá de blandir ese cucharón? -con eficiencia verdaderamente profesional, Josie recogió la lista que Luke acababa de imprimir, le descolgó la chaqueta, se la entregó y lo empujó fuera de la cocina-. Nunca te fíes de mamá cuando tiene esa expresión en los ojos -le comentó una vez que salieron.
– Te creo, te creo…
Estuvieron de vuelta en menos de una hora, cargados con bolsas. Pippa ya había preparado una cena para comer «sobre la marcha», porque sabía que una vez que surgía la llama creativa de Luke, era incapaz de prestar atención a cualquier otra cosa. En aquellos momentos su encanto se desvanecía, siendo reemplazado por una retahíla de monosílabos: «¡Sí! ¡No! ¡Date prisa! ¡Siempre te pones en medio!» y otras lindezas parecidas. Por su parte, a los pocos minutos la pequeña Josie se había convertido en su lugarteniente, y algunas veces parecía comprender lo que quería antes incluso de que llegara a decírselo.
– Josie, ¿dónde…?
– Aquí -le respondía, poniéndole en la mano el objeto en cuestión.
– Necesitaré… un poquitín de picante. Tomate, rábano, cayena… Y también yogur, pepino, ajo picado, zumo de limón… -estaba hablando para sí mismo, concentrado.
– Tomates -musitó Josie mientras se apresuraba a entregárselos-. Cayena, yogur, pepino, ajo… -recitaba de memoria.
En cuestión de segundos ya tenía todos aquellos ingredientes dispuestos y alineados sobre la mesa. Luke le dio algunas instrucciones y volvió a ocuparse del horno. Pippa tomaba notas, pero con la sensación de que apenas era necesaria. Aquellos dos estaban sumergidos en un mundo propio, privado, y no pudo evitar sentir una ligera punzada de tristeza, que reprimió rápidamente. Porque era eso precisamente lo que ella misma había deseado y esperado.
Al fin terminaron y Luke sonrió a Josie, agradecido y satisfecho.
– Ojalá tuviera un par de ayudantes como tú conmigo, sobre todo en el programa -de repente se volvió hacia Pippa-. ¡Eh!
– Luke, no.
– Pero si es una idea fantástica. Necesito a alguien que sepa lo que estaré haciendo allí, y no tengo tiempo para ensayar en ningún otro sitio. Josie lo sabe perfectamente. Ella me ha ayudado a hacer esta obra maestra.
– ¿Pero cómo la presentarás?
– ¡Como mi hija, por supuesto! Te gustaría, ¿verdad, cariño?
– ¡Oh, sí!,-exclamó Josie, dando saltos de alegría.
– Pero solo si mamá quiere -se apresuró a añadir Luke.
– ¡Mami, por favor, por favor! Papi, convéncela.
– Cariño, no puedo convencerla si ella no quiere. Si no te da permiso…
– Luke Danton, eres el tipo más mezquino y con menos escrúpulos que…
Pero su sonrisa la dejó sin aliento.
– Supongo que eso quiere decir sí.
– ¡Sí, mami, sí!
– Oh, de acuerdo.
Padre e hija estallaron en carcajadas y se pusieron a bailar de alegría. Pippa los observaba, sonriente, pero de pronto Luke la tomó desprevenida agarrándola de la cintura para incorporarla al círculo de baile, haciéndole dar vueltas y más vueltas hasta que se mareó.
– ¡Uf! -exclamó él al fin-. Eh, ¿te encuentras bien?
– Sí -jadeó, aturdida.
– Pues no lo parece -comentó, observándola preocupado.
– Estoy mareada. Necesito sentarme.
– De acuerdo, pero no en estos taburetes tan altos. Vamos al salón para que puedas sentarte cómodamente.
– ¿Mami? -pronunció Josie, frunciendo levemente el ceño.
– Estoy bien, cariño. Tu padre está loco -bromeó-, pero estoy bien.
Luke todavía tenía un brazo en torno a su cintura y, de pronto, la alzó en vilo para llevarla en brazos al salón.
– ¡Servicio de taxi! -bromeó mientras la cargaba.
– Payaso -musitó, enternecida por dentro.
– ¿Realmente te encuentras bien, Pippa? -le preguntó al tiempo que la depositaba sobre el sofá.
– Bueno, no tengo por costumbre que un hombre, que más bien parece un niño grande, me haga girar como un molinete.
– Bueno -sonrió -, tú siempre decías que yo no había llegado a crecer, ¿no? También me lo decía mi madre, y ella debería saberlo. Ahora que pienso en eso, todas las mujeres que he conocido me lo han dicho. No consigo entender por qué.
– Yo tampoco -corroboró ella con ternura, apartándole un mechón de pelo de la frente-, pero solo es cuestión de tiempo que Josie empiece a, decírtelo también.
– Cierto. Tú siempre me entendiste mejor que nadie, Pippa.
– ¡Deja de hacer eso!
– ¿Que deje de hacer qué?
– Ya sabes lo que quiero decir. Esas tácticas seductoras tuyas. Y esa mirada de falsa inocencia que estás poniendo ahora. Me conozco todos tus trucos. Los practicaste conmigo, ¿recuerdas?
– Solo algunos de ellos -repuso, malicioso-. He aprendido unos cuantos más desde entonces.
– Bueno, pues guárdatelos para ti. Ahora soy una respetable mujer de mediana edad.
– ¡De mediana edad! Si todavía no tienes ni treinta años…
– Sí que los tengo -declaró con dignidad-. En mi último cumpleaños cumplí treinta.
– Mentirosa. Es el próximo cuando los cumples.
Recordaba su edad con tanta precisión, que Pippa tuvo que hacer un esfuerzo para no sonreír de puro placer.
– Tú no eres una persona de mediada edad -insistió Luke, con tono firme-. Y nunca has sido respetable…
– Lo era antes de conocerte.
– Bueno -arqueó una ceja-, no hay necesidad de que retrocedas tanto en el tiempo… -replicó, burlón, y la besó en la punta de la nariz.
De pronto pareció vacilar, con el rostro muy cerca del suyo y un brillo divertido en los ojos. A Pippa se le aceleró peligrosamente el corazón al tomar conciencia de que estaba a punto de besarla, tal vez tan levemente como había hecho antes en el estudio, o quizá con mayor intensidad. Y ansiaba tanto que lo hiciera… Ya no le importaba seguir comportándose de manera sensata. Todos aquellos largos y solitarios años sin Luke le habían generado un dolor que solo podría desaparecer en sus brazos. Su boca era la misma de siempre: suave, seductora, cargada de promesas. Solo un simple beso. Solo uno…
– ¡Mami! ¡Papi! -los llamó Josie desde la cocina.
Luke se incorporó rápidamente. En cualquier otra ocasión Pippa se habría reído de la forzada sonrisa que esbozó; pero en aquel preciso instante apenas pudo disimular su decepción. Cuando Luke volvió a la cocina, ella se quedó donde estaba, reflexionando.
«¿Qué te ha sucedido? Te juraste a ti misma que esto nunca sucedería. Eres la madre de una niña de diez años; ya no eres ninguna adolescente», se recriminó en silencio. Al cabo de un rato se levantó temblorosa y regresó a la cocina, donde Luke ya estaba memorizando los detalles de su nueva creación en la pantalla del ordenador… mientras Josie cataba el resultado.
Ya era muy tarde cuando terminaron de cocinar las tres diferentes etapas de tres platos distintos. A la mañana siguiente se levantaron temprano. Luke lo guardó todo con exquisito cuidado y se dirigieron hacia los estudios. Nada más llegar, dejó los platos a cargo de Pippa y Josie y se fue a hablar con Ritchie.
– Estoy seguro de que estos van a ser los mejores programas que hemos hecho hasta ahora -declaró entusiasmado el director de escena, recibiéndolo con todas las banderas desplegadas al viento -. Sé que has tenido algunos problemas con los nuevos platos, pero también sé que vas a decirme que los has solucionado.
– Quieres decir que estás aterrado de que no lo haya hecho, ¿no? -repuso Luke, interpretando correctamente sus palabras -. No sudes, Ritchie. Me he inventado dos nuevas recetas, con la ayuda de Josie.
– ¡Es maravilloso! -exclamó, desbordado de emoción.
– Sabía que te gustaría. Y esto te va a gustar aún más. Josie aparecerá en el programa conmigo: va a ser la nueva estrella. La próxima generación.
– ¿La próxima…? -Ritchie se había quedado pálido-. ¿Quieres decir que vas a revelarle a todo el mundo que es hija tuya?
– Claro que sí. ¿Qué sentido tiene tener una niña si nadie más lo sabe?
– Bueno, perdóname, pero durante todos estos años nadie sabía nada. No recuerdo haberte visto proclamando tu paternidad a los cuatro vientos.
– Pues lo estoy haciendo ahora. Y es una maravillosa idea.
– No lo creo. De verdad que no lo creo.
– Josie va a ponerse un delantal y un gorro de cocinero, igual que yo, y estará fantástica así vestida.
– Luke, cariño, las chicas que devoran tu programa piensan que eres un tipo… disponible, ¿sabes lo que quiero decir? Tienes una sólida reputación de soltero de oro y estás obligado a mantenerla. He visto algunos de los e-mails que te envían. Si apareces de repente con una hija al lado, tu imagen quedará destrozada. ¡Sé realista!
Por primera vez se le ocurrió pensar a Luke que, en el fondo, Ritchie no le caía simpático.
– Eres muy afortunado de que Josie no pueda oírte -le dijo con la mayor frialdad de que fue capaz- porque, si ese fuera el caso, te encontrarías en un grave problema. Es mi hija y saldrá en el programa conmigo. ¿Está claro?
– ¡Sí, sí! -se apresuró a responder Ritchie.
– Quiero que cambies el orden de emisión de los programas. Este saldrá el primero.
– Pero entonces saldrá pasado mañana…
– Ya lo sé. De esa manera podrá verlo antes de que se marche.
– ¿Se marcha? -un brillo de esperanza asomó a los ojos del director.
– Hazlo, Ritch. Y que salga perfecto.
– Sí, sí, lo que tú digas. Eso. Díselo a todo el mundo. Ya verás cómo caen los índices de audiencia. Suicídate. ¡Oh, Dios mío! ¡Derek, mi inhalador!