PAPI, papi… ¡Papi!
Luke alzó a Josie en brazos, emocionado.
– ¡Esta es mi chica favorita! -exclamó, ebrio de gozo.
Padre e hija se miraron, examinándose con detenimiento. Pippa casi se echó a reír mientras los contemplaba. Sus rostros no se parecían mucho, pero sus gestos, la manera que tenían de echar hacia atrás la cabeza, eran idénticos.
Luke bajó suavemente a Josie al suelo y se volvió hacia Pippa, con los brazos abiertos. Mientras la estrechaba contra su pecho, le murmuró al oído:
– No has podido aparecer en mejor momento.
Por encima del hombro de Luke, Pippa descubrió a Dominique y lo comprendió todo.
– Pippa, amor mío -le dijo cuando la soltó-, te presento a Dominique… una amiga. Dominique, esta es Pippa, la persona de la que justamente te estaba hablando hace unos minutos.
A Pippa no se le escapó el menor detalle, sobre todo la ligera tensión que pareció experimentar la mujer cuando Luke sé refirió a ella como «una amiga». Llevaba la bata ligeramente abierta, lo suficiente para que pudiera ver que no llevaba nada debajo. Le tendió una mano exquisitamente manicurada, mirando a Pippa de una forma que obviamente pretendía resultar intimidante. Sin dejarse amilanar, esta le devolvió la sonrisa.
– Será mejor que te vistas -le sugirió Luke, rodeándole los hombros con un brazo y guiándola hacia la puerta-. ¿No tienes una cita dentro de una hora?
– Resulta que es dentro de tres horas – repuso la modelo con tono glacial.
– Bueno, pero no querrás llegar tarde, ¿verdad? -Luke se volvió hacia Pippa y Josie-. ¿Dónde tenéis vuestro equipaje?
– En el hotel del aeropuerto.
– No vais a quedaros en ningún hotel – declaró, ofendido-. Mi familia se queda en mi casa. Dentro de un minuto os tendré preparada la habitación de invitados. Os encantará.
– Gracias -contestó Pippa, y se volvió hacia Dominique-, siempre y cuando no vayamos a echarte de…
– En absoluto -la interrumpió la mujer, para añadir deliberadamente-: Como te puedes imaginar, yo no estaba durmiendo en la habitación de invitados.
– Estoy segura de que no -repuso Pippa, sin bajar la mirada.
Luke se había ausentado un minuto para hablar con Bertha, la mujer que le limpiaba la casa y que acababa de llegar en aquel preciso instante. Dominique bajó la voz, señalando la fotografía en la que aparecía Pippa con su hija.
– ¡A mí no me engañas, cariño! Antes de hoy, esa foto no existía. Jamás la había visto en esta casa.
– ¿De verdad? Entonces es que Luke ha debido de verse obligado a sacarla urgentemente… hoy mismo.
– ¡Qué graciosa eres! Puedo reconocer a una estafadora como tú de un solo vistazo.
– Seguro que sí. Para eso tienes que haber estafado mucho, ¿verdad?
Dominique se retiró, demasiado astuta como para dignarse a contestarle. Pippa se dio cuenta de que podría haber sido mucho peor. Luke regresó entonces, sonriente, y le puso las manos sobre los hombros.
– Déjame mirarte bien… Oh, Pippa, qué alegría verte.
– Puedo imaginarme por qué lo dices.
– Ah, no se trata de eso. Después de tanto tiempo…
– Eh, ¿y qué hay de mí? -protestó Josie, indignada.
– Tú eres mi chica favorita -se volvió hacia la pequeña, abrazándola con ternura-. Y ahora, lo primero es lo primero. Antes que nada el café; luego, el hotel.
– Tengo hambre -apuntó Josie.
– ¡Josie! -le recriminó Pippa-. ¡Esos modales!
– Por supuesto que tiene hambre -terció Luke-. ¿Qué te parece una ensalada de frutas con un vaso de leche?
– ¡Estupendo!
Mientras Luke le servía un vaso de leche, Bertha volvió para anunciar que la habitación de invitados ya estaba lista y Pippa se marchó con ella.
– Es una especialidad de «Luke del Ritz» -le explicó a su hija al tiempo que alineaba una selección de frutas sobre la mesa-. ¿Quieres ayudarme? Necesito yogur. Mira, está en ese armario.
Josie se lo, alcanzó con rapidez, sin equivocarse.
– Y ahora un poco de miel. Ese frasco.
Después de repetir el gesto, la niña le preguntó:
– ¿Quién es «Luke del Ritz»? ¿Tú?
– No, pero estuve a punto de serlo. ¿Me puedes abrir esa puerta de al lado del fregadero, por favor? -cuando ella lo hizo, Luke sacó una batidora eléctrica.
– ¿Por qué estuviste a punto de serlo?
– Porque tu mamá pensó que, si me ponía ese nombre, la gente se moriría de risa. Y tenía razón -lavó las fresas y fue cortándolas por la mitad.
– Yo puedo hacer eso -se ofreció Josie, tomando un cuchillo.
– ¡Eh, no! Ese es demasiado afilado para ti -pero no insistió más al ver la eficiencia con que se dedicaba a la tarea-. Ya lo has hecho antes, ¿no?
– En casa suelo ayudar en la cocina. Mami me dice que no toque los cuchillos afilados, pero yo lo hago porque sé manejarlos bien.
– Desde luego que sí -murmuró Luke, observándola admirado. Le recordaba a otro niño que había hecho exactamente lo mismo que ella, sin hacer caso de las órdenes de su madre: él mismo-. ¿Y qué dice tu madre de eso?
– Bueno… -Josie se detuvo por un instante para reflexionar-… se pone a decirme cosas como: «Haz lo que te digo», o: «Josie, ¿me has oído o no?». Pero luego Jake asoma la cabeza por la puerta y dice: «Eh, Pip, hoy empiezo turno muy pronto. ¿Ya está listo eso?». O Harry se enfada porque ha perdido algo importante. Harry siempre está perdiendo cosas que dice que son importantes. O Paul aparece cubierto de grasa, o Derek…
– ¡Oye, espera! ¿Quiénes son todos esos tipos?
– Son los huéspedes de nuestra pensión, solo que también son amigos nuestros. Quieren muchísimo a mamá. Ya he terminado con las fresas. ¿Qué hago ahora?
– Dale un buen lavado a la lechuga.
Mientras ella se aplicaba a esa tarea, Luke pasó una parte de las fresas por la licuadora.
– Ahora dame miel, menta y nata agria – le pidió con un cómico gesto teatral, tal y como solía hacer en sus apariciones televisivas.
Pero en esa ocasión no estaba actuando para la cámara, sino para una risueña chiquilla que lo miraba divertida, con esa manera tan particular de ladear la cabeza… exactamente igual que su madre cuando era una jovencita, años atrás. Aquel detalle lo conmovió profundamente, de una manera extraña.
De hecho, todo era extraño aquel día. Solamente habían transcurrido unas pocas horas desde que se despertara aquella mañana al lado de una hermosa modelo. Y, de repente, se convertía en padre. Ciertamente llevaba ya varios años siéndolo, pero hasta aquel preciso instante no se había sentido como tal. En ese momento, sí. Y la sensación era muy agradable. Todo hombre debería tener una hija, reflexionó, sobre todo cuando esa hija tenía un cabello rojizo tan largo y rizado, una sonrisa tan adorable y expresión tan despierta y vivaz…
Nuevamente, Luke Danton volvía a tener suerte. Los placeres y dones del mundo parecían acudir directamente a sus manos sin que él tuviera que pedir nada, tal y como siempre solía suceder. Y nuevamente, como siempre, se sentía agradecido por ello.
El cuarto de baño de Luke estaba decorado en un lujosísimo estilo Victoriano: azulejo blanco en las paredes, baldosa parda y burdeos en el suelo y grifería de bronce reluciente. El efecto era realmente suntuoso.
Después de lavarse la cara, Pippa se sentó mientras se la secaba, suspirando profundamente. Había salvado el primer obstáculo. Le había costado, pero lo había conseguido. Tiempo atrás había superado lo de Luke, pero aun así sabía que nunca le resultaría fácil volverlo a ver, estar físicamente cerca de él. Luke no era solamente una cara guapa, o el encanto personificado, aunque podía ser ambas cosas. Era también un cuerpo que ella todavía recordaba durante sus noches solitarias, además de una vibrante presencia y de unos ojos cálidos y risueños…
Hubiera podido quedarse consternado al verla, una reacción para la que Pippa se había preparado. Pero lo que jamás pudo imaginar fue una bienvenida tan cálida, y ello a pesar de que conocía muy bien el pragmatismo del carácter de Luke. Que la estrechara tan cariñosamente en sus brazos había resultado una experiencia ciertamente conmovedora, pero no tardaría en superarlo. Ella se había presentado allí por Josie, y eso era lo único que importaba. Aspiró profundamente unas cuantas veces más y, cuando se sintió mejor regresó a la cocina, donde Luke ya estaba sirviendo la comida. Se quedó verdaderamente impresionada al ver su creación.
– Ciento veinte calorías y cuatro gramos de grasa -le explicó él-. Tengo la costumbre de añadir estos datos porque la gente siempre me los pregunta.
– Y es delicioso -comentó Josie, encantada-. Mami, ¿por qué no hacemos nosotras ensalada de fresas?
– Oh, claro -exclamó Pippa, irónica-. Puedo imaginarme perfectamente a Jake y a Harry, dos de los residentes de nuestra pensión, comiendo ensalada de fresas. Siempre y cuando lleven algo de patatas fritas y beicon, claro está…-se dispuso a imitar su tono de voz-: «Eh, Pip, hoy tengo un turno de catorce horas. Un hombre necesita comer algo que le llene el estómago, ¿sabes lo que quiero decir?».
– ¿Catorce horas? -repitió Luke.
– Jack acaba de licenciarse en Medicina -le explicó Pippa-. Lo que quiere decir que nos echa a nosotros sermones sobre la comida nutritiva mientras él se atiborra de comidas indigestas.
Josie fue la primera en terminarse su ensalada y esperó impaciente a que salieran para el hotel en busca de su equipaje. Durante el corto trayecto, se dedicó a mirar con ojos como platos todo lo que veía pasar por su ventanilla del asiento trasero. Pippa iba sentada delante, al lado de Luke.
– Todavía me cuesta dar crédito a todo esto -le confesó él.
– ¿Quieres decir que no debería haber venido? -se apresuró a preguntarle.
– No, me encantan las sorpresas. Y tú has sido como la respuesta a una plegaria. No pudiste aparecer en mejor momento.
– Sí, ya me di cuenta. ¿Qué habrías hecho si no hubiéramos aparecido?
– Lo ignoro -respondió, estremeciéndose-. Pero no me refería a eso, sino a ti. Siempre lo haces todo sin avisar, repentinamente. Me alegro de ver que no has cambiado.
– Bueno, entonces quizá debería haberlo hecho. Ahora soy once años mayor, pero no parece que sea mucho más prudente que entonces. Muy bien podrías haber estado conviviendo con esa mujer, y en ese caso…
Luke esbozó una reacia sonrisa.
– Qué va, ¿Sabes una cosa? La única mujer con la que he convivido has sido tú.
Pippa se había mudado a la pensión con Luke. «Ma» Dawson, que para entonces ya estaba bajo el hechizo de Luke, les había conseguido una habitación lo suficientemente grande para los dos, al fondo del pasillo que llevaba a la cocina. Como Ma era una persona estupenda, pero una pésima cocinera, Pippa se encargaba de preparar tres comidas a la semana, que se añadían a las dos de Luke, con lo que la dueña les hacía un jugoso descuento en el precio del alojamiento.
A Pippa la encantaba el ambiente festivo de la casa. Estaba situada cerca de un gran hospital, y la mayor parte de los residentes eran estudiantes de Medicina. Vivían al borde de la pobreza, trabajaban incansablemente y todo lo hacían a lo grande: estudiaban mucho, comían mucho, bebían mucho y reían todavía más. Pasaban noches enteras hablando de la «Vida» con mayúsculas en compañía de Angus, Michael, Luz, Sarah y George. Pippa intervenía de vez en cuando en las conversaciones, acurrucada en el regazo de Luke, disfrutando de su calor. Y Luke parecía encontrarse muy a gusto en aquellos momentos, pero hablaba muy poco: estaba demasiado ocupado viviendo la vida, en lugar de hablar de ella, y detestaba las especulaciones. Siempre que se aburría, le susurraba algo al oído y se escabullían juntos, y el resto de aquellas noches se convertía en pura magia.
Pippa flotaba en una nube repleta de placeres recién descubiertos. No podía estar en la misma habitación que Luke sin mostrarse excitada e impaciente, eufórica y entusiasta. Cuando él se ponía a cocinar, ella se perdía en la contemplación de sus manos. Eran manos de artista, poderosas y fuertes, pero a la vez extremadamente delicadas, y el mero hecho de verlas la excitaba al evocarle recuerdos de sus íntimas caricias…
En el trabajo no dejaba de pensar en Luke y, cuando regresaba a casa, la excitación crecía hasta un punto insoportable, de manera que a la menor ocasión se apresuraba a apoderarse de sus labios con un beso ávido, voraz, gloriosamente impúdico, generoso a la vez que exigente. Con una mano le acariciaba la nuca, mientras que con la otra empezaba desnudarlo. Una vez repuesto de la primera sorpresa él respondía ávidamente, arrastrándola hasta su habitación, donde acababan haciendo el amor hasta saciarse.
Pippa deseaba a Luke de una manera absolutamente básica, primaria. El romanticismo y las velas estaban muy bien, pero era consciente de que en aquellas ocasiones se habría vuelto loca si no hubiera podido sentirlo dentro de ella, llenándola por completo. Al menos tenía eso. Él estaba allí, amándola con todas sus fuerzas, y ella sabía muy bien cómo excitarlo.
Más tarde, sin embargo, se atormentaba con preguntas. ¿Lo estaría estropeando todo al mostrarse tan solícita y deseosa, tan dispuesta siempre y en todo momento? ¿Debería controlarse, seducirlo más, mostrarse más esquiva y tentadora? Eso habría podido ser algo sutil e inteligente, pero también habría ido en contra de su naturaleza apasionadamente sincera. En aquel entonces era joven y rebosaba de salud. Disfrutar del sexo con su amante le parecía algo absolutamente natural, como descubrir de repente el secreto de la vida o recibir cada día un regalo de Navidad. Y cada día ese regalo era un poco diferente, un poco mejor. ¿Pero crecerían en la misma medida los regalos con que ella lo obsequiaba a él? ¿Estaría acaso Luke aburriéndose de ella? Eso era algo que Pippa siempre se preguntaba. O quizá supiera en el fondo la verdad y no se atrevía a admitirlo…
Había, sin embargo, otros recuerdos que colocar al lado de aquellos. Recuerdos de gloriosas noches en que yacía desnuda en sus brazos mientras Luke veneraba su cuerpo a la luz de la luna. Y de otras noches en que le gastaba bromas, mezclando la comicidad con la pasión, haciéndola reír cuando más excitada estaba. Una vez le había dicho:
– Estoy intentando averiguar qué parte de tu cuerpo es la que más me gusta. Es un terrible dilema, porque tienes los senos más bonitos y perfectos que he visto en mujer alguna…
Y mientras hablaba deslizaba un dedo por la leve curva de su seno derecho, deteniéndose en el pezón, acariciándoselo hasta enloquecerla de deseo.
– Y tienes experiencia en eso, ¿verdad? ¿Has visto muchos? -le preguntó bromeando, pero algo celosa.
– Los suficientes para saberlo. Y ahora cállate, que me estoy concentrando.
Pippa se echó a reír y guardó silencio, disfrutando, mientras Luke sometía a su otro seno a la misma sesión de caricias hasta que ambos pezones quedaron orgullosamente erectos. Para entonces cada uno se había familiarizado perfectamente con el cuerpo del otro. Luke sabía que a ella la encantaba que la besara con deliciosa lentitud, retrasando el último momento de placer para que resultara aún más exquisito. Al mismo tiempo la excitaba terriblemente ver cómo él se iba excitando poco a poco cuando deslizaba con exquisita suavidad los dedos por su torso, descendiendo cada vez más…
– Señora, por favor, deténgase -le decía con tono digno y solemne, bromeando-. He estado leyendo un libro sobre estimulaciones eróticas previas al acto sexual y quiero practicar.
– ¿Te ha resultado un libro… instructivo? -le preguntaba ella, siguiéndole el juego.
– Extremadamente instructivo. Y ahora presta mucha atención, porque después te haré algunas preguntas. Y… ¡silencio! ¿Cómo puedo conseguir un ambiente romántico si no dejas de reírte?
En aquel momento le estaba acariciando distraídamente la fina piel del interior de sus muslos, hasta que sus dedos rozaron su sexo por un segundo. Cada vez más excitada, Pippa emitió un jadeo y le clavó los dedos en los hombros.
– ¿Te ha explicado ese libro… el significado de esa última caricia? -le murmuró al oído.
– Se supone que es para prepararte adecuadamente.
– ¿Y si te dijera que ya estoy dispuesta?
– Entonces pensaría que eres una mujer demasiado fácil, lo cual no dejaría de asombrarme -respondió con tono remilgado-. Y el libro no me advirtió de que podrías reaccionar así.
– ¡Lo siento!
– Te perdono, pero me he vuelto a perder. Voy a revisar el índice.
– Como te apartes de mí, eres hombre muerto.
– No me estás ayudando nada -se quejó Luke-. Estoy intentando aprender los matices de este proceso. Un hombre tiene que ser sutil, y no comportarse como un elefante en una cacharrería. Además, según el manual, se supone que de esta forma tendría que gustarte más.
– Es imposible que me guste más… -repuso ella al tiempo que le acariciaba la parte de su cuerpo que en aquel momento más le apetecía disfrutar y procuraba guiarlo hacia su sexo-. Luke -le suplicó-, ¿no podrías hacer una excepción y saltarte esas sutilezas?
– Mujer, ¿dónde está tu romanticismo?
– Seamos románticos en otra ocasión. Esta noche me siento muy, pero que muy primaria…
– En ese caso…
Aquel diálogo les hizo reír a carcajadas, hasta que Luke entró en ella de la manera que más le gustaba a Pippa: lenta pero firmemente, retrasando el momento para que pudiera sentirlo plenamente, llenándola y colmándola por entero. Y cuando lo miró a los ojos, descubrió una sonrisa en ellos. No era la diversión de antes, cuando había estado bromeando. Le devolvió la sonrisa, henchida de una alegría que trascendía el placer físico.
Pippa siempre recordaría aquella noche porque, en algún momento, el acto sexual se convirtió en un acto de amor. Al menos, eso fue lo que le sucedió a ella. Cuándo o cómo se produjo eso, o por qué justo en aquel momento, era un misterio. Pero lo que había comenzado como un gozoso juego, con un premio cada vez, se fue transformando progresivamente en algo cada vez más profundo, más conmovedor. El premio seguía allí, tan delicioso como siempre, pero de repente había un precio que pagar. Luke no solamente era el hombre que le proporcionaba satisfacción física. Era también el hombre que apoyaba la cabeza en su regazo y se quedaba dormido, como si confiara completamente en ella, haciéndola derretirse de dicha y de ternura.
Nunca habían hablado de amor. Su relación carecía de lazos permanentes. Cada uno vivía su propia vida, y con eso bastaba. Pero de repente apareció el amor, molesto, impertinente, trastocando los planes. Porque Luke no era un hombre hecho para los compromisos y la palabra «amor» equivalía al compromiso.
Para entonces ya se había quedado dormido, y Pippa le dijo en un susurro:
– Perdona, cariño. Ojalá pudiera contarte lo que me pasa, pero si lo hiciera te asustarías tanto que saldrías corriendo. No importa. Es mi problema, no el tuyo. Todo consiste en pasárselo bien, ¿no? Oh, Luke…
Entre otras cosas, Pippa adoraba a Luke por su carácter tranquilo y atemperado. Solo recordaba haberlo visto malhumorado una vez. Fue un sábado por la mañana, cuando ella se estaba vistiendo para salir, sin invitarlo y sin informarlo siquiera de a dónde iba.
– El primer sábado que tenemos libre en siglos y vas y te largas -gruñó-. Para colmo, te vistes de punta en blanco, como si fueras a algún sitio especial -miró receloso su bonito vestido de punto color cereza-. Tú no sueles guardar secretos.
– Este es muy pequeño.
– ¿Por qué entonces no puedes decírmelo? -frunció de repente el ceño-. ¿Quién es él?
– Se llama Frank, es mi tío y voy a asistir a su boda.
– ¡Estupendo! -exclamó, irónico -. ¡Y supongo que yo no soy lo suficientemente bueno como para que me presentes a tu familia!
– No seas tonto, cariño. Simplemente pensé que te aburrirías un montón: una boda, un encuentro familiar, la gente vestida de largo… Ya sé que todas esas cosas te provocan pesadillas.
– Preferiría soportar todo eso antes que no verte en todo el día.
– Luke, ¿estás seguro? ¿Sabes lo que sucederá si aparecemos juntos allí…?
– La gente se sonreirá y te preguntará para cuándo pretendes convertirme en un hombre honesto. No te preocupes, les diremos que soy como una especie de mascota tuya. ¿Clarice y tu padre estarán presentes?
– No, se marcharon hace unos meses.
– Pues entonces adelante -la besó-. Si crees que voy a dejar que te vayas por ahí, tan guapa y además sola, estás muy equivocada.
De alguna parte Luke sacó un traje, pidió prestado el coche a un amigo y se pusieron en camino. El corazón de Pippa daba saltos de alegría. Ella no lo había invitado desde el principio, decidida a no repetir el mismo error que otras amantes de Luke habían cometido. Pero, en cualquier caso, él había decidido acompañarla porque en el fondo… estaba celoso. Era demasiado bonito para ser cierto.
Llegaron a la casa de Frank justo antes del mediodía y lo encontraron tranquilo y concienciado para el gran momento. Poseía una pequeña tienda que marchaba muy bien. Había sentado la cabeza muy pronto y aparentaba diez años más de los treinta que tenía. Pippa le dio un efusivo abrazo.
– ¿Cómo es que no estás nervioso, paseando de un lado a otro como un novio normal?
– ¿Por qué habría de ponerme nervioso? -inquirió a su vez, algo sorprendido-. Elly lo ha organizado todo hasta el último detalle. En ese sentido, es maravillosa.
– ¿Es eso lo único que se le ocurre decir de la mujer con la que va a casarse? -le preguntó Luke a Pippa, al oído.
– Mi tío no se caracteriza precisamente por su expresividad -musitó ella, para que su tío no la oyera, y añadió a continuación en voz alta-: Sinceramente, Frank, no me parece normal que estés tan tranquilo y relajado. Deberías estar comiéndote las uñas por miedo a que Elly no llegue a tiempo a la iglesia, o a que no seas lo suficientemente bueno para ella.
Por un instante Frank pareció quedarse consternado, pero en seguida sonrió.
– Siempre has sido una bromista. Me alegro tanto de que hayas venido, querida…
Elly era una mujer muy agradable, viuda, dos años mayor que Frank. Pippa ya la conocía y le había caído muy bien: era la compañera adecuada para su tío. Cuando el banquete de bodas ya se acercaba a su fin, Elly le comentó a Pippa en privado, maliciosamente:
– ¡Qué hombre tan guapo! ¿Cuándo oiremos las campanas de boda?
– No las oirás -respondió Pippa.
Para alivio suyo, Luke se encontraba al otro lado de la sala.
– Pero todo el mundo puede ver que estáis locos el uno por el otro -protestó Elly.
Pippa descubrió entonces que no tenía su corazón tan bien vigilado como había esperado; de otra manera, la sugerencia de que Luke estaba loco por ella no la habría afectado tanto.
– Tengo dieciocho años -replicó en cuanto pudo recuperarse-. Y un montón de camino por delante antes de sentar la cabeza.
– ¿Quieres decir que no te lo ha pedido?
– Quiero decir que, en los días que corren, una pequeña aventura no tiene por qué terminar forzosamente en matrimonio. Ni Luke ni yo nos preocupamos por esas cosas tan convencionales. Elly, sinceramente, me alegro muchísimo por ti y por Frank. Creo que hacéis una pareja perfecta. Pero, para mi generación, las cosas son distintas.
A lo cual Elly simplemente replicó con un «¡Mmm!», acompañado de una mirada de desconcierto de sus ojos azules. Frank y Luke, por su parte, estuvieron charlando durante unos diez minutos y ambos respiraron aliviados al separarse. Frank era muy amable y tenía muy buenas intenciones, pero también era una persona cerrada y de miras estrechas. Antes de que Pippa se marchara, Frank se atrevió a comentarle a su sobrina:
– Ese joven no es nada adecuado para ti, querida. Me temo que es demasiado alocado.
– Tiene veintitrés años -replicó Pippa, indignada-. ¿No eras tú alocado cuando tenías su edad?
– ¡Por supuesto que no!
– ¡Bueno, pues deberías haberlo sido! Todo el mundo debería ser alocado a los veintitrés años. Le quedan muchos años para convertirse en un hombre responsable.
– No le entregues tu corazón, Pippa. Te lo romperá.
– Quizá yo le rompa el suyo.
– Eso espero. Pero me temo que el mundo no funciona así.
– ¡Oh, Frank, no seas tan retrógrado! Me lo estoy pasando de maravilla con Luke. ¿A quién le importa el mañana? -y se retiró antes de que él pudiera decirle algo más.
Aquella noche, mientras yacían abrazados en la cama, Luke le confesó:
– Me temo que Frank y yo no nos hemos caído muy bien.
– Lo sé. Me dijo que eras un tipo alocado. Y yo le dije que él también debería haberlo sido a tu edad.
– Me habría gustado ver la cara que puso al oír eso… -soltó una carcajada-. Ese no es su estilo, al igual que lo de la pipa y las zapatillas no es el mío.
– ¿Quién quiere la pipa y las zapatillas? -murmuró ella con tono seductor-. Hay otras cosas…
– ¿Mmm? -se desperezó sensualmente, con un brazo debajo la cabeza, esbozando aquella perversa sonrisa que tanto le gustaba-. ¿Por qué no me cuentas algo sobre ellas?
– ¿No vas a darme ninguna pista?
– No. Solo voy a quedarme aquí tumbado, en plan pasivo -bostezó provocativamente-. Puede que incluso me quede dormido.
– ¡Antes tendrás que pasar sobre mi cadáver! ¡O yo sobre el tuyo!
– Mujer -sonrió-, ¿vas a seducirme de una vez, o te vas a quedar aquí sentada parloteando toda la noche?
– Voy a seducirte -susurró-. Pero primero voy a disfrutar viéndote.
Pippa se dedicó a admirarlo, bebiéndoselo con la mirada. Tenía un torso espléndido, ancho y musculoso. Pero no solamente lo estaba mirando; también estaba recordando, y sus recuerdos eran verdaderamente deliciosos.
– Eres una descarada -murmuró él.
– Ya lo sé -repuso mientras deslizaba los dedos por su pecho-. Así es más divertido, ¿no te parece? -rió entre dientes y empezó a besarlo, primero en los labios, luego en el cuello.
Luke se dispuso a acariciarla a su vez, pero ella lo detuvo.
– Se suponía que era yo quien iba a seducirte a ti, ¿recuerdas?
– Bueno, ya me has seducido -sonrió él.
– Espera. Tienes que aprender a ser paciente.
– Al diablo con eso. Si hay algo por lo que merece la pena esperar, lo quiero ahora -comenzó a acariciarla con exquisita suavidad. Sabía que ella no podía contenerse cuando le hacía eso.
– ¿Qué hay acerca de aquel libro? -le preguntó Pippa, ahogándose en aquellas deliciosas sensaciones-. Ya sabes, lo de la estimulación erótica previa al acto sexual…
– He pasado al siguiente capítulo.
– Bueno, pues yo no -haciendo acopio de toda su fuerza, logró que se tumbara boca arriba.
A Luke le sorprendió tanto su reacción que se quedó inmóvil. Disfrutaría viendo cómo intentaba seducirlo, pero eso no significaba que tuviera que mostrarse en absoluto manso y dócil: así lo proclamaba su miembro viril, que ya se levantaba orgullosamente.
Pippa se dedicó a acariciar aquella parte de su cuerpo que más quería, excitándolo poco a poco y aumentando así la sensación de placer. A esas alturas ya tenía una idea de lo férreo que era el control de Luke. Estaba listo, pero aún podía esperar mucho tiempo.
Habían perfeccionado una consumada técnica de provocación recíproca, y la entusiasmaba saber que podía llegar a excitarlo tanto. Sus dedos se movían sin cesar, acariciando y disfrutando, paladeando el contacto de su piel.
– Estás jugando con fuego -murmuró él.
– Lo sé. Así es como más me gusta.
– Ahora, Pippa.
– No… todavía no. ¡Eh! -exclamó cuando Luke se revolvió para tumbarla a ella boca arriba, cambiando las tornas.
– He dicho que ahora -pronunció contra sus labios-. A no ser que quieras discutir del asunto.
– Mmm. ¿Qué asunto es ese?
Para entonces Luke ya le había separado los muslos para deslizarse en su interior. Pippa estuvo a punto de sollozar de placer, aferrándose fieramente a él con brazos y piernas. De todas las delicias del mundo era esa la única verdaderamente importante: tener a su hombre dentro de ella, aspirando el aroma de su cálida piel, entregándose a él y dándose al mismo tiempo por entero. Cuando llegó el momento de la liberación, emitió un grito de triunfo.
Después, cuando volvían a yacer abrazados, Pippa estalló de repente en carcajadas.
– ¿De qué te ríes? -le preguntó Luke, que ya había empezado a reírse con ella.
– De Frank y Elly… -logró responder.
Luke enterró el rostro en su cuello, convulsionándose de risa.
– No, por favor… -suplicó al fin-. Me duele tanto el pecho que no puedo reírme más…
– Quieren montones de hijos, y Frank cree que todo hay que hacerlo de la manera propia y adecuada. Supongo que no deberíamos reírnos. Es una maldad…
– No les estamos haciendo ningún daño. Y él es tan… Oh, Dios mío, quizá debí haberle dejado mi libro sobre estimulaciones eróticas previas al acto sexual…
– Entonces habría redactado una lista…
Y continuaron riéndose sin parar. El mundo era suyo y, desde su cumbre de perfecta felicidad, podían permitirse mirar con cierta simpática lástima a la pareja de mediana edad que creía haber comprendido el sentido de la vida.