Seis

Un segundo después le daba con la puerta en las narices. Con el corazón latiendo a mil por hora, Maura se apoyó en la pared, intentando llevar aire a sus pulmones. Estaba temblando, pero no sabía si era por el frío de la calle o el que había visto en los ojos azules de Jefferson. Sólo sabía que verlo otra vez la había dejado tan trémula que no podía permitir que él se diera cuenta.

Había tenido que aparecer sin llamar por teléfono antes…

– Claro que Jefferson King no parece saber cómo usar un teléfono -dijo en voz alta-, porque llevo tres meses llamándolo y no he conseguido hablar con él.

Y, sin embargo, allí estaba. En la puerta de su casa, mojado y furioso… y aun así tenía que hacer un esfuerzo para no abrir la puerta y mirarlo de nuevo. Debería haber estado preparada para aquel momento, pensó. Debería haberlo sabido.

Por supuesto que había vuelto a Irlanda, pero no para verla si no para comprobar cómo iba el rodaje.

– Es un cerdo -murmuró, esperando que llamase a la puerta.

Jefferson no era la clase de hombre que recibía una noticia así y desaparecía sin dejar rastro. Oh, no, Jefferson King pediría explicaciones. Aunque ella llevaba meses intentando hacer justamente eso, en aquel momento no estaba de humor. Sobre todo porque no sabía si darle una bofetada o abrazarlo, no estaba segura. Era horrible. Por enfadada que estuviera con él, su corazón seguía latiendo como loco sólo con verlo. Y eso la ponía de los nervios.

Un segundo después, Jefferson empezó a llamar a la puerta. Su corazón, de nuevo, se volvió loco y más abajo, en su vientre, sintió un cosquilleo que no había sentido en mucho tiempo. Como un miembro que se le hubiera dormido y que despertaba a la vida provocando un extraño hormigueo.

– ¡Maldita sea, Maura, abre la puerta!

Podría haberlo hecho si no se lo hubiera ordenado de tan malos modos. Pero la rabia que la había acompañado durante los últimos meses fue más fuerte que ella.

– ¡Vete de aquí, Jefferson! -gritó.

– ¡No pienso irme a ningún sitio! ¿Quieres que tengamos esta conversación a gritos para que la oiga todo el mundo o podemos hablar en privado?

Eso hizo que se moviera a toda velocidad. Maura no estaba interesada en que la mitad de Hollywood supiera de sus asuntos. De modo que abrió la puerta y Jefferson entró, seguido de King… que se dispuso a sacudir el agua de su pelaje, empapándolos a los dos.

– Por el amor de Dios… -murmuró Maura mientras el perro corría por el largo pasillo hasta la cocina.

Cuando miró a Jefferson estuvo a punto de dar un paso atrás al ver un brillo de furia en sus ojos azules. Pero entonces recordó cuál de los dos tenía derecho a estar furioso.

– No me mires con esa cara.

– ¿Ah, no? -Jefferson se quitó la chaqueta empapada y la colgó en el perchero. Su camisa blanca, también mojada, se pegaba a su torso de una forma que la hizo salivar, aunque no lo admitiría aunque le pusieran un cuchillo en la garganta-, ¿Qué quieres decir con eso de que estás embarazada?

– ¿Cuántas cosas crees que puedo querer decir? -le espetó ella.

Oh, había imaginado aquella escena incontables veces y sus reacciones habían sido variadas. Pero en ninguna de ellas Jefferson parecía como si lo hubieran golpeado en la cabeza con un palo. Estaba atónito, así de sencillo. Como si nadie le hubiera dicho nada sobre los incontables mensajes que había dejado para él durante los últimos meses. ¿Para qué tenía tantos empleados si ninguno de ellos era capaz de pasarle un simple mensaje?

– Es muy fácil de entender: estoy embarazada. Esperando un hijo, encinta, preñada, con un bollo en el horno -Maura inclinó a un lado la cabeza-, ¿Quieres que te haga un dibujo?

Jefferson permaneció en silencio, el único sonido el de la lluvia golpeando los cristales y el viento moviendo las ramas de los árboles. Cuando por fin habló, su voz sonaba ronca:

– Si crees que esto es una broma, estás muy equivocada. ¿Y si estás embarazada de verdad por qué no me habías dicho nada?

– ¿Si estoy embrazada de verdad? -repitió Maura-, ¿En lugar de embarazada de mentira quieres decir?

– No, no quería decir eso… -Jefferson se pasó una mano por la cara-. ¿Por que no me lo habías dicho?

– Ja! He llamado a ese maldito estudio tuyo más veces de las que puedo recordar y he dejado un montón de mensajes…

– ¿Has llamado?

– Muchas veces -dijo Maura-, Y te digo una cosa: sería más fácil hablar con el Papa.

– Yo no he recibido ningún mensaje -suspiró Jefferson, mientras se quitaba la corbata.

¿Sería cierto?, se preguntó ella. Estaba convencida de que había recibido los mensajes, pero le daba igual, que había elegido distanciarse, como si aquello no fuera asunto suyo. Pero ahora… tenía que recapacitar. Debía considerar que tal vez Jefferson no sabía nada del embarazo.

– No es culpa mía que no te dieran los mensajes, ¿no?

– Estás embarazada.

– Ya te lo he dicho.

Él parecía a punto de decir algo, pero al final no lo hizo. En lugar de eso, se pasó una mano por la cara, mirándola como si no la hubiera visto antes.

– Y en el pueblo todo el mundo lo sabe, ¿verdad?

Maura suspiró. Su secreto no había tardado mucho en hacerse público, como ocurría siempre en los pueblos.

– Me temo que sí. La enfermera del doctor Rafferty tiene una lengua muy suelta.

– Deberías demandarla. Se supone que esas cosas son confidenciales.

– Ah, claro, típicamente americano. Una demanda judicial lo soluciona todo, ¿verdad? ¿De qué me serviría denunciar a una mujer que me conoce desde antes de que naciera? Además, intentar callar a Patty Doherty sería como intentar detener la marea con un montón de arena.

Había sabido desde que salió de la consulta del médico que la noticia correría como la pólvora por Craic. Y, aunque no se avergonzaba de su situación, de haber intuido que estaba embarazada seguramente habría ido al médico en Westport para evitar cotilleos.

– ¿Te encuentras bien? ¿Y el niño?

– Los dos estamos bien -le aseguró ella.

Ah, qué civilizados, pensó Maura. Dos adultos que habían creado un niño hablándose como si fueran extraños. El frío que había sentido antes se convirtió en hielo. Y también Jefferson parecía helado. Claro que seguramente era una noticia que dejaría helado a cualquiera. ¿Pero por qué no decía nada?

– ¿Tienes que quedarte ahí, mirándome como si me hubieran salido dos cabezas?

– Esto es algo que no me esperaba -dijo él.

– Ah, claro: ¿qué hago ahora con Maura? Imagino que te estarás preguntando eso.

Jefferson sacudió la cabeza, pensativo.

– Entonces, la razón por la que mi equipo está teniendo tantos problemas, la razón por la que Francés Boyle no ha querido alquilarme una habitación y Michael se ha negado a servirme en el pub…

– Todos están enfadados contigo. Todo el mundo sabe que estoy embarazada y que tú no has querido saber nada del asunto.

– Pero eso no es verdad… -Jefferson dio un paso adelante-, ¿Cómo iba a hacer nada si no te has molestado en contármelo?

– ¡Acabo de decir que te he llamado un montón de veces!

Maura se dirigió al salón, furiosa. Pero no tuvo que volverse para saber que él la había seguido.

– ¿De verdad intentaste ponerte en contacto conmigo? -Jefferson la tomó del brazo-. Un hombre tiene derecho a saber que va a convertirse en padre.

– Y también tiene la responsabilidad de devolver las llamadas para descubrir si alguien tiene algo que decirte.

– Yo no he recibido mensaje alguno.

– Eso dices, pero te dejé docenas… cientos tal vez, no sé cuántos.

– ¿A quién le dejaste esos mensajes?

– ¡Al primero que contestaba al teléfono! -exclamó Maura, apartándose-. Llamé a tu oficina y hablé con tu secretaria, que fue muy amable, por supuesto. Me dijo que era estupendo que quisiera seguir en contacto contigo, pero que tú eras un hombre muy ocupado y que si tenía algún problema en el futuro se lo dijese a ella.

– ¿Le dijiste que estabas embarazada?

– Pues claro que sí. ¡Y ella me dio la enhorabuena y todo!

– ¿Qué?

– Me dijo que estaba segura de que el señor King se alegraría mucho por mí… ¡por mí! -Maura se cruzó de brazos-. Así que pensé, como es obvio, que tú no querías saber de mí ni de mi hijo.

– Nuestro hijo.

– Y como no volví a saber nada de ti, te aparté de mi cabeza por completo.

«Mentirosa», le dijo una vocecita. Nunca había dejado de pensar en él. O de soñar con él. Incluso furiosa y dolida, había pensado en Jefferson a todas horas.

Pero no iba a decírselo.

– Así que parece que, una vez firmado el contrato, no sientes la necesidad de ser amable con aquéllos a los que ya has conquistado.

– No puedo creer que Joan lo supiera y no me haya dicho nada…

– Imagino que recibirás muchos mensajes -dijo ella, irónica- Pero lo creas o no, me da igual.

– No he dicho que no te crea. Quería decir… -Jefferson se pasó una mano por la cara-. Cuando volví a Los Ángeles llamó mucha gente intentando que aumentase la oferta. O para sacarme algo más de lo que habíamos acordado. Joan, mi ayudante, lo sabe y ha intentado espantar a la gente que podría darnos problemas.

– Bueno, imagino que podría haber pensado eso cuando después de tres o cuatro intentos yo perdí la paciencia…

– ¿Qué le dijiste?

– No me acuerdo. ¡Pero tenía mis razones para estar enfadada!

– Joan debería habérmelo dicho -Jefferson dejó escapar un suspiro.

Aquello era increíble. Jamás se le había ocurrido la posibilidad de haber dejado a Maura embarazada. Y eso lo convertía en un completo idiota. Ni siquiera se le había ocurrido pensar en un preservativo, dejándose llevar por el momento como si fuera un adolescente. Algo que no le había ocurrido nunca.Pero todo eso ya no tenía importancia; lo fundamental ahora era que iba a ser padre.

No era la clase de noticia que uno recibía todos los días, de modo que era lógico que a su cerebro le costase procesarla. Él no sabía nada. Durante cuatro meses, Maura había creído que le importaba un bledo, que no quería saber nada de ese niño, y era lógico que estuviese enfadada con él. Pero él no sabía nada…

– Tendré que hablar con Joan cuando vuelva y dejarle claro que debe pasarme todos los mensajes, no sólo los que ella considere de interés -murmuró-. Es que me llama mucha gente, Maura.

– Mujeres, imagino.

Sí, mujeres, pensó él, aunque no había habido ninguna desde que volvió de Irlanda. No había sido capaz de mirar a otra mujer sin ver unos ojos de color azul oscuro y una melena al viento… no había dejado de pensar en ella.

– Vi una fotografía tuya en una de esas revistas del corazón hace un mes. Estabas muy guapo con un esmoquin y una rubia del brazo. Sí, ya imagino que estás muy ocupado.

El sarcasmo lo hizo sonreír.

– ¿Celosa?

– ¿Yo? De eso nada, sólo era un comentario.

Eso podría ser lo que se decía a sí misma, pero le alegraba saber que había estado buscándolo o pensando en él al menos.

– Es la protagonista de mi última película y la acompañé al estreno.

– Sí, parecía de las que necesitan acompañante.

– Es mi trabajo, Maura -rió Jefferson.

– Y lo haces muy bien, estoy segura -dijo ella, dejándose caer sobre un viejo y cómodo sillón.

De hecho, toda la casa parecía cómoda y acogedora. Llevaba siglos allí y daba la impresión de ser cálida y hogareña, familiar.

– Mucha gente deja mensajes y necesito una persona que los filtre. No es una sorpresa que los tuyos acabasen en la papelera…

– ¿Cuántos mensajes recibes diciendo que vas a ser padre? -lo interrumpió Maura-. Porque si hay cola puedes decírmelo ahora mismo, Jefferson King. Yo no quiero ser parte de tu rebaño y mi hijo no será uno entre un montón de bastardos…

– Por favor -la interrumpió él-, no sigas. No hay nadie más y no tengo más hijos. Yo no sabía nada del embarazo. De haberlo sabido habría venido de inmediato para…

– ¿Para qué, Jefferson?

– No lo sé.

Maura dejó escapar un suspiro.

– Muy bien, te creo. No sabías nada de los mensajes.

– Gracias -suspiró él-. Ahora entiendo lo que sintió Justice.

– ¿Eh?

– Mi hermano, el que lleva el rancho. Su mujer, Maggie, no le contó que tenían un hijo hasta que Joñas tenía seis meses.

– ¿Por qué?

– Porque pensó que Justice no la creería… bueno, es una historia muy larga. La cuestión es que mi hermano se puso furioso. Yo pensaba que debería olvidarse de enfados y lidiar con la realidad, pero ahora entiendo lo que sintió.

– O sea, que ahora estás enfadado. Pues muy bien, únete al club. Ahora estamos todos enfadados.

– No -rió Jefferson. ¿Había alguna otra mujer como Maura Donohue? Era la persona más difícil que había conocido nunca-. No estoy enfadado, sólo me pregunto qué vamos a hacer ahora.

– Bueno, pues cuando termines de hacerte preguntas ya sabes dónde encontrarme -Maura se levanto del sillón para acercarse a la ventana.

– No pienso irme hasta que solucionemos esto.

– Yo no te quiero aquí.

– Pues lo siento por ti porque pienso quedarme hasta que lleguemos a un acuerdo.

– ¿Qué acuerdo? -le espetó ella, mirándolo por encima del hombro-. Estoy embarazada, tú no. Vete a casa.

– No.

– Dile a tu gente que no tendrán más problemas ni conmigo ni con la gente del pueblo, yo me encargo de eso.

– Gracias, pero eso soluciona sólo uno de los problemas.

– Yo no soy un problema -replicó Maura, herida-. Y tampoco lo es mi hijo.

– Yo no he dicho eso.

Era como un campo de minas y él lo estaba atravesando con los ojos vendados.

– Pero es lo que estás pensando.

– ¿Ahora resulta que sabes leer el pensamiento?

– Los tuyos son fáciles de leer.

Jefferson vio el reflejo de su cara en el cristal y lo entristeció ver un brillo de lágrimas en sus ojos. Nunca había visto llorar a Maura y no le hacía ninguna gracia verla llorar ahora.

– Vete, Jefferson -dijo ella entonces-. Por favor.

No le sorprendió que su enorme perro entrase en el salón en ese momento y se dirigiera a Maura, como si hubiera intuido su tristeza. Y cuando ella bajó la mano para acariciar su cabezota… era como la imagen de un cuadro.

Por el momento no había sitio allí para él. Maura lo estaba echando… y seguramente era de esperar. Pero eso no significaba que fuera a rendirse. Se iría por el momento, para volver cuando hubiese aclarado sus ideas. Él sabía lo que había que hacer, lo había sabido desde que Maura le dio la noticia. Pero necesitaba tiempo para pensar en los detalles. Volvería entonces y Maura se daría cuenta de que un King nunca huía de sus responsabilidades. Pensando en ello se dio la vuelta como ella le había pedido, pero antes de salir de la habitación le prometió:

– Esto no ha terminado, Maura.

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