– ¿Qué es tan importante como para hacerme venir al rancho? -Jefferson cerró la puerta del coche y se volvió hacia su hermano con cara de pocos amigos.
– Sólo un par de cosas que tenemos que discutir -contestó Justice-, Pero antes tengo que llevar a mi caballo al establo.
Jefferson lo siguió, observando que ya no cojeaba. Meses después del accidente que lo había reunido de nuevo, y para siempre, con Maggie, la pierna de Justice estaba como nueva.
– ¡Has venido!
Jefferson se volvió para mirar a su hermano menor, Jesse. Antiguo profesional del surf, Jesse era ahora un ejecutivo que llevaba King Beach, una tienda de deportes especializada en el surf. Debería estar en Morgan Beach en ese momento… ¿qué estaba haciendo allí?, se preguntó, mirando de un hermano a otro con expresión recelosa. Pero, como no podía imaginar qué estarían tramando, lo dejó por el momento.
– ¿Qué haces aquí, Jesse?
– Bella quería visitar a Maggie. ¿Y tú? ¿Quién está haciendo películas si tú estás de vacaciones en el rancho?
– No estoy de vacaciones. Justice dijo que tenía que hablar conmigo… ¿y dónde están Maggie y Bella?
Jesse se encogió de hombros.
– ¿De compras?
Allí estaba ocurriendo algo muy raro. Las esposas se habían ido, pero sus hermanos estaban allí…
Apretando los dientes, Jefferson se dirigió al establo y, nada más entrar en su fresco interior, con Jesse pegado a sus talones, llamó a su hermano:
– ¿Vas a decirme de qué querías hablar conmigo o no?
Justice metió al caballo en su compartimento y, una vez terminada la tarea, se volvió con una sonrisa en los labios.
– Jesse y yo hemos pensado que era el momento de traerte aquí para ver si podemos averiguar qué demonios te pasa.
– Sabía que estabais tramando algo en cuanto he visto a Jesse. Me voy a la oficina -dijo Jefferson-. Vosotros dos podéis sentaros a la sombra de un roble y psicoanalizaros el uno al otro, yo tengo cosas que hacer.
– Nadie en la oficina te quiere allí -le advirtió Justice.
– ¿Qué? ¿Estás diciendo que esto es una trampa?
– Joan me ha dado las gracias casi con lágrimas en los ojos. Por lo visto, estás inaguantable desde que volviste de Irlanda.
No podía discutir eso porque era cierto. Llevaba una semana en Los Ángeles y nada era lo mismo. Había esperado volver a casa, ponerse a trabajar y olvidarse de todo. Pero le resultaba imposible. Se sentía inquieto, insatisfecho, pero no sabía cómo combatir esa sensación.
No dejaba de pensar en Irlanda, en las colinas verdes, en la granja. En Maura.
Comparado con lo que había dejado allí, lo que encontró en Los Ángeles ya no era suficiente. Y eso no lo había esperado. Siempre le había gustado su vida… entonces, ¿por qué de repente Los Ángeles y su trabajo le parecían poco más que una ilusión, un pasatiempo que ya ni siquiera lo entretenía? ¿Por qué se sentía solo rodeado de gente? ¿Por qué no podía dormir y cuando lo hacía no dejaba de soñar con Maura?
Él sabía por qué, naturalmente. El sempiterno sol de Los Ángeles y el viento de Santa Ana le resultaba algo ajeno y su corazón anhelaba lo que había perdido.
– ¿Vas a contarnos lo que te pasa o no? -le preguntó Justice.
– Sí, bueno, si os empeñáis…
– Vamos a mi despacho.
El despacho de Justice era una habitación de hombre, con sillones de cuero, estanterías llenas de libros y un enorme escritorio en una esquina.
Por supuesto, había juguetes tirados por el suelo, de modo que su hijo, Joñas, debía pasar mucho tiempo allí. Los tres hermanos se sentaron en el enorme sofá de cuero, cada uno con una lata de cerveza en la mano.
– Bueno, ¿qué te pasa? -empezó Justice.
Jefferson se levantó, inquieto, y empezó a pasear.
– No lo sé, la verdad. Me siento… perdido, como si hubiera tomado la salida equivocada en la autopista y no supiera por dónde tirar.
– Lo más fácil sería dar la vuelta -opinó Jesse.
– ¿Tú crees? Cuando dar la vuelta significa cambiar tu vida de arriba abajo, no es tan fácil.
– Depende de lo que ganes o lo que pierdas con el esfuerzo -dijo Justice-. ¿Y dónde has hecho el giro equivocado, Jeff? ¿Es por Maura?
– Estoy empezando a pensar que dejarla ha sido un error… ¿pero qué otra cosa podía hacer? Ella no estaba dispuesta a ceder ni un palmo. Es la mujer más terca que he conocido en toda mi vida…
– Ah, entonces debe ser perfecta para ti -murmuró Jesse, a quien de inmediato Jefferson fulminó con la mirada.
– Ya os he dicho que está embarazada.
– Sí, claro.
– Le pedí que se casara conmigo por el niño, pero se niega a hacerlo. Quiere un matrimonio de verdad.
– Ah, fíjate. Qué exigente -bromeó Jesse.
– Si no puedes ayudarme, cállate -lo regañó Jefferson.
– Tú no necesitas ayuda, lo que necesitas es terapia. ¿Por qué no puedes casarte con ella de verdad?
– Porque ya estuve enamorado de Anna.
Sus dos hermanos se quedaron callados. Ah, ahora no tenían tantas respuestas.
– ¿No lo entendéis? Estoy admitiendo que amo a Maura… estoy diciendo que Anna no contó para nada. Que lo que hubo entre nosotros se puede reemplazar.
Justice se estiró en el sofá, sacudiendo la cabeza.
– Eso es lo más tonto que he oído nunca. ¿Estás de acuerdo, Jesse?
– Totalmente. ¿Qué estás diciendo, Jeff, que sólo se puede amar a una mujer en la vida?
– No -murmuró él, percatándose de lo tonto que sonaba cuando lo decía en voz alta-. No he querido decir eso.
– ¿Entonces qué has querido decir? ¿Crees que Anna querría que vivieras solo toda la vida para demostrar que la querías de verdad?
– No -admitió Jefferson-, No es eso.
Por primera vez se dio cuenta de que las imágenes de Anna empezaban a hacerse borrosas. Era lógico, ya que el tiempo era un bálsamo para el dolor y la tristeza. Aunque dejaba atrás una vaga sensación de culpa por seguir vivo, por seguir respirando cuando la persona a la que amabas había desaparecido.
– Jefferson -dijo Jesse entonces-, si ya tuvieras un hijo, ¿serías capaz de querer al que espera Maura?
– Pues claro, qué pregunta más tonta.
– ¿Tú crees? Acabas de decirnos que no puedes querer a Maura porque quisiste a Anna. ¿No es lo mismo?
No era sólo querer a Maura lo que lo hacía sentir como si estuviera traicionando a Anna, pensó él entonces. Lo que sentía por Maura era mucho más profundo, más maduro. Pero no podía decirles eso a sus hermanos porque ya pensaban que estaba loco. Aunque no resultaba fácil, se dio cuenta de que el amor que había sentido por Anna había sido un amor inocente, juvenil. Y había terminado demasiado pronto, antes de que pudieran ponerlo a prueba. Pero ahora podía amar más profundamente porque había vivido más, porque sabía más, porque tenía más experiencia. La vida lo había hecho adulto y era capaz de sentir más que cuando tenía veinte años.
¿De verdad era tan sencillo?, se preguntó. ¿Se había perdido aquella revelación obstinándose en darle a Anna la lealtad que merecía?
Justice tenía razón. Anna no hubiese querido que viviera solo para siempre como una especie de extraño tributo hacia ella. Pensar eso fue como quitarse de encima una pesada carga y Jefferson respiró profundamente por primera vez en una semana.
– Yo no soy un experto -empezó a decir su hermano-, Tardé mucho en darme cuenta de que había sido un imbécil dejando escapar a Maggie, pero he aprendido la lección. ¿Tú vas a poder hacer lo mismo?
Jefferson apretó la lata de cerveza. Ahora sabía lo que quería, ¿pero sería capaz de convencerla a ella?
– Sí, lo haré -dijo en voz alta, imaginando la expresión de Maura cuando apareciese en la puerta de su granja-. He decidido volver a Irlanda.
– ¿Por cuánto tiempo?
Jefferson miró a sus hermanos.
– Permanentemente.
– ¿Y los estudios?
– Puedo llevarlos por teléfono, por Internet, por fax… y puedo volver a Los Ángeles cuando quiera si tengo que solucionar algo en persona.
– ¿Tú en una granja? -rió Jesse.
– Yo en una granja -repitió Jefferson-, ¿Por qué resulta tan difícil de creer? ¡Nosotros crecimos en un rancho! Maura no sería feliz en otro sitio y yo puedo trabajar desde allí. Además, tengo que volver -añadió, con una sonrisa-. Tengo que saber si ha nacido ya el nieto de Michael, si Cara se ha ido a Londres… y ahora empiezan a parir las ovejas, así que tendré que echarle una mano a Maura.
– ¿Las ovejas?
Jefferson rió al ver la expresión horrorizada de su hermano.
– Lo sé, a ti te va el ganado, pero vas a tener que visitar a mis ovejas de vez en cuando.
Dios, sentía como si pudiera escalar una montaña o ir corriendo hasta Irlanda sin que sus pies tocaran el suelo. Sabía lo que quería y no aceptaría nada menos. Si Maura no le decía que sí inmediatamente la secuestraría, la colocaría delante del sacerdote del pueblo y se casaría con ella quisiera o no.
– Tengo que irme -dijo entonces, dejando la cerveza sobre la mesa y mirando el reloj para calcular el tiempo que tardaría en solucionarlo todo antes de subir al avión.
Justice y Jesse intercambiaron una mirada que, en otras circunstancias, le hubiese parecido muy extraña. Pero en aquel momento estaba demasiado ocupado planeando su reunión con Maura Donohue, de modo que salió de la casa, seguido de sus hermanos, pero cuando iba a subir al coche se detuvo de golpe.
– ¿Qué ha pasado?
Tenía las cuatro ruedas pinchadas. El deportivo azul prácticamente estaba aplastado sobre la tierra del camino. Jefferson miró a sus hermanos.
– ¿Vosotros sabéis algo de esto?
– Oye, a mí no me mires -dijo Jesse, levantando las manos.
Justice se pasó una por la cara.
– Le dije que sólo una rueda.
Antes de que Jefferson pudiera decir nada más se oyó el rugido de un caro motor y, cuando levantó la mirada, vio la limusina de los King avanzando por el camino.
– ¿Se puede saber…?
Justice le puso una mano en el hombro.
– De ahí las ruedas pinchadas. Teníamos que retenerte aquí. Aunque Mike se ha pasado.
– ¿De qué estás hablando? -Jefferson seguía mirando hacia el camino cuando el chófer abrió la puerta de la limusina… y Maura salió de ella.
– No metas la pata otra vez -dijo Jesse en voz baja.
– Nosotros estaremos en el granero -murmuró Justice, empujando a su hermano-. Tomaos vuestro tiempo.
Jefferson no los vio alejarse siquiera porque no dejaba de mirar a la mujer de la que estaba enamorado. No estaba traicionando a Anna por seguir adelante con su vida, ahora lo sabía. Los vivos tenían que vivir y él no tenía intención de hacerlo sin Maura Donohue.
Desde el momento que puso el pie en el jet de los King, Maura se había sentido como en un cuento de hadas. Rodeada de lujos, había cruzado el mundo sólo para aquel momento. Había dormido en una cama a diez mil metros del suelo y cuando llegó a Los Ángeles, una limusina la había recogido en el aeropuerto para llevarla por unas autopistas congestionadas de coches. Y durante todo ese tiempo sólo tenía un pensamiento: Jefferson. Hacerlo ver lo que iba a perderse por darle la espalda a lo que había entre ellos.
Cuando la limusina llegó al rancho había empezado a ponerse nerviosa. Le preocupaba que su instinto estuviera equivocado, pero estaba comprometida con ese plan y no pensaba echarse atrás.
Sin embargo, cuando bajó del coche, lo único que podía hacer era mirar a Jefferson, tan guapo con una camisa blanca y pantalón oscuro, el viento moviendo su pelo. Incluso el niño dio una patadita, contento de volver a ver a su padre.
El viento seco y ardiente de California le quemaba los ojos. Esa debía ser la razón por la que había empezado a verlo todo borroso. El rancho de la familia King era un sitio muy bonito, pero ella sólo podía mirar a Jefferson…
– Maura -dijo él, dando un paso adelante.
– No, quédate ahí, por favor -lo detuvo ella, levantando una mano. Si se acercaba corría el riesgo de echarse en sus brazos cuando lo que necesitaba era hablar con él-. He venido hasta aquí para decirte lo que guardo en el corazón y espero que te quedes ahí parado escuchándome.
– No tienes que decir nada…
– Eso lo decidiré yo -replicó Maura, sin fijarse en que el conductor de la limusina se alejaba discretamente-. He pasado las últimas horas pensando en lo que iba a decirte y ahora quiero decirlo.
– Muy bien -asintió él, metiendo las manos en los bolsillos del pantalón-. Dilo entonces.
– ¿Por dónde empiezo? -Maura llevó aire a sus pulmones-. Eres un perfecto idiota por alejarte de mí, Jefferson King.
– ¿Eso era lo que querías decirme? ¿Has venido hasta aquí para insultarme?
– Eso y más. Pero quería decírtelo a la cara porque no es algo que una mujer deba decir por teléfono -Maura se acercó, a pesar de su previa vacilación-. La razón por la que me negué a un matrimonio de conveniencia es que te quiero.
Jefferson sonrió.
– ¿Me quieres?
– Sí, te quiero. Pero no lo utilices contra mí -le advirtió ella-. Porque aunque te quiero, no pienso casarme con un hombre que no me quiere a mí. Así que he venido hasta aquí para decirte que negarte a quererme por lealtad hacia tu primera mujer es una pena y una pérdida terrible… aunque debo decir que eso habla muy bien de ti.
– Gracias -sonrió Jefferson-, Dios, cómo te quiero.
– Los vivos tienen que vivir -siguió Maura, tan ansiosa por decir lo que tenía que decir que no le prestaba atención-. Te lo digo ahora, Jefferson King: te querré hasta que me muera, pero no pienso dejar de vivir. Y estaré en Irlanda cuando recuperes el sentido común.
– Maura, te quiero.
– No he terminado -siguió ella, tan terca como siempre-. Me echarás de menos, Jefferson, y te juro que lo lamentarás cada día de tu vida. Y cuando por fin te des cuenta de que quererme es lo que tienes que hacer, recuerda que fui yo quien te lo dijo. He sido yo quien ha venido hasta aquí para mirarte a los ojos y darte una última oportunidad. Y recuerda también que ha sido el amor lo que me ha traído hasta aquí.
– He dicho que te quiero.
– ¿Qué? -Maura parpadeó, mirándolo como si hablase en otro idioma-, ¿Qué has dicho?
– He dicho que te quiero.
Lo miró a los ojos y en ellos vio que decía la verdad. Y se emocionó tanto que pensó que no tendría que subir a un avión para volver a casa, sencillamente flotaría sobre el Atlántico.
– Me quieres.
– Sí, te quiero -Jefferson la tomó por la cintura y ella lo abrazó, como había querido hacer desde que bajó del avión.
– ¿Y por qué no lo has dicho antes?
Él soltó una carcajada.
– ¿Quién puede decir una palabra cuando tú empiezas con uno de tus discursos?
– Sí, eso es verdad, tengo muy mal carácter, pero es que lo he pasado tan mal… -suspiró Maura, sobre la curva de su cuello.
– Yo también lo he pasado mal. Sin ti no hay nada, ahora lo sé.
– Oh, Jefferson, cuánto te he echado de menos.
– Yo iba a buscarte -dijo él, su voz ronca y llena de emoción-. Había decidido volver a Irlanda y convencerte para que te casaras conmigo, aunque tuviera que secuestrarte.
Ella rió, entre el alivio y la incredulidad.
– Casi lamento habérmelo perdido.
– Te compensaré -le prometió Jefferson-, Quiero vivir en Irlanda, contigo y con el niño, en la granja.
Maura echó la cabeza hacia atrás para mirarlo a los ojos, incrédula.
– ¿Vivirías en Irlanda?
– No será tan difícil. Creo que me gusta ese sitio casi tanto como a ti.
– Eres un hombre maravilloso. ¿Te lo he dicho últimamente?
– No, últimamente no -rió Jefferson.
Había ido hasta allí, tan lejos, para buscarlo. Había soñado y había rezado para convencerlo. Y ahora que lo tenía, lo único que podía hacer era apretarse contra él como si no quisiera soltarlo nunca.
– Tendré que viajar algunas veces -empezó a decir Jefferson-, pero el niño y tú podéis ir conmigo. Tendremos muchas aventuras y nuestra vida será muy feliz, te lo prometo.
– Te creo -dijo ella, poniendo una mano en su cara.
– Maura… -Jefferson la miraba a los ojos como un hombre que hubiera despertado de un largo sueño-. Voy a pedírtelo otra vez, pero ahora de verdad. Quiero que te cases conmigo no por el niño sino porque te quiero y porque no puedo vivir sin ti.
– Ah, Jefferson, ahora voy a llorar -suspiró ella, con los ojos empañados.
– No, por favor. No llores -Jefferson intentó secar sus lágrimas con un dedo-. No te merezco, ¿verdad?
Maura apoyó la cara en su pecho para escuchar los latidos de su corazón.
– Cariño mío, si todas las mujeres esperasen al hombre que las merece no habría matrimonios.
Jefferson la apretó contra su corazón, riendo.
– Tú eres la mujer de mi vida, la única.
– Y tú para mí, cariño. Siempre te querré.
– Cuenta con ello -Jefferson la besó entonces; un beso profundo y sentido que prometía una vida entera de amor.
Y cuando el beso terminó y se apartaron… oyeron los aplausos y silbidos de sus hermanos, que habían salido para presenciar la escena.
– Ven conmigo -rió Jefferson, tomando su mano-. Quiero presentarte a mi familia.
– Nuestra familia -lo corrigió Maura, apoyando la cabeza en su hombro
Y luego, juntos, se alejaron del pasado para adentrase en el futuro.