CAPÍTULO 09

ANTES de entrar en el despacho del jefe para asistir a la reunión que Vance había convocado ese sábado, Cal y Sergei se pasaron por el despacho del ranger Sims. Cal esperaba que el jefe de seguridad hubiera conseguido alguna información sobre dos antiguos casos sin resolver referentes a mutilaciones de osos y que podrían serle de mucha ayuda para esclarecer los últimos sucesos.

Al entrar en el despacho, se encontró también a Jeff. Ambos jefes se aprestaron a saludarle.

– Estábamos hablando sobre lo que encontraron ayer esos chicos.

– Un asunto muy feo, Jeff.

– ¿Cómo has llegado tan rápido, Cal? -preguntó Sims.

– Vance envió esta mañana un helicóptero para traernos a los investigadores y a mí de Bishop.

– A este asunto se le ha dado la máxima prioridad. Ahora, será mejor que vayamos a ver a Bill.

Los tres hombres salieron del despacho y enfilaron el pasillo.

– Hacía años que no veía a tantos rangers juntos -susurró Jeff.

La masacre de los tres osos había reunido allí a todos los jefazos. Bill Telford tomó la palabra para agradecer a todos su presencia.

– Señores, mantener el secreto de los hechos es fundamental. Es necesario evitar que se produzcan filtraciones a la prensa. Eso podría alertar a los criminales. Ahora, vamos a escuchar al agente especial Nate Daniels.

– Señores, el ranger Jarvis llamó a nuestro departamento tan pronto el ranger Hollis le informó del suceso. Éste es el caso de matanza de osos más grave que hayamos tenido en el parque Yosemite desde hace años.

Todos los asistentes hicieron un gesto de asentimiento con la cabeza.

– Como el ranger Hollis ha dicho -prosiguió Daniels-, la fauna del parque es tan importante para Yosemite como el Half Dome o las cataratas. Nuestro departamento va a poner todos los medios a su alcance para resolver este caso. Y ahora le cedo la palabra al jefe Rossiter.

Nadie había visto nunca a Vance Rossiter tan serio.

– Nos enfrentamos a una amenaza real. No es nuevo para ninguno de ustedes que la caza furtiva es un problema en todos los parques nacionales. Todos los años tenemos multitud de casos de ciervos abatidos. En mi última reunión con los demás jefes, quedó claro que la codicia de los cazadores furtivos no tiene límites. Sabemos que se está produciendo una alarmante disminución de los recursos naturales del parque.

»La semana pasada, sin ir más lejos, el ranger Hollis informó del incremento de los robos de troncos de secuoyas caídas dentro de los límites de nuestro parque. Esto afecta al futuro y a la supervivencia de nuestra flora ya que, como todos ustedes saben, los árboles nuevos se arraigan en los caídos, que les sirven de fertilizantes. Los furtivos suelen cometer sus fechorías por la noche, cuando no hay nadie que pueda escuchar el ruido de sus motosierras. Actúan durante varias noches seguidas, pero en horarios diferentes para evitar ser detectados.

Era imposible pasar por alto la rabia que había en la voz del jefe.

– Estoy convencido de que esto es lo que los cazadores de osos están haciendo delante de nuestras propias narices. Por lo tanto, les ruego encarecidamente que informen a las personas que tienen a su cargo para que extremen la vigilancia. Cualquier cosa, por insignificante que parezca, que despierte sus sospechas, será inmediatamente investigada. Y ahora, señores, el ranger Sims les explicará su trabajo con más detalle.

– Como jefe del departamento de Seguridad Nacional -comenzó diciendo Sims-, todos saben que mi trabajo, junto al ranger Jarvis, es investigar no sólo a todos los empleados del parque, sino también a los turistas y visitantes que acuden a diario. Dada la gravedad de este caso, he pedido la colaboración del ranger Thompson, encargado de la supervisión del programa de voluntariado. No dejaremos una piedra sin mover hasta que atrapemos esos criminales.

Hubo murmullos de aprobación. Todos expresaron su conformidad asintiendo con la cabeza.

– A este fin, vamos a controlar de forma más rigurosa todas las pertenencias de las personas y los vehículos que se hallen dentro del recinto del parque. Pondremos en práctica un operativo de controles aleatorios por sorpresa que afectará a todas las personas sin excepción. Los ciclistas, los excursionistas, los voluntarios, el personal subcontratado, los trabajadores de mantenimiento y de las carreteras… Ninguno quedará exento del control. Y ahora le cedo la palabra al ranger Hollis, que les indicará lo que deben buscar.

Cal hizo un resumen parecido al que dio en su charla con Mika y Lusio en Meadows cuando descubrieron los cadáveres de los tres osos descuartizados. Había que buscar dientes, patas, vesículas…

Cuando terminó su exposición, se dio la reunión por terminada. Vance les pidió a Chase, a Jeff y a Cal que se quedasen. Cuando todos acabaron de desayunar, la sala se fue despejando hasta quedar sólo los cuatro hombres. El jefe cerró la puerta con llave y se sentó de nuevo a la mesa.

– Tenemos una pista, un posible sospechoso -dijo Vance-. Pero quiero que esto se quede de momento entre nosotros. La información proviene de Alex.

– ¿Qué? ¿Cómo? ¿Cuándo? -preguntó Cal sorprendido.

– Parece que durante su regreso a Sugar Pines, los chicos le contaron que habían visto unas latas de spray para osos en la mochila de uno de los voluntarios del grupo de Ralph Thorn.

A continuación, Vance les relató lo que les había sucedido a Alex y a su grupo en esa excursión.

Cal trataba a duras penas de controlarse, apretando los puños por debajo de la mesa.

– Me pregunto qué otras cosas más habría en esa mochila. ¿Cómo se llama ese chico?

– Steve Minor.

Cal casi se cayó de la silla y asustó a Sergei, que se había quedado dormido a sus pies.

– No lo entiendo. ¿Por qué ella no me dijo que Thorn la había dejado tanto tiempo sola para irse con Steve?

– Porque Alex está trabajando para mí en una misión secreta -respondió Vance.

Cal se quedó perplejo. Aquello no era propio de Vance.

– ¿Me estoy perdiendo algo?

– Comprendo que no entiendas nada. Es culpa mía -admitió Rossiter-. Cuando le dije a Alex que aprobaba su proyecto de voluntariado, le ofrecí también otro trabajo extra: ser mi enlace personal. Tenía que informarme periódicamente de cualquier cosa que pasase en el parque.

Cal se le quedó mirando. Desde un punto de vista profesional comprendía que Vance quisiera tener otro par de ojos, pero eso podía comprometer la seguridad de Alex.

– Si conseguimos atrapar a ese monstruo, la idea de contar con Alex para esa misión habrá valido la pena. Por todos los campamentos por donde ella ha pasado ha detectado innumerables irregularidades. Ha tomado nota de un buen número de matrículas de vehículos en los que sus dueños han dejado comida en los asientos. Hasta ahora, ha demostrado que vale su peso en oro -dijo Vance con cara de satisfacción.

– Ella está hoy con Thorn y su grupo -dijo Cal con gesto de preocupación.

– Lo sé, Cal. Le dije que tuviera los ojos bien abiertos. ¿Has averiguado tú algo por tu parte, Jeff?

– Steve Minor fue uno de los voluntarios el año pasado. Es alumno de la escuela pública de Torrance, en la que Ralph Thorn trabaja de psicólogo.

– Es una posible conexión. Si Thorn fuera uno de los criminales, podría ejercer algún tipo de control sobre Steve y utilizarlo en su provecho -comentó Vance.

– Aquí están sus formularios de solicitud de este año y del pasado -dijo Jeff mostrando unos papeles que tenía en la mano-. En ambos consta su DNI y otros datos.

– Me los llevaré ahora mismo a mi despacho y los cotejaré con la base de datos federal -dijo Chase, tomando los documentos.

– Algo me dice que en este asunto han participado más de dos personas -murmuró Cal-. Vamos, Jeff, revisemos las solicitudes de voluntarios por si hemos pasado algo por alto.

– Cal -dijo Vance levantándose de la mesa y dando unas palmaditas a Sergei-. Me alegro de que Jeff y tú sepáis lo de Alex. Protégela, pero no te descuides tú, ¿eh?

– ¿Qué quieres decir?

– Alex tiene la sensación de que a Thorn no le agradas.

Cal conocía a otro voluntario al que tampoco le agradaba. Brock Giolas. Interesante.

Jeff y él asintieron con la cabeza y se retiraron al despacho de Thompson. Cuando se quedaron solos, Jeff dirigió a Cal una de sus inescrutables miradas.

– ¿Qué? -exclamó Cal con impaciencia.

La revelación de Vance sobre Alex le había trastornado.

– La forma en que reaccionas cada vez que se menciona el nombre de Alex me hace pensar que estás enamorado de ella. ¿Qué tal si me dices lo que está pasando?

– ¿Tienes todo el día? -le preguntó Cal a su amigo con ojos penetrantes.

El grupo de Alex llegó al campamento de Hetch Hetchy Valley antes que el de Ralph. Todos se pararon a beber un poco de agua y a disfrutar con la visión de aquel paisaje maravilloso.

Mankanita se acercó a Alex.

– Gracias por haberme invitado a venir aquí.

– Lonan te echaba de mucho menos -dijo Alex.

– Yo también a él -replicó ella con una dulce expresión en sus ojos-. Ahora comprendo por qué amas tanto este lugar. Lonan me dijo que era muy hermoso y tenía razón.

Alex, complacida con sus palabras, se dio la vuelta para ver lo que estaban haciendo los chicos y vio entonces llegar a Cal con el jefe Sam Dick y su esposa. La pareja paiute iba vestida con la ropa ceremonial de la tribu.

Los ojos azules de Cal se clavaron en el rostro de Alex. Ella sintió unas palpitaciones extrañas en el corazón. Pocos minutos después, llegó el grupo de Ralph. Cal dijo entonces a todos los chicos que formaran un semicírculo y se sentaran a escuchar al viejo jefe paiute.

Alex se sentó en un extremo del grupo y Lonan y Mankanita, en el otro. Ralph y sus chicos formaron un segundo semicírculo. El jefe Sam se sentó en el centro. Su esposa se sentó luego junto a él.

Cuando todos estuvieron sentados y en silencio, Cal dio un paso al frente.

– Vosotros, jóvenes que estáis aquí en Hetch Hetchy Valley, tenéis el gran honor de estar hoy reunidos alrededor de uno de los grandes jefes paiute de Yosemite. El jefe Sam va a contaros personalmente la leyenda de esta tierra y de sus gentes.

Tras esas palabras, Cal se fue a sentar junto a Alex. Al hacerlo sus piernas se rozaron levemente, pero lo suficiente para que ella sintiera como si el fuego de una de aquellas antiguas antorchas indígenas le quemara la piel.

El jefe Sam elevó la vista al cielo por encima de todos, con ojos visionarios.

– Yo solía venir aquí a buscar bellotas. Mi pueblo llamó a este lugar Ahwahnee, que significa «boca grande», como la del oso negro. El hombre blanco lo llama Yosemite, que en nuestro lenguaje significa «los que matan». Muchas generaciones antes de que el Creador completase la formación de los barrancos de este valle, una pareja de paiutes, que vivía en Mono Lake, oyó hablar de lo hermoso y fértil que era el valle de Ahwahnee y decidió venirse aquí a vivir. Los dos se pusieron en marcha, él llevaba pieles de venado al hombro y, ella, un bebé en los brazos y un cesto a la espalda. Cuando llegaron a Mirror Lake, comenzaron a reñir. Ella quería regresar a Mono Lake, pero él no. Era un sitio donde no había robles ni crecía ningún tipo de árbol. Ella dijo que plantaría semillas pero el hombre no quiso escucharla.

Mientras el jefe paiute hablaba, Alex sintió que Cal le agarraba la mano disimuladamente bajo el sombrero que había dejado en el suelo.

– La mujer rompió a llorar y echó a correr desesperada para intentar volver al poblado paiute de Mono Lake. El hombre la persiguió muy enfadado. Para tratar de escapar, ella se quitó el cesto de la espalda y se lo arrojó a su marido. Aquel lugar se convertiría en Basket Dome. Continuó corriendo y cuando él estaba a punto de alcanzarla le arrojó el bebé en el lugar que nosotros llamamos desde entonces Royal Arches.

Alex miró a los chicos que tenía al lado. Estaban fascinados por la historia del jefe.

– Por haber traído el odio a Yosemite, el Creador se indignó con la pareja y los convirtió en piedras. Él se convirtió en North Dome y, ella, en Half Dome. La mujer se arrepintió de su conducta y Half Dome se echó a llorar desconsoladamente hasta formar el lago de Mirror Lake. Aún se pueden ver las huellas de las lágrimas de su rostro mirando hacia Mono Lake. Si os fijáis bien en Half Dome, podéis ver que está formado a la manera de los paiutes. Los primeros exploradores blancos lo llamaron al principio South Dome y, años después, Half Dome. Pero los paiutes lo conocemos como T’ssiyakka: «la mujer que llora». Los hombres blancos han ido cambiado el nombre en el curso de los años. ¿No es así, Lonan?

– Sí -contestó Lonan-. A los miembros de mi tribu que se instalaron allí nos llamaron a’shiwis, que significa «carne». Los españoles nos llamaron zunis, que no tiene ningún significado para nosotros.

– Exacto -dijo el jefe Sam asintiendo con la cabeza, y luego añadió mirando a los dos semicírculos de muchachos que le miraban extasiados-: ¿Tenéis alguna pregunta?

Un montón de manos se levantaron y el jefe fue respondiendo, una a una, todas las preguntas. Cal continuó con la mano de Alex en la suya. Después de media hora se acercó a su oído.

– El jefe nunca admitiría que está cansado, pero yo sé que lo está, así que voy a dar por terminada la reunión. Te acompañaré al albergue.

Le soltó la mano y se puso de pie, recogiendo el sombrero del suelo.

– Queremos dar las gracias al jefe y a su esposa por hacer de esta excursión una experiencia inolvidable para todos nosotros. La mejor manera que tenemos de agradecérselo es cuidar de esta tierra y de los animales que hay en ella mientras estemos aquí.

Mientras bajaban de aquella colina, Alex se sintió feliz de tener a Cal a su lado y de lo afectuoso que había estado con ella. El intercambio de culturas había conseguido hermanar por primera vez a los dos grupos de chicos, que estuvieron conversando entre ellos y preguntando cosas a Lonan y a Mankanita todo el camino hasta el albergue.

Cuando llegaron, los chicos se dispersaron.

Alex y Cal se dirigieron a una mesa y él le apartó la silla para que ella se sentara.

– ¿Por qué no te has traído a Sergei?

– Ayer tuvo un día muy duro y pensé que sería mejor para su pata darle un descanso.

– Creo que has hecho bien.

Una vez pidieron la cena a la camarera y ella se alejó, Cal la miró fijamente.

– Yo no sé tú, pero éste ha sido un día muy especial para mí.

– Y para mí. Ya sabes lo que siento por este lugar. Me estaba preguntando qué edad puede tener el jefe. Un día, él ya no estará entre nosotros y ese día se habrá perdido para siempre una civilización, una cultura y un modo distinto de ver la vida.

Cal la miró con gesto grave. Cuando se disponía a decirle algo, sonó su teléfono móvil.

– Perdona, Alex, pero estoy aún de servicio.

Ella lo vio levantarse de la mesa y apartarse unos metros para hablar en privado. Probablemente la llamada tuviera algo que ver con la masacre de los osos.

Cuando Cal volvió a la mesa, la camarera ya les había servido la cena.

– Era el agente especial a cargo del caso de los osos. Tengo que volver a la oficina -devoró de dos bocados la hamburguesa y dejó un par de billetes sobre la mesa-. Espero que disfrutes del resto de la noche. Te veré mañana en Sugar Pines. Ten prudencia en la carretera.

Desapareció a toda prisa sin darle tiempo a decirle nada. Estaba tratando de poner en orden sus pensamientos, cuando Mika y Lusio se presentaron en su mesa con cara de circunstancias.

– Tenemos algo importante que decirte.

A las dos del día siguiente, Alex se reunió con el jefe Rossiter y le contó todo lo que los chicos le habían dicho. Había dejado al grupo en el aparcamiento de Yosemite Lodge para que comiesen y disfrutasen de su día libre. Lonan se había ido con Mankanita, que tenía que ir a Merced para tomar desde allí el vuelo de regreso a Albuquerque.

Alex tenía intención de comer en Curry Village, pero antes se había pasado por el despacho de Vance.

– Durante nuestra excursión de ayer a Hetch Hetchy -dijo ella nada más sentarse frente a Rossiter-, los grupos estuvieron separados una parte del día. No tuve oportunidad de vigilar todo el tiempo las actividades de Steve y Ralph. Cuando llegamos a Evergreen Lodge, vi que Mika y Lusio se dirigían a los servicios, pero se escondieron de repente al ver salir de ellos a Ralph con Brock Giolas.

Alex pareció vacilar un instante. No estaba muy segura de si lo que le iba a contar al jefe tendría alguna importancia.

– Me pareció algo sospechoso que estuvieran esos dos hombres juntos -prosiguió ella-. Como ya sabe, Brock me invitó a almorzar con él hace unas semanas. Una semana más tarde me propuso ir con él de excursión. Yo rechacé las dos proposiciones. Y cuando pienso en ello, recuerdo que en ambas ocasiones andaba Cal por allí. Brock me preguntó si Cal y yo éramos pareja. Le dije que no. Desde el principio, Brock sabía que yo era monitora del parque igual que Ralph y los demás. Quizá Brock estuviese entablando amistad con Ralph para que me vigilase y le dijese si le había mentido sobre mi posible relación con Cal.

– Si Ralph y él ya se conocían de antes, entonces podrían tener alguna relación con la masacre de los osos. Pero también podría ser, simplemente -añadió con una sonrisa-, que los dos se sientan atraídos por ti. Y eso no se lo puedo reprochar.

– Brock tal vez, pero no Ralph -dijo ella negando con la cabeza.

– No estoy del todo de acuerdo, pero ten mucho cuidado, Alex. Puedes estar en lo cierto. En cuanto a los chicos…

– No se preocupe. Ya he hablado con ellos. Saben mejor que nadie lo que hay que hacer para no llamar la atención.

– Bien. Como te he dicho antes, llámame a cualquier hora del día o de la noche si ves algo raro.

– Se lo prometo.

Cuando Alex salió de la oficina, vio una camioneta que se detuvo frente a ella. Sergei iba en la parte de atrás y la saludó con un par de ladridos. Cal abrió la puerta del acompañante y Alex vio entonces que estaba sin afeitar. Aquello le daba un aire aún más varonil a sus facciones. Parecía cansado. Se preguntó cuánto tiempo llevaría sin dormir.

– Supongo que has estado dentro, hablando con el jefe.

– Sí. Ahora me vuelvo al campamento.

– ¿Por qué no te vienes a casa conmigo? Me ducho y preparo unos sándwiches.

Alex estaba confusa y sin fuerza de voluntad. Quería ir con él, pero había estado pensando toda la noche lo que eso podía significar. Si lo único que quería era tener una aventura con ella, no estaba dispuesta a dejar que se acercase.

– Gracias, pero tengo que regresar al campamento. Tengo el microbús ahí mismo.

– Tus chicos pueden llamarte por teléfono si necesitan algo. Te traeré aquí de vuelta más tarde. Estoy libre de servicio hasta mañana.

– Creo que más que compañía, lo que necesitas es dormir.

– Pero tú tienes que protegerme -replicó él, en un tono nada habitual en él.

– ¿Qué quieres decir?

– Vance me confesó la labor de enlace que desarrollas para él. Después de los sucesos que se han producido últimamente, ha tenido que confiar en mí.

Alex sintió que su estado de ánimo se venía abajo. Trató de mantener la compostura.

– Ya veo.

– Los muchachos y tú os habéis visto envueltos en algo muy gordo. Ahora que estoy al tanto de todo, no puedo dejar que te vayas a la estación de esquí hasta que Lonan vuelva allí por la noche, después de haberse despedido de Mankanita. Jeff ya ha hablado con él para que comprenda lo peliagudo de la situación.

Dadas las circunstancias, no le quedó a Alex otra opción que subir a la camioneta y cerrar la puerta. Era el ranger Hollis, no Cal, quien le estaba dando una orden, y tenía todo el respaldo legal de la autoridad federal que le otorgaba la oficina central del parque de Yosemite.

No hablaron durante el camino a casa. Cuando entraron en el garaje, la tensión se había hecho ya insoportable. Ella se bajó de la camioneta lo más deprisa que pudo y agradeció al perro que le brindase una excusa para no estar cerca de él.

– ¿Quieres que me lleve a Sergei a dar un paseo mientras tú te refrescas?

– Vuelve en cinco minutos -dijo Cal, dándole la correa del perro-. Te dejaré abierta la puerta del garaje.

– ¿Has oído eso, Sergei? ¡Vamos!

Cal los vio salir. Ella estaba alterada por algo. Cuando volviese, no descansaría hasta aclarar las cosas con ella.

Entró en el cuarto de baño y se miró en el espejo. Tenía un aspecto horrible. Después de ducharse y afeitarse estaría más presentable, pero el jabón no le quitaría el cansancio y el sueño que arrastraba. Había pasado veinticuatro horas extenuantes con los federales a cargo de la investigación y necesitaba un sueño reparador.

Después de cepillarse los dientes, se dirigió al dormitorio para vestirse. Se puso unos vaqueros y una camisa polo y se fue al cuarto de invitados. Al entrar vio a Alex tumbada boca abajo en la alfombra, mirando el cuadro que estaba apoyado contra la pared.

Sostenía aún en la mano derecha uno de los juguetes de Sergei, prueba de que había estado jugando con él al tira y afloja. El animal yacía sobre sus patas delanteras mirándola fijamente.

Cal se tumbó a su lado y le agarró la mano que sostenía el juguete para evitar que pudiera levantarse. Ella dejó escapar un pequeño grito de sorpresa.

– Siempre he querido saber si fuiste tú la que elegiste este cuadro, Alex.

Sergei avanzó lentamente hacia ellos y se tumbó a su lado.

– No. Fue idea de mi padre. Le encanta la historia. Yo habría elegido un cuadro con algún motivo de Sunset Butte, mi lugar favorito del rancho. A la puesta del sol, las montañas y todo el valle se vuelven de color naranja y violeta.

Cal sintió el temblor de sus dedos bajo su mano y no pudo contenerse. Se inclinó hacia ella y la besó en la nuca. Era tan dulce… Tan deliciosa… Pero sentir su calor y disfrutar de la fragancia de su piel no era suficiente. Sin saber cómo, se vio dándole la vuelta y besándole los labios que tanto tiempo llevaba deseando saborear.

– Eres tan hermosa… Siempre lo has sido. ¿Tienes idea de lo maravillosa que eres? ¿Sabes el deseo tan grande que tengo de hacerte el amor? -dijo volviéndola a besar apasionadamente.

Pero ella no se entregó a él como había hecho aquella tarde en la torre de observación. Apartó la cabeza a un lado.

– Hubo un tiempo, Cal, en que me habría arrojado en tus brazos al oír esas palabras. Pero ese tiempo ya ha pasado.

Se separó de él y se puso de pie, lista para salir de la casa. Sergei la siguió, pensando que quería seguir jugando un poco más con él.

– ¿Qué ocurre, Alex? -preguntó Cal, levantándose también del suelo y acercándose a la puerta.

– Me gustaría confiar en ti, pero no puedo.

– ¿Por qué?

– Desde que nos conocemos, de una u otra manera, no he sido para ti más que algo pasajero. Ahora que sabes que Vance me ha contratado para que sea su enlace, te sientes aún más responsable de mi seguridad que antes. Estás tan acostumbrado a cuidar de mí, que ya no eres plenamente consciente de tus sentimientos. No te culpo por ello, pero no es muy gratificante para mí. ¿Te importaría llevarme al microbús, por favor?

– Si es eso lo que quieres… -dijo él, muy a su pesar. Alex le acarició la cabeza a Sergei y miró a Cal con una sonrisa de circunstancias.

– ¿Amigos?

– Tú eres mucho más que una amiga para mí, Alex.

– Escuché el otro día una balada country que se llamaba Creo que pasaré. Parece como si el autor se hubiera inspirado en ti al escribir la letra. El final era algo así como: «Yo soy más que una amiga pero menos que una esposa, buena para la ocasión pero no para toda la vida. Creo que pasaré».

¿Te habías fijado en que los compositores de música country escriben sobre cosas de la vida real?

Mientras Cal la miraba angustiado, ella pasó por su lado y salió por la puerta.

– Te esperaré en el coche.

Sergei la siguió afuera. Cal supo que ella estaba ya en el garaje porque el perro volvió y se acercó a él con la cabeza gacha y emitiendo sonidos lastimeros. Entró en el dormitorio para coger las llaves.

– Tú no sabes ni la mitad de todo esto, amigo. Ni la mitad.

– Gracias por el viaje, Cal.

Habían llegado al aparcamiento de Yosemite Lodge sin hablar ni una palabra. Alex, más tranquila al ver lo concurrido que estaba el lugar, le dio a Sergei unas palmaditas en la cabeza. Se bajó de la camioneta y Cal se vio obligado a continuar porque tenía una fila de coches detrás esperando. Alex se subió al microbús y se quedó durante un minuto con la cabeza apoyada en el volante, esperando que se le pasase esa sensación de debilidad que sentía.

– ¡Hola, Alex! ¿Puedes llevarnos a casa de Roberta?

Volvió la cabeza y vio a Nicky y a Roberta delante de la puerta.

– ¡Hola! ¡Pero si sois vosotros! Claro que sí. Subid.

– Gracias. Hace demasiado calor fuera.

Se sentaron a su lado y se abrocharon los cinturones de seguridad. Ella cerró las puertas y puso el vehículo en marcha.

– ¿Qué andabais haciendo por aquí, chicos?

– Papá nos trajo a nadar -dijo Roberta.

– Pero hace demasiado calor -añadió Nicky-. Así que nos vamos a ir a su casa a jugar.

– ¡Qué bien! Pero tenéis que decirme cómo se va. Nunca he estado en casa de Roberta.

Ellos la fueron guiando por las calles, hasta llegar a la casa de Chase Jarvis.

– ¡Mira, ahí está mamá!

Alex paró en frente de la casa. Annie Jarvis se acercó a ellos. Después de lo que había sucedido con Cal, Alex no tenía ganas de hablar con nadie, pero no quería parecer maleducada. Por otra parte, la madre de Roberta era arqueóloga y podría aprovechar la ocasión para conseguir arrancarle el compromiso de darles una charla a los chicos. Apagó el motor y los tres se bajaron del microbús.

– Has sido muy amable trayendo a los niños a casa -dijo Annie-. Espero que no hayas tenido que desviarte mucho de tu camino.

– Bueno, iba sólo a Sugar Pines, a ver cómo estaban los chicos.

– Chase dice que ya están empezando a encajar en el parque y a llevarse bien con los de los demás grupos.

– Sí, les encanta este parque -replicó Alex-. Cada día que pasa los veo más identificados e integrados con las personas. Por eso quieren conocerte, Annie. Después de haber oído las historias del jefe Dick Sam, sienten una gran curiosidad por los petroglifos de estos lugares.

– Sí, Roberta me lo dijo. Pensaba llamarte la próxima semana.

– ¿Podrías darles una charla?

– Claro que sí. El próximo jueves estoy libre.

– Cuento contigo, entonces. Gracias.

– ¿Te gusta la limonada de menta? -le preguntó Roberta-. Nicky y yo vamos a prepararla.

– Me encantaría.

Los niños entraron corriendo en la casa.

– Te vi pasar hace un rato en la camioneta de Cal Hollis -dijo Annie mirando a Alex con mucho interés-. No quiero meterme en lo que no me llaman, pero algo está pasando entre vosotros. Chase y yo pasamos por una historia parecida.

– Cal no ha tenido ningún tipo de amnesia como Chase -dijo Alex suspirando.

– Te sorprendería saber el tiempo que estuve sin poder aceptar la situación. Más de diez años.

– Tuvo que ser muy difícil para los dos.

– Estuve a punto de perderlo. Tenía demasiado orgullo para seguir aguantando.

– Vuestra historia fue diferente, Annie. Cuando Chase se recuperó, recordó que te amaba. Pero Cal nunca me ha amado. Se casó con Leeann.

– Chase me dijo que empezaste a venir al parque con tu padre hace seis años. ¿Quieres decirme que en todo ese tiempo él no demostró el menor interés por ti?

Alex contuvo el aliento. Había estado sometida a tanta tensión en las últimas horas que resultaba ahora un alivio poder hablar con alguien, y sabía que podía confiar en Annie.

– Cal siempre parecía estar interesado por mí, pero nunca me lo demostró. Tuve que ser yo la que tratase de descubrirlo. Fue un acto del que aún me siento avergonzada.

En unas pocas palabras, Alex le contó lo sucedido aquella tarde en la torre de observación.

– Y después de eso, fue cuando se casó. ¿No es eso lo que quieres decirme? -dijo Annie.

Ella asintió con la cabeza.

– Entonces, ¿por qué te ha estado rondando desde que empezaste tu trabajo de voluntariado?

– Porque ahora ya no tiene a Leeann y supone que puede tener una aventura conmigo.

– ¿Te ha dicho él que es eso lo que quiere de ti?

– Me dijo que me deseaba y que yo era para él algo más que una amiga, pero yo no quise oír nada más.

– Yo tampoco quería oír nada más de Chase. Pero mis padres me aconsejaron que no me dejara dominar por mi orgullo. Decidí seguir su consejo y ya ves, ahora soy la mujer más feliz del mundo. Poca gente lo sabe aún, pero estamos esperando otro bebé.

– ¡Oh, eso es maravilloso, Annie! Roberta debe de estar loca de alegría.

– Pues figúrate nosotros -dijo Annie sonriendo-. Parece un milagro. A Chase le dijeron que después de las secuelas que le habían quedado de su enfermedad, no podría volver a ser padre. Pero ya ves, hemos vuelto a desafiar al destino.

Alex, muy emocionada, felicitó efusivamente a su amiga con un abrazo.

– Te digo una cosa, Alex. Con lo reservado que es Cal, nunca te habría llevado a su casa a la vista de todos si no sintiera algo profundo por ti. Ahora está dispuesto a hablar en serio contigo y creo que deberías escucharle. Si al final no resulta nada de ello, al menos podrás decir que has hecho todo lo que estaba en tu mano. Y te sentirás mejor contigo misma.

– ¡Venga, venid a probarla! -exclamó Roberta desde el porche.

– ¡Ya vamos, cariño! -dijo su madre subiendo con Alex las escaleras del porche.

– ¡Mmm, esta limonada con menta está deliciosa! -afirmó Alex probando un sorbo.

– Gracias. Mi nana me la enseñó a preparar.

– Me he enterado de que vas a tener un hermanito o una hermanita muy pronto. ¿Ya sabes cómo lo vais a llamar?

– Si es niña le pondremos Maggie -dijo Roberta con los ojos radiantes de felicidad.

– Me gusta. Es un nombre muy bonito. ¿Y si es niño?

– Le llamarán Yosemite Sam -replicó Nicky.

A Annie y a Alex se les saltaron las lágrimas de tanto reír. Alex no podía haberse imaginado pasar una tarde tan divertida después de su amarga conversación con Cal.

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