– ¿MAMÁ? ¡Qué alegría que me hayas respondido tan pronto!
– He estado esperando impaciente tu llamada, cariño. Pero, dime… ¿sacaron a mi hija ayer por la puerta grande?
Alex sonrió ante la ocurrencia de su madre.
– Para empezar, la ranger Davis, la recepcionista, no me reconoció al llegar. Cuando me entrevisté con el ranger Thompson en su despacho, fingió no darse cuenta de mi cambio de aspecto. Estuvo muy amable hasta que se puso a cuestionar el origen de mi experiencia laboral. En ese momento le remití al proyecto que le había enviado y que él aún no había leído.
– ¿Y?
– Me dijo que me presentara en su oficina esta mañana a las nueve para hablar con uno de los jefes. Mientras salía por la puerta pude verle allí sentado mirándome con cara de asombro.
– ¡Genial! ¿Y dónde estás ahora?
– Camino de la oficina central para la nueva entrevista. Mamá, si mi proyecto no sale adelante, creo que dedicaré todo mi tiempo a trabajar en Hearth & Home.
– Lo sé. Tu padre me lo dijo.
– Así, tú podrías pasar más tiempo con papá, ahora que está jubilado.
– Uy, no sé, ya me gustaría, pero se pasa todo el día con su biografía. No te preocupes por nosotros, hija. Somos felices con lo que hacemos.
– Yo también, mamá, pero trabajar en Hearth & Home es lo que se me daría mejor.
– No te impacientes, estoy segura de que aceptarán tu propuesta, pero si no, estaré encantada de contar con la ayuda de mi hija en un proyecto que, después de mi familia, es lo que más amo en este mundo.
– Lo sé, mamá. Las familias zunis significan también mucho para mí. Si rechazan el proyecto, pienso presentarlo en otros parques como el de Tetons o el de Yellowstone. Ahora que el consejo de la tribu me ha dado su permiso, sería terrible tener que decirles que no me dejan ponerlo en práctica.
– No seas pesimista, hija. Si pensaran desestimar tu propuesta, no te habrían citado.
– Tienes razón -replicó Alex, mordiéndose el labio inferior-. Te agradezco tu apoyo, mamá. Te llamaré más tarde para contarte cómo me ha ido. Un beso.
Diez minutos después, Alex entraba por la puerta de la oficina del parque nacional de Yosemite. Sin pasar por recepción, se fue directamente al despacho de Thompson.
– ¡Hola! Alex Harcourt, ¿verdad? Yo soy Diane Lewis -dijo la ayudante muy sonriente, con un acento afroamericano que le resultó a Alex muy agradable.
– Encantada de conocerte -replicó ella, estrechándole la mano.
– El ranger Thompson te ha concertado una entrevista con el jefe Rossiter. Tengo que decirte que me impresionó tu proyecto. Me pareció brillante.
– Gracias -replicó Alex complacida.
– Tienes que volver al vestíbulo y tomar el otro pasillo. El despacho de Rossiter es la segunda puerta a mano izquierda.
– No te preocupes, lo encontraré. Hasta luego.
Conforme se acercaba al despacho se iba sintiendo cada vez más emocionada y nerviosa.
Trató de serenarse.
– Me gusta tu nuevo peinado, Alex -le dijo Beth, la secretaria de Vance, nada más verla entrar.
– Gracias. Si hubiera sabido lo ligera que iba a sentirme, me lo habría cortado mucho antes.
Beth se echó a reír.
– El jefe está hablando con alguien, pero acabará en un minuto. Siéntate ¿Te apetece un café?
– No, gracias. Ya me he tomando uno esta mañana, antes de venir.
– Perdona si te miro así, pero es que has cambiado tanto… Tienes un aspecto encantador.
– Cuando la ranger Davis me vio ayer, pensó que yo era la hija mayor del senador Harcourt.
– Yo también lo pensé por un instante, pero… no sabía que tuvieras una hermana.
– No, no la tengo. Lo que sí tengo son dos hermanos rubios que se parecen a mi padre mucho más que yo.
Había tenido también otro hermano, pero había muerto.
– En otras palabras, que has salido a tu madre. Debe de ser toda una belleza.
– Gracias por el cumplido. Sí, mi madre es una mujer muy guapa. Mi padre se quedó prendado de ella la primera vez que la vio montando un caballo bronco en un rodeo.
– ¿Tú también montas?
Alex no tuvo tiempo de contestar. Se abrió una puerta y apareció un hombre atlético, con el uniforme de los rangers. Llevaba un perro con él. Alex se puso de pie para dejarles pasar, pero su gesto asustó al animal.
– Lo siento -dijo ella, volviendo a sentarse en la silla.
Cuando alzó la vista y lo vio, creyó que iba a desmayarse. Cal…
– Señorita Harcourt -dijo él muy educadamente en voz baja.
Hacía catorce meses que no lo veía. La última vez había sido en marzo del año anterior, y ahora estaban a finales de mayo. Al verlo se quedó sin respiración. No había olvidado el calor y la pasión que ardían en su mirada en aquella ocasión.
No veía ahora ese fuego, sino una mirada reservada.
Cal, por su parte, la miró asombrado. Alex sabía que su aspecto era muy diferente del que él podía recordar, y eso parecía descolocarle.
Cal frunció el ceño y parpadeó un par de veces como si pensase que su vista le estaba jugando una mala pasada. Alex sonrió complacida al ver que estaba consiguiendo el primero de los objetivos que se había propuesto. Bajó la vista y vio entonces a un perro negro con manchas blancas en el pecho y las patas, que se frotaba contra las piernas de Cal. Ella sentía verdadera pasión por los perros, especialmente por Charlie, el border collie de su familia, que había muerto de viejo hacía poco.
– ¡Mira qué monada! -exclamó ella agachándose para acariciar al perro-. ¡Y con esas orejas de punta! Eres un encanto -Sergei le lamió la boca-. ¡Y qué cariñoso, vaya beso que me has dado!
En un primer momento, no fue capaz de identificar su raza, pero luego, tras verle detenidamente, afloraron ciertos recuerdos a su mente. Se incorporó y miró a Cal a los ojos.
– Así que finalmente te hiciste con un perro oso de Carelia, ¿no?
– Tienes una memoria excelente -respondió muy sereno.
Ella recordó otros momentos en que su voz no había sido tan reposada, sino profunda y vibrante como cuando daba aquellas charlas a los turistas, o ronca y apagada, como cuando pronunciaba su nombre antes de besarla.
– Bueno, solías decir que tendrías algún día un perro como éste.
– Discúlpale, es muy joven y juguetón. Aún no ha terminado su adiestramiento.
– No me ha molestado en absoluto -dijo ella rascándole a Sergei la cabeza-. Se parece a un husky siberiano. ¿Cómo se llama?
– Se llama Sergei.
El perro miró a Alex con ojos de adoración.
– Sí, un nombre ruso le va bien. Sergei debe de resultarte un compañero maravilloso. Me parece que ya te lo has ganado. Me alegro por los dos y lo siento por los pobres osos del parque -dijo ella sonriendo-. Ahora, si me disculpas, el jefe Rossiter me está esperando. Que tenga un buen día, ranger Hollis.
Antes siempre le había llamado Cal, a pesar de que él nunca le había dado pie para ello. Hoy en cambio, delante de Beth, no lo había creído conveniente. Y a juzgar por su mirada fría y distante, quizá nunca más volviera a hacerlo. No parecía haberse alegrado al verla. ¿Qué más pruebas necesitaba para apartarse de su camino?
Trató de concentrarse en lo que la había llevado allí y se dirigió al despacho del jefe Rossiter. Después de todo, se sentía orgullosa de sí misma. Se había mostrado firme, pero no arrogante. Indiferente, pero con una sonrisa amable.
Eran lecciones que había aprendido de él hacía un año, de forma amarga.
Cruzó la puerta del despacho. El jefe Rossiter se puso de pie con su eterna sonrisa. El jefe del parque era, en su estilo, casi tan atractivo como Cal.
– Me alegra verte de nuevo por aquí, Alex. Tu nuevo corte de pelo te sienta muy bien.
– Gracias -dijo ella, valorando positivamente que el jefe Rossiter no fuera tan reservado como el ranger Thompson.
– Tú yo tenemos un gran asunto del que hablar. Ven y siéntate.
– ¿Significa eso que ha tomado en consideración mi proyecto? -dijo ella estrechándole la mano antes de sentarse frente a él.
– Algo más que eso. Me ha gustado mucho. Tanto, que le he dicho a Jeff que te contrate.
Alex quiso devolverle una mirada de agradecimiento, pero prefirió no perder la compostura.
– No sabe lo mucho que esto significa para mí. Los chicos no son conscientes aún del beneficio que les va a reportar venir aquí, pero cuando lleven en el parque unos días, estoy segura de que no querrán marcharse. Como ya sabe, el consejo de la tribu no consintió que las chicas participaran del proyecto y dio su autorización sólo a los muchachos mayores de dieciséis años. Sé que la política de este parque es fomentar la igualdad de oportunidades, pero deme un poco más de tiempo y creo que conseguiré convencerles.
Él asintió con la cabeza.
– Llevo muchos años tratando con el jefe Sam Dick y lo comprendo perfectamente.
Alex se había reunido con el venerable jefe paiute y su esposa varias veces. Eran unas personas maravillosas.
– Sé que ésa fue tu idea desde el principio -añadió Rossiter.
– Sí.
– Te agradezco que hayas escogido Yosemite para tu proyecto antes que Yellowstone -dijo él con una sonrisa.
– Es mi lugar favorito.
– Y el mío -replicó él-. Bueno, Alex, ¿te gustaría desempeñar otro trabajo para mí mientras estés aquí en el parque supervisando a esos jóvenes voluntarios?
– No le entiendo. ¿A qué se refiere?
– Cuando Rachel vino por primera vez a Yosemite con Nicky, antes de que fuera mi esposa, le ofrecí el trabajo de ser mi enlace, pero ella lo rechazó.
– Quería otro puesto mejor -replicó Alex sonriendo-. Ella misma me lo dijo en privado.
– Beth era antes mi enlace, pero necesitaba también una buena secretaria, así que ese puesto quedó vacante. Se requiere una cierta personalidad que no he sido capaz de encontrar. Leyendo tu proyecto y viendo lo bien que has argumentado todas las ideas, se me ocurrió que serías la persona ideal para hacer ese trabajo.
– ¿En qué consistiría realmente? -preguntó ella.
– En ser mis ojos y mis oídos cuando estés en cualquier sito, en estas oficinas, en el parque, en el microbús con tu grupo… Te proporcionaré la cobertura necesaria para que, cuando los muchachos estén trabajando, puedas mezclarte con cualquier grupo del parque y observar lo que pasa por aquí, sea bueno o malo. Prepararás un informe por escrito periódicamente con la fecha y hora de los sucesos que hayas visto y me lo entregarás a mí personalmente.
– ¡Vamos, que quiere que sea su espía!
– En una palabra, sí -dijo él con una sonrisa-. Necesito a alguien que vea las cosas desde fuera, alguien que conozca bien los problemas del parque, pero que no sea un ranger ni uno de los trabajadores o voluntarios. Tú, con todas las veces que has venido aquí con tu padre, tienes unos conocimientos de Yosemite que nadie podría aprender en un libro de texto o en un curso sobre el tema. Y además eres valiente y con iniciativa.
– ¿Quién estaría al corriente de ese… otro lado de mi trabajo?
– Sólo Beth. Será nuestro secreto. Tiene que ser así, de lo contrario no tendría sentido. Sólo podré pagarte un salario equivalente al de un ranger sin experiencia, pero si lo aceptas me harás un hombre feliz. Y, por favor, no pienses ni por un momento que si rechazas el puesto pueda cambiar mi decisión sobre tu proyecto.
Era una gran oportunidad. El jefe Rossiter había depositado en ella toda su confianza, como si fuese una más de aquella gran familia del parque nacional de Yosemite.
– Sé que no haría tal cosa. Si de verdad cree que puedo serle de utilidad, acepto encantada.
– Excelente. Si necesitas hablar conmigo, díselo a Beth. Ella se encargará también de pagarte con un cheque cada dos semanas.
– ¿Puedo decirle una cosa?
– Naturalmente.
– Preferiría que se me conociese con el nombre de Alex Trent. Pase lo que pase este verano, sea para bien o para mal, me gustaría que se asociase con mi persona y no con mi padre.
– Eso es muy loable -afirmó Rossiter con una mirada de aprobación-. Pero no veo ninguna razón para que lo hagas. Tu padre hace ya casi dos años que está retirado de sus funciones políticas y no tiene ninguna influencia. Mientras estés trabajando aquí, formarás parte de este engranaje.
– Está bien, eso me deja más tranquila.
– Bueno, y ahora, ¿puedes decirme cómo se te ocurrió la maravillosa idea de traer a esos chicos al parque?
Cal estaba preparando algo para cenar cuando llamaron a la puerta de una manera que le resultó familiar. Le había dejado un mensaje a Jeff para hablar con él, pero si venía personalmente a su casa, mucho mejor. La presencia de Alex le había trastornado. No se había imaginado que pudiera volver a verla por allí, ahora que su padre se había jubilado y no tenía ninguna relación con el parque.
Se había fijado en que no llevaba ningún anillo en el dedo. Había pasado más de un año desde la última vez que la había visto, no habría sido extraño que se hubiera casado.
Le quitó la correa a Sergei. A una orden suya, el animal le siguió de cerca mientras abría la puerta de la calle. Jeff entró con un sobre bajo el brazo.
– Lamento no haber podido venir antes, pero he tenido un montón de reuniones -dijo Jeff a modo de saludo, y añadió luego mirando al nuevo compañero de Cal-: Hola, Sergei. He oído hablar mucho de ti. No sabes las ganas que tenía de conocerte -dejó el sobre en el suelo y se inclinó hacia el animal para acariciarle el lomo-. No parece que seas muy grande. Cuesta creer que, con ese cuerpo, puedas asustar a un oso.
– Estamos en ello -dijo Cal, cerrando la puerta-. Me estaba preparando la cena. ¿Te apetece algo?
– No, gracias, tomé un sándwich hace poco.
– Ven y siéntate, entonces.
Jeff recogió el sobre del suelo y siguió a Cal hasta el cuarto de estar, mientras Sergei le olfateaba las piernas.
– Es un perro precioso. Si le pintases de blanco pasaría por…
– Un husky siberiano -dijo Cal, adivinándole el pensamiento y recordando que era lo que Alex le había dicho esa mañana-. Sí, pienso lo mismo.
Jeff siguió acariciando al perro, lo que le llevó a Cal a pensar que estaba haciendo tiempo para hablarle de algo más importante. Y él sabía de qué se trataba.
– Esta mañana, Sergei y yo nos tropezamos literalmente con Alex. Al principio no estaba seguro de que fuera ella.
Cal estaba todavía impresionado por el cambio que había dado tanto en su aspecto como en su actitud. Y la forma en que le había mirado le había desconcertado.
– Sé a lo que te refieres -replicó Jeff-. Había estado en mi despacho el día anterior. Se ha hecho toda una mujer y está guapísima.
Siempre lo había estado, se dijo Cal. Ahora, sin aquella espléndida y abundante cabellera, tenía un look más moderno que resaltaba la perfección de sus rasgos. Sus ojos parecían reflejar el verde de los valles ocultos en lo alto de las montañas.
– Alex me dijo que tenía una cita con el jefe -dijo Cal-. No vi a su padre por aquí. ¿Pasa algo?
Jeff y él no tenían secretos sobre Alex. Su amigo se puso por fin de pie.
– Parece que al final los dioses han escuchado las plegarias del jefe Sam Dick.
Cal sintió un escalofrío. El viejo jefe paiute del Hetch Hetchy seguía siendo una autoridad en el parque y hablaba con Rossiter de igual a igual. Cuando Vance era sólo un niño, el jefe Sam le había enseñado dónde solía ir a buscar bellotas. Les unía una amistad tan grande que parecía estar sellada por un vínculo de sangre.
– Algo importante, ¿eh?
– Así es. Tengo que decirte que estoy realmente sorprendido con este asunto. Todo lo que quieres saber está aquí -dijo Jeff dándole el sobre que había llevado-. Te lo dejo para que lo veas tranquilamente. Tengo que irme ahora a casa a terminar unos asuntos pendientes.
– Te acompaño a la puerta -dijo Cal, mientras Sergei seguía a los dos hombres.
– Llámame cuando lo hayas leído.
Cal sintió que la adrenalina comenzaba a correr por sus venas. La Alex que él había conocido había cambiado tanto que estaba en un mar de confusiones. Le preocupaba lo que pudiera encontrar en aquel sobre.
– ¡No te olvides de lo de mañana! -le dijo Jeff desde la camioneta-. Tienes que dar una charla de orientación al grupo de voluntarios adultos del programa de verano. A las once en la sala de conferencias.
– No te preocupes, ya me lo dijo Diane -respondió Cal.
Nada más cerrar la puerta, le rascó a Sergei la cabeza y se fue a la cocina a prepararse un poco de café.
– Muy bien, Sergei. Veamos qué hay aquí -dijo sacando los papeles que había dentro del sobre.
Solicitud para el Programa de Voluntarios del parque Yosemite.
Eso fue lo primero que vio. Lo siguiente fue el nombre de Alexis Trent Harcourt. Se quedó petrificado. Eso significaba que ella iba a pasar en el parque todo el verano.
Comenzó a leer la solicitud detenidamente. Al principio no había nada que pudiera sorprenderle. Él estaba al tanto de los viajes y de los cursos que había hecho en diversas universidades. Pero, ¿y aquello de los concursos de rodeo? ¡Sabía montar un caballo salvaje!
Abrió el folleto que estaba anexado a la solicitud. Ya al ver los primeros párrafos, frunció el ceño en un gesto de incredulidad. ¡Muchos de los viajes de Alex habían sido para ir a visitar, con su madre, orfanatos de todos los estados de la nación!
Leyó el proyecto hasta el final. Se puso a hacer mentalmente los cálculos del presupuesto que se necesitaba para financiar aquella iniciativa y se dio la vuelta bruscamente, sobresaltado. Sergei se asustó y se levantó del suelo, dispuesto a cualquier cosa. Cal tomó el teléfono móvil y llamó a Jeff, quien descolgó al segundo tono de llamada.
– Sabía que me llamarías, pero no pensé que lo hicieras tan pronto. Supongo que habrá sido una gran sorpresa para ti ver que había muchas cosas que desconocías de ella.
– En todos los años que Alex ha estado viniendo aquí, nunca dijo una palabra sobre esa parte de su vida. Y mucho menos el senador.
– Eso no debería extrañarte, Cal. Tú fuiste el primero que no quiso saber nada de ella.
– Tienes razón. ¿Y sabes por qué? Ella era entonces demasiado joven para tomarla en serio, pero hoy se han vuelto las tornas.
– ¿Qué quieres decir?
Cal le contó lo sucedido en la puerta del despacho de Vance.
– Me sentí como si fuera un objeto invisible e inútil. Después de acariciar a Sergei unas cuantas veces, desapareció del despacho del jefe como si yo no existiera.
– Bueno, al menos no tienes que preocuparte de que haya vuelto por ti -replicó Jeff.
No, de eso no había duda, se dijo Cal.
– Nunca había visto a Vance tan entusiasmado con un proyecto -añadió Jeff.
– Es lógico. Su proyecto ha venido a ser la respuesta a las plegarias de los dioses de los zunis, de los paiutes, de los rangers o de vete tú a saber quién.
– ¿Quién podía haber adivinado lo que se ocultaba bajo aquella melena rubia?
– Ésta es una gran oportunidad para ti, Jeff. Tú eres el administrador jefe de los recursos del parque. Cuando Telford se entere de esto, irá a Washington D.C. y conseguirá que Yosemite figure como el parque modelo del futuro. Y tú te harás famoso por ser el hombre que la contrató.
– Ha sido siempre el sueño de mi vida -dijo Jeff con un tono de ironía nada habitual en él-. Por eso me hice ranger. En serio, lo que me sorprende es su capacidad de financiación. Pensé que era su padre, el senador, el que manejaba todo el dinero de la familia.
– Sí, yo también.
– Estuve haciendo algunas averiguaciones. Los Harcourt viven en el rancho de Orange Mesa, en las afueras de Albuquerque. Silas Trent compró en su día más de trescientas mil hectáreas y montó allí la sexta explotación ganadera más importante del país.
Eso explicaba sus habilidades en la monta de caballos en el rodeo.
– ¿Y dónde piensas alojarla a ella y a su grupo de voluntarios? -preguntó Cal.
– En el campamento de Sugar Pines, con los voluntarios de HPJS. Todo está ya listo. Alex ha estado preparando a esos chicos durante los últimos meses. No hay ningún problema. Otros grupos se alojarán en Tioga Pass. Ya nos gustaría poder contar con más voluntarios.
Sugar Pines estaba en Yosemite Valley, donde buena parte de los mil doscientos kilómetros de senderos del parque necesitaban una restauración. Los voluntarios vivían en la estación de esquí que permanecía cerrada durante los meses de junio y julio.
– No sé si te he contado alguna vez el incidente que Alex tuvo un invierno con sus amigos cuando se salieron de la pista de esquí y se perdieron en el parque. Llamó por teléfono a la estación de los rangers y me pidió que fuera en su rescate. Siempre solía meterse por los sitios más difíciles y a las horas más intempestivas.
– Eso debió de ser antes de que me destinaran aquí. ¿Y la consolaste? -dijo Jeff, bromeando.
– Yo era el que necesitaba consuelo, Jeff. Su aparición inesperada en el parque, sin su padre, me alarmó, y tú sabes por qué. El senador Harcourt, con el jefe delante, me dejó bien claro que me confiaba a su hija, y ya sabes lo que quería decir con eso.
– Me temo que no -replicó Jeff.
– Me sorprende que Alex, con el carácter que tiene, no nos haya creado aún ningún problema.
– ¿Cómo supo ella establecer contacto con la estación?
– Dímelo tú. A lo mejor la tocaron los zunis con su varita mágica cuando era pequeña.
Se le hacía extraño imaginársela controlando a un grupo de adolescentes mientras él andaba con Sergei por el parque, rastreando las huellas de algún oso.
– Bueno, ahora tienes un nuevo compañero con mucho olfato que te avisará si ella está cerca de ti. Y es más poderoso que todas esas varitas mágicas.
– Nos vemos mañana, Jeff. Y gracias por la información. Se la devolveré a Diane por la mañana.
Después de colgar, se tomó un sándwich y salió con Sergei un rato a tomar el aire. Cuando volvió, metió al perro en la jaula y se acostó. Pero se puso a dar vueltas y más vueltas en la cama, sin poder conciliar el sueño.
Por primera vez desde hacía un año, Alex ocupaba en sus pensamientos el lugar que había reservado siempre para Leeann. Durante los siete años que llevaba trabajando en el parque, el senador había ido allí muchas veces. Fuera cual fuera la estación del año, llegaba casi siempre acompañado de su hija, hecha un figurín con su melena rubia hasta la cintura.
Al principio, a sus veinte años, parecía la típica hija de papá rico que pensaba que estaba al margen de cualquier problema.
Ésa era la joven rubia, mimada, inmadura y consentida que iba a convertirse pronto en la pesadilla de Cal. Al menos, eso era lo que él se decía para mantenerse alejado de ella. Pero eso, al final, había resultado poco menos que imposible, porque sus visitas se fueron haciendo cada vez más frecuentes y él no podía dejar de fijarse en ella.
Aquella tarde de marzo, ella le había encontrado solo en la torre de observación cerca de Glacier Point. Se le había insinuado ya muchas veces, y él había pensado aquel día decirle cuatro palabras para que le dejase en paz de una vez. Pero perdió el control y sucedió lo contrario de lo que quería. Algo que nunca debería haber ocurrido.
La llegada de Leeann a Yosemite, poco después de aquello, resultó providencial.
Continuaron de forma más estable y exclusiva la relación que habían dejado y se casaron.
Pero ahora Leeann ya no estaba y Alex había vuelto. Y para todo el verano.
«¿Y qué importa eso? ¿No te acuerdas de cómo te ha tratado esta mañana? No tienes de qué preocuparte», le dijo una voz interior, mientras comenzaba a vencerle el sueño.