CAPÍTULO 07

CAL llegó al campamento de Sugar Pines a las seis. Se alegró al ver el microbús de Alex en la zona de aparcamiento. Así no tendría que ir a buscarla.

– ¿Os importaría decirle a Alex que venga un momento a la camioneta, que quiero hablar con ella? -les dijo a Lusio y a Mika cuando se bajaban del vehículo.

Los chicos le dieron las gracias por el viaje y entraron a buscarla. Mientras esperaba, decidió llamar a su hermano Jack, pero no logró hablar con él. Estaba escribiéndole un mensaje cuando vio a Alex yendo en dirección a él.

– Los chicos me dijeron que querías verme. ¿Crees que no están preparados para hacer esa labor?

– Si lo creyera, no se lo habría propuesto. Pero necesito tu ayuda. Sergei se cortó la pata izquierda trasera con un trozo de vidrio que había junto a la carretera.

– ¡Oh, no!

– Tengo que darle unos cuantos puntos. Puedo hacerlo solo, pero creo que si tú vienes a casa y le sujetas la cabeza, estaría más tranquilo.

Y él aprovecharía la ocasión para hablar con ella.

– Por supuesto. Estaré encantada de poder ayudarte. Voy un momento a decírselo a Lonan.

Cal se quedó esperándola, apoyado en la camioneta, pensando que si no hubiera sido por el accidente del perro, ella no habría accedido a acompañarle a casa esa noche.

Sergei te ha tomado mucho cariño -dijo Cal cuando Alex regresó, y puso el vehículo en marcha.

– Yo también a él.

– Si no fuera porque eres tú, estaría celoso.

– ¡Oh, cuánto honor! -exclamó ella bromeando-. ¿Y qué hacía un cristal roto en la carretera?

– Era parte del faro de un coche.

– ¿Ha sido grande la herida?

– Tuve que ponerle un torniquete.

– ¡Oh, pobrecito! Ha tenido que ser muy profunda.

– Sobrevivirá.

– ¡Oh, gracias a Dios!

Cal veía el cariño y la ternura que Alex demostraba con los animales y con los niños. Estaba descubriendo muchas cualidades que no había sabido o querido ver antes en ella.

Después de años rechazándola, ahora estaba buscando cualquier excusa para poder estar con ella. Nunca había conseguido olvidar su perfume y su sabor.

Al llegar frente a su casa, apretó el mando a distancia para abrir la puerta del garaje.

Le atormentaba la idea de que otro hombre pudiera acercarse a ella. Su tropa de admiradores crecía de día en día: Telford, Thorn, Brock…

– ¿Cal? ¿Te pasa algo?

– Lo siento, Alex. Estoy preocupado por la herida de Sergei. La mesa de la cocina nos servirá de mesa de operaciones -apagó el motor y le dio a Alex sus llaves-. La dorada es la de la puerta. Abre tú, yo llevaré a Sergei.

– ¿Tienes alguna sábana limpia para ponerla sobre la mesa? -dijo mientras se dirigía corriendo hacia la puerta.

– Buena idea. Creo que tengo una en el armario del pasillo que da a las habitaciones.

Cuando entró con Sergei en los brazos, Alex había puesto ya la sábana doblada en dos sobre la mesa de la cocina y había dejado un par de toallas limpias en la encimera.

– Estate tranquilo, amigo, Alex está aquí y te vamos a curar -dijo Cal sonriendo.

Ella le sostuvo la cabeza a Sergei y el perro, agradecido, le lamió las manos.

– Te vas a poner bien, ya verás -dijo Alex, emocionada-. El doctor Hollis se encargará de ello.

Cal se dirigió sonriendo al armario de la cocina donde tenía su botiquín y sacó un par de píldoras, una sedante y otra balsámica contra el dolor. Luego sacó con una cuchara una bola de mantequilla de una tarrina, metió dentro las dos pastillas y se la dio a Alex.

– Si consigues que se lo tome, será todo más fácil.

Alex se lo dio y Sergei se lo tragó. Cal, entretanto, se lavó las manos y se puso unos guantes esterilizados.

– Además de un perro adorable, es un buen paciente -afirmó ella.

– Sí.

– Te estás portando muy bien. Eres muy valiente.

Le acarició la cabeza con la mano. El perro pasó la lengua por la cuchara ya vacía, y luego le lamió la mano a Alex mientras Cal realizaba la intervención.

– Ya está -dijo Cal, y vio que se le cerraban los ojos al perro por efecto del sedante-. Ahora vamos a ponerte un spray antibiótico. Hemos tenido que darte cinco puntos, amigo.

– ¡Maldito cristal! Debes tener cuidado y mirar por dónde vas. ¿Sabes que Cal te ha vendado la pata mejor que un cirujano profesional?

– Me gusta oír eso.

– Es la verdad. Habrías sido un veterinario maravilloso, o incluso un médico.

– ¿Tú crees?

– Sí. Cualquier persona con un cursillo de enfermería podría poner unos puntos, pero no con tanta habilidad.

– Si te estás un par de minutos más con él, iré por una manta para que duerma aquí esta noche.

– ¿Has oído eso?

El perro dio unos leves ladridos como si lo hubiese entendido. Cal volvió enseguida e hizo una especie de lecho en una esquina de la cocina. Alex se sentó allí y cuando Cal dejó a Sergei sobre la manta, ella inclinó la cabeza sobre su pata herida.

– Ahora, Sergei, descansa. Pronto volverás a estar bien. Cal llenó de agua el bol y se lo puso al lado. El perro bebió un poco y luego dejó caer la cabeza entre las patas delanteras.

Cal metió la sábana manchada de sangre en la lavadora.

– ¿Qué ha sido eso?

– ¿Qué?

– El temblor.

Cal miró instintivamente a su perro, que yacía sedado sobre la manta y que levantó por un momento la cabeza lanzando un gemido lastimero. Cal no había sentido nada.

– Quédate donde estás, Alex, por si hay más temblores -dijo Cal. Tomó el móvil y marcó el número de la oficina central para informarse.

Chase se puso al aparato.

– El seísmo se ha sentido por todo el parque, Cal, desde Sierra Nevadas hasta unos diez kilómetros al sur de Mammoth Lakes. Ha sido de una intensidad de tres en la escala de Richter. El ayudante del sheriff del condado de Mono dice que no se ha recibido ningún parte de daños materiales ni personales.

– ¿Estarán bien los chicos? -preguntó Alex-. Tengo que ir a verlos. ¿Me necesitas para algo más?

– No, ya está hecho todo. Pero creo que será mejor esperar a tener más información.

– ¿Hay alguna noticia sobre Sugar Pines?

– No.

– Llamaré a ver cómo están.

– Supongo que tendrás el número de Lonan en tu móvil, ¿no? -ella asintió con la cabeza-. Muy bien, déjamelo.

Ella lo sacó de un bolsillo de sus vaqueros.

– Es la tecla del dos.

Lonan respondió casi en el acto.

– Hola, soy Hollis. ¿Estáis bien? -dijo Cal, activando el altavoz del móvil para que ella pudiera oírlo.

– Sí, aquí estamos todos bien. Estamos escuchando una charla muy interesante del historiador del parque. Algunos chicos han sentido una vibración, pero la mayoría no ha notado nada. Todo está normal, sin problemas.

– Gracias a Dios -susurró Alex.

– Sheila dice que nos quedemos aquí fuera hasta que podamos entrar en el albergue con plenas garantías de seguridad -dijo Lonan.

– Muy bien. Ella sabe muy bien lo que hace. Yo llevaré a Alex más tarde.

– No hay prisa. ¿Cómo va el perro?

– Su operación ha sido todo un éxito.

– Los niños estaban mucho más preocupados por el perro que por el terremoto.

Alex, más aliviada, esbozó una pequeña sonrisa.

– Lokita ha estado quejándose de dolores de estómago otra vez. Debería ir a la clínica, pero no quiere.

– Sí, le dan de vez en cuando -intervino Alex-. Que no tome nada picante. Si mañana sigue igual, le llevarle a la clínica. Hablaremos más tarde, Lonan. Hasta luego.

Cal colgó y le devolvió a Alex el teléfono.

– Bueno, con excepción de Lokita, todo está en orden, pero no estaremos tranquilos del todo hasta que hablemos con Chase.

– Yo conozco a uno que va a dormir esta noche como un bendito -dijo ella con una sonrisa.

– Quédate con él un minuto. Voy al estudio a ver si he recibido algún correo electrónico.

Estaba tan adorable, sentada allí en el suelo junto al perro, que tuvo que reprimir la tentación de sentarse a su lado.

– Has sido una enfermera excelente.

– Gracias, doctor.

Alex miró a Sergei. Estaba totalmente dormido. Le pareció que entraba un poco de frío por el suelo. Tomó una de las toallas de baño y se la puso al animal por encima.

– Ya no creo que se despierte -dijo Alex en voz baja, cuando Cal volvió a la cocina-. ¿Te importaría llevarme al campamento? Quiero ver a los chicos. Si los familiares han oído la noticia del terremoto en algún informativo, estarán preocupados y me gustaría tranquilizarles.

– No te preocupes -dijo él-. Lonan ya se habrá encargado de eso. No podemos salir todavía.

– ¿Te ha mandado algún informe de daños y heridos? ¿Se ha desprendido alguna roca con el temblor?

– Ninguna. El parque ha tenido mucha suerte esta vez.

– Me alegro. Sergei no pareció asustarse.

– No. En todo caso, estaba ya muy adormilado -dijo él con la voz apagada, como distante.

Alex se preguntó si el terremoto habría despertado en él viejos recuerdos de la muerte de su esposa en algún desastre natural del parque.

Vio con sorpresa que Cal abría un armarito y sacaba dos copas y la botella de vino francés que ella le había llevado aquella tarde a la torre de observación. Después de descorcharla, sirvió un poco de vino y le dio una copa.

– Pensé que éste sería el momento perfecto para brindar por un nuevo comienzo.

Ya no cabía duda: ya no era el de antes.

– Por el nuevo biólogo jefe de Yosemite -dijo ella. Chocó la copa con la suya y sintió el suave roce de sus dedos-. ¡Mmm… qué bien sabe!

Después de vaciar las copas, Cal las dejó en la encimera y la miró fijamente.

– No me refería a ese tipo de comienzo, sino al nuestro -dijo Cal con la voz llena de emoción.

– ¡Ah!, ¿te referías también a mi trabajo en el parque? Sí, creo que los dos hemos conseguido algo que veníamos queriendo hacer desde hacía tiempo.

Cal se sentó en una silla y apoyó la cabeza entre las manos, con los codos en las rodillas.

– Es posible que tengas razón, pero yo estoy hablando de nosotros como personas. Mientras esperamos noticias de Chase, hay una cosa muy importante que quiero decirte.

Lo que había habido entre ellos en el pasado no podía llamarse una relación. Pero ella ya no vivía en aquel mundo de fantasía. Por mucho que encontrase a Cal el hombre más deseable del mundo, había descubierto que ella no representaba nada en su vida. Ese honor le había correspondido a Leeann.

– ¿Qué tienes que contarme?

– Te debo una disculpa.

– ¿Una disculpa? -exclamó sorprendida-. ¿Por qué?

– Por los prejuicios tan estúpidos que me hice de ti.

– ¿Te refieres quizá a esa niña mimada e insensata, hija del senador de Nuevo México a la que tenías que soportar cada vez que tu jefe te ordenaba que acompañaras a su padre por el parque? Pues era la verdad.

– No, no es cierto. Eso es precisamente lo que estoy tratando de decirte.

– Cal, ya hemos tratado este asunto, no le demos más vueltas.

– No es exactamente de eso de lo que quiero hablarte. ¿Te he contado alguna vez por qué me hice ranger?

Aquello la sorprendió. Nunca había confiado en ella.

– Si mal no recuerdo, me dijiste que estabas cansado de asomarte a la ventana de la granja de tus padres y no ver más que la llanura y el horizonte por todas partes.

– Creo que no te dije la verdad -confesó él, dejándola aún más confusa que antes-. Yo adoraba la granja. No podía imaginar vivir en otro sitio mejor. Amaba a mis padres y a mis tres hermanos, sobre todo al mayor, Jack. Él era mi ídolo. Pero sucedió algo la noche antes de casarse que me obligó a marcharme de casa.

»Era la víspera de su boda. Iba a ser la boda del año en Cincinnati. Los hijos de dos destacadas familias contraían matrimonio. Cuando entré aquella noche en el garaje, vi que estaba allí Helen, su prometida. Había sido un año la reina de la belleza en el instituto y era la mujer más caprichosa y testaruda que he visto en mi vida. Pero Jack se había enamorado locamente de ella. Supuse que estaría esperando a Jack y le dije que él y mis otros hermanos estaban aún en el hotel, en la celebración. Cuando salí del coche, ella se acercó a mí. Había estado bebiendo y me pasó los brazos alrededor del cuello. Al principio pensé que se trataría de una broma, pero cuando intentó besarme y me dijo que yo era el hermano que de verdad le gustaba, sentí tal rechazo que la empujé hacia atrás, me fui corriendo a casa y entré en el baño a vomitar.

Alex no necesitaba escuchar más para saber lo que quería decirle. Apartó la cabeza de Sergei suavemente de su pierna, para que no se despertase, se puso de pie y se dirigió a la puerta. Pero cuando se disponía a abrirla, notó las manos de Cal en los hombros.

– Comprendo tu reacción, Alex -le susurró él al oído-. Pero no debes irte hasta que lo hayas oído todo.

Ella se dio la vuelta para apartar sus brazos de ella y le miró a los ojos.

– Está bien, Cal. Me hago cargo. Lo que pasó aquella noche en la torre de observación fue algo que tú ya habías vivido. No hacen falta más detalles. Llamaré a Lonan para que venga a recogerme a la oficina central, así no tendrás que dejar a Sergei solo.

– No he terminado aún -dijo él mirándola fijamente.

– Pero yo sí.

– Si es eso lo que quieres, te llevaré al albergue ahora mismo, pero un día tendrás que oír el resto.

Una vez en la camioneta, Cal abrió la puerta del garaje con el mando a distancia. Alex sintió cómo la miraba de soslayo. En pocos minutos llegaron al aparcamiento de Sugar Pines. Se sorprendió al ver todavía a chicos jugando fuera, pero parecía que se disponían a entrar ya al edificio.

– ¿No es ése el Dodge de Bill Telford?

– Sí, parece que sí.

– Espero que no haya pasado nada malo -dijo ella con el ceño fruncido.

– Vamos a verlo. Así saldremos de dudas.

Ella se bajó de la camioneta de un salto y se dirigió corriendo hacia el grupo de adultos que estaba allí reunido, entre los que observó que no estaba Ralph.

– Hola, Bill. ¿Hay algún problema?

– No, no. Le dije a Vance que vendría aquí a tranquilizar a los voluntarios. De paso les he hablado a los chicos sobre las medidas de seguridad del parque y he contestado a todas sus preguntas.

– ¿Ha habido muchas?

– Sí. La verdad es que ha sido una jornada interesante.

– Espero que hayan apreciado el privilegio de poder hablar cara a cara con el «superintendón», como a Nicky Rossiter le gusta llamarle -dijo ella con una sonrisa.

– Es muy gracioso. El parque no sería el mismo sin ese niño -replicó Telford.

– Con un padre como Vance, probablemente, será un buen ranger cuando sea mayor.

– Dalo por seguro.

Telford la miró fijamente y su expresión risueña pareció tornarse de pronto más grave.

– Esperaba haberte encontrado antes por aquí, pero parece que el ranger Hollis y tú estáis muy ocupados.

– Le pedí a Alex que me ayudara -dijo Cal, avanzando un par de pasos.

Sergei se hizo un corte muy profundo en una pata con un trozo de vidrio -dijo Alex.

– Sí, me lo dijeron los chicos. ¡Qué mala suerte!

Ella creyó advertir una extraña tensión entre Cal y él que la hacía sentirse incómoda entre los dos hombres.

– Si me disculpan, voy a ver a los chicos y a telefonear a sus padres. Deben de estar intranquilos tras la noticia del terremoto.

– Creo que Lonan ya se ha encargado de eso, Alex. Antes de irme, quiero que sepas que me gustaría hablar contigo en mi despacho el próximo viernes. Digamos, a mediodía. Tendremos un almuerzo de trabajo mientras hablamos.

Telford la había estado mirando mientras hablaba, como si Cal no estuviera presente. Ella no sabía qué pensar, pero no podía rechazar una invitación del superintendente.

– Allí estaré. Buenas noches, Bill.

Dirigió una rápida mirada a los dos hombres y se apresuró a entrar en el albergue, deseosa de alejarse de Cal. Después de lo que le había dicho en su casa no quería quedarse a solas otra vez con él.

– Espera, Alex… -la voz de Ralph, acercándose a ella, la sacó de sus amargos pensamientos-. ¿Dónde te habías metido? No sabes lo emocionante que ha estado esto…

Tras su charla con Vance, tenía que ser muy comedida para que Ralph no se diera cuenta de que había elevado al jefe una queja sobre él. Después de todo, tenían que convivir en el albergue el resto del verano.

Aunque parecía sentir un interés personal por ella, Alex estaba convencida de no se trataba de atracción física sino de alguna otra razón misteriosa. Tuvo la sensación de que la había visto llegar con Cal hacía unos minutos y andaba buscando saber cosas de él. ¿Por qué? Quizá consiguiese descubrir sus intenciones si obraba con habilidad.

– ¿Sabías que Sergei se ha herido una pata?

– Alguien lo mencionó -dijo él apretando los dientes.

– Por eso estuve allí, tratando de tranquilizar al perro mientras Hollis le suturaba la herida. Durante la operación, sentimos el temblor. ¿Están bien tus chicos?

– Algunos se pusieron nerviosos, pero están todos bien.

– Me alegro. Yo aún tengo que ir a ver a los míos.

– Me gustaría decirte una cosa antes. ¿Qué te parece si preparáramos otra excursión para el próximo sábado? Creo que la experiencia de ayer fue muy positiva para los chicos.

– No para todos -le recordó ella.

– Le dije a Steve que tenía que pedir perdón a esos chicos y ya lo ha hecho. Así que cabe esperar que, en adelante, no tengamos más contratiempos.

– Me alegra oírlo. ¿Y en qué lugar has pensado para la excursión?

– En el Hetch Hetchy Valley. Podríamos ir al mirador desde el que se domina todo el valle.

Alex había estado allí muchas veces. El lugar parecía una réplica del Yosemite Valley. Estaba poblado de osos y serpientes de cascabel.

– Es uno de mis lugares favoritos. Ya hablaremos de ello durante la semana -dijo ella.

– ¿Qué te parece si jugamos de nuevo a las cartas mañana por la tarde?

– De acuerdo. Nos veremos por la mañana en el desayuno.

Ralph resultaba simpático, pero ella sabía que no podía confiar en él.

Tras dejarle, se fue a buscar a Lonan. Tal vez él quisiera ir también a esa excursión. Lo necesitaba a su lado por si ocurría algo inesperado.

Alex había preguntado a Vance si podía dar su autorización para que el jefe Sam Dick les hablara a los chicos en el mítico enclave del Hetch Hetchy Valley.

Teniendo en cuenta su ascendencia zuni, podría deleitarles con sus historias sobre la herencia paiute. La mezcla de las dos culturas sería una experiencia enriquecedora.

Alex llamó a la puerta de Lonan y él contestó al primer toque.

– Bienvenida a casa.

– Ha sido una noche muy larga y ajetreada. ¿Estás bien?

– Sí, claro. Todo está bien.

– Lamento no haber estado aquí.

– Los chicos estaban de acuerdo en que el perro era más importante.

Sergei es muy especial para el ranger Hollis.

– Y el ranger Hollis es muy especial para ti.

Era verdad. Entre Lonan y ella no había apenas secretos. Lo sabían casi todo el uno del otro.

– ¿Has telefoneado a Mankanita?

Alex tenía pensado pagar ese verano a Lonan un salario suficiente para permitirle, con ese dinero y los ahorros que él tenía en el banco, casarse con Mankanita en el otoño.

– Sí.

– Apuesto a que se alegró de oírte.

Los ojos negros de Lonan brillaron con luz propia.

– Ella ha sido la que ha estado informando a todas las familias de la evolución del terremoto.

– Muy bien. Me preocupaba que algunos padres pudieran estar angustiados por sus hijos. La próxima vez que hables con ella, ¿por qué no la invitas a venir el próximo fin de semana y estáis juntos mientras nosotros vamos a Hetch Hetchy Valley? Le pagaré el avión y un coche de alquiler. Puede alojarse en mi habitación. Te estará añorando mucho.

Lonan sonrió, feliz.

– Sí, quizá pueda venir. Se lo preguntaré.

– Bien.

– Una cosa más. Lusio y Mika llamaron por teléfono a sus padres y les dijeron que querían hacerse rangers del parque.

– ¿Qué? ¡Pero si sólo llevan aquí diez días y ayer mismo querían volverse a casa!

– Las personas cambian.

Sí, y Cal seguramente tenía algo que ver en ese cambio.

– Hasta mañana, Lonan, que descanses.

– Igualmente, Alex.

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