CAPÍTULO 05

CAL tenía cinco minutos para ducharse y ponerse el uniforme antes de ir a la cena del Ahwahnee. Alex parecía haber desaparecido del parque. La última vez que la había visto había sido el miércoles por la mañana en su despacho.

La noche anterior se había despertado de una pesadilla con un sentimiento de culpa, porque había soñado estar besando a Alex en vez de a Leeann.

Haber vuelto a verla había despertado en él unos recuerdos que creía enterrados. Había pensado que su matrimonio con Leeann, aunque hubiera sido muy corto, le había hecho olvidarla, pero comprendía que no había sido así.

Suponía que era algo natural, teniendo en cuenta que había pasado últimamente más tiempo con Alex que con Leeann. Había tenido algunas relaciones con otras mujeres, pero ninguna le había causado una impresión tan profunda.

Esa joven de veinte años había irrumpido en su vida con una fuerza arrolladora. Su pelo rubio platino y sus ojos de esmeralda habían iluminado su existencia con un colorido más vivo que el del arcoíris que se podía ver en la cascada de Yellowstone en una tarde de otoño.

– Vamos, Sergei, date prisa o llegaremos tarde a la cena que el jefe ha preparado en nuestro honor.

Unos minutos después, Cal y Sergei entraban en aquel comedor, con sus imponentes pilares de granito y su techo de más de diez metros de altura sustentado por unas vigas de pino canadiense. Le bastó una mirada para ver que el lugar estaba lleno de turistas. Mientras buscaba con la vista a sus colegas, su mirada se detuvo en una mujer cuyo pelo parecía poseer un brillo metálico. Sólo había visto un cabello semejante en otra persona.

Estaba sentada en una mesa cerca de una de las ventanas y, a pesar de la distancia que había entre ellos, destacaba sobre todas las personas que había allí. Cuando se giró para hablar con un joven que tenía a su izquierda, pudo ver el perfil de su cara y se quedó sin respiración. Era Alex. ¿Qué demonios estaba haciendo allí?

Se dio cuenta enseguida de que estaba rodeada de un grupo de adolescentes de pelo negro, muy delgados. Eran los voluntarios zunis que había llevado allí para trabajar en el parque durante el verano. Contó dieciséis. Estaban todos muy callados sin moverse de la silla. Parecían algo cohibidos.

Alguien le saludó desde una mesa cercana. Era Jeff. Sus colegas, incluido el superintendente, estaban ya allí reunidos con sus esposas e hijos.

Cal llegó a la conclusión de que no era una casualidad que Alex estuviera allí, ni que su grupo de voluntarios estuviera colocado cerca de la mesa del jefe. Bill Telford estaba muy interesado en su proyecto y sin duda quería familiarizarse con aquellos muchachos y hacerles sentirse cómodos en el parque.

Se dirigía hacia la mesa donde estaban sus compañeros cuando vio que Sergei tiraba fuerte de la correa, arrastrándole hacia la mesa de Alex. El perro la había lamido una vez y conocía bien su perfume. Igual que él.

– ¡Hola, Sergei! -exclamó una voz detrás de Cal, que él no consiguió ver a primera vista.

Era Nicky. Vance y su esposa acababan de entrar en el comedor. Roberta y Brody se levantaron de las sillas para acariciar al perro, originando un pequeño alboroto. Todos los niños que estaban allí se pusieron a mirarles. Cal trató de darse la vuelta para que no le viera Alex. Pero ella ya le había visto y le estaba mirando con una expresión de indiferencia y carente de emoción.

– ¡Muchachos! Éste es el ranger Hollis, el biólogo jefe del parque -exclamó Alex, diciendo a continuación unas palabras en lengua zuni a las que los chicos respondieron asintiendo con la cabeza-. Y éste es Sergei, su nuevo perro. Es un perro de Carelia, al que está adiestrando para ahuyentar a los osos de los campamentos.

Mientras hablaba, Sergei se frotaba la cabeza en su falda. Alex estaba deslumbrante con aquel vestido azul oscuro que llevaba. Cal no podía apartar los ojos de ella y tuvo que hacer un esfuerzo para saludar a los muchachos.

– Bienvenidos al parque, chicos -dijo él, rodeando la mesa para ir dándoles la mano, mientras Alex le iba presentando a cada uno por su nombre.

Sergei levantó una pata a modo de saludo, provocando la risa de todos los chicos, que de pronto parecieron despertar de su aburrimiento y se pusieron a charlar de forma distendida y animada.

Cuando Cal saludó a la última persona, se quedó extrañado. Debía de tener unos treinta años.

– Éste es Lonan Kinard, del consejo de la tribu -le dijo Alex-. Se ha ofrecido a hacerse cargo de los chicos.

– Es un honor para nosotros, Lonan -dijo Cal con franqueza.

– Para nosotros también es un gran honor conocerle, ranger Hollis.

– Estamos encantados de que estos muchachos estén aquí con nosotros este verano. Si necesita algo, no dude en llamarme a mí o a cualquiera de mis compañeros. Agradecemos la ayuda que nos prestan estos chicos y la deferencia de usted viniendo a nuestro parque. Quizá algunos de ustedes sientan lo mismo que yo cuando vine a Yosemite por primera vez. Me pareció estar en el jardín del Edén.

Los adolescentes asintieron con una sonrisa.

Cal se dirigió finalmente a la mesa del banquete donde estaban todos sus compañeros y se sentó al lado de Jeff. Sergei se tumbó en el suelo junto a él.

– Menuda sorpresa, ¿eh? -exclamó Jeff.

– No sé si es ésa la palabra correcta -replicó él removiendo la ensalada del plato.

– Has estado genial. Has conseguido romper el hielo con esos muchachos. Este perro tiene algo mágico.

Sí, Cal estaba de acuerdo con su amigo. Sergei aprendía muy rápido. Pero en lo referente a su comportamiento con Alex, tenía aún que aprender a controlarse.

– Alguien sacó un par de fotos mientras estabas con Sergei saludando a esos chicos -siguió diciendo Jeff.

– Sí, me di cuenta -dijo Cal, frunciendo el ceño-. Habrá sido alguien del equipo de Telford.

– Bill insistió en estar conmigo cuando Alex llegó al hotel hace un rato con los chicos. Pero cuando se enteró de que había reservado varias habitaciones para que pasasen los muchachos aquí la noche, decidió tomar la iniciativa.

– Desde su punto de vista se trata sólo de un reportaje fotográfico para hacer publicidad de Yosemite, pero eso puede incomodar a los chicos. Si te digo la verdad, por la forma en que le he visto alrededor de Alex, creo que tiene un interés personal por ella.

Cal le creía muy capaz. Telford tenía ya hijos en la universidad, pero el viudo aún podía enamorarse de una joven hermosa unos cuantos años más joven que él.

Incapaz de evitarlo, Cal dirigió una mirada discreta a Alex. Cuando le había presentado a los chicos, había hecho algún pequeño comentario de tipo muy personal con cada uno, lo que hablaba claramente de la profunda amistad que mantenía con todos ellos. Ahora comprendía, avergonzado, que algunas de las suposiciones que había hecho sobre Alex carecían de fundamento. Ella había actuado durante años como una verdadera maestra para esos chicos, sin aspirar a ningún tipo de recompensa.

A él también le había ayudado, apoyándole en su decisión de tener un perro. Necesitaba compañía y su subconsciente le había llevado a Redding. Todo gracias a ella.

– Es la hora de los discursos -le dijo Jeff, dándole con el codo en un costado.

– Yo creo que ya di el mío, mientras iba por la mesa saludando uno a uno a esos muchachos.

El jefe Vance se levantó de la silla en cuanto sirvieron el postre.

– Estamos aquí reunidos para dar la bienvenida al parque a los voluntarios de Hearth & Home. Pero también para homenajear a dos rangers que han conseguido ascender a unos puestos de mayor responsabilidad, tan merecidos como mal pagados -hubo risas generalizadas-. Ahora si alguno queréis decir unas palabras…

– El ranger Hollis creo que ya lo ha dicho todo -replicó Jeff-. Yosemite es uno de los mayores tesoros que hay en la tierra. Me considero afortunado de formar parte de él.

– Ya somos tres -dijo Vance con un tono de emoción.

Mientras Cal estaba apurando el último sorbo de ponche, Alex y los chicos se levantaron de la mesa.

– No se vaya aún, señorita Harcourt -dijo de repente Telford poniéndose en pie-. De hecho, rogaría a todos que no se muevan de sus sitios. Vamos a sacar unas fotos.

Al ver el gesto de preocupación en la cara de Alex, Cal apretó la copa de cristal entre los dedos con tanta fuerza que estuvo a punto de romperla. Cal sabía mejor que nadie que ella no quería que se intimidase a los chicos.

Su proyecto había surgido después de años de estar ayudando a su madre a ubicar a aquellos chicos huérfanos en el seno de otras familias. Mientras estuvieran en el parque, ella necesitaba que le diesen libertad para trabajar con ellos sin que les molestasen innecesariamente.

– Siento interrumpirte, Bill -dijo Cal poniéndose en pie, indignado por los hechos-, pero tengo que sacar a Sergei, ya sabes. Antes de salir, se me ocurrió que podría darles una charla a estos voluntarios mañana por la tarde. Si te parece bien, me gustaría sacarles unas fotos allí en su campamento, en su entorno natural.

– Es una idea excelente -intervino Vance-. Además, los chicos estarán cansados ahora del viaje.

Las palabras del jefe Vance no dejaban duda de que él tampoco era partidario de los métodos de Telford.

Sin quedarse a escuchar la respuesta de Bill, Cal salió del comedor con Sergei. Se le hacía difícil caminar cuando sabía que Alex le estaba mirando. Si los chicos no estuviesen con ella, le habría pedido que dejase aquella fiesta y le acompañase a su casa para poder hablar.

Necesitaba sentir en la cara el aire frío de la noche. Media hora después, mientras iba con el perro de vuelta a casa, sonó su teléfono móvil. Era Jeff.

– He estado esperándote para volver a casa juntos -dijo Cal-. ¿Resultó descarada mi salida del restaurante?

– Bueno, digamos sólo que acalló a Telford, por el momento. No le gustó que le enmendaras la plana, lo que me lleva a pensar que pueda tener un interés personal por Alex, como decías. Vance, por su parte, se apresuró a protegerla.

– ¿Has hablado entonces ya con el jefe?

– Acabo de colgarle hace un minuto. Va a decirle a Bill que deje su campaña publicitaria hasta que los chicos se aclimaten al parque. Luego llamará a Alex para decirle que esté tranquila y no se preocupe.

– Eso está bien.

– A juzgar por la forma tan rápida con que salió del comedor, creo que recibirá esa llamada con gran satisfacción.

– Sí -replicó Cal-. Me alegro de que el banquete haya terminado.

– Ahora, después de esos discursos, parece que ya podemos considerarnos jefes oficialmente. Bueno, seguiremos mañana. No sé tú, pero yo estoy hecho polvo.

Cal colgó deseando sentirse igual de contento, pero sentía una angustia que seguramente no le dejaría dormir. Cuando llegase a casa, telefonearía a su hermano. Cualquier cosa con tal de apartar de su mente a Alex, que estaba a poco más de un kilómetro. Todo lo que tenía que hacer era montar en la camioneta y presentarse allí en cinco minutos.

«¿Y cuando estés allí, qué vas a hacer, Hollis?», le dijo su voz interior.

Una montaña de imágenes acudió a su recuerdo.

De lo sublime a lo ridículo. Bueno, tal vez no fuera ridículo, se corrigió Alex al día siguiente por la mañana. Pero después de una noche en el Ahwahnee con sus vidrieras y tapices, la estación de esquí de Sugar Pines, con sus literas y sus humildes cuartos de baño, supondría una experiencia de austeridad para los chicos. En total habría en el albergue unos setenta voluntarios. Las chicas se alojaban arriba y, los chicos, en la planta de abajo.

El personal del servicio forestal había distribuido a los voluntarios de H & H en dos grandes habitaciones. Ocho en cada una. Los voluntarios masculinos del grupo HPJS ocupaban las otras. Las habitaciones más pequeñas estaban destinadas a los cinco monitores y a la directora del centro, Sheila López, una mujer de unos cuarenta años que llevaba casi diez años en ese puesto.

Alex se alegró al descubrir que no había ninguna televisión en el albergue. Se esperaba de los chicos que gozasen de la naturaleza y aprovechasen las charlas y cursos de orientación que el parque les ofreciese.

Habían contratado a un cocinero y varios ayudantes para que preparasen las comidas. El albergue contaba con una cocina muy amplia y un comedor. Se disponía igualmente de un servicio de limpieza para la ropa. Los adolescentes iban a estar sin duda bien atendidos.

Después de tomar un buen desayuno esa mañana, Alex liquidó la cuenta del grupo en el mostrador de recepción del Ahwahnee y los llevó en el microbús a Sugar Pines, a unos cuatro kilómetros de distancia. Junto al albergue y medio oculto entre los pinos, había un claro del bosque con una atalaya desde la que se podía ver el Half Dome.

El poblado zuni tenía su propia belleza, pero ella creía ver una luz en los ojos negros de aquellos chicos cuando contemplaban aquel paisaje. Los videos del parque que ella les había enseñado no podían compararse con la realidad. Aquello era el paraíso.

Él era el hombre perfecto. Perfecto e inalcanzable. Pero le había hecho un favor la noche anterior. Los chicos habían apreciado su simpatía y el esfuerzo que había hecho por aprenderse sus nombres mientras ella se los iba presentando. Y, además, se habían divertido mucho con Sergei.

Lo único que no les había gustado había sido que les sacasen esas fotos, pues eso les hacía sentirse como si fueran bichos raros expuestos en una barraca de feria. Alex también odiaba eso. Quería que se integrasen con los otros voluntarios y descubriesen que tenían los mismos problemas e inquietudes que los demás, que no eran diferentes.

Bill Telford era un hombre dinámico y atractivo y con muy buenas intenciones, pero desde que ostentaba aquel cargo se había vuelto un trabajador infatigable. Ella se preguntaba si Telford sería capaz de asimilar aquella cultura tan diferente de la suya o sólo la vería como un objeto de curiosidad. Sin la comprensión y sensibilidad que Cal había demostrado, su proyecto se quedaría en una experiencia aislada. Su admiración por él había subido muchos puntos desde la noche anterior, cuando había interrumpido la sesión de fotos de aquella manera tan sutil.

Sintió las mejillas ardiendo ante la idea de verlo en unos minutos. Cal, acompañado del ranger Sims, jefe de seguridad del parque, iban a dar una charla a los chicos. Luego vendría Bert Rodino, del departamento de reparación de carreteras y senderos de California, para explicarles en qué iba a consistir su trabajo en el parque.

Después de la cena, Sheila les había dicho que se pusiesen los chaquetones y esperasen todos fuera, a la puerta del hotel. Aún quedaba algo de luz cuando Alex y Lonan se reunieron con el grupo y encontraron un lugar para sentarse todos, incluidos los otros monitores, Del Reeves y Marshall Phelps.

Hasta el momento ninguno de los adolescentes había empezado a hacer amistad con los demás, pero ella confiaba en que cuando se pusiesen a trabajar juntos en los senderos del parque acabarían haciéndose amigos.

Vio a lo lejos unas camionetas que se detenían en el aparcamiento. Poco después, se acercaron tres hombres. Reconoció a Cal de inmediato. Destacaba sobre los demás.

El ranger Sims comenzó explicando a los chicos las normas de conducta que debían seguir mientras estuviesen en el recinto del parque. Luego le tocó el turno a Cal. Tras presentar a Sergei, hizo una disertación sobre el comportamiento de los osos, parecida a la que había dado en el curso de orientación a los monitores. Luego pasó a hablar de otro tema.

– En el parque viven pumas, aunque probablemente no veáis ninguno en todo el verano. Suelen mantenerse alejados. Tened cuidado con los ciervos. Contrariamente a lo que se cree, se contabilizan más ataques a las personas por parte de los venados que de los osos. Todos los ciervos de Yosemite tienen unas orejas parecidas a las de las mulas, por eso se les conoce con el nombre de ciervos mula.

Todos los chicos y los acompañantes se echaron a reír.

– Mientras estéis reparando los caminos -prosiguió Cal-, los veréis en las praderas y por sus alrededores, merodeando o pastando. Aunque son de naturaleza tímida, se han acostumbrado a ver a la gente, pero no os confiéis. Son animales salvajes y os atacarán si se sienten amenazados. Tienen unas pezuñas y unos cuernos muy afilados. Dejarles siempre espacio suficiente para que se sientan tranquilos y no se os ocurra nunca darles comida. Ni a ellos ni a ningún otro animal, especialmente a los coyotes.

Alex vio que, como siempre que Cal hablaba, todos estaban extasiados escuchándole.

– Por la noche oiréis a los coyotes. Un coro siniestro de aullidos y ladridos. Son depredadores naturales de los ratones de campo y las ardillas, pero han aprendido a pedir comida a las personas. No les deis nunca nada. Tenemos más de dos mil contenedores estancos con alimentos para eso. Nuestros alimentos son perjudiciales para ellos. Si se acostumbran a vivir de la comida que les da la gente, pierden defensas, se hacen más vulnerables y pueden terminar atropellados por los coches que pasan por los caminos.

– ¿Y qué más animales hay? -preguntó un chico.

– El parque es el hábitat natural de las águilas reales, los muflones y algunas especies en peligro de extinción, como el búho gris y el halcón peregrino. Toda la población de animales salvajes está decreciendo peligrosamente. Hasta los sapos se hallan en peligro de extinción. Tratad todo en el parque con respeto. Mirad dónde ponéis el pie para no aplastar, por accidente, a alguna pequeña criatura del bosque. Y para terminar, algunas cifras de interés. En Yosemite habitan más de doscientas cincuenta especies de aves catalogadas. En total, en todo el país, hay novecientas especies, por lo que podéis imaginar lo importante que es conseguir que el parque siga siendo un refugio seguro para todas esas aves. Si veis algún animal o ave en peligro, informad inmediatamente de ello a vuestros monitores. Todo el personal del parque lleva un transmisor de radio para avisar a la oficina central. Respetad este enclave maravilloso al que habéis venido como voluntarios y os aseguro que disfrutaréis de la mejor experiencia de vuestra vida.

Alex vio su sonrisa cuando concluyó la charla y sintió un cosquilleo en la boca del estómago. Bert Rodino tomó la palabra y se puso a hablar sobre algo referente a la reparación de los senderos, pero ella sólo tenía ya ojos para Cal y Sergei, que pasaron rodeando el semicírculo que habían formado los muchachos. Si su vista no la engañaba, Cal parecía estar sacando algunas fotos sin que los chicos se dieran cuenta. Cuando llegó a su lado, ya debía de haber dejado la cámara en algún lado.

Con el rabillo del ojo, vio a Sergei tratando de subirse a ella, pero Cal le tiró de la correa para impedírselo. Ella sabía que gozaba del afecto del perro, pero quizá él no sabía apreciarlo. Fingió no fijarse en ninguno de los dos para no darle alas a Sergei.

Cuando Bert Rodino terminó su presentación, Sheila tomó la palabra.

– Antes de que os vayáis al albergue a descansar, creo que debemos dar un fuerte aplauso a estos grandes profesionales que han dedicado parte de su tiempo para hablar con vosotros.

Alex se unió a los aplausos y luego se puso en pie y se fue con su grupo, mientras Cal y los otros dos hombres se quedaban hablando entre ellos.

– ¿Qué pensáis de lo que habéis visto hasta ahora? -pregunto ella.

– Los otros chicos no nos quieren aquí -respondió en shiwi uno del grupo, llamado Lusio.

– Quizá crean que vosotros pensáis lo mismo de ellos. Tenéis que darles una oportunidad. Tanto ellos como vosotros habéis venido a trabajar al parque como voluntarios. Tenéis muchas cosas en común y al final acabaréis siendo amigos, estoy segura -dijo ella deseosa de que aquello comenzase con buen pie-. ¿Habéis oído al ranger Hollis? Vais a vivir aquí una experiencia inolvidable, pero va a requerir cierto esfuerzo por vuestra parte. Por último, me gustaría deciros que procuréis hablar en shiwi sólo cuando estéis solos en vuestras habitaciones.

Lonan y los demás apoyaron sus palabras.

– Alex tiene razón. Ya habéis escuchado al señor Rodino. Mañana, a cada uno de vosotros se le asignará un trabajo en el que tendrá por compañero a un chico de otro grupo, durante todo el día. De vosotros dependerá: si sois amables con ellos, también ellos lo serán con vosotros.

– El truco es dejarles hablar de ellos mismos -añadió ella-. A todos nos gusta que nos den la oportunidad de presumir.

Todos se echaron a reír.

– ¿Podemos utilizar los teléfonos móviles esta noche? Alex miró a Lokita. Al igual que los otros muchachos, estaba deseando hablar con su familia.

– Claro que sí, pero ya sabéis las reglas. A las once, Lonan os los recogerá y apagará las luces. A las siete de la mañana llamará a la puerta para que os levantéis y vayáis a desayunar.

Ellos asintieron con la cabeza y entraron en el albergue delante de ella. Cuando Alex estaba a punto de subir las escaleras, oyó una profunda voz masculina detrás de ella pronunciando su nombre. Se dio la vuelta con el pulso acelerado y se encontró con Cal.

Sergei fue como loco a saludarla.

– Hola, muchachito -dijo ella agachándose para rascarle la cabeza.

– Me gustaría hablar contigo un minuto -intervino Cal-. Si necesitas decir alguna cosa más a los chicos, te espero aquí.

Dado que Alex sabía que él no quería hablar de nada que tuviera algo que ver con ella a nivel personal, supuso que se trataría de algún asunto relativo al parque.

– Acostar a los chicos es responsabilidad de Lonan. Mi cometido empieza mañana -replicó ella, algo tensa-. ¿Ocurre algo?

Estaba demasiado oscuro para leer la expresión de sus ojos, máxime debajo del sombrero, pero le dio la impresión de que estaba algo nervioso, como a la defensiva.

– El jefe Rossiter no estaba muy contento con lo de anoche -dijo Cal.

– Me imagino que estás hablando de las fotos que sacaron. Rossiter me aseguró que no volverá a suceder otra vez sin mi permiso.

– Al superintendente le gusta tomar iniciativas.

– Bueno, al menos tiene visión de futuro y desea mostrar la pluralidad social del parque.

– Saqué unas cuantas fotos esta noche porque se lo prometí a Bill, pero fueron tomas generales y en ninguna enfoqué a los chicos de tu grupo.

– Gracias.

– El jefe no quiere que ni los chicos ni tú os preocupéis por eso mientras estéis aquí.

Alex respiró hondo. No conseguía entender por qué Cal no acababa de marcharse. ¿Qué pretendía? Estaba empezando a sentirse incómoda.

– Por favor, dile a Vance que le estoy muy agradecida. Además, se lo diría ella en persona la próxima vez que lo viese. En cuanto a la conversación con Cal, tenía ganas de que terminase cuanto antes.

– A los chicos les gustó mucho tu charla y tus consejos -prosiguió diciendo ella-. Espero que los lleven a la práctica. Buenas noches -dio unas palmaditas a Sergei en el cuello-. Ya nos veremos, Sergei.

Sin mirar atrás, subió las escaleras y entró en el refugio, escuchando a sus espaldas el gemido lastimero del perro.

– ¿Alex?

Ella giró la cabeza y vio al hombre que la estaba llamando por su nombre. Era Ralph Thorn, uno de los monitores de los grupos de HPJS. Según le había contado Sheila, aquel hombre de pelo rubio, casi pelirrojo, era psicólogo de las escuelas públicas de Torrance, California, y había estado trabajando en el parque todo el último año. Estaba de pie junto a una de las mesas del salón, muy cerca de la chimenea. Era un hombre soltero de veintinueve años, con aspecto muy agradable, algo así como Dennis Quaid en Tú a Londres y yo a California.

– Hola, Ralph.

– He estado esperándote. ¿Sabes jugar a las cartas?

– No.

– ¿Te gustaría aprender? Yo podría enseñarte.

Sí, haría cualquier cosa por olvidar a Cal.

– Déjame ir a ver a los chicos y estaré contigo en unos minutos. Pero me temo que vas a descubrir lo torpe que soy con los naipes. Una vez alguien trató de enseñarme a jugar al bridge y resultó un desastre.

– No importa -respondió él con una sonrisa-. Tenemos por delante todo el verano.

Alex se hizo una imagen mental de Cal, saliendo en su coche del aparcamiento de aquella estación de esquí, una vez cumplida su misión. Pensó que el verano se le iba a hacer interminable si no se buscaba alguna distracción.

– Yo ya te lo he avisado, luego no te quejes -le advirtió ella.

Tras ver que los chicos estaban bien y refrescarse un poco, volvió al salón y se sentó a la mesa de Ralph.

Durante media hora él estuvo tratando de enseñarle con mucha paciencia las reglas del juego.

– Ya te dije lo torpe que soy para estas cosas.

– No importa. Me estoy divirtiendo -dijo él en tono de broma.

– Tú sabrás lo que estás haciendo.

Ralph era muy simpático. Ella deseaba poder sentir algún interés por él, por pequeño que fuera. Cualquier cosa con tal de arrancar a Cal de su corazón. Pero cuando lo comparaba con otros hombres, salía más agigantado y se le metía aún más profundamente en el alma.

– Te vi hablando con el nuevo biólogo jefe. Parece que está empeñado en introducir en el parque esa raza especial de perros que ahuyentan a los osos, en contra de la opinión de Paul Thomas, el anterior biólogo jefe.

– ¿Por qué dices eso?

– Porque el ranger Thomas me dijo que eso iba en contra de la política del parque.

– ¿Sabes algo sobre los perros oso de Carelia?

– Oí algo acerca de un experimento que se había hecho con ellos en Washington -respondió él, encogiéndose de hombros-. Por eso le pregunté al ranger Thomas.

Alex pensó que le parecía muy sospechoso que Ralph se interesase por esas cosas, que debía decirle que no siguiera por ese camino, pero prefirió dejarlo así. El anterior superintendente se había negado a aprobar el programa de introducción de esos perros en el parque alegando que había otras necesidades más prioritarias en Yosemite. Pero ahora que Cal era el jefe, ella suponía que probablemente habría comprado a Sergei con su propio dinero.

– ¿Es alguien importante para ti?

– ¿Quién?

– El ranger Hollis.

Eso no era asunto suyo. Era ya el segundo hombre que le preguntaba sobre Cal. Eso era signo de inseguridad.

– Yo creo que es importante para todos, teniendo en cuenta que está encargado de velar por la vida de los animales del parque.

– Vamos, ya sabes a lo que me refiero. Su perro parecía muy afectuoso contigo. Pero no me gusta meterme donde no me llaman, tú ya me entiendes.

Alex no sabía bien si estaba siendo sincero o sólo trataba de flirtear con ella.

– Es un perro muy inteligente, puede oler hasta los tacos que hemos tomado para cenar esta noche. Y por lo que se refiere al ranger Hollis, tiene el encargo del jefe Rossiter de conseguir que mi grupo de voluntarios se integre en el parque. No va a ser tarea fácil. Es la primera vez que salen de su poblado y es natural que lo encuentren todo extraño.

Ralph pareció cambiar de chip.

– Por mi parte, haré todo lo posible para fomentar su amistad con los chicos de mi grupo.

– Eso sería maravilloso.

– El sábado voy a llevarlos de excursión. ¿Podrías venir con nosotros?

– La verdad es que yo también tenía planeado hacer lo mismo con mi grupo. Tal vez a Tuolumne Meadows. Es mi lugar favorito.

– Y el mío. Estuve allí el otro día, pero pensé que, para ser su primera excursión, sería mejor ir a Tenaya Lake. Está más cerca y el camino es más fácil. ¿Por qué no vamos los dos grupos juntos? Sería una buena oportunidad para que los chicos empezasen a romper el hielo.

Sí, la idea era sensata. Alex ya había estado allí antes. Era un lago situado a casi dos kilómetros y medio de altitud, que estaría probablemente helado aun a principios de junio. Pero el paisaje era grandioso. Después podrían continuar por el camino de Tioga para pasar la noche en el Tioga Pass Resort.

– Me parece buena idea. La estudiaré y te diré algo. Gracias por la invitación y por el juego, Ralph. Buenas noches.

– Hasta mañana, Alex.

Nada más llegar a su habitación, llamó por teléfono al Tioga Pass Resort, en el extremo oriental del parque. El gerente le dijo que las cabañas del complejo estarían abiertas al público para el sábado. Perfecto. Alex hizo reservas para todos los miembros de su grupo.

Cuando el sábado por la tarde, después de haber disfrutado del paisaje del lago, se separasen los grupos, ella se llevaría a sus chicos al complejo hotelero a pasar la noche. En la cafetería se cenaba muy bien. Después de una semana de trabajo, a los chicos les gustaría dormir en una buena cama y despertarse tarde el domingo por la mañana, para disfrutar de un buen desayuno antes de tomar el camino de vuelta a Yosemite Valley. Una vez allí, tendrían el resto del día libre para visitar el museo y el centro de información o hacer lo que les gustase.

Bert Rodino los había asignado a la zona de Four Mile Trail, que estaba relativamente cerca del campamento de Sugar Pines. Era un buen sitio para admirar el paisaje del valle. Por duro que fuera el trabajo, valía la pena sólo por disfrutar de las maravillosas vistas de las praderas de Sentinel Rock, El Capitán o las cataratas de Yosemite Falls.

Ella quería que aprendiesen a amar aquel lugar. Quería que hiciesen amigos y que aquella experiencia les ayudara a ver la vida con mayor perspectiva. Ella quería muchas cosas. Pero estaba claro que había una que no podía tener… una persona.

Ralph no podía saber el daño que le había hecho mencionando a Cal esa noche. Tras meterse en la cama, hundió la cara en la almohada hasta que quedó tan empapada por las lágrimas que tuvo que darle la vuelta.

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