– TENEMOS ahora un descanso de diez minutos -dijo Diane-. Después reanudaremos el curso de orientación.
Alex miró el reloj. Eran las once menos cuarto. Había en la sala doce personas, el grupo de voluntarios del programa de verano. Cada uno se había presentado y luego el ranger Thompson había hecho una presentación en PowerPoint sobre el parque. Tras el anuncio de Diane, la mitad de las personas habían abandonado, pero ella era una de las que había decidido quedarse.
Cal podía estar en cualquier lugar recóndito del parque, pero en el caso de que estuviese por las oficinas, no quería volver a cruzarse con él para que no pensase que lo había planeado.
Por desgracia, uno de los nuevos voluntarios del grupo que estaba sentado a su derecha había puesto los ojos en ella. Brock tenía el pelo negro de punta y rondaría los treinta años. Cuando vio que ella no hacía ademán de salir de la sala, él se quedó también sentado.
– Bueno, Alex Harcourt… ¿Adónde te han asignado con tu grupo de chicos?
– Al campamento de Sugar Pines.
Sugar Pines era el albergue de una estación de esquí. Estaba cerca de la ciudad, lo cual era una ventaja para ella, pues le permitiría vigilarlos mejor durante las horas fuera de trabajo.
– Yo voy a colaborar en el campamento de Crane Flat -dijo Brock-. Pero estando fuera de servicio hay muchas cosas que se pueden hacer por aquí.
Afortunadamente, aquel sitio estaba en la zona más occidental del parque y muy alejado de donde ella iba a estar.
– Sí, es cierto -dijo Alex secamente.
– ¿De dónde eres? -preguntó él, sin ocultar su interés.
– De Nuevo México.
– ¿No te gustaría saber de dónde soy yo?
Alex estaba contando los minutos que faltaban para que comenzase de nuevo la reunión, pero no quería parecer grosera.
– Sí, iba ahora a preguntártelo.
Brock esbozó una estudiada sonrisa que probablemente le funcionase con otras mujeres.
– Soy de Las Vegas.
– ¿Y qué te trae por aquí?
– La fotografía. Trabajo por mi cuenta -dijo él, mirándola descaradamente de arriba a abajo.
Felizmente para ella, la gente comenzó a entrar en la sala y a tomar asiento en sus sitios. José Martínez, un apuesto latino de treinta y tantos años, se sentó a su lado. Durante las presentaciones, Diane había dicho que él trabajaría en el Half Dome, el lugar donde se congregaba a diario una gran cantidad de montañeros para escalar su cima.
Alex trató de entablar una conversación con él en español, sabiendo que eso irritaría a Brock. Él sólo andaba buscando alguien para divertirse y en la sala había suficientes mujeres atractivas para ello.
Vio con el rabillo del ojo a Diane entrando en la sala.
– ¿Estamos ya todos? Parece que sí. Bueno, siguiendo la agenda de la presentación, ahora vamos a escuchar al biólogo jefe del parque, el ranger Hollis.
¿Qué? ¿Cuándo se había jubilado el ranger Thomas?
Eso significaba que Cal trabajaba allí, en las oficinas centrales, y no en Wawona.
Alex vio extasiada entrar a Alex con su perro, al que llevaba de la correa. Atlético, musculoso, con aquella espalda tan ancha y recta. Sus ojos eran de un azul tan intenso que casi la hacían llorar al mirarlos. A sus treinta y cuatro años, era un hombre apuesto y con un gran carisma. No le sorprendió que captase de inmediato el interés de todos los asistentes.
Vio que su mirada recayó enseguida sobre ella, por lo que tomó un bolígrafo, abrió su cuaderno y se quedó mirando las hojas en blanco, dispuesta a tomar notas.
– Buenos días -dijo él con su voz profunda y persuasiva-. Permítanme que les presente a Sergei, mi perro oso de Carelia. Es aún joven y está en proceso de adiestramiento, pero nos será de gran ayuda para seguir el rastro de los osos y mantener la seguridad de nuestros campamentos -dirigió una mirada de complicidad al animal-. En el material que se les ha proporcionado tienen información sobre la flora y fauna del parque, pero los osos se merecen un capítulo aparte. Los turistas vienen al parque para ver nuestros osos negros. Tengan en cuenta que muy pocos son negros. Su pelaje cubre una gran gama de colores desde el pardo hasta el pajizo, pasando por diversas tonalidades canela, castaño y azafranado. Tenemos cerca de quinientos ejemplares. El apareamiento tiene lugar durante los meses de junio y julio. En esa época se vuelven más agresivos y se pasan comiendo todo el día cualquier cosa que ven. Por desgracia, si tienen oportunidad de probar los alimentos humanos, quieren volver a repetir. Aquí, en Yosemite, estamos dispuestos a impedírselo. Esperamos de todos ustedes que, como voluntarios, enseñen a los turistas a usar los contenedores distribuidos por todo el parque para guardar su comida y a cerrarlos herméticamente para impedir que los osos accedan a los alimentos.
Alex ya había oído antes todo eso de sus propios labios. Cal tenía una gran capacidad para transmitir a los demás su pasión por el parque y los animales.
– Los osos son muy hábiles hurgando entre la basura. Y pueden irrumpir en los coches en busca de cualquier alimento que se haya dejado en ellos, aunque sean las migas de pan o de galletas caídas en la silla de seguridad de un bebé. Se acostumbran así a quedarse merodeando por esos lugares donde encuentran comida fácil. El oso y el hombre no se llevan bien. Y el problema es que los métodos tradicionales que se han seguido hasta ahora para alejar a los osos, como dispararles con balas de goma u otro tipo de proyectiles disuasorios, no han tenido éxito. Incluso cuando se les consigue atrapar o abatir con dardos sedantes para tenerles un tiempo en cautividad y tratar de quitarles la agresividad, cuando se les deja libres, más de la mitad recuperan el comportamiento salvaje. A veces no queda más remedio que matarlos y eso es lo último que todos los amantes del parque queremos. El oso negro está íntimamente ligado al parque Yosemite. No pueden existir el uno sin el otro.
Todos los asistentes estaban absortos y con los cinco sentidos puestos en lo que Cal decía.
– Echarlos del parque o matarlos no es la solución. Es necesario encontrar una que permita una coexistencia pacífica y que preserve la seguridad tanto de los hombres como de los animales. Estos perros son parte de esa solución -dijo Cal tocándole el lomo a Sergei-. Experiencias científicas han demostrado que tienen un porcentaje de efectividad del ochenta por ciento en su labor de mantener a los osos alejados de las áreas de acampada. Pero se necesita también de su ayuda como voluntarios para educar a la gente sobre cómo debe comportarse.
Cal era un profesor nato y tenía fascinada a la audiencia. Eso fue exactamente lo que le pasó a ella la primera vez que puso los ojos en él.
Durante seis años había estado tan locamente enamorada de él que había llegado a temer que aquella situación pudiera llegar a hacerse crónica. Desde el primer momento había sentido por él una atracción irresistible, hechizada por aquel par de ojos azules.
El anterior superintendente del parque, muy amigo de su padre, les había presentado. A sus veinte años, se sentía ya una mujer y se sintió despechada cuando el apuesto ranger la trató como a una colegiala.
Él tenía por entonces veintisiete, prácticamente la edad que ella tenía ahora. Ella, a sus veinte años, tenía poco conocimiento de la vida, excepto saber perfectamente cuándo un hombre la encontraba atractiva. Por eso supo enseguida que el ranger Hollis no era indiferente a sus encantos.
Aunque él siempre trataba de mantener las formas, ella le sorprendió mirándola fijamente una vez que estaba con un grupo de turistas al que él estaba explicando las normas del parque en materia de pesca. Un hombre puede ocultar muchas cosas, pero él tenía unos ojos que se encendían cuando la miraba creyendo que no le observaba.
Ya había perdido la cuenta de las veces que le había visto aquella mirada cuando se encontraba con ella. Recordó esa vez que había ido al parque a esquiar con dos de sus mejores amigas. Ella iba delante guiándolas. Por un error, se salió de la pista y se perdieron. Alex llamó a la estación más cercana de los rangers pidiendo ayuda.
Le resultó muy emocionante ver llegar a Cal con otro ranger. Ella no había planeado aquello. El fuego que percibió en sus ojos cuando la vio sana y salva no era fingido. Aunque trató de ocultarlo.
Ése era el problema. Mientras ella charlaba y coqueteaba, él parecía seguirla complacido, pero sólo hasta un punto. Aunque ella sabía que en el fondo la deseaba, nunca dejaba que la situación se le fuera de las manos.
Sólo hubo una vez en que él le descubrió su otra cara. La verdadera. Aquella fue la última vez que le vio. Supo que estaba de servicio en la torre de observación y acudió allí por sorpresa.
– Te he traído una cosa de París -le había dicho mientras trepaba por la escalera.
Era una tarde a primera hora. Estaban solos.
– No se permiten turistas en la torre -le había dicho él desde lo alto.
Ella no le hizo caso y siguió subiendo hasta llegar arriba. La plataforma de la torre era muy estrecha para los dos.
– No deberías haber venido.
Cuando él le ordenó que se bajara, ella dejó en el suelo la cesta con el picnic que llevaba.
– Tómame -le dijo arrimándose a él.
Él la agarró por los brazos para obligarla a bajar por la escalera. Pero ella se dejó caer, como muerta, en sus brazos para impedírselo.
– Maldita sea, Alex.
Ésa fue la primera vez que le llamó por su nombre en vez de decirle señorita Harcourt. Excitada por sentir su cuerpo tan cerca del suyo, le besó en la boca con pasión. Y entonces, de repente, el hombre que había reprimido siempre sus emociones pareció perder el control.
La aplastó contra su pecho y la besó con intensidad. Y el beso se prolongó y se fue haciendo más y más ardiente y profundo conforme ambos liberaban sus sentimientos y emociones. Si no hubiera sido por otro ranger al que se le ocurrió pasar por allí y la obligó a marcharse de la torre, habrían acabado pasando la noche juntos.
El resultado de aquel inesperado encuentro había sido desastroso. Cuando volvió al parque poco después, él no estaba disponible. Nadie supo o quiso decirle dónde encontrarle, y eso le dolió en lo más hondo del corazón, porque sabía que él la había besado como si su vida dependiera de ello. Probablemente, sus compañeros del parque, a instancia suya, habían cerrado filas para protegerle contra ella.
Despechada por aquella experiencia tan amarga, no había vuelto a acercarse por el parque desde entonces, hacía ya más de un año. Pasó por un período de depresión. La experiencia le sirvió para darse cuenta de que era una joven frívola y descarada que había tratado de poner en jaque la vida del parque.
Había creído necesario lavar esa imagen, pero eso significaba tener que volver a la escena del crimen. Por fortuna, el jefe Rossiter le había dado la oportunidad de probar su valía. Ahora les demostraría a todos que había madurado.
Mientras ella estaba inmersa en aquellos pensamientos tortuosos, todos los asistentes se pusieron a aplaudir. La presentación de Cal había terminado.
– Ahora haremos un descanso para almorzar. Volveremos aquí a la una -dijo Diane desde el estrado, mientras Cal abandonaba la sala.
Alex vio entonces al pelma de Brock mirándola descaradamente. Para tratar de disuadirle y quitarle toda esperanza, se giró hacia el otro lado y sacó el móvil para hacer una llamada telefónica.
– ¿Adónde vas a ir a comer? -le preguntó Brock.
No podía creerlo. Aquello superaba con creces los límites de su paciencia.
– No voy a ir a comer -le respondió ella por encima del hombro antes de que le contestaran al otro lado de la línea telefónica.
– Venta de autobuses…
– Hola. Me gustaría hablar con Randy del departamento de atención al cliente, por favor.
– Espere un minuto…
Antes de que pudiera decir gracias, Randy estaba ya al habla. El hombre no debía de haber tenido un buen día precisamente.
Cuando Alex vio que Brock no tenía intención de marcharse, se levantó de la silla y se acercó al ventanal desde el que se dominaba una espléndida vista del bosque.
– Hola, soy Randy.
– Hola, Randy. Soy Alex Harcourt. ¿Cómo va el logotipo de H & H para el microbús?
– Estará listo para el viernes.
– Perfecto. Tengo reservado un vuelo de Albuquerque a Merced el sábado por la mañana. Pasaré a recogerlo entonces.
Algo blanco y negro pareció cruzarse en su visión. Era Sergei. Y detrás de él, venía su dueño.
Cal había estado esperando a que Alex saliera de la sala. La había estado observando a través de la puerta entreabierta, mientras ella hablaba por teléfono. El jefe la había contratado y él entendía que, dadas las circunstancias, debían hablar y poner en claro algunas cosas. Y cuanto antes lo hicieran, mejor. Máxime, teniendo en cuenta que ella había evitado su mirada durante la presentación.
Había que aclarar viejas rencillas y malentendidos. Pero, para eso, tenían que estar solos, y ese voluntario que estaba sentado a su lado no parecía dispuesto a salir.
Decidió no esperar más. Conforme se acercaba a ella, tuvo la impresión de que su presencia la intimidaba. No se estaba comportando como la Alex que él había conocido. Probablemente, era culpa suya, pero las cosas estaban a punto de cambiar.
Ella siguió hablando por teléfono durante unos segundos más y luego colgó.
– Ranger Hollis… No me di cuenta de que estaba esperándome.
– Señorita Harcourt, ¿le importaría pasar a mi despacho? Será sólo unos minutos. Está al final del pasillo.
Ella asintió con la cabeza y recogió de la mesa el bolso y los cuadernos con el material de las presentaciones.
– Discúlpenos -dijo Cal al joven voluntario, que seguía sentado, con cara de pocos amigos.
– Por supuesto.
Cal le miró con cierto recelo. Veía algo sospechoso en aquel joven, pero no podía pararse a pensar en ese momento en otra cosa que no fuera Alex. Nada más llegar, dejó que ella pasara primero, luego cerró la puerta y la invitó a sentarse frente a él, al otro lado del escritorio.
– Espero no haber interferido en tus planes para el almuerzo.
– No te preocupes. Ya habrá más ocasiones. A propósito, mis felicitaciones por el ascenso. Te lo mereces.
– Gracias -dijo él algo frustrado porque la conversación no tomara el rumbo que él había previsto-. Alex, dejémonos ya de tonterías, tenemos que hablar. Hace mucho tiempo que debíamos haberlo hecho.
– Tienes razón. Y me gustaría comenzar con aquel incidente en la torre de observación. Lo que pasó fue culpa mía -dijo ella con inusitada franqueza-. Estoy profundamente avergonzada de aquello. Mis hermanos me decían que nunca iba a madurar, pero creo que al final he cambiado.
Sí, había cambiado, pensó él. Tanto, que apenas la reconocía.
– Sé que, cada vez que llegaba al parque, te hacía la vida imposible. Pero te doy mi palabra de que ya nunca tendrás que preocuparte por mí. ¿Podrás perdonarme por aquel acoso en la torre?
Ella lo miró sin pestañear, con sus ojos tan verdes como las hojas de los cerezos.
– Sabes muy bien que no hay nada que perdonar -contestó él-. Fue sólo un beso del que los dos participamos.
– Sólo porque yo te provoqué. Fui una estúpida. Te merecerías una medalla por haberme aguantado tanto tiempo -dijo levantándose de repente y asustando a Sergei, que alzó la cabeza, alarmado-. Dado que el jefe de Rossiter me ha dado la oportunidad de hacer algo que significa mucho para mí, te prometo no inmiscuirme en tu camino.
Era la segunda vez que lo decía.
– Me temo que eso no va a ser fácil -replicó él-. Ésa es la razón por la que quería hablar contigo. Queramos o no, vamos a estar viéndonos todo el tiempo. El jefe está muy entusiasmado con tu proyecto. Igual que todos. Y yo, más que nadie, quiero que todo salga bien.
– Gracias -dijo ella con una leve sonrisa-. Te agradezco tu voluntad de querer olvidar el pasado. Reconozco que fui una gran molestia para ti, pero puedes dar aquello por zanjado definitivamente. Ahora tengo una misión que llevar a cabo con esos chicos.
Era la tercera vez que lo decía. Cal la miró fijamente.
– Nunca me hablaste de Hearth & Home. Estoy realmente impresionado.
– Fue una idea de mi madre y yo participaba de ella. Cada vez que iba a las fincas de nuestra propiedad para enseñar a los niños a hablar en inglés, les enseñaba vídeos de Yosemite. Les entusiasmaban y siempre me pedían que les llevara más. Decidí que debía hacer algo al respecto. No resultó nada fácil convencer al consejo de la tribu. Me llevó varios años, de hecho. Ahora que todo está a punto de hacerse realidad, me preocupa que pueda salir algo mal.
– No lo creo posible, mientras el proyecto goce del apoyo del jefe.
Cal miró la dulzura que había en sus ojos verdes y sintió también deseos de poder ayudarla.
– Gracias por la oportunidad que me has dado de hablar contigo. Lo necesitaba. Quería descargarme del peso que he llevado encima desde mayo del año pasado.
¿Desde mayo? Debía de haberse confundido.
– Querrás decir desde marzo, ¿no?
– No. Volví al parque en mayo, pero no pude encontrarte y ninguno de tus compañeros me pudo indicar dónde estabas. Fue muy humillante darme cuenta de que era una persona non grata para ti y para todos los rangers del parque. Fue una lección muy dura… Quizá la necesitaba.
Cal no podía permitir que ella siguiese suponiendo algo que no era verdad.
– Antes de irte, quiero dejarte una cosa clara -dijo él poniéndose también de pie-. Si mis compañeros no te dijeron nada, fue porque mi esposa acababa de morir hacía unas semanas en una avalancha aquí en el parque.
– Tu esposa…
Ella no se movió, pero él creyó ver una sombra de tristeza en su mirada.
– Sí. Leeann era también una ranger que trabajaba en el Parque Nacional de las Montañas Rocosas y la habían destinado recientemente aquí. Nos conocíamos de antes, de cuando yo trabajaba allí también. La última vez que viniste aquí, yo estaba en Colorado con su familia asistiendo a su entierro. Todos los rangers decidimos mantener el suceso en secreto a fin de evitar que los medios de comunicación aireasen la noticia del accidente y pudieran poner en tela de juicio las medidas de seguridad del parque.
– Sin duda, sois muy buenos guardando secretos. Ni siquiera el jefe del comité federal de parques nacionales que relevó a mi padre en el cargo se lo dijo a él. Debió de ser un golpe muy duro para ti.
– Sí.
– Cuando me presenté en la torre aquel día de marzo, ¿por qué no me dijiste que estabas ya comprometido? Si lo hubiera sabido, te habría dejado en paz.
– No le propuse matrimonio a Leeann hasta abril. Nos casamos en mayo y el accidente se produjo dos semanas después de la boda.
Se hizo un silencio largo y tenso. Cal sabía que ella estaba contando mentalmente los días que podían haber transcurrido entre el incidente de la torre y su boda. Después de haberla besado apasionadamente aquella tarde, no entendía que pudiese mantener luego una relación seria con otra mujer, y menos aún casarse con ella.
– Lo siento mucho, Cal -dijo Alex con una voz tan sincera que le llegó al alma-. Supongo que Sergei debe de ser ahora un gran consuelo para ti.
Al oír su nombre, el animal se levantó y se acercó a ella. Alex le acarició el lomo.
– Se espera mucho de ti, Sergei. Vas a ser la estrella de Yosemite -dijo ella dándole unas palmaditas en la cabeza-. Nos veremos por ahí, ranger Hollis.
Alex se incorporó y se dirigió a la puerta.
A menos que tuviera una razón oficial para reunirse con ella, Cal sabía que ella nunca más volvería a acercarse voluntariamente a él. Era un motivo para sentirse aliviado, pero…
El curso de orientación terminó a las cuatro. El ranger Sims había hecho una presentación y luego varias personas del servicio forestal habían dirigido unas palabras a los asistentes.
Pero Alex no había prestado atención a ninguno durante esas tres horas. Había estado rumiando sus pensamientos, presa de una gran angustia. La idea de que Cal se hubiera casado en mayo al poco de abandonar ella el parque ocupaba de lleno sus pensamientos.
¡Qué infeliz y pretenciosa había sido! La realidad era que no significaba nada para él.
Ella no había llegado a conocer a Leeann. Según Cal le había dicho, ellos ya se conocían de antes de que a ella la destinasen a Yosemite. Ésa debía de ser la razón por la que habían tardado tan poco tiempo en casarse.
Sintió un nudo en el estómago. ¿En qué mundo había estado viviendo todo ese tiempo? Sentía vergüenza de sí misma. Cualquier persona con cerebro sabía que un capricho pasajero casi nunca era correspondido.
Había cometido el pecado capital de acosar sexualmente a Cal, quien finalmente había cedido como cualquier hombre normal. Pero había tardado poco en olvidar sus besos, yéndose a buscar la verdadera pasión en los brazos de aquella ranger con la que se había casado.
Cerró los ojos por un momento. Le pareció ahora increíble que hubiera tenido el descaro de ir a buscarlo, subiéndose a aquella torre, y de haber tomado la iniciativa de besarle. Sintió un calor intenso en las mejillas recordando la pasión de aquellos besos.
Si había habido un momento de su vida por el que se alegrase de haber nacido mujer, había sido aquél. Había sentido una extraña combinación de química y magia que nunca había sentido, y probablemente nunca volvería a sentir, con nadie más. Era angustioso y humillante que un momento tan trascendente de su vida no hubiera significado apenas nada para él. En un momento de debilidad, Cal se había dejado vencer por la chispa del deseo que ella había prendido, pero había sido Leeann la que había encendido verdaderamente el fuego de su pasión.
– ¿Vas a pasar la noche en el parque?
La pregunta de Brock la devolvió de nuevo al presente. Abrió los ojos y negó con la cabeza.
– No. Me vuelvo a casa. Pero estoy segura de que nos volveremos a ver.
– Dalo por hecho.
Se levantó de la silla, dando gracias al cielo de que Brock no la siguiese. Tenía planeado volar a Albuquerque para tenerlo todo dispuesto para el sábado, fecha en la que tenía que volver al parque con los chicos.
Había reservado unas habitaciones en Yosemite, en el famoso hotel Ahwahnee. Allí cenarían y pasarían la noche del sábado. El domingo, llevaría a los muchachos al campamento y les ayudaría a instalarse para empezar el trabajo el lunes.
Después de la entrevista que había mantenido el día anterior por la mañana con el jefe Rossiter, había hablado por teléfono con Halian y Lonan y les había informado del éxito del proyecto. Lonan le había dicho que se pondría en contacto con las familias de los chicos para que estuvieran preparados.
Aún le quedaban un montón de cosas que hacer, como comprarles ropa y artículos de aseo adecuados para su estancia en el parque. Necesitaban de todo, desde chaquetones y botas hasta pijamas para dormir. Ya había encargado las maletas con el logotipo de H & H.
También había hecho un pedido de doce docenas de camisetas blancas con la inscripción «Jóvenes Voluntarios de Yosemite H & H» grabada en color verde oscuro. Las camisetas y los pantalones vaqueros serían su uniforme. Cuando no estuvieran trabajando en el parque, podrían ponerse lo que quisieran.
Antes de llegar a Merced, llamó a la tienda del operador de telefonía móvil de Albuquerque para asegurarse de que su pedido de tres docenas de teléfonos móviles, con cámara incorporada, estaba ya servido y con el servicio activado. Al día siguiente por la mañana los entregaría a las familias. Los chicos podrían así mandar fotos del parque al ordenador de sus familias y al de la oficina de la tribu, para que todos pudieran disfrutar de ellas.
Alex se había propuesto trabajar más que nunca para olvidar así sus amargos recuerdos.
Pero había una conversación que no podía apartar de su mente por mucho que lo intentase: la que había tenido con su padre en mayo del año anterior, poco antes de abandonar el parque. Iban los dos dando un paseo a caballo, disfrutando del paisaje, cuando él le aconsejó que no volviese nunca más a Yosemite.
– ¿Por qué? -le había preguntado ella-. Tú estuviste cinco años detrás de mamá, hasta conseguir que se casase contigo. Lo mío con Cal no es tan diferente, ¿no?
Él tiró de las riendas y se giró en la silla de montar con un gesto de preocupación.
– No lo sé. Dímelo tú.
– Sé que Cal siente algo por mí, pero sospecho que existe una razón por la que reprime sus sentimientos. Al principio pensé que era porque me consideraba demasiado joven para él: nos llevamos siete años. Pero después empecé a preguntarme que quizá hubiese otras razones, como por ejemplo que fuese de ese tipo de hombres a los que no les gusta tener una relación con una chica cuyo padre es senador y trabaja además estrechamente con sus jefes.
Su padre miró a lo lejos, hacia las formaciones rocosas que se levantan delante de ellos.
– No gana mucho dinero -siguió diciendo ella-. Y puede que se sienta humillado ante la idea de tener una esposa que tiene más dinero del que él podría ganar en toda su vida.
– Cariño, razonas muy bien, pero se te ha pasado por alto otra posibilidad que a mí me parece la más lógica: que puede tener ya una relación con otra mujer. Tú no sabes nada de lo que hace en su tiempo libre cuando no está trabajando en el parque. Quizá mantiene una relación estable con alguna mujer que conoce desde hace tiempo.
– No -dijo ella muy segura de sí-. Me paso todo el día a su lado, coqueteando con él. Si realmente estuviera enamorado de otra persona, no me prestaría tanta atención.
– A algunos hombres les gusta parecer lo que no son.
– Lo sé papá, pero el ranger Hollis no es de ésos.
– Eso tú no lo sabes.
Pero ella, testaruda por naturaleza, había vuelto a Yosemite para demostrarle a su padre que estaba equivocado. Y ahora había descubierto que su padre sabía muy bien de lo que estaba hablando. Cal llevaba años manteniendo una relación sentimental con su compañera de trabajo, Leeann. Ahora, como penitencia por su pecado, tendría que ver a Cal todo el verano en el parque y tratar de contenerse.
¿Podía una persona aprender a dominar sus emociones? Probablemente no, pero eso no tenía demasiada importancia. Lo que tenía que hacer era olvidarse de todo y trabajar duramente en aquel proyecto que le había llevado tantos años conseguir llevarlo a la práctica.
Significaba mucho para ella y quería que fuese un éxito. Deseaba que aquellos muchachos maravillosos, que provenían de una cultura y de unas circunstancias muy diferentes de las suyas, pudieran tener la experiencia de estar en un lugar que ella siempre había considerado un paraíso.
Conociendo el amor que los chicos sentían por la naturaleza, estaba convencida de que, al final del verano, volverían con sus familias más felices aún que antes. Debía sentirse satisfecha, a pesar del dolor por el recuerdo de Cal. Pero como la gente mayor solía decir: el tiempo todo lo cura y con el tiempo todo se olvida. Rogó porque fuera verdad.