A SERGEI le habían quitado la venda el viernes y tenía ya la pata mucho mejor. La doctora Gretchen le dijo a Cal que en una semana estaría curado del todo y hasta entonces no podría rastrear a los osos por las sendas más inhóspitas del parque. Eso no suponía ningún problema para Cal. Esa semana iba a haber una batida general para erradicar la maleza del parque y pensaba llevar a Mika y a Lusio.
Pero no podía continuar engañándose más tiempo. Ese día Alex iba a ir a reunirse con Telford y sentía unos celos terribles. Alguien del personal del superintendente le había dicho que Telford estaba interesado por ella.
Después de cuatro días sin verla, tenía tantas ganas de estar con ella que se dirigió en la camioneta a Sugar Pines a las seis y media de la mañana. La otra noche, ella se había negado a seguir escuchando sus explicaciones, pero ahora tendría que escucharle hasta el final.
Esperó en el camión hasta que vio salir a Alex acompañada de otros monitores. Se dirigía al microbús. Llevaba unos vaqueros ajustados que realzaban sus caderas y sus piernas largas y bien formadas y una blusa de color caqui metida por dentro de los pantalones.
Cal se bajó de la camioneta y se dirigió a ella.
– Cal… -dijo Alex, sorprendida de verle por allí tan temprano.
– Buenos días. Me alegro de verte.
– ¿Hay algún problema?
– ¿Por qué tienes siempre que imaginarte lo peor?
– Es una mala costumbre, supongo.
– Tengo que ir a Wawona esta mañana y pensé que podría llevar a Mika y a Lusio conmigo. Desde allí podrán ir sin dificultad a Meadows.
Como por arte de magia, nada más pronunciar sus nombres los dos muchachos salieron del albergue.
– Después de lo que dijeron de ti a Lonan, estarán encantados de ir en tu camioneta.
– ¿Si? ¿Y qué fue?
– Que de mayores querían ser rangers como tú.
– Me alegra saber que hay alguien que me aprecia.
– Dijeron también que se llevaban muy bien con los nuevos voluntarios con los que les habías puesto a trabajar.
– ¿Y el trabajo en sí?
– En eso no tienen ningún problema. Lo han hecho muchas veces en el poblado.
– Bueno, las cosas pueden cambiar. Van a subir las temperaturas a lo largo del día. La previsión es que esta tarde va a ser especialmente calurosa.
– Están acostumbrados al calor, no te preocupes. ¿Cómo está Sergei?
– Bien. Recuperándose. ¿Por qué no vengo a recogerte esta noche, después de que los chicos hayan cenado? Prepararé algo de comer en casa. Sergei te ha echado mucho de menos, tu visita le haría mucho bien.
– Me gustaría ir, pero uno de los botánicos va a dar una charla a los muchachos y tengo que estar con ellos.
– Entonces vendré a recogerte después de la charla.
Alex pareció dudar y eso le inquietó. Podía ser porque ya no significase nada para ella, pero también podía ser porque estuviese luchando consigo misma para no romper la promesa que le había hecho de dejarle en paz.
– Tendré que consultarlo con Lonan. No sé qué planes tendrá.
«Alex, Alex. ¿Cuánto daño te he hecho?», pensó él con tristeza.
– Ya me dirás -dijo Cal, mientras Lusio y Mika se acercaban a ellos-. ¡Eh, chicos! Esta mañana os llevaré en mi camioneta. ¡Venga! ¡Arriba!
Los dos muchachos sonrieron. Al menos había alguien que se sentía feliz de verlo.
– ¿Señor Telford? -dijo Alex llamando a la puerta del despacho del superintendente.
Bill Telford se levantó de la silla y salió a recibirla.
– ¿Qué es eso de señor Telford? Quedamos en que me llamarías por mi nombre, ¿no?
– Bueno, pensé que no sería muy correcto hacerlo delante de las personas de su departamento.
– Venga, pasa y siéntate -dijo señalando una mesita con dos butacas pequeñas.
– Gracias.
Telford se sentó frente a ella.
– No te he pedido que vinieras para hablarte de tu proyecto. Vance me dijo que era mejor que te dejase llevar la iniciativa con tu grupo de voluntarios y lo comprendo perfectamente. Disculpa si he podido inmiscuirme en tus asuntos.
– No hay nada que perdonar -replicó ella con mucha cordialidad.
– Gracias, Alex -dijo Bill mirándola fijamente-. Como ves, no hay mucha gente en mi departamento. De hecho, la única persona en la que realmente confío es en mi ayudante, Melanie Sharp, a quien me traje de Washington, D.C. Lleva conmigo ya ocho años. Sin embargo, ahora parece que la voy a perder porque se va a casar y se va a ir a vivir a Virginia.
– Lo siento. Cuando mi padre perdió a su ayudante tardó mucho en encontrar otra persona que la reemplazara.
– Sabía que lo entenderías. Cuando has llegado a confiar en alguien, es un trastorno verte privado de esa persona. Y ponerte a buscar a otra digna de ese puesto es un engorro. Es como salir en tu primera cita con una mujer.
– Sé por experiencia a lo que se refiere -dijo Alex sin poder evitar una sonrisa.
– He tenido un par de citas desde que se murió mi esposa y sé muy bien lo que digo.
Alex comenzó a ver a Telford con mejores ojos, con más simpatía.
– Siento lo de su esposa. Debe de haber sido muy duro para usted superar su pérdida.
– Ciertamente. Por suerte, tengo dos hijos y un trabajo que adoro. Mi único problema es encontrar a la persona adecuada que ocupe ese pequeño despacho que hay pegado al mío. ¿Qué planes tienes para cuando acabes el verano y tus chicos regresen a Nuevo México?
– Seguir con lo que he venido haciendo hasta ahora: trabajar en Hearth & Home en mi tiempo libre.
– ¿Hay algún hombre esperándote en Albuquerque?
– No.
– Te lo pregunto porque me gustaría saber si estarías dispuesta a trabajar para mí. Eres la clase de mujer que ando buscando: independiente y con iniciativa.
Un año antes habría dado saltos de alegría al oír una proposición como ésa, pero desde entonces había habido un cambio muy importante en su vida y la respuesta tenía que ser no. No podía estar cerca de Cal.
– Me siento muy halagada de que haya pensado en mí para ese puesto. Es un verdadero honor.
– Pero… -dijo él con una triste sonrisa.
– Me temo que la respuesta tiene que ser no. Estoy tratando aún de poner en orden mi vida. Aceptar ese trabajo supondría tener que dedicarle todo mi tiempo.
– Entiendo -dijo él, asintiendo con la cabeza-. Pero me siento decepcionado. De nada me sirvió todo lo que hice para tratar de que te quedaras la otra noche en el Ahwahnee y poder hablar contigo.
– ¿Quiere decir que planeó poner nuestras mesas juntas… para poder hablar conmigo?
– Sí. Y lo de sacar fotos no fue más que una manera de entretenerte para que te quedaras más tiempo. Me ha impresionado tanto lo que has hecho en este parque que decidí adelantarme antes de que se te ocurriera la idea de hacerte ranger.
– No -contestó ella-. Valoro mucho mi libertad y mi independencia. Adoro este parque, pero no querría verme atada a él.
Alex había pensado, de hecho, no volver más a Yosemite. Le traía demasiados recuerdos dolorosos.
– Serías una ranger excelente. Vance opina igual que yo.
– Son los dos muy amables.
– Digamos que sabemos reconocer lo que es bueno en cuanto lo vemos -dijo Telford con una sonrisa-. Te agradezco que hayas sido tan sincera. Bien, una vez aclaradas las cosas, vayamos al Yosemite Lodge, tenemos una mesa reservada para comer. Estoy ansioso por escuchar de primera mano cómo lo están pasando tus voluntarios.
Alex le siguió hasta puerta, conmovida por su amabilidad y cordialidad. Al salir del despacho vio a Cal. No supo si llegó a verla con Telford, pero pudo ver en su rostro una expresión tan dura como el granito.
Cal tenía un montón de informes que revisar, pero después de una hora no fue capaz de seguir concentrado y miró el reloj. Alex y Telford debían de haber terminado ya su almuerzo.
Veía al superintendente como un cazador furtivo que se había adentrado en su territorio. A menos, claro, que Alex sintiera algo por él. Pero no podía imaginar que se interesara por un cincuentón cuyos hijos tenían sólo un par de años menos que ella.
– Vamos, amigo -dijo Cal, levantándose de la mesa-. Es hora de entrar en acción, le guste a ella o no.
Le puso la correa a Sergei y se dirigieron a la camioneta. Ya no necesitaba la jaula y saltó con agilidad a la parte delantera junto a él.
Se dirigió a casa, entró en el garaje y cambió la camioneta por su Xterra azul. Puso a Sergei en el asiento trasero y arrancó el coche en dirección al aparcamiento de Yosemite Lodge. Al llegar, vio que el microbús de Alex no estaba allí. Tuvo el presentimiento de que habría vuelto a la estación de esquí y se dirigió a Sugar Pines.
El corazón le dio un vuelco en el pecho cuando al llegar allí la vio bajando del vehículo. Ralph Thorn salía en ese momento del albergue y se dirigía a ella casi corriendo. Alex no podía ir a ninguna parte sin tener a un hombre pegado a ella.
Cal se acercó a ellos y saludó a Thorn con un gesto. Creyó ver por un instante en su mirada una sombra de hostilidad.
– Buenas tardes.
Alex se dio la vuelta al oír su voz. Cal vio en ella una mezcla de sorpresa y satisfacción.
– Necesito hablar con usted, señorita Harcourt. No tardaremos. La estaré esperando junto a mi coche.
Cal se volvió hacia el coche y aprovechó para hacer una llamada a uno de sus colaboradores. Colgó muy sonriente al ver llegar a Alex, tras terminar de forma rápida su conversación con Thorn.
– ¿Les ha pasado algo a los muchachos?
– Que yo sepa, todos están bien. Iba a hacer mi ronda de la tarde. Será la primera excursión de Sergei sin tener que ir en su jaula. ¿Te gustaría ver a Mika y Lusio en acción, antes de traerlos de vuelta al campamento?
A pesar de sus dudas iniciales, creyó ver en la luz inconfundible de sus ojos verde esmeralda que estaba deseando ir con ellos.
– Tal vez no sean muy abiertos ni comunicativos, pero como a todos los chicos, les gustará presumir, delante de ti, de lo bien que saben hacer las cosas.
– Les sacaré unas fotos con Sergei para enviárselas a sus familias. Dame un par de minutos para ir a la habitación a por la cámara.
Aún llevaba la misma ropa con que la había visto por la mañana. Eso significaba que no se había arreglado especialmente para ir a ver a Telford. Se sintió más reconfortado. Estaba decidido a contarle de una vez todo lo que debería haberle dicho hacía años.
Alex volvió enseguida. No se veía a Thorn por ninguna parte. Él se quedó ensimismado admirando los movimientos de aquel cuerpo tan perfecto mientras se sentaba a su lado. Luego se incorporó y se pudo de rodillas sobre el asiento, mirando hacia atrás, para acariciar al perro.
– ¿Cómo está mi niño?
Sergei estaba en la gloria. Cuando Alex se volvió para sentarse en el asiento, vio a Cal sonriendo.
– Como ves, Sergei está encantado de verte.
– No sabes cómo me alegra que se haya recuperado.
Cal puso en marcha el coche. Por el camino, se encontraron con diversos compañeros del parque que le saludaron sonrientes con la mano. La mayoría se sorprendió al verle con Alex. No era de extrañar, Cal no había estado con ninguna mujer desde lo de Leeann. Sus colegas iban a tener que irse acostumbrando a verle con ella, pensó.
– ¿Tienes algún plan para los chicos este fin de semana?
– Ralph me propuso que les llevásemos al Hetch Hetchy Valley por la mañana. Hablé con Vance y ha dado su autorización para que el jefe Sam Dick dé una charla mañana a los voluntarios, después de llegar al campamento.
– Es un gran honor.
– Sí. Mis chicos, en especial, le tienen un gran respeto.
– ¿Van a ir todos los grupos?
– Creo que sí.
– ¿Volverás después a Sugar Pines?
– No. Mi grupo pasará la noche en el hotel Evergreen.
Cal tenía que asistir al día siguiente a una reunión en Bishop, con algunos jefes del servicio forestal. No volvería hasta muy tarde. Quizá demasiado tarde para poder estar con ella.
– Va a ser una experiencia fantástica para ellos -dijo Cal.
– Sí, opino igual. Mankanita, la novia de Lonan, llegará hoy por la noche para pasar aquí el fin de semana. Me gustaría que conociese al jefe Sam Dick y a su esposa. Si esta experiencia funciona, tal vez Lonan y ella vengan el próximo verano y traigan también a algunas chicas.
– Lonan es una bella persona.
– Y Mankanita, una mujer maravillosa. Tiene mucho peso en el consejo de la tribu y, si le gusta cómo están los chicos en el parque, su opinión será decisiva para futuros proyectos.
– Sin ti, nada de todo esto habría sido posible.
– No es mérito mío. Todo se lo debemos a mi tatarabuelo Trent. Si él hubiera conocido Yosemite…
– Sí. John Muir y él. Habría sido algo grande. Nunca olvidaré la primera vez que vi las cataratas y el Half Dome. Acababa de venir del parque de las Montañas Rocosas. Aquello es también muy hermoso, pero no se puede comparar con Yosemite. De no haber sido por Helen, me habría perdido esta experiencia. Quizá tenga que estarle agradecido por lo que hizo. Desde esa noche, mi vida cambió para mejor. Metí mis cosas en una maleta y me marché nada más acabar la ceremonia. No sabía adónde ir pero me daba igual. Lo único que quería era irme de allí y acabé en Idaho.
– ¿Por qué allí? -preguntó ella.
– Los nativos de esa zona compraban muchos productos a Hollis Farm Implements, la granja de mis padres. Siempre había tenido ilusión por ir a ver Coeur d’Alene. Así que reservé un vuelo. Pero dio la casualidad de que se había producido allí un incendio forestal de grandes dimensiones y tuvieron que desviar el avión a Spokane, Washington. Nada más aterrizar, alquilé un coche y me dirigí a Coeur d’Alene para ver lo que había pasado. Cuando vi a las brigadas de bomberos luchando juntos contra el fuego, sentí algo muy especial. Conseguí un empleo en el servicio forestal. Unos meses después, uno de mis compañeros me sugirió que, si amaba tanto la montaña, me fuese a trabajar a un parque nacional. El resto… ya lo conoces.
Cuando terminó de hablar, Alex se quedó callada, viendo pasar el paisaje por la ventanilla.
– ¿Alex?
– Sí… ¿Y qué pasó entre tu hermano y tú?
– Jack descubrió la promiscuidad de Helen y comprendió que ella había sido la causa de que yo me hubiera ido. Estuvimos hablando del asunto y a los pocos días se divorció. Hoy está casado felizmente con una mujer maravillosa y tiene cuatro hijos.
– ¿Y por qué me estás contando todo esto? -preguntó Alex.
– Para que comprendas que si traté de mantenerme alejado de ti todos estos años no ha sido por nada que tenga en contra tuya. Helen era una chica de una belleza excepcional, como tú. Venía de una familia rica e influyente como la tuya. Cuando llegaste al parque, no puede impedir establecer una analogía entre ella y tú. Fue sólo una reacción visceral.
– Seis años es mucho tiempo para estar equivocado.
– Hubo otras personas que contribuyeron a ello. Tu padre me dijo que lo único que esperaba de mí era que te protegiera, y el jefe me dijo taxativamente que podía ver, pero no tocar.
– Hasta que me comporté como Helen aquella tarde en la torre, ¿verdad? Debiste de sentirte asqueado.
– No. No digas eso. Si escuchaste lo que te dije la otra noche, yo no le devolví el beso a Helen -dijo Cal extendiendo el brazo para tocarle la mano-. Tú no eres como ella.
– No sé bien a qué conduce todo esto. Te enamoraste de Leeann y te casaste con ella. Eso es lo único que cuenta.
– Salvo que ella murió, y mi mundo cambió de nuevo. Tú estás ahora aquí y las cosas ya no son como antes. Ya no tengo reglas a las que someterme. Quiero conocerte tal como eres y saber si podemos tener una relación estable en el futuro.
– Mi mundo ha cambiado, también, Cal. Los dos somos diferentes ahora. El otro día me preguntaste si podíamos ser amigos. Creo que ésa es la forma mejor para llevarnos bien. Sólo estaré aquí hasta finales de julio, tal vez nos vayamos antes. Depende de los chicos.
– ¿Qué quieres decir?
– Al consejo de la tribu le preocupa que los chicos puedan sentir nostalgia de sus casas y echen de menos a sus familias. En función de lo que les digan los muchachos, Halian propondrá una votación para decidir si permanecen en el parque hasta finales de julio o se vuelven a sus casas al acabar este mes.
Sólo quedarían, en ese caso, dos semanas…
– ¿Sabe esto Vance?
– Sí, pero está dispuesto a correr el riesgo. En caso de que nos vayamos un mes antes de lo previsto, mantendré íntegra la asignación del fondo Trent para sufragar los gastos de los voluntarios que vengan a reemplazar a mi grupo. En HPJS, hay montones de chicos dispuestos a venir. El parque no sufrirá ningún perjuicio.
Si Cal se había sentido molesto ante la posibilidad de que Alex pudiera tener una relación con Telford, ahora se sentía desolado ante la idea de que pudiera dejar de verla en dos semanas.
– ¿Cal? -le dijo ella, devolviéndole al presente-. Creo que nos hemos pasado la desviación para Meadows.
– Sí, tienes razón, pero hace unos minutos que llevo delante a ese turista del coche rojo que va circulando a ochenta por hora cuando el límite de velocidad es de cincuenta. El año pasado, resultaron muertos ocho osos en esta zona por exceso de velocidad. Y desde que abrieron este año la carretera de Tioga han muerto ya otros dos.
Cal puso la sirena, apretó el acelerador y se fue en su persecución.
A pesar de lo que Cal le había contado, Alex no estaba segura de sus sentimientos. Se había casado con Leeann. Y aunque parecía cambiado, ella no quería ser una sustituta.
Mientras estaba allí sentada absorta en sus pensamientos, Cal había alcanzado al coche infractor, se había puesto delante de él obligándole a pararse y, tras ponerse el sombrero, había salido del coche.
Sergei se puso a ladrar de forma lastimera. Quería ir con su amo.
– Vuelvo enseguida, amigo -le dijo Cal mientras se dirigía hacia el otro vehículo.
Ella le vio caminando con su figura atlética y esbelta que casi impresionaba al verla y apoyó la cabeza contra la ventanilla mientras Cal recriminaba seriamente al conductor del vehículo.
– ¿Alex? ¿Estás bien?
Ella volvió de sus pensamientos al ver a Cal de nuevo en el coche mirándola con gesto preocupado.
– Sí. Estaba relajándome un poco.
Cal no dijo nada pero creyó detectar cierta tensión en ella. Aprovechando la ausencia de tráfico, hizo un giro de ciento ochenta grados y volvió hacia atrás en dirección norte.
En un par de minutos llegaron al campamento. Estaba plagado de turistas que se disponían a hacer una excursión por la senda del Glen Aulin. Nada más aparcar el coche, Alex se bajó y se puso a mirar alrededor en busca de los chicos, mientras Cal le abría la puerta de atrás a Sergei y le ponía la correa.
– Su zona de trabajo está en las praderas de ahí arriba, a la derecha de esa hilera de árboles.
Cal la condujo hacia allí por entre los matorrales hasta llegar a un pinar, desde el que se divisaba una ladera salpicada de flores silvestres. Sería difícil encontrar un paisaje de montaña de una belleza tan impresionante. Sergei debió de pensar lo mismo y echó a correr. Nadie habría pensado que tenía una herida reciente en una pata.
Vieron a media docena de voluntarios trabajando en seis zonas diferentes. Llevaban un sombrero de paja y unos guantes de caucho. Estaban arrancando afanosamente las malas hierbas de la pradera. Había que destruir aquellos cardos amarillos antes de que esparciesen sus semillas por todo el parque. Una vez arrancadas se metían en unas bolsas de plástico dobles y se llevaban a un lado de la carretera para que vinieran los camiones a recogerlas. Alex contó hasta setenta de aquellas bolsas repartidas por el campo.
Cal saludó al pasar al monitor que estaba al cargo de los chicos y siguió su camino. Alex estaba cada vez más preocupada porque seguían sin ver a Mika y a Lusio.
– ¿Dónde crees que pueden estar?
– Su turno ya ha terminado, así que probablemente se habrán ido al río a refrescarse después del trabajo. Vamos allí a comprobarlo.
Sí, hacía mucho calor. Cuando Alex apretó el paso para ponerse a su altura, el perro empezó a ladrar y a tirar de la correa. De repente, Mika y Lusio llegaron corriendo. Venían con los sombreros de paja puestos y los guantes metidos en el bolsillo de atrás de los pantalones. Ella esperó que se acercaran a saludarla con una sonrisa, pero vio que venían con una cara muy seria. Sin duda, había pasado algo malo.
Tan pronto se acercaron, Sergei se puso a olerles y a ladrar muy excitado.
– ¿Qué te pasa, amigo? -le dijo Cal, apartándole de los chicos.
– Venga a ver lo que acabamos de encontrar -dijo Mika.
– ¿Qué pasa, Lusio? -preguntó Alex al otro chico que permanecía callado.
– Nada bueno.
Los chicos parecían muy afectados, por lo que Alex dedujo que algo grave debía de haber ocurrido. El perro tiraba cada vez con más fuerza de la correa como si quisiera romperla mientras se adentraban por la parte más profunda del bosque. Sergei lanzó de repente un aullido tan escalofriante como sólo un animal podía dar. Fue entonces cuando Alex vio los cuerpos sin vida de los tres osos, abiertos en canal.
– Mira, Alex -dijo Mika-. Le han cortado las patas.
– Y el cazador se ha llevado todos los dientes -añadió Lusio, asintiendo con la cabeza.
Alex se quedó boquiabierta. La visión era propia de una película de terror.
– No me lo puedo creer -dijo ella con una mezcla de rabia e indignación.
Cal se puso en cuclillas a examinar con gesto sombrío los restos de los pobres animales. Luego sacó el móvil del bolsillo para informar del suceso a las oficinas del parque mientras Sergei seguía olfateando alrededor.
Después de colgar, miró a Alex con cara de circunstancias.
– Chase va a llamar al departamento de investigación del Servicio de Parques Nacionales. Enviarán a un par de agentes especiales de la región del Pacífico Oeste y a varios federales del departamento de Pesca y Caza de California.
– ¿Qué van a hacer? -preguntó Lusio.
– Descubrir al autor o autores de esta masacre y luego presentar un pliego de cargos por violación de la ley para la conservación de la naturaleza. Eso significa que los criminales irán a la cárcel.
– Eso está bien -dijo Mika asintiendo con la cabeza.
– ¿Quién haría una cosa así? -dijo Alex mirando a Cal-. Y sobre todo, ¿por qué?
– Es un gran negocio. A los monstruos que han perpetrado esta matanza les supondrá unos ingresos de más de treinta mil dólares. Las patas de oso se cotizan en algunos mercados a mil dólares la pieza. Se usan para hacer sopas que en algunos sitios se consideran una exquisitez. Otros creen que es un gran remedio para los trastornos respiratorios y gastrointestinales. Los dientes y las garras se usan para hacer ceniceros y joyas.
Alex se sintió enferma con sólo pensarlo.
– La crueldad es algo que nuca he podido entender. ¿Y cómo consiguieron someter a los osos?
– Primero los atraen con comida, para luego someterlos con un spray tranquilizante -dijo Cal.
– ¡Seguro que robaron también los tranquilizantes! -exclamó Lusio.
– Es muy probable, Lusio. Quien hace estas cosas no tiene conciencia. La medicina china tradicional tiene una gran demanda de este tipo de piezas. Son productos muy populares en los países asiáticos. Cada vez estamos encontrando más esqueletos de osos desperdigados por los bosques del país. La población de osos negros asiáticos ha disminuido drásticamente en los últimos años y, como consecuencia, nuestros osos se han convertido en su nuevo objetivo.
Alex estaba consternada por la masacre. En la cultura zuni, los animales eran sagrados, así que podía imaginarse cómo debían de sentirse los chicos.
– Pero, ¿por qué los abrieron en canal?
– Para extraerles la vesícula biliar. Los países del Pacífico usan la bilis del oso negro como panacea curativa. Se utiliza como remedio contra el cáncer y otros tratamientos. Se seca, se muele y se vende por gramos. Puede cotizarse más que la cocaína. También se consume mezclado con bebidas alcohólicas, como el vodka. Una vesícula biliar puede reportar un beneficio de más de cinco mil dólares.
– Las muertes han sido recientes -dijo Lusio-. Quizá fue hace dos noches.
– Sí, opino igual -dijo Cal-. Lo harían por la noche para escabullirse en la oscuridad. Una vesícula biliar es del tamaño del dedo gordo de una persona y se puede camuflar en cualquier frasco pequeño dentro de una mochila, mezclado con otras cosas, sin que nadie se dé cuenta.
– El delincuente podría estar ahora paseando por Yosemite, preparando su siguiente fechoría.
Alex sintió un escalofrío y una sensación de repugnancia al escuchar el comentario de Mika.
– ¿Alex? Si estás bien, me gustaría que te llevaras a los chicos a casa.
– Sí, estoy bien -dijo ella tratando de aparentar serenidad.
– En ese caso, me quedaré un rato. No quiero que os perdáis esta noche la charla del ranger Farr sobre el ciclo del agua en el parque. Expertos del mundo entero vienen aquí todos los años a estudiar nuestros neveros.
Alex comprendió que la sugerencia de Cal era una orden velada.
– Supongo que querrás que Sergei se quede contigo, ¿verdad?
– Sí, esto forma parte de su entrenamiento.
Cal se acercó a los chicos y les dio unas palmaditas en el hombro.
– Enhorabuena, chicos. Sois muy observadores. Hoy había aquí muchas personas, pero ninguna se dio cuenta de nada. Sólo vosotros os fijasteis en esto. Os merecéis una recompensa.
Alex se sintió emocionada, sabía lo que esas palabras significaban para los chicos.
– Me gustaría que me hicierais otro favor -prosiguió Cal-. No le digáis a nadie lo que habéis visto aquí. Ni siquiera a Lonan. Debemos comportarnos como si nada hubiera pasado para que los culpables no desconfíen.
Cal metió la mano en el bolsillo y le dio un juego de llaves a Alex.
– Por favor -dijo él con sus ojos azules clavados en ella-, vete a mi casa con los chicos y llámame al llegar allí. Yo telefonearé a Cindy. Ella se encargará de llevarte a Sugar Pines.
– ¿Y tú? ¿Cuándo vas a volver? -le preguntó ella.
– No lo sé… Tal vez, cuando venga uno de mis compañeros.
– Ten cuidado, Cal. Esa clase de gente suele ser muy peligrosa.
– Tú también, Alex. Si esos desalmados piensan que los chicos o tú sabéis algo, podéis estar en peligro. Ten cuidado y no confíes en nadie. Y, sobre todo, conduce con prudencia.
Alex tuvo la impresión de que él sabía mucho más de lo que parecía.
– Yo te iba a decir lo mismo. Pórtate bien, chico. Y cuida de Cal -le dijo Alex a Sergei, rascándole detrás de las orejas.
El perro trató de seguirla, pero se lo impidió la correa. Alex oyó sus ladridos lastimeros que parecían decirle que no se fuera. Sintió en su espalda la mirada de Cal pero siguió caminando con los chicos en dirección al aparcamiento.
Una vez en el coche de Cal, arrancó el motor en dirección a Yosemite Valley.
– ¿Sabéis que habéis sido los héroes de la jornada?
– Nosotros no hemos hecho nada -murmuró Mika.
– ¿Ah, no? ¿Y qué habría pasado si no hubierais rastreado esa zona después del trabajo? Los restos de esos osos habrían tardado mucho tiempo en encontrarse. De esta forma, existe alguna posibilidad de que Cal u otro ranger pueda detener a los culpables.
Escuchó entonces a los chicos hablar en voz baja entre ellos, en la parte de atrás del coche.
– ¿Qué pasa, chicos?
– Lusio y yo acabamos de recordar algo de cuando estuvimos en Tenaya Lake.
– ¿Sí?
– ¿Conoces a Steve?
– Creo que no podré olvidarle fácilmente.
– Cuando abrió la mochila para sacar su repelente contra los insectos, debió de equivocarse de compartimento y vimos que llevaba un spray para osos. Al darse cuenta de su error, cerró la cremallera muy deprisa.
– Creíamos que esas cosas sólo las llevaban los monitores -dijo Lusio.
– Tal vez el señor Thorn las llevaba para los chicos -dijo Alex con fingida ingenuidad.
– Entonces Steve debió haber llevado para todo el grupo. Llegamos a contar al menos seis frascos -dijo Lusio-. No nos pareció entonces nada importante, pero cuando encontramos esos osos y Cal nos dijo que ese spray se usaba para someterlos, nos dio que pensar.
– Me alegro de que me lo digáis. Se lo contaré a Cal.
Dos horas más tarde dejó a los chicos en Curry Village. Querían tomar unos tacos en el restaurante antes de volver a Sugar Pines. Alex les dijo que se divirtieran, sabiendo que serían incapaces de decir nada sobre lo que habían visto en Tuolumne Meadows.
Al llegar a la casa de Cal, dejó el coche y le telefoneó para decirle que había llegado.
– Me alegro de que hayas llegado bien. Cindy irá a recogerte en unos minutos. Deja las llaves del coche en la encimera de la cocina y cierra la puerta con llave cuando salgas. Alex -dijo Cal con voz grave-, me gustaría hablar contigo más despacio, pero estamos ahora en el curso de una investigación. Hasta luego.
Y colgó antes de que ella pudiera decirle nada sobre su conversación con los muchachos. Mientras esperaba en la calle a que viniera Cindy a recogerla, decidió informar a Vance de los hechos de esa tarde. Pero el jefe Rossiter no respondió y ella le dejó un mensaje de voz, diciéndole que la llamara lo antes posible.
Al poco, llegó Cindy y Alex subió en su camioneta. Pusieron rumbo al albergue de la estación de esquí. Tras unos minutos de silencio, Cindy se dirigió a ella.
– ¿Qué está pasando entre el ranger Hollis y tú? Es la primera vez que he visto a alguien conduciendo el coche de Cal.
Alex se pensó muy bien la respuesta. Cal quería mantener en secreto el asunto de los osos.
– Él tenía cosas que hacer y no podía hacerse cargo de los chicos. Me pidió que los trajera yo en su coche. Que luego le recogería a él algún compañero.
– No me refiero sólo a hoy.
– ¡Ah!
– Desde que estoy trabajando aquí, creo que siempre ha habido algo entre vosotros dos, pero nunca he conseguido averiguar qué era.
– No hay nada que averiguar. Solía acompañar a mi padre cuando venía al parque. No me siento orgullosa de admitir que fui una especie de pesadilla para él, pero ya hemos firmado las paces.
– ¿Sabes lo que le pasó a su esposa?
– Sí. Supongo que debió de ser algo terrible. ¿Eras amiga de ella?
– Bastante, para el poco tiempo que tuvimos para conocernos -contestó Cindy, y luego añadió tras una cierta vacilación-: Voy a decirte una cosa, pero, por favor, no quiero que te la tomes a mal: Leeann estaba muy preocupada por ti.
Vaya. Eso era una novedad.
– ¿A qué te refieres?
– Había oído hablar de ti y pensaba que tal vez tú tenías la culpa de que él tardara tanto en decidirse a casarse con ella.
– ¿Yo? -dijo Alex, echándose a reír para ocultar su amargura-. ¡La hija caprichosa del senador! Si tardó en casarse con ella no fue por culpa mía. El hecho es que se casó con ella.
– Eso es verdad.
Alex aún estaba confusa por esa revelación cuando llegaron a Sugar Pines.
Antes de abrir la puerta, se volvió hacia Cindy.
– ¿Te gustaría ir a comer una día de la semana que viene al Yosemite Lodge? Yo invito. Me gustaría corresponderte por la amabilidad que has tenido trayéndome aquí.
– Me encantaría. Podíamos ir a nadar primero.
– Genial. ¿Qué día te viene mejor?
– ¿Qué tal el miércoles? Es mi día libre.
– Perfecto. Te llamaré para confirmártelo. Gracias por traerme.
Entró en el albergue de la estación de esquí, feliz de ver a Lusio y Mika que habían vuelto ya de la ciudad. Sheila, la directora, que estaba cruzando el vestíbulo en ese momento, le dijo que la presentación del ranger Farr estaba a punto de comenzar.
– ¿Ha llegado la prometida de Lonan?
– Sí. Los dos están fuera con el resto de los chicos, esperando a que empiece la presentación.
Alex tuvo el tiempo justo de comer algo en la cocina antes de unirse a ellos. Aunque se sentía feliz por ver allí a Mankanita, no podía apartar de su mente las imágenes de los osos descuartizados por algún desalmado cruel y sin escrúpulos. Quizá Cal estuviese ahora en peligro.
Recordó todo lo que él le había contado y por qué la había rechazado durante esos años. Empezaba a creerle. Él no le mentiría nunca.
Y luego estaba lo que le había dicho Cindy sobre Leeann. Era todo muy complicado. Necesitaba estar sola, pero eso no era posible en ese momento. Todo el mundo estaba esperándola. Iba a resultar difícil salir allí, aparentando que no pasaba nada, pero no le quedaba otra solución. Los chicos dependían de ella.