PARECÍAN haber pasado seis años en vez de seis días desde que Cal había visto a Alex entrar en el albergue.
«Enfréntate a la realidad, Hollis. Te ha dejado en paz tal como te prometió», le dijo su conciencia.
Se levantó muy temprano. Había pasado otra noche casi sin dormir, dando vueltas en la cama. Se duchó, se afeitó, se vistió, se tomó un café y se fue al estudio a revisar en el ordenador los informes que le habrían llegado de los rangers de servicio. Vio uno del botánico residente del parque que le pareció más urgente que los demás.
En el cañón del río Merced en Yosemite Valley se han detectado signos de presencia del cardo amarillo. No se ha inspeccionado aún la zona de Meadows Tuolumne, pero cabe suponer que la plaga se haya extendido también a esas praderas así como a lo largo de Tioga Pass Road.
Cal tenía ese sábado libre. Había pensado precisamente llevar a Sergei por la zona de Meadows Tuolumne para seguir con su adiestramiento, y podría aprovechar para ver la plaga de malas hierbas que citaba el informe del botánico.
Unos minutos después, metió la jaula de Sergei en la parte de atrás de la camioneta y puso en marcha el vehículo.
Al aproximarse al campamento de Sugar Pines, disminuyó la velocidad y tomó los prismáticos. El microbús de Alex con el distintivo de H & H no estaba en el aparcamiento.
Apretó el acelerador y se dirigió a Tuolumne Meadows, parándose de vez en cuando a ver si encontraba el microbús en las áreas de aparcamiento. Pero sin éxito.
Cuando llegó a su destino, le puso la correa al perro y se pasaron la mañana siguiendo el rastro de los excrementos de osos, en su mayoría restos de bayas y de insectos.
Sergei estaba demostrando ser un gran rastreador. Cal no paraba de elogiarle una y otra vez. Al llegar a un arroyo, le dejó que bebiera hasta saciarse. De vuelta a la camioneta, se detuvo a examinar las plantas que crecían a los lados de la carretera.
Efectivamente los cardos amarillos habían comenzado a proliferar. Estaban a punto de florecer. Tomó algunas fotos y puso una marca de referencia en el lugar, antes de subirse al vehículo. Durante más de dos horas estuvo parándose a lo largo de la carretera para marcar las zonas que necesitaban atención.
A eso de las ocho de la tarde estaba cansado y hambriento. En la cafetería del Tioga Pass Resort servían una carne asada y un pastel de manzana excelentes. Decidió cenar allí antes de volver a casa.
Cuando se desvió de la carretera, sintió la adrenalina corriéndole por las venas al ver el microbús de Alex aparcado frente al histórico complejo turístico.
– Quédate aquí, volveré en seguida -le dijo a Sergei, que se quedó tumbado dentro de la jaula.
Se acercó al mostrador de recepción y pidió una cabaña para pasar la noche. Con la llave en la mano, entró en el restaurante buscando con la mirada una cabeza de color rubio platino. Alex estaba sentada a una mesa que había en un rincón, hablando con dos muchachos de su grupo que no parecían muy contentos. Estaba de espaldas a él. Parecían mantener una fuerte discusión. El resto del grupo estaría ya durmiendo en sus cabañas.
Cal se acercó al mostrador en forma de media luna que había en el centro del local y pidió la cena. Luego se dirigió hacia la mesa de Alex. Era incapaz de mantenerse alejado de ella.
Los chicos fueron los primeros en verlo. Eso debió de alertar a Alex, pues giró la cabeza. Puso los ojos como platos al ver quién era.
– Cal…
Él sintió una extraña satisfacción al escuchar el nombre en sus labios. Eso significaba que no le había olvidado del todo.
– Buenas noches a todos.
– ¿Dónde está Sergei? -preguntó uno de los dos chicos.
– En la camioneta, dentro de su jaula -respondió él agarrando una silla libre que había al lado y acercándola a la mesa-. ¿Os importaría repetirme vuestros nombres?
– Lusio.
– Mika.
– Muy bien, chicos, creo que ya no se me olvidarán -dijo Cal, y luego añadió volviéndose a Alex-: Si estoy interrumpiendo algo importante, me pongo en otra mesa.
– No, puedes comer con nosotros -dijo Lusio antes de que ella pudiera objetar nada.
– Gracias.
Los chicos y Alex estaban terminándose su pastel de manzana.
Cal hizo un gesto a la camarera para que le llevara la cena a aquella mesa.
– ¿Cómo os ha ido la primera semana? -preguntó Cal tras probar la carne.
Mika miró a Alex de reojo y luego bajó la vista al suelo. Tampoco el otro muchacho se mostró comunicativo.
– En general, bien. Todos están contentos, excepto estos dos -explicó Alex-. Los voluntarios que les han asignado por compañeros parece que no les son muy simpáticos.
– Sé lo difícil que resulta todo al principio -dijo Cal, asintiendo con la cabeza-. Cuando yo empecé a trabajar con el servicio forestal de Idaho, tuve que convivir con dos muchachos en una cabaña perdida en el bosque, mientras luchábamos contra los incendios forestales. Creo que no crucé con ellos más de diez palabras a lo largo de los dos primeros meses. Por más esfuerzos que hacía, ellos no parecían tener el menor interés en que nos llevásemos bien, y mucho menos en ser mis amigos.
– Ponte en el lugar de un zuni -dijo Lusio mirándole con los ojos entrecerrados.
– Ponte tú en el lugar de un hombre blanco de Ohio al que habían puesto a trabajar con dos nativos americanos de la tribu de los nez perce, ésos que llevaban colgantes en la nariz. Se figuraban que yo no sabía ni ponerme de cuclillas… Y el caso es que tenían razón.
Los chicos se echaron a reír a carcajadas y Alex le dedicó una sonrisa llena de afecto.
– ¿Acabasteis siendo amigos? -preguntó ella.
– ¿La verdad?
Ella asintió con la cabeza.
– No. No se puede luchar contra ciertos prejuicios. Mi jefe me asignó a otro equipo diferente, también nez perces. Con ellos sí acabé trabando una buena amistad.
Hablando y hablando, se había terminado la carne. Se acercó el pastel y lo devoró casi de un solo bocado. Cuando miró a los chicos, vio que seguían riéndose.
– ¿Sabéis una cosa, chicos? Si las cosas no os van mejor en los próximos días, tengo una idea que creo que os gustaría, aunque sería un trabajo más duro que el de ahora y no sé si Alex os dejaría hacerlo.
– ¿Es para extinguir incendios? -preguntaron los dos a coro, con sus ojos de carbón luciendo como estrellas.
– Eso nunca lo permitiría -dijo Alex muy seria.
– No, no es tan peligroso -replicó Cal con una sonrisa-. Todos los años, el parque se llena de malas hierbas que absorben la humedad y el agua, robándosela a las plantas nativas, que acaban por marchitarse. Peor aún, son tóxicas para los caballos. La especie más perniciosa es el cardo amarillo.
Mika asintió con la cabeza.
– Nosotros tenemos una mala hierba como ésa en el poblado y tenemos que arrancarla antes de sembrar para que no eche a perder las cosechas.
– Es verdad -intervino Alex-. Se llama el cardo del almizcle, es de color violeta e infecta los pastos. Mis hermanos y yo tenemos que ir a quitarlos con las excavadoras antes de que empiecen a echar flores.
Cada vez que ella abría la boca, Cal aprendía algo nuevo de ella y se daba cuenta de que no era la niña mimada y consentida que él se había figurado.
Sí, ella quizá había sido algo impulsiva en ocasiones, pero empezaba a preguntarse si su animadversión inicial hacia Alex no tendría que ver con la experiencia que le había llevado a dejar Ohio cuando la novia de su hermano puso inesperadamente los ojos en él e intentó seducirle.
– ¿Quiere que le ayudemos a quitar esas malas hierbas? -preguntó Mika, sacando a Cal de sus pensamientos.
– Bueno, si queréis… Ya han empezado a brotar en las laderas de los caminos y en las praderas de Tuolumne Meadows. La próxima semana vendrá a Yosemite un grupo especial del estado para ayudarnos a exterminar la plaga. El año pasado invirtieron cerca de dos mil horas.
– Se extiende con gran rapidez -comentó Alex.
– Sí, supone un gran esfuerzo. Vosotros dos podrías formar parte de un equipo con otros muchachos de vuestra misma edad y trabajar allí unas horas. Uno de los monitores podría venir a recogeros, traeros de vuelta y proporcionaros la comida.
Los chicos estaban emocionados.
– Es una idea genial -dijo ella de repente.
En ese momento, Cal vio a la Alex ilusionada y entusiasmada que pensó no volver a ver nunca más.
– ¿Por qué no os vais ahora a dormir? Seguiremos hablando de ello por la mañana durante el desayuno -dijo Cal.
– ¿Te vas a quedar aquí esta noche? -exclamó ella, sorprendida.
– Sí. Estoy agotado y no me siento con ánimo de volver con el coche a estas horas. ¿A qué hora tienes intención de levantarte?
– Bueno… quedé con los chicos para desayunar a las nueve. A esa hora se desayuna más tranquilo, ya se han marchado la mayoría los turistas.
– Me parece una decisión muy sensata -dijo él, dejando un par de billetes sobre la mesa-. ¿Está Lonan contigo?
– No. Se ha tomado un día libre.
– Entonces, vamos. Os acompañaré a las cabañas y les daré las buenas noches a los chicos.
Alex se puso de pie pero desvió la mirada, confundida, y se dirigió a la salida con los dos muchachos. Cal la siguió, disfrutando de la vista. Llevaba unos vaqueros y un suéter de algodón de color café tostado metido por dentro de los pantalones. No era precisamente un conjunto muy favorecedor, pero a ella, con la silueta tan femenina que tenía, le sentaba de maravilla.
Ya fuera, caminaron hacia las cabañas. Alex fue llamando a cada puerta. Cuando uno de los muchachos abría, Cal entraba y charlaba un rato con ellos y les preguntaba si necesitaban alguna cosa. Ellos parecían muy contentos de verlo y le hacían montones de preguntas. Todos querían ver a Sergei, por lo que tuvo que prometer a todos que después del desayuno le verían haciendo un par de trucos.
Cuando acabó la ronda, se encontró al fin a solas con Alex.
– ¿Dónde está tu cabaña?
– Es la siguiente de abajo.
Cal rogó al cielo que le diese un pretexto para no tener que despedirse de ella tan pronto.
– Tengo que darle de comer a Sergei antes de acostarme. ¿Por qué no vienes conmigo? Se alegrará de verte.
– Sí, me vendrá bien dar un paseo.
Se dirigieron hacia el aparcamiento. Sus brazos se tocaron un par de veces y ella sintió un escalofrío por todo el cuerpo. Hacía ya más de un año de aquella escena de la torre. Había sido una experiencia que aún no había podido olvidar.
– ¿Qué has hecho hoy con tu grupo?
Cal le había dicho que quería que su proyecto fuera un éxito. Hasta ahí podía entenderlo, pero lo que no comprendía era ese repentino interés que demostraba por todo lo relacionado con ella. Nunca se había comportado así antes.
– Hace unas noches estaba con uno de los monitores, algo pesado por cierto, y me propuso que llevase a los chicos a Tenaya Lake para que fuesen haciendo amistad con los de su grupo. Hemos estado caminando por allí admirando ese paisaje tan maravilloso, y parece que, en general, la idea ha funcionado, si exceptuamos algunos casos como el de Lusio y Mika.
Cuando llegaron a la camioneta, Cal abrió la puerta de atrás, ató a Sergei con la correa y le puso el agua y la comida.
– ¿Qué monitor era ése?
– Ralph Thorn.
– ¿Uno con el pelo trigueño?
– Sólo un viejo granjero como tú lo describiría así.
– ¿Y cómo lo describirías tú? -dijo él con una sonrisa.
– No sé. No lo he pensado realmente.
No era del todo verdad. Ralph le había parecido al principio un joven apuesto y simpático, pero su comportamiento en el lago la había decepcionado. Se había ido con uno de los muchachos de su grupo que se había portado mal con Mika y Lusio y no había vuelto hasta varias horas después, dejándole sola con los dos grupos. No podía entenderlo y pensaba informar de ello al jefe Rossiter.
– Estuvo aquí el año pasado -dijo Cal, como si hablara consigo mismo.
– Sí, eso me dijo. Y que observó algunas diferencias entre tu anterior jefe y tú.
– Bueno, yo soy unos años más joven que Paul. Me alegro de que se diera cuenta.
– No creo que se refiriera a eso -dijo Alex, echándose a reír.
Cal era tan atractivo que ningún hombre querría que le compararan con él.
– ¿A qué crees tú entonces que se refería?
– Creo que se sorprendió de verte con Sergei.
– Bueno, a algunas personas les dan miedo los perros.
– No, si van acompañados de un ranger federal. Los chicos dicen que se sienten más seguros sabiendo que le llevas contigo a todas partes.
– ¿Sientes tú lo mismo? -preguntó él.
– Siempre me he sentido segura contigo. Los que no se sentirán tan seguros serán los osos cuando vean a Sergei.
Cal sonrió complacido y sus dientes blancos parecieron brillar en la noche. Estaba irresistible.
– ¿Sabías que, si fui a Redding a conseguir un perro como Sergei, fue gracias a ti?
Cal estaba desconocido. Ella no esperaba tantas concesiones por su parte.
– ¿Quién? ¿Moi?
– No sabía que hablaras francés -dijo él bromeando.
– No, sólo un par de palabras. Estuve en Francia muy poco tiempo.
– El suficiente para comprar una botella de Chardonnay. Te la dejaste en la cesta del picnic con una bolsita de cruasanes de la que el ranger Ness y yo dimos buena cuenta.
Alex sintió un calor intenso en las mejillas. Aquella famosa tarde se había marchado tan precipitadamente de la torre que se había dejado la cesta que le había llevado.
– Me alegro de que no se desaprovechara.
– El vino lo tengo guardado. Tal vez podamos tomar un copa una noche que tengamos libre los dos.
¿Qué estaba pasando con él? Quizá sólo estuviera bromeando. Aunque Cal era aún más irresistible cuando estaba de broma.
– Con un perro y dieciséis adolescentes, no creo que haya muchas ocasiones.
– Eso déjalo de mi cuenta.
En ese instante, Sergei, que había terminado de comer, se fue directamente hacia Alex y se puso a dar vueltas alrededor de ella, liándole las piernas con la correa.
– ¡No me puedo mover! ¡Estoy presa! -dijo ella, echándose a reír-. ¿Es un nuevo truco que le has enseñado?
Cal se acercó más a ella, dejándola casi sin aliento con su sonrisa.
– No. Éste es de su invención. Parece que no quiere que te vayas.
En un esfuerzo por ocultar sus emociones, Alex se inclinó hacia Sergei para darle un abrazo.
– Creo que el ranger Hollis te ha enseñado algunas picardías y luego te echa a ti la culpa.
– ¿No te parece que deberías empezar a llamarme Cal? Hemos acordado hacer borrón y cuenta nueva del pasado.
Desde que había llegado allí esa noche, parecía como si fuera un hombre distinto. Estaba desconcertada.
Cal se agachó y le desató la correa de las piernas.
– Está bien -dijo ella, aún algo confusa, mientras Cal dejaba el plato de Sergei en la camioneta.
– Ven a dar una vuelta con nosotros antes de irnos a dormir -dijo él.
Ella asintió con la cabeza. Sentía curiosidad por saber a dónde quería llegar. Comenzaron el paseo bordeando los árboles que había alrededor de las cabañas.
– ¿Alguien te ha llamado alguna vez Alexis? Vi el nombre impreso en el folleto.
De nuevo, Cal parecía querer llevar la conversación al terreno de lo personal.
– Sólo mi madre. ¿Y a ti Calvin? -preguntó ella entrando en el juego.
– Mi madre.
Ella se echó a reír, aunque no acababa de sentirse a gusto con aquella nueva faceta suya.
– Bueno, Cal -dijo ella, tratando de acabar con aquel juego-, ¿por qué no me dices de una vez lo que querías decirme sobre Mika y Lusio? Estoy cansada, me gustaría irme a la cama.
Ella sabía que no conseguiría conciliar el sueño esa noche, pero él no tenía por qué saberlo.
Cal se detuvo.
– Sé el interés que tienes en que los chicos acaben amando este lugar. Yo también, aunque no te lo creas.
– Has estado muy amable con ellos desde que llegaron y te has ganado su amistad. Saben leer en los corazones de la gente. Y eso es ya suficiente demostración para mí.
– ¿Suficiente como para considerarme un amigo?
¿Un amigo? ¿Después de lo que había ocurrido aquella tarde en la torre de vigilancia? ¿Después de que se hubiera casado con Leeann sin que ella supiera nada?
Verle como un amigo suponía borrar ciertos recuerdos que se habían convertido en una parte esencial de su vida. Pero también era fundamental que él dejara de verla como aquella jovencita enamoradiza del pasado.
– Por supuesto. Los buenos amigos nunca sobran. Hasta que entraste por la puerta del restaurante esta noche, los chicos estaban muy desilusionados, querían volverse a Nuevo México por la mañana.
– ¿Qué pasó para que se sintieran así?
– Un muchacho del grupo de Ralph, llamado Steve, tenía mucho interés en subir al lago, pero nadie quería ir con él, salvo Lusio y Mika. Cuando Steve vio que eran ellos los únicos que querían acompañarle, cambió de opinión y dijo que ya no quería subir. Ralph me pidió que me quedara al cuidado de su grupo mientras él se llevaba aparte a Steve para hablar con él y reprenderle por su conducta. Pero el daño ya estaba hecho. Tu intervención fue providencial.
– Era lo menos que podía hacer.
– «Un ranger siempre está listo para ayudar a los demás». Sí, conozco vuestro lema. Pero tú, en particular, tienes el don de estar en el sitio indicado en el momento adecuado.
– Los chicos se lo merecen -dijo Cal-. ¿Qué te parece si, después del desayuno, les digo que se vengan conmigo a Sugar Pines? Por el camino les podría enseñar los sitios donde tendrían que trabajar. Si les gusta, tenía pensado ponerles con otros dos chicos paiutes de su misma edad con los que harán buenas migas.
– Me parece bien. No se puede pedir más. Mika y Lusio, como el resto de los muchachos, están acostumbrados a manejar una camioneta y a quitar la maleza.
– Entonces, nos serán de gran ayuda.
– Tenlo por seguro. Gracias por todo y hasta mañana. Tú termina tu paseo con Sergei. Buenas noches.
Y, sin entretenerse siquiera a despedirse del perro, se dirigió a buen paso a su cabaña.
Tan pronto entró, cerró la puerta y se quedó con la espalda apoyada en ella. Estaba desconcertada. Encontraba más asequible al Cal de antes, aquél que no había querido saber nada de ella en los últimos seis años pero que le había devuelto su beso con tanta pasión, que al de ahora, tan amable y complaciente. Resultaba paradójico.
Se metió en la cama y se acurrucó bajo las sábanas. Al calor de la habitación creyó comprender la situación. Leeann llevaba un año ausente de la vida de Cal, pero él aún no la había olvidado. Se sentía solo y la echaba de menos.
Ahora estaría allí fuera con Sergei, rumiando su dolor y deseando tener a su lado una mujer que llenase el vacío de Leeann. Cualquier mujer. Daba igual. Incluso ella.
Alex se despertó temprano a la mañana siguiente e hizo unas llamadas a las familias de los chicos para contarles cómo iban las cosas. Los comentarios entusiastas de los padres la llenaron de optimismo.
A las ocho, salió de la cabaña con unos pantalones vaqueros y una sudadera azul marino. Hacía un día soleado y el cielo estaba limpio y azul. El paisaje de la montaña estaba más hermoso que nunca. Fue al aparcamiento a dejar la mochila en el microbús. De camino a la cafetería, vio a los muchachos debajo de unos árboles con Cal. Estaban viendo a Sergei practicando algunos trucos.
Cuando levantó la vista, vio un par de ojos azules muy brillantes junto a ella.
– Y ahora que Sergei tiene aquí a su heroína -dijo Cal-, os demostrará que también sabe besar.
Alex vio la sonrisa de Cal Hollis y sintió como un aleteo de mariposas en la boca del estómago. Los chicos no paraban de reírse. Cal tenía un gran carisma. Había conseguido rápidamente que confiaran en él.
Ella se acercó a Sergei, se agachó hasta ponerse a su altura y le pasó la mano por el lomo.
– Eres mi amigo, ¿verdad?
Sergei le lamió la cara un par de veces, entre el regocijo de los chicos. Cuando miró por encima de la cabeza del animal, vio a Cal con la mirada puesta en su boca.
En otro tiempo, se habría derretido con una mirada así. Pero ahora no estaba dispuesta a hacer de bálsamo curativo. Que otra mujer le consolase.
Después de acariciar a Sergei en la cabeza, entró en la cafetería y pidió el desayuno para todo el grupo, incluyendo a Cal. Un minuto después apareció él, sin el perro.
– Sergei ya ha desayunado -dijo él, como respondiendo a la pregunta que creía ver en sus ojos-. Pero no le gusta que le enjaulen.
– A ningún ser vivo le gusta.
– Eso no admite discusión, señorita.
Cal vivía en las montañas, pero ella sabía que no eran suficientes para aliviar el dolor que sentía por la ausencia de Leeann.
– Te he pedido el desayuno.
– ¿Cómo sabías lo que quería?
– He pedido lo mismo para todos.
– ¡Vaya! ¡Con lo que me gustan las sorpresas! -replicó él arqueando una ceja.
No, no le gustaban, al menos de ella. Pero habían decidido ser amigos. Si quería respetar el pacto, tenía que comportarse como si se acabasen de conocer.
– Para ti es fácil decirlo, habrás comido aquí más de cien veces.
– Me declaro culpable de los cargos -dijo él con una sonrisa.
Alex se dio la vuelta en busca de alguna mesa libre cerca de su grupo y casi se tropezó con el monitor pelma del pelo negro de punta.
– Hola, Alex -dijo el hombre con una mirada descarada-. Por si no lo recuerdas, soy Brock.
– Tenía tu nombre en la punta de la lengua. ¿Has venido aquí a sacar fotos? Es un día perfecto.
– Eso es justo lo que pensé cuando me levanté esta mañana. ¿Te gustaría hacer una excursión conmigo a Lembert Dome?
– Te agradezco la invitación, pero me temo que no voy a poder. Estoy aquí con mi grupo.
Brock miró a Cal, que estaba ayudando a la camarera a distribuir los platos en la mesa.
– Es la segunda vez que te veo por aquí con ese ranger. Si tienes algo con él, dímelo ahora.
Tanto él como Ralph parecían obsesionados con Cal. ¿Por qué? Le irritaba su tono agresivo. No entendía cómo le habían contratado como monitor.
– No, no hay nada entre nosotros. Ha sido sólo una coincidencia. Ahora, si me disculpas, voy a desayunar.
– ¿Te importaría si me siento a tu lado mientras pido el mío?
No era el momento de hacer una escena.
– No faltaría más.
Alex se dirigió a la mesa donde Cal estaba esperándola.
– ¿Ranger Hollis? Éste es Brock. Seguramente le recordarás. Estuvo en el curso de orientación. Trabaja en Crane Flat. Lo siento, no recuerdo tu apellido.
– Giolas.
– Siéntate, Brock -dijo Cal, estrechándole la mano-. ¿Cómo va todo por el campamento?
– No me puedo quejar.
Al poco de sentarse, la camarera le sirvió el desayuno. Todos se pusieron a desayunar.
– ¿Y que te ha traído por Yosemite? -le preguntó Cal.
– El paisaje.
– Brock es un fotógrafo independiente, ¿sabes?, un free lance -intervino Alex, ante la clara de satisfacción de Brock, que parecía muy orgulloso de que lo recordara.
– Aquí siempre tendrás algo que fotografiar -dijo Cal.
Cuando Alex se terminó la tortilla echó una ojeada a los muchachos y vio que habían terminado ya todos de desayunar y que estaban ansiosos por ponerse en marcha.
– Si me disculpáis, los chicos están ya preparados para subir al microbús -dijo ella levantándose de la mesa-. Ha sido un placer volver a verte, Brock.
– Lo mismo digo.
Alex había pagado antes la factura y salió de la cafetería con los chicos. Había encontrado la excusa perfecta para perder de vista a Brock. Cal debió de leerle el pensamiento porque no hizo la menor objeción.
Cuando los muchachos dejaron sus cosas en el maletero del microbús y se sentaron en sus sitios, Alex abrió su mochila y les entregó los teléfonos móviles.
– Durante el trayecto podéis llamar a vuestras familias. Echó luego un vistazo por la ventanilla y vio a Lusio y a Mika junto a la camioneta de Cal, esperándole. Se bajó del microbús y se acercó a ellos.
– El ranger Hollis os llevará con él a Sugar Pines. Si no estoy allí cuando lleguéis, llamadme por teléfono y yo iré a recogeros. Aquí tenéis vuestros móviles.
Mientras se los estaba dando, vio a Brock saliendo de la cafetería en dirección a un Nissan Sentra blanco. Cuando se marchó, Cal salió de la cafetería y se dirigió a ellos.
– Señorita Harcourt, ¿le podemos llamar Cal al ranger Hollis? Él nos dijo que sí.
– Podéis hacerlo, pero sólo cuando estéis a solas con él.
– Prometo devolvértelos sanos y salvos -dijo él, abriendo la portezuela para que subieran a la camioneta.
– Tienen suerte de estar contigo.
– Es conmovedor el cariño que les tienes.
– Son tan nobles y sensibles… -dijo ella con un nudo en la garganta-. Los quiero mucho.
– Salta a la vista. De lo contrario, no te habrías aventurado a venir a este lugar salvaje con un grupo de chicos que no han salido nunca de su casa.
– Gracias por haber venido aquí a verlos, Cal.
Unas horas después, el microbús llegó al área de Curry Village. Los muchachos tenían ya hambre, querían quedarse a comer allí y luego ir a ver un poco la zona. Cuando todos se bajaron y ella estaba a punto de cerrar la puerta del microbús, Nicky Rossiter y Roberta Jarvis se presentaron allí. El hijo del jefe tenía ocho años y Roberta era cuatro años mayor que él.
– ¡Hola, Alex! -dijeron los dos niños a coro.
– Hola, ¿qué tal? ¿Cómo vosotros por aquí?
– Acabamos de comer. Hemos tomado unos tacos.
– Aquí hacen muy bien los tacos, ¿verdad? -ellos asintieron con la cabeza-. ¿Adónde vais?
– A la oficina central -respondió Nicky-. Nuestros papás están en una reunión.
– Y tu mamá, ¿dónde está?
– En casa durmiendo la siesta, aprovechando que mi hermanito Parker está dormido.
– Seguro que lo necesita. ¿Y tu madre, Roberta?
– Se fue el viernes a San Francisco a ver mis abuelos. Volverá esta noche.
– ¿Querrías decirle que me gustaría presentarle a mi grupo de voluntarios? A ellos les encantaría que tu madre les enseñase algunas cosas de arqueología.
– Por supuesto. A ella también le encantaría. Le diré que te llame.
– Gracias. Estoy en el albergue de la estación de esquí de Sugar Pines.
– Sí, lo sé.
Alex se fijó entonces en Nicky y le pareció que la miraba con ojos implorantes.
– ¿Podríamos dar una vuelta en su microbús?
– Estaba a punto de preguntaros si os gustaría montaros. Subid -los niños no se hicieron de rogar-. Sentaos donde queráis, pero abrocharos el cinturón de seguridad.
– ¡Qué bien! -exclamó Nicky-. Siempre he tenido la ilusión de montar en un coche como éste.
– ¿Queréis ir directamente a las oficinas o preferís que hagamos antes un tour guiado por el valle? -dijo Alex sonriendo.
– ¡Un tour! Y que dure mucho. Tenemos que esperar a que nuestros padres salgan de sus reuniones.
– A mí también me tocaba esperar al mío. ¿Os habéis abrochado ya los cinturones?
– ¡Sí!
– Muy bien. Pero, antes que nada, tenemos que pedir permiso a vuestros padres.
Apretó la tecla del móvil que tenía configurada con el número de teléfono del jefe Rossiter, pero no hubo respuesta. Decidió dejar entonces un mensaje diciendo que los niños estaban con ella y que estarían de vuelta en la oficina central en veinte minutos.
Puso en marcha el vehículo y conectó el micrófono de manos libres.
– Damas y caballeros, bienvenidos a bordo del expreso de H & H. ¿Qué cosas fabulosas hay en Yosemite? Yo se lo diré: docenas de praderas incomparables, más de un centenar de lagos, cascadas tan altas como un rascacielos de doscientos pisos, árboles del tamaño de un cohete espacial y montañas tan grandes como… montañas. Hay incluso playas. Es más grande que muchos países de Europa y casi del tamaño de Rhode Island.
– ¡Bien! -gritaron los niños muy entusiasmados, sintiéndose unos turistas adultos.
– Hoy tenemos dos personas muy importantes entre nosotros, Nicky y Roberta. El padre de Nicky es el jefe de todo el parque y el de Roberta es el ayudante jefe de todo el parque. Ahora vamos a hacer un recorrido por Yosemite Valley, así que siéntense todos y a disfrutar.
Nicky se puso a soltar vivas. Roberta estaba igual de emocionada, pero permaneció callada, para que se notara que era ya mayor. Veinte minutos después, Alex se detuvo frente a la fachada del edificio de las oficinas del parque.
– ¡Eh! ¡Ahí están nuestros padres! -exclamó Nicky, bajando la ventanilla-. ¡Hola, papá!
– ¡Hola, papá! -dijo Roberta.
Los dos hombres se acercaron al autobús. Alex abrió la puerta y ellos subieron con una sonrisa. Chase abrazó a su hija.
– Parece que te lo has pasado en grande, ¿eh?
Roberta asintió con la cabeza.
– Es el día libre de Alex. Le pedimos que nos llevara a dar una vuelta en su microbús.
– ¡Sí! -exclamó Nicky muy entusiasmado-. Ella sabe más que todos los rangers juntos. Nos ha dicho que tenemos en el parque árboles tan grandes como cohetes espaciales.
El niño tenía una sonrisa contagiosa. Vance no cabía en sí de satisfacción.
– Tienes razón hijo, Alex es muy inteligente. Por eso forma parte de nuestro equipo y por eso tengo que hablar con ella. ¿Por qué no te vas a casa con Chase y Roberta? Yo estaré allí en unos minutos.
– Como tú digas, papá. ¡Gracias, Alex! Ha sido muy divertido. ¿Nos llevarás otra vez?
– Claro que sí.
– Has sido muy amable, Alex. Muchas gracias -dijo Roberta dándole un abrazo.
– No hay de qué -respondió ella.
Los niños y Chase se marcharon. El jefe Rossiter subió al microbús y se sentó en la primera fila junto a ella.
– Gracias por el mensaje. Y gracias también por la tarde tan feliz que le has hecho pasar a Nicky.
– Yo también me lo he pasado muy bien con ellos. Nicky es encantador.
– Sí, yo opino igual -dijo él sonriendo-. Ahora dime, ¿cómo les va a tus voluntarios?
– Mejor de lo que había pensado. Y todo gracias al ranger Hollis -respondió ella, y le explicó la conversación que había tenido Cal con Lusio y Mika.
– Ha hecho lo que debía hacer. Me alegra que se involucre en esta clase de asuntos. ¿Alguna información más?
– Bueno, tenía intención de llamar a Beth por la mañana para concertar una reunión con usted.
– Bueno, ahora que estoy aquí ya no hace falta. Cuéntame de qué se trata.
– Me preocupan un par de cosas. Brock Giolas, el nuevo monitor del grupo de Crane Flat, no parece que encaje con el perfil habitual de las personas que trabajan aquí. Es un tipo con unos modales algo… bruscos. Lo primero que quería saber era si el ranger Hollis y yo éramos pareja. Soltó la pregunta así de sopetón si ninguna delicadeza.
– Si yo estuviera soltero quizá te habría hecho también la misma pregunta.
– Usted no se parece en nada a él -dijo Alex con una sonrisa-. Usted tiene un carácter amable y toda la gente le aprecia y le respeta. Brock a veces es grosero. Por supuesto, es sólo una impresión, pero aún sigo preguntándome cómo consiguió que le contrataran. Es un fotógrafo de Las Vegas que trabaja como free lance en su tiempo libre. Si yo fuera un turista en apuros, sería a él al último al que pediría ayuda.
Mientras ella hablaba, Rossiter fue tomando notas en una libreta que sacó de un bolsillo.
– ¿Alguna cosa más?
– Ralph Thorn es uno de los monitores de Sugar Pines que estuvo ya aquí el verano pasado. Me propuso ayer que lleváramos a nuestros grupos a Tenaya Lake para se fueran haciendo amigos -comenzó Alex, y le explicó el incidente de Lusio y Mika con el chico del otro grupo-. Me pidió que me quedara al cuidado de su grupo mientras él se iba con Steve Minor. Pensé que sería sólo cosa de unos minutos.
– ¿Y cuanto tiempo tardó en volver? -preguntó Rossiter.
Dos horas y media -el jefe frunció el ceño al oírlo-. Después de media hora, empecé a pensar que podría haber pasado algo y le llamé por teléfono, pero tenía el móvil apagado.
– Algo sospechoso, ¿no te parece?
– Sí. De hecho, estaba muy preocupada. Tenía en ese momento a mi cargo a los treinta chicos de su grupo, además de los míos. Si hubiera ocurrido algo, no sé si habría podido solucionarlo yo sola. Llevábamos ya mucho tiempo esperando, algunos chicos tenían hambre y querían volver a Sugar Pines. Creo que Ralph quebrantó una de las normas básicas que nos enseñaron en el curso de orientación.
– Tienes razón.
– Y también hizo caso omiso de la regla que prohíbe que un monitor se quede a solas con un menor. Tenemos esa misma regla en Hearth & Home. No estoy acusando a Ralph de nada, pero si hubiera habido un problema de ese tipo, Steve habría estado a su merced.
– ¿Y qué hiciste? -preguntó Vance.
– Estaba a punto de telefonear al ranger Sims para que viniera a ayudarme cuando Ralph apareció. Le pregunté por qué no había respondido a mi llamada y dijo que había perdido su iPhone en algún lugar y habían estado buscándolo y que por eso habían tardado tanto -dijo Alex, con un manifiesto tono de reproche-. No me convenció su explicación. Un teléfono puede reemplazarse por otro. Si lo hubiera perdido, debería haber vuelto al lugar donde le estábamos esperando. Podría haber vuelto luego a buscarlo después de acabar su servicio. En ese momento no le quise hacer más preguntas para que los chicos no pensaran que le estaba interrogando.
– ¿Podrías describirme la zona donde ocurrieron los hechos? -preguntó Vance.
Alex le detalló lo mejor que pudo el área de Tenaya Lake donde habían acampado.
– Le pediré a Chase que abra una investigación. Le diré que hable con Steve antes de tomar ningún tipo de acción contra Ralph, y le diré también que tenga cuidado para no involucrarte a ti en el asunto.
– Se lo agradezco -dijo ella, suspirando aliviada.
– ¿Algo más?
Alex se mordió el labio inferior.
– Bueno hay una cosa… pero lo más probable es que no sea una tontería.
– Déjame que sea yo quien lo juzgue.
– La otra noche, cuando Cal llegó a Sugar Pines con el ranger Sims para darles una charla a los chicos, Ralph hizo un comentario acerca de que el ranger Thomas estaba en contra de la idea de introducir perros de raza Carelia en el parque. Añadió que los experimentos que se habían realizado en el estado de Washington con ese tipo de perros no habían dado ningún resultado positivo. No sé por qué, pero me dio la impresión de que tenía algún interés por desprestigiar a Cal. Luego me preguntó si el ranger Hollis y yo teníamos alguna relación.
– Ya son dos los que te encuentran atractiva.
– Pero ninguno de ellos se comportó como un joven normal que espera conseguir una cita -alegó ella.
– Comprendo. ¿Sabes alguna cosa más sobre Ralph?
– Parece que trabaja como psicólogo en la escuela pública de Torrance durante el resto del año. Los otros dos voluntarios de Sugar Pines me dijeron que era un tipo agradable, pero que el año pasado les pareció bastante reservado. Eso es todo lo que sé hasta ahora.
Vance terminó de hacer sus anotaciones y se volvió a guardar la libreta en el bolsillo.
– Muy bien, Alex, esto es lo que esperaba de ti cuando te contraté. ¿Dónde está Ralph ahora?
– No estoy segura. Cuando nos separamos ayer en el lago, yo seguí con mi grupo hacia Tioga Pass y no le he vuelto a ver desde entonces.
Alex pudo percibir un gesto de recelo en la mirada del jefe.
– ¿Les gustó a los chicos?
– Mucho. Estaban muy contentos cuando llegamos anoche al complejo de Tioga Pass.
– Bert Rodino dice que están trabajando muy bien y con mucho entusiasmo -dijo Vance levantándose del asiento-. Tanto ellos como tú estáis haciendo una gran labor. Seguid así.
– Todos le estamos muy agradecidos por habernos dejado venir a este sitio tan maravilloso.
Rossiter se bajó del microbús y la saludó con la mano mientras ella partía hacia Sugar Pines.
Durante todo el tiempo que Alex había estado hablando con el jefe Vance, había tenido la mente puesta en Cal. Necesitaba pensar en otra cosa para no volverse loca.