Si no hubiera sido por Rule, Cathryn se hubiera divertido. Por fuera parecía feliz, riendo y hablando, pero por dentro se sentía desgraciada. Era como si él estuviera en medio de los dos, invisible para todo el mundo menos para ella. Si se reía, pensaba en Rule, inmóvil en la cama esperando que fuera a él porque él era incapaz de levantarse e ir a por ella y entonces se sentía culpable por reírse. Se sentía culpable de todos modos, porque Glenn era un compañero divertido, poco exigente y ella no le podía prestar toda su atención.
Una vez en el partido fue capaz de concentrarse en el juego y apartar a Rule de sus pensamientos. Nunca había sido una gran admiradora del béisbol, pero le gustó mirar a la muchedumbre. Había gente de todas formas, tamaños y vestimentas. Una pareja estaba, obviamente, encandilados, sin prestar ninguna atención al partido de béisbol y dedicándose al romance ante miles de testigos. Un hombre sentado justo abajo de ellos llevaba sólo unos zapatos de lona y un cortísimo pantalón; se había atado la camisa alrededor de la cabeza y aplaudía igual de fuerte a los dos equipos. Glenn era de la opinión que no sabía cual era su equipo.
Pero incluso observar a la gente tenía sus momentos dolorosos. Vio a un hombre con el pelo negro y espeso y la respiración se le detuvo durante un doloroso instante. ¿Qué estaría haciendo Rule ahora? ¿Había comido algo? ¿Tenía dolores?
Ella lo había contrariado y el doctor había dicho que tenía que estar tranquilo. ¿Y si intentaba levantarse y se caía?
Era consciente, como si un profundo escalofrío le recorriera los huesos, de que si no había estado furioso antes, lo estaría ahora. Pero no podía anular la cita con Glenn en el último minuto; Glenn era demasiado agradable para tratarlo con tanta desconsideración. Quizás lo habría entendido y hubiera sabido aceptarlo sin enfadarse, pero Cathryn consideró que habría sido una descortesía después de que había comprado las entradas para el partido.
Lágrimas repentinas y amargas le quemaron los ojos y tuvo que girar la cabeza para que Glenn no se diera cuenta, fingiendo que observaba la muchedumbre. Deseó estar en casa, estar bajo el mismo techo que Rule, así podría pasar por su habitación y asegurarse de que estaba bien, aunque estuviera tan enfadado como para morder. ¡Amor! ¿Quién había dicho que el amor hacía girar el mundo? El amor era un dolor que mataba, una adicción que exigía ser alimentada; incluso aunque doliera sabía que lo amaría de cualquier forma. Rule era una parte de ella, tanto que sólo estaría medio viva sin él. ¿Es que aún no lo había aprendido?
Amaba a Rule y amaba el rancho, pero entre los dos la estaban volviendo loca. No sabía cuál era más exigente y lo que sentía hacia ambos sólo complicaba las cosas.
Echando una ojeada a Glenn, comprendió que no podía imaginarse a Rule sentado allá en el estadio, mordisqueando un perrito caliente y bebiendo cerveza aguada. Nunca había visto a Rule relajándose con algo. Se presionaba a sí mismo hasta que estaba tan cansado que tenía que irse a dormir, luego comenzaba el mismo ciclo a la mañana siguiente. Leía mucho, pero no se podía decir que fueran lecturas de entretenimiento. Leía gruesos libros técnicos de cría y genética; estudiaba linajes que se mantenían con medicinas nuevas y métodos veterinarios. Su vida transcurría alrededor del rancho. Había ido al baile, pero no había participado. Había ido sólo para asegurarse de que ella no se iba con otro hombre. ¿Existía algo para él excepto ese rancho?
De repente una ola de resentimiento la recorrió. ¡El rancho! ¡Siempre el rancho! Sería mejor si lo vendiera. Puede que perdiera a Rule, pero al menos sabría de una u otra manera lo que sentía por ella. Amargamente comprendió que estaba mucho más celosa del rancho de lo que nunca había estado de una mujer. Los intentos de Ricky por atraer las atenciones de Rule la habían enfurecido, pero también le daba lástima, porque Cathryn sabía que su hermanastra no tenía ninguna posibilidad. Ricky no tenía lo que importaba; era ella la que tenía el rancho.
Si tuviese agallas le preguntaría a Rule sin rodeos lo que quería de ella. Esa era la parte dura de amar a alguien, pensó amargamente; te dejaba tan insegura y vulnerable. El amor convertía personas cuerdas en maníacos, valor en cobardía, principios morales en temblorosas necesidades.
Cuando Glenn se levantó, se estiró y bostezó, comprendió que el partido había terminado y tuvo que mirar rápidamente el marcador para averiguar quién había ganado. Los Astros, pero sólo de una carrera. Había sido un juego de puntos bajos. Un duelo de pitchers en vez de bateadores.
– Parémonos a tomar un café antes de emprender el camino de vuelta -sugirió Glenn-. Sólo me he tomado una cerveza pero quiero estar bien despejado antes de ir al avión y empezar a volar.
Al menos él todavía estaba cuerdo, pensó Cathryn. En voz alta dijo que el café le parecía muy buena idea y se pasaron una larga hora en la cafetería del aeropuerto. Era consciente de como iban pasando los minutos, consciente de que si Rule estaba todavía despierto, a estas horas estaría temblando de furia. El pensar en eso la hizo estar ansiosa y a la vez reacia por volver, queriendo aplazarlo lo más posible.
Cuando ya se habían puesto los cinturones de seguridad en sus asientos del avión, pareció que iba a conseguir su deseo. Bruscamente Glenn apagó el motor.
– No hay presión en el combustible -refunfuñó saliendo de su asiento.
El carburador se había estropeado. Llevó su tiempo encontrar otro e instalarlo, por lo que ya era medianoche cuando finalmente estuvieron en el aire. Glenn llevó el avión a su hangar y la condujo a casa. Después de besarla amistosamente en la mejilla y dejarla en la puerta, ella se quitó los zapatos como una adolescente entrando a hurtadillas en su casa tras regresar tarde de una cita, y fue de puntillas por la casa sumida en la oscuridad, evitando los puntos en que el viejo piso crujía.
Cuando pasó de puntillas por delante de la puerta de Rule, vio la delgada línea de luz bajo ella y vaciló. El hombre no llegaba a la lámpara para apagarla. Si todos se habían ido a la cama sin girar la lámpara, la luz le molestaría durante toda la noche. Y no es que quedara mucha noche, pensó irónicamente divertida. ¿Por qué no admitía que lo que quería era mirarlo? Habían pasado unas treinta y seis horas sin verlo y de repente le pareció demasiado tiempo. Como una drogadicta, necesitaba su dosis.
Moviéndose despacio, cautelosamente, abrió la puerta y echó una ojeada. Al menos estaba acostado, o sea que alguien se había acordado de ayudarlo a colocarse. Tenía los ojos cerrados y los amplios y pesados músculos de su pecho se movían acompasadamente.
Un pequeño y cálido temblor la traspasó y agitó su alma. ¡Dios, era tan atractivo! Su oscuro y sedoso pelo estaba despeinado, su mandíbula oscurecida por un inicio de barba; un poderoso brazo se alzó para apoyarse al lado de la cabeza, su mano estaba relajada. Recorrió con la mirada el brillo de sus hombros bronceados, el brote viril del vello oscuro que cubría su pecho y llegaba al abdomen, luego su mirada se detuvo en el la parte desnuda de su musculoso muslo que estaba a la vista. La sábana le llegaba justo hasta debajo del ombligo, pero su pierna izquierda estaba completamente destapada, con el yeso apoyado sobre el montón de almohadas.
Temblando ante la vista de su belleza masculina, anduvo silenciosamente hacia la cama y se inclinó para alcanzar el interruptor de la lámpara. No hizo ningún ruido, estaba segura, pero bruscamente su brazo derecho salió disparado y sus dedos se enroscaron en la muñeca de ella. Sus ojos oscuros se abrieron y la miró durante varios segundos antes de que el destello salvaje de las profundidades oscuras se desvaneciera.
– Cat -refunfuñó.
Estaba dormido como un tronco. Lo habría jurado. Pero sus instintos eran todavía muy agudos, preparados para la batalla, consciente de cualquier cambio en su entorno, de cualquier presencia, y su cuerpo había actuado incluso antes de despertarse. Vio como la selva se desvanecía de su mente y recordaba donde estaba. Su mirada de puro salvajismo cambio a una de cólera. La presión de sus dedos disminuyó, pero no lo bastante como para permitir que se apartara. En vez de eso, la atrajo hacia él, inclinándola sobre la cama en una posición embarazosa, sosteniéndola por la fuerza del brazo.
– Te dije que te mantuvieras alejada de Glenn Lacey -gruñó suavemente, manteniéndola tan cerca que su respiración le acarició la mejilla.
¿Quién se lo había dicho? Se preguntó tristemente. Podría haber sido cualquiera. El rancho entero debía haber visto a Glenn cuando fue a buscarla.
– Me había olvidado que había quedado con él -confesó manteniendo el tono de voz bajo-. Cuando llamó ya había comprado entradas para el partido de béisbol que jugaban en Houston y no podía rechazarlo después de haberse tomado tantas molestias. Es un buen hombre.
– Como si lo quieren canonizar -contestó Rule, todavía con el mismo tono amenazador, suave y sedoso-. Te dije que no te permitiría que salieras con otros hombres y lo dije en serio.
– ¡Ha sido sólo una vez, y además, tú no eres mi dueño!
– ¿Ah, no? Eres mía y haré lo que haga falta para retenerte.
Lo miró cautelosa y dolorosamente.
– ¿Qué harías? -murmuró, asustada de saber demasiado bien cual sería su reacción si vendía el rancho. La odiaría. La abandonaría tan rápido que nunca se recobraría de la devastación que iba a sentir.
– Provócame y lo averiguarás -la invitó-. De todas formas es lo que has estado haciendo. Provocándome, intentando encontrar los límites de la cadena invisible que tienes alrededor de tu bonito cuello. ¡Bien, cariño, los has encontrado!
La presión del brazo continuó y la acercó aún más. Cathryn apoyó el brazo izquierdo sobre la cama e intentó liberarse, pero incluso acostado era mucho más fuerte que ella. Dio un suave grito cuando su brazo cedió y quedó tumbada, atravesada, sobre él, intentando desesperadamente no golpearlo a él o a su pierna rota.
Rule le liberó el brazo y metió la mano entre su pelo, enredando los dedos en su largo y sedoso cabellos y obligándola a bajar la cabeza.
– ¡Rule! ¡Basta! -gimió un momento antes de que la boca masculina se pegara a la suya.
Intentó rechazar el beso manteniendo los dientes apretados y los labios firmemente cerrados. Falló en ambas cosas. Sin hacerla daño, le cogió por la mandíbula y aplicó la presión suficiente para abrirle la boca, y su lengua se movió entre la barrera de sus dientes, encendiendo pequeños fuegos por donde pasaba. Aturdida, sintió como las fuerzas la abandonaban y se hundió lánguidamente contra él.
La besó tanto tiempo y con tanta fuerza que supo que al día siguiente sus labios estarían hinchados y amoratados, pero ahora en lo único que podía pensar era el en sabor embriagador de él, el empuje sensual de su lengua, los pequeños y calientes mordiscos que usaba tanto como castigo como recompensa, dándoselos en la boca y bajando hacia la garganta y pasando sobre la sensible clavícula hacia la suave curva de su hombro. Sólo en ese momento comprendió que había desabotonado el frente de su vestido y lo había apartado. Gimió.
– Rule… ¡basta! No puedes…
Con cuidado él dejó caer la cabeza sobre las almohadas, pero no la soltó. Con la mano empujó hacia abajo la copa de su sujetador y sostuvo el pecho en su palma caliente.
– No, yo no puedo, pero tú sí -murmuró.
– No… tu cabeza… tu pierna -protestó incoherentemente, cerrando los ojos ante el ardoroso placer que corría por sus venas mientras él continuaba acariciándola.
– En estos momentos mi cabeza y mi pierna no me molestan -la acercó aún más y la besó de nuevo, insistiendo para conseguir la respuesta que sabía que ella podía darle. Volvió a besarla profundamente y ella se hundió contra él una vez más.
Movió hacia abajo los tirantes de su sujetador hasta que cayeron; luego llevó la mano a su espalda y hábilmente le desabrochó los corchetes, dejando completamente libres sus pechos.
– Por favor -murmuró Cathryn ahogadamente, sin saber si era un ruego para que se detuviera o para que continuara. Se estremeció violentamente cuando sintió la mano masculina bajo su falda acariciándola osadamente y aunque siguiera murmurando súplicas mezcladas con protestas, se pegaba a él con toda la fuerza de sus brazos.
Rule gimió profundamente y cogiendo la pierna femenina la pasó sobre sus caderas, colocándola sobre él. Las lágrimas humedecieron las mejillas de Cathryn, aunque no era consciente de que lloraba.
– No quiero hacerte daño -sollozó.
– No me lo vas a hacer -canturreó él dulcemente-. Por favor, cariño, haz el amor conmigo. ¡Te necesito tanto! ¿No puedes sentir lo mucho que te deseo?
En algún momento durante esas atrevidas caricias íntimas, él le había quitado las braguitas, con impaciencia, rasgando la barrera de seda que mantenía ocultos los secretos de su cuerpo. Sus manos la guiaron lentamente, bajándola sobre él hasta que estuvieron totalmente unidos.
Fue algo tan dulce y salvaje que casi gritó pero pudo ahogar el sonido en su garganta en el último momento. Era consciente con cada fibra de su cuerpo de la particular sexualidad de un hombre que se recuesta para dejar a una mujer disfrutar de su cuerpo, dejar que imponga su ritmo en el acto de amor. Y era aún más tentador porque Rule era irresistiblemente masculino, sin que su poder se viera disminuido por las heridas. Lo amó, lo amó con el corazón y el alma y con la magia ondulante de su cuerpo. Con exquisita ternura tomó lo que él ofrecía y se lo devolvió multiplicado por diez, regalándole el regalo de su inmenso placer y regresando a tierra firme para saborear la respuesta del hombre cuando él también alcanzó el clímax.
Yacía somnolienta sobre el pecho de él. Sus ojos medio cerrados recorrían ociosamente la habitación cuando vio la puerta abierta y se puso rígida.
– Rule -gimió mortificada-. ¡No había cerrado la puerta!
– Pues ciérrala ahora -mandó él suavemente-. Desde dentro. No he terminado contigo, cariño.
– Necesitas dormir…
– Ya casi ha amanecido -indicó-. Parece que siempre hacemos el amor a primeras horas de la mañana. Y además no he hecho nada más que dormir durante una semana. Tenemos que hablar y ahora es tan buen momento como otro cualquiera.
Era cierto y además no quería dejarlo. Se levantó de la cama con cuidado para no golpearlo y cerró la puerta, y para más seguridad la cerró con llave. Sería muy propio de Ricky venir a molestarlos si se enteraba de que Cathryn estaba con él. Luego se quitó el vestido, que estaba completamente arrugado ya que Rule le había bajado la parte superior hasta la cintura y le había levantado la falda también hasta allí. Desnuda, se metió bajo la sábana y se apretó contra él, casi borracha de placer por estar de nuevo a su lado. Con la nariz le acarició el hueco del hombro e inhaló el embriagador olor masculino. Se sentía tan relajada, tan completa…
– Cat -murmuró sobre su pelo, consciente de la forma en que yacía apoyada en él. Ella no contestó. Se le escapó un suspiro de cruda frustración al darse cuenta de que se había quedado dormida; luego atrajo el esbelto cuerpo más cerca de él y besó la melena rojo oscuro que descansaba sobre su hombro.
Cuando Cathryn se despertó varias horas más tarde por el dolor en el brazo causado por haber estado apoyando todo su peso sobre él, Rule estaba durmiendo. Cautelosamente levantó la cabeza y lo contempló, observando lo pálido y cansado que parecía incluso durmiendo. Su acto de amor había sido dulce y urgente, pero en realidad él no estaba lo suficientemente bien. Se separó de él y se levantó masajeándole el brazo para restaurar la circulación. Mil diminutos alfileres le pinchaban la piel y se apretó el brazo hasta que pasó lo peor; entonces se vistió silenciosamente y recogió el resto de su ropa, escapando antes de que se despertara.
Estaba cansada. Aquellas pocas horas de sueño no habían sido bastante, pero se duchó y se vistió para enfrentarse a las tareas del día. Lorna sonrió cuando la vio entrar en la cocina.
– Pensaba que hoy te tomarías el día para descansar -cloqueó.
– ¿Rule descansa alguna vez? -preguntó Cathryn irónicamente.
– Rule es más fuerte que tú. Nos arreglaremos; el rancho está demasiado bien llevado para que se hunda en un par de semanas. ¿Qué tal unos panqueques para desayunar? Ya he preparado la pasta.
– Perfecto -contestó Cathryn, sirviéndose una taza de café. Se apoyó en la encimera y lo bebió a sorbos, sintiendo como si tuviera las piernas de plomo por el cansancio.
– El señor Morris ya ha llamado dos veces -comentó Lorna, y la cabeza de Cathryn se alzó de golpe. Casi derramó el café por lo que dejó la taza.
– ¡No me gusta ese hombre! -dijo irritada-. ¿Por qué no me deja en paz?
– ¿Eso quiere decir que no vas a venderle el rancho?
No había privacidad, comprendió Cathryn frotándose la frente distraída. Sin duda todos en el rancho sabían que el señor Morris quería comprar el rancho. ¡Y sin duda todos sabían en que cama se había despertado ella hoy! Era como vivir en una pecera.
– En cierto modo la idea me tienta -suspiró-. Pero por otra parte…
Hábilmente Lorna vertió la pasta en el molde para hacer panqueques.
– No sé que haría Rule si vendieras el rancho. No creo que pudiera trabajar para el señor Morris. Su vida está atada a este lugar.
Cathryn sintió que cada músculo de su cuerpo se ponía tenso ante las palabras de Lorna. Ya sabía eso. Siempre lo había sabido. Puede que ella fuera la dueña de Bar D, pero sólo era un florero. El rancho pertenecía a Rule y él pertenecía a este lugar y eso era mucho más importante que cualquier otra cosa. Él había pagado por ello a su propia manera, con tiempo, sudor y sangre. Si lo vendiera la odiaría.
– No puedo pensar -dijo tensa-. Hay tantas cosas que me tiran en direcciones diferentes.
– Entonces no hagas nada -aconsejó Lorna-. Al menos hasta que las cosas se hayan tranquilizado un poco. Ahora mismo estás sometida a mucha presión. Espera un poco. Dentro de tres semanas puede que pienses completamente diferente.
El consejo lleno de sentido común de Lorna era lo que Cathryn se había dicho muchas veces, y comprendió una vez más que eso era lo más sensato. Se sentó, se comió su panqueque, y sorprendentemente aquellos pocos minutos de quietud hicieron que se sintiera mucho mejor.
– ¡Cat!
La ronca y urgente llamada flotó en el aire bajando desde el piso de arriba e inmediatamente volvió a ponerse tensa. ¡Dios, estaba casi aterrorizada ante la idea de volver a hablar con él! Eso no tenía sentido, se dijo a sí misma con severidad. Acababa de dormir en sus brazos; ¿por qué debería darle tanto miedo el dirigirse a él?
¡Porque temía no ser capaz de evitar lanzarse a sus brazos y prometerle todo lo que quisiera, por eso era! Si le pidiera de nuevo que se casara con él, probablemente se derretiría como una tonta y aceptaría sin pensarlo, sin hacer caso de que nunca le había dicho nada sobre el amor, sólo sobre sus planes.
– ¡Cat!
Esta vez pudo notar una tensión en su voz y se encontró de pie, respondiendo automáticamente.
Cuando abrió la puerta él estaba con los ojos cerrados y los labios muy pálidos.
– ¡Sabía que era demasiado pronto! -gimió ella suavemente, colocándole la mano fría sobre su frente. Sus oscuros ojos se abrieron y sonrió tenso.
– Parece que tienes razón -gruñó-. ¡Dios, la cabeza me va a explotar! Trae mucho hielo, ¿vale?
– Lo subiré enseguida -prometió ella, alisándole el pelo con la punta de los dedos-. ¿Te parece que podrás comer algo?
– No, aún no. Algo frío para beber me irá bien, y pon en marcha el aire acondicionado -cuando ella se dio la vuelta para hacerlo, él dijo sin alterar la voz-. Cat…
Se volvió hacia él y levantó las cejas inquisitivamente.
– Sobre Glenn Lacey… -continuó él.
Cathryn se sonrojó.
– Ya te lo he dicho, es sólo un amigo. No hay nada entre nosotros y no volveré a salir con él otra vez.
– Lo sé. Lo comprendí anoche cuando vi que llevabas sujetador.
La miraba con los párpados entreabiertos, desnudándola, y el rubor de sus mejillas se intensificó aún más. No necesitaba que Rule acabará de expresarse pero de todas formas lo hizo.
– Si hubieras estado conmigo no te habrías puesto un sujetador, ¿verdad? -preguntó con voz ronca.
– No -su voz también era ronca cuando lo admitió.
Las comisuras de su boca se movieron en una tenue sonrisa.
– Eso pensaba. Ve a traerme algo para beber, cariño. Ahora mismo no estoy en forma para conversaciones provocativas.
Cathryn no pudo detener la sonrisita que apareció en sus labios cuando salió de la habitación. Se había puesto a la defensiva y él no la había atacado con lo más peligroso de su arsenal, sólo con una sonrisa y un comentario sensual. Rule era más de lo que ella podía controlar, y bruscamente comprendió que no quería controlarlo. Era un hombre, no algo para ser controlado. En realidad tampoco él intentaba controlarla. A veces sentía de una manera extraña que sentía cierta cautela hacia ella, pero normalmente no le decía lo que podía o no podía hacer. Excepto en el caso de Glenn Lacey, pensó sonriendo. Y aún así había hecho lo que había querido. En su caso, su pelo rojo era una señal de obstinación al igual que su carácter.
Rule no se sintió lo suficientemente bien como para empezar ninguna clase de conversación profunda, por lo que estaba agradecida. Lo atendió y lo ayudó a cambiar de postura cuando se hubo bebido un vaso de té helado. Con una bolsa de hielo aliviando su dolor de cabeza, yacía silenciosamente mirándola mientras arreglaba el cuarto.
– Lewis me ha contado lo de la otra noche -murmuró-. Me dijo que tú sola ayudaste a Andalusia. ¿Tuviste algún problema?
– No, la yegua sabía lo que tenía que hacer.
– Es una buena madrecita -dijo él con voz somnolienta-. Fue una pena lo del otro potro. Hace unos años tuvimos unos gemelos que sobrevivieron, pero fue difícil. El potro más pequeño nunca alcanza a su gemelo en tamaño o fuerza, pero era una potranca muy dulce. Era tan pequeña que temí que la mataran si intentaba que la criara alguna otra yegua, así que la vendí a una familia que quería un caballo tranquilo para sus hijos.
Cathryn se sintió culpable por no ir a comprobar como le iba a la otra yegua y dijo con vacilación.
– ¿Está…? ¿Lewis te ha dicho algo sobre Sable? ¿Cómo está?
– Está bien. ¿Has visto a la potranca?
– No, desde que nació no. Es una cosita fuerte, alta y juguetona. Se puso en pie enseguida.
– Su padre es Irish Gale. Parece ser que engendra potrillas rápidas en vez de potros. Eso no es bueno; la mayoría de las potrancas no pueden correr con los muchachos, aunque sean rápidas.
– ¿Y Ruffian? -preguntó Cathryn, indignada en nombre de las potrancas-. Y una potrilla ganó el Derby no hace mucho años, sabelotodo.
– Cariño, incluso en las Olimpiadas las mujeres no compiten contra los hombres, y lo mismo pasa con los caballos… excepto en casos especiales, aislados -concedió. Sus ojos se cerraron lentamente y refunfuñó-. Tengo que levantarme. Hay mucho que hacer.
Empezó a asegurarle que todo estaba bajo control, pero se dio cuenta que se había dormido y no quiso molestarlo. Había notado que dormir era el mejor remedio para sus dolores de cabeza. Que descansase mientras podía. Pronto, probablemente demasiado pronto, obligaría a su cuerpo a trabajar. Era la primera vez en estos días que había mencionado el levantarse, pero sabía que no sería la última.
Cuando salió, el calor la golpeó. Probablemente no hacía más calor que antes, pero el cansancio hacía que lo sintiera más intensamente. No eran sólo los abrasadores rayos de sol. También estaba el calor que se elevaba en brillantes ondas de la tierra y la golpeaban en la cara. Había sido un caluroso día de julio como éste cuando Rule la había… Olvídalo, se dijo severamente. Tenía trabajo que hacer. Había esquivado su deber de ayer, y hoy estaba decidida a compensarlo.
Entró en el establo donde parían las yeguas para saber como les iba a las nuevas madres y a sus potros. Floyd la aseguró que Sable se encontraba bien después de la dura experiencia, luego la invitó a que lo ayudara cuando otra yegua se pusiera de parto. Cathryn lo miró dudosa y él se rió.
– Lo hizo muy bien con Andalusia, señorita Cathryn -la aseguró.
– Andalusia lo hizo muy bien -corrigió ella riendo-. Y a propósito, ¿sabe dónde está Lewis?
Floyd frunció el ceño pensativo.
– No estoy seguro, pero creo que esta mañana lo he visto con Ricky en la camioneta yendo hacía los pastizales -apuntó al este, allá donde ella sabía que había una pequeña manada pastando.
Si Ricky estaba en la camioneta lo más probable era que Lewis estuviera con ella, pensó Cathryn astutamente al haberse enterado de la relación entre ellos. Se sentía dividida entre el alivio porque evidentemente Ricky había desviado sus atenciones hacia Rule y la simpatía hacia Lewis. ¿Es que no sabía él que Ricky no era más que un problema?
De repente oyó un grito que le heló la sangre en las venas. Se quedó allí de pie congelada, mirando fijamente a Floyd y vio reflejada en su cara el mismo horror.
– ¡Fuego! ¡Fuego en los establos!
– Oh, Dios mío -gimió, saliendo de golpe de su hechizo, poniéndose rápidamente en movimiento y empezando a correr hacia la puerta. Floyd corrió tras ella con la cara pálida. ¡Fuego en los establos! Era una de las peores cosas que podían ocurrir en un rancho. Los animales se aterrorizaban y a menudo se resistían a los esfuerzos para salvarlos, acabando todo en tragedia. Y mientras corría la asaltó el pánico de que si Rule oía la conmoción se obligaría a levantarse y se haría daño al intentar ayudarlos.
– ¡Fuego!
– ¡Oh, Dios mío! ¡Tranquilízate! -gritó. El trabajador estaba aterrorizado. Luego la vio mirar hacia la casa y pareció comprender. El humo negro salía casi perezosamente por las puertas abiertas y Cathryn podía oír los relinchos asustados de los caballos, pero no veía llamas.
– Aquí -alguien le puso una toalla mojada en la cara y ella se lanzó al oscuro interior, tosiendo tras la toalla cuando le humo acre se le metió en los pulmones. No podía notar ningún calor, pero no era momento de buscar donde estaban las llamas; primero eran los caballos.
Los animales asustados se levantaban sobre las patas delanteras y daban patadas a la madera de sus cuadras. Cathryn buscó palpando una puerta y la abrió, mirando a través del humo y reconoció a Redman, el caballo favorito de Rule.
– Tranquilo, tranquilo -canturreó, inspirando profundamente y apartando la toalla de su cara para ponerla sobre los ojos del caballo. Eso lo apaciguó lo suficiente para permitirla que lo guiara velozmente hacia fuera, hacia el aire fresco. Tras ella, otros caballos eran conducidos al exterior rápidamente en una rápida operación. Los trabajadores ayudaron a calmar a los animales.
El fuego fue dominado antes de que ardieran las llamas. Por suerte no habían llegado al heno o el establo entero habría ardido en pocos minutos. Un joven a quien Rule había contratado un par de meses antes descubrió la fuente del humo en el cuarto de los arreos, en donde había un cubo de basura que era donde había comenzado el fuego y se había extendido a las mantas de las sillas y el cuero. Los arreos se habían quemado, el cuarto estaba ennegrecido y chamuscado, pero todos respiraron aliviados porque no había sido peor de lo que hubiera podido ser.
Asombrosamente, Rule no se había enterado de la conmoción. Probablemente el zumbido del aparato de aire acondicionado había enmascarado el ruido. Cathryn suspiró sabiendo que tendría que contárselo y sabiendo que se pondría furioso. Un fuego en los establos era algo que no habría ocurrido si él hubiera estado al mando. Sabiendo que el jefe estaba fuera del camino, alguien había tenido el descuido de dejar encendida una cerilla o un cigarrillo, y sólo la suerte había impedido que las cosas hubieran ido mucho peor. Desde luego una gran parte de los arreos tendrían que ser sustituidos. Había intentado con tanto ahínco hacerlo bien y tenía que pasar algo así.
Sintió el brazo reconfortante de Lorna alrededor de sus hombros caídos.
– Vamos a la casa, Cathryn. Tendrías que darte un buen baño caliente. Estás negra de los pies a la cabeza.
Mirándose, Cathryn vio que su ropa que sólo un poco antes estaba limpia, ahora estaba mugrienta de hollín. Podía sentir la ceniza sobre su cara y su pelo.
La sensación de que le había fallado a Rule fue todavía más fuerte mientras estaba bajo la ducha. No podía ni empezar a imaginarse lo que él diría cuando se lo contara.
Él había encendido una radio que tenía al lado de la cama y eso había evitado que oyera todo el ruido. La miró cuando abrió la puerta y sus ojos se cerraron en finas rendijas. Observó el pelo mojado y la ropa diferente que llevaba ella y apretó los dientes.
– ¿Qué ha pasado? -hizo rechinar los dientes.
– Ha habido un… un fuego en el cuarto de los arreos -tartamudeó ella, acercándose indecisa un paso-, no se propagó -aseguró rápidamente viendo el oscuro horror que se extendió por su cara-. Todos los caballos están bien. Sólo ha sido el… el cuarto de los arreos. Lo de dentro lo hemos perdido casi todo.
– ¿Por qué no me lo ha dicho nadie? -preguntó con los dientes apretados.
– Ha sido decisión mía. No había nada que pudieras hacer. Primero sacamos los caballos y…
– ¿Tú has entrado en el establo? -ladró él, alzándose sobre su codo y estremeciéndose por el dolor que eso le había causado. Fuegos rojos empezaron a arder en las profundidades oscuras de sus ojos, y de repente ella sintió como los escalofríos le recorrían la espalda. Él estaba más que enfadado; estaba enfurecido, apretando los puños.
– Sí -admitió ella, sintiendo las lágrimas en sus ojos. A toda prisa parpadeó para evitarlas. No era una niña para echarse a llorar cuando alguien la gritaba-, las llamas no salieron del cuarto de los arreos, a Dios gracias, pero los caballos tenían miedo y…
– Dios mío, mujer, ¿es que eres estúpida? -rugió él-. ¡De todas las cosas imprudentes y estúpidas que podía hacer…!
Ella era estúpida, porque al final las lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas.
– Lo siento -se atragantó-. ¡No pretendía que pasara esto!
– ¿Entonces qué pretendías? ¿No puedo dejar de vigilarte ni un minuto?
– ¡Ya te he dicho que lo siento! -se quedó sin aliento y repentinamente no pudo quedarse allí y seguir escuchando el resto-, volveré más tarde -sollozó-, tengo que enviar a alguien al pueblo para que compre más arreos.
– ¡Maldita sea, vuelve aquí! -rugió él, pero ella salió corriendo y cerró la puerta tras ella de un golpe. Se quitó las lágrimas de un manotazo y entró en el cuarto de baño para mojarse la cara con agua fría hasta que la mayor parte de la rojez hubo desaparecido. Sólo quería ocultarse en su cuarto, pero el orgullo hizo que se enderezara. Había trabajo que hacer, y no iba a dejar que otro llevara sobre sus hombros la carga de ella.