Capítulo 11

Alguien había avisado a Lewis, y la camioneta vino a toda velocidad a través de los pastizales y frenó en el patio. Lewis estuvo fuera en un momento y agarró el brazo de Cathryn tan fuerte que casi fue doloroso.

– ¿Qué ha pasado? -preguntó tenso.

– El cuarto de los arreos se ha incendiado -dijo ella cansadamente-. Pudimos dominar el fuego antes de que se propagara, pero los arreos han quedado inservibles. Todos los caballos están bien.

– Maldición -juró él-. Rule se va a poner furioso.

– Ya lo está -intentó sonreír-. Se lo he dicho hace un momento. Furioso es un adjetivo muy suave.

Lewis juró otra vez.

– ¿Sabes cómo ha empezado el fuego?

– Por algún motivo el cubo de basura se ha incendiado; parece que el fuego ha empezado allí.

– ¿Quién ha estado en el cuarto de los arreos esta mañana? Y lo que es más importante, ¿quién estaba allí cuando ha pasado?

Lo miró inexpresivamente.

– No lo sé. No se me ha ocurrido preguntar.

– Cuando averigüe quién es el responsable ya puede empezar a buscar otro trabajo. Nadie, absolutamente nadie, puede fumar cerca de un establo.

A Cathryn le pareció que nadie admitiría haber fumado y ocasionado el fuego, pero por la expresión decidida de la cara de Lewis más valía que alguien confesara o todos iban a tener problemas. Se dio cuenta de que no podía hacer acopio de la suficiente energía como para preocuparse. Miró alrededor vagamente, dándose cuenta de que Ricky tampoco se preocupaba; iba hacia la casa, retorciéndose el pelo hacia arriba y prendiéndolo descuidadamente sobre la cabeza.

El hedor del humo todavía podía sentirse en el aire caliente, manteniendo a los caballos inquietos. Ruidos sordos resonaban por el establo cuando los animales nerviosos daban patadas en sus cuadras. Todo el mundo estaba ocupado tratando de calmarlos para evitar que se hirieran. Cathryn dejó de intentar mantener tranquilo a Redman en su establo y lo hizo andar alrededor del patio. Parte del problema era que no estaba acostumbrado a estar encerrado, pero con Rule imposibilitado nadie le había hecho hacer el ejercicio que él pensaba que era legítimamente suyo.

De golpe le apeteció un paseo. Cathryn estuvo a punto de pedir una silla cuando recordó que no había. Apoyó la cara en el musculoso cuello del caballo y suspiró. Un día que había empezado tan bien se había convertido en una pesadilla, y parecía que no había manera de escapar.

Lewis preguntaba sistemáticamente a todos y cada uno de los trabajadores del rancho, pero Cathryn sabía que el cubo de basura podía haberse empezado a quemar lentamente antes de que empezaran a salir las llamas, y había muchos trabajadores que todavía debían estar fuera, ya que habrían salido a primera hora de la mañana y no regresarían hasta el crepúsculo. Llamó a Lewis.

– Por favor, deja esto hasta más tarde -solicitó, luego le explicó su razonamiento-. Ahora mismo tenemos mucho trabajo. Hay que notificar a la compañía de seguros y estoy segura de que querrán venir a inspeccionar.

Lewis era demasiado observador para que se le pudiera ocultar algo durante mucho tiempo. Sus duros ojos la observaron durante largo tiempo y su fría expresión se suavizó ligeramente.

– ¿Has estado llorando? No dejes que te afecte tanto. Un fuego es algo serio, pero los daños podrían haber sido peores.

– Lo sé -contestó tensa-. Pero debería haberlo comprobado todo y no lo hice. Es culpa mía que haya pasado esto.

Lewis cogió las riendas de Redman.

– ¡Y un cuerno que es por tu culpa! Nadie te puede exigir que metas las narices en cada esquina…

– Rule lo hubiera descubierto.

El hombre abrió la boca para decir algo, pero luego la cerró porque ella tenía razón. Rule lo hubiera descubierto. No había nada en el rancho que le pasara desapercibido.

– ¿Qué ha dicho Rule?

– Ha dicho bastante -contestó Cathryn crípticamente, sonriéndole tristemente.

– ¿Tanto?

A su pesar esas estúpidas lágrimas empezaron a quemarle de nuevo los ojos.

– ¿Quieres que empiece con los insultos o nos centramos en el tema principal?

– Seguramente estaba disgustado -dijo Lewis incómodo.

– ¡Vaya que sí!

– Seguro que no pensaba lo que decía. Es sólo que un fuego en el establo es bastante serio…

– Lo sé. No lo culpo -y realmente no lo hacía. Su reacción era comprensible. Podría haber visto que mucho del trabajo que había hecho tan duramente durante años desapareciera con el humo, y sus queridos caballos habrían muerto de una manera horrible.

– Se tranquilizará y te pedirá perdón. Ya lo verás -prometió Lewis.

Cathryn clavó los ojos en él con una mirada dudosa y el hombre pareció avergonzarse. La idea de Rule Jackson disculpándose era más de lo que ella podría imaginarse, y al parecer Lewis también lo pensaba.

– Si hay alguien culpable ese soy yo -suspiró Lewis-. Debería estar aquí, pero en lugar de eso estaba… -se calló bruscamente.

– Lo sé -Cathryn se estudió las puntas de las botas, sin saber si debía decir algo más, pero las palabras burbujearon fuera-. No la hagas daño, Lewis. Ricky ha tropezado con muchas piedras en su vida, y ahora mismo no puede enfrentarse a más heridas.

Los ojos de él se entrecerraron.

– Sólo podría hacerla daño si ella fuera en serio, pero no es así. Está jugando conmigo, usándome como entretenimiento. Lo sé, y le sigo el juego. Cuando tome una decisión, ella será la primera en saberlo. Pero por ahora no estoy preparado.

– ¿Es que los hombres están preparados alguna vez? -preguntó ella amargamente.

– A veces sí. Recuerda lo que te dije antes, las mujeres son un hábito que es difícil de romper. Son como esas pequeñas cosas que calientan la sangre de un hombre, como el olor de una comida caliente cuando llegas reventado, o el que te froten la espalda, las risas, incluso las peleas. Es realmente especial cuando puedes tener una fuerte discusión con alguien y sabes que aún así ese alguien te sigue amando.

Sí, eso sería especial. Y lo realmente doloroso era tener una fuerte discusión con un hombre al que amas pero que sospechas que él no te ama a ti. Cada palabra enfadada de Rule la desgarraba como un cuchillo.

– Toma por ejemplo a Ricky -habló Lewis arrastrando las palabras-. Ha estado casada dos veces, pero sólo ha sido un objeto decorativo. ¿Por qué crees que pierde el tiempo trabajando con los caballos? Es lo único que la hace sentir útil. Lo que necesita esa mujer es un hombre que la dejara que cuidara de él.

– ¿Eres tú ese hombre?

Sus anchos hombros se encogieron.

– He estado cuidando de mí mismo durante mucho tiempo, y ese es otro hábito difícil de romper. ¿Quién sabe? ¿Te importaría si fuera yo?

Cathryn lo miró sobresaltada.

– ¿Por qué debería importarme?

– Soy un hombre difícil, y he visto muchos problemas.

A ella no le quedó más remedio que sonreír.

– Y apostaría que también te has metido en ellos.

Lewis también empezó a sonreír; en ese momento oyeron el ruido de un coche y los dos se giraron para mirar al vehículo que llegaba por el camino.

– ¿Quién debe ser? -preguntó ella alzando la mano para proteger sus ojos del sol mientras miraba.

Al cabo de un momento Lewis gruñó.

– Creo que es ese tipo, Morris.

Cathryn masculló una palabra poco halagadora.

– Desde luego es muy insistente, ¿verdad? No le gusta aceptar un no como respuesta.

– Yo no estaba seguro de que no fuese esa la respuesta -dijo Lewis lacónicamente, mirándola.

– Bueno, pues lo es -le contestó convencida. No podría decir cuando lo había decidido. Quizás siempre había sabido que no sería capaz de vender el rancho. Estaba demasiado atada al pasado y al futuro de ese pedazo de Texas.

– Redman ya se ha tranquilizado -indicó Lewis cuando Ira Morris salió de su coche-. Lo llevaré a su cuadra.

Ella quedó allí de pie, esperando a su inoportuno visitante, dejando la expresión en blanco.

– Señor Morris -dijo en tono neutro.

– Señora Ashe. He oído en el pueblo que esta mañana ha tenido algunos problemas -sus fríos ojos miraron el establo y Cathryn se asombró de lo rápido que se habían extendido las noticias.

– ¿Ha venido para ver si tenía que retirar su oferta? -preguntó ella dulcemente-. Como puede ver, los daños son pocos y ningún caballo ha resultado herido. Pero le ahorraré tiempo y molestias diciéndole sin rodeos que no voy a vender el rancho.

El hombre no pareció sorprenderse; simplemente la miró decidido.

– No se precipite con esa decisión. Aún no ha oído mi oferta. Cuando la gente empieza a hablar de centavos y dólares reales, muchos cambian de opinión.

– Yo no voy a hacerlo. Nací en esta casa y pienso morir aquí.

Sin hacerla ningún caso, dijo una cantidad de dinero que la hubiera sobrecogido si tuviera dudas. Pero como no las tenía, no se sintió tentada. Negó con la cabeza.

– No me interesa, señor Morris.

– Con tanto dinero podría usted vivir cómodamente el resto de su vida.

– Ahora ya vivo cómodamente. Estoy donde quiero estar, haciendo lo que quiero hacer. ¿Por qué iba a renunciar a ello por dinero?

Él suspiró y se metió las manos en los bolsillos.

– Piense en ello. Una casa es sólo una casa. Un trozo de tierra es sólo un trozo de tierra. Hay otras casas, más tierras. Este tipo de vida no es la adecuada para usted. Mírese. Lleva escrito en usted gran ciudad por todas partes.

– Lo que llevo por todas partes, señor Morris, es polvo. Polvo de Texas. Mi polvo. Viví en Chicago durante varios años, sí, pero no había día que no pensara en este rancho y no deseara volver aquí.

Sin un solo cambio en su expresión, el hombre subió la oferta.

Cathryn empezó a sentirse acosada.

– No. No. No estoy interesada en ningún precio -dijo firmemente.

– Podría viajar por todo el mundo…

– ¡No!

– Se podría comprar joyas y pieles.

Sintiéndose presionada y a punto de perder el control, Cathryn apretó la mandíbula.

– No tengo intención de vender -dijo fríamente-. ¿Por qué no puede convencerse?

– Señora Ashe -advirtió él-, si está intentando que suba otra vez mi oferta, no le dará resultado. He hablado con el señor Jackson y el me dio una orientación de lo que puede costar este rancho. Estoy en el mercado de los caballos y me gusta la idea de poseer mi propio rancho; y no sólo eso, también me dieron a entender que usted volverá pronto a Chicago.

Cathryn quedó tan asombrada que casi dejó de respirar. Lo agarró por el brazo.

– ¿Qué? -jadeó.

– He dicho que he hablado con su gerente. Usted misma me dijo que es el que más sabe de caballos de aquí, así que lo más lógico era preguntarle a él. El señor Jackson también me dijo que probablemente usted se marcharía.

– ¿Cuándo ha hablado con él?

– Anoche. Por teléfono.

La habitación de invitados no tenía teléfono, así que supuso que alguien se lo había llevado al dormitorio para que lo usara. ¿Pero por qué iba a hablar Rule con ese hombre? Él estaba absolutamente en contra de vender el rancho… ¿o no? ¿Qué estaba pasando?

– ¿Qué es lo que le dijo el señor Jackson? -exigió ella.

– No hablamos mucho. Simplemente me comentó que creía que usted volvía a Chicago y que vendería si el precio era razonable, y discutimos cual debería ser ese precio. Por la información que él me dio, creo que mi última oferta es más que justa.

Cathryn respiró temblorosamente.

– ¡Bueno, pues él estaba equivocado en lo que pensaba, y usted también! -estaba tan alterada que temblaba, y dudó entre la furia o las lágrimas. ¿Qué es lo que estaba pasando? No sabía a lo que jugaba Rule Jackson, pero iba a descubrirlo ahora mismo-. La respuesta es no, señor Morris, y es mi última respuesta. Siento que haya perdido el tiempo.

– Yo también lo siento -dijo él con los dientes apretados-. Yo también lo siento.

No espero a que él se fuera. Dio media vuelta y casi corrió hacia la casa, concentrada únicamente en ver a Rule y averiguar por qué le había dicho al señor Morris que iba a vender. ¿Estaba tratando de echarla? ¡No, no podía hacer eso! La noche anterior la había hecho el amor como si no pudiera tener bastante de ella. ¿Pero… por qué?

Pasó rozando a Lorna sin ni siquiera verla y subió rápidamente las escaleras. Sin avisar abrió la puerta del dormitorio de Rule de par en par.

Al principio los cuerpos enmarañados en la cama no tuvieron ningún significado para ella y los miró inexpresivamente; luego comprendió lo que veía y tuvo que apoyarse en el marco de la puerta para evitar derrumbarse en el suelo. De todos los golpes que había soportado ese día, éste era el peor. La golpeó en el estómago y le sacó todo el aire del cuerpo. Le rasgó las entrañas y la sangre abandonó su cara. Ricky estaba en la cama con Rule, el brazo alrededor de su cuello, la boca pegada a la suya mientras se frotaba contra él y sus manos acariciaban el cuerpo duro y musculoso. Tenía la blusa abierta, medio sacada de los vaqueros. La mano de Rule estaba enredada en su pelo.

Entonces el horror de desvaneció de la mente de Cathryn y vio la escena claramente. Rule no le sostenía la cabeza a Ricky; le estiraba del pelo intentando liberar su boca del decidido ataque. Finalmente logró separarla y refunfuñó:

– Maldita sea, Ricky, ¿pararás de una vez? ¡Déjame solo!

La furia explotó en las venas de Cathryn. No se dio cuenta de haber ido hacia la cama. Una niebla roja le nubló los ojos, enturbiando su visión cuando agarró el cuello de la camisa de Ricky y la apartó del cuerpo de Rule. La furia le dio una fuerza que no sabía que tenía.

– Ya basta -le chirriaron los dientes, las palabras eran como arena que desgarraba su garganta-. Se ha acabado.

– ¡Oye! -chilló Ricky cuando Cathryn la empujó hacia la puerta-. ¿Que te crees que haces? ¿Te has vuelto loca?

Sin una palabra, tan enfadada que no podía ni hablar, Cathryn arrastró a la otra mujer atravesando la puerta y cerrándola de un golpe detrás de ellas, sin oír el grito ronco de Rule que le decía que volviera.

El pasamano de las escaleras parecía hacerle señas locamente y la tentación fue dulce como el azúcar, pero en el último momento un atisbo de cordura hizo que Cathryn se controlar y no lanzara a Ricky por las escaleras. Las damas no hacían cosas así, o eso fue lo que se dijo a sí misma cuando obligó a Ricky a trotar por el pasillo, manejando a la joven con tanta facilidad como si fuera sólo una niña. Ricky gritaba y lloraba tan fuerte como para despertar a los muertos, pero Cathryn la hizo enmudecer con un rugido.

– ¡Cállate! -y la metió rápidamente en la propia habitación de Ricky.

– ¡Siéntate! -bramó, y Ricky se sentó-. ¡Te lo advertí! Te dije que te mantuvieras alejada de él. Es mío y no toleraré ni un minuto más que vayas rodándolo para tirarte encima de él, ¿te has enterado? ¡Haz las maletas y vete!

– ¿Que me vaya? -Ricky parecía aturdida, con la boca abierta-. ¿A dónde?

– ¡Ese es tu problema! -Cathryn abrió el armario y empezó a sacar las maletas. Las tiró sobre la cama y las abrió, y luego empezó a abrir cajones y echó de cualquier manera su contenido en las maletas.

Ricky se levantó de un salto.

– ¡Oye, no me des toda la culpa a mí! ¡No es que le estuviera violando precisamente! A Rule nunca le ha bastado una mujer.

– ¡A partir de ahora le bastará! ¡Y no trates de hacerme creer que él te invitó a su cama, porque no me lo creo!

Ricky miró encolerizada la maraña de ropa.

– ¡Oye! ¡Deja de tratar mi ropa así!

– ¡Pues haz tú las maletas!

Bruscamente Ricky se mordió el labio y las lágrimas se deslizaron por sus mejillas. Cathryn la miró con repugnancia mezclada de asombro, preguntándose como alguien podía llorar y al mismo tiempo parecer tan hermosa. Nada de nariz roja y goteando, nada de cara enrojecida, sólo lágrimas deslizándose con elegancia.

– Pero no tengo ningún sitio donde ir -susurró Ricky-. Y no tengo dinero.

La puerta se abrió y entró Mónica, frunciendo el ceño molesta.

– ¿Es que tenéis que ir peleándoos por la casa como dos luchadores? ¿Qué es lo que pasa?

– ¡Trata de echarme! -la culpó Ricky vehementemente, sus lágrimas se secaron como por arte de magia. Cathryn se quedó allí de pie en silencio, con las manos en las caderas y expresión implacable.

Mónica le echó una rápida mirada a su hijastra y dijo exasperada.

– Ésta es su casa; me imagino que tiene derecho a decir quién vive aquí.

– ¡Así es, ésta siempre ha sido su casa!

– ¡Basta! -dijo Mónica bruscamente-. Sentir lástima por ti misma no ayudará en nada. Tenías que saber que Cathryn regresaría alguna vez, y si no has tenido la previsión necesaria para preparar tu futuro, no culpes a nadie más. Además, ¿quieres pasarte la vida oyendo los sonidos de los niños de otro?

Evidentemente Mónica era una buena observadora, aunque siempre pareciera desinteresada en todo lo que no fuera ella misma. Cathryn inspiró profundamente, tranquilizándose. ¡Por supuesto! Después de todo la vida no era tan complicada. Realmente era muy simple. Ella amaba a Rule y amaba el rancho, y no estaba dispuesta a renunciar a ninguno de los dos. ¿Por qué todas esas lágrimas de preocupación sobre la profundidad de los sentimientos de Rule? Fueran los que fueran, estaban allí, y eso era lo único que importaba.

Pensar en eso le devolvió la cordura. Suspiró.

– No tienes por qué marcharte ahora mismo -le dijo a Ricky, frotándose la frente para aliviar las palpitaciones que sentía allí por la tensión-. He perdido los estribos cuando te he visto… De todos modos puedes tomarte un poco de tiempo y hacer algunos planes. Pero no tardes mucho -la advirtió-. De todos modos no creo que quieras quedarte para la boda, ¿verdad?

– ¿La boda? -Ricky se puso pálida; después dos manchas de color aparecieron en sus mejillas-. Estás muy segura de ti misma, ¿verdad?

– Tengo motivos para estarlo -contestó Cathryn uniformemente-. Rule me pidió que me casara con él antes de romperse la pierna. Voy a aceptar.

– Felicidades -dijo Mónica afablemente-. Veo que realmente nos tenemos que ir, ¿verdad? Ricky, querida, he decidido aceptar la oferta de Cathryn para ir a su apartamento de Chicago. Supongo que podemos conseguir que te encuentres cómoda si quieres compartir conmigo el apartamento. Tiene dos dormitorios, ¿verdad? -preguntó a Cathryn precipitadamente.

– Sí -le pareció muy buena idea. Miró a Ricky.

Ricky se mordió el labio.

– No sé. Lo pensaré.

– No pienses mucho tiempo -aconsejó Mónica-. Voy a hacer los preparativos para marcharme a final de la semana.

– Dijiste que era demasiado mayor para vivir con mamá -la imitó Ricky con un destello de resentimiento.

– Ni el arreglo ni la oferta son permanentes -dijo bruscamente Mónica-. Por el amor de Dios, decídete.

– De acuerdo -Ricky podía parecer tan malhumorada como un niño cuando lo intentaba, y ahora lo estaba intentando, pero a Cathryn no le importó. Soltó un suspiro de alivio. Cuando su temperamento se enfriara se hubiera sentido culpable por echar a Ricky de la casa sin darle una posibilidad de hacer algún plan. Ahora que sabía que había una fecha límite para la presencia de Ricky se sintió capaz de manejar la situación… siempre que no la cogiera tocando otra vez a Rule.

Rule. Cathryn inspiró profundamente y se preparó para la última batalla. Los días de Rule Jackson como soltero estaban contados. No importaba si la amaba. Ella amaba lo suficiente por los dos y no iba a volver a huir. Iba a quedarse allá y si él quería el rancho, entonces también tendría que tomarla a ella. Una cosa era segura: ¡No podría soportar la idea de que otra mujer pensara que él era libre y brincara a su cama! Planeaba atarlo cuanto antes, y atarlo bien atado.

Con la determinación de una brigada de caballería al ataque y la concentración reflejada en sus oscuros ojos, recorrió el pasillo hacia la habitación del hombre y abrió la puerta.

Miró automáticamente hacia la cama y se quedó aturdida cuando la encontró vacía. Un escalofrío le recorrió la espalda. Entró en el cuarto y un movimiento a su derecha le hizo volver la cabeza. Consternada se le quedó mirando y un grito consternado explotó en su garganta.

– ¡Rule!

Había salido de la cama y estaba luchando con los vaqueros para pasárselos por encima de la escayola. De alguna manera había logrado rasgar la costura de la pierna izquierda de los vaqueros para conseguir meter la pierna. Se tambaleaba peligrosamente mientras luchaba para vestirse, soltando una palabrota con los dientes apretados cada vez que respiraba, maldiciendo su propia debilidad, la escayola de su pierna, la palpitación de su cabeza. Al oírla gritar se balanceó torpemente y Cathryn casi se ahogó cuando vio la cruda desesperación que distorsionaba su cara, las torturadas lágrimas que resbalaban por las duras mejillas.

– Rule -gimió ella, cuando la miró con tal agonía que hubiera querido cerrar los ojos para no ver el sufrimiento del hombre. Él dio un paso hacia ella y repentinamente se ladeó cuando la pierna rota fue incapaz de soportar su peso. Frenéticamente, Cathryn corrió hacia él y lo cogió cuando empezaba a caerse, sosteniéndole con una fuerza nacida de la desesperación.

– Oh, Dios mío -gimió él, abrazándola desesperadamente, aplastándola contra su duro cuerpo. Dobló su cabeza sobre la de ella y ásperos sollozos lo sacudieron-. No te vayas. Dios mío, cariño, por favor no te vayas. Te lo puedo explicar. Pero no me abandones otra vez.

Cathryn trató de hacer estabilizar las piernas, pero lentamente se iba derrumbando bajo el peso de él.

– No puedo sostenerte -jadeó-. ¡Tienes que volver a la cama!

– No -rehusó con voz espesa, levantando los hombros-, no te dejaré ir. No podía salir de la condenada cama, no podía ponerme la ropa lo suficientemente rápido… tenía tanto miedo de que te fueras antes de poder hablar contigo, de no volverte a ver -murmuró él con voz rota.

Cathryn sintió un nudo en la garganta al pensar en él luchando contra el dolor y las lesiones para poder alcanzarla antes de que se marchar. No podía caminar, ¿cómo iba a alcanzarla? ¿Arrastrándose? Sí, comprendió, se habría arrastrado si hubiera tenido que hacerlo. La determinación de este hombre era algo impresionante.

– No me iré -lo tranquilizó llorando-. Te lo prometo. No volveré a abandonarte. Por favor, querido, vuelve a la cama. No puedo sostenerte mucho más.

Él se dobló entre sus brazos cuando le abandonó algo de la tensión que sentía y Cathryn sintió que sus rodillas empezaban a flaquear.

– Por favor -le pidió otra vez-. Tienes que volver a la cama antes de que te caigas y te rompas algo más.

Tuvo suerte de que la cama estuviera sólo a unos pasos de distancia, o nunca lo hubiera conseguido. Rule se apoyaba pesadamente en ella, el sudor bajaba por la cara masculina mezclado con las lágrimas. Él había llegado al final de sus fuerzas, y cuando Cathryn le hizo apoyar la cabeza y los hombros sobre las almohadas, cerró los ojos, la respiración le levantaba y bajaba el pecho agitadamente. Agarró con fuerza el brazo de ella, manteniéndola al lado de la cama.

– No me abandones -dijo otra vez, esta vez era poco más que un susurro.

– No te abandonaré -canturreó ella-. Deja que te levante la pierna y la apoye sobre las almohadas. ¡Oh, Rule, no deberías haberte levantado!

– Tenía que detenerte. No hubieras vuelto otra vez -pero soltó su brazo y ella pudo ir al pie de la cama para levantarle la pierna. Por un momento se quedó mirando boquiabierta la costura de los vaqueros, preguntándose como habría podido rasgar unos pantalones tan resistentes. Decidió quitarle los vaqueros mientras Rule se encontrara débil e incapaz de discutir, así que se los bajó por las caderas y cuidadosamente se los quitó. Mientras tanto él yacía allí, débilmente, con los ojos cerrados.

Mojó un paño con agua fría y le limpió el sudor de la frente y la humedad de las mejillas. Él volvió a abrir los ojos y la miró con una feroz concentración, la fuerza ya estaba regresando a ese cuerpo magnífico.

– No invité a Ricky a venir aquí -dijo con dureza-. Sé lo que ha parecido, pero yo estaba intentando detenerla. Tal vez no la apartaba con demasiada fuerza, pero no quería lastimarla…

– Lo sé -lo reconfortó ella tiernamente, colocándole un dedo sobre los labios-. No soy idiota, al menos no completamente. Ya la había advertido que se mantuviera alejado de ti y cuando la he visto frotándose contra ti he perdido los estribos. Ella y Mónica se marchan a finales de semana a mi apartamento de Chicago. Así también me podrán ahorrar un viaje -dijo caprichosamente-. Tengo casi toda mi ropa allá y la necesito. Pueden enviármela.

Rule inspiró profundamente, sus oscuros ojos eran casi tan insondables como la eternidad.

– ¿Me crees?

– Claro que te creo -le sonrió de una forma exquisita-. Confío en ti.

Por un momento pareció estupefacto por su fe incondicional; entonces un pequeño ceño empezó a formase en su frente.

– ¿No tenías intención de irte?

– No, para nada.

– ¿Entonces que diablos ha sido esto? -dijo con los dientes apretados-. ¿Por qué diablos has salido de la habitación tan violentamente y me has dejado en esta cama llamándote hasta desgañitarme?

Cathryn se quedó muy quieta, con la mirada clavada en él. Hasta ese momento no lo había comprendido, pero su reacción hablaba por sí sola. Si él se preocupaba tanto… ¿sería posible? ¿Se atrevería a soñar…?

– Nunca pensé que te importase mucho si me iba o no mientras tuvieras el control del rancho -dijo cuidadosamente.

Él soltó un comentario muy explícito y luego atacó con ferocidad.

– ¡Qué no me importa! ¿Acaso crees que un hombre espera a una mujer el tiempo que te he esperado yo y aún así no le importa si se queda o se va?

– No sabía que hubieras estado esperándome -indicó ella simplemente-. Siempre he pensado que el rancho era lo que más te importaba.

La mandíbula masculina parecía de granito.

– El rancho me importa mucho. Eso no lo puedo negar. Casi estaba a punto de hundirme completamente cuando Ward me trajo aquí y me salvó la vida, devolviéndome un sitio en ella. He trabajado aquí hasta la extenuación durante años porque este lugar me salvó.

– ¿Entonces por qué hablaste con Ira Morris? -soltó ella, sus ojos oscuros se ensombrecieron por el golpe y el dolor que había sentido por aquella traición-. ¿Por qué le dijiste que probablemente vendería si el precio era justo? ¿Por qué le dijiste lo que valía el rancho? -No podía entenderlo, pero había tanto que no entendía de Rule. Era tan serio, ocultaba tanto de sí mismo. Tendría que aprender a hablar de él, compartir sus pensamientos con ella. Ya estaba aprendiendo, pensó esperanzada.

Él cogió su mano, enredando sus dedos con los de ella y llevando la mano a su pecho. Una mirada desesperada apareció en sus ojos antes de que apartara la mirada deliberadamente y limpiara su expresión de cualquier emoción.

– Me asusté -dijo finalmente con voz tensa-. Me asusté aún más que en Vietnam. Al principio me enfureció la idea de que pudieras vender; luego asimilé lo que eso significaba y me asusté. Pero me asusté por mí y por lo que podía perder. Finalmente comprendí que el rancho es tuyo, no mío, tal como has estado diciéndome durante todo el tiempo y si no eras feliz aquí, entonces lo mejor que podías hacer era venderlo e irte a algún sitio donde fueras feliz. Cuando Morris llamó accedí a hablar con él. Quiero que seas feliz, cariño. Sea lo que sea que necesites, quiero que lo tengas.

Soy feliz -le aseguró ella suavemente, girando la mano para sentir el calor y la dureza del cuerpo masculino bajo las yemas de sus dedos. Acarició los rizos oscuros con deleite-. Nunca venderé Bar D. Tú perteneces a este lugar, y aquí es donde estás, entonces aquí será donde esté yo también -inspiró en cuanto las palabras salieron de su boca, incapaz de mirarlo mientras esperaba en agonía su respuesta. Los segundo pasaron y Rule siguió silencioso. Cathryn tragó y se obligó a mirarlo.

No es que esperase que el hombre empezara a cantar Aleluyas, pero tampoco esperaba el modo en que sus ojos se entrecerraron, o la expresión cautelosa de su rostro.

– ¿Qué es lo que quieres decir? -dijo despacio y muy flojo.

Era ahora o nunca. Tenía que decidirse, tenía que dar el primer paso, porque si ella se echaba atrás ahora, sabía que Rule también lo haría. Él había llegado lo más lejos que podía, ese orgulloso hombre suyo. Se tranquilizó pensando que realmente no tenía nada que perder. No podía vivir sin él… era así de simple. Lo tenía muy claro. Aceptaría cualquier condición.

– Me pediste que me casara contigo -dijo cuidadosamente, escogiendo las palabras y observando el efecto de cada una de ellas en la expresión masculina-. Acepto.

– ¿Por qué?-su tono de voz fue como un golpe.

– ¿Por qué? -repitió ella, mirándolo como si se hubiera vuelto loco. ¿No lo sabía? ¿De verdad no lo entendía? Se le ocurrió la horrible idea de que tal vez él había cambiado de opinión-. ¿Tu… tu oferta todavía está en pie? -tartamudeó, con la dolorosa evidencia de que su incertidumbre se translucía en su voz y en su cara. Rule alzó la otra mano y cogió un puñado de su cabello, obligándola inexorablemente a inclinarse sobre él. Cuando sus narices casi se tocaban se detuvo y la observó con tanta intensidad que Cathryn sintió como si estuviera andando dentro de su mente.

– La oferta sigue en pie -gruñó suavemente, las palabras susurraban sobre sus labios-. Sólo quiero saber por qué aceptas. ¿Estás embarazada? ¿Es por eso?

– ¡No! -negó ella alarmada-. No lo estoy. Bueno, no lo sé. ¿Cómo puedo saberlo? Todavía es demasiado pronto.

– Entonces dime por qué aceptas casarte conmigo -insistió él-. Dímelo, Cat.

La estaba arrinconando, negándose a que ella se escondiera detrás de excusas, y de repente Cathryn no quiso esconderse. La serenidad y la fuerza interior la inundaron. Lo confesaría. Le podía ofrecer la riqueza de su amor. Se liberó la mano y puso las dos en las mejillas de él, acunándolas, sus dedos moldearon amorosamente los duros ángulos de la mandíbula masculina.

– Porque te amo, Rule Jackson -dijo con dolorosa ternura-. Te amo desde hace años… creo que desde siempre. Y no importa si tú no me amas, si el rancho es todo lo que quieres. Esto es un acuerdo global que supone concesiones mutuas. Así que, señor Jackson, será mejor que empieces a aprender a ser un buen marido.

Rule parecía atónito y su mano le estrujó aún más el pelo.

– ¿Estás loca? ¿De qué estás hablando?

– Del rancho -dijo ella firmemente-. Si lo quieres, tendrás que casarte conmigo para conseguirlo.

Una cruda furia empezó a reflejarse en su cara, en sus ojos. Dijo algo que no merecía ser repetido, pero que definía muy bien sus pensamientos. Todo su cuerpo se estremeció cuando perdió el poco control que le quedaba y explotó rugiendo a Cathryn.

– ¡Al diablo con el rancho! ¡Véndelo! ¡Si eso es lo que se ha estado interponiendo entre nosotros durante todos estos años, entonces deshazte de él! ¡Si quieres vivir en Chicago o Bangkok u Hong Kong, yo viviré allí contigo, porque eres tú lo que siempre he querido, no este maldito rancho! ¡Dios mío, Cat, yo tengo mi propio rancho si quisiera uno! Mi padre me lo dejó todo al morir -su mano le acarició el cuerpo-. ¿Creías que todo era porque quería el rancho? Dulces infiernos, mujer, no te imaginas lo que me sacas de quicio.

La expresión anonadada de Cathryn le dijo que a ella nunca se le había ocurrido. La hizo acostarse en la cama, a su lado y la sujetó.

– Escúchame -dijo él lentamente, deliberadamente, separando bien cada palabra-. No quiero el rancho. Es una buena vida y me salvó, y lo añoraría si viviéramos en cualquier otra parte, pero puedo vivir sin él. Lo que ya no puedo es seguir viviendo sin ti. Lo he intentado. Durante ocho años he tenido que tomarme la vida día a día para sobrevivir, alimentándome de los recuerdos de aquel momento en que fuiste mía, odiándome por ahuyentarte. Cuando por fin volviste de nuevo, sabía que no podía dejarte ir otra vez. Haré lo que sea para que estés conmigo, cariño, porque si me vuelves a dejar otra vez me moriré.

Cathryn sintió que su corazón había dejado de latir. Realmente, Rule, aún no había dicho las palabras, pero lo que le contaba dejaba bien claro que la amaba tan desesperadamente, tan intensamente como ella lo amaba a él. Era casi más de lo que podía resistir, más de lo que podía permitirse creer.

– No lo sabía -murmuró ofuscada-. Nunca me habías dicho que… nunca me lo habías dicho.

– ¿Cómo podía decírtelo? -preguntó muy flojo-. Eras tan joven, demasiado joven para todo lo que yo quería de ti. Nunca pensé que ese día ocurriera lo que pasó en el río, pero después no pude lamentarlo. Quería hacerlo otra vez, una y otra vez, hasta que aquella mirada aterrorizada de tu rostro desapareciera, hasta que me mirases con la misma necesidad que yo sentía. Pero no lo hice, y te huiste. Lo lamento porque conociste a David Ashe y te casaste con él. Me alegro que después de casarte estuvieras mucho tiempo lejos de aquí, Cat, porque nunca he odiado tanto a un hombre como lo odiaba a él.

– ¿Estabas celoso? -todavía no podía comprender todo lo que él decía y se dio un pellizco a escondidas, el dolor fue real, y también lo era el hombre que yacía a su lado.

La mirada de Rule lo decía todo.

– Celoso no es la palabra adecuada. La palabra es loco.

– Me amas -susurró maravillada-. Realmente me amas. ¡Si me lo hubieras dicho! ¡No tenía ni idea!

– ¡Claro que te amo! Te necesito y en toda mi vida, nunca he necesitado a nadie. Eras tan salvaje e inocente como un potrillo y no podía apartar mis ojos de ti. Me hiciste sentir vivo otra vez, me hiciste olvidar las pesadillas que me atormentaban en la cama. Cuando hice el amor contigo, encajamos perfectamente. Todo era correcto, todos los movimientos y las reacciones. Casi me quemabas vivo cada vez que te tocaba. Tenía que estar contigo, tenía que verte y hablarte, ¿y tú no tenías idea de como me sentía?

La miró ultrajado y Cathryn esbozó una pequeña sonrisa cuando se acurrucó más cerca de él.

– Es esa cara de piedra que tienes -bromeó ella-. Y estaba tan asustada de que supieras como me sentía, asustada de que tú no sintieras lo mismo.

– Siento lo mismo -dijo él bruscamente, y luego exigió-. Dímelo otra vez -deslizó una mano por su costado y le rodeó un pecho con ella-. Déjame oírlo otra vez.

– Te amo -accedió ella gustosamente, contenta por su petición. Decir las palabras en voz alta era una celebración, una bendición.

– ¿Me lo dirás cuando hagamos el amor?

– Siempre que quieras -prometió Cathryn.

– Quiero. Ahora -su voz se había vuelto áspera por el deseo y la apretó contra él, pegando su boca a la de ella. Y otra vez la vieja y familiar magia le quemó la sangre en las venas y se derritió contra él, sin notar cuando le desabotonó la camisa, sólo consciente del intenso placer que sentía cuando Rule le acariciaba la piel desnuda.

Un tenue lucecita de cautela que poco a poco se iba apagando la impulsó a decir:

– Rule… no deberíamos hacerlo. Necesitas descansar.

– Descansar no es lo que necesito -murmuró él en su oído-. Ahora, Cathryn. Ahora.

– La puerta está abierta -protestó débilmente.

– Entonces ciérrala y vuelve aquí. No me hagas ir a buscarte.

Y probablemente lo haría, pensó ella, con pierna rota y todo. Se levantó, cerró la puerta y volvió a su lado. No podía parar de tocarlo, no podía satisfacer la necesidad de sentir su cuerpo duro y caliente bajo los dedos. Hizo el amor con él, haciéndole sentir lo enamorada que estaba, recorriendo a besos todo su cuerpo y susurrando "te amo" contra su piel, marcándolo con las palabras. Ahora que podía decirlas en voz alta, no podía detenerlas e hizo una letanía con ellas, demorándose tanto con sus caricias que repentinamente Rule no fue capaz de aguantar más. Alzándola la colocó sobre él y fundió su carne con la de ella en un rápido y fuerte movimiento.

Cathryn bailó la danza de la pasión con él, atacando y retirándose, pero siempre dando placer. No era consciente de nada excepto de él, del caliente deseo de sus ojos oscuros, y de algo más, del brillo del amor correspondido.

– No dejes de decirlo -ordenó Rule y ella obedeció hasta que las palabras no acudieron, hasta que lo único que pudo hacer fue jadear su nombre y retorcerse contra él. Las poderosas manos sobre sus caderas asumieron el control, conduciéndola más y más alto, hasta que se derrumbo con apenas un gemido, estremeciéndose sobre su pecho.

Momentos después, estando relajados y somnolientos, Rule empezó a desenredarle el cabello y la abrazó con fuerza.

– Tendré que contratar más trabajadores -dijo adormecido.

– Mmmm -preguntó Cathryn-. ¿Por qué?

– Para no trabajar tanto. Puedo asegurarte ya mismo que no pasaré tanto tiempo atareado en el rancho. El salir de la cama por las mañana ya será un buen problema. Cuidar de una mujer como tú llevará mucho tiempo, y tengo intención de hacerlo lo mejor posible.

– Brindaré por eso -y lo hizo levantando una copa imaginaria.

– Nos casaremos la semana que viene -dijo él acariciando su pelo con la nariz.

– ¿La semana que viene? -preguntó asustada, apartándose-. Pero tú todavía…

– Ya estaré levantado -la calmó-. Confía en mí. Y pregúntale a Mónica si ella y Ricky se quedarán para la boda. Repara siempre tus vallas, cariño.

Ella sonrió.

– Lo sé. No quiero que haya ningún rencor entre nosotras. ¿Y quién sabe? Puede que Lewis consiga que Ricky se quede con él.

– No apuestes por eso. Los dos llevan dentro de ellos muchas heridas. Puede que él la desee pero no creo que pueda vivir con ella. Las cosas no siempre salen como a ti te gustaría.

Se hizo de nuevo el silencio y Cathryn sintió que se iba durmiendo. Un fastidioso pensamiento empezó a rondar al filo de su conciencia y refunfuñó:

– Siento lo de los establos.

– No ha sido culpa tuya -la consoló él abrazándola más fuerte.

– Me has llamado estúpida.

– Perdóname. Me aterroricé al pensar que habías entrado en un establo en llamas, luchando con los caballos para sacarlos. ¿Y si te hubiera ocurrido algo? Me habría vuelto loco.

– ¿No me echas la culpa? -susurró ella.

– Te amo -la corrigió él-. No hubiera podido soportarlo si hubieras resultado herida.

Cathryn sintió como su corazón estallaba de felicidad. ¡La rabieta había sido sólo porque él no quería que corriera riesgos! Abrió los ojos, alzó la vista y lo miró desde el poderoso hombro masculino, donde tenía apoyada la cabeza, y suavemente, con la voz tan tierna como un sueño, le dijo:

– Te amo.

Los brazos de Rule se apretaron a su alrededor con más fuerza aún y él murmuró:

– Te amo.

Un momento más tarde su profunda voz flotó en el silencio.

– Bienvenida a casa, cariño.

Sí, por fin estaba en casa, en los brazos de Rule, donde estaba su hogar.

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