Capítulo 8

Rule era un ángel. El perfecto paciente obediente, resignado, tan dócil como un cordero… mientras Cathryn estaba a su lado. No había tenido ni idea de donde se había metido cuando prometió quedarse con él, hasta la primera vez que una enfermera entró para despertarlo y tomarle el pulso y la tensión. Los ojos de Rule se abrieron llameando salvajemente e intentó sentarse antes de que el dolor de cabeza lo hiciera caer acostado de nuevo en la cama con un gemido.

– ¿Cathryn? -exigió con voz ronca.

– Aquí estoy -lo tranquilizó ella rápidamente, levantándose de un salto de la silla para cogerle la mano y entrelazar sus dedos con los de él.

La miró aturdido.

– No me dejes.

– No te dejaré. Te lo he prometido, ¿recuerdas?

Él suspiró y se relajó, cerrando de nuevo los ojos. La enfermera frunció el ceño y se acercó más a él.

– Señor Jackson, ¿sabe dónde está? -preguntó.

– En un maldito hospital -gruñó él sin abrir los ojos.

La enfermera, una morena regordetas con perspicaces ojos negros, sonrió a Cathryn con simpatía.

– Lo despertaremos cada hora para asegurarnos que realmente duerme y no ha entrado en coma. Es sólo una precaución, pero siempre es mejor asegurarse.

– No hable de mí como si no estuviese -se quejó él.

De nuevo los ojos de la enfermera fueron hacia Cathryn y los hizo rodar expresivamente.

Cathryn apretó los dedos de Rule y lo riñó.

– Pórtate bien. El ser un gruñón no ayudará en nada.

Todavía sin abrir los ojos, Rule llevó la mano femenina a su cara y la apretó contra la mejilla.

– Por ti -suspiró él-. Pero es difícil sonreír cuando la cabeza te explota.

Dio honor a su palabra; con Cathryn era tan dócil que llegaba a lo ridículo. Sin embargo, las enfermeras aprendieron rápidamente que si le pedían a Cathryn que se apartase, entonces él se rehusaba a cooperar con nada de lo que quisieran hacer. Rule exigía su presencia constante y después de que ellas lo intentaran inútilmente unas cuantas veces, cedieron. Cathryn sabía que estaba usando descaradamente sus heridas para mantenerla a su lado, pero en vez de sentirse exasperada, se sentía llena de una dolorosa ternura hacia él y lo atendía y lo cuidaba incansablemente.

Ya era bien entrada la tarde cuando su estómago empezó a retumbar recordándola que estaba allí varada sin dinero, maquillaje, algo de ropa, ni nada de nada. Lewis había pagado el emparedado que habían comido y eso había sido por la mañana y ahora estaba a punto de morir de hambre, o al menos eso parecía decir su estómago. Cuidadosamente alimentó a Rule, llevándole a los labios un par de cucharadas de gelatina que fue lo único que comió ya que se negó a tomar la sopa de guisantes y cuando ella la probó comprendió por qué. A pesar de lo hambrienta que estaba no pudo comérsela ella. La sopa de guisante nunca le había gustado y Rule compartía ese gusto con ella.

No estaba tan enfermo como para no darse cuenta de lo que sucedía a su alrededor.

– Ve a la cafetería y come algo. Debes tener hambre. Me portaré bien mientras no estés -dijo quedamente, después de observar como ella probaba la sopa y hacía una mueca.

– Me muero de hambre -admitió ella, pero agregó sardónicamente-, sin embargo no creo que me den de comer por mi cara bonita. Ni siquiera llevo un peine, y mucho menos dinero o ropa limpia. Ni se me ocurrió coger mi bolso. Sólo te cogimos y salimos disparados.

– Llama a Lewis y dile lo que necesitas. Lo puede traer esta noche -la instruyó él.

– No le puedo pedir…

– Le puedes pedir. Es tu rancho, ¿no? -exigió irritado-. No, le llamaré yo mismo. Mientras tanto, coge mi cartera que está en el cajón de arriba de la mesita de noche y vete a comer.

Ella vaciló. Luego, cuando él trató de sentarse y se puso aún más pálido, le espetó:

– ¡De acuerdo, de acuerdo! -y rápidamente lo hizo acostarse de nuevo. Luego abrió el cajón y cogió la cartera y la miró con pesar. Le molestaba mucho gastar su dinero, aunque no podría decir por qué.

– Ve -le ordenó él, y ella obedeció porque estaba hambrienta.

Mientras estaba sentada en la cafetería masticando lentamente galletas saladas que estaban rancias y comiendo puré de patata, sucumbió a la tentación de examinar la cartera. Mirando alrededor con aire culpable, examinó primero las pocas fotos que llevaba. Una era obviamente de su madre, a la que Cathryn no recordaba, porque había muerto cuando Rule era un niño. El débil parecido con la forma de las cejas y la boca era lo único que proclamaba los vínculos familiares. Otra era del padre de Rule, alto y flaco, con un delgado niño de unos diez años de edad de pie, rígido, a su lado, frunciendo el ceño a la cámara. Cathryn sonrió levemente, había visto muchas veces ese mismo semblante ceñudo en la cara del hombre adulto.

Al continuar girando los portafotos plastificados, se quedó boquiabierta. Aunque suponía que habría una foto de ella, la que vio allí no era la que esperaba. Había pensado que quizás llevaría el retrato de clase que se hizo el último año de la escuela secundaria, o incluso alguna de sus fotos de la universidad, pero la que Rule llevaba era una que se había hecho cuando inició el primer grado. Había sido la más pequeña de la clase, todavía no se le había caído ningún diente y esos pequeños dientes estaban clavados en su labio inferior con dolorosa intensidad mientras miraba fijamente la cámara con unos ojos enormes, sombríos y oscuros. ¿Cómo es que tenía esa foto? Ella tenía doce o quizás trece años, cuando él vino al rancho. No se acordaba exactamente. Solo había podido haber sacado esa foto del álbum de familia.

Había otra foto… de Ward Donahue. Cathryn clavó la mirada en su padre con los ojos borrosos, luego siguió curioseando. Rule sólo llevaba la documentación imprescindible: el permiso de conducir, la licencia de piloto y la tarjeta de la seguridad social. Excepto eso y cuarenta y tres dólares, su cartera estaba vacía.

Las lágrimas hicieron que le escocieran los ojos. Cuatro fotos y tres tarjetas eran todos sus documentos personales. No había nada más en los otros apartados, ningún apunte, nada que indicara la naturaleza del hombre que se mantenía tan fuertemente cerrado en su interior. Repentinamente comprendió que en toda su vida, Rule sólo le había dicho a una persona "te necesito" y ella lo abandonó sin escucharlo.

Respiró profunda y temblorosamente. Casi había cometido el peor error de su vida, y estaba casi agradecida al accidente de Rule porque le había impedido marcharse y quizás causar entre ellos una grieta irreparable. Lo amaba y lucharía por su amor.

Había optado por no decirle nada, pero cuando ya había anochecido las palabras salieron sin querer.

– ¿Cómo conseguiste ese retrato mío que llevas en la cartera?

Una sonrisa sardónica curvó una esquina de su boca.

– Me preguntaba si habrías sido capaz de resistir la tentación. Obviamente no lo has sido.

Aunque se ruborizó, Cathryn ignoró la broma.

– ¿Dónde la conseguiste? -insistió.

– De una caja de zapatos llena hasta arriba de fotos antiguas. Hay varias guardadas en el desván. ¿Por qué?

– No lo entiendo. ¿Por qué esa foto en particular?

– Ésta me recuerda a algo -dijo él finalmente de mala gana.

– ¿A qué?

Cuidadosamente Rule giró la cabeza para mirarla, sus ojos eran tan oscuros como la medianoche.

– ¿Estás segura de que quieres saberlo?

– Sí. Parece una elección tan extraña.

– En realidad no lo es. Fue por los ojos -refunfuñó-. Tenías la misma expresión seria y asustada en tus ojos cuando los abriste y me miraste, allá en el río, después de haber hecho el amor por primera vez.

El recuerdo fue como un relámpago, dejándola atontada, cuando lo revivió en su mente como si hubiera acabado de pasar. Él se izó apoyándose en los codos, apartando su peso de los jóvenes y delicados pechos y le había dicho:

– Cat -en voz quedamente exigente. Hasta ese momento ella había estado envuelta en una nube, pero el sonido de su voz la había hecho ser consciente de muchas cosas: el calor abrasador del sol en lo alto, el picor de la hierba bajo su cuerpo desnudo, el perezoso zumbido de una abeja en busca del polen de una tentadora flor, las llamadas musicales de las aves en el árbol más cercano.

También se dio cuenta de la enormidad de lo que había hecho y con quién lo había hecho, la identidad del hombre que todavía la tenía entre sus brazos. Se dio cuenta de los dolores poco familiares de su cuerpo, mientras sentía todavía los ecos del placer. Aterrorizada del tumulto de sensaciones que la habían conmocionado emocional y físicamente, el naciente deseo para hacerlo una vez más había sido casi más de lo que podía soportar. Sus ojos asustados se habían abierto repentinamente para clavar la mirada en él, reflejando en sus profundidades suaves y oscuras la incertidumbre de haber dado el primer y más importante paso hacia su feminidad.

Ahora, en estos momentos fue incapaz de decir nada y después de un momento él suspiro fatigosamente y cerró los ojos. Los ojos femeninos vagaron con inquietud sobre la pálida cara. Durante semanas había soportado la vigilia al lado de la cama de David antes de que muriera y recordaba el dolor de aquellos días interminables. No es que pudiera compararse, ya que Rule se recuperaría, pero la leve semejanza era suficiente para retorcerle el corazón. Había sido horrible perder a David. Si le pasara algo a Rule no podría soportarlo.


***

Pasaron una mala noche. Cathryn ni siquiera se molestó en ponerse el camisón que Lewis le había traído. Aunque alquiló uno de los plegables que estaban disponibles para los acompañantes que se quedaban a pasar la noche con los pacientes, pero bien hubiera podido quedarse sentada en la silla por lo poco que durmieron esa noche ella y Rule. Entre la incomodidad de su pierna y el nauseabundo dolor de cabeza que tenía, Rule esta inquieto y parecía que cada vez que lograba tranquilizarse y empezaba a dormirse, entraba una enfermera para despertarlo. Al amanecer la opinión de él sobre esa práctica sólo incluía palabrotas y Cathryn habría tenido un ataque de nervios si no hubiera estado tan cansada.

Quizás fue el dolor que tenía lo que hizo que soñara con Vietnam, pero repetidas veces se despertaba del ligero sueño, irritable, con las manos formando puños y el sudor inundando su cuerpo. Cathryn no preguntaba nada, simplemente lo calmaba con su presencia, hablándole suavemente hasta que se relajaba. Estaba agotada, pero estaba a su lado cada vez que sus ojos se abrían destellando, evidenciando su amor con cada tierna caricia de sus dedos. Él no podría decir que era, pero respondía a sus caricias, calmándose siempre que ella estaba cerca. Aquella noche era un hombre enfermo, y al día siguiente tuvo un poco de fiebre. Aunque las enfermeras la aseguraron de que eso no era raro, no se separó de él, manteniendo una compresa con hielo sobre su frente y refrescando continuamente su torso con un paño húmedo.

Durmió todo seguido la segunda noche, lo que fue una suerte, porque Cathryn cayó sobre el plegable y no se movió para nada. No había duda de que no lo habría oído si la hubiera llamado.

El martes por la mañana se sintió aliviada y alarmada a la vez cuando el doctor le dijo que podían irse a casa. Estarían más cómodos en el rancho, pero no estaba segura de que Rule estuviera lo bastante bien para prescindir de constante supervisión médica. El doctor le aseguró amablemente que Rule estaba bien pero le dio instrucciones para que no se moviera al menos durante el resto de la semana. No podía bajo ningún concepto levantarse de la cama hasta que el dolor de cabeza y los mareos hubieran pasado, ya que sería arriesgado que intentase caminar con muletas mientras su equilibrio no fuera como debiera ser.

El vuelo hacia el rancho lo dejó agotado y su cara estaba alarmantemente pálida cuando, no sin dificultad, varios trabajadores lo llevaron arriba y lo colocaron sobre la cama. A pesar de haberlo llevado cuidadosamente, se agarraba la cabeza debido al dolor, y Lorna, que los había seguido con expresión de alivio, salió de la habitación con lágrimas en los ojos. Los hombres desfilaron y dejaron que Cathryn lo pusiera cómodo.

Con cuidado le quitó la camisa y los vaqueros, que había cortado por la pierna izquierda para que pudiera pasar la escayola. Después de apoyar la pierna sobre almohada y apartar las mantas, le tapó con la sábana.

– ¿Tienes hambre? -preguntó ella preocupada, ya que su apetito era casi inexistente-. ¿Tienes sed? ¿Necesitas algo?

Él abrió los ojos y miró alrededor.

– Éste no es mi cuarto -refunfuñó sin contestar a sus preguntas.

Cathryn había pensado mucho en la distribución de la casa y le había dicho a Lorna que cambiase las cosas de Rule a la habitación de invitados que estaba en la parte de delante de la casa. La habitación de él estaba en la parte de atrás, dando a los establos, y Cathryn no creyó que pudiera descansar con toda la actividad del patio. Y no sólo esto, la habitación de invitados estaba al lado de la suya, lo que sería más cómodo si él la llamaba; y tenía un baño incorporado a la habitación, el único dormitorio de la casa con ese lujo. Considerando la relativa inmovilidad de Rule, lo del cuarto de baño era el factor más importante. Sólo esperaba que él cooperase.

– No, es la habitación contigua a la mía. Te quería tener cerca durante la noche -dijo serenamente-. También tiene un cuarto de baño -agregó.

Él se lo pensó, sus pestañas bajaron para ocultar su expresión.

– Bien -accedió finalmente-. No tengo hambre, pero pídele a Lorna un poco de sopa o algo así. Eso hará que se sienta mejor.

Así que a pesar de como se encontraba, había notado que Lorna estaba preocupada. Cathryn no se cuestionó la lealtad de Lorna hacia él. ¿Quién podía saber los secretos que había escondidos tras la estoica expresión de la cocinera? Y además se alegraba de que se preocupara por otras personas, ya que durante demasiado tiempo había pensado que era incapaz de preocuparse de los demás.

– ¿Dónde está Lew? -se inquietó Rule-. Tengo que hablar con él.

Cathryn lo miró con severidad.

– Ahora escúchame bien, Rule Jackson. Tienes órdenes estrictas de estar tranquilo, y si me das problemas, te cogeré y te llevaré al hospital tan rápido que la cabeza te dará vueltas más rápido de lo que hace ahora. Nada de trabajar, nada de preocuparse, ningún intento de levantarte por ti mismo. ¿Está claro?

La miró furioso.

– Maldita sea, tengo que hacer una venta…

– Y la haremos -lo interrumpió ella-, no digo que no puedas hablar en absoluto con Lewis, pero voy a asegurarme de que descanses más de lo que hables.

El hombre suspiró.

– Te sientes poderosa ahora que estoy tan indefenso como una tortuga puesta sobre su espalda -dijo con una engañosa mansedumbre-. Pero esta situación no durará siempre, así que será mejor que lo recuerdes.

– Oh, me das tanto miedo -bromeó ella, inclinándose para besarlo rápidamente en la boca y enderezándose antes de que los reflejos de él pudieran reaccionar. Sus ojos oscuros y somnolientos recorrieron el cuerpo femenino de arriba a abajo con una perezosa amenaza; luego sus pestañas se negaron a alzarse de nuevo quedándose dormido.

Cathryn silenciosamente abrió la ventana para dejar entrar un poco de aire fresco, y luego fue de puntillas hacia la puerta, saliendo y cerrándola tras ella.

Ricky estaba en el pasillo, apoyada en la pared, sus sesgados ojos color avellana eran dos líneas llenas de furia.

– Le dijiste a Lewis que no me llevara al hospital para ver a Rule, ¿verdad? -la culpó-. No querías que estuviera con él. Lo querías todo para ti.

Temiendo que la voz enfadada de la mujer lo despertara, Cathryn la agarró suavemente del brazo y la apartó de la puerta.

– ¡No hables tan fuerte! -susurró con ira-. Está durmiendo y necesita todo la tranquilidad posible.

– ¡Estoy segura de que sí! -se burló Ricky.

Cathryn había pasado dos días horribles y sus nervios se crisparon.

– Piensa lo que quieras, pero mantente apartada de él. Nunca he hablado más en serio. Te lo advierto, haré lo que tenga que hacer para impedir que lo contraríes mientras esté tan enfermo. ¡Es mi rancho, y si quieres quedarte aquí más vale que hagas lo que te digo! -dijo bruscamente.

– ¡Oh, Dios mío, me pones enferma! ¡Tu rancho! ¡Tú casa! Siempre te has creído que eres mejor que los demás por este estúpido rancho.

Cathryn apretó los puños. Se sentía enferma. Enferma y cansada de los celos de Ricky y de su rencor, aunque los entendiera. Quizás Ricky vio que el último hilo de control desaparecía de la expresión de Cathryn, porque se alejó rápidamente y bajó las escaleras, dejando a Cathryn de pie en el pasillo intentando controlar la rabia que la quemaba.

Después de varios minutos bajó a la cocina para decir que Rule había pedido sopa, sabiendo por la experiencia anterior que su siesta sería corta, y quería tener algo preparado para que comiera cuando se despertara. Los ojos húmedos de Lorna se iluminaron cuando supo que Rule quería que ella hiciera algo por él y se precipitó hacia los fogones. Al cabo de media hora había una bandeja preparada con un tazón rebosante de sabrosa y espesa sopa de verduras y un vaso de té helado. Cuando Cathryn subió la bandeja rumió que si Rule todavía estaba dormido, era muy capaz de comerse la sopa ella. Repentinamente estaba muerta de hambre.

Pero Rule se movió cuando abrió la puerta, removiéndose incómodo en la cama. Trató de sentarse y ella rápidamente colocó la bandeja en la mesita de noche y se apresuró a ir a ayudarle, poniéndole un brazo detrás del cuello para sujetarlo mientras colocaba las almohadas en la posición más adecuada para que pudiera apoyarse en ellas. Luego tuvo que colocarle la pierna para que estuviera cómodo, un proceso que hizo que la mandíbula masculina se tensara antes de que hubiera acabado.

Se tomó la sopa con más apetito de lo que había mostrado en el hospital, pero el tazón estaba todavía medio lleno cuando lo apartó.

– Aquí dentro hace calor -dijo irritado.

Cathryn suspiró, pero él tenía razón. Las ventanas daban al sudoeste, y la habitación estaba caliente por el sol de la tarde que entraba de lleno. No era tan evidente para alguien que no tuviera que pasarse el día entero metido en el dormitorio, el sudor ya brillaba sobre el torso y la cara del hombre. En la casa nunca se había instalado calefacción ni aire acondicionado, así que la única solución que se le ocurría era comprar un aparato para poner en la ventana. Mientras recordó que tenían un ventilador eléctrico y fue a buscarlo. Al menos mantendría el aire en movimiento hasta que pudiera ir a comprar un acondicionador de aire.

Enchufó el ventilador y lo puso en marcha, dirigiendo el aire hacia su cuerpo. Rule suspiro y alzó el brazo derecho para cubrirse los ojos.

– Recuerdo un día en Saigón -murmuró-. Hacía un calor tan horroroso que incluso el aire parecía denso. Las botas se me pegaban al pavimento cuando atravesé la plataforma del helicóptero. Eso era calor, Cat, tan terriblemente caliente que si Vietnam no fuera el infierno, lo sería esto. Durante años, la sensación de sentir como el sudor iba bajando poco a poco por mi espalda era tan mala como la de sentir una serpiente avanzando lentamente sobre mí, porque me recordaba aquel día en Saigón.

Cathryn permaneció allí de pie inmóvil, con miedo a decir algo. Era la primera vez que Rule compartía uno de sus recuerdos de la guerra, y no estaba segura de si era porque lentamente se estaba acostumbrando a hablar sobre ello o porque en ese momento estaba algo aturdido. Él contestó a esa pregunta cuando apartó el brazo y clavó en ella sus ojos oscuros e intensos.

– Hasta un día de julio, hace ocho años -murmuró él-. Ese día hacía un calor abrasador y cuando te vi bañándote desnuda en el río me diste envidia, y pensé en nadar contigo. Pero luego se me ocurrió que algún otro hombre también podría haber visto tu desnudez y quise sacudirte hasta que te castañearan los dientes. Y ya sabes que pasó -continuó suavemente-. Y mientras te hacía el amor el sol me quemaba en la espalda y el sudor recorría mi piel, pero aquel día no pensé en Vietnam. En lo único que podía pensar era en la forma tan dulce y salvaje en que te movías entre mis brazos, allá debajo de mí y quemándome con un tipo diferente de calor. Después de ese día nunca me importó pasar calor y sudar porque lo único que tenía que hacer era alzar la vista hacia el sol de Texas y pensar en hacer el amor contigo.

Cathryn tragó, incapaz de hablar o de moverse. Él alargó la mano hacia ella.

– Ven aquí.

Se encontró con las rodillas apoyadas en la cama, a su lado, la mano masculina sobre su pelo, acercándola a él. Rule no cometió el error de intentar recorrer la mitad del camino para encontrarse con ella; la acercó del todo haciendo que la mitad superior de su cuerpo quedara sobre la cama. Sus bocas se encontraron salvajemente y su lengua le envió un mensaje tan viril que la dejó mareada.

– Te deseo ahora -murmuró besándola, cogió la mano femenina e hizo que la deslizara por su cuerpo, hacia abajo. Cathryn gimió cuando sus dedos confirmaron la necesidad masculina.

– No podemos -protestó, apartando los labios, aunque sin darse cuenta siguió acariciándolo suavemente, su mano subió hasta tocar y el duro y delgado vientre-. No puedes. No deberías moverte…

– No me moveré -prometió, engatusándola con un ronco murmullo-. Estaré completamente quieto.

– Mentiroso -su voz vibraba de ternura-. No, Rule. Ahora no.

– Se supone que debes hacer que esté satisfecho.

– Eso no fue lo que dijo el doctor -contestó ella divertida-. Dijo que debo hacer que permanezcas tranquilo.

– Estaré tranquilo si haces que esté satisfecho.

– Por favor, sé razonable.

– Los hombres, cuando están cachondos, nunca han sido razonables.

No le quedó más remedio que reírse, enterrando la cara en el pelo rizado de su pecho hasta que pudo controlar las risas.

– Pobrecito, mi bebé -canturreó dulcemente.

Él sonrió y abandono el intento de convencerla, y ella se quedó con la duda de si hubiera podido resistir sus sensuales súplicas si hubiera insistido un poco más.

Enredó los dedos en el pelo de ella, observando las hebras rojo oscuro.

– ¿Piensas marcharte ahora que no puedo hacer nada para impedirlo? -preguntó de una manera engañosamente casual.

Cathryn levantó la cabeza rápidamente, tirándose del pelo al hacerlo. Se estremeció y Rule dejó caer el cabello que aún sujetaba.

– ¡Desde luego que no! -negó indignada.

– ¿No lo has pensado en ningún momento?

– En ningún momento -le sonrió y acarició con un dedo un pequeño pezón que encontró entre los rizos masculinos-. Creo que me quedaré cerca de ti, después de todo. Supongo que no soy capaz de perder la oportunidad de darte órdenes continuamente. Nunca se me presentará otra.

– ¿Así que te quedas por venganza? -él también sonreía, una pequeña sonrisa que apenas curvó su boca, pero en el caso de Rule, eso ya era algo. No era muy dado a sonreír.

– Puedes estar seguro -afirmó, acariciando el pequeño brote de carne que ya estaba tenso-. Voy a hacerte pagar por cada beso, y disfrutaré mirando como te retuerces. Y todavía te debo la azotaina que me diste. No puedo hacerte pagar la deuda del mismo modo, pero puedes estar seguro que ya se me ocurrirá algo.

Una trémula respiración levantó el pecho masculino.

– Apenas puedo esperar.

– Lo sé -dijo ella regocijada-. Hacerte esperar… y esperar… y esperar.

– Me has hecho esperar durante ocho años. ¿Es que quieres repetirlo? ¿Me quieres convertir en un monje?

– ¡Has estado muy lejos de ser un monje, Rule Jackson, así que no intentes decir lo contrario! Wanda me explicó cual era tu reputación en el pueblo. "Salvajemente viril", así fue como te describió, y ambos sabemos lo que eso significa.

– Mujeres chismosas -se quejó él.

A pesar de estar de mejor humor se cansaba rápidamente, y cuando lo ayudó a recostarse, no protestó.

El aparato de aire acondicionado era lo primero de su lista de la compra, pero Lewis, habiendo empleado tiempo para traer a Rule del hospital a casa, estaba demasiado ocupado para que le pudiera pedir que fuera a San Antonio en la avioneta, que probablemente era la ciudad más cercana donde encontraría el pequeño acondicionador de aire, que no requeriría un trabajo adicional de electricidad en la casa. Eso significaba que tenía que conducir, un trayecto de casi dos horas. Y el parte meteorológico daba más de lo mismo: calor, calor y calor. Rule necesitaba aquel aparato de aire.

Pero ahora estaba agotada, y el pensar en el tiempo que tendría que estar conduciendo era algo que en estos momentos la superaba. Mañana madrugaría y estaría en la tienda de aparatos de aire acondicionado de San Antonio cuando abriesen. Si lo hacía así podía estar de vuelta antes del mediodía y se evitaría las peores horas de calor.

Después de una larga ducha fue a ver de nuevo a Rule y vio que todavía dormía. Era el rato más largo que había dormido todo seguido y eso la tranquilizó porque significaba que se estaba curando. Contemplando pensativamente la escayola blanca que cubría su pierna desde la rodilla a los dedos del pie, esperó que se la pudiera quitar pronto y que Rule estuviera de nuevo en el sitio que le correspondía, llevando el rancho. Aunque le gustaba mucho la idea de tenerlo a su merced durante unos cuantos días, todavía le dolía verle débil e indefenso.

Aprovechando la tranquilidad, se metió en la cama y se durmió al instante, sólo para ser despertada por una voz profunda e irritada que gritaba su nombre. Se sentó en la cama, se apartó el pelo de la cara y miró el reloj. Había dormido dos horas seguidas. ¡No era raro que Rule la llamara! Debía estar despierto ya desde hacía un rato y se debía preguntar si no lo había abandonado.

Apresurándose hacia su habitación comprendió que ese no era el caso en absoluto. El sonrojo de su cara y el pelo enredado dejaban ver claramente que acababa de despertarse y que la había llamado inmediatamente. Después de dos días de estar todo el tiempo a su lado, se había acostumbrado a tenerla a su servicio.

– ¿Dónde estabas? -recriminó impaciente.

– Durmiendo -contestó ella y bostezó-. ¿Qué quieres?

Durante un momento permaneció allá tendido, mirándola gruñón. Luego dijo:

– Tengo sed.

Había un jarrón de agua y un vaso en la mesita de noche, pero Cathryn no protestó y le sirvió el agua. El doctor le había dicho que durante varios días, Rule tendría dolores de cabeza terriblemente fuertes y que el menor movimiento sería doloroso. Pasó la mano por la almohada para levantarle cuidadosamente la cabeza mientras le sostenía el vaso. Se lo bebió todo.

– Hace tanto calor aquí -suspiró él cuando el vaso quedó vacío.

Estaba de acuerdo con él.

– Mañana a primera hora me voy a San Antonio para comprar un aparato de aire acondicionado -dijo Cathryn-. Aguanta un poco y mañana estarás más cómodo.

– Eso es un gasto innecesario -empezó a fruncir el ceño.

– No es innecesario. No recuperarás las fuerzas tan rápido si estás aquí sudando y medio muerto de calor.

– Aún así no me gusta…

– Da igual que te guste o no -le informó ella-, he dicho que compraré un aparato de aire acondicionado y no hay más que hablar.

Sus ojos oscuros se posaron en ella severamente.

– Disfrútalo, porque cuando me levante y pueda volver a caminar, vas a estar en problemas.

– No me das miedo -se rió ella, aunque no era del todo cierto. Él era tan fuerte y duro y tenía tanto poder sensual sobre ella que aunque no le tuviera miedo exactamente, si sentía cierta cautela.

Después de un momento la expresión de los ojos masculinos se suavizó.

– Vas a caerte dormida en el suelo. En lugar de venir corriendo cada vez que te llame, ¿por qué no duermes aquí conmigo? Probablemente los dos dormiríamos mejor.

La sugerencia era tan provocativa que casi se metió en la cama del hombre en ese mismo momento, pero recordó el intentó medio en serio de seducirla que había hecho sólo unas pocas horas antes y de mala gana renunció a hacerlo.

– Ni hablar. Nunca descansarías con una mujer en tu cama.

– ¿Cómo la semana que viene? -murmuró él, acariciándola el brazo desnudo con un dedo.

Cathryn se sintió dividida entre la risa y las lágrimas. ¿Acaso notaba él lo drásticamente que habían cambiado sus sentimientos? Era como si supiera que la única cosa que la mantenía alejada de su cama eran sus heridas. Actuaba como si todo estuviera ya decidido entre ellos, como si no hubiera más dudas que nublaran su mente. Quizás no las había. La verdad es que no había tenido tiempo de decidir que haría con su propuesta de matrimonio, pero sabía que pasase lo que pasase no iba a poder huir de él otra vez. Tal vez su decisión ya estaba tomada y sólo tenía que asumirla. Había tantos quizás…

Pero sería una tonta si se comprometiera ahora mismo. Estaba cansada, agotada del trauma de los dos días anteriores. Y tenía que manejar un rancho, una venta de caballos, la malicia de Ricky y las demandas de Rule que tanto tiempo la ocupaban. Ahora tenía demasiadas cosas en la cabeza para tomar una decisión tan seria. Una de sus reglas fundamentales era no tomar ninguna decisión irrevocable mientras estuviera bajo tensión. Más adelante, cuándo Rule pudiera levantarse, tendría mucho tiempo para eso.

Le sonrió y le acarició el pelo apartándolo de la frente.

– Hablaremos la semana que viene.

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