Capítulo 5

Franklin's Feed Store era la única tienda de piensos del pueblo, así que Cathryn no dudó de que estaba en el lugar correcto cuando dio marcha atrás hacia la zona de carga. Había ido a la escuela con Alva Franklin, la hija del dueño y sonrió ampliamente cuando recordó el día en que Alva había empujado a su hermana mayor, Regina, en un charco de lodo. Alva había sido un pequeño diablo. Todavía sonreía cuando entró en la atmósfera mohosa del edificio.

No reconoció al hombre que se acercó para tomar su pedido, pero ya habían pasado ocho años desde la última vez que fue al rancho y, obviamente, él era una de las personas que habían llegado a la región desde entonces. Sin embargo, el hombre la miró dudosamente cuando le dijo lo que quería.

– ¿Un pedido para el Bar D? -preguntó con cautela-. Me parece que no la conozco, señora. ¿Cómo ha dicho que se llamaba?

Cathryn sofocó una risa.

– Mi nombre es Cathryn Donahue… Ashe -añadió en el último momento, sintiéndose culpable cuando se dio cuenta de que casi había olvidado decir su nombre de casada. Le pareció que había apartado a David, como si nunca hubiera existido, y no quería que eso pasara. Ni siquiera había protestado cuando Rule la había presentado a Lewis Stovall por su apellido de soltera, dejándose volver sigilosamente a la identidad de Cathryn Donahue y bajo la dominación del encargado del rancho. Pero no ahora, pensó con gravedad.

Terminó su explicación, pero el hombre parecía todavía inseguro.

– Soy la dueña del Bar D.

– El señor Jackson… -empezó a decir el hombre.

– Es el encargado de mi rancho -terminó suavemente en su lugar-. Entiendo que usted no me conozca y le agradezco que sea tan cuidadoso con los pedidos. Sin embargo, el señor Franklin sí me conoce, así que puede preguntarle a él por mi identidad.

Lo hizo, y fue en busca del dueño de la tienda de piensos. A Cathryn no le molestó esperar y le agradó su precaución. Sería un caos si le permitieran a cualquiera firmar un pedido para cualquier rancho sin cobrarlo antes. Sólo habían pasado unos minutos cuando el hombre volvió con Ormond Franklin. El señor Franklin la miró detenidamente a través de sus gafas; luego su mirada se posó en su pelo, y dijo:

– Vaya, ¡hola, Cathryn! Había oído que estabas en el pueblo -le asintió a su empleado-. Continúa y carga el pedido, Todd.

– Me alegra volver a verlo, señor Franklin -dijo Cathryn afablemente-. Llegué el sábado. Tenía intención de quedarme sólo durante las vacaciones, pero ahora parece que estaré aquí durante más tiempo.

Él sonrió tan ampliamente que se preguntó por qué sus noticias le complacían tanto.

– Estupendo, eso son buenas noticias. Me alegra oír que vas a asumir el control del rancho. Nunca me ha gustado ese Rule Jackson. Lo has despedido, ¿verdad? Estupendo, estupendo. Ese hombre no es más que un problema. Siempre he pensado que tu padre cometió un terrible error al acoger a Jackson de la forma en que lo hizo. Ya era bastante salvaje antes de ir a Vietnam, pero cuando volvió estaba completamente loco.

Cathryn sintió como se abría su boca de par en par mientras lo miraba aturdido. El hombre había hecho tantas suposiciones fantasiosas que no sabía por donde empezar, pero… ¿por qué el señor Franklin le tenía tanto rencor a Rule? Luego recordó y tuvo una clara imagen de la bonita y malhumorada cara de Regina Franklin, recordó también que la chica tenía una reputación de perseguir a los hombres que sería mejor que evitase. Uno de aquellos hombres había sido Rule Jackson y, siendo el hombre que era, no había hecho ningún esfuerzo en ocultarlo.

Hizo un esfuerzo por ser razonable. Comprendiendo el rencor del señor Franklin hacia Rule, aunque su hija fuera igualmente responsable, dijo con suavidad.

– Yo no sabría llevar el rancho, señor Franklin. Rule ha hecho un trabajo fantástico; el rancho incluso está mejor ahora que cuando papá estaba vivo. No tengo ninguna razón para despedirlo.

– ¿Ninguna razón? -preguntó incrédulo, su ceño se frunció por encima de sus gafas-. Sus principios morales es razón suficiente para mucha gente decente de por aquí. Abundan las personas que no han olvidado como actuó cuando regresó del extranjero. Bueno, tendrás que vigilarlo como un halcón en tu propia casa o esa hermanastra que tienes…

– Señor Franklin, puedo entender por qué le desagrada Rule, dadas las circunstancias -le interrumpió Cathryn, repentina y ferozmente enfadada por su persistente ataque a Rule y por el modo en que había unido a Rule con Ricky. Se negó a oír algo más sobre ese tema. Contraatacó yendo directamente al meollo del asunto-. Pero Rule y su hija eran tan jóvenes como confundidos, y eso pasó hace mucho tiempo. Rule no fue el único responsable de ese escándalo.

El señor Franklin se volvió rojo de furia y escupió entre dientes.

– ¿Qué no fue responsable? ¿Cómo puedes quedarte ahí y decir eso? Él forzó a mi muchacha, y luego se negó a apoyarla. No pudo quedarse en este pueblo. ¡Tuvo que irse y él se pasea por aquí como si no hubiera hecho nada malo en su vida!

Cathryn vaciló, preguntándose si él había tergiversado la realidad para descargar toda la culpa sobre Rule porque no podía afrontar la posibilidad de que su rigidez había sido la responsable de que su hija tuviera que irse. No quería herirlo, pero había algo que no podía dejarle pasar, y dijo con frialdad:

– Rule Jackson no ha forzado a una mujer en su vida. No tenía por qué. Yo era joven, pero puedo recordar el modo en que lo perseguían las muchachas todo el tiempo, incluso antes de empezar a afeitarse. Cuando salió del ejército todavía fue peor. ¡Puede pensar lo que guste, pero le aconsejaría que no dijera esas cosas en voz alta a no ser que quiera tener una demanda por calumnias!

Sus voces cada vez más altas habían atraído la atención de todos los que estaban en la tienda, pero eso no detuvo al señor Franklin. Su pelo gris estaba casi de punta cuando gritó:

– ¡Si es así como piensa, señorita Donahue, le sugiero que compre el pienso en algún otro sitio! ¡Tu padre nunca habría dicho algo así de mí!

– ¡Mi nombre es señora Ashe, y creo que papá estaría orgulloso de mí! ¡Él creyó en Rule cuando nadie más lo hizo, y fue bueno que lo hiciera, porque el rancho se hubiera venido abajo hace años sin Rule Jackson! -ahora hervía de rabia, y pisando fuerte bajó los escalones hacia donde estaba Todd esperando, con los ojos muy abiertos, para que le firmara la hoja. Garabateó su nombre sobre ella y se sentó tras el volante de la camioneta. Pisó furiosamente el acelerador y el vehículo, dando bruscos saltos, salió disparado de la zona de carga.

Temblando por el mal genio, Cathryn condujo sólo una manzana y se apartó a un lado para tranquilizarse. El cercado… no podía olvidar el cercado, se recordó a sí misma, y respiró profundamente, las manos le temblaban con violencia y su corazón iba a toda marcha; tenía el cuerpo empapado de sudor. Se sintió como si hubiera estado luchando físicamente en vez de en una disputa. Momentáneamente vio su pelo por el retrovisor y se sobresaltó soltando una temblorosa risa nerviosa. ¿Sería verdad que el color del pelo tenía algo que ver con el temperamento de uno?

Ahora lamentaba la escena con Franklin. Ya hubiera sido bastante malo si no hubiera habido testigos, pero con tantas personas allí paradas pendientes de la discusión, ésta sería repetida textualmente por todo el pueblo antes del anochecer. ¡Pero no podía permitir que alguien hablara así de Rule!

– Dios mío, realmente me he metido en un mal asunto -gimió. Rule necesitaba tanta protección como una pantera merodeando, pero ella se había lanzado en su defensa como si no fuera más que un indefenso cachorro. Era simplemente una muestra más del poder que tenía sobre ella. De niña se había sentido asustada e impresionada por él; de adolescente se resintió amarga y salvajemente de su autoridad; y ahora, ya una mujer, se sentía tan atraída por su incontrolada masculinidad que sentía como si luchara por su propia existencia.

Después de varios minutos, dio media vuelta y condujo calle abajo hacia la tienda de suministros. Allí no tuvo ningún problema. No sólo conocía a los empleados que estaban allí desde siempre, sino que además Rule había llamado para añadir algo a la lista que le había dado. Cuando todo estuvo cargado en la camioneta, la suspensión casi tocaba el suelo, así que, cuidadosamente, condujo de regreso al rancho, pendiente de la pesada carga que transportaba.

Era un hermoso día, fresco, fragante y verde tras la tan necesaria lluvia del día anterior, y Cathryn se tomó su tiempo, tratando de tranquilizarse del todo antes de llegar al rancho. No tuvo bastante éxito. Rule la estaba esperando en el patio cuando llegó, y recordó que él no había confiado del todo en que ella regresara. Cuando recordó la batalla que había peleado en su nombre, el resentimiento fluyó por ella y su temperamento surgió con toda su fuerza. Salió del camión, cerró de un golpe la puerta y le grito:

– ¡Te dije que volvería!

Se acercó a ella, la tomó del brazo y la arrastró hacia la casa.

– Necesito esos suministros enseguida -rechinó-. Por eso es por lo que estoy aquí. Ahora controla ese temperamento tuyo antes de que te ponga sobre mi rodilla delante de los hombres.

En esos momentos, Cathryn sólo necesitaba una oportunidad para dejar salir la energía que su temperamento había provocado y le dio la bienvenida a la perspectiva de la lucha.

– Cuando estés listo, hombretón -le desafió entre dientes-. Después de por lo que he pasado esta mañana, podría acabar con cinco como tú.

La arrastró aún con más fuerza haciéndola tropezar, pudo mantener el equilibrio por la fuerza con que la apretaba el brazo.

– ¡Ay! -dijo ella bruscamente-. ¡Me vas a arrancar el brazo!

Él empezó a jurar en voz baja mientras habría la puerta y la metía dentro. Lorna levantó la vista desde su sitio de delante de la ventana, un brillo de diversión apareció en sus serenos ojos mientras, sin detenerse, continuaba preparando un guiso de carne de ternera que gustaba mucho a Rule.

El hombre sentó a Cathryn a la fuerza en una de las sillas, pero ella saltó como una pelota de goma, con los puños apretados. Poniendo una de sus grandes manos sobre el pecho femenino, Rule la volvió a sentar y la mantuvo allí.

– ¿Qué infiernos te pasa? -gruñó suavemente, casi canturreando, ese era el tono que usaba cuando estaba a punto de perder el control.

Se enteraría de todos modos, así que Cathryn levantó beligerante la barbilla hacia él y le dijo:

– ¡Tuve una discusión! A partir de ahora tenemos que comprar el pienso en otra parte.

La mano de Rule cayó de su pecho y la miró con incredulidad.

– ¿Me estás diciendo -susurró- que he logrado hacer negocios con Ormond Franklin durante todos estos años sin tener una pelea, y que tú lo has estropeado todo en el primer viaje?

Lo miró con desprecio pero no le dio los detalles de la discusión.

– Pues bueno, iremos a Wisdom a comprar nuestro pienso -dijo nombrando el pueblo más cercano.

– Eso son treinta y dos kilómetros, sumando ida y vuelta tendremos que hacer sesenta y cuatro kilómetros. ¡Maldita sea, Cat!

– ¡Pues haremos esos sesenta y cuatro kilómetros más! -gritó ella-. Deja que te recuerde que éste es todavía mi rancho, Rule Jackson, y después de lo que dijo el señor Franklin no le compraría otro saco de pienso aunque la tienda más cercana estuviera a 200 kilómetros de distancia! ¿Está claro?

Puro fuego brilló en los oscuros ojos masculinos y fue hacia ella, deteniéndose justo antes de tocarla. Luego se dio media vuelta y salió airadamente de la casa, sus largas piernas recorrieron el camino a tal paso que si ella hubiera querido seguirle manteniéndole el paso habría tenido que correr.

Cathryn se levantó de la silla y se acercó a la ventana viendo como se subía a la camioneta conduciendo hacia los pastos más apartados del rancho donde necesitaban el cercado.

– La tierra está mojada después de la lluvia de ayer -dijo en voz alta-. Espero que no se quede encallado en el lodo.

– Si lo hace, hay suficientes trabajadores para sacarlo -indicó Lorna. Luego se rió quedamente-. Sabes exactamente como hacerle perder los estribos, ¿verdad? Hay más vida en su rostro en los pocos días que llevas aquí que en todos los años que hace que le conozco.

– La gente tendría que hacerle frente más a menudo -refunfuñó Cathryn-. Me ha estado pisoteando desde que era una niña, pero ahora no le dejaré hacerlo.

– Le va a costar mucho dejar que otro tome decisiones en lo referente al rancho -aconsejó Lorna-. Lo ha cargado todo sobre sus hombros durante tanto tiempo que no sabrá como dejar que alguien comparta la responsabilidad con él.

– Pues tendrá que aprender -dijo Cathryn tercamente con los ojos todavía fijos en la lejana camioneta. De repente se metió en una pendiente y desapareció, y ella se giró de espaldas a la ventana.

– ¿Sabes a lo que me recordáis vosotros dos? -preguntó Lorna de repente, riéndose otra vez.

– ¿Lo quiero saber? -respondió sardónicamente Cathryn.

– No creo que sea una gran sorpresa. Tú me recuerdas a una elegante gatita en celo, y él es el gato que da vueltas a tu alrededor, sabiendo que va a tener la pelea de su vida si intenta conseguir lo que quiere.

Cathryn rió a carcajadas con la imagen y admitió que realmente luchaban como dos gatos gruñendo encolerizados.

– Eres muy hábil con las palabras -dijo ahogándose de risa, y las dos mujeres se quedaron allí en la cocina riéndose como locas de lo que era, después de todo, una observación muy apropiada.

Para desilusión de Cathryn, Rule no regresó para almorzar. Lorna le dijo que había preparado una cesta con emparedados y café y se la había enviado a los hombres, y como Ricky estaba también con ellos, Cathryn tomó un silencioso almuerzo con Mónica, que había regresado mientras Cathryn estaba en el pueblo. Las dos mujeres no tenían ningún interés en común. Mónica estaba absorta en sus pensamientos y ni siquiera preguntó donde estaba Ricky, aunque tal vez ya lo sabía.

Habían acabado el almuerzo cuando Mónica se recostó en la silla y encendió un cigarrillo, signo seguro de que estaba nerviosa ya que rara vez fumaba. Cathryn la miró y Mónica dijo brusca y rotundamente.

– He estado pensando que me voy a ir de aquí.

Al principio Cathryn se sorprendió, pero cuando recapacitó, aún se asombró más de que Mónica se hubiera quedado tanto tiempo. La vida del rancho nunca la había gustado.

– ¿Por qué ahora? -preguntó-. ¿Y a dónde vas a ir?

Mónica se encogió de hombros.

– No estoy segura. Da igual el sitio mientras sea una ciudad y nunca tenga que volver a oler caballos y vacas. No es ningún secreto que nunca me ha gustado vivir en un rancho. Y en cuánto a irme ahora, ¿por qué no? Ahora tú estás aquí, y después de todo es tu rancho, no el mío. Me quedé después de morir Ward porque eras menor de edad, pero ahora ya no lo eres. Simplemente dejé pasar el tiempo, y ahora ya estoy harta de todo esto.

– ¿Ya se lo has dicho a Ricky?

Los sesgados ojos de gata de Mónica la miraron con severidad.

– No somos una sociedad que tenga que hacer concesiones mutuas. Ricky ya es una mujer adulta. Puede hacer lo que quiera.

Cathryn no contestó enseguida. Por fin murmuró:

– Todavía no he tomado una decisión sobre quedarme aquí.

– Eso no tiene importancia -contestó Mónica con serenidad-. El rancho es ahora tu responsabilidad, no la mía. Da igual lo que quieras hacer, yo haré lo que he decidido. No vamos a fingir que alguna vez hemos estado cerca la una de la otra. Lo único que teníamos en común era tu padre, y hace doce años que ha muerto. Ya es hora de que empiece a vivir mi propia vida.

Cathryn comprendió que de cualquier manera la presencia de Mónica no había sido necesaria durante años, no desde que Rule había asumido el control. Aunque ella misma no se quedara, el rancho continuaría funcionando como siempre. Si Mónica se iba no iba a afectar su situación; todavía tenía que tomar la decisión de quedarse o de irse. La idea de vender el rancho pasó por su mente pero la apartó rápidamente. Ésta era su casa y nunca la vendería. Podría considerar si era posible que pudiera quedarse a vivir aquí, pero sería imposible que le diera la espalda a su herencia.

– Sabes que eres bienvenida a quedarte a vivir aquí para siempre -le dijo quedamente a Mónica, volviendo a centrarse en la conversación.

– Gracias, pero ya es hora de que le de una sacudida a mi vida y aproveche al máximo el tiempo que me queda. He llevado luto por Ward demasiado tiempo -dijo en un extraño tono, mirándose las manos-. Me sentía más cerca de él aquí, así que me quedé aunque no hubiera ninguna razón para hacerlo. Nunca me ha gustado esta clase de vida y las dos los sabemos. Todavía no he pensado en buscar un apartamento, ni siquiera he decidido a que ciudad iré, pero creo que en unos meses lo tendré todo arreglado.

– Está mi apartamento en Chicago -ofreció Cathryn, vacilando, sin estar segura si a Mónica le gustase la idea-. Tengo el alquiler pagado hasta finales del año que viene. Si me quedo aquí estará disponible, eso si crees que te gustaría Chicago.

Mónica sonrió irónicamente.

– Pensaba en algo como Nueva Orleans, pero Chicago… Tendré que pensar en ello.

– No hay prisa. El rancho no se irá a ninguna parte -dijo Cathryn.

Una vez dicho lo que pensaba, Mónica no solía entretenerse y charlar. Apagó el cigarrillo a medio fumar y se excusó, dejando a Cathryn con su té helado.

Más tarde, después de horas de tratar de entretenerse limpiando el primer piso, algo que no fue tan rápido como debería haber sido porque a cada momento iba a la ventana para ver si Rule había vuelto, Cathryn por fin oyó la camioneta y fue corriendo otra vez a la ventana para ver como se detenía al lado de los cobertizos. Su corazón iba tan rápido que podía sentir su latido en la piel, así que se obligó a respirar lentamente, haciendo inspiraciones profundas, antes de bajar e ir a su encuentro. Ya había olvidado la riña que habían tenido por la mañana. Sólo sabía que llevaba horas fuera y estaba ansiosa de verlo, un hambre secreta que tenía que ser alimentada inmediatamente.

Todavía estaba lo bastante alejada para no poder oír lo que pasaba en el cobertizo cuando se paró bruscamente, palideciendo cuando vio las dos figuras descargando el resto del cercado. Ricky ayudaba a Rule, y aunque Cathryn no podía oír lo que decían, sí podía ver la cara de Ricky, ver como resplandecía cuando se reía mirándolo. De repente, Ricky dejó caer la caja de instrumentos que llevaba y lo abrazó, su bonita cara girada hacia él mientras reía desenfrenadamente. Se puso de puntillas y rápidamente lo besó; luego volvió a asentarse bien en el suelo cuando las manos de Rule la cogieron por los hombros y la separó de él. No debió regañarla, porque Ricky se rió otra vez; un momento después los dos volvieron al trabajo.

Cathryn dio media vuelta y se marchó, yendo por donde no pudieran verla aunque mirasen. Entonces fue cuando vio de refilón otra figura y se detuvo, mirando a su alrededor. Lewis Stovall estaba apoyado en el corral, sus duros rasgos eran inexpresivos cuando miraba a Rule y Ricky descargar el camión. Había una cierta tensión en su postura que la dejó perpleja, pero estaba demasiado alterada para preocuparse por él en ese momento.

Cathryn regresó rápidamente a la casa, tan conmocionada que se fue a su dormitorio y se sentó en la cama, sus ojos muy abiertos por la impresión. ¡Ricky había abrazado a Rule, lo había besado! Él no le había devuelto el abrazo y seguramente no había sido lo que ella llamaría un encuentro apasionado, pero aún así se sintió enferma cuando recordó los esbeltos brazos de Ricky alrededor de su cintura. Lorna había dicho que Ricky estaba enamorada de Rule, pero Cathryn en aquel momento no lo había creído, y todavía le resultaba difícil creerlo. Pero si fuera cierto… entonces no era raro que Ricky estuviera tan amargada, intentando desesperadamente hacer daño a Cathryn, aunque tuviera que usar a Rule de arma. ¿Había hecho Rule el amor con ella? ¿Acaso la acusación del señor Franklin no había sido tan descabellada, después de todo?

No, no era verdad. ¡No podía pensar en eso!, porque no podría soportar la idea. Gimiendo suavemente, se presionó la cara con las manos heladas. ¡Ricky no tenía ningún derecho a tocarle! Eso era todo. Reconociendo sus enfermizos celos por lo que eran, Cathryn se riñó a si misma. Después de todo, ¿acaso no le había dado permiso ella para ir con otras mujeres? Rule no era en absoluto un monje, era un hombre saludable, apasionadamente viril. ¡Pero ella no lo había querido decir! No podía soportar el pensar en ninguna mujer derritiéndose bajo sus caricias.

Había sido una escena inocente. Tenía que creer eso o no sería capaz de soportarlo. Sólo había sido un abrazo rápido y un beso, y él no le había devuelto ninguno de los dos. No tenía motivos para estar celosa, ningún motivo en absoluto. Pero pasó más de una hora antes de que se hubiera serenado lo suficiente para bajar y sentarse a cenar, teniendo mucho cuidado de poner en su cara una expresión vacía e intentando no mirar directamente ni a Rule ni a Ricky. Quería hacer algo violento y temió que si veía una sonrisa satisfecha en alguno de los dos, perdería los estribos. A Rule le gustaría eso; tenía la tendencia de aprovechar sus pérdidas de control contra ella.

Jugó apáticamente con el guiso de ternera que había en su plato, separándolo cuidadosamente en cuatro partes iguales, y tomando un pequeñísimo trocito de cada parte por turnos. El día había sido un desastre total. Como una idiota había dejado que Rule la intimidara para dejar el trabajo. Ahora se daba cuenta que había dejado un pedazo más de su independencia personal, lo que la ponía más firmemente bajo el dominio de Rule. La pelea con el señor Franklin, la pelea con Rule, la conmoción de ver a Ricky besándolo… era ya demasiado. Empezó a desear que él dijera algo desagradable para poder tirarle el plato a la cabeza.

Pero la comida continuó silenciosamente, hasta que Rule se excusó y entró en el estudio, encerrándose dentro. Cathryn tenía ganas de gritar cuando se preparó para irse a la cama. ¿Qué otra cosa podía hacer allí? Desahogó parte de su frustración en la almohada, y luego trató de leer.

Tuvo éxito hasta que se sintió somnolienta y apagó la luz, deslizándose entre las sábanas. Unos momentos después de haber cerrado los ojos, oyó un débil sonido y los ojos se le abrieron repentinamente, su corazón empezó a latir al doble de la velocidad normal cuando se preguntó si Rule había decidido romper su acuerdo y venir a ella. Pero no había nadie allí, y para su horror las lágrimas fluyeron de sus ojos. Rápidamente sometió el impulso de sollozar como un niño.

¿La había reducido a eso? ¿Después de una noche de hacer el amor, se había habituado tanto a él que lo deseaba como a una potente droga?

Maldición, ¿no comprendía él el día tan duro que había tenido?

No, no lo comprendía y ella tenía suerte de que no lo hiciera. Si tuviera la más mínima indicación de lo débil e incierta que se sentía, él se movería como la pantera hambrienta que parecía, listo para una matanza metafórica.

¡Si al menos David estuviera vivo! Su marido había sido un puerto caliente y abrigado, un hombre fuerte y tranquilo que la había amado y la había dado libertad para ser ella misma, en vez de exigir más de lo que Cathryn podía dar. Rule exigía más. Quería tenerla bajo su control, y lo más terrible es que ella se sentiría feliz de ser completamente suya, sólo si pudiera estar segura de él, segura de su amor. ¿Pero cómo podía estarlo? Rule tomaría todo lo que ella tenía que dar, pero mantendría su cautela, dejando fuera las preguntas de su corazón de mujer.

No se sentía capaz de estar allí, pasando día a día, preocupándose sobre el rompecabezas que era la personalidad de Rule, volviéndose cada vez más histérica cuando viera que no lograba nada. ¿Por qué había estado de acuerdo en quedarse? ¿Intentaba volverse loca?

Pensar en Chicago era como estar en el cielo. Todavía podía volver. Aún tenía que cerrar el apartamento, y además necesitaba más ropa. Había estado improvisando con lo poco que había traído ya que pensaba que se quedaría sólo el fin de semana. Sería una excusa irrefutable para marcharse, y una vez que estuviera en Chicago, fuera de su alcance, no volvería. Ya saldrían otros empleos.

Aferrándose a las imágenes de su tranquilo apartamento, se quedó dormida. Debió ser un sueño muy profundo porque no se despertó cuando se abrió la puerta a la mañana siguiente. No fue hasta que una mano dura la abofeteó el trasero, cuando pegó un brinco en la cama, apartándose el pelo revuelto de los ojos para mirar furiosa al hombre alto que estaba de pie al lado de la cama.

– ¿Qué haces aquí dentro? -gruñó ella.

– Despertándote -contestó con el mismo tono de voz-. Levántate. Hoy vienes conmigo.

– ¿Ah, sí? ¿Y cuándo lo has decidido?

– Anoche, durante la cena, cuando te vi toda enfurruñada.

– ¡No estaba enfurruñada!

– ¿Ah, no? Te he visto enfurruñada durante muchos años, y conozco todos los síntomas. Así que saca ese bonito cuerpo de la cama y vístete, cariño, porque te voy a tener tan ocupada que no tendrás tiempo de poner mala cara.

Cathryn pensó en plantarle cara y darle una buena pelea, pero rápidamente comprendió que estaba en una posición algo comprometida y se rindió a regañadientes.

– Vale. Sal para que pueda vestirme.

– ¿Por qué he de salir? Ya te he visto desnuda antes.

– ¡Pues hoy no me verás! -gritó furiosamente-. ¡Fuera! ¡Fuera!

Él se inclinó y apartó la sabana, después cerrando los dedos alrededor de la muñeca la arrastró fuera de la cama. Sujetándola como si fuera una niña traviesa, le sacó el camisón por la cabeza con un rápido movimiento y lo echó a un lado. Sus oscuros ojos le recorrieron todo el cuerpo, viendo cada detalle y acariciándola cálidamente.

– Ya te veo -dijo bruscamente y se giró para abrir los cajones de la cómoda hasta que encontró la ropa interior. Después de sacar unas bragas y un sostén se fue al armario y sacó una camisa y unos vaqueros suaves y descoloridos. Poniéndolo todos en las manos de ella, dijo-: ¿Vas a vestirte o vamos a pelear? Creo que prefiero la pelea. Recuerdo lo que pasó la última vez que intentaste pelear desnuda.

La furia apasionada de su temperamento brilló en sus mejillas. Cathryn le dio la espalda y precipitadamente se puso la ropa interior. ¡Maldición! No importaba lo que ella hiciera, él ganaba. Si se vestía, hacía lo que él había dicho. Si no se vestía, sabía que estarían en la cama en cuestión de segundos. Tener que admitir ante sí misma que no tenía la fuerza de voluntad para resistirse a él le dejaba un amargo sabor en la boca. Cualquier abstinencia que guardaran era por el poder de voluntad de él. Y Rule tenía mucho de eso. Había estado imponiendo su voluntad a todo el mundo durante años.

Cuando metió los brazos en las mangas de la camisa, las manos masculinas se acercaron a sus hombros y delicadamente la giró para ponerla frente a él. Rápidamente ella alzó la vista y no se sorprendió al ver su expresión reservada, su cara pétrea. Apartó las manos de ella y él mismo abotonó la camisa, los dedos demorándose sobre las suaves elevaciones de sus pechos. Cathryn inspiró profundamente e intentó controlar el deseo que la inundó, haciendo que sus pezones le dolieran y que se fruncieran tensos bajo el encaje del sujetador.

– ¿Rompería nuestro trato si te besase? -murmuró con dureza.

Cathryn se dio un susto cuando comprendió que el hombre estaba ferozmente enfadado con las restricciones que ella había puesto. Rule estaba acostumbrado a tener a una mujer siempre que necesitaba una, y el celibato lo irritaba. El saber que ella podía contrariarlo la hizo sonreír. Observándolo, evitó responder directamente.

– ¿Sólo un beso?

Por un momento pareció que Rule iba a explotar de furia. La mirada que la dirigió era tan violenta que dio un paso atrás, dispuesta a gritar a pleno pulmón si se le acercaba. Entonces él se controló, refrenando su temperamento y forzándose visiblemente a relajarse.

– Voy a tenerte otra vez -prometió suavemente, haciendo que mantuviera la mirada-. Y cuando lo haga, voy a compensar todo este tiempo, así que prepárate.

– ¿Lo pondrías por escrito? -preguntó igual de suavemente con tono burlón.

– Lo pondría por escrito.

– Es extraño; nunca hubiera pensado que fueras rudo con una mujer.

Una sonrisa iluminó repentinamente sus sombríos rasgos.

– No hablaba de ser rudo, cariño. Hablaba de satisfacer un montón de deseos.

La hacía el amor con palabras, seduciéndola con recuerdos. Su corazón se aceleró cuando pensó en la noche que habían pasado juntos. Tragó y abrió los labios para concederle el beso que pedía… todos los besos que quisiera… pero él se adelantó dando media vuelta y alejándose bruscamente.

– Vístete, Cat. Ahora. Estaré abajo.

Temblando, estuvo un momento contemplando la puerta que Rule había dejado abierta tras su salida. Quedó allí ansiándolo, deseando que volviera. Luego salió de su niebla sensual y se puso los vaqueros y las botas; le temblaban las manos de arrepentimiento y alivio. ¿Cómo había podido negarse Rule una satisfacción sexual? Seguro que se había dado cuenta que ella había estado temblando al borde la rendición, pero él se había echado atrás. ¿Por qué ella había amenazado con marcharse? ¿Tanto quería que se quedase?

Después de cepillarse los dientes y desenredarse el pelo, bajó las escaleras e irrumpió en la cocina, repentinamente asustada de que no la hubiera esperado. Estaba sentado desgarbadamente en la mesa, bebiendo poco a poco una taza de café. Algo titiló brevemente en sus ojos cuando ella entró, pero lo ocultó con rapidez antes de que pudiera leerlo. Su estomago dio un desagradable salto cuando vio a Ricky sentada al lado de él. Murmurando los buenos días, se sentó y cogió la taza de café que Lorna colocó enseguida ante ella.

Ricky arqueó una ceja.

– ¿Por qué te has levantado tan temprano? -preguntó sarcástica.

– La he despertado -indicó Rule bruscamente-. Ella viene hoy conmigo.

La bonita cara de Ricky se contrajo en un ceño.

– ¡Pero yo pensaba ir contigo otra vez!

– Puedes ir donde quieras -dijo Rule sin levantar los ojos de su café-. Cat viene conmigo.

Cathryn lo miró, preocupada por el modo en que él dejaba a un lado a Ricky, cuando sólo el día antes ellos dos habían estado riéndose juntos mientras descargaban el camión. Una rápida mirada a Ricky rebeló un tembloroso labio inferior, signo de que había intentado imponerse y de que había sido vencida.

Lorna puso ante ellos los platos llenos, haciendo que todos se concentraran en la comida, cosa que Cathryn agradeció. Rule comió con su buen apetito de costumbre, aunque Cathryn y Ricky hicieron poco más que picotear sus alimentos, al menos hasta que Rule alzó la vista y frunció el ceño cuando vio el plato aún lleno de Cathryn.

– Ayer no comiste nada -dijo de forma significativa-. Te comerás todo lo que tienes en el plato aunque tenga que alimentarte yo mismo.

Encantadoras imágenes de huevo chorreando por la cara masculina bailaban malvadamente en la mente de Cathryn, tentándola, pero las rechazó a regañadientes. Rápidamente se tragó el desayuno, se bebió de un golpe el café y se puso en pie de un salto. Dándole una patada en el tobillo, le dijo rabiosa:

– ¿Por qué tardas tanto?

Oyó tras ella a Lorna que sofocaba rápidamente una risita. Rule se elevó en toda su altura, sujetó la muñeca de ella con los dedos y la arrastró tras él. Se detuvo en la puerta trasera para encasquetarse en la cabeza un sombrero negro bastante estropeado, luego agarró otro y se lo puso a Cathryn. Ella lo señaló dándole un golpe y dijo malhumoradamente.

– Éste no es mi sombrero.

– Pues que pena -refunfuñó él mientras la arrastraba por el patio hacia el establo.

Cathryn se resistió cada centímetro del camino, forcejeando con la muñeca y tratando de soltarse el brazo. Cuando eso no resultó intentó ponerse a su altura para ponerle la zancadilla, pero tampoco resultó, ya que seguía manteniéndola sujeta y haciendo que caminara detrás de él. Le vino fugazmente a la cabeza el pensamiento que debía satisfacerlo la costumbre de llevarla arrastrando a través del patio y se preguntó lo de que debían pensar los trabajadores del rancho de eso. La imagen mental de caras masculinas sonriendo ampliamente le dio la fuerza suficiente para liberar su muñeca con una violenta torsión.

– ¡No soy un perro para que me lleves a todas partes atada a una cadena!

– Es estos momentos creo que una cadena sería lo más adecuado para ti -gruñó suavemente-. ¡Maldita gatita montesa pelirroja! Te niegas a que te toque, pero todo lo que haces es provocarme. Nunca creí que llegases a burlarte de mí, pero puede que hayas cambiado mientras has estado lejos.

Consternada, Cathryn clavó los ojos en él.

– ¡Yo no me burlo de ti!

– ¿Eso quiere decir que ibas en serio cuando me has dado permiso?

– ¡No te he dado nada! -negó con vehemencia-. Sólo mira el modo en que te has comportado esta mañana… y ayer, también. Tú exiges que todo sea fácil. Estoy enfadada contigo… no, estoy furiosa. Enfurecida. ¿Me he explicado?

Rule parecía asombrado.

– ¿Qué es lo que he hecho ahora?

De refilón, Cathryn vio a Lewis Stovall apoyado negligentemente en la puerta del establo, y aún más, sonreía de oreja a oreja, lo que probablemente quería decir que encontraba toda la situación muy divertida. Inspiró y evadió la pregunta de Rule diciendo:

– Ya es hora de que empecemos -y rodeándolo entró en el establo.

Estaba segura de que sólo la presencia de Lewis y de otros trabajadores hizo que Rule se controlase. Ella ensilló su montura, escogiendo el caballo castrado gris que había montado el primer día que llegó a casa. Después de que Rule montase sobre su enorme caballo castaño, la guió por los pastos, y mirando la tensión de sus anchos hombros, Cathryn supo que no había olvidado el tema de la conversación anterior. ¡Vuelve a sacarla!, pensó con ferocidad. ¡Tenía algunas cosas que decirle al señor Rule Jackson!

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