Cathryn dejó caer cansadamente a sus pies su bolsa de viaje y miró a su alrededor en la terminal aérea buscando alguna cara familiar, cualquier cara familiar. El aeropuerto Intercontinental de Houston estaba atestado de viajeros debido a las vacaciones del largo fin de semana del Día de los Difuntos, y después de ser empujada hacia delante y hacia atrás por la gente que se apresuraba para coger y enlazar sus vuelos, Cathryn se apartó de la muchedumbre apoyándose al lado de una escalera y usando el pie para empujar la bolsa de viaje. Su vuelo no se había adelantado, entonces… ¿por qué no había nadie esperándola? Ésta era su primera visita a casa desde hacía tres años, seguramente Mónica hubiera podido…
– Cat.
El irritante pensamiento no llegó a acabar; fue interrumpido por un ronco gruñido en su oído y dos duras manos le ciñeron la estrecha cintura, girándola y acercándola a un delgado cuerpo masculino. Tuvo una visión alarmada y fugaz de unos ojos oscuros e ilegibles antes de ser cubiertos por párpados que se entrecerraban y por largas pestañas negras; y entonces estuvo demasiado cerca, y sus labios, ligeramente abiertos por la sorpresa quedaron atrapados por el calor de su boca. Dos segundos, tres… el beso que siguió durante mucho tiempo, se hizo más profundo, su lengua moviéndose sensualmente para tomar posesión. Un instante antes de que ella se recuperara lo suficiente para protestar, la liberó del beso y dio un paso atrás.
– ¡No deberías hacer eso! -dijo ella bruscamente. Sus pálidas mejillas se sonrojaron cuando se dio cuenta de que varias personas los miraban y sonreían ampliamente.
Rule Jackson echó hacia atrás su maltratado sombrero negro y la observó con divertida tranquilidad, el mismo tipo de expresión con que la miraba cuando era una torpe niña de doce años, todo brazos y piernas.
– Pensé que los dos disfrutaríamos de ello -dijo arrastrando las palabras e inclinándose para recoger su bolsa-. ¿Eso es todo?
– No -contestó ella mirándolo furiosa.
– Me lo imaginaba.
Se giró y fue hacia la recogida de equipaje, y Cathryn lo siguió echando humo, pero decidida a no dejar que se diera cuenta. Ahora tenía veinticinco años, no era una asustada niña de diecisiete; no dejaría que la intimidara. Ella era su patrón. Él sólo era el capataz del rancho, no el diablo omnipotente que su imaginación adolescente había dibujado. Puede que todavía tuviera a Monica y a Ricky bajo su hechizo, pero Monica ya no era su guardiana y no podía hacer que la obedeciera. Cathryn se preguntó con furia muy bien disimulada si Monica había enviado a Rule a buscarla deliberadamente, sabiendo lo mucho que ella lo odiaba.
Inconscientemente, observando su delgado cuerpo cuando se estiró y recogió la única maleta que llevaba su nombre, Cathryn olvidó el resto de violentos pensamientos que inundaban su mente. La imagen de Rule siempre había tenido en ella el mismo efecto, la hacía perder el control y hacer cosas que nunca habría hecho excepto en el calor de la pasión. Le odio, pensó, susurrando las palabras en su interior, pero aún así sus ojos se movieron por la anchura de sus hombros bajando por sus largas y poderosa piernas, tal como las recordaba.
Llevó la maleta hasta donde ella estaba esperando y una ceja negra se arqueó de manera inquisidora. Como la actitud de ella le había hecho creer que llevaba algo más que una maleta, él dijo gruñendo:
– No piensas hacer una visita larga, ¿eh?
– No -contestó, manteniendo la voz inexpresiva. Nunca se había quedado mucho tiempo en el rancho, no después del verano en que tenía diecisiete años.
– Pues ya es hora de que decidas regresar a casa, para siempre.
– No veo ninguna razón para hacerlo.
Sus ojos oscuros destellaron cuando la miraron por debajo del sombrero, pero no dijo nada, y cuando se giró y empezó a caminar entre la muchedumbre, Cathryn le siguió también sin decir nada. A veces pensaba que la comunicación entre ella y Rule era imposible, pero otras veces le parecía que no eran necesarias las palabras. No le entendía, pero lo conocía, conocía su orgullo, su dureza, su maldito y oscuro temperamento que no era menos espantoso aunque lo tuviera bajo control. Había crecido sabiendo que Rule Jackson era un hombre peligroso; sus años formativos habían sido dominados por él.
La guió fuera de la terminal aérea, a través del área donde aguardaba el avión privado. Sus largas piernas se tragaban la distancia sin esfuerzo; pero Cathryn no fue capaz de seguir sus zancadas y se negó a trotar detrás de él como un perro con una correa. Mantuvo su paso, manteniéndolo a la vista, y por fin él se detuvo al lado de un Cessna bimotor azul y blanco, abrió la puerta del compartimiento de cargamento y puso sus bolsas dentro, después volvió la vista hacia ella.
– Date prisa -la llamó, en vista de que todavía estaba a cierta distancia.
Cathryn lo ignoró. Él puso las manos en las caderas y la esperó, sus pies separados de una manera arrogante que era natural en él. Cuando llegó, no dijo ni una palabra; simplemente abrió la puerta, se giró, la cogió por la cintura y la metió con facilidad en el avión. Ella se colocó en el asiento del copiloto y Rule en el del piloto cerrando la puerta y lanzando el sombrero en el asiento que había detrás de él. Se pasó los dedos por el pelo antes de coger los cascos. Cathryn lo observó sin expresión en la cara, pero no podía evitar recordar la vitalidad de aquel espeso cabello oscuro, el modo en que se había ensortijado entre los dedos de ella…
Se giró hacia ella y la atrapó mirándolo. No apartó la vista con culpabilidad, le sostuvo la mirada, sabiendo que la calmada inexpresividad de su cara no dejaba translucir nada.
– ¿Te gusta lo que ves? -se burló él suavemente, dejando que los cascos colgaran de sus dedos.
– ¿Por qué te ha enviado Monica? -preguntó ella con determinación, sin hacer caso a su pregunta y atacando con una propia.
– Monica no me ha enviado. Parece que lo has olvidado; yo controlo el rancho, no Monica -sus ojos oscuros descansaron en ella, esperando que se enfureciera y gritara que era ella la que poseía el rancho y no él, pero Cathryn había aprendido muy bien a ocultar sus pensamientos. Mantuvo la cara inexpresiva y la mirada firme.
– Exactamente. Se supone que estás demasiado ocupado para perder el tiempo viniendo a buscarme.
– Quería hablar contigo antes de que llegaras al rancho. Ésta parecía una oportunidad perfecta.
– Entonces habla.
– Primero despeguemos.
Volar en un avión pequeño no era algo nuevo para ella. Estaba acostumbrada a volar desde que nació, ya que un avión era considerado esencial para un ranchero. Se echó hacia atrás en su asiento y estiró los músculos tensos y doloridos por el largo vuelo desde Chicago. Los enormes aviones a reacción rugían cuando aterrizaban o despegaban, pero Rule estaba tranquilo cuando habló con la torre para pedir permiso para despegar. En unos minutos se elevaron y se dirigieron hacia el oeste, Houston que brillaba tenuemente bajo el calor primaveral quedó al sur. La tierra bajo ellos tenía el rico matiz verde de la hierba recién salida, y Cathryn la bebió con la vista. Siempre que llegaba para una visita tenía que obligarse a irse y eso siempre le dejaba un dolor que duraba meses, como si algo vital se hubiera rasgado dentro de ella. Le gustaba esta tierra, le gustaba el rancho, pero había sobrevivido estos años gracias a su exilio auto impuesto.
– Habla -dijo al poco tiempo, intentando contener los recuerdos.
– Quiero que esta vez te quedes -dijo él, y Cathryn sintió como si le hubiera dado un puñetazo en el estómago.
¿Quedarse? ¿No sabía él mejor que nadie, que para ella era imposible quedarse? Le echó una rápida mirada de reojo y lo encontró con el ceño fruncido mirando atentamente el horizonte. Durante unos momentos sus ojos se demoraron sobre el fuerte perfil antes de que volviera de nuevo la vista al frente.
– ¿No vas a decir nada? -preguntó él.
– Es imposible.
– ¿Lo es? ¿Ni siquiera vas a preguntarme por qué?
– ¿Me gustará la respuesta?
– No -se encogió de hombros-, pero no vas a poder evitarla.
– Pues dímela.
– Se trata otra vez de Ricky; bebe mucho y pierde el control. Ha estado haciendo cosas descabelladas, y la gente habla.
– Ya es una mujer adulta. No puedo controlarla -dijo Cathryn fríamente, sin embargo la puso furiosa el pensar que Ricky arrastraba el nombre Donahue por la suciedad.
– Pues yo creo que tú si puedes. Monica no puede, pero los dos sabemos que Monica no tiene mucho instinto maternal. Por otra parte, desde tu último cumpleaños, tú controlas el rancho, lo que hace que Ricky dependa de ti -giró la cabeza para inmovilizarla en el asiento con sus ojos oscuros de halcón-. Sé que no te gusta, pero es tu hermanastra y vuelve a usar el nombre Donahue.
– ¿Otra vez? -soltó Cathryn-. Después de dos divorcios, ¿por qué se molesta en cambiar de nombre? -Rule tenía razón: no le gustaba Ricky, nunca le había gustado. Su hermanastra, dos años mayor, tenía el temperamento de un demonio tasmanio. Luego le dirigió una mirada burlona-. Me has dicho que tú controlas el rancho.
– Y lo hago -contestó él tan suavemente que el pelo de la nuca se le erizó-. Pero no lo poseo. El rancho es tu casa, Cat. Ya es hora de que asumas este hecho.
– No me sermonees, Rule Jackson. Mi casa ahora está en Chicago.
– Tu marido está muerto -la interrumpió brutalmente-. No hay nada allí para ti y lo sabes. ¿Qué es lo que tienes? ¿Un apartamento vacío y un trabajo aburrido?
– Me gusta mi trabajo. Además no tengo por qué trabajar.
– Sí que tienes, porque te volverías loca sentándote en una casa vacía sin nada que hacer. Aunque tu marido te dejó algo de dinero, se acabará en unos cinco años, y no dejaré que dejes el rancho seco para financiar ese lugar.
– ¡Es mi rancho! -indicó ella al momento.
– También era de tu padre y él lo amaba. Por él no te dejaré que lo arruines.
Cathryn levantó la barbilla, luchando por mantener la calma. Eso había sido un golpe bajo y él lo sabía.
La echó una mirada otra vez y continuó:
– La situación con Ricky empeora. No puedo manejarla y hacer también mi trabajo. Necesito ayuda, Cat, y tú eres la solución más lógica.
– No puedo quedarme -dijo ella, pero por una vez la incertidumbre era evidente en su voz. Le tenía aversión a Ricky, pero, por otra parte, no la odiaba. Ricky era un dolor y un problema, pero hubo veces, cuando eran más jóvenes que habían reído juntas tontamente como adolescentes normales. Y como Rule había advertido, Ricky usaba el nombre de Donahue, que había tomado como propio cuando el padre de Cathryn se había casado con Monica, aunque nunca había sido legalizado.
– Intentaré conseguir un permiso -se oyó decir Cathryn, y como una tardía auto defensa añadió-. Pero no será permanente. Ahora estoy acostumbrada a la vida en una gran ciudad y disfruto de las cosas que no se pueden encontrar en un rancho -y realmente era verdad; disfrutaba de las continuas actividades de una gran ciudad, pero las dejaría sin un sólo lamento si pensara que pudiera tener una vida pacífica en el rancho.
– Te solía gustar el rancho -dijo él.
– Era a lo que estaba acostumbrada.
Él no dijo nada más, y después de un momento Cathryn apoyó la cabeza en el respaldo y cerró los ojos. Reconoció que tenía plena confianza en las capacidades de Rule como piloto, y el conocimiento era amargo pero ineludible. Confiaría en él con su vida, pero nada más.
Incluso con los ojos cerrados eran tan consciente de su presencia a su lado que sintió como el calor de su cuerpo la quemaba. Podía oler su embriagador aroma masculino, oír su firme respiración. Cada vez que él se movía sentía un hormigueo por su cuerpo. Dios mío, pensó desesperada. ¿Alguna vez podría olvidarse de ese día? ¿Tenía él que ensombrecer toda su vida, rigiéndola con su mera presencia? Incluso había ensombrecido su matrimonio, obligándola a mentirle a su marido.
Vagó a la deriva en un ligero duermevela, en un estado que estaba entre la consciencia y el sueño y se encontró recordando con perfecta claridad todo lo que sabía sobre Rule Jackson. Lo conocía de toda la vida. El padre de él había sido un vecino, un ranchero con una pequeña extensión de tierra que prosperaba, y Rule había trabajado con su padre desde que fue lo suficiente mayor para sentarse sobre un caballo; pero tenía once años más que ella y le había parecido ya un hombre en vez del muchacho que era.
Incluso de niña, Cathryn sabía que el escándalo estaba atado al nombre de Rule Jackson. Se le conocía como "el salvaje muchacho Jackson" y las chicas más mayores se reían tontamente cuando hablaban de él. Pero era sólo un muchacho, un vecino, y a Cathryn le gustaba. Él nunca le prestó mucha atención, pero cuando la hablaba era amable y capaz de sacarla de su timidez; Rule era bueno con los animales jóvenes, incluso con los humanos jóvenes. Se decía que él se encontraba más a gusto en compañía de los animales, pero, por alguna razón, tenía un raro toque con caballos y perros.
Cuando Cathryn tenía ocho años su mundo cambió. También había sido un tiempo de cambios para Rule. El mismo año en que murió su madre, dejando a Cathryn asustada y sola, a él lo llamaron a filas. Tenía diecinueve años cuando se bajó de un avión en Saigón. Cuando volvió, tres años más tarde, ya nada era lo mismo. Ward Donahue se había vuelto a casar con una bella y misteriosa mujer de Nueva Orleans. Desde el principio a Cathryn no le gustó mucho Mónica. Por el bien de su padre oculto sus sentimientos e hizo lo posible para llevarse bien con Mónica, estableciendo una difícil tregua. Las dos se trataban cuidadosamente. No es que Mónica fuera el estereotipo de la madrastra malvada; simplemente no era una mujer maternal, ni siquiera para su hija, Ricky. A Mónica le gustaba el brillo y el baile y desde el principio no encajó con la vida de trabajo del rancho. Lo intentó por Ward. Esa era otra cosa de la que Cathryn nunca había dudado, que Mónica amaba a su padre. Por eso, la dos convivieron en una relativa paz.
Los cambios en la vida de Rule habían sido aún mayores. Había sobrevivido a Vietnam, pero algunas veces parecía que sólo su cuerpo había vuelto. Sus oscuros ojos risueños ya no reían. Observaban y pensaban. Su cuerpo tenía cicatrices de heridas ya curadas, pero las heridas mentales que había sufrido lo habían cambiado para siempre. Nunca habló de ello. Rara vez hablaba de nada. Se mantenía aparte y observaba a las personas con esos ojos duros e inexpresivos, y pronto se convirtió en un paria.
Bebía mucho, sentándose solo y engullendo continuamente alcohol, su expresión cerrada y dura. Naturalmente se hizo aún más atractivo para las mujeres de lo que era antes. Algunas no podían resistirse al aura de peligro tan pegada a él como una capa invisible. Cada una de ellas soñaba con tener el encanto que pudiera consolarlo, curarlo y sacarlo de la pesadilla en la que todavía vivía.
Se metió en un escándalo detrás de otro. Su padre lo sacó de casa y nadie más lo contrató, los rancheros y los comerciantes se juntaron para librar a la vecindad de él. De alguna forma todavía encontraba el dinero para el whisky, y a veces desaparecía durante días haciendo suponer a la gente que se había arrastrado a alguna parte y había muerto. Pero siempre aparecía como un penique falso, un poco más delgado, más ojeroso, pero siempre allí.
Fue inevitable que la hostilidad hacia él aumentase hasta convertirse en violencia; había estado involucrado con demasiadas mujeres, peleado con demasiados hombres. Ward Donahue lo encontró un día tumbado en una zanja a las afueras de la ciudad. Rule fue golpeado por un grupo de hombres que decidieron darle su merecido y estaba tan delgado que sus huesos se translucían bajo la piel. Todavía silencioso y concentrado, sus oscuros ojos brillaban intensamente cuando miró a su salvador con un sombrío desafío aún cuando era incapaz de mantenerse en pie. Sin una palabra Ward lo cogió en brazos como si fuera un niño y lo llevó al rancho para cuidar de él. Una semana más tarde, Rule, se arrastró dolorosamente sobre un caballo y acompañó a Ward por el rancho, realizando la difícil pero necesaria tarea de reparar el cercado roto y juntar el ganado dispersado. Tenía tantos dolores durante los primeros días que el sudor corría por su cuerpo cada vez que se movía, pero él continuó con sombría determinación.
Dejó de beber y empezó a comer regularmente otra vez. Se robusteció y aumentó de peso debido a la comida y al duro trabajo físico que hacía. Nunca habló sobre lo que había pasado. Los otros trabajadores del rancho lo dejaban solo excepto por lo contactos necesarios durante el trabajo, pero Rule ya era poco comunicativo en sus mejores tiempos. Trabajó, comió y durmió, y cualquier cosa que le pedía Ward Donahue, él lo hacía o moría en el intento.
El afecto y la confianza entre los dos hombres eran evidentes; nadie se sorprendió cuando Rule fue nombrado capataz al irse el anterior a un trabajo en Oklahoma. Como Ward decía a cualquiera que quisiera escucharle, Rule tenía instinto para los caballos y el ganado y Ward confiaba en él. Por entonces los otros trabajadores del rancho se habían acostumbrado a trabajar con él y la transición fue tranquila.
Poco tiempo después Ward murió de una fuerte caída. Cathryn y Ricky estaban en la escuela en ese momento, y Cathryn todavía podía recordar su sorpresa cuando llegó Rule para sacarla de la clase. La llevó fuera y la informó de la muerte de su padre, y la sostuvo entre sus brazos mientras ella lloraba violentamente por la pena, su delgada mano llena de callos le acariciaba el pelo rojo caoba. Ella le temía ligeramente, pero ahora se pegaba a él, instintivamente confortada por su fuerza de acero. Su padre había confiado en él, ¿qué menos podía hacer ella?
Debido a aquella confianza, Cathryn se sintió doblemente traicionada cuando Rule empezó a actuar como si fuera el dueño del rancho. Nadie podía tomar el lugar de su padre. ¿Cómo se atrevía a hacerlo? Pero cada vez más a menudo él comía en la casa del rancho. Finalmente llegó a instalarse en la casa. Era especialmente irritante que Mónica no hiciera ningún esfuerzo por imponerse; dejó que Rule se saliera con la suya en cualquier cosa concerniente al rancho. Era una mujer que automáticamente se apoyaba en los hombres fuera eso conveniente o no y desde luego no era contrincante para Rule. Mirando hacia atrás, Cathryn comprendía ahora que Mónica se había visto completamente perdida en cualquier asunto del rancho y como no tenía otra casa para ella y para Ricky se había visto metida en una vida que era completamente extraña para ella, totalmente incapaz de manejar a un hombre como Rule, que era a la vez determinado y peligroso.
Cathryn se resintió amargamente por la toma de poderes de Rule. Ward lo había recogido literalmente de la cuneta y lo había levantado, sosteniéndole hasta que pudo hacerlo él solo, y así era como se lo pagaba, mudándose dentro de la casa y asumiendo el control.
El rancho era de Cathryn, con Mónica designada como su tutora legal, por lo que Cathryn no tenía ni voz ni voto. Todos los hombres, sin excepción, obedecían a Rule, a pesar de todo lo que Cathryn podía hacer. Y trató de hacer mucho. Perder a su padre la había sacado de su timidez, y luchó por su rancho con la ferocidad de una joven sin conocimientos, desobedeciendo a Rule a cada paso. En esa etapa de su vida Ricky había sido un cómplice dispuesto. Ricky siempre estaba dispuesta a romper las reglas, cualquier regla. Pero hiciera lo que hiciera, Cathryn siempre sentía que no era para Rule más irritante que un mosquito que podía apartar a un lado fácilmente.
Cuando él decidió diversificarse en la cría de caballos, Mónica le proporcionó el capital, a pesar de la vociferante oposición de Cathryn, de los fondos que había apartados para la educación de las chicas. Fuera lo que fuera lo que Rule quería, lo conseguía. Tenía el Bar D bajo su pulgar… de momento. Cathryn estuvo toda la noche sin poder dormir, deleitándose en el día en que fuera mayor de edad, saboreando las palabras que diría cuando despidiera a Rule Jackson.
Rule amplió su dominación a su vida personal. Cuando tenía quince años aceptó una cita con un chico de dieciocho para ir a un baile. Rule se enteró y llamó al muchacho para informarle quedamente de que Cathryn no era aún lo suficiente mayor. Cuando Cathryn descubrió lo que había hecho perdió el control, lo que la hizo actuar imprudentemente. Sin pensarlo, lo golpeó, su mano le abofeteó la cara con tal fuerza que el brazo le quedó entumecido.
Él no dijo nada. Sus ojos oscuros se entrecerraron; luego, con la rapidez de una serpiente al atacar la agarró por el brazo y la llevó al piso de arriba. Cathryn pataleó y arañó gritando cada centímetro del camino, pero fue un esfuerzo inútil. Él la manejó con facilidad, su fuerza, mucho más mayor que la de ella la hizo sentir tan desvalida como una niña. Una vez llegaron a su cuarto, le bajó los vaqueros, se sentó sobre la cama, la puso a través de sus rodillas y la dio el azote de su vida. Con quince años, Cathryn empezaba a pasar de la adolescencia a la forma más redondeada de feminidad, y la vergüenza que pasó fue peor que el dolor inflingido por la callosa mano. Cuando la dejó ir, ella se puso derecha y se arregló la ropa con la cara contraída por la furia.
– Me pides que te trate como una mujer -dijo él con su voz ronca-, pero eres sólo una niña y te trataré como a una niña. No me provoques hasta que seas lo bastante mayor para manejarlo.
Cathryn se dio la vuelta y voló escaleras abajo en busca de Mónica, sus mejillas estaban todavía mojadas por las lágrimas cuando gritó que tenía que despedirlo, ahora.
Mónica se rió en su cara.
– No seas tonta, Cathryn -dijo bruscamente-. Necesitamos a Rule… necesito a Rule.
Detrás de ella, Cathryn oyó a Rule riendo quedamente y sintió como su mano acariciaba su pelo rojo caoba.
– Tranquilízate, gata montesa; no puedes deshacerte de mí tan fácilmente.
Cathryn había apartado la cabeza violentamente para evitar su caricia, pero él había tenido razón. No había podido despedirle. Diez años más tarde todavía controlaba el rancho y fue ella la que se había marchado, escapando de su propia casa aterrorizada de que él la redujera hasta la posición de tener que suplicar, sin más voluntad que la de los caballos a los que tan fácilmente amaestraba.
– ¿Estás dormida? -preguntó él ahora, trayéndola al presente. Cathryn abrió los ojos.
– No.
– Entonces habla conmigo -pidió. Aunque no lo miraba, podía visualizar su boca sensualmente formada, moviéndose cuando dijo las palabras. Nunca había olvidado nada de él, de la forma lenta en que hablaba con aquel tono oscuro y ligeramente ronco de su voz, como si sus cuerdas vocales estuvieran oxidadas por falta de uso. La miró rápidamente-. Háblame de tu marido.
Cathryn se asustó, abriendo mucho sus ojos oscuros.
– Lo viste varias veces. ¿Qué quieres saber sobre David?
– Muchas cosas -murmuró ligeramente-. Como por ejemplo si te preguntó por qué no eras virgen cuando te casaste con él.
Cathryn amargada y furiosa, contuvo las palabras que le vinieron a los labios. ¿Qué podía decir que no fuera a usar contra ella? ¿Que no era de su incumbencia? Entonces él contestaría que era más de su incumbencia que de cualquier otro hombre, considerando que él había sido el responsable de la pérdida de su virginidad.
Intentó no mirarlo, pero contra su voluntad se giró, su ojos abiertos y vulnerables.
– Nunca preguntó -dijo finalmente con voz tranquila.
El duro perfil de Rule estaba grabado contra el azul del cielo, y su corazón golpeó en su pecho; esto la hizo recordar dolorosamente aquel día de verano cuando él se había inclinado sobre ella bajo el calor del sol y con el cielo recortando su silueta, haciéndolo parecer un ídolo. Su cuerpo se tensó automáticamente en respuesta de los recuerdos y apartó la mirada de él antes de que se girase y viera la crudeza de su dolor reflejado en sus ojos.
– Yo habría preguntado -habló él con voz áspera.
– David era un caballero -dijo ella con mordacidad.
– ¿Eso significa que yo no lo soy?
– Sabes la respuesta a eso al igual que yo, tú no eres un caballero. Nunca eres gentil.
– Fui gentil contigo una vez -contestó él, sus ojos oscuros la recorrieron lentamente, pasando por las curvas de sus pechos, de sus caderas y de sus muslos. De nuevo la cálida tensión de su cuerpo la advirtió que no era indiferente a este hombre, nunca lo había sido, y el dolor floreció dentro de ella.
– ¡No quiero hablar de eso! -tan pronto como sus palabras se escaparon de su boca deseó no haberlas dicho. Él pánico que había en su tono demostraba a cualquiera con una inteligencia normal que no podía hablar del incidente con la indiferencia que los años tendrían que haber traído, y Rule era más inteligente y más intuitivo que cualquier otro. Sus siguientes palabras lo demostraron.
– No puedes escaparte siempre. Ahora ya no eres una niña, Cat; eres una mujer.
¡Oh, eso ya lo sabía ella! La había hecho mujer cuando tenía diecisiete años, y la imagen de él la había atormentado desde entonces, hasta se había entrometido entre ella y su marido y defraudó a David al no poder darle la devoción que merecía, aunque ella se hubiera muerto antes de dejarle adivinar que su respuesta a él no había sido la que debería. Tampoco podía decirle a Rule lo profundamente que había afectado su vida lo que para él pudo haber sido sólo un acoplamiento casual.
– No me escapé -negó ella-. Fui a la universidad, lo que es completamente diferente.
– Y viniste de visita a casa tan poco como pudiste -comentó sarcásticamente con rudeza-. ¿Pensaste que te atacaría cada vez que te viera? Sabía que eras demasiado joven. Maldición, de todos modos no pensé que pasara y yo estaba malditamente seguro de que no iba a volver a pasar, al menos hasta que fueras más mayor y supieras un poco más sobre eso.
– ¡Yo sabía lo que era el sexo! -lo desafió, no queriendo que adivinara lo poco preparada que había estado para la realidad de ello, pero su esfuerzo fue inútil.
– Sabías lo que era, pero no como era -la verdad cruel y dura de sus palabras la hizo callar y después de un minuto, él continuó con gravedad-. No estabas lista para ello, ¿verdad?
Suspiró estremecedoramente, deseando haber fingido que estaba dormida. Rule parecía un semental en busca de sangre, cuando agarraba algo entre los dientes no había manera de que lo dejara.
– No -admitió ella sintiéndose desgraciada-. Especialmente no contigo.
Una dura sonrisa curvó su boca sombría.
– Y fui suave contigo. Te hubieras mojado tus delicadas braguitas si me hubiera dejado llevar del modo en que quería hacerlo.
La agonía serpenteó por su vientre, lo que hizo que la emprendiera contra él, esperando vanamente poderlo lastimar como la había lastimado a ella.
– ¡No lo deseaba! No…
– Lo deseabas -la interrumpió severamente-. Tenías el temperamento de una pelirroja y luchabas contra mí solo por el placer de la lucha, pero lo deseabas. No intentaste alejarte de mí. Arremetiste contra mí y trataste de hacerme daño de cualquier manera que pudieras, y en algún momento mientras recorrías ese camino, todo ese temperamento se convirtió en deseo y te envolviste a mi alrededor como una vid.
Cathryn se estremeció ante los recuerdos.
– ¡No quiero hablar de ello!
Sin previo aviso él se enfureció, con ese mortífero temperamento que las personas inteligentes aprendían a evitar.
– Bien, ya he tenido bastante -gruñó con voz espesa, cambiando los controles a piloto automático y cogiéndola.
Ella instintivamente intentó sin conseguirlo evitar sus manos y él apartó sus dedos con una facilidad ridícula. La cogió los brazos levantándola de su asiento y la tumbó sobre él. Su boca era dura, caliente, tal como la recordaba, el sabor de él era familiar como si ella nunca se hubiera marchado. Sus pequeñas manos apretadas en puños golpearon infructuosamente los hombros de él, pero a pesar de sus esfuerzos por resistir se dio cuenta de que nada había cambiado, nada en absoluto. Una oleada caliente de excitación sensual hizo que su corazón latiera más rápido, que su respiración se convirtiera en jadeos, que un temblor recorriera todo su cuerpo. Lo deseaba. ¡Oh, maldición, cómo lo deseaba! Alguna especia de química hizo que se abriera como una flor a la luz del sol, torciéndose, buscando, aunque sabía que él no era para ella.
La lengua de él probó lentamente su boca y dejó de luchar para sujetar sus hombros y sentir con deleite sus duros músculos bajo sus palmas. El placer la llenaba, el placer que incluía el gusto, el sentido y el olor de él, el tacto ligeramente áspero de la mejilla de Rule contra la suya, la intimidad de las lenguas acariciándose que la hizo recordar un caluroso día de verano cuando no hubo nada de ropa entre ellos. La cólera se había ido convirtiéndose en deseo que brilló intensamente en sus ojos oscuros cuando él levantó la boca justo un milímetro para exigir:
– ¿Alguna vez has olvidado como fue?
Las manos de ella se deslizaron por su cabeza, tratando de acercarlo a través de ese delicioso, intolerable y diminuto espacio que separaba sus bocas, pero él se resistió y los dedos de ella acariciaron el pelo oscuro, sedoso y brillante.
– Rule -refunfuñó con voz ronca.
– ¿Lo has hecho? -insistió él, y echó la cabeza hacia atrás cuando ella intentó acercar la suya para que su boca se pegara a la de él.
No importaba; de todos modos él ya lo sabía. ¿Cómo podría no saberlo? Una caricia y se derretía contra él.
– No, nunca lo he olvidado -admitió en un susurro que se apagó cuando por fin bajó su boca y la besó con fiereza y ella volvió a beber del frescor masculino ácido y dulce a la vez.
No se sorprendió cuando sintió los dedos de Rule sobre su pecho, que se deslizaban con desasosiego por sus costillas. La delgada seda de su vestido veraniego sin mangas no era barrera para el calor de sus manos y sintió como se quemaba con el calor de sus caricias que iban recorriendo su cuerpo hasta detenerse en su rodilla, luego empezó un lento viaje por su muslo, levantando la falda y exponiendo sus largas piernas. Y entonces bruscamente él se detuvo, estremeciéndose por el esfuerzo que eso le costó, y apartó la mano de su pierna.
– Éste no es lugar para hacer el amor -susurró con voz ronca, apartando la boca de la de ella y deslizando sus besos hacia la oreja-. Es un milagro que no nos hayamos estrellado. Pero puedo esperar hasta que estemos en casa.
Las pestañas femeninas se alzaron revelando unos ojos oscuros aturdidos y somnolientos y él la besó de nuevo con dureza, luego la sentó es su asiento. Todavía respirando con fuerza, Rule comprobó su posición, se secó el sudor de la frente y se giró hacia ella.
– Ahora sabemos donde estamos -dijo con satisfacción sombría.
Cathryn se sentó erguida y giró la cabeza para clavar la mirada en la amplia extensión de tierra que había abajo. ¡Idiota! Se reprendió. ¡Estúpida idiota! Ahora él sabía lo poderosa que era el arma que tenía contra ella y no se hacía la menor ilusión de que vacilara para usarla. No era justo que su deseo por ella no lo dejara tan vulnerable como ella se sentía, pero el hecho básico era que el deseo de él era simplemente eso, deseo, sin ninguna de las emociones o necesidades que sentía Cathryn, mientras el mero sonido de su voz la sumergía en tantos sentimientos y abrasadoras necesidades que no tenía ninguna esperanza de poder clasificarlos y entenderlos. Rule estaba tan profundamente asociado a todas las crisis y los hitos de su vida que aunque lo odiaba y lo temía, era ya una parte de ella por lo que no podía despedirlo ni echarlo a patadas de su vida. Era tan adictivo como una droga, usando su cuerpo delgado, de duros músculos, y sus manos para mantener bajo control a sus mujeres.
¡No seré una de sus mujeres! se juró Cathryn con ferocidad, apretando los puños. Él no tenía principios morales, ningún sentido de la vergüenza. Después de todo lo que su padre había hecho por él, en cuanto Ward estuvo en la tumba, Rule había tomado el control. Y no le bastó con eso. Tenía que tener el rancho y también a la hija de Ward. En ese momento Cathryn decidió no quedarse, regresar a Chicago en cuanto las vacaciones terminaran. Los problemas de Ricky no eran cosa suya. Si a Rule no le gustaba como iban las cosas, era libre de buscar empleo en otra parte.
Empezaron a dar vueltas sobre el prado y la casa de madera para señalar su llegada al rancho. Rule giró bruscamente el avión hacia la izquierda para alinearse sobre la pequeña pista de aterrizaje. Estaba asombrada del poco tiempo que les había tomado llegar hasta el rancho, pero una mirada a su reloj hizo que se diera cuenta que había pasado más tiempo del que creía. ¿Cuánto tiempo había estado entre los brazos de Rule? ¿Y cuánto tiempo había estado perdida en sus pensamientos? Cuando estaba con él, parecía que todo lo demás se desvanecía.
Cuando Rule aterrizó con facilidad un polvo rojo se esparció por el campo; aterrizaron tan suavemente que apenas hubo golpe. Cathryn se encontró mirando las manos de él fuertes, morenas y competentes, tanto pilotando un avión, como dominando un caballo díscolo o calmando a una frívola mujer. Recordó esas manos sobre su cuerpo e hizo un esfuerzo para apartar el recuerdo de su mente.