Capítulo 2

Cuando Cathryn subió los tres escalones del porche que rodeaba la casa, se quedó sorprendida de que Mónica no saliera a saludarla. Ricky no salió tampoco, pero no había esperado que lo hiciera. Mónica, por otra parte, al menos siempre guardaba las apariencias y había hecho un gran espectáculo de afecto cuando David estaba vivo y la visitaron. Abrió la puerta de rejilla y entró en la fresca semioscuridad; Rule entró detrás con el equipaje.

– ¿Dónde está Mónica? -preguntó ella.

Él empezó a subir las escaleras.

– Sólo Dios lo sabe -gruñó, y Cathryn lo siguió sintiéndose cada vez más irritada. Lo cogió cuando él abrió la habitación que siempre había sido suya y dejó caer las bolsas sobre la cama.

– ¿Qué quieres decir con eso? -exigió ella.

Él se encogió de hombros.

– Estos días Mónica va de aquí para allá. De todas formas nunca ha estado muy interesada en el rancho -se dio la vuelta para marcharse y Cathryn lo siguió otra vez.

– ¿A dónde vas? -preguntó con brusquedad.

Rule se volvió hacia ella con exagerada paciencia.

– Tengo trabajo que hacer. ¿Tenías algo más en mente? -su mirada se dirigió hacia la puerta del dormitorio y después otra vez hacia ella, y Cathryn tensó la mandíbula.

– Tenía en mente encontrar a Mónica.

– Volverá antes del anochecer. He visto que no está el coche familiar y ella odia conducir de noche, así que estará aquí por entonces, a menos que tenga un accidente.

– ¡Y tú estás tan preocupado! -lo atacó ella.

– ¿Debería estarlo? Soy un ranchero, no un acompañante.

– Corrección: eres un capataz de rancho.

Por un momento sus ojos llamearon por su temperamento; luego lo controló.

– Tienes razón, y como capataz tengo trabajo que hacer. ¿Te vas a quedar aquí enfurruñada o te vas a cambiar de ropa para venir conmigo? Ha habido muchos cambios desde la última vez que estuviste aquí. He pensado que podrías estar interesada, jefa -remarcó ligeramente la última palabra con ojos burlones. Él era el jefe y lo sabía. Lo había sido durante tantos años que muchos de los trabajadores del rancho habían sido contratados después de la muerte de Ward y no guardaban ninguna lealtad hacia un Donahue, sólo a Rule Jackson.

Vaciló por un momento, dividida entre su renuencia a pasar tiempo en su compañía y su interés por el rancho. Los años que había pasado fuera habían sido un exilio y había sufrido cada día, añorando los enormes espacios y el olor limpio de la tierra. Quería ver la tierra, encontrarse de nuevo con las cosas que habían marcado sus días de juventud.

– Iré a cambiarme -dijo quedamente.

– Te esperaré en los establos -indicó él, recorriendo el cuerpo de ella con la mirada-. A no ser que quieras compañía mientras te cambias.

– ¡No! -su feroz negativa fue automática y no pareció que Rule esperara otra respuesta. Se encogió de hombros y bajó la escalera. Cathryn volvió a su dormitorio y cerró la puerta, luego puso los brazos en su espalda para desabrochar el vestido y quitárselo. Por un momento pensó en Rule bajándole la cremallera; luego tembló y sacó con fuerza de su mente aquella traidora idea. Tenía que apresurarse. La paciencia de Rule tenía un corto límite.

No se molestó en desempacar. Siempre dejaba la mayor parte de sus vaqueros y sus camisas en el rancho. En Chicago llevaba elegantes vaqueros de diseño. En el rancho llevaba vaqueros descoloridos que estaban cedidos por el uso. A veces le parecía que cuando se cambiaba de ropa, cambiaba de personalidad. La brillante y elegante esposa de David se convertía de nuevo en Cathryn Donahue, con el pelo suelto al viento. Cuando se puso las botas y cogió el sombrero color café que había llevado durante años se dio cuenta de un sentido de pertenencia. Apartó con fuerza el pensamiento, pero la agradable anticipación permaneció en ella mientras bajaba las escaleras y se encaminaba a los establos, haciendo antes una parada en la cocina para saludar a la cocinera Lorna Ingram. Era bastante amistosa con Lorna, pero sabía que la mujer consideraba a Rule su patrón y eso excluía cualquier acercamiento entre ellas.

Rule la estaba esperando pacientemente en apariencia, aunque el enorme caballo castaño le golpeaba la espalda con la cabeza y se movía nerviosamente detrás de él. También llevaba las riendas de un caballo castrado de largas patas de color gris, un caballo que Cathryn no recordaba haber visto antes. Habiendo tenido caballos a su alrededor durante toda su vida no les tenía ningún miedo, así que frotó la nariz del animal con naturalidad, dejando que aprendiera su olor mientras le hablaba.

– Hola, tío, no te conozco. ¿Cuánto tiempo llevas por aquí?

– Un par de años -contestó Rule, lanzándole las riendas-. Es un buen caballo, sin ningún mal hábito, apacible. No como Redman, aquí presente -agregó pesaroso cuando el caballo castaño le dio de nuevo un cabezazo, pero esta vez con tanta fuerza que lo envió unos cuantos pasos más allá. Se subió a la silla de montar, sin ofrecerse a ayudar a Cathryn, un gesto que, de todas formas, ella hubiera rechazado. Estaba muy lejos de estar indefensa ante un caballo. Se montó y urgió al caballo gris al trote para alcanzar a Rule, que no había esperado.

Montados a caballo pasaron por delante de los establos, y Cathryn admiró los cuidados establos y los graneros, varios de ellos no estaban allí en su última visita. Los trabajadores continuaban con su trabajo sin prestarles atención o echándoles una ligera mirada de curiosidad cuando pasaban. Potros juguetones de largas piernas retozabas sobre la dulce hierba primaveral. Rule levantó una mano enguantada para señalar una construcción.

– Es el nuevo granero para los potros. ¿Quieres verlo?

Ella asintió y movieron la cabeza de los caballos hacia esa dirección.

– Ahora sólo hay una yegua -dijo-. Sólo la cuidamos. Las últimas semanas has sido de mucho trabajo, pero ahora tenemos un descanso.

Las cuadras en el granero eran aireadas, espaciosas y estaban escrupulosamente limpias. Como había dicho Rule, ahora solo había un inquilino. Allí en medio de una gran cuadra estaba una yegua, su postura era de tal absoluto cansancio que Cathryn rió compadecida. Cuando Rule tendió la mano e hizo un sonido con la lengua, la yegua fue hacia él con pesados pasos y sacó la cabeza dispuesta a permitir que la mimaran. Él la complació, hablándola con ese canturreo especial de su voz que calmaba al más nervioso de los animales. Cuando Cathryn era más joven había intentado imitar el tono pero sin resultado.

– Ahora somos una de las mejores granjas de cría de caballos del estado -dijo Rule sin ningún signo de orgullo, simplemente declarando un hecho-. Tenemos compradores de todos los estados, incluso de Hawai.

Cuando continuaron su paseo Rule no habló mucho, dejó que Cathryn viera por sí misma los cambios que se habían hecho. Ella también permaneció en silencio, pero sabiendo que todo lo que veía estaba bien llevado. Las cercas y los prados estaban en una forma excelente; los animales estaban sanos y animosos sin ningún signo de maltratos; los edificios eran firmes y limpios, y se los veía recién pintados. Las barracas de los jornaleros habían sido ampliadas y modernizadas. Sorprendida también advirtió varias casitas en la parte posterior de la casa del rancho, estaban algo alejadas, pero a una distancia cómoda.

– ¿Aquello son casas?

Él gruñó una respuesta afirmativa.

– Algunos de los trabajadores están casados. Tenía que hacer algo o algunos de los mejores hombres estarían muy lejos por la noche en caso de necesitarlos -la observó con su oscura mirada, pero Cathryn no tenía nada en contra de las casas; le pareció lo más lógico. Aunque si hubiera tenido alguna objeción no la habría expuesto, no quería empezar una discusión con él. Y no es que Rule discutiera. Él simplemente declaraba su posición y la mantenía. Sin mirarlo era consciente de su cuerpo, de sus largas piernas, de los acerados músculos que controlaban caballos de media tonelada con facilidad, de su oscura mirada de fuego que hacía que la gente se mantuviera a distancia.

– ¿Quieres seguir y ver el ganado? -preguntó él, y sin esperar su respuesta se alejó, dejando a Cathryn que lo siguiera o no. Lo siguió, manteniendo la cabeza del caballo gris justo en el hombro del caballo castaño. Fue un rápido paseo hacia los pastos del oeste donde pastaban los Herefords y se dio cuenta con pesar que lo lamentaría a la mañana siguiente. Sus músculos no estaban acostumbrados a tanta actividad.

La manada era asombrosamente pequeña y así se lo dijo a Rule, y él contestó arrastrando las palabras:

– Ya no estamos en el negocio vacuno. Lo que criamos es la mayor parte para nuestro uso. Ahora somos criadores de caballos.

Cathryn se quedó estupefacta, clavó los ojos en él por un momento y luego gritó:

– ¿Qué? ¡Esto es un rancho de ganado! ¿Quién te ha dado permiso para deshacerte del ganado?

– No necesito que nadie "me de permiso" -contestó con dureza-. Perdíamos dinero con el ganado, así que cambié el funcionamiento. Si hubieras estado aquí lo habría discutido contigo, pero no te importó lo suficiente como para hacer una visita.

– ¡Eso no es cierto! ¡Tú sabes por qué no he venido más a menudo! Sabes que es debido a… -se calló bruscamente con ganas de atacarlo pero sin querer admitir su debilidad por él.

Rule esperó, pero ella no dijo nada más, así que hizo girar la cabeza de Redman hacia el este. El sol ya estaba bajo, pero mantenían un paso tranquilo, sin hablar. ¿Qué podían decir? Cathryn no se fijó hacia donde iban hasta que Rule detuvo el caballo en lo alto de una suave subida y ella miró hacia abajo para ver el río y un grupo de árboles, la amplia área protegida donde había nadado desnuda ese caluroso día de julio, y la orilla cubierta de hierba donde Rule y ella habían hecho el amor. Aunque era consciente de que Rule la observaba con mucha intensidad no pudo impedir que el color abandonara sus mejillas.

– Maldición -dijo con voz temblorosa, sin añadir nada más, pero sabía que él entendería el significado.

Él se quitó el sombrero y se pasó los dedos por el pelo.

– ¿Por qué estás tan alterada? No voy a atacarte, por el amor de Dios. Vamos a llevar a los caballos allí para que puedan beber algo, eso es todo. Venga, adelante.

Ahora el color llameaba en sus mejillas y la enfureció la facilidad con que la había hecho quedar como una tonta. Se esforzó por mantener el control y lo siguió hacia el río cuesta abajo sin que su cara reflejara ningún indicio de agitación, pero con cada centímetro de su cuerpo recordando.

Era allí donde él la había encontrado bañándose desnuda y la había ordenado severamente que saliera del agua, amenazándola con sacarla él si no salía voluntariamente. Salió rabiosa del río, indignada por su arrogante actitud y había ido directamente a la batalla sin considerar las posibles consecuencias de atacar a un hombre cuando estaba totalmente desnuda. Lo que pasó fue más por su culpa que por la de Rule, admitió ahora con más madurez de la que había sido capaz ocho años antes. Él había tratado de mantenerla alejada y de calmarla, pero sus manos habían resbalado por su carne húmeda y desnuda y él era todo un hombre, tan manifiestamente viril que su masculinidad era como un luz de neón atrayendo a cada mujer que lo miraba.

Cuando él apretó su boca contra la de ella, deteniendo sus gritos de furia, la ardiente rabia se transformó instantáneamente en un oscuro resplandor de deseo. No tenía ni idea de como controlar sus propias respuestas o que respuestas despertaba en él, pero Rule se lo había demostrado del modo más explícito posible. Cuando él desmontó para dejar que su caballo bebiera, Cathryn hizo lo mismo. Rule notó la leve rigidez de sus miembros y dijo:

– Vas a estar dolorida si no te das un masaje. Cuando regresemos me ocuparé de ti.

Ella se quedó rígida al pensar en él dándole masajes en las piernas y rechazó la oferta con más brusquedad de la que pretendía.

– Gracias, pero puedo hacerlo yo sola.

Él se encogió de hombros.

– Es tu dolor.

Por algún motivo la fácil aceptación de su rechazo la irritó aún más y lo miró airadamente cuando montaron de nuevo y comenzaron el regreso a la casa. Ahora que él lo había mencionado, era consciente de que el dolor aumentaba con cada paso que daban. Sólo el orgullo la impidió pedir que redujeran la marcha y tenía la mandíbula rígida cuando por fin llegaron a los establos.

Él se bajó de su montura y estuvo a su lado antes de que ella pudiera sacar los pies de los estribos. Sin una palabra la cogió de la cintura, y la bajó cuidadosamente y Cathryn supo que se había dado cuenta de su incomodidad. Murmuró un gracias y se alejó de su lado.

– Ve a la casa y dile a Lorna que iré a comer dentro de una media hora -pidió-. Date prisa o no tendrás tiempo de quitarte antes el olor a caballo.

El pensar en una ducha aflojó la tensión de los músculos, y no fue hasta que entró en la casa que se dio cuenta irritada que hasta las horas de comer tenían que ser cuando a él le fuera bien. Vaciló recordando que, después de todo, él era el que hacía el trabajo, así que parecía justo que sus comidas estuvieran calientes. Cuando pensaba eso se le ocurrió que siempre podría comer con los otros trabajadores. Nadie le había invitado a la casa principal. Y él no había esperado una invitación, pensó y luego suspiró, y diligentemente fue a darle el mensaje a Lorna, que sonrió y asintió con la cabeza.

Ni Mónica ni Ricky se presentaron, así que se apresuró por las escaleras y se dio una ducha rápida. Las comidas en el rancho no eran formales, pero se puso un vestido de algodón sin mangas en vez de los vaqueros, y se maquilló con esmero, llevada por algún instinto femenino profundamente enterrado que no deseaba examinar demasiado. Cuando se cepillaba el pelo rojo caoba haciendo una honda sobre sus hombros, sonó un breve golpe en la puerta que se abrió casi inmediatamente dejando paso a su hermanastra.

Su primer pensamiento fue que el último matrimonio de Ricky debió ser duro. Su pelo negro brillaba, el delicado cuerpo era delgado y firme, pero había en ella una tensión febril y las líneas de descontento rodeaban los bordes de los ojos y de los labios. Ricky era una mujer encantadora, exótica, una versión más joven de Mónica, con su boca madura y sus ojos color avellana, con la piel de un tono dorado. Sin embargo, el efecto de esa belleza, desaparecía por la petulancia de su expresión.

– Bienvenida a casa -ronroneó, levantando con gracia una mano que sostenía un vaso con un líquido ámbar en su interior-. Siento no haber estado aquí para darte la bienvenida, pero se me había olvidado que hoy era el gran día. Estoy segura de que Rule te ha cuidado bien -dio un buen trago de su bebida y miró a Cathryn con una burlona y malévola sonrisa-. Pero claro, Rule siempre cuida bien de sus mujeres, ¿verdad? De todas ellas.

De repente, Cathryn se preguntó ansiosamente si Ricky sabía algo de lo que pasó aquel día en el río. Era difícil de adivinar. Normalmente la conversación de Ricky solía ser cruel, que brotaba de su propio descontento y sus miedos internos. Así que Cathryn decidió que de momento no iba a hacer caso a las insinuaciones encerradas en las palabras de Ricky y la saludó con normalidad.

– Es agradable estar de nuevo en casa después de tanto tiempo. Las cosas han cambiado, ¿verdad? Casi no he reconocido el sitio.

– Oh, ssssi -la pronunciación de Ricky era lenta y pesada, dejando que el "si" se demorara en un susurro sibilante-. Rule es el jefe, ¿no lo sabías? Hace que todo vaya como él quiere; todos saltan cuando él dice que salten. Ya no es un paria, querida hermana. Es un honrado y destacado miembro de nuestra pequeña comunidad y lleva este lugar con puño de hierro. O casi -le guiñó un ojo a Cathryn-. A mí todavía no me tiene en un puño. Sé lo que quiere.

Estaba decidida a no mostrar ninguna reacción ni preguntar a Ricky lo que quería decir ya que sabía que estando medio borracha cualquier conversación sensata sería imposible, así que la cogió del brazo, amable pero firmemente y la llevó hacia las escaleras.

– A estas horas Lorna ya debe tener la cena preparada. ¡Me muero de hambre!

Cuando salieron del cuarto, Rule se acercó a ellas y su severa boca se tensó cuando vio el vaso en la mano de Ricky. Sin decir una palabra alargó la mano y se lo quitó. Por un momento Ricky lo miró tensa con algo perecido al miedo, visiblemente se dominó y arrastró un dedo por su camisa, yendo de botón a botón.

– Eres tan dominante -ronroneó-. No es raro que puedas escoger a las mujeres. Precisamente le estaba hablando a Cathryn sobre ellas… tus mujeres, quiero decir -esbozó una dulce y venenosa sonrisa y empezó a bajar las escaleras, la satisfacción era evidente en el contoneo de su delgado y armonioso cuerpo.

Rule juró quedamente mientras Cathryn se quedó allí quieta tratando de entender que intentaba conseguir Ricky y por qué se enojaba Rule. Estaba la posibilidad de que Ricky no quisiera nada. Le gustaba decir cosas ofensivas sólo por la satisfacción de ver las reacciones. Pero el cavilar sobre ello no le iba a dar respuestas. Así que se enfrentó a Rule y preguntó directamente.

– ¿Qué ha querido decir?

De momento él no respondió. En lugar de ello olió suspicazmente el contenido del vaso que tenía en la mano, luego se bebió lo que quedaba de bebida de un trago. Una mueca de terrible disgusto torció sus rasgos.

– Dios -dijo con voz tensa, casi se ahogándose-. ¿Cómo pude alguna vez tragar esto?

Cathryn casi se rió. Desde el día que su padre lo había traído a casa, Rule se había rehusado a beber alcohol, ni siquiera una cerveza. Su reacción de sorpresa era en cierta forma cautivadora, como si la hubiera revelado una parte escondida de sí mismo. La miró y vio su amplia sonrisa y ella se alarmó cuando los fuertes dedos masculinos se deslizaron por su pelo hasta el cuello.

– ¿Te estás riendo de mí? -preguntó suavemente-. ¿No sabes que puede ser peligroso?

Sabía mejor que nadie lo peligroso que podía ser Rule, pero ahora no estaba asustada. Un extraño regocijo recorrió sus venas y alzó la cabeza para mirarlo.

– No te tengo miedo, hombretón -dijo ella en una mezcla de burla e invitación… una invitación que no había tenido intención de hacer, pero que le salió con tanta naturalidad que ya la había hecho antes de darse cuenta. Un segundo demasiado tarde, intentó disimular su error preguntando precipitadamente:

– Dime que ha querido decir Ricky…

– Que se vaya al infierno Ricky -gruñó él y sus dedos se enroscaron en su cuello una fracción de segundo antes de que su boca se acercara a la de ella. Cathryn se quedó sorprendida por la ternura del beso. Sus labios se ablandaron y se abrieron con facilidad bajo la persuasiva presión de sus movimientos. De la garganta de él salió un áspero sonido y la colocó mejor entre sus brazos, presionándola contra su cuerpo; una de sus manos se deslizaba de su trasero a sus caderas y la hizo arquearse con fuerza contra sus propios muslos. Los dedos de Cathryn agarraron con fuerza las mangas de la camisa de él en respuesta al placer abrasador que ardió en su interior. Era perfectamente consciente de su atractivo masculino y todo lo femenino que había en ella se tensó para contestar la primitiva llamada de la naturaleza. Nunca había sido así con otro hombre, y empezaba a darse cuenta de que nunca lo sería, que esto era único. David no había tenido ni una oportunidad contra la oscura magia que Rule practicaba sin ningún esfuerzo.

La imagen de David fue como un salvavidas, algo a lo que su mente podía agarrar para apartarse del remolino sensual al que la había llevado. Arrancó sus labios con un jadeo, pero fue incapaz de separarse de sus brazos. No es que él la mantuviera prisionera, es que ella carecía de la fuerza para apartarlo. Así que dejó que su cuerpo se relajara contra él mientras apoyaba la frente sobre un hombro, inhalando el sensual y afrodisíaco aroma masculino.

– Dios, que bueno es esto -masculló con voz ronca, inclinando la cabeza para mordisquear el delicado lóbulo que su cabeza ladeada dejaba al descubierto-. Ya no eres una niña, Cat.

¿Qué quería decir con eso?, se preguntó con un destello de pánico. ¿Que ya no había ninguna necesidad de mantenerse apartado de ella? ¿La estaba advirtiendo de que no iba a mantener su relación en un nivel platónico? ¿Y a quién estaba intentando engañar ella? Hacía años que su relación no era platónica, aunque no hubieran vuelto a hacer el amor desde aquel día en el río.

De alguna parte sacó la suficiente fuerza para apartarse de él y levantar orgullosamente la cabeza.

– No, no soy una niña. He aprendido a decir no a avances no deseados.

– Entonces has debido querer el mío, porque sin duda alguna no has dicho que no -se burló suavemente, moviendo su cuerpo de tal manera que quedo atrapada. Era como la vaca a la que un vaquero llevaba suave pero inexorablemente hacia donde él quería, pensó con un punto de histerismo. Inspiró profundamente y logró tranquilizarse, lo que fue muy oportuno, porque repentinamente Mónica apareció al pie de las escaleras.

– Cathryn, Rule, ¿no venís?

Así era Mónica. Ni siquiera un saludo, aunque ya hacía casi tres años que no veía a su hijastra. A Cathryn no le parecía mal la actitud remota de Mónica. Al menos era honesta. Bajó las escaleras con Rule siguiéndola muy cerca, con la mano apoyada casualmente en su espalda.

La mesa era informal. Después de un largo y caluroso día en el rancho, lo que quería un hombre era comer, no una reunión social. La decisión de Cathryn de llevar un vestido había sido inusual, pero notó que Ricky también se había quitado los vaqueros y se había puesto un vestido blanco de gasa que no habría desentonado en una fiesta. Supo instintivamente que aquella noche Ricky no tenía ninguna cita, así que debía haberse arreglado en honor a Rule.

Los ojos de Cathryn se desviaron hacia Rule cuando él se sentó en la silla donde siempre se había sentado Ward Donahue. Por primera vez se dio cuenta de que también él se había cambiado. Llevaba unos pantalones marrón oscuro y una almidonada camisa blanca, con los puños desabotonados, se había arremangado revelando unos musculosos y bronceados antebrazos. Se quedó sin aliento cuando lo miró, examinando aquellos rasgos que tan a menudo ocupaban sus sueños. Su pelo era grueso y tan sedoso como el de un niño, con sólo un ligero indicio de rizos; tanto su pelo como sus ojos tenían un color peculiar, no eran negros ni color café, era un color que sólo podía definirlo como oscuro. Su frente era ancha, sus cejas eran rectas y espesas sobre una nariz delgada de puente alto. Las expresivas ventanas de la nariz mostraban su estado de ánimo. Sus labios eran cincelados, sensuales, pero capaces de fruncirse en una línea severa o torcerse en un gruñido enfurecido. Sus amplios hombros tensaban la tela blanca que los cubría, mientras que por el cuello abierto de la camisa podía verse el indicio de los viriles rizos que adornaban su pecho y llegaban hasta el final de su abdomen. Conocía todo eso de él, conocía exactamente la textura de aquellos rizos bajo sus dedos…

Lentamente se dio cuenta de la diversión en sus ojos y comprendió que se había quedado mirándolo fijamente y prácticamente comiéndoselo con los ojos. Se ruborizó y movió nerviosamente el tenedor, sin atreverse a mirar a Mónica o a Ricky por miedo a que ellas también se hubieran dado cuenta.

– ¿Qué tal el vuelo? -preguntó Mónica trivialmente, pero Cathryn se lo agradeció y se agarró a la pregunta ansiosamente.

– Abarrotado, pero al menos por una vez, puntual. No te he preguntado si hacía mucho que esperabas -le dijo a Rule deliberadamente, esforzándose por hablar con él y demostrar que no le importaba el que la hubiera cogido mirándolo.

Él se encogió de hombros y comenzó a decir algo, pero Ricky lo interrumpió con una risa ruda y amargada.

– Seguro que eso no le ha molestado -disparó-. Se fue ayer por la tarde y pasó la noche en Houston, para estar seguro de no llegar tarde. Nada es demasiado bueno para la pequeña reina del Bar D, ¿verdad, Rule?

Su oscura expresión se cerró tornándose fría, Cathryn siempre asociaba esa expresión a los dolorosos días en que llegó al rancho y tuvo que apretar los puños para reprimir el repentino y poderoso impulso de protegerlo. Si había un hombre menos necesitado de protección era Rule Jackson, que era un tipo realmente duro. Rule le dirigió una sonrisa a Ricky que no era nada más que enseñar los dientes como si estuviera de acuerdo con su opinión.

– Así es. Estoy aquí para darle lo que ella quiera, y cuando ella quiera.

Mónica habló serenamente.

– Por el amor de Dios, ¿no podemos tener una comida sin que vosotros dos os peleéis? Ricky, compórtate de acuerdo a tu edad, que tienes veintisiete años, no siete.

Después de un pequeño silencio, Mónica siguió con una declaración que debía haberle parecido completamente inocente, pero que golpeo a Cathryn con la fuerza de un martillazo.

– Rule dice que has venido a casa para quedarte, Cathryn.

Cathryn le dirigió a Rule una mirada furiosa que él recibió blandamente, pero la negativa que estaba a punto de salir de sus labios se vio interrumpida cuando Ricky dejó caer su tenedor estrepitosamente. Todas las cabezas se giraron hacia ella; estaba blanca, estremeciéndose.

– Bastardo -dijo muy bajo, mirando furiosa a Rule con los ojos llenos de veneno-. Todos estos años, mientras Madre tenía el control del rancho, has estado pensando en las musarañas rondándola, engatusándola para que hiciera lo que tú querías, hasta ahora que Cathryn ha cumplido los veinticinco años y ha asumido el control legalmente. ¡La has estado usando! No nos has querido ni a ella ni a mí más que para…

Rule se recostó en la silla con los ojos vacíos y sin expresión. No dijo nada, sólo miraba y esperaba, y Cathryn repentinamente tuvo la impresión de que veía a un solitario puma esperando para atacar a un confiado cordero. Ricky también debió sentir el peligro, porque su voz se apagó en mitad de la frase.

Mónica miró airadamente a su hija y dijo con mucha frialdad.

– ¡No sabes de lo que estás hablando! ¿Cómo te atreves a criticar o a aconsejar a alguien con tus antecedentes amorosos?

Ricky se giró salvajemente hacia su madre.

– ¿Cómo puedes seguir defendiéndole? -gritó-. ¿No puedes ver lo que hace? ¡Debería haberse casado contigo hace años, pero él lo fue aplazando y esperó hasta que ella llegara a la mayoría de edad! ¡Él sabía que ella asumiría el control del rancho! ¿Verdad que sí? -escupió, girándose para enfrentarse a Rule.

Cathryn ya había tenido bastante, temblando de rabia, desechó los buenos modales y tiró de golpe los cubiertos sobre la mesa mientras luchaba para estructurar las candentes palabras de su mente en oraciones coherentes.

Rule no tuvo esa dificultad. Apartó su plato de un empujón y se puso en pie. El hielo se translucía en su tono cuando dijo:

– Nunca ha habido la menor posibilidad de que yo me casara con Mónica -después de ese brutal comentario se giró y con pesadas zancadas abandonó la sala antes de que alguien más se pudiera sumar a la discusión.

Cathryn miró a Mónica. La cara de su madrastra estaba blanca excepto las manchas redondas de color artificial que punteaban sus pómulos. Mónica habló con brusca severidad.

– ¡Enhorabuena, Ricky! Has logrado arruinar otra comida.

Cathryn exigió cada vez más furiosa.

– ¿Qué ha significado toda esta escena?

Ricky apoyó graciosamente los codos sobre la mesa y se puso las manos bajo la barbilla en una postura angelical, recuperando la compostura, aunque al igual que su madre, estaba pálida.

– No creo que seas tan torpe -se burló. Parecía muy satisfecha con ella misma. Sus labios rojos se curvaron en una pequeña sonrisa malvada-. Es inútil fingir que no sabes la manera en que Rule ha usado a Madre todos estos años. Pero últimamente… últimamente ha comprendido que tú eres mayor de edad, convenientemente viuda, y puedes tener el control del racho cuando decidas tomarte el suficiente interés. Ahora Madre es inútil para él; ya no tiene las riendas del dinero. Es un sencillo caso de sustituir lo viejo por lo nuevo.

Cathryn la miró desdeñosamente.

– ¡Eres retorcida!

– ¡Y tú una idiota!

– ¡Probablemente lo sería si diera algo de valor a tus palabras! -le disparó Cathryn-. No sé lo que tienes contra Rule. Tal vez es simplemente amargura contra los hombres…

– ¡Así es! -chilló Ricky-. ¡Échame en cara que estoy divorciada!

Cathryn se hubiera tirado de los pelos de pura frustración. Conocía lo suficientemente bien a Ricky para reconocer su juego para inspirar compasión, pero también sabía que cuando le convenía, Ricky no se ceñía demasiado a la verdad. Por alguna razón, Ricky trataba de hacer aparecer a Rule bajo la peor luz imaginable y el pensamiento la irritó. Rule ya tenía bastantes puntos negativos contra él para que alguien inventara más. En la zona no se habían olvidado de cómo había actuado cuando volvió de Vietnam y por lo que sabía ella, nunca se había reconciliado con su padre. El señor Jackson había muerto hacía unos años, pero Rule nunca se lo había mencionado, así que supuso que la tensión entre él y su padre todavía existía en el momento de la muerte del señor Jackson.

Sin querer analizar más estrechamente sus motivos, simplemente reconociendo el deseo superficial de poner a Ricky en su sitio, Cathryn le espetó:

– Es verdad que Rule me pidió que me quedara, pero, después de todo, ésta es mi casa, ¿verdad? No hay nada que me retenga en Chicago ahora que David está muerto -con esas palabras de despedida se puso en pie y abandonó la sala, aunque con bastante más gracia de la que Rule había exhibido.

Empezó a dirigirse a su habitación ya que sentía los efectos del viaje y del largo paseo. Sus músculos estaban rígidos, y aunque los hubiera olvidado en el calor de la batalla, ahora renovaban sus súplicas para que les prestara atención y se estremeció ligeramente cuando llegó a las escaleras. Deteniéndose en el primer escalón, decidió que primero buscaría a Rule, incitada por algún vago impulso de verlo. No sabía por qué hacía esto cuando llevaba años evitándole, pero no se detuvo a analizar ni sus pensamientos ni sus emociones. Eso podría destrozarla. ¡Sería algo completamente diferente si se tomara esa libertad con algún otro! Salió por la puerta principal y caminó alrededor de la casa, dirigiendo sus pasos hacia el granero de los potros. ¿Dónde si no estaría Rule más que comprobando como se encontraba uno de sus preciosos caballos?

Los olores familiares de heno, caballos, linimento y cuero la saludaron cuando entró en el granero y anduvo el oscuro y largo pasillo cuya luz del fondo dejaba ver a dos hombres parados ante el puesto de la yegua embarazada. Rule se giró cuando ella surgió bajo la luz.

– Cat, éste es Floyd Stoddard, nuestro veterinario. Floyd, te presento a Cathryn Ashe.

Floyd era un hombre grande y macizo con la piel curtida y el cabello castaño claro. La saludó con una inclinación de cabeza.

– Señora -dijo con una voz suave totalmente opuesta a su aspecto.

Cathryn hizo un gesto convencional, pero no tuvo oportunidad para conversar. Rule dijo brevemente:

– Avísame si pasa algo -y la tomó del brazo. Y ella se encontró fuera del círculo de luz y otra vez sumergida en la oscuridad del granero. No veían muy bien en la oscuridad, y tropezó al nadar con vacilación sin confiar en su equilibrio.

Se oyó una risa queda por encima de su cabeza y se sintió apretada estrechamente contra un cuerpo duro y caliente.

– ¿Todavía no puedes ver en la oscuridad, verdad? No te preocupes, no permitiré que te caigas. Sólo agárrate a mí.

No tuvo que agarrarse. Él la apretaba por los dos.

Para hablar de algo, preguntó:

– ¿La yegua parirá pronto?

– Probablemente esta noche, cuando todo se calme. Normalmente las yeguas son tímidas. Esperan hasta que creen que no hay nadie alrededor, así que Travis tendrá que guardar silencio y no dejar notar su presencia -había diversión en su voz-. Como todas las hembras, poniéndolo difícil.

El resentimiento en nombre de su sexo la enfureció brevemente, pero se controló. Se dio cuenta que se estaba burlando de ella, esperando que reaccionara apasionadamente y dándole así una razón perfecta para besarla otra vez, como si él necesitara una razón. ¿Cuándo había necesitado él una razón para hacer lo que quería? Así que en lugar de ello dijo suavemente:

– Probablemente tú también lo pondrías difícil si tuvieras que enfrentarte al parto y al nacimiento.

– Querida, sería algo más que difícil. ¡Estaría francamente sorprendido!

Se rieron juntos mientras salían del granero y empezaron a caminar hacia la casa. Ahora ya podía ver bajo la débil luz de la luna creciente, pero él mantuvo el brazo alrededor de su cintura y ella no protestó. Hubo un momento de silencio antes de que él murmurase:

– ¿Estás muy dolorida?

– Bastante. ¿Tienes algún linimento que pueda ponerme?

– Te llevaré una botella a tu habitación -prometió él-. ¿Cuánto tiempo aguantaste ante Mónica y Ricky?

– No mucho -admitió Cathryn-. Tampoco yo acabé de cenar.

Volvió a hacerse el silencio y no se rompió hasta que estuvieron cerca de la casa. La mano que la sostenía se tensó hasta que los dedos se clavaron en la suave piel de la cintura.

– Cat.

Ella se detuvo y lo miró. Su cara estaba completamente oculta bajo el ala de su sombrero, pero podía sentir la intensidad de su mirada.

– Mónica no es mi amante -dijo con una suave exhalación-. Nunca lo ha sido, aunque no por falta de oportunidades. Tu padre fue un amigo demasiado bueno para que yo me metiera en la cama con su viuda.

Al parecer la misma restricción no se aplicaba a la hija de Ward, pensó ella, momentáneamente muda de estupefacción ante la atrevida declaración. Por un momento clavó simplemente los ojos en él bajo la débil luz plateada, con la cara alzada hacia él.

– ¿Por qué te molestas en explicármelo? -susurró finalmente.

– ¡Porque te lo creíste, maldita sea!

Otra vez atónita, se preguntó si automáticamente había aceptado, sin realmente pensar en ello, que Rule había sido el amante de Mónica. Desde luego eso era lo que Ricky había dado a entender antes, pero algo en Cathryn rechazó violentamente esa idea. Por otra parte, instintivamente le dio miedo darle ese voto de confianza. Dividida entre las dos posturas, dijo simplemente:

– Todo lo indicaba. Puedo entender por qué Ricky está tan convencida. Cualquier cosa que quisieras sólo se lo tenías que mencionar a Mónica y ella se aseguraba de darte el dinero para que lo hicieras.

– ¡El único dinero que Mónica me ha dado ha sido para el rancho! -dijo él bruscamente-. Ward confió en mí para llevarle el rancho, y eso no cambió con su muerte.

– Lo sé. Has trabajado para este rancho tan duro, más duro, que cualquier hombre para su propia tierra -obedeciendo otro instinto, le puso la mano sobre el pecho, extendió los dedos y sintió la carne caliente y dura bajo la camisa-. Me resentí contigo Rule. Lo admito. Cuando murió papá, desde el primer momento, te impusiste y asumiste el control de todo lo que había sido suyo. Te encargaste del rancho, te mudaste a su casa, organizaste nuestras vidas. ¿Acaso era imposible pensar que te apoderases también de su esposa? -Dios, ¿por qué había dicho eso? Ni siquiera lo creía, aunque se sentía impelida a emprenderla a golpes contra él.

Se puso rígido y su respiración siseó entre sus dientes.

– ¡Me gustaría ponerte sobre mis rodillas por esto!

– Como has dicho varias veces, ahora ya soy adulta, así que no te lo aconsejaría. No voy a permitir que me trates como a una niña -le avisó, con la espalda rígida al recordar el incidente de hacía muchos años.

– ¿Entonces quieres que te trate como a una mujer? -le espetó él.

– No. Quiero que me trates como lo que soy -hizo una pausa y luego escupió la palabra-. ¡Tu patrón!

– Lo has sido durante años -apuntó él severamente-. Y eso no me impidió azotarte y hacer el amor contigo.

Dándose cuenta de que era inútil discutir con él, Cathryn se apartó de él con violencia y se dirigió hacia la casa. Había dado sólo unos pasos cuando los dedos de él se cerraron sobre su brazo y la detuvieron.

– ¿Siempre vas a echar a correr cuando mencione hacer el amor? -sus palabras eran como golpes en su sistema nervioso, y tembló bajo su mano, oponiéndose a la tormenta del temor mezclada con una anticipación que la confundió.

– No te escapaste ese día en el río -la recordó cruelmente-. Estabas lista y te gustó, a pesar de ser tu primera vez. Me recuerdas a una yegua, nerviosa y muy asustada, dándole coces a un semental, pero todo lo que necesitas es que te tranquilicen un poco.

– ¡No me compares con una yegua! -las palabras salieron furiosas de su garganta. Ya no estaba confundida; estaba lúcida y enfadada.

– Eso era lo que parecías, una pequeña potrilla de largas piernas y grandes ojos oscuros, demasiado voluble para aceptar caminar bajo una mano amiga. No creo que hayas cambiado tanto. Todavía tienes las piernas largas, y también grandes ojos oscuros, y todavía eres voluble. Siempre me han gustado los caballos castaños -dijo, su voz se hizo tan ronca que era casi un gruñido-. Y siempre he querido tener una mujer pelirroja.

Una abrupta rabia vibró a través de su esbelto cuerpo, y por un momento fue incapaz de contestarle. Cuando finalmente pudo hablar, su voz era ronca y temblaba por la fuerza de su temperamento.

– ¡Bueno, esa no seré yo! Te sugiero que intentes hallar una yegua castaña. ¡Es más tu tipo!

Se estaba riendo de ella. Podía oír el sonido sordo que retumbaba en su pecho. Levantó el puño apretado para golpearlo y él se movió como un relámpago, atrapando su delicado puño con su mano áspera y grande y lo retuvo allí. Intentó separarse de él, pero la acercó inexorablemente hasta que estuvieron justo lo suficiente cerca para que sus cuerpos se tocaran. Inclinó la cabeza hasta que su aliento, como cálidas plumas, le rozó los labios, y con el más ligero de los contactos rozó su boca con la de ella cuando dijo:

– Eres la misma, estupendo. Tú eres mi mujer pelirroja. Dios sabe que ya he esperado demasiado tiempo.

– No -empezó a decir, sólo para ver su respuesta interrumpida automáticamente cuando él bajó su cabeza el diminuto espacio necesario para endurecer el contacto entre sus bocas. Ella tembló y se quedó inmóvil bajo su beso. Desde esta mañana en que la había besado en el aeropuerto parecía que se hubiera quedado cruzada de brazos y dejándole que la besara siempre que quisiera, algo que nunca pensó que sucediera. Como si algo la hubiera golpeado, se dio cuenta de que el comportamiento de él durante todo día había sido claramente como el de un amante, y por primera vez se preguntó que había detrás de sus acciones.

Su falta de respuesta lo irritó y la acercó aún más, con su boca exigiendo cada vez más hasta que ella exhaló un sordo gemido de dolor cuando sus músculos se quejaron por el trato que recibían. Inmediatamente los brazos de él se relajaron y levantó la cabeza.

– Lo siento -admitió con voz ronca-, será mejor que entremos y me ocupe de ti antes de que se me olvide otra vez.

Cathryn empezó a protestar que ella podía cuidarse sola, pero se tragó las palabras por miedo a prolongar la situación. Con falsa docilidad soportó el brazo posesivo que se enroscó en su cintura cuando entraron en la casa. No había ninguna señal de Mónica o de Ricky, por lo que se sintió profundamente agradecida, ya que Rule subió las escaleras con ella, con su brazo todavía rodeándola. Podía imaginarse los comentarios que probablemente le hubieran hecho y se sentía extrañamente incapaz de manejarlos en ese momento.

Rule la perturbaba; siempre lo hacía. Se había considerado lo suficientemente adulta ahora como para tratar con él con tranquila indiferencia, sólo para encontrarse que todo lo relacionado con él estaba muy lejos de serle indiferente. Lo odiaba, estaba ferozmente resentida con él, y allá, candente y escondido en su conciencia, la atormentaba el hecho que durante su matrimonio con David se había sentido como si le hubiera sido infiel… ¡a Rule, no a su propio marido! Era algo estúpido. Había amado sinceramente a David y había sufrido después de su muerte, y aún así… Siempre había sido consciente que, mientras David podía llevarla a la luna, Rule la había hecho alcanzar las estrellas.

Para su sorpresa, Rule la dejó en la puerta de su dormitorio y siguió por el pasillo hacia el suyo propio. Cathryn no se cuestionó su buena suerte y rápidamente se metió dentro y cerró la puerta. Anhelaba una baño de agua caliente para aliviar sus músculos doloridos, pero el único cuarto de baño con bañera en lugar de ducha estaba al final del pasillo entre el dormitorio de Rule y el de Mónica y no se quería arriesgar a encontrarse con ninguno de los dos. Suspirando con pesar, empezó a desabotonarse el vestido. Ya se había desabrochado tres botones cuando un breve y seco golpe sonó en la puerta, un golpe que precedió por una fracción de segundo a la entrada de Rule. Se giró bruscamente por el susto lo que la hizo estremecerse de dolor.

– Perdona -masculló Rule-. He traído el linimento.

Extendió la mano hacia la botella con un claro líquido y vio como sus ojos se posaban en el escote desabotonado de su vestido. Instantáneamente sus pechos se endurecieron y sintió el calor de aquella amarga e incontrolada respuesta hacia él. Su respiración se tornó desigual y vio como los ojos de él subían lentamente hasta su cara. Tenía las pupilas dilatadas, el cuerpo tenso mientras la absorbía con la mirada, parecía un animal salvaje. Por un momento pensó que Rule haría caso a la primitiva llamada; luego con una ahogada maldición, puso bruscamente la botella en su mano.

– Puedo esperar -dijo, y salió tan bruscamente como había entrado.

Cathryn sintió que sus piernas no iban a sostenerla y se dejó caer en la cama, hundiéndose con gratitud sobre la colcha blanca. ¡Si eso no era salvarse por los pelos, entonces no sabía lo que era!

Después de frotarse cuidadosamente las piernas y el trasero con aquel acre linimento, se puso el camisón y rígidamente avanzó con lentitud hacia la cama, pero a pesar del cansancio era incapaz de dormir. Todo lo que había sucedido durante el día pasó por su cansada mente con una persistencia enloquecedora.

Rule. Todo volvía hacia él. Cathryn pensaba que sabía bastante sobre los hombres en general y Rule en particular, reconocía la pasión, y él no hizo nada para ocultar su deseo cuando la besó. Pero Rule era un hombre complicado y no creía que estuviera motivado sólo por simple lujuria. Parecía un iceberg que únicamente permitía ver un trozo. La mayor parte de él seguía sumergida, oculta, y lo único que podía hacer ella era adivinar sus motivos. ¿Era por el rancho? ¿Después de todo tenía razón Ricky en su valoración? ¿Intentaba hacerse legalmente con el rancho casándose con la dueña?

Detuvo bruscamente sus pensamientos. ¡Casado! ¿Qué le hacía pensar que Rule consideraría alguna vez el matrimonio? empezaba a entender que la podía controlar con facilidad por otros medios, y la brusca comprensión fue humillante. ¿A no ser que quisiera el rancho legalmente…? Era un hombre con un pasado oscuro; ¿quién podría saber la importancia que tenía el rancho para él? Aunque podía imaginarse perfectamente que para él representaba su salvación, tanto física como emocionalmente.

Independientemente del pasado, no quería enredarse con él. E independientemente del motivo, estaba segura de que no podría protegerse contra el dolor. Era demasiado vulnerable a él.

Загрузка...