Cathryn quedó casi paralizada por la confusa oleada de furia y placer. Estaba encantada de que estuviera celoso, pero la inevitable respuesta arrogante abrumó su sensación de placer y se sintió furiosa con él.
– ¡Tú no me posees y nunca lo harás!
– ¿Te sientes segura en ese pequeño mundo de ensueño que has creado? -preguntó con una sedosa amenaza, el tono de su voz era una advertencia. Ella se calló y no volvieron a hablar más durante el trayecto hasta el rancho.
A pesar del silencio, o quizás debido a él, la atmósfera entre ellos se volvió pesada por la hostilidad y por una creciente conciencia sexual. Justo aquella tarde había pensado que estaba tan enfadada con él y tan desilusionada que ya no podría volver a tentarla, pero ya estaba descubriendo lo equivocada que había estado asumiendo eso. Ni siquiera podía mirarlo sin recordar la luz de la luna en su cara cuando había hecho el amor con ella, sin el recuerdo del sabor de su boca o sin revivir el fuerte ritmo de sus movimientos.
Cuando detuvo el coche ante los escalones de la casa, ella salió antes de que los neumáticos dejaran de rodar. Se apresuró a subir el porche y casi corría cuando pasó por la cocina, oyendo los pesados pasos de él que hacían eco a su espalda mientras la seguía. La casa estaba oscura, pero ella conocía su casa y se movió rápidamente por la oscuridad, ansiando alcanzar la seguridad de su dormitorio y cerrar la puerta. Pero también era la casa de él y sólo había subido la mitad de las escaleras cuando la fuerza de su cuerpo la golpeó y la hizo trastabillar y se sintió levantada del suelo por un fuerte brazo que se enroscó en su cintura y la levantó como a un niño.
– ¡Suéltame! -murmuró dando patadas para hacerlo tropezar, sin tener en cuenta su precaria situación en las escaleras. Él gruñó cuando consiguió golpearlo en la espinilla, justo encima de la bota. Cambiando la posición del brazo con que la sujetaba, deslizó el otro bajo sus rodillas y la levantó apretándola contra su pecho. Sólo podía ver el contorno oscurecido de su cara cuando la acercó a él y volvió a exigir-: ¡Rule! ¡Suéltame! -No hubo respuesta y cuando intentó protestar de nuevo, él lo impidió apretando la boca contra la suya con un beso caliente, tan rudo que le lastimó los labios y puso tambores sonando en sus venas.
La oscuridad y sus movimientos la confundieron, dejándola desorientada cuando él quitó el brazo de debajo de sus rodilla y dejó que su cuerpo se deslizara contra él hacia abajo, manteniendo todo el tiempo su boca hambrienta, dolorosamente fundida con la de ella. Cathryn tembló cuando sintió la prueba de su excitada virilidad contra ella; luego las manos masculinas se posaron sobre sus nalgas y la acercaron aún más a él, marcándola a través de las capas de ropa con el calor y el poder de su deseo.
Haciendo un supremo esfuerzo de voluntad, ella separó la boca y protestó con un feroz susurro.
– ¡Basta! ¡Me lo prometiste! Mónica…
– Al infierno Mónica -gruñó él, el sonido retumbó profundamente en su pecho. Su áspera mano le levantó la barbilla-. Al infierno Ricky y al infierno todo el mundo. No soy ningún caballo castrado que hayas domesticado y delante del que puedas hacer cabriolas sin esperar que coja lo que ofreces, y que me condenen si te veo bailar con algún otro hombre.
– ¡No hay nada entre Glenn y yo! -casi gritó ella.
– Y voy a hacer que sea malditamente seguro que nunca lo haya -dijo él violentamente.
Bruscamente Rule extendió la mano y encendió la luz, y entonces Cathryn vio asombrada que estaba en su propio dormitorio. Había estado tan confundida con la oscuridad, que creía que estaban todavía en el pasillo. Rápidamente se separó de él, preguntándose inquieta si podría disipar su peligroso humor. Él parecía algo más que peligroso; con los ojos entrecerrados, agitando las aletas de la nariz, la recordaba a uno de aquellos fogosos sementales que había en el prado. Rule empezó a desabotonarse la camisa con una clara intención y las palabras salieron precipitadamente.
– Vale -se rindió temblorosa-, no veré más a Glenn si eso es lo que quieres.
– Ya es demasiado tarde -la interrumpió con ese suave tono, casi inaudible, que le decía que estaba hablando en serio.
Nunca había visto a un hombre desvestirse tan rápido. Se deshizo de su ropa con un par de movimientos y las echó a un lado. Si era posible, estaba más amenazador desnudo que vestido, y la vista del aquel cuerpo duro, lleno de puro músculo ahogó cualquier argumento de su garganta. Alzó una esbelta mano, inútil para detenerlo y él la cogió, la giró poniendo la palma hacia arriba y se la llevó a la boca. Sus labios le quemaron la piel; su lengua se movió en un antiguo baile sobre la sensible palma. Entonces llevó la mano a su pecho áspero por el vello. Cathryn gimió por las embriagadoras sensaciones que sentía al tocarlo, ignorando que el sonido había salido de ella. El calor cada vez más grande de su deseo la hizo olvidar que no quería que esto volviera a pasar. Él era tan hermoso, tan peligroso. Quería acariciar a la pantera una vez más, sentir sus músculos bajo la yema de los dedos. Se acercó más a él y puso la otra mano en su pecho, extendiendo los dedos y flexionándolos contra la carne dura, caliente. El pecho masculino subía y bajaba cada vez a más velocidad, la respiración empezó a salir aceleradamente de sus pulmones y su corazón latía salvajemente contra su palma, golpeando la firme caja torácica que lo protegía.
– Sí -gimió él-. Sí. Tócame.
Era una invitación cargada de sexualidad a la que nunca podría resistirse. Buscó los pequeños pezones masculinos con las sensibles yemas de los dedos y los acarició hasta transformarlos en diminutos y rígidos puntos de carne. De la garganta del hombre salió un profundo sonido que era mitad ronroneo, mitad gruñido, y enseguida las manos de Rule fueron a su espalda para bajarle la cremallera del vestido. En medio minuto se quedó ante él llevando sólo las pulseras y la flor en el pelo. La vista del suave cuerpo femenino le hizo perder el control y la apretó muy fuerte contra él, aplastando la suave plenitud de sus pechos contra los duros contornos del cuerpo de él. Sus labios estaban sobre ella y su lengua penetró en la boca de Cathryn y conquistó a un enemigo que no opuso resistencia. La pantera ya no evitaba que la abrazaran.
– Las gardenias son mis favoritas -masculló él, soltándola lo suficiente para arrancar la flor de su pelo. Sus pechos todavía se apretaban contra él por el duro círculo de su brazo derecho alrededor de ella, y Rule metió la cremosa flor en su hendidura, atrapándola entre los dos cuerpos. Luego la arrastró hacia la cama hasta que ella cayó encima y él cayó con ella, no dejando en ningún momento que sus cuerpos se separaran.
– Te deseo tanto -gimió el hombre, deslizándose hacia abajo hasta enterrar la cara en el dulce valle de los pechos de Cathryn inundados por el rico perfume de la gardenia aplastada. Sus labios y su lengua vagaban por los sustanciosos montículos, chupando los rosados pezones y transformándolos en tensos brotes y entonces salvajes temblores empezaron a recorrer el cuerpo de ella. ¿Por qué tenía que ser así con él? Ni siquiera David había sido capaz de convencerla para hacer el amor antes del matrimonio, pero con Rule parecía que no tenía ninguna clase de moral. Era suya para que la tomara siempre que él quisiera. Ese amargo conocimiento de sí misma no menguó de ninguna manera la fuerza de su respuesta. La pesada necesidad palpitaba en su cuerpo, haciéndola padecer un dolor íntimo que sólo este hombre podía aliviar. Se arqueó contra él y Rule abandonó sus pechos para ponerse completamente sobre ella, sus piernas velludas, ásperas y pesadas sobre la longitud femenina tan llena de gracia.
– Dime que me deseas -exigió él con severidad.
Era inútil negarlo cuando su cuerpo la haría quedar como una mentirosa. Cathryn acarició con las manos los músculos de los costados y sintió que todo el cuerpo de él se tensaba por el deseo.
– Te deseo -dijo con soltura-. ¡Pero esto no soluciona nada!
– Al contrario, soluciona un importante problema mío -aclaró él, separándole los muslos. Se encajó firmemente sobre ella y Cathryn cerró los ojos ante la espiral de placer-. Mírame -habló él con los dientes apretados-. ¡No cierres los ojos cuando hago el amor contigo! Mírame; mira mi cara cuando entro en ti.
Era algo tan erótico que no podía soportarlo. Lentamente abrió los ojos y miró su cara que reflejaba las mismas sensaciones que la inundaban a ella. Sus ojos estaban dilatados; olas casi de dolor atravesaban una y otra vez sus rasgos, cuando empezó el ritmo del acto sexual. Las lágrimas inundaron sus ojos se arqueó impotente, cada vez más cerca del clímax.
– ¡Basta! -lloriqueó, implorando, clavándole las uñas en los costados-. ¡Rule, por favor!
– Intento complacerte. ¡Cat, oh, Cat!
Ella oyó el gritó que salió de la garganta masculina, y entonces todo fue demasiado. Morirse tenía que ser parecido a esto, la pérdida completa de uno mismo, la creciente intensidad, y luego la explosión de los sentidos, seguida de un ir a la deriva, una creciente debilidad, un abandono de la realidad. Fue la experiencia más atemorizante de su vida, y aún así lo aceptó completamente y se dejó absorber por ello. Fue consciente, con un fleco de percepción, de las demandas que su poderoso cuerpo hacía del cuerpo de ella cuando también él alcanzó el clímax y por un momento la percepción física fue su único enlace con la consciencia. Los sentidos regresaron poco a poco y Cathryn abrió los ojos y lo vio encima de ella, acariciando su pelo y apartándolo de su cara mientras canturreaba suavemente y la abrazaba. Todo el cuerpo le brillaba por el sudor, el pelo negro estaba aplastado sobre su cabeza, sus oscuros ojos brillaban. Era la esencia del macho, primitivo y triunfante por la renovada victoria sobre el misterio de la mujer.
Pero sus primeras palabras estaban llenas de tierna preocupación.
– ¿Estás bien? -preguntó, desenredando sus cuerpos y acunándola.
Ella hubiera querido gritar que lo más probable era que no estuviera bien, pero en lugar de eso asintió con la cabeza y puso su cara en el húmedo hueco de su hombro, todavía demasiado débil para hablar. De todas formas, ¿qué podía decirle? ¿Que su necesidad por él estaba más allá de la razón, más allá del control de su voluntad que la mantuvo en pie incluso durante la muerte de su marido? ¿Si no podía entenderse a sí misma, cómo iba a explicárselo a él?
La mano masculina alzó suavemente su barbilla. Ella no abrió los ojos, pero sintió el beso que él puso sobre sus labios suaves y amoratados, en una caricia tan delicada como un susurro. Luego enroscó sus brazos alrededor de ella y la abrazó más fuerte, su respiración movió el pelo que tenía sobre la cara.
– Duérmete -ordenó con un suave gruñido.
Y ella lo hizo, exhausta por la noche de baile, la hora tardía y el húmedo, caliente y exigente acto sexual. Se sintió tan perfecto el dormir en sus brazos, como si ella perteneciera allí.
Pero se despertó con la sensación de que algo iba mal. Todavía estaba entre sus brazos, con la mano sobre su pecho y los dedos enterrados en los rizos que lo adornaban. El cuarto estaba a oscuras, la luna ya no emitía su escasa luz. No había sonidos inusuales, nada se movía, pero algo la había despertado. ¿El qué?
Entonces se despertó del todo y Cathryn se dio cuenta de la rigidez poco natural del cuerpo de Rule bajo su mano, la respiración rápida y poco profunda hacía que su pecho subiera y bajara descompasadamente. Podía sentir la transpiración que se formaba sobre su piel.
Alarmada, empezó a sacudirle, queriendo asegurarse de que estaba bien, pero antes de que pudiera moverse, él se irguió de golpe en la cama, silenciosamente, sin hacer ni un solo sonido. Su mano derecha apretaba la sábana con fuerza. Con visible esfuerzo, cada movimiento tan lento como la muerte, abrió la mano y soltó la sábana. Un suspiro curiosamente suave salió de sus pulmones, luego sacó las largas piernas y se levantó, yendo hacia la ventana, donde permaneció de pie con la mirada clavada en la tierra oscurecida por la noche.
Cathryn se sentó en la cama.
– ¿Rule? -preguntó con voz perpleja.
Él no contestó, aunque juraría que había visto como los contornos de su cuerpo se ponían rígidos. Recordó lo que había dicho Ricky, que algunas veces tenía pesadillas y pasaba la noche paseando por el rancho. ¿Había sido eso una pesadilla? ¿Qué clase de sueño era para que originara un silencio tan tenso?
– Rule -dijo otra vez, levantándose de la cama y yendo hacia él. Estaba rígido y silencioso cuando ella le pasó los brazos por la cintura y apoyó la mejilla sobre la amplia espalda-. ¿Estabas soñando?
– Sí -su voz era gutural, como si se la estuvieran arrancando.
– ¿Sobre qué? -no contestó y ella volvió a insistir-. ¿Sobre Vietnam?
Durante un largo momento no contestó; luego otro sí pasó con esfuerzo por sus labios rígidos.
Ella quería que se lo contara, pero como el silencio se alargaba comprendió que no lo haría. Él nunca había hablado de Vietnam, nunca le había contado a nadie que es lo que había pasado para que regresara a Texas tan salvaje y peligroso como un animal herido. De repente fue importante para Cathryn que Rule le contara lo que lo había atormentado en sus sueños; quería ser importante para él, quería que confiara en ella y le dejara compartir la carga que llevaba sobre los hombros.
Lo rodeó para mirarlo a la cara, poniendo su cuerpo entre él y la ventana. Sus manos acariciaron suavemente el cuerpo duro del hombre, tranquilizándolo con el tacto.
– Cuéntamelo -exigió ella en un susurro.
Se puso aún más rígido, si cabe.
– No -dijo con severidad.
– ¡Sí! -insistió Cathryn-. ¡Rule, escúchame! Nunca has hablado de ello, nunca has intentando mirarlo con perspectiva. Lo has guardado todo dentro de ti y eso no es bueno, ¿no te das cuenta? Estás dejando que te coma vivo.
– No necesito ningún psiquiatra aficionado -dijo él violentamente, apartándola de él con fuerza.
– ¿Ah, no? Mira que hostil…
– Maldita seas -gruñó de manera espesa-. ¿Qué sabes tú sobre hostilidad? ¿Y qué sabes de perspectivas? Allá aprendí algo malditamente rápido: no hay ninguna perspectiva sobre la muerte. Y de todos modos a los muertos tanto les da. Son los que quedan vivos los que tienen que preocuparse de eso. Los que quieren salir del infierno. No quieren salir volando en mil sangrientos trocitos mientras luchan con otra persona. No quieren ser quemados vivos. No quieres ser torturados hasta que ya no son humanos. ¿Pero sabes algo, cariño? Al final estás tan muerto de una limpia bala como si te tiras a un barril lleno de ácido. Eso es perspectiva.
Su cólera cruda, la amargura de su voz, la envolvió como una bolsa para transportar cadáveres. Involuntariamente extendió otra vez la mano hacia él, pero Rule se alejó, evitando que lo tocara como si no pudiera soportar la cercanía de otro ser humano. Las manos cayeron inútiles a los lados.
– Si hablaras sobre ello… -empezó a decir.
– No. Nunca. Escúchame -gruñó él-, lo que vi, lo que oí, lo que pasé, nunca lo diré. Se detiene conmigo. Lo manejo; tal vez no según las teorías, pero lo manejo a mi manera. Tardé años en poder dormir una noche entera sin despertarme con las tripas contraídas, con la garganta cerrada por los gritos de otras personas. Ahora puedo hacerlo, los sueños sólo aparecen de vez en cuando, pero no voy a cargarle esto a nadie más.
– Hay organizaciones de veteranos.
– Lo sé, pero siempre he sido un lobo solitario, y ya he pasado lo peor. Ya ha terminado Cat. No me revuelco en ello.
– No ha terminado si todavía tienes pesadillas -dijo ella suavemente.
La respiración de él era desigual.
– Salí de allí vivo. No pido nada más -una silenciosa risa movió su pecho cuando se alejó aún más-. Y ni siquiera pedía eso. El principio… Dios, al principio rezaba cada noche, cada mañana. Sácame de aquí vivo, deja que continúe vivo, no dejes que salga volando en obscenos trozos de carne sanguinolenta. Después, cuando ya había pasado seis meses, la oración cambió. Cada mañana rezaba para no seguir vivo. No quería volver. Ningún ser humano debería sobrevivir a esto y tener todavía que enfrentarse cada mañana con la salida del sol. Quería morir. Lo intenté. Hice cosas que ninguna persona cuerda haría. Un día estaba en la selva, y al siguiente en Honolulu, y aquellos malditos tontos caminaban bajo los árboles, dejando que las personas se acercaran a ellos, sonriendo y riéndose y algunos de ellos clavando los ojos en mí, como si fuera algún tipo de monstruo. Ah, maldición… -su voz se fue apagando.
Cathryn sintió algo en su cara y se pasó la mano por la mejilla, sorprendida al sentir que estaba húmeda. ¿Lágrimas? Había sido muy joven para entender el horror de Vietnam cuando sucedió; pero desde entonces había leído sobre ello, había visto imágenes, y podía recordar la cara de Rule el día en que su padre lo trajo al rancho. El rostro golpeado y amargado del hombre, su silencio, era la imagen del Vietnam.
Pero mientras ella sólo tenía una imagen, él tenía la realidad de sus recuerdos y sus pesadillas.
Un grito bajo salió de su garganta cuando atravesó rápidamente la habitación y lo abrazó tan fuerte que él no hubiera podido apartarla de nuevo. Aunque no lo intentó. La envolvió en el suave acero de sus brazos, inclinando la cabeza para apoyarla sobre la de ella. Sintió las lágrimas de la mujer cuando le mojaron el pecho, y le secó las mejillas con la palma de la mano.
– No llores por mí -refunfuñó, besándola con dureza, casi brutalmente-. Ofréceme consuelo, no lástima.
– ¿Qué es lo que quieres? -lloró ella.
– Esto -la levantó del suelo, besándola una y otra vez, robándole la respiración hasta que se sintió mareada y se aferró a él con brazos y piernas, con miedo de caerse si él aflojaba el abrazo. Pero no la dejó caer. La bajó lentamente, deslizando el cuerpo femenino a lo largo de su torso, y ella gritó cuando sintió que la penetraba.
– Esto es lo que quiero -dijo con dureza, la voz áspera y la respiración agitada-. Quiero sepultarme dentro de ti. Quiero que pierdas el control cuando te haga el amor, y lo harás, ¿verdad? Dímelo, Cat. Dime que perderás el control.
Ella enterró la cara en su cuello, sollozando por el fuego que él había encendido con su cuerpo poderoso e incitador.
– Sí -dimió ella, cediendo a cualquier petición que él hiciera.
La prisa caliente del delirio los apresó a ambos a la vez. Se alargó con ella en el suelo y Cathryn ni siquiera sintió lo duro o incomodo que era cuando Rule se movía dentro de ella. Por fin, la dulce y caliente pulsación del cuerpo masculino se detuvo y la levantó, llevándola a la cama, acunándola entre sus brazos hasta que ella se durmió.
Cuando se despertó otra vez ya era de día, una soleada mañana y Rule todavía estaba a su lado con una débil sonrisa asomando a los contorno duros de su cara mientras la observaba desperezarse y esperando hasta que ella se diera cuenta de que no estaba sola. Lo miró y le dirigió una somnolienta sonrisa. Entonces la atrajo hacia él con una mano en su cintura y sin una palabra hizo de nuevo el amor con ella.
Cuando todo hubo terminado, levantó la cabeza y la desafió con una aterciopelada voz.
– Casémonos.
Cathryn se quedó tan aturdida que sólo pudo mirarlo boquiabierta.
Una pesarosa sonrisa curvó los labios duros y cincelados, pero repitió las palabras.
– Cásate conmigo. ¿Por qué pareces tan asombrada? He tenido intención de casarme contigo desde que tenías… oh, quince años, más o menos. De hecho, desde el día que me diste una bofetada en la cara y yo te di una azotaina en el trasero.
Repentinamente aterrada por lo que él estaba pidiendo, Cathryn se irguió, se separó de sus brazos y dijo con voz temblorosa.
– Ni siquiera puedo decidir si quedarme o no aquí, y ahora quieres que me case contigo. ¿Cómo puedo decidir algo así?
– Muy sencillo -la aseguró, acercándola de nuevo-. No lo pienses; no te preocupes. Sólo hazlo. Podemos luchar cada segundo del día antes de irnos a la cama por la noche, pero una vez nos metamos en ella, valdrá la pena cada magulladura y arañazo. Te puedo prometer que nunca te irás a una cama fría por la noche.
Cathryn sintió que el corazón se le estremecía. ¡Oh, Dios mío, lo amaba tanto! Pero a pesar de la intensidad con que la hacía el amor, no compartiría nada de él excepto la parte física de una relación. Ella casi le había suplicado que confiara en ella, y él la había apartado casi con violencia.
Los estremecimientos empezaron a recorrerla.
– ¡No! -gritó salvajemente, asustada sobre todo por la poderosa tentación de acceder a ciegas, como él había dicho, y casarse con él a pesar de todo. Lo amaba tanto que era aterrador, pero Rule no había dicho que la amaba, sólo que había tenido intención de casarse con ella. Lo había planeado todo. No había mantenido en secreto su devoción por el rancho. Quizás lo tenía obsesionado hasta el punto de que se casaría sólo para seguir teniendo el control. Anoche había visto lo que Vietnam le había hecho y entendía totalmente por qué se agarraba con tal ferocidad a este rancho. Repentinamente ardientes lágrimas quemaron sus mejillas y casi gritó:
– ¡No puedo! ¡Ni siquiera puedo pensar cuando estás alrededor! ¡Me prometiste que no me tocarías, pero has roto tu palabra! Vuelvo a Chicago. Me marcho hoy. ¡No puedo soportar tanta presión!
Nunca se había sentido tan desgraciada, y todavía lo era más por el hermético silencio de Rule cuando se vistió y salió del dormitorio. Cathryn yació rígidamente, limpiándose de vez en cuando las lágrimas que lograban escaparse a pesar de sus desesperados esfuerzos por mantener el control. Le dolía tanto el cuerpo como la mente, golpeados por su feroz e indomable necesidad de él que no podía ni controlar, ni entender. Había querido que la dejara sola, pero ahora que lo estaba era como si parte de ella hubiera sido arrancada. Tenía que apretar los dientes y hacer un esfuerzo para evitar arrastrarse por el pasillo hacia su dormitorio y meterse entre sus brazos. Tenía que irse. Si no se alejaba de su influencia, usaría su debilidad para atarla a él permanentemente y no sabría nunca si la quería por ella misma o por el rancho.
Era obvio que Rule la deseaba físicamente. ¿Y por qué no? Ella no era una gran belleza, pero era pasable en todos los demás aspectos y mucha gente encontraba atractiva la elegancia de sus largas piernas y el exótico color de sus cabellos. Rule era un hombre normal con todas las necesidades y repuestas masculinas normales. No había ninguna razón para que no la deseara. Era cuando empezaba a rascar bajo la superficie cuando se sentía abrumada por las dudas y las posibilidades, ninguna de ellas agradable.
Aunque conocía a Rule íntimamente en el aspecto físico, cada línea de su cuerpo y el matiz de su expresión y su voz, era violentamente consciente de que él mantenía oculta una gran parte de sí mismo. Era un hombre que había estado en el infierno y surgido del fuego con nada que considerase de valor, ninguna ilusión o sueño que hiciera más llevadera la dura realidad que había vivido; y había regresado a casa para encontrarse que, de hecho, no tenía ninguna casa, que emocionalmente estaba a la deriva. La mano que Ward Donahue le había tendido le había, literalmente, salvado la vida, y por eso le había dado su lealtad al rancho que lo había abrigado y le había permitido reconstruir la ruina maldita de su vida.
Podría casarse con él, sí, pero nunca sabría si se casaba con ella por amor a la mujer o por amor al rancho que iba unido a ella. Era una parte del paquete y por primera vez en su vida deseaba que el rancho no fuera suyo. Irse no solucionaría el problema, pero le daría la oportunidad para decidir de una forma racional si podría casarse con Rule y vivir con él con cierta serenidad, si sería capaz de aceptar que nunca podría estar segura. No podía ser racional al lado de Rule; él la reducía a las respuestas más básicas.
Era un problema muy antiguo que tradicionalmente preocupaba a las herederas: ¿las amaban a ellas o a su dinero? En este caso no era cuestión de dinero, pero sí de seguridad y oscuras emociones enterradas tan profundamente en el subconsciente de Rule que quizás ni él mismo era consciente de su motivación.
Finalmente, Cathryn salió de la cama y empezó a hacer las maletas apáticamente. Apenas había empezado cuando se abrió la puerta y apareció Rule.
Se había puesto ropa limpia. Su expresión estaba vacía, pero las líneas de cansancio asomaban a su cara.
– Ven conmigo a montar a caballo -dijo uniformemente.
Ella apartó la mirada.
– Tengo que hacer el equipaje…
– Por favor -la interrumpió y ella tembló al oír aquella palabra desacostumbrada en él-. Ven conmigo a montar a caballo por última vez -la persuadió-. Si no puedo convencerte para que te quedes, te llevaré a donde quieras ir para coger un vuelo a Texas.
Cathryn suspiró, frotándose la frente en un inquieto gesto. ¿Por qué no podía ella cortar limpiamente? Debía ser la glotona más grande de este mundo para merecer este castigo.
– De acuerdo -asintió-. Deja que me vista.
Por un momento pareció poco dispuesto a marcharse, sus oscuros ojos la decían que era algo muy tonto decirle eso a un hombre que había hecho el amor con ella como lo había hecho él durante la noche. Pero entonces asintió con la cabeza y salió cerrando la puerta. Con sus sentidos tan agudamente conscientes de él, sintió su presencio y supo que la esperaba apoya en la pared del pasillo. Se vistió rápidamente y se desenredó el pelo. Cuando abrió la puerta, él se enderezó y tendió la mano, luego la dejó caer antes de que ella pudiera decidir si cogérsela o no.
Caminaron en silencio hacia los establos, donde ensillaron los caballos. La mañana era agradablemente fresca y los caballos estaban llenos de energía e impacientes por el lento paseo que Rule les obligaba a hacer. Después de varios minutos de silencio Cathryn le dio la orden a su caballo con la rodilla de que se acercara más a Rule.
– ¿De qué quieres hablar? -preguntó bruscamente.
Sus ojos estaban en sombras por el estropeado sombrero negro que llevaba habitualmente para protegerse del feroz sol de Texas, y ella no podía leer nada en el trozo de cara expuesta a su mirada.
– Ahora no -rechazó él-. Montemos y miremos el paisaje.
Le alegró hacerlo, le gustaba el aspecto bien cuidado de los pastos y le dolía pensar en dejar todo esto otra vez. El cercado era fuerte y estaba bien reparado; todas las dependencias estaban limpias y recién pintadas. La administración de Rule era excepcional. Incluso cuando su resentimiento había estado en el punto más álgido, nunca había dudado de sus sentimientos por la tierra. Lo había reconocido incluso en las profundidades de confusión adolescente.
Ahora ya estaban alejados de los prados y los graneros y cruzaban una gran pradera. Rule frenó a su caballo y señaló con la cabeza en dirección a los edificios del rancho.
– He estado manteniendo este lugar para ti -dijo con severidad-. Esperando a que regresaras. No puedo creer que no lo quieras.
Ella se tragó un destello de cólera.
– ¡Qué no lo quiero! ¿Cómo puedes pensar eso? Me gusta este lugar; es mi casa.
– Entonces vive aquí; quédate en tu casa.
– Siempre he querido hacerlo -dijo con un tono amargo-. Es sólo que… ¡oh, maldito seas, Rule, debes saber la razón por la que me he mantenido alejada!
La boca masculino se torció reflejando amargura.
– ¿Por qué? ¿Crees todo lo que se dijo de mí cuando volví de Vietnam?
– ¡Desde luego que no! -negó ella con vehemencia-. ¡Nadie lo hace!
– Algunos lo hicieron. Tengo un vivo recuerdo de varias personas que intentaron hacerme pagar con sangre todo lo que pensaban que había hecho -su cara era de piedra, fría, cuando le asaltaron los negros recuerdos en aquella mañana fresca y soleada.
Cathryn se estremeció y tendió la mano para apoyarla en su musculoso antebrazo, que estaba al descubierto porque llevaba enrollada la manga de la camisa vaquera.
– ¡No fue nada de eso! Yo… en aquel entonces me sentí tan ofendida que no podía pensar con claridad.
– ¿Todavía estás ofendida? -preguntó él.
– No -hizo la confesión en voz baja; lo miró con ojos preocupados y llenos de duda. Era sólo que no podía confesarle que de lo que tenía miedo es que él quisiera más al rancho que a ella. Sabía que si le explicaba sus dudas, Rule sería capaz de aprovecha su debilidad por él para conseguir que hiciera lo que quería. Pero ella no lo quería sólo físicamente. También quería su compromiso emocional.
– ¿Lo reconsiderarás? -habló él con voz áspera-. ¿Pensarás en quedarte?
Cathryn tuvo que obligarse a mirar a lo lejos para impedir que viera el deseo en sus ojos. ¡Si sólo pudiera quedarse! Si sólo se conformara con lo que él la ofrecía, que suponía que era lo único que se sentía capaz de ofrecer a cualquier mujer. Pero quería más que eso, y tuvo miedo de destruirse a sí misma si se comprometía.
– No -susurró.
Rule hizo moverse a Redman para enfrentarse a ella y cerró la mano enguantada sobre las riendas de Cathryn. Su cara oscura estaba tensa de frustración, su mandíbula era una severa línea.
– De acuerdo, entonces te vas. ¿Y si estás embarazada? ¿Entonces qué? ¿Vas a insistir en manejar eso tú sola? ¿Me dirás si voy a ser padre o sólo te desharás de mi bebé y fingirás que nunca ha existido? ¿Cuándo lo sabrás? -dijo él ferozmente.
Las palabras, la idea, la dejaron estupefacta, casi tanto como la inesperada propuesta de matrimonio que había hecho unas horas antes. Impotente clavó los ojos en él.
Una esquina de la boca masculina se curvó hacia arriba en lo que era una parodia de diversión.
– No me mires tan sorprendida -se burló-. Eres lo bastante mayor para saber que esas cosas pasan y ninguno de los dos hizo nada para impedirlo.
Cathryn cerró los ojos, sacudida por la dulzura que sintió al pensar en tener un hijo. En contra de todo sentido común, por un momento rezó con un deseo salvaje para que fuera así, para que ya estuviera embarazada. Una diminuta sonrisa, como si estuviera en otro mundo, se asomó a sus labios y Rule maldijo con los dientes apretados, su mano enguantada subió hasta agarrarla por la nuca.
– ¡Quita esa mirada de tu cara! -gruñó-. A no ser que quieras que te tumbe en el suelo, porque ahora mismo quiero…
Se calló y Cathryn abrió los ojos, devorándolo con la mirada, incapaz de controlar su expresión. Un músculo se movió en la mejilla masculino cuando él repitió.
– ¿Cuándo? ¿Cuándo lo sabrás?
Contó en silencio y luego dijo:
– Dentro de una semana, más o menos.
– ¿Y si lo estás? ¿Qué harás?
Cathryn tragó saliva enfrentándose a lo inevitable. La verdad es que no tenía ninguna opción. No era una mujer que pudiera imponer la ilegitimidad a su hijo cuando el padre estaba más que dispuesto a casarse con ella. Un embarazo lo resolvería todo excepto sus dudas.
– No te mantendré apartado si… si lo estoy -susurró.
Rule se quitó el sombrero y paso la mano por pelo espeso y oscuro.
– Ya lo pasé muy mal una vez, preguntándome si te había dejado embarazada. Supongo que puedo pasar por ello de nuevo. Al menos esta vez no eres una niña -dijo sombrío volviendo a colocarse el sombrero.
Ella tragó saliva otra vez, inexplicablemente conmovida al enterarse de que no había sido tan indiferente por ese día de hacía tanto tiempo. Empezó a hablar, aunque no estaba segura de lo que iba a decir, pero Rule le dio una orden a su caballo con la rodilla y se alejó de ella.
– Tengo trabajo -masculló-. Avísame cuando decidas a que hora te vas. Tendré la avioneta a punto.
Observó como se alejaba, luego hizo dar media vuelta a su caballo y se dirigió lentamente hacia los establos. Su conversación no había logrado absolutamente nada, excepto concienciarla de las posibles consecuencias de sus noches juntos.
Después de regresar a la casa y picotear algo para desayunar, llamó a la compañía de aviación en Houston e hizo la reserva para el día siguiente, luego intentó hacer el equipaje. La verdad es que no tenía mucho equipaje que hacer. La mayor parte de su ropa todavía estaba en Chicago. Había estado apañándose con los viejos vestidos que había dejado en el rancho.
Las horas pasaron lentamente, apenas podía esperar el almuerzo, donde volvería a ver a Rule, aunque se hubiera prohibido a sí misma la alegría de tenerle. Bajó las escaleras y dejó pasar el tiempo ayudando a Lorna a acabar la comida, asomándose constantemente a la ventana.
Un caballo entró galopando en el rancho y el jinete desmontó de un saltó. Cathryn oyó gritos amortiguados y pudo sentir la alarma en ellos, pero no entendió lo que decía. Lorna y ella se miraron preocupadas y las dos se dirigieron a la puerta trasera.
– ¿Qué pasa? -preguntó Cathryn en voz alta cuando la alta y delgada figura de Lewis corría de los establos a la camioneta-. ¿Cuál es el problema?
Él se giró con la cara tensa.
– El caballo de Rule se ha caído sobre él -dijo concisamente-. Rule está herido.
Las palabras fueron como puñetazos en el estómago y se tambaleó hacia atrás, luego se obligó a ponerse derecha. Con las piernas temblorosas corrió hacia la camioneta, donde un hombre había colocado uno de los colchones de la vivienda de los trabajadores y subió al vehículo al lado de Lewis. Él echó una ojeada a su cara completamente blanca y no dijo nada, simplemente movió con brusquedad el cambio de marchas y aceleró al máximo a través de los pastos. Le pareció que tardaban una eternidad levantando el polvo por todas partes antes de llegar a un pequeño grupo de hombres agrupados ansiosamente alrededor de una figura tirada sobre la tierra.
Cathryn estaba fuera de la camioneta antes de que ésta se hubiera parado acabando de rodillas al lado de él y haciendo que una fina capa de polvo cayera sobre el hombre. Un terrible pánico la invadió cuando vio sus ojos cerrados y su cara pálida.
– ¡Rule! -gritó, tocándole la mejilla, pero no obtuvo ninguna respuesta.
Lewis se arrodilló al lado de ella cuando sus temblorosos dedos rasgaron los botones de la camisa de Rule. No fue hasta que deslizó su mano adentro y sintió el reconfortante sonido de los latidos de su corazón, que dejó escapar la respiración que había estado conteniendo y levantó sus ojos frenéticos hacia Lewis. Lewis pasaba las manos sobre el cuerpo de Rule, deteniéndose cuando alcanzó un punto casi en medio entre la rodilla y el tobillo de su pierna izquierda.
– Tiene la pierna rota -masculló.
Rule respiró trémulamente y sus oscuras pestañas aletearon hasta abrirse. Rápidamente Cathryn se inclinó sobre él.
– Rule, querido… ¿me oyes? -preguntó, viendo la mirada desenfocada de sus ojos.
– Sí -refunfuñó-. ¿Redman?
Ella giró la cabeza mirando alrededor para ver al caballo. Estaba de pie sobre las cuatro patas y no parecía que tuviera ningún golpe serio.
– Creo que está bien. Desde luego está mejor que tú. Te has roto la pierna izquierda.
– Lo sé, sentí como se rompía -sonrió débilmente-. También me he dado un buen golpe en la cabeza.
Cathryn levantó otra vez sus ojos preocupados hacia Lewis. Un golpe en la cabeza significaba una posible conmoción cerebral, y el hecho de que Rule había estado un tiempo inconsciente hacía que la posibilidad se convirtiera en probabilidad. A pesar de sus respuestas racionales, cuanto más rápido lo llevaran a un hospital, mejor. Había también la horrenda posibilidad de que tuviera el cuello roto o lesiones en la espalda. Habría dado algo por tener ella el dolor si podía evitárselo a él, y en aquel momento, admitió más allá de cualquier duda, que lo amaba. No era simplemente deseo lo que sentía por él. Lo amaba. ¿Por qué si no le había disgustado tanto el que él pudiera haber hecho el amor con alguien más? ¿Por qué si no estaba tan celosa de sus besos? ¿Y por qué si no deseaba tanto que la hubiera dejado embarazada? Lo había amado durante muchos años, mucho antes de que ella hubiera sido lo bastante madura para reconocerlo.
Los hombres se movían rápidamente, con eficacia, y la separaron cuidadosamente de Rule. Lo pusieron con cuidado en una manta que había colocado en el suelo, al lado de él. Ella oyó un grito ahogado de dolor y se mordió el labio inferior haciendo que salieran diminutos puntos de sangre.
– Debes estar volviéndote torpe, jefe, cayéndote así de un caballo -dijo Lewis, lo que hizo que una pequeña sonrisa burlona apareciera en la cara de Rule. La sonrisa burlona desapareció bruscamente cuando lo levantaron, con la manta haciendo de camilla. Entre los dientes apretados escupió palabras que Cathryn había oído por separado, pero nunca juntas ni con el genio con que las decía Rule. El sudor perlaba la cara masculina cuando lo pusieron en el colchón que habían colocado en la parte trasera de la camioneta. Cathryn y Lewis se subieron detrás con él y Cathryn le limpió automáticamente la cara.
– Ve con cuidado durante el trayecto -instruyó Lewis al que ahora conducía, y el hombre asintió.
Incluso yendo lentamente, los baches de la tierra hicieron que la manos de Rule se apretaran en puños y que la cara adquiriera un tinte grisáceo. Subió las manos y se apretó con ellas la cabeza como si así pudiera evitar el cimbreo de la camioneta. Cathryn se inclinó hacia él con inquietud, sufriendo con él cada sacudida del vehículo, pero no había nada que pudiera hacer.
Lewis encontró sus ojos por encima del cuerpo echada de Rule.
– San Antonio está más cerca que Houston -dijo quedamente-, lo llevaremos allí.
Cuando llegaron al rancho se quitaron rápidamente dos asientos de la avioneta y colocaron a Rule, con colchón y todo, en el espacio desocupado. Los párpados del herido se estaban cerrando y Cathryn ahuecó la cara de él entre sus manos.
– Querido, no puedes dormirte -dijo suavemente-. Abre los ojos y mírame. No puedes dormirte.
Obedientemente la miró, sus aturdidos ojos se concentraron en lo que ella dijo con una intensidad desgarradora. Una media sonrisa asomó a sus labios pálidos.
– Mírame -susurró él, y ella recordó cuando hicieron el amor. ¿Lo estaba recordando él también?
– Estaré bien -la reconfortó somnoliento-. No es tan malo. Estuve mucho peor en Vietnam.
El doctor en el hospital de San Antonio estuvo de acuerdo. Aunque Rule tenía una conmoción cerebral y debía estar bajo observación al menos hasta el día siguiente, su estado no era tan malo como para ser necesaria una intervención quirúrgica. Excepto el golpe en la cabeza y la pierna rota, no encontraron otras lesiones, aunque sí diversas contusiones. Después de la tensión de estar en cuclillas al lado de él durante el vuelo y tratar de mantenerlo despierto, saber que él se pondría bien tuvo el mismo efecto en Cathryn que habrían tenido las malas noticias: apoyó la cabeza sobre el pecho de Lewis y se puso a llorar.
Al instante los brazos masculinos la rodearon y la abrazó fuerte.
– ¿Y por qué esos lloros ahora? -preguntó riéndose aliviado.
– No lo puedo remediar -dijo ella sorbiendo por la nariz.
El doctor se rió y le dio palmaditas en el hombro.
– Llore lo que quiera -dijo bondadosamente-. Él se pondrá bien, se lo prometo. Se lo podrá llevar a casa en poco más de un día y el dolor de cabeza por la conmoción debería mantenerlo en la cama el tiempo suficiente para que la pierna empiece a curarse bien.
– ¿Podemos verlo ahora? -preguntó Cathryn, limpiándose los ojos. Quería verlo, tocarlo, y que supiera que Lewis y ella estaban todavía allí.
– Todavía no. Lo hemos llevado abajo para hacerle una radiografía a la pierna. La avisaré cuando esté instalado en su habitación.
Lewis y ella esperaron en la sala de visitas con tazas de café amargo de la maquina expendedora de la esquina. Estaba agradecida por la presencia del hombre, aunque fuera un extraño. Ni una sola vez se había demostrado trastornado o fuera de control a pesar de la rapidez con la que había actuado. Si hubiera dejado translucir aunque fuera un poco de miedo, Cathryn sabía que ella se habría derrumbado.
Lewis se sentó desgarbadamente sobre la incómoda silla de plástico, sus largas piernas, con las botas y extendidas le recordaron a las de Rule. Al gruñir su estómago dijo:
– Rule debe estar muerto de hambre. Esta mañana no ha desayunado.
– No, no tendrá hambre hasta que su cuerpo se recupere de la conmoción -explicó Lewis-. Pero nosotros ya somos otra cosa. Vamos a buscar una cafetería. Podremos comer algo y tomar una taza de café decente.
– Pero Rule…
– No irá a ninguna parte -insistió Lewis, cogiéndola de la mano y levantándola de la silla-. De todas formas habremos vuelto antes de que hayan acabado. He tenido fracturas como la suya; sé cuánto tiempo tardarán.
Acertó. Aunque se entretuvieron en la cafetería ya había pasado más de una hora desde que habían vuelto cuando una enfermera se acercó a ellos y les dio la ansiada información de que Rule ya estaba en su habitación. Fueron al piso que les dijeron y encontraron al doctor en el pasillo.
– Ha sido una rotura limpia. Se pondrá como nuevo -les aseguró-. Estoy seguro de que no hay nada de lo que preocuparnos. Está demasiado malhumorado para estar muy mal -miró a Lewis y sacudió la cabeza algo intimidado-. Es más cabezota que… -le echó una rápida mirada a Cathryn y se interrumpió bruscamente-. Se negó a que le pusieran ninguna clase de anestesia, ni siquiera local. Dijo que no le gustaba.
– No -dijo Lewis suavemente-. No le gusta.
Cathryn se movió impaciente y el doctor sonrió.
– ¿Quiere verlo ahora? -preguntó divertido.
– Sí, claro que sí -contestó rápidamente Cathryn. Necesitaba ir al lado de Rule, para tocarlo y convencerse de que estaba realmente bien.
No sabía que esperar. Estaba preparada para ver contusiones y vendas, algo que no sabría si podría soportar al ser Rule el herido. Lo que encontró cuando abrieron la puerta fue un cabello negro alborotado, una cara que parecía tan somnolienta como enfadada y una pierna envuelta en un molde blanquísimo que se apoyaba en un cabestrillo colocado en un aparato al pie de la cama.
Le había puesto el camisón del hospital, pero no había durado mucho tiempo. La prenda estaba tirada de cualquier manera en el suelo, y supo que bajo la delgada sábana Rule estaba como vino al mundo. A pesar de sí misma, empezó a reírse.
Él empezó a girar la cabeza con muchísimo cuidado, y Cathryn oyó detrás de ella la risa sofocada de Lewis. Rule dejó de intentar mover la cabeza y en lugar de ello movió sólo los ojos. Incluso eso hizo que se estremeciera perceptiblemente.
– Pues que bien, allí parada regodeándote -gruñó a Cathryn-. Ven a coger mi mano. Ya podrías tener un poco de compasión.
Obedientemente, fue hacia la cabecera, y aunque todavía se reía, sintió la quemazón de las lágrimas en sus ojos. Le cogió la mano y se la llevó a los labios para darle un rápido beso en los delgados y poderosos dedos.
– Me has dado un susto de muerte -lo acusó, su voz era tan bromista como llorosa-. Y ni siquiera parece que estés herido, excepto por la pierna. ¡Sólo pareces un gruñón!
– Pues no ha sido un día para un picnic -dijo él dolido. Su mano apretaba la de ella y la acercó aún más a la cama; pero su mirada fue hacia Lewis-. Lew, ¿Redman está malherido?
– Nada serio -le reconfortó Lewis-. Caminaba bien. Lo vigilaré por si le sale algún golpe.
Rule se olvidó de su estado y asintió con la cabeza, un olvido que pagó inmediatamente. Gimió en voz alta y se puso la mano en la frente.
– Maldición -juró débilmente-. Tengo un maldito dolor de cabeza. ¿No han dejado una compresa con hielo o algo así?
Cathryn miró alrededor y encontró el hielo en el suelo, donde claramente había sido arrojado junto con el camisón de hospital. Lo recogió y se lo colocó en la frente. Él suspiró aliviado y volvió a dirigirse a Lewis.
– Vuelve al rancho -instruyó al capataz-. Hay mucho que hacer allí antes de la venta como para que no estemos ninguno de los dos, ni siquiera por un día. La yegua parda debería llegar mañana o pasado. Ponla con Irish Gale.
Lewis escuchó atentamente mientras Rule le decía lo que se debía hacer los próximos dos días. Hizo unas breves preguntas; después se fue antes de que Cathryn pudiera comprender que la había dejado allí. Rule no había liberado su mano en todo aquel tiempo. Ahora volvió su somnolienta mirada hacia ella.
– No te importa quedarte conmigo, ¿verdad?
Ni siquiera se le había ocurrido irse, pero el que se lo preguntara después de que se encontrara sin medios para hacerlo, hizo que le dirigiera una mirada sardónica.
– ¿Importaría mi opinión?
Sus ojos oscuros se volvieron aún más oscuros. Luego su mandíbula se tensó.
– No -dijo él rotundamente-. Te necesito aquí -se removió en la cama y murmuró una maldición cuando le palpitó la cabeza-. Esto cambia las cosas. No puedes dejar el rancho ahora, Cat. Con la venta tan cerca necesito tu ayuda. Hay demasiado trabajo para que Lewis pueda hacerlo solo, y en lo que se refiere a lo básico, es tu responsabilidad porque es tu rancho. Además, si alguna vez puedes estar a salvo de mí, es ahora. No puedo luchar ni contra un gatito, y mucho menos con una gata adulta [1].
Ni siquiera pudo reírse de su juego de palabras. Se le veía tan extrañamente indefenso que deseó no haber dicho nada. Toda idea de irse del rancho había desaparecido de su mente en el mismo momento en que oyó que Rule estaba herido, pero no se lo dijo. Simplemente aparto un mechón negro de la frente de él y dijo quedamente.
– Claro que me quedaré. ¿De verdad creías que me marcharía ahora?
– No lo sabía -refunfuñó-. No podría detenerte si quisieras irte, pero confiaba en que el rancho significa lo suficiente para ti como para que te quedaras.
No se quedaba por el rancho. Se quedaba por Rule. Pero su accidente no la había privado de su sentido común, por lo que tampoco le dijo esto. En lugar de eso, le subió un poco más la sábana sobre el torso y bromeó:
– Tengo que quedarme, aunque sólo sea para proteger tu modestia.
Él la miró con expresión pícara a pesar de la palidez de su cara y la mirada desenfocada de sus ojos.
– Ya es un poco tarde para proteger mi modestia. Pero si quieres proteger mi virtud, podrías ayudarme a rechazar a esas enfermeras casquivanas.
– ¿Tu virtud necesita que la protejan? -se sintió casi mareada por el insólito placer de bromear con él, de estar coqueteando. Era extraño que tuviese que estar acostado e incapaz de moverse para que se sintiera lo suficientemente cómoda para bromear, pero claro, siempre había sido cautelosa en todo lo referente a él. No era de sentido común el volverle la espalda a una pantera.
– Por el momento no -admitió él, su voz se fue apagando-. Ni siquiera el espíritu esta dispuesto ahora mismo.
Se sumergió fácil y velozmente en el sueño y Cathryn metió la mano bajo la sábana. El aire acondicionado estaba a su máxima potencia y sintió frío, así que le tapó los hombros desnudos con la sábana, luego se sentó en la silla al lado de la cabecera.
– ¿Y ahora qué? -se preguntó en voz alta sin dejar de mirar el duro perfil, algo más suave cuando se durmió profundamente. En una mañana había cambiado todo. En lugar de escapar hacia la seguridad, estaba sentada a su lado y sabía que nada haría que se marchara. Estaba débil y herido y no había mentido cuando dijo que la necesitaría en el rancho durante las próximas semanas. La venta de caballos sólo complicaba un poco más la enorme cantidad de trabajo que había, e independientemente de lo competente que fuera Lewis, no era un superhombre. No podía estar en todos los sitios a la vez. Eso en cuanto a la lógica. Pero a un nivel emocional, admitió que ahora no dejaría a Rule aunque no hubiera ninguna necesidad de quedarse en el rancho.
Más que enamorarse repentinamente de él, había comprendido por fin que lo amaba hacía mucho tiempo. También había amado a David, con un amor muy real, pero había sido una emoción poco profunda comparada con la intensidad de sus sentimientos hacia Rule. Eran tan intensos que la habían asustado cuando era más joven y había hecho que saliera huyendo. Habían destruido su control y la seguridad en sí misma, la habían impedido aceptar su existencia. Incluso ahora estaba todavía asustada por la furiosa fuerza de sus emociones. Había estado huyendo otra vez porque no estaba segura de que él la correspondiera ni con una milésima parte de aquella emoción.
Mirándolo ahora, Cathryn tomó una dolorosa decisión, preguntándose irónicamente si había alcanzado un nuevo nivel de madurez o es que simplemente se había vuelto temeraria. No importaba el riesgo, iba a quedarse en el rancho. Lo amaba. No tenía sentido. Iba en contra de todas las reglas del comportamiento humano que lo hubiera amado cuando era tan joven y que lo hubiera hecho con tanta ferocidad; pero así era, y el sentimiento todavía estaba allí.
Echó una mirada sin ver alrededor de la pequeña y oscura habitación y vio un objeto negro tan familiar que le cortó el aliento. ¿Cómo había llegado su sombrero allí? No podía recordarlo en el avión, aunque se supone que debían haberlo llevado ya que estaba aquí. ¿Lo había traído Lewis? ¿O había sido Rule que inconscientemente lo había mantenido agarrado? En realidad no tenía importancia, pero el pensar en ello le hizo sonreír.
Los sombreros de Rule eran zonas de desastre. Era más rudo con sus sombreros que cualquier hombre que hubiera conocido. No tenía ni idea de lo que hacía con ellos para que llegaran a estar tan estropeados, aunque algunas veces había sospechado que los pisoteaba. Cuando se veía obligado a comprarse uno nuevo, cosa que hacía a regañadientes, al cabo de una semana el sombrero nuevo estaba tan ajado que era como si le hubiera pasado una estampida por encima. Las lágrimas le enturbiaron los ojos cuando extendió la mano hacia el polvoriento y andrajoso sombrero y lo apretó contra su pecho.
Podía estar arriesgando todo su futuro si se equivocaba al quedarse, pero hoy se había visto obligada a comprender que Rule era tan humano y tan vulnerable como cualquier otro hombre. Un accidente podía arrancarlo de su lado en cualquier momento, y ella se quedaría sin más recuerdos que la amargura, ¿y entonces qué?
La había pedido que se casara con él. No sabía que hacer. Estaba demasiado aturdida y confusa para tomar una decisión, pero se había acabado el huir. Escapando nunca había solucionado nada. Había vivido atormentada pensando en él, los recuerdos que continuamente emergían de su cabeza habían sido un velo mental a través de los cuales había mirado a todos los otros hombres. Lo amaba. Tenía que enfrentarse a eso y aceptar lo que aquel amor le traería, tanto si era dolor como placer. Si algo había aprendido en los ocho años que se había mantenido alejada de él era que nunca podría olvidarlo.