Capítulo 3

Cathryn había tenido intención de madrugar, pero su voluntad no fue lo bastante fuerte como para levantarse y ya eran más de las diez cuando se despertó y se apartó el pelo de la cara para mirar el reloj. Bostezó y se desperezó, interrumpiendo el movimiento con un estremecimiento de dolor. Se levantó de la cama cautelosamente, y decidió que no estaba tan dolorida como había temido, aunque lo suficiente. Como seguramente Rule estaría fuera de la casa desde hacía horas, se sintió lo bastante segura para darse aquel baño caliente, recogió su ropa y fue hacia el cuarto de baño.

Una hora más tarde se sintió bastante mejor, aunque todavía estaba rígida. Se frotó de nuevo los músculos con el linimento y luego decidió ignorar el dolor. A pesar del incómodo comienzo de la noche, el largo sueño la había refrescado por lo que sus oscuros ojos centelleaban y sus mejillas estaban ligeramente sonrosadas. Se retiró el pelo hacia atrás sujetándolos con un par de peinetas de carey, haciéndola parecer una adolescente. Cuando se miró al espejo un momento, tuvo la sensación inquietante de estar viendo el pasado, como si la imagen que veía fuera la de la muchachita que había sido un día caluroso de verano, pensando alegremente ir al río. ¿Había sonreído ella de ese modo?, se preguntó cuando sus labios se curvaron en una débil sonrisa de secreta anticipación. ¿Anticipación de qué?

Estudió su cara en el espejo, buscando una respuesta. Los delicados rasgos no revelaron nada; sólo vio la sonrisa evasiva y un cierto misterio en los ojos oscuros. Los tonos de sus rasgos eran inusuales, heredados de su padre; el fuego oscuro de su pelo, un tono ni rojo ni marrón, pero con el brillo del caoba; los ojos oscuros, no tan oscuros como los de Rule, pero de un suave marrón oscuro. Su piel, afortunadamente, no tenía pecas. Se podía broncear ligeramente pero nunca había conseguido ponerse muy morena. ¿Qué más podía ver allí? ¿Qué atraería la atención de un hombre? Su nariz era recta y delicada, pero no clásica. Su boca parecía vulnerable, sensible; los huesos de la cara eran delicados, finamente trazados. Medianamente alta, esbelta, de piernas largas, caderas estrechas, cintura delgada y pechos redondos y bastante bonitos. No tenía curvas voluptuosas, pero era de líneas elegantes, limpias y con una cierta gracia en sus movimientos. Rule la había comparado con una potrilla de largas patas. Y Rule siempre había querido una mujer pelirroja.

La joven del espejo no era una gran belleza, pero era pasable.

¿Bastante pasable para mantener el interés de Rule Jackson?

¡Alto! Se dijo con ferocidad, dando la espalda al espejo. ¡Ella no quería mantener su interés! No podía manejarlo y lo sabía. Si tuviera el más mínimo sentido común volvería a Chicago, seguiría con su aburrido trabajo y se olvidaría del persistente e incesante dolor por la casa donde había crecido. Pero ésta era su casa, y quizás ella no tenía nada de sentido común. Conocía cada tablón de la vieja casa, nunca había olvidado nada de ella y quería quedarse allí.

Bajó la escalera y fue hacia la cocina. Lorna se apartó de los fogones cuando la vio entrar y le dirigió una acogedora sonrisa.

– ¿Has dormido bien?

– Maravillosamente. No había dormido así desde hacía años.

– Rule dijo que estabas agotada -dijo Lorna cariñosamente-. También has perdido algo de peso desde tu última visita. ¿Estás lista para desayunar?

– Es casi la hora de comer, creo que esperaré. ¿Dónde están los demás?

– Mónica todavía duerme; Ricky ha salido hoy con los hombres.

Cathryn levantó las cejas inquisitivamente y Lorna se encogió de hombros. Era una mujer de huesos grandes, acabando los cuarenta o al principio de los cincuenta, su pelo castaño no tenía canas y sus rasgos eran agradables y mostraban su satisfacción con la vida que llevaba. La aceptación estaba en sus ojos cuando dijo lentamente:

– Ricky está pasando ahora unos momentos difíciles.

– ¿En qué sentido? -preguntó Cathryn. Era cierto que Ricky parecía más nerviosa de lo normal, como si apenas pudiera mantener el control.

Lorna volvió a encogerse de hombros.

– Supongo que se despertó un día y comprendió que no tenía nada de lo que quería y se aterrorizó. ¿Qué ha hecho con su vida? La ha estado malgastando. No tiene marido, no tiene hijos, nada importante que pueda sentir como suyo. Lo único que realmente ha tenido es su belleza, y eso no le ha dado al hombre que quería.

– Ha estado casada dos veces -dijo Cathryn.

– Pero no con Rule.

Conmocionada, Cathryn se sentó silenciosamente, tratando de comprender el razonamiento de Lorna. ¿Rule? ¿Y Ricky? Ricky siempre alternaba sin ningún sentido aparente entre rebelarse contra Rule o seguirle con una devoción servil, mientras Rule siempre la trataba con una estoica tolerancia. ¿Ese era el motivo del repentino brote de hostilidad de Ricky? ¿Era por eso que no quería que Cathryn se quedara? De nuevo tuvo la inquieta sensación de que, de alguna manera, Ricky sabía que Rule había hecho el amor con ella cuando tenía diecisiete años. Era imposible, sin embargo…

No, era imposible. Ricky no podía estar enamorada de Rule. Cathryn sabía lo que era estar enamorada, y no podía ver ninguno de los signos en Ricky, ninguna dulzura, ningún gesto cariñoso. Sus reacciones hacia Rule eran una mezcla de miedo y hostilidad que bordeaba el odio real; Cathryn también entendía eso demasiado bien. ¿Cuántos años había permanecido ella lejos debido a aquellos mismos sentimientos?

Inquieta, sintió la repentina y poderosa necesidad de estar sola durante un rato, así que dijo:

– ¿La droguería Wallace todavía abre los domingos?

Lorna asintió con la cabeza.

– ¿Vas a coger el coche para ir al pueblo?

– Sí, si nadie necesita el coche.

– Nadie que yo sepa, e incluso si quisieran ir podrían hacerlo con otros medios -dijo Lorna muy práctica-. ¿Me podrías traer algunas cosas?

– Con mucho gusto -contesto Cathryn-. Pero para que no se me olvide nada, anótamelo todo. No importa el cuidado que ponga, siempre se me olvida algo a no ser que lleve una lista, y normalmente siempre me olvido de apuntar algo.

Con una risa queda Lorna abrió un cajón y extrajo una libreta de la que arrancó la primera hoja. Se la dio a Cathryn.

– Ya está hecho. Me pasa lo mismo que a ti, así que escribo lo que me hace falta en el mismo momento en que pienso en ello. Espera, voy a buscar dinero al escritorio de Rule.

– No, tengo suficiente -protestó Cathryn, leyendo la lista. En su mayor parte eran cosas de primeros auxilios como vendas o alcohol, nada muy caro. Además, lo que se comprara para el rancho era su responsabilidad.

– Vale, pero guarda el recibo de lo que compres. Desgrava.

Cathryn asintió con la cabeza.

– ¿Sabes dónde están las llaves del coche?

– Normalmente en el contacto, a menos que Rule las haya quitado esta mañana para impedir que Ricky desaparezca como hace a veces. Si las ha quitado, las tendrá en el bolsillo, pero ya que Ricky se ha ido con ellos, no habrá tenido ningún motivo para cogerlas.

Cathryn hizo una mueca ante esa información y subió para coger el bolso. ¿Acaso Ricky se comportaba tan mal que era necesario esconder las llaves para que no las cogiera? ¿Y si alguien más necesitaba el coche? Seguramente Lorna y Mónica harían planes de antemano si necesitaran el coche, y para cualquier emergencia médica, Rule podía ser localizado con bastante rapidez. De todos modos el avión sería más rápido que un coche.

Tuvo suerte. Las llaves estaban en el contacto. Abrió la puerta y se deslizó tras el volante, la ilusionaba el pequeño viaje.

El coche no era un modelo nuevo y parecía bastante golpeado, pero el motor arrancó inmediatamente y ronroneó con precisión. Como todo lo demás en el rancho el mantenimiento era muy bueno, otra indicación de la excelente dirección de Rule. En ese aspecto no podía decir absolutamente nada contra él.

Se sintió orgullosa de como se veía el rancho mientras conducía por el polvoriento camino hacia la carretera. No era un rancho enorme o muy rico, aunque sí lo suficiente. Sabía que Rule le había dado nueva vida con sus caballos, aunque antes ya era un lugar confortable. Pero ahora se veía la tierra bien cuidada, algo que sólo la devoción y el trabajo arduo podía hacer.

El pueblo era pequeño, pero Cathryn suponía que tendría todo lo necesario. Era tan familiar para ella como su cara, nunca había cambiado a pesar del paso del tiempo. San Antonio era la ciudad más cercana, a casi ochenta millas de distancia, pero para alguien acostumbrado a las distancias de Texas, no parecía que fuese un viaje largo. Nadie notaba nada a faltar en la apacible vida de Uvalde County.

Probablemente el último escándalo en la historia del pueblo fue lo que había hecho Rule, pensó Cathryn distraídamente mientras aparcaba el coche en el bordillo, frente a un edificio, entre polvorientas furgonetas y diferentes marcas de coche. Podía oír el sonido de una máquina de discos y una sonrisa iluminó su cara cuando los recuerdos la inundaron. ¿Cuántas tarde de domingo había pasado allí dentro cuando era una adolescente? La farmacia estaba al otro lado del edificio. En la parte de delante había una floreciente hamburguesería. Taburetes forrados de rojo rodeaban el mostrador y en la pared opuesta había varios apartados, algunas pequeñas mesas estaban desperdigadas por el resto de la sala. Los taburetes y los apartados estaban abarrotados, mientras que las mesas permanecían vacías, siempre eran las últimas en ocuparse. Con un rápido vistazo a su alrededor vio que la mayoría de los clientes eran adolescentes, como siempre, aunque había los suficientes adultos como para controlar el entusiasmo juvenil.

Fue hacia la farmacia y empezó a coger los artículos de la lista de Lorna, eso era lo primero que quería hacer; después tenía la intención de recompensarse con un enorme batido. El montón de cosas que iba recopilando en sus brazos iba aumentando y pronto no pudo con ellas; miró alrededor buscando una cesta y su mirada tropezó con la de una mujer de su misma edad que la observaba con curiosidad.

– ¿Cathryn? ¿Cathryn Donahue? -preguntó la mujer con vacilación.

En cuanto habló, Cathryn la reconoció.

– ¡Wanda Gifford!

– Ahora soy Wanda Wallace. Me casé con Rick Wallace.

Cathryn lo recordó. Era el hijo del dueño de la droguería, más o menos un año mayor que ella y Wanda.

– Y yo soy Cathryn Ashe.

– Lo sé. Me enteré de la muerte de tu marido. Lo siento, Cathryn.

Cathryn murmuró un agradecimiento por las palabras de cortesía mientras Wanda fue a ayudarla con algunas de las cosas que tenía entre los brazos y que estaban en un precario equilibrio, luego cambió rápidamente de conversación, todavía se sentía incapaz de hablar con calma de la muerte de David.

– ¿Tienes hijos?

– Dos, y ya tengo bastante. Los dos son niños y los dos son unos monstruos -sonrió Wanda sardónicamente-. Rick me preguntó si no quería intentar tener una niña la próxima vez, y le contesté que si había una próxima vez me separaría. ¡Por Dios! ¿Qué iba a hacer yo con otro muchacho? -pero a pesar de sus palabras se reía y Cathryn sintió por un momento una ligera envidia. David y ella habían hablado de tener niños, pero lo aplazaron por unos años; después se enteraron de la enfermedad de David y él se había negado a cargarla con un hijo que tendría que educar sola. No entendía por qué él había supuesto que un niño sería una carga para ella, pero siempre había pensado que el concebir a un bebé tenía que ser una decisión mutua, así que no lo había presionado. Ya tenía él bastante presión sabiendo que se estaba muriendo.

Wanda se dirigió a una mesa y puso en ella todo lo que llevaban.

– Siéntate y deja que te invite a un refresco como bienvenida a casa. Rule nos dijo que esta vez venías para quedarte.

Lentamente Cathryn se dejó caer en una silla vacía.

– ¿Cuándo dijo eso? -inquirió, preguntándose si parecía tan acorralada como se sentía.

– Hace dos semanas. Dijo que estarías en casa para el Día de los Difuntos -Wanda fue detrás del mostrador, cogió dos vasos rebosantes de hielo y los llenó con la cola que había en la máquina instalada allí.

¿Así que Rule ya tenía claro desde hacía dos semanas que volvía a casa para quedarse? reflexionó Cathryn. Debió ser cuando llamó a Mónica para decirle que iba a casa de visita, y entonces, Rule, había decidido que esta vez se quedaría y había hecho correr la noticia. ¿Se quedaría sorprendido cuando mañana cogiera el avión?

– Aquí tienes -dijo Wanda poniendo el vaso helado ante ella.

Cathryn se inclinó agradecida para tomar un sorbo de la bebida fría, tenía un gusto fuerte, algo normal en una máquina de cola.

– Rule ha cambiado mucho durante todos estos años -murmuró, no estaba segura de por qué lo había dicho, pero por alguna razón deseaba oír la opinión de alguien más. Quizás él no era nada fuera de lo común. Quizás era su propia percepción sobre él la que estaba equivocada.

– En algunas cosas sí, en otras no -dijo Wanda-. Ya no es un salvaje, pero aún parece tan peligroso como siempre. Ahora es más controlado. Pero la mayoría de la gente piensa que ha cambiado. Rule sabe del negocio de cría y es un jefe justo. Es presidente de la Asociación de Ganaderos local, ya sabes. Desde luego siempre están las que creen que sigue siendo salvajemente viril.

Cathryn logró ocultar la sorpresa de aquella información. En algunas partes, la Asociación de Ganaderos era un círculo de élite; en otras partes, como aquí, era un grupo de importantes rancheros que intentaban ayudarse unos a los otros. De todas formas estaba asombrada de que Rule hubiera sido elegido presidente, porque ni siquiera era el dueño del rancho. Esto, más que cualquier otra cosa, era una prueba de su paso desde el escándalo a la respetabilidad.

Estuvo cotilleando con Wanda durante casi una hora y se dio cuenta de que el nombre de Ricky no salió ni una sola vez, una indicación de lo completamente que se había aislado Ricky de la gente del lugar. Si Wanda hubiera estado en término amistosos con la otra joven, hubiera preguntado por ella, aunque solo hiciera un par de días que no la veía.

Finalmente, Cathryn se dio cuenta del tiempo transcurrido y empezó a recoger los artículos esparcidos sobre la mesa. Wanda la ayudó y fue con ella hacia la caja registradora, donde su suegro examinó a Cathryn.

– Todavía tenemos un baile todos los sábados por la noche -dijo Wanda con una sonrisa amistosa en sus ojos-. ¿Por qué no vienes la próxima vez? Rule te puede traer si no quieres venir sola, aunque hay muchos hombres a quienes les gustaría que fueras sin acompañante, especialmente sin Rule.

Cathryn se rió, recordando los bailes de los sábados por la noche, los cuales eran una parte de la vida social del condado. La mayor parte de los matrimonios y algunos embarazos de hacía quince años, tuvieron sus comienzos en los bailes del sábado por la noche.

– Gracias por recordármelo. Me lo pensaré. Aunque no creo que a Rule le haga gracia tener que cumplir con el deber de escoltarme.

– Pregúntaselo -fue el risueño consejo de Wanda.

– No, gracias -masculló Cathryn para sí misma cuando abandonó el frescor de la farmacia y el calor del despejado día de Texas la golpeó en la cara. De todas formas no tenía la menor intención de estar allí para el siguiente baile. Se metería en un avión en menos de veinticuatro horas, y el próximo sábado estaría a salvo en su apartamento de Chicago, lejos de los peligros y las tentaciones de Rule Jackson.

Abrió la puerta del coche y puso las compras sobre el asiento, pero esperó un momento para permitir que el interior se aireara un poco antes de entrar ella.

– ¡Cathryn! Buen Dios, me había parecido que eras tú. He oído que habías regresado.

Si giró con curiosidad y una amplia sonrisa se reflejó en su boca cuando vio a un hombre alto y larguirucho, con el pelo blanco y la piel bronceada que se apresuraba por la acera para llegar hasta ella.

– ¡Señor Vernon! ¡Que gusto volver a verlo!

Paul Vernon, llegó a su lado y la envolvió en un abrazo que la levantó del suelo. Había sido el mejor amigo de su padre, y ella había seguido la tradición siéndolo de su hijo Kyle. Para decepción de Paul Vernon, la amistad entre los dos nunca había desembocado en un romance; pero él siempre había tenido un sitio en su corazón para Cathryn y ella le devolvía el cariño; en algunos aspectos le gustaba más el hombre mayor que Kyle.

La dejó de nuevo en el suelo y llamó por señas a otro hombre que estaba detrás. Aunque hubiera estado fuera durante años, Cathryn supo inmediatamente que era un recién llegado. El hombre que se quitó el sombrero educadamente e inclinó la cabeza hacia ella no iba vestido como los habitantes de por allí. Sus vaqueros eran demasiado nuevos y el sombrero no era como los otros.

La presentación del señor Vernon confirmó sus suposiciones.

– Cathryn, éste es Ira Morris. Está en la región observando el ganado y los caballos. Posee tierra en Kansas. Ira, ésta es Cathryn Donahue… lo siento pero no recuerdo su nombre de casada. Cathryn es de Bar D.

– ¿Bar D? -preguntó el señor Morris-. ¿No es la tierra de Rule Jackson?

– Exacto. Tendrás que verlo si quieres caballos. Tiene la mejor caballeriza del estado.

El señor Morris estaba impaciente. Apenas pudo contener su inquietud cuando Paul Vernon se entretuvo charlando un poco. Cathryn simpatizó con su impaciencia porque ella estaba ardiendo de furia y le costaba mantener el control para ocultársela al señor Vernon. Por fin se despidió y la amonestó para que fuera pronto a hacerle una visita. Prometió hacerlo y entró rápidamente en el coche antes de que él pudiera seguir hablando.

Puso el coche en marcha violentamente; hacía años que no se sentía tan consumida por la rabia. La última vez había sido aquel día en el río, pero esta vez no habría el mismo final. Ya no era una ingenua adolescente que no tenía idea de como controlar a un hombre o manejar sus propios deseos. ¡La tierra de Jackson! ¡Desde luego! ¿Era eso lo que pensaba ahora la gente sobre el Bar D? Tal vez también lo pensaba Rule; tal vez creía que había asumido tanto el control que no había modo alguno de que pudiera echarlo. ¡Si era así, pronto se enteraría que ella era un Donahue de Bar D y que no le pertenecía a Jackson!

La primera ola de cólera ya había pasado cuando llegó al rancho, pero su determinación no había desaparecido. Primero le llevó las compras a Lorna, segura de que la mujer la había visto llegar por la ventana de la cocina. Comprobó que había acertado en su suposición cuando abrió la puerta y vio a Lorna de pie ante el fregadero pelando patatas y mirando por la ventana para no perderse nada de lo que pasara en el patio. Cathryn colocó la bolsa de papel sobre la mesa y dijo:

– Aquí están las cosas. ¿Has visto a Rule?

– Vino para almorzar -dijo Lorna apaciblemente-. Pero ahora podría estar en cualquier parte. Seguramente en los establos te podrán decir a donde ha ido.

– Gracias -contestó Cathryn y volvió sobre sus pasos, dirigiéndose hacia los establos, su pasos levantaban diminutas nubes de polvo.

La fresca semioscuridad de los establos era un agradable cambio del brillante sol, la envolvió el olor a caballo y a amoníaco tan familiar como siempre. Parpadeó tratando de ajustar sus ojos a la oscuridad y distinguió dos figuras un poco más lejos. Enseguida reconoció a Rule, aunque el otro hombre era un desconocido.

Antes de que pudiera hablar, Rule extendió la mano.

– Aquí está la jefa -dijo con la mano todavía extendida, y se quedó tan sorprendida por sus palabras que dio un paso alante y cogió aquella mano que enseguida se enroscó en su cintura, acercándola a su calor y fuerza.

– Cat, te presento a Lewis Stovall, el capataz. Me parece que no has estado aquí desde que lo contratamos. Lewis, ésta es Cathryn Donohue.

Lewis Stovall sólo inclinó la cabeza y se tocó el sombrero, pero no fue la timidez la causa de su silencio. Su expresión era tan dura y vigilante como la de Rule, sus ojos entrecerrados y a la espera. Cathryn presintió con inquietud que Lewis Stovall era un hombre que guardaba secretos, al igual que Rule, un hombre que había vivido dura y peligrosamente y que llevaba cicatrices de aquella vida. ¿Pero… él era el capataz? ¿Entonces que era Rule? ¿El Rey de la montaña?

No estaba de humor para chácharas así que devolvió el saludo tal como lo había recibido, una inclinación breve de cabeza. Fue suficiente. Ya no la prestaba atención; escuchaba la instrucciones de Rule con la cabeza ligeramente inclinada como si considerara cada palabra que oía. Rule fue breve casi al extremo del laconismo, una característica de sus conversaciones con todo el mundo. Excepto con ella, comprendió Cathryn de golpe. No es que en alguna ocasión pudiera llamar a Rule charlatán, pero con ella hablaba más que con los demás. Desde el día en que le había comunicado la muerte de su padre, conversaba con ella. Al principio era como si tuviera que obligarse a sí mismo a comunicarse, pero pronto le había hecho bromas con su voz oxidada y gruñona, exasperándola y haciendo que olvidara su pena.

Lewis volvió a inclinar la cabeza hacia ella y los dejó, observó su cuerpo alto lleno de gracia mientras se alejaba. Rule fue con ella hacia la entrada con la mano todavía en su espalda.

– Fui a la casa para almorzar y para que vinieras conmigo el resto del día, pero ya te habías ido. ¿Dónde fuiste?

Era típico de él no habérselo preguntado a Lorna.

– A la droguería de Wallace -contestó automáticamente. La cálida presión de su mano estaba acabando drásticamente con su resolución, haciéndola olvidar por qué estaba tan enfadada. Tomando aire, se alejó de su contacto y se enfrentó a él.

– ¿Has dicho que Lewis es el capataz? -preguntó.

– Sí -dijo empujando hacia atrás el sombrero y observándola con aquellos ojos oscuros e ilegibles. Sintió la espera en él, la tensión.

– Entonces si él es el capataz, ya no te necesito, ¿verdad? Has renunciado a tu trabajo -dijo dulcemente.

Su mano salió disparada y la cogió por el brazo, atrayéndola de nuevo al círculo de su calor y su olor especial. Su boca era un sombría línea cuando la sacudió ligeramente.

– Necesitaba ayuda, y Lewis es un buen hombre. Si te preocupa tanto, tal vez sería mejor que estuvieras por aquí y también hicieras una parte del trabajo. Ward tenía un capataz para ayudarle y eso que no tenía el trabajo añadido de los caballos, así que no viertas tu malicia sobre mí. Mientras tú estabas arropada en la cama, yo me he levantado a las dos de la madrugada para ayudar a parir a una yegua, así que ahora mismo no estoy de humor para soportar una de tus rabietas. ¿Está claro?

– De acuerdo, necesitabas ayuda -admitió a regañadientes. Le molestaba reconocer lo lógico de sus palabras, pero él tenía razón. Sin embargo eso no tenía nada que ver con lo que había oído en el pueblo-. Voy a admitir eso, pero… ¿me puedes explicar por qué al Bar D se le conoce como la tierra de Rule Jackson?, su voz se elevó bruscamente con las últimas palabras y la vehemencia de su rabia puso una llamarada de color en sus mejillas.

La mandíbula de él estaba dura como el granito.

– Tal vez porque a ti no te ha importado lo suficiente para mantenerte cerca y recordarle a la gente que ésta es la tierra de los Donahue -dijo bruscamente-. Nunca he olvidado a quién pertenece el rancho, pero algunas veces pienso que soy el único que lo recuerda. Sé muy bien que todo esto es tuyo, jefecita. ¿Es eso lo qué quieres oírme decir? Maldita sea, tengo trabajo que hacer, ¿por qué no te apartas de mi camino?

– ¡No te estoy deteniendo!

Él juró por lo bajo y salió, su enfado era evidente en la tensión de sus anchos hombros. Cathryn se quedó allí con los puños apretados, luchando contra el deseo de lanzarse sobre él y empezar a darle puñetazos, tal como había hecho una vez.

Por fin fue hacia la casa y se encaminaba a su dormitorio cuando se topó con Ricky.

– ¿Por qué no me dijiste que ibas a ir al pueblo? -exigió de mal humor.

– En primer lugar no estabas aquí, y en segundo lugar nunca te ha gustado ir a la droguería de Wallace -contestó Cathryn con sorna. Miró a su hermanastra y vio el frágil control que mantenía, el temblor de sus manos. Impulsivamente preguntó-: Ricky, ¿por qué te haces esto?

Por un momento Ricky pareció indignada; luego sus hombros bajaron bruscamente y derrotada los encogió levemente.

– ¿Qué sabes tú? Siempre has sido la privilegiada en esta casa, la que tenía un sitio. Podía llamarme Donahue, pero nunca lo he sido, ¿verdad? ¿Quién fue la que abandonó el rancho? ¿Y qué he conseguido yo? ¡Nada!

La particular ilógica de Ricky derrotó a Cathryn. Evidentemente se olvidaba del detalle de que Ward Donahue era el padre de Cathryn y no el de ella. Negó con la cabeza y lo intentó otra vez.

– ¡No he podido hacerte sentir excluida porque yo no he estado aquí!

– ¡No tenías que estar aquí! -gritó Ricky con la cara contraída por la furia-. ¡Tú posees este rancho, así que tú tienes el arma para quedarte con Rule!

Rule. Siempre volvía a Rule. Él era el macho dominante en su territorio y todo giraba a su alrededor. No había tenido intención de decirlo, pero las palabras se le escaparon de la boca involuntariamente.

– ¡Estás paranoica con lo de Rule! Me dijo que nunca había estado liado con Mónica.

– Oh, ¿eso dijo? -los sesgados ojos color avellana de Ricky se iluminaron suspicazmente; luego se giró alejándose antes de que Cathryn pudiera decidir si la humedad que había visto en sus ojos era por las lágrimas-. ¿De verdad eres lo bastante ingenua para creerle? ¿Aún no has aprendido que no dejará que nadie se interponga entre el rancho y él? ¡Dios! ¡No puedo decirte las veces que he rezado para que este maldito lugar se quemara hasta que no quedara nada! -pasó rozando apenas a Cathryn y desapareció por las escaleras, dejando allí a Cathryn sumergida en una combinación de compasión y cólera.

Sería tonta si creyera cualquier cosa que dijera Ricky; estaba claro que la otra mujer era emocionalmente inestable. Por otra parte, Cathryn recordó claramente el modo obstinado en que Rule había seguido las instrucciones de su padre cuando lo trajo al rancho, trabajando cuando su cuerpo aún estaba débil y sumido en el dolor, sus ojos reflejando la mirada cautelosa pero fiel de un animal golpeado que finalmente había encontrado bondad en lugar de patadas. También él había estado emocionalmente inestable en aquel tiempo; era posible que el rancho tuviera para él una importancia irracional.

Cathryn negó con la cabeza. Pensaba como una siquiatra aficionada, y ya tenía bastantes problemas con sus pensamientos y emociones para tener que manejar a alguien como Rule Jackson. Desde luego, ahora, ya no estaba inseguro de nada. Si había alguien en este mundo que sabía lo que quería, ese era Rule Jackson. Estaba dejando que la paranoia de Ricky nublara sus propios pensamientos.

Durante toda la tarde Cathryn no dejó de pensar en lo que le había dicho a Rule antes, y de mala gana llegó a la conclusión que tendría que ir a disculparse. Nadie, nunca, podría acusarlo de no trabajar, de no poner el rancho siempre en primer lugar. Independientemente de los motivos, había ido más allá de donde otros hombres lo habrían dejado, y no para beneficio propio, sino por el rancho. Afrontándolo directamente, admitió que se había equivocado y que la rabia la había hecho actuar de una manera mezquina, atacándolo por amar la tierra que ella misma amaba tan profundamente. Se había equivocado y se sintió miserable.

Cuando finalmente él entró para lavarse antes de cenar su corazón se contrajo dolorosamente al verlo. Su cara estaba tensa por el cansancio, su ropa mojada por el sudor y cubierta por una gruesa capa de polvo que se extendía por su cuerpo, prueba inequívoca de que no evadía ningún tipo de trabajo. Lo detuvo antes de que empezara a subir las escaleras, colocando la mano sobre su manga sucia.

– Siento la forma en que he actuado antes -dijo directamente, aguantando su mirada fija sin echarse atrás-. Estaba equivocada y me disculpo. Este rancho nunca habría salido adelante sin ti, y yo… supongo que te envidio.

La miró con una dura y vacía expresión en la cara. Luego se quitó el sombrero manchado de sudor, limpiándose la cara húmeda con la manga y dejando una mancha de barro.

– Por lo menos no estás completamente ciega -le soltó, apartando el brazo y subiendo las escaleras de dos en dos ágilmente, moviéndose sin dificultad, como si el cansancio fuera algo extraño para él.

Cathryn suspiró luchando entre la risa sardónica y la cólera que tan fácilmente despertaba en ella. ¿Acaso se había creído que él sería cortés? Mientras estuviera enojado ninguna disculpa que le diera ella podría apaciguarlo.

La cena fue silenciosa. Mónica se mantuvo callada y Ricky hosca. Rule no habló en ningún momento pero al menos hizo justicia a la comida caliente que Lorna había preparado. En cuanto terminó, se disculpó y desapareció en el estudio, cerrando la puerta con un ruido sordo. Ricky alzó los ojos y se encogió de hombros.

– Bien, esto es una tarde normal. Que excitante, ¿verdad? Tú estás acostumbrada a la gran ciudad. A las diversiones. Aquí te volverás loca.

– Siempre me ha gustado la vida tranquila -contestó Cathryn sin levantar la vista del melocotón que se estaba comiendo con delicada glotonería-. A David y a mí no nos gustaba la vida de la ciudad -aunque realmente no habían disfrutado de mucho tiempo juntos, se recordó con un gran dolor. Estaba contenta de que lo hubieran empleado en conocerse mutuamente, en vez de desaprovechar un tiempo precioso en hacer vida social.

Todavía era temprano cuando se sintió cansada. Lorna retiró los platos y los puso en el lavaplatos; Mónica se fue a su dormitorio para ver la televisión en privado. Después de unos minutos de mostrarse contrariada, Richy se fue nerviosamente hacia su propio cuarto.

Al quedarse sola, Cathryn no se demoró. En un impulso abrió la puerta del estudio para dale las buenas noches a Rule, pero se detuvo con las palabras en la boca cuando lo vio tumbado desgarbadamente en la enorme silla, profundamente dormido con los pies sobre el escritorio. Los papeles que había dispersados indicaba su intención de trabajar, pero no había podido evitar más tiempo el sueño. Sintió otra vez el corazón extrañamente desgarrado cuando lo miró.

Vagamente molesta con ella misma, empezó a salir del cuarto cuando sus ojos se abrieron de golpe y se clavaron en ella.

– Cat -dijo con voz ronca y espesa por el sueño-. Ven aquí.

Al mismo tiempo en que sus pies la llevaron a través del cuarto, se preguntó por su obediencia a aquella voz soñolienta. Bajó los pies al suelo y se levantó, su mano se extendió para cerrarse alrededor de la muñeca femenina y acercarla a él. Antes de que ella pudiera adivinar sus intenciones, su boca cálida estaba sobre la suya, moviéndose ávidamente, exigiendo sumisión. Una ola de involuntario placer recorrió su espalda y separó los labios, permitiéndole profundizar el beso.

– Vamos a la cama -murmuró él sobre su boca.

Por un momento Cathryn se arqueó contra él, su cuerpo más que dispuesto; entonces la conciencia le hizo abrir los ojos y empujó, aunque ya tarde, sus pesados hombros.

– ¡Espera un momento! No voy a…

– Ya he esperado bastante -la interrumpió, posando de nuevo los labios sobre los de ella.

– ¡Pues mira por donde! ¡Vas a tener que seguir esperando!

Él se rió sardónicamente, deslizando sus manos hasta las caderas y apretándola firmemente contra sus muslos para hacerla sentir su excitación.

– Esa es mi chica. Luchando hasta el final. Vete a la cama, Cat. Me queda mucho trabajo antes de que pueda ir a acostarme.

Confundida por su despido, Cathryn se encontró fuera del cuarto antes de saber lo que pasaba. ¿Que pasaba? Rule no era un hombre que se negara nada a sí mismo… a no ser que concerniera al rancho. Por supuesto, se dijo divertida. Tenía trabajo que hacer. Todo lo demás podía esperar. ¡Y eso también iba por ella!

Entró en la cocina para dar las buenas noches a Lorna antes de que la cocinera se retirara a sus habitaciones, dos cuartos y un baño detrás de la casa, que se arreglaron expresamente para ella cuando Rule la contrató. Después subió las escaleras, estremeciéndose de dolor a cada paso que daba. Otro tranquilo baño le aflojó un poco los músculos y no se molestó en ponerse linimento, aunque sabía que lo lamentaría por la mañana.

Después de abrir las cortinas para dejar entrar la luz de la luna, se quitó la bata dejándola en el respaldo de la mecedora, luego apagó la luz y avanzó lentamente hacia la cama sintiéndose en casa, donde pertenecía. No había ningún otro lugar en el mundo donde se sintiera tan relajada.

Pero relajada o no, no podía dormir. Se movió nerviosamente cambiando de lado, con su mente girando inexorablemente hacia Rule. ¿Así que ya había esperado demasiado, eh? ¿No había límites a esa arrogancia tan natural en él? Si se creía que ella iba a trotar obedientemente a la cama y esperarlo…

¿Era eso lo que él pensaba? De pronto sus ojos se abrieron desmesuradamente. Seguramente no. No con Mónica y Ricky justo en el pasillo. Intentó recordar exactamente lo que había dicho. Algo sobre que se fuera a la cama porque él tardaría aún un poco en acabar. ¿Qué tenía que ver eso con ella? Nada. Absolutamente nada. A menos… a menos de que tuviera intención de venir a ella más tarde.

Claro que no, se reconfortó a sí misma. Él sabía que no le dejaría y no se arriesgaría a armar un alboroto. Cerró los ojos otra vez, obligándose a ignorar el fastidioso pensamiento de que Rule arriesgaría cualquier cosa para conseguir lo que quería.

Dormitó, pero se despertó de repente sabiendo que no estaba sola. Rápidamente giró la cabeza y vio al hombre de pie, al lado de su cama, quitándose la camisa. Se le cortó la respiración y el pulso de su corazón se aceleró, notando su cuerpo caliente y excitado, haciendo que, de repente, el fino camisón que llevaba le pareciera repentinamente restrictivo. Jadeó; luchando por hablar cuando él se quitó la camisa y la echó a un lado. La pálida luz de la luna iluminaba claramente su torso delgado y musculoso, pero dejando oculta su cara en la oscuridad. Pero ella lo conocía, conocía la mirada, el olor y el calor de él. Las vivas imágenes de un caluroso día de verano y su oscura silueta recortada contra el cielo la inundaron, inundaron sus sentidos con un pánico raramente entremezclado con el deseo. Se había atrevido, después de todo.

– ¿Qué estás haciendo? -pudo decir ahogadamente cuando él se quitó las botas y los calcetines, luego se desabrochó el cinturón.

– Desvistiéndome -explicó con voz áspera y baja, con voz de mando e inexorable. Y siguió explicando innecesariamente-. Esta noche duermo aquí.

Eso no era lo que ella había esperado. Se estaba preguntando si él no habría perdido el juicio pero Cathryn sintió como si el aire hubiera abandonado su cuerpo. Fue incapaz de protestar, de ordenarle que se marchara. Después de una larga pausa en la que pareció que estaba esperando alguna objeción de ella, y en vista de que no llegó, se rió ahogadamente.

– Mejor dicho, me quedo contigo esta noche, pero dudo que durmamos mucho.

Un rechazo automático se elevó hasta sus labios, pero permaneció en silencio; de alguna manera las palabras no venían, detenidas por la sangre caliente que se desbordaba por su cuerpo atónito, por los golpes salvajes de su corazón contra las costillas. Se enderezó con los ojos clavados sobre el cuerpo masculino bajo la luz plateada de la luna. Oyó el susurro sibilante de una cremallera deslizándose; luego él se quitó los vaqueros. Su cuerpo duro era más musculoso, más poderoso, su masculinidad una potente amenaza visible… ¿o era una promesa?

La pasión de Cathryn empezó latir enloquecedoramente y alzó una mano para negar, mientras le advirtió en un susurro.

– ¡No te acerques a mí! ¡Gritaré!

Pero la poca convicción en sus palabras fue evidente incluso para sí misma. ¡Oh, Dios, lo deseaba tanto! Tal como él había dicho muchas veces, ya era una mujer y no temía su poder sexual, más bien deseaba pegarse a él y calentarse con su fuego.

Él lo sabía. Se sentó a su lado en la cama y le puso una mano dura y callosa en la mejilla. Incluso bajo la pálida luz de la luna Cathryn pudo sentir el calor de su mirada mientras vagaba su cuerpo.

– ¿Y bien, Cat? -preguntó tan bajo que casi no lo oyó-. ¿Vas a gritar?

Tenía la boca demasiado seca para poder dar un discurso; tragó, pero sólo fue capaz de dejar salir una débil admisión.

– No.

Rule inspiró profundamente, llenando de aire sus pulmones y su mano sobre la cara de ella, tembló.

– Dios mío, cariño, si alguna vez has querido golpear a un hombre por lo que está pensando hacer, ahora es el momento -pudo murmurar apenas con la voz temblando por la fuerza de su deseo.

El temblor en sus palabras la dijeron lo afectado que estaba él por su proximidad y por la tranquila intimidad del dormitorio. Eso la tranquilizó, le dio valor para extender la mano y ponerla sobre su pecho, sintiendo los ásperos rizos de pelo negro contra su palma y el suave calor de su piel donde acababa el vello, los brotes tensos y diminutos de sus pezones. El sonido que retumbó en la garganta de él podía haber sido un gruñido, pero sus sentidos intensificados lo reconocieron como lo que era, un áspero ronroneo de placer.

Se le acercó más buscando el delicioso aroma masculino.

– ¿Vas a hacer todo lo que piensas? -preguntó con voz temblorosa.

Él también se acercaba, hociqueando con la boca la base de su garganta, donde el pulso latía frenéticamente, cuando dejó la boca allí el latido aumentó aún más.

– No podría -murmuró moviendo la boca sobre aquel delicioso punto-, sería mi muerte si intentara cumplir con estas particulares fantasías.

Cathryn se estremeció con el deseo líquido que la inundó y envolvió sus brazos alrededor de los hombros masculinos que temblaban con una necesidad que no podía negarle, aunque no pudiera entenderlo. Ese era su error y ella lo sabía pero de momento la primitiva alegría que la inundaba merecía el precio que tendría que pagar cuando volviera a la cordura. Le permitió que la alargara en la cama y que la tomara entre sus brazos, su desnudez la abrasaba la carne a través de la frágil barrera de su camisón. Acercó la cabeza en muda invitación y Rule se rió quedamente, luego le dio lo que quería, su boca tomó la suya, abriéndole los labios para invadirla con su lengua.

Hubiera podido morir feliz en aquel momento de delirio por el placer de sus besos, pero pronto ya no hubo felicidad y los besos no bastaban. Se movió entre sus brazos con desasosiego, buscando más. Otra vez él lo supo; sintió el momento exacto en que ella estuvo lista para incrementar la intimidad. Su mano fue al escote del camisón y ella se inmovilizó de anticipación, apenas se atrevió a respirar cuando sintió sus dedos deslizándose por los botones. Los pechos empezaron a palpitarle y se arqueó buscando sus caricias. Él satisfizo su necesidad inmediatamente, la mano se deslizó dentro del escote y acarició los exuberantes y sensibles montículos, su palma áspera parecía deleitarse con la blandura de ella.

El gemido que surgió de él, era un sonido inarticulado de hambre. Sus manos tiraron del camisón y una ruda urgencia y se lo sacó por los hombros, dejando al descubierto sus pechos bajo la luz de la luna. La boca masculina abandonó la suya y se deslizó hacia abajo; luego la lengua se enroscó en un tenso pezón y lo llevó hacia la cálida humedad de su boca. Cathryn dio un estrangulado grito cuando el incontrolado fuego llegó a todos sus nervios; luego se arqueó hacia el cuerpo musculoso, con las manos apretadas en sus hombros.

Rule bajó las manos hasta sus tobillos y deslizó los dedos bajo la tela del camisón, luego hizo el viaje inverso, un viaje que llevaba la tela hacia arriba. No hubo protestas. Ella se estaba quemando, dolorida, lista para él. Levantó las caderas para ayudarlo y él amontonó la tela alrededor de la cintura, pero ahí fue hasta donde llegó. Con un sonido ronco, estremecedor, la cubrió, se parándole los muslos con la rodilla y Cathryn se quedó inmóvil, esperando.

– Mírame -exigió él con voz ronca.

Incapaz de hacer otra cosa le obedeció y clavó en él sus ojos. Su cara estaba tensa, con un hambre primitiva, un hambre a la que contestó todo su cuerpo, un hambre que durante tantos años había intentado vencer sin lograrlo. Su masculinidad sondeó la entrada húmeda que cedió cuando la penetró con facilidad, deslizó sus manos bajo el trasero para levantarla y que aceptara totalmente su posesivo empuje. Un eléctrico placer la estremeció dejándola mareada y gritó jadeando. Esto era lo más salvaje, lo más caliente que había sentido en su vida. Sus ojos empezaron a cerrarse y él la sacudió con insistencias, susurrando entre los dientes apretados.

– ¡Mírame!

Impotente, lo hizo, su cuerpo acoplándose al de él cuando Rule empezó a moverse. Nada de lo que conociera la había preparado para esto, para el placer que surgió salvajemente sin previo aviso, y casi inmediatamente devastó su control, llevándola velozmente hacia el clímax.

La abrazó con fuerza contra su pecho hasta que quedó floja y sin fuerzas bajo él; después, con cuidado la hizo apoyarse sobre la almohada.

– Insaciable -dijo él muy bajo, arrastrando las palabras-. Sé exactamente como te sientes. Ha pasado demasiado tiempo y yo tampoco puedo contenerme.

Todavía aturdida por la fuerza de su éxtasis, se sintió totalmente abrumada por la pasión y su necesidad de él. Nada tenía sentido; nada importaba, excepto la fuerza de los movimientos del cuerpo masculino. Se adhirió a él con la frágil tenacidad de una delgada vid envolviendo a un robusto roble, él se meció en su abrazo sedoso hasta que también se rindió al placer y gritó con voz ronca.

Pasaron bastantes minutos antes de que él se moviera, apoyando su peso sobre los codos. La besó en la boca y en los ojos, besos como plumas a lo largo de los párpados hasta que estos se alzaron y sus ojos se encontraron; los de ellas suaves y vulnerables, los de él agudos y llenos de una satisfacción no disimulada.

– Hemos ido muy rápido -gruñó con voz baja y vibrante-. Pero aún tenemos mucho tiempo.

Y lo demostró haciéndola esta vez el amor con una paciencia y una ternura tan absorbente que fue aún más devastador que la locura de su lujuria. No había ningún modo en que ella pudiera resistirse a Rule, ningún modo que quisiera intentar. Esto también la hacía sentir que había regresado a casa, como tener algo de lo que había carecido, una satisfacción que había anhelado y que había tratado de negar. Mañana lo lamentaría, pero esta noche disfrutaría de la salvaje alegría de estar entre sus brazos.

Загрузка...