Liam maldijo para sus adentros. Jamás debería haber dejado que Ellie hiciera eso, ponerla en peligro. Le entraron ganas de abrir la puerta y ver qué clase de beso se estaban dando exactamente. Pero sabía que no debía. Además, Sean estaba vigilando desde el desván. Si pensara que Ellie estaba en apuros, lo habría llamado al móvil, tal como habían quedado.
Liam esperó impaciente a que empezaran a hablar de nuevo, preguntándose cuánto tiempo iba a durar el beso. Por fin, le llegó el sonido de sus voces a través de la puerta.
– Está claro que te subestimé -dijo Ronald-. Has cambiado, Eleanor.
– Es posible -contestó ella, provocativa.
– ¿Sabes? Tú y yo podíamos tener un futuro muy agradable.
– No sé, Ronald. Un cuarto de millón de dólares no da para tanto en los tiempos que corren.
– Si es por eso, tengo mucho más -Ronald rió-. ¿No te has preguntado cómo lo he hecho tan fácilmente?
– La verdad es que sí.
Sobrevino una pausa prolongada. De pronto, Liam también sentía curiosidad.
– Ya lo he hecho antes. Tres veces en tres bancos distintos. Empecé con una cantidad pequeña en un banco de Omaha, Nebraska. Luego cambié de identidad. Ese es el secreto. Haces el trabajo y desapareces. Es increíble lo que se puede conseguir si se tiene el dinero suficiente -contestó con satisfacción-. Después de Omaha, estuve en otros dos bancos en Seattle y Dallas. Con las inversiones que he hecho a lo largo de los años, tengo dos o tres millones netos.
– ¡Ronald! -Ellie paró-. Si es que te llamas Ronald. Es una historia alucinante.
– ¿Y sabes lo que sería más alucinante? Que te vinieras conmigo. Podríamos formar un equipo.
– ¿Y para qué me necesitas cuando puedes utilizar a cualquier empleada para echarle la culpa?
– Bueno, eso seguiríamos haciéndolo. Tendría que enrollarme con alguna para que no sospecharan de nosotros. Pero entre dos podríamos conseguir sumas más grandes.
– Solo dime una cosa -murmuró Ellie. Liam supo que lo estaba tocando. Quizá había apoyado una mano sobre el torso de Ronald. O le estaba rodeando la nuca con un brazo. Pero el tono de voz era elocuente: ese tono profundo y seductor que empleaba cuando coqueteaba con él.
– ¿Qué quieres saber?
– Cómo te llamas de verdad.
Soltó una risotada y Liam se imaginó que era Ronald quien la tocaba de pronto, la sujetaba por la cintura o le daba un beso en el cuello. Contuvo el impulso de irrumpir en el salón e interponerse entre los dos. ¡Las cosas estaban yendo demasiado lejos!
– Cuando me digas que estás de acuerdo, te diré mi nombre.
– Tengo que pensármelo -contestó Ellie-. ¿Puedo responderte dentro de unos días?
– O esta noche si quieres. Después de que recuperemos el tiempo perdido.
Esa vez, tuvo la certeza de que se estaban besando. Oyó a Ronald gruñir, un suspiro de Ellie. Estaba que explotaba. Se preguntó hasta dónde llegaría Ellie. Ya había quedado con Ronald para el día siguiente. ¿Lo estaba haciendo solo para atormentarlo, sabedora de que estaba escuchándolo todo detrás de la puerta?
– Creo que será mejor que vayamos con calma -respondió Ellie-. Es un paso importante.
– No tenemos mucho tiempo -dijo Ronald con cierta tensión.
– El dinero no va a moverse de donde está, Ronald. Además, las cosas que merecen la pena se hacen esperar. Piensa en lo que puedes conseguir: el dinero… y a mí -Ellie abrió la puerta del apartamento-. Yo te llamaré, Ronald.
– Buenas noches, Eleanor.
La puerta chirrió mientras cerraba. Liam la oyó echar el cerrojo. Esperó unos segundos y por fin salió del dormitorio, casi corriendo, mientras ella iba hacia el cuarto de baño. La siguió dentro sin esperar a que la invitase.
– ¡Puaj! -dijo Ellie mientras agarraba el cepillo de dientes-. Creía que iba a vomitar -añadió mientras se limpiaba los dientes y la lengua.
– ¿Se puede saber qué estabais haciendo?
– ¿Has oído lo que ha dicho? -preguntó con el cepillo colgándole en la boca.
– Claro que lo he oído. He oído cada palabra y cada silencio.
– Ya lo había hecho tres veces más -continuó Ellie-. Y no se llama Ronald Pettibone. No ha querido decirme su verdadero nombre, pero quizá podamos conseguir averiguarlo. Ha tocado la copa de vino. Podemos enviarla para que analicen las huellas dactilares.
– Claro, ahora mismo la enviamos a una tienda de análisis de huellas en una hora, a ver qué nos dicen.
– No hace falta que seas tan sarcástico -Ellie llenó un vaso de agua y se enjuagó la boca-. He conseguido unos días de margen. ¿Crees que Sean lo habrá grabado todo? No se ha acercado a las flores, pero era el lugar perfecto para esconder el micro… Lo he hecho bien, ¿verdad? Ahora Sean podrá presentar las pruebas al banco y ellos harán que lo detengan -añadió tras limpiarse la boca con la toalla, girándose hacia Liam.
– Te has arriesgado mucho -contestó irritado.
– ¿Qué dices? Le he sacado que no era su primer delito de malversación. He conseguido que reconozca que robó el dinero de Intertel y de otros tres bancos. ¡Y ahora quiere que me vaya con él para que sigamos saqueando más bancos!
El móvil sonó. Era Sean.
– Déjame hablar con Ellie -dijo.
Liam le pasó el teléfono y la miró mientras Ellie oía a Sean. Primero sonrió, luego rió hasta dos veces antes de darle las gracias y despedirse.
– Dice que lo he hecho muy bien. Y que lo ha grabado todo. Y que dejes de quejarte y me des las gracias.
Liam salió del baño, encontró el pequeño micrófono oculto en el florero, lo agarró y se giró hacia la ventana que daba al desván:
– Desconecta el condenado micrófono ahora mismo -dijo. Luego tiró de las cortinas y cerró para que Sean no pudiera verlos.
– ¿Se puede saber qué te pasa? -preguntó Ellie con las manos en las caderas-. ¿Tienes algún problema?
– Sí, tú. Tú eres el problema -respondió al tiempo que recogía su abrigo del sofá.
– ¿Yo? ¡Encima! Que yo sepa, soy yo la que debería estar enfadada. Yo no he hecho nada. Yo no he robado al banco. Yo no he mentido acerca de mis motivos para empezar esta relación. Yo no he espiado a alguien a quien no tenía por qué espiar. Aquí la inocente soy yo.
– Sí, inocentísima. ¿Y quieres que me lo crea después de cómo te has portado con Ronald Pettibone?
– Eso ha sido estrictamente profesional – contestó ella.
– La profesión más vieja del mundo, sí.
A Ellie se le desorbitaron los ojos al oír aquel insulto velado. Se acercó hasta estar a escasos centímetros de Liam.
– Debería darte una bofetada.
– Adelante -la desafió él.
Los ojos le brillaron de furia, pero Ellie no entró en la provocación. Apretó los puños y se giró. Pero, un segundo después, Liam la había agarrado por la cintura, le había dado la vuelta y la estaba besando con voracidad.
Al principio se resistió, pero al sentir su lengua dentro de la boca, fue aflojándose entre sus brazos, sometiéndose al calor de las caricias. Liam le puso las manos por detrás y la atrajo contra el cuerpo para que sintiese su erección contra el ombligo.
No pudo evitar gemir, rodearle la nuca con ambas manos, rendirse al beso. Liam sabía que, si la levantaba en brazos y se la llevaba a la habitación, no encontraría oposición. Pero quería que Ellie lo necesitase tanto como ella a él, que lo deseara hasta tal punto que no fuese capaz de sobrevivir sin él. Así que puso fin al beso, se apartó, dejándola con las rodillas temblando, se dio la vuelta y abrió la puerta.
– ¿Qué… qué haces? -preguntó confundida Ellie.
– Demostrarte lo que te perderías si decidieras irte con Ronald Pettibone -contestó Liam Luego salió al rellano y cerró. Estaba en la segunda planta cuando oyó un cristal roto contra el suelo. Y luego otro-. Parece que me ha entendido -murmuró sonriente.
– ¿Estás lista?
Ellie miró a Sean Quinn, sentado al volante del coche, con la vista clavada en la fachada del banco Rawson.
– Creo que sí -contestó-. Un poco nerviosa.
– No tienes por qué. Liam dice que Pettibone ya está dentro esperándote. También hay agentes del FBI.
– ¿Ha venido el FBI?
– Ronald ha infringido unas cuantas leyes federales -explicó Sean.
– ¿Cómo sabré quiénes son?
– No te hace falta. Ellos te conocen. Si surge algún problema, no tienes más que dar un grito.
– ¿Problemas?
– No te preocupes. Es un lugar público. No pasará nada.
– Está bien -Ellie asintió con la cabeza-. Repasemos: entro, le doy a Ronald la llave y espero a que abra la caja fuerte. Cuando salga, lo detienen. Y me marcho.
– Exacto. Ya te han tomado declaración, aunque quizá te pidan más detalles los federales. Y luego está el juicio de Ronald. O los juicios, según cuántos decidan denunciarlo.
– ¿Tendré que testificar? -preguntó Ellie.
– Probablemente.
– ¿Y si no va a la cárcel? ¿Crees que irá por mí?
– Irá a la cárcel -aseguró Sean-. Serás abuela para cuando termine de cumplir condena.
– Dado mi historial con los hombres, eso es tanto como una cadena perpetua para Ronald – Ellie sonrió.
Sean le devolvió la sonrisa, la primera sonrisa sincera que le había visto. Por lo general estaba muy tenso, muy preocupado siempre. Pero cuando sonreía, su rostro se transformaba y se convertía en el segundo hombre más guapo del planeta. Ellie le estaba agradecida por todo su apoyo durante los últimos días, con los interrogatorios, las declaraciones y explicaciones. Aunque Liam se había mostrado distante, Sean siempre había estado cerca para tranquilizarla.
– Sé que parece enfadado, pero no lo está – dijo de pronto.
– ¿Liam?
– Nada de esto es culpa suya -contestó Sean-. Lo convencí para que me ayudara en este caso. Nunca creyó que hubieras robado el dinero.
– ¿Te ha pedido que me lo digas?
– Liam es encantador, pero no tanto -respondió él, negando con la cabeza-. Nunca digo cosas que no pienso.
– Eso me lo creo, ya ves tú.
– Bueno -Sean respiró profundo-, ¿lista para entrar?
– Sí.
– Entonces venga. Estaré unos metros detrás de ti.
Ellie abrió la puerta del coche, salió y echó a andar hacia el banco. Mientras caminaba, se repitió las palabras de Sean. Deseaba creer en Liam, confiar en tener un futuro a su lado. Pero ya había salido escaldada muchas veces con hombres mucho menos encantadores. ¿Qué pasaría si lo perdonaba?, ¿cuánto tardaría en volver a traicionarla? Y en tal caso, ¿conseguiría superarlo alguna vez?
Sí, por supuesto que era maravilloso, dulce, guapo y seductor. Pero esas cualidades atraían a todas las mujeres. ¿Cuánto tiempo tardaría en encontrar a otra más interesante que Eleanor Thorpe, contable y detective privada amateur?
Ellie sabía que no era una supermodelo ni tenía mucha experiencia en la cama. No era más que una chica corriente que quería que un chico corriente la amara. El problema era que se había topado con un hombre increíble y no estaba segura de qué hacer con él.
Soltó una palabrota. ¡No era el momento de considerar su vida amorosa! Tenía un trabajo que hacer, una obligación antes de poder marcharse de Boston y empezar una nueva vida en cualquier otra parte. Ellie cruzó la calle y redujo el paso a medida que se acercaba a la entrada del banco.
– Estoy en la puerta -dijo.
Uno de los guardias de seguridad, de pie en el interior, se la abrió y ella le sonrió mientras pasaba. ¿Sería uno de los agentes del FBI o un empleado que se limitaba a hacer su trabajo? Una vez en el vestíbulo, se giró en busca de Liam. Lo encontró sentado en un banco, leyendo un tríptico publicitario. Sus miradas se cruzaron un segundo y el corazón le dio un vuelco. Luego siguió escudriñando el vestíbulo.
Ronald la esperaba en un extremo. Llevaba una maleta en una mano y zapateaba contra el suelo con impaciencia.
– Llegas tarde. Pensé que quizá no vinieras.
– No tengo coche. He tenido que llamar a un taxi y se ha retrasado.
– ¿Tienes la llave?
Ellie metió la mano en el bolso y se la entregó. Ronald sonrió y ella suspiró aliviada. Había cumplido su parte.
– Bueno, ¿qué?, ¿has pensado en mi oferta, Eleanor?
– Sí -contestó ella-. Y es muy tentadora. Pero creo que esperaré a tomar mi decisión hasta que hayamos terminado esta transacción. Tengo que estar segura de si puedo confiar en ti.
– ¿Por qué no me acompañas y te enseño el botín? -Ronald le agarró una mano y la condujo hacia una escalera ancha-. Las cajas fuertes están en la segunda planta.
No pudo negarse. De haberlo hecho, lo habría hecho sospechar. ¿Y qué podía hacerle en un sitio público? Había mucha gente vigilándolos y bastaría con que diese un grito para que corrieran en su auxilio.
– De acuerdo. Nos repartimos el dinero arriba.
Ronald se lo pensó unos segundos. Era evidente que había planeado algo para no entregarle su parte. Y tenía que decidir si mantenerla a su lado o tomar el dinero y echar a correr.
– Pensándolo bien, algunos bancos no permiten entrar a las cajas fuertes más que a la persona que las tiene a su nombre. Quizá sea mejor que esperes fuera.
– No pienso salir del banco sin mi parte -lo advirtió-. Te espero.
Ronald asintió con la cabeza antes de subir las escaleras. Ellie lo miró hasta que desapareció tras una puerta, incapaz de entender cómo podía haber estado tan enamorada de él.
– Ha subido -dijo. Luego se quedó un buen rato al pie de las escaleras, esperando, sin saber qué hacer. Tenía miedo de moverse, de que estuviera mirándola desde arriba.
Por fin se giró, vio a Liam acercarse a ella con expresión preocupada.
– Venga -dijo después de darle la mano-. Acaban de detenerlo. Vámonos.
– No -contestó Ellie-. Quiero quedarme. Quiero que sepa quién ha hecho esto.
Segundos después, Ronald reapareció en las escaleras, flanqueado por dos hombres con uniformes oscuros. Llevaba las manos esposadas a la espalda y uno de los agentes llevaba el maletín. La miró con odio y se paró junto a ella al llegar abajo.
– Sabía que no debía confiar en ti.
– Parece que sí me subestimaste, Ronald.
Los agentes lo agarraron por los brazos y lo arrastraron fuera. Ellie miró cómo se lo llevaban, pictórica de satisfacción. Había hecho lo que tenía que hacer y por fin era libre para seguir con su vida en otra parte.
– Bueno, ya está -dijo Liam.
– Sí… -Ellie lo miró. No quería despedirse, pero tenía que tomar una decisión-. Muchas gracias… por todo lo que has hecho. Y dale las gracias a Sean también.
– Puedes dárselas tú. Había pensado que podíamos acercarnos al pub a celebrarlo.
Ellie sabía que, si lo acompañaba, no tendría fuerzas para separarse luego. Y tenía que aceptar la realidad: Liam la había engañado. No era distinto a los demás hombres que habían pasado por su vida. Pero sí más peligroso, pues tenía su corazón en sus manos.
En las últimas semanas había fantaseado mucho con compartir su vida con Liam, pero su instinto le decía que debía alejarse. Sus anteriores parejas le habían hecho daño, pero Liam Quinn podría destrozarla.
– Prefiero irme a casa -contestó finalmente, justo antes de echar a andar hacia la puerta.
– Ellie, tienes que darme una oportunidad.
– ¿Por qué?
Le agarró una mano y entrelazó los dedos con los de ella.
– No lo sé -Liam hizo una pausa-. Sí, sí lo sé. Te necesito, Ellie. Eres lo primero en lo que pienso cuando me despierto por la mañana y lo último en lo que pienso antes de dormirme. Y, entre medias, no dejo de pensar en ti. No sé por qué, pero tiene que tener algún sentido.
– Ahora lo tiene -contestó ella-. Pero créeme: desaparecerá. Eres un hombre. Antes o después, querrás cambiar de mujer.
– No me compares con Ronald y los demás tipos que te han herido.
– ¿Por qué voy a creer que eres distinto? – preguntó Ellie, deseando oír una respuesta convincente.
– ¿Quizá porque es posible que esté enamorado? -preguntó Liam.
Ellie tragó saliva, lo miró a los ojos. Ya había oído esas palabras con anterioridad y la experiencia le decía que anunciaban el final de una relación, más que el principio. Una vez que el hombre las pronunciaba, no se esforzaba por complacerla, el aburrimiento se instalaba y un día todo acababa.
Nunca se había dado cuenta de lo escéptica que se había vuelto. ¿Seguiría siendo capaz de amar a un hombre y atreverse a confiar en él?
Llevaba casi toda su vida de adulta buscando a esa persona especial que la hiciera sentir que no estaba sola en el mundo.
– Es un sentimiento muy bonito, pero no cambia nada con decirlo.
– Maldita sea, Ellie, no puedes marcharte así.
– Sí puedo -contestó, controlando la emoción que le oprimía el pecho-. Adiós, Liam. Cuídate.
Ellie reanudó la marcha hacia la puerta, rezando para que esa vez él le dejara alcanzarla. Al mismo tiempo, estaba deseando darse la vuelta y lanzarse a sus brazos. Pero había tomado una decisión y viviría en consecuencia. Recuperaría el control de su vida y pensaría qué quería aparte de una relación romántica.
Con todo, al salir a la calle, no pudo evitar que los ojos se le llenaran de lágrimas. Quizá estuviera despidiéndose del mejor hombre que jamás había conocido. Quizá estuviera cometiendo el mayor error de su vida. Pero nunca podría saberlo salvo que, de veras, se marchara.
Respiró profundamente y siguió andando. Fue lo más difícil que había hecho en su vida.
Liam estaba en el bar, sentado frente a una pinta de Guinness. Era la hora de comer y en el pub solo había algunos de los clientes habituales. Seamus estaba tras la barra, charlando con uno de ellos, mientras Liam echaba un vistazo al último número del Globe.
Le había hecho una buena foto al gobernador en la inauguración de una fábrica de Woburn, pero parecía que no se la habían publicado. Al menos se la habían pagado. Y tenía en el bolsillo el dinero por el caso de malversación.
Había pensado en comprarse un objetivo nuevo, o quizá otra cámara. O gastarse el dinero en unas buenas ampliaciones e intentar exponerlas en alguna galería. Pero había otra posibilidad: darle el dinero a Sean y pedirle que encontrase a Ellie Thorpe.
Se había ido de Boston el mismo día que habían detenido a Ronald Pettibone. Liam se había acercado a su apartamento por la noche para intentar convencerla de que se quedara y el casero le había dicho que se había marchado. Había encargado que llevaran sus cosas a un almacén hasta que se instalara en algún sitio. Pero no había podido indicarle dónde.
Desde entonces, no sabía cómo localizarla. No conocía a ningún familiar, ningún amigo. Había hablado de San Francisco o Chicago, pero eran ciudades grandes y sería muy fácil perderse.
No le quedaba más remedio que aceptar que todo había acabado. No volvería a verla. A no ser que se le ocurriera una forma de encontrarla. No había tardado en comprender el error que había cometido y reconocer lo que sentía por ella. Estaba enamorado de Ellie Thorpe.
– Hola, hermano.
Liam se giró hacia la entrada al oír la voz de Keely. Cerró el periódico y lo puso en un taburete vacío.
– Hola, hermanita. ¿Cómo te va?
– Te estaba buscando.
– Pues me has encontrado.
Se sentó en un taburete junto a él. Seamus se acercó y Keely le pidió un refresco de limón. Seamus le guiñó un ojo mientras le servía. Aunque solo hacía un año que había descubierto a su hija, había aprendido a disfrutar del cariño que Keely le profesaba.
– Tomarás algo de comer también.
– Un filete con patatas fritas -contestó ella.
– Marchando -dijo Seamus tras anotarlo en su libreta.
– Bueno, ¿de qué querías hablar? -le preguntó Liam.
– De unas fotos.
– ¿Cuándo y dónde?
– No, de unas fotos que ya has hecho. ¿Te acuerdas de las que le hiciste a Rafe sobre lugares típicos de Boston para la sala de conferencias?
– Sí.
– Pues hay una mujer que está escribiendo un libro sobre Boston y le gustaría ilustrarlo. Parece que está muy interesada en tus fotos. Quizá quiera comprar alguna -Keely le entregó una tarjeta de trabajo-. Su número. Espera tu llamada.
– Gracias. Qué sorpresa.
– Siempre he creído que tus fotos eran muy especiales. Me alegra no ser la única.
Liam le pasó un brazo por los hombros y le dio un abrazo.
– ¿Sabe Rafe lo afortunado que es?
– No dejo de recordárselo -bromeó Keely. Luego se le borró la sonrisa-. Sean le contó a Conor lo de tu amiga Eleanor. Y Conor se lo ha dicho a Olivia y Olivia a mí. Siento que no sigáis juntos. Parecía una chica estupenda.
– Supongo que la maldición de los Quinn no ha funcionado. Seguí las reglas: fui a su rescate. Se suponía que Ellie tenía que haberse enamorado de mí, pero ha sido al revés. Me he enamorado yo de ella.
Keely parpadeó sorprendida. Luego soltó una risotada.
– ¡Vaya!, ¡estás enamorado! ¿Te tomaste la molestia de decírselo?
– Sí. Más o menos. No me planté y se lo dije directamente, pero…
– ¿Se puede saber qué os pasa a los hombres? -atajó Keely-. ¿Por qué os cuesta tanto expresar lo que sentís?
– ¿De verdad necesitas preguntarlo? -Liam apuntó con la barbilla hacia Seamus-. Supongo que no has oído suficientes historias sobre los Increíbles Quinn. Se supone que no debemos enamorarnos. Las mujeres son perversas y su misión es destrozarnos la vida.
– ¡Eso son chorradas! Y si crees que vas a conseguir olvidarte de la mujer de la que te has enamorado, ya te digo yo que no va a pasar.
– Gracias por los ánimos -contestó Liam.
– Soy una Quinn. Decimos la verdad como la vemos -Keely le agarró una mano-. Venga, encuéntrala. Dile lo que sientes y conseguirás arreglarlo. No dejes escapar la oportunidad por unas leyendas estúpidas.
Liam emitió un gruñido y puso la frente sobre la barra.
– ¿Qué estoy haciendo? Debería ir por ella, convencerla para que vuelva. Pero me da miedo que me rechace otra vez y saber que se ha acabado definitivamente. Prefiero seguir en este limbo, con la esperanza de que todavía tengo una oportunidad.
– No te engañes -replicó Keely-. ¿De verdad crees que vas a conseguir lo que quieres sentado en la barra del bar?
– Pero no sé dónde está -dijo Liam. De pronto, se puso de pie-. No sé dónde está ahora. Pero sí dónde estará. Tiene que testificar para el juicio de Ronald Pettibone. Y nosotros tenemos que ir a Nueva York para hablar con los fiscales el mes que viene. Seguro que estará allí.
– Entonces tienes un mes para decidir qué vas a decirle. Un mes para pintarle un futuro tan irresistible, que no pueda decir que no.
Liam bajó del taburete y agarró su abrigo.
– Gracias, Keely.
Luego sacó el móvil del bolsillo y llamó a Sean mientras andaba hacia la salida. Pero no respondió. Sabía que no estaba fuera de la ciudad ni trabajando, de modo que estaría en casa.
Liam le había hecho muchos favores y había llegado el momento de que le devolviese uno.
Solo necesitaba saber dónde se encontraba, asegurarse de que estaba bien. Entonces podría volver a dormir por las noches. Por primera vez desde hacía casi una semana, Liam miró el futuro con optimismo. Tenía dinero en la cuenta del banco y una persona interesada en comprar algunas de sus fotos. Y había conocido a la mujer con la que quería pasar el resto de su vida.
Ya solo le quedaba encontrar la forma adecuada de decírselo.