– Entonces, ¿la quieres?
Liam estaba sentado en un extremo de la barra con Brian. Había bastantes clientes para ser un día de diario. El pub había aparecido en la última edición de la guía turística de Boston de la editorial Roamer y Seamus se había visto favorecido por el empujón de turistas y nuevos clientes habituales.
Esa tarde Dylan estaba atendiendo detrás de la barra y Brian se había acercado a picar algo de cena. Había pedido un sandwich de lomo, mientras que Liam se había decantado por una hamburguesa con patatas fritas.
– ¿No vas a responderme? -lo presionó Brian.
– ¿Es que no puedes dejar de hacer de periodista?
– Estoy acostumbrado a sacarle la verdad a la gente y creo que tú no me la estás diciendo – contestó Brian sonriente.
– No sé -respondió Liam tras dar un sorbo a su Guinness-. Supongo que no me había parado a pensarlo hasta ahora.
– La quieres o no. Es muy sencillo.
– Nunca es sencillo. Ya me conoces. Necesito caerle bien a la gente, sobre todo a las mujeres. Sé lo que quieren y yo se lo doy. Incluso después de terminar, cuando me voy con otra, siguen queriendo mantener la amistad.
– Hablas como si estuvieras en un psicólogo -bromeó Brian y Liam apuntó hacia un libro que había encima de la barra.
– Se lo dejó en el apartamento. Siempre está leyendo libros de estos. De autoayuda. “El amor verdadero en diez pasos”. Lo he estado leyendo. Según el libro, estoy en la categoría cuatro de hombres: el seductor consumado -Liam abrió el libro por una página y leyó-: «El seductor consumado siente una necesidad casi patológica de aprobación femenina. Dirá y hará lo que sea para llevar a cabo la conquista. Luego cambiará de pareja y buscará a otra mujer para seguir alimentado su ego".
– Tú no eres así -dijo Brian con el ceño fruncido.
– ¿Verdad que suena fatal? -Liam suspiró-. Al parecer, tiene que ver con la infancia. He estado pensando mucho y lo que nos pasó de pequeños nos ha convertido en los hombres que somos ahora.
– Ahora pareces el propio psicólogo -contestó Brian-. Somos Quinn. Se supone que no tenemos que autoanalizarnos.
– Puede. Pero fíjate: Conor tuvo que responsabilizarse de mantenernos unidos y ahora se pasa la vida intentando proteger a los ciudadanos, como nos protegía a nosotros. Dylan rescata a quienes se sienten indefensos en un incendio y nosotros estábamos indefensos de pequeños.
– Y Brendan siempre quería escaparse y ahora no es capaz de quedarse quieto en un sitio más de un mes -añadió Brian-. Amy y él viven como nómadas.
– Todavía no he visto el paralelismo en tu vida y la de Sean -dijo Liam-. Pero acabo de empezar en esto.
– Supongo que tienes razón -comentó Brian-. Es normal que nuestra infancia influya en nuestra forma de ser. Papá se pasaba meses fuera de casa, mamá se marchó cuando éramos unos críos. Nos tuvieron que criar entre Conor, Dylan y Brendan. Y luego están todas esas historias de los Increíbles Quinn.
– Pero nuestros hermanos lo han superado. Conor, Dylan, Brendan, todos se han enamorado. Así que podría ser.
– Puede -concedió Brian.
Liam se quedó pensando al respecto mientras terminaba de cenar en silencio. ¿Estaba enamorado de Ellie Thorpe? Se había sentido atraído hacia ella desde que la había visto a través del objetivo. Y luego, tras conocerla, no había conseguido sacársela de la cabeza.
Una y otra vez, había tratado de racionalizar sus sentimientos. ¿En qué se diferenciaba de las demás mujeres que habían entrado y salido de su vida?, ¿cómo se las había arreglado para hacerse un hueco en su corazón? Sus hermanos quizá dijeran que era la maldición de los Quinn. Que si no quería amarla, no debería haber ido en su rescate al colarse el ladrón en su apartamento.
Pero Liam sabía que no era eso. Algo había cambiado en su interior. Ya no quería huir, evitar el compromiso a toda costa. Por primera vez en su vida, quería tener una relación que durase más de unos cuantos meses.
– Podrías intentarlo -comentó Brian.
– ¿Tú crees?
– Para mí solo hay una oportunidad. Y si la dejamos escapar, nos pasamos el resto de la vida buscando otra. Mira papá. Después de tantos años, sigue enamorado de mamá. Está encantado de que haya vuelto veinticinco años más tarde.
– No todos se alegran de verla -comentó Liam.
– ¿Qué le pasa a Sean? -preguntó Brian y su hermano se encogió de hombros.
– ¿Por qué no se lo preguntas tú? -respondió al ver que Sean estaba entrando en el pub.
Saludó a Dylan con la mano, se sentó en un taburete y se dio cuenta de que sus hermanos estaban en el otro extremo. Agarró su cerveza y echó a andar hacia ellos. Liam contuvo las ganas de marcharse.
– ¿Qué haces aquí? -preguntó Sean en tono de reproche.
– No me agobies -contestó Liam.
– Deberías estar vigilando a Ellie Thorpe.
– Se acabó. No necesito el dinero y no quiero saber nada de este caso. Si quieres vigilarla, vigílala tú.
– Pettibone sigue en la ciudad. Estamos cerca. No puedes dejarlo ahora.
– Puedo hacerlo y lo voy a hacer. Además, ya sabe que la estamos vigilando. Si robó el dinero, lo más probable es que ya haya volado.
– ¿Lo sabe? -preguntó Sean tras soltar un exabrupto.
– Sí. Esta mañana fui a su apartamento. Se lo conté todo.
– ¿Por qué?
– Creía que era un pervertido. Tenía que aclarar las cosas.
– La hemos perdido -dijo Sean tras exhalar un suspiro tenso.
– Puede que no -repuso Liam-. Das por sentado que está involucrada en esto. Yo no lo creo.
– Está enamorado de ella -dijo Brian con la boca llena de lomo.
– ¡Genial! -exclamó Sean-. Debería haber sabido que acabaría pasando.
– No estoy enamorado de ella -contestó Liam-. En absoluto. Pero no me interesa hacerte el trabajo sucio. Si quieres vigilarla, adelante. Si quieres perseguir a Ronald Pettibone, tú mismo. Yo solo digo que me retiro -Liam se levantó del taburete-. Voy a echar un billar. Seguro que hay alguna mujer bonita que necesita compañía.
Acto seguido se dio la vuelta y se acercó a la parte trasera del pub. Dos chicas con camisetas y vaqueros ajustados ocupaban la mesa de billar y reían y coqueteaban con los hombres que las miraban jugar. Liam puso una moneda sobre la esquina de la mesa.
– Juego con la ganadora -dijo.
Ambas se giraron hacia él y le dedicaron la mejor de sus sonrisas. Había dado por supuesto que, si seducía a otra mujer, se quitaría de la cabeza a la anterior. Pero mientras las miraba terminar la partida, no dejó de compararlas con Ellie Thorpe… y salían perdiendo.
No hacía mucho que conocía a Ellie, no lo suficiente para estar seguro de si la quería. Pero sí tenía algunos datos importantes: era sincera, agradable, testaruda y decidida. Era apasionada, ingenua, espontánea y optimista. Y tenía una belleza natural que no se ajaría con el tiempo. De hecho, Liam habría podido seguir y no terminar la lista de cualidades que admiraba de ella.
Se acercó a una pared y agarró un taco. Quizá fuera eso: no solo la necesitaba y la deseaba, no era una mera cuestión de atracción, sino que además la admiraba. Había dejado su vida en Nueva York para empezar de cero en Boston.
Aunque había tenido mala suerte con los hombres, seguía creyendo en el amor y la pasión. No estaba amargada, ni era cínica ni rencorosa. Simplemente era… Ellie.
– Así que eres uno de los famosos hermanos Quinn.
– ¿Qué?
– ¿Cuál de los hermanos eres?
– Liam -reaccionó por fin-. Liam Quinn.
– Yo soy Danielle -se presentó ella.
– ¿Y tu amiga? -preguntó Liam, girándose hacia la pelirroja.
– No es mi amiga. Y no necesitas saber su nombre. Va a perder la partida -contestó la rubia. Estiró una mano y le rozó un brazo, dando inicio a un coqueteo que Liam se sabía de memoria. Primero, un toque inocente. Luego se suponía que debía ser él quien la tocara. Después, poco a poco, los roces serían más frecuentes e íntimos. Hasta que, al cabo de unas horas, terminaría besándola. Primero un beso fugaz, después… Liam maldijo para sus adentros. De pronto, todo parecía una tontería. ¿Cuántos sábados había desperdiciado seduciendo a mujeres como esas dos?, ¿y qué había conseguido?
Danielle se contoneó hacia la mesa, golpeó la bola blanca y metió la número nueve en una de las troneras laterales.
– ¿Y son verdad las historias?
– ¿Qué historias?
– Las de los chicos Quinn. Las mujeres comentan cosas, ya sabes.
– ¿Y qué es lo que comentan?
– Que sois los mejores -respondió echándose el cabello hacia un lado y lanzándole una sonrisa seductora.
Liam gruñó para sus adentros. Estaba demasiado cansado para entrar en el juego esa noche. O quizá demasiado aburrido. O demasiado preocupado.
– La verdad es que se nos da bien jugar – dijo mientras ponía tiza a la punta del taco-. En cuanto a los demás rumores, no son más que eso: rumores.
Cuando la pelirroja metió la negra en el agujero equivocado, Liam agarró la moneda que había puesto sobre la esquina de la mesa y la introdujo en la ranura. Las bolas cayeron una tras otra y Liam agarró el triángulo.
Una partida de billar. Y si no le parecía… interesante, se marchaba. Después de colocar las bolas, colgó el triángulo en un gancho de la pared. Y si conseguía pasar quince minutos sin pensar en Ellie, lo consideraría un triunfo.
Ellie estaba frente al Pub de Quinn, mirando los neones de las ventanas. Una brisa húmeda le llevaba el olor salado del mar. Se apretó el abrigo con más fuerza y respiró hondo.
No estaba segura de qué hacía allí, pero sí de que tenía que hablar con Liam. Había observado el desván frente a su apartamento y no había advertido movimiento alguno. Luego lo había buscado en su casa y tampoco estaba. El pub era la siguiente parada.
¿Qué hacía allí?, ¿quería que se explicase?, ¿que le presentara disculpas? ¿O solo quería asegurarse de que todo había terminado con Liam?
Durante la discusión en el desván, había estado tan rabiosa y dolida, que no había sido capaz de pensar. Solo había querido insultarlo. Pero una vez en su apartamento, después de organizar un poco el desbarajuste, comprendió que daba igual lo que Liam creyese o dejara de creer. La junta directiva del banco Intertel pensaba que ella había robado un cuarto de millón de dólares.
Antes de empezar una nueva vida, tendría que acabar con la anterior. Y para eso tendría que demostrar su inocencia… y averiguar la forma de racionalizar su apasionada pero breve relación con Liam Quinn. Ellie miró antes de cruzar la calle, subió las escaleras que daban al pub y se recordó que debía permanecer serena mientras hablaba con él.
Cuando se sintió preparada, empujó la puerta y entró. La primera persona a la que reconoció fue a su padre, Seamus Quinn. Luego vio a Dylan, el bombero, también detrás de la barra. Lo saludó con una mano y este se acercó a recibirla.
– ¡Hola, Ellie!
– ¿Qué tal? -contestó ella, devolviéndole la sonrisa, alzando la voz por encima de la música.
– Así que has decidido aventurarte a entrar en el pub de los Quinn. ¿Qué quieres?, ¿te pongo una Guinness?, ¿o prefieres algo más propio para los gustos de una dama?
– La verdad es que no me apetece nada. Estaba buscando a Liam. ¿Sabes dónde está?
– Estaba ahí con Sean y Brian -dijo tras girarse hacia el extremo de la barra-. Pero no lo veo. Voy a…
– No, ya les pregunto yo. Gracias.
Se acercó a los hermanos. Cuando la vieron, Sean miró hacia un hueco que había al fondo. Una multitud se había reunido en torno a la mesa de billar, donde localizó a Liam junto a una rubia de curvas peligrosas y vaqueros ajustados. Ellie sintió una punzada de celos y rabia al mismo tiempo. ¡No había tardado mucho tiempo en olvidarla!
Lo miró unos segundos mientras Liam se inclinaba sobre la mesa y tiraba. Tenía una complexión atlética que hacía provocador el mero hecho de estar empuñando el taco. Ellie se dio cuenta en que la rubia que lo acompañaba le estaba mirando el trasero. Que estuviera o no con ella no cambiaba lo que había ido a decir.
Se acercó a la mesa y esperó a que Liam la viese. Después de tirar otra vez, levantó la mirada y sus ojos la encontraron. Ellie sintió que se quedaba sin respiración y tuvo que obligarse a tomar aire. Al principio pareció sorprendido, luego le sonrió. Sin dejar de mirarla, dejó el taco sobre la mesa de billar y la rodeó hasta estar frente a Ellie.
– Estás aquí -murmuró, registrando cada facción de su cara como si hiciese años que no la veía-. Pensé que quizá te hubieras ido de la ciudad.
– ¿Puedo hablar contigo?
– Sí.
– ¿En privado?
– Liam, ¿no vas a terminar la partida?
– No puedo -se disculpó él, mirando la cara de puchero de la rubia-. Búscate otro Quinn. Aquí hay muchos.
– Creo que también tengo que hablar con Sean -comentó Ellie.
Liam llamó a su hermano y lo instó a que se acercara. Se reunieron en una mesa situada en un rincón sombrío y se sentaron, Sean y Liam a un lado y Ellie enfrente.
– No sé si seguís buscando a Ronald Pettibone -arrancó sin rodeos-. O sea, sé que sabéis dónde está, pero creo que yo sé lo que quiere – añadió al tiempo que sacaba del bolso una cajita de música.
– ¿Qué es eso? -preguntó Liam al tiempo que estiraba una mano para agarrar la cajita.
– Me la dio Ronald unas semanas antes de cortar conmigo. Y luego, justo antes de que me fuera de Nueva York, me pidió que se la devolviera. Dijo que la había heredado. Pero no es tan antigua. Estaba tan enfadada con él, que no se la di. Luego me vine a Boston. Y, de repente, Ronald se presentó aquí. Creo que puede ser él quien ha estado entrando en mi apartamento.
– Y yo -dijo Liam. Sean también asintió con la cabeza.
– Y creo que busca esto. La tenía guardada en el trastero del casero. A Ronald no se le ocurrió mirar ahí -Ellie le agarró la cajita de música a Liam y le dio la vuelta-. Tiene doble fondo – añadió al tiempo que echaba adelante un botón.
– Hay una llave -dijo Liam.
– Es de una caja fuerte de un banco de Boston -explicó Ellie-. Vinimos un puente y coincide con el día que me dio la cajita de música. No pasamos todo el tiempo juntos, así que quizá estuvo en el banco. Es el banco Rawson. Tienen una sucursal a unas manzanas del hotel donde nos alojamos. Creo que, sea lo que sea lo que haya en esa caja fuerte, tiene que ver con el dinero robado.
– Si pudiéramos ver el contenido…
– Imposible -atajó ella-. A no ser que pusiera la caja fuerte a mi nombre, no podremos abrirla.
– Lo comprobaremos -Liam le entregó la llave a Sean.
– No -dijo Ellie.
– ¿No? -preguntó Sean.
– Tengo un plan. Voy a llamarlo y le voy a decir que sé lo de la malversación y que quiero parte del dinero a cambio de la llave.
– Ellie, no quiero que…
– Voy a hacerlo -Ellie levantó una mano interrumpiendo la objeción de Liam-. Lo haré con vosotros o por mi cuenta. Pero, si no aclaro esto, siempre pensarán que tuve algo que ver en el asunto.
Liam se levantó, agarró una mano de Ellie y tiró con delicadeza para que se pusiera de pie.
– Discúlpanos, necesito hablar con Ellie a solas.
Mientras la conducía hacia a la cocina, Ellie trató de soltarse.
– Lo voy a hacer -insistió.
Una vez en la cocina, Liam la acorraló contra la encimera y le puso las manos en la cintura, bloqueándole cualquier intento de escapada.
– Ellie, este tipo ya ha demostrado que está dispuesto a matar por dinero. No quiero que estés en peligro. Sean y yo encontraremos el dinero y avisaremos a las autoridades.
– No -dijo Ellie.
– Si no lo hacemos bien, Ronald acabará echándote la culpa y podrías acabar en la cárcel cumpliendo la condena que le corresponde a él. ¿Es eso lo que quieres?
– Yo no he robado el dinero -afirmó Ellie.
– Lo sé.
– ¿Sí?
– Ellie, nunca llegué a creerme que estuvieras implicada -dijo Liam tras suspirar-. Pregúntale a Sean. Desde el momento en que te conocí, puse en duda que hubieras participado en esto. ¿Crees que habría salido contigo si de veras pensase que eres una delincuente?
– ¿Y por qué has salido conmigo?
– Porque… no sé… no he podido evitarlo.
– ¿Quizá porque era parte de tu trabajo?
– Sé que estás dolida y que sientes como si te hubiera engañado, pero…
– Es que me has engañado.
– Lo siento -Liam la miró a los ojos y Ellie parpadeó para que no se le saltaran las lágrimas. Cuando le acarició una mejilla y se agachó, supo que estaba a punto de besarla. En el último momento, Ellie giró la cabeza y lo esquivó.
– Bueno… ¿qué vamos a hacer?
– No sé qué quieres que diga.
– Me… me refiero con Ronald. Creo que debería llamarlo e invitarlo a casa. Pero no quiero enseñarle la llave allí. Podría…
– Maldita sea, Ellie, no puedes…
– Para -atajó ella-. Podía decirle que tengo la llave en un lugar seguro. Luego ir por ella, después ir al banco y, cuando lleguemos, lo detienes.
– Yo no puedo detenerlo. Y Sean tampoco. Según mi hermano, primero hay que avisar al banco. Luego, ellos llaman a las autoridades. Después se envía una orden de detención y por último lo detienen. Es más complicado de lo que parece.
– Puedo hacerlo -aseguró Ellie-. Puedo conseguir que confiese.
Esa vez no dudó. Liam la agarró por los hombros, se la acercó y le dio un beso largo y prolongado. Ellie no se apartó. Apoyó las manos sobre su torso y luego las entrelazó detrás de su nuca. Cuando comprendió que Liam no pararía mientras ella no lo hiciera, se echó hacía atrás. Quiso decirle que le había hecho mucho daño, cuánto lo quería y lo vulnerable que se sentía.
Pero no estaba dispuesta a abrirle su corazón. Si Liam no le correspondía, sabía que se le partiría en mil pedacitos. Y esa vez no podría recomponerlo. Estaba enamorada de Liam Quinn, de verdad, por primera vez en su vida.
– Tengo que irme -dijo.
– No. Tenemos que tomar una decisión. Si vas a seguir adelante, quiero estar seguro de que estás a salvo -murmuró Liam.
– ¿Qué debo hacer? Dímelo tú.
– Llama a Ronald esta noche y dile que quieres verlo. Pero tiene que ser en algún sitio donde podamos vigilaros. Y oíros -arrancó él-. No le digas de qué quieres hablar. Si te pregunta, dile que es por lo de esos contactos para encontrar trabajo. Sé simpática, hazle creer que tiene una oportunidad.
– No puedo creerme que haya podido gustarme. Debería haberlo plantado antes de que él cortara conmigo -Ellie frunció el ceño-. Lo que no entiendo es por qué rompió antes de que le devolviera la llave.
– Supongo que confiaría en que podría recuperarte cuando quisiera. Pero trastocaste sus planes cuando dejaste el banco y te viniste a vivir a Boston -dijo Liam-. Quizá debería estar contigo cuando lo llames.
Aunque habría preferido contar con su apoyo, no quería retomar la relación con Liam tan rápidamente. Era muy fácil quererlo, depender de él. Pero, por una vez en la vida, se iba a quitar las gafas de color de rosa y vería al hombre que era en realidad: un hombre que la había engañado y traicionado.
– Yo te llamaré -contestó por fin.
– Te llevo a casa -Liam le rozó los labios con un dedo antes de que pudiese protestar-. Solo quiero asegurarme de que estás a salvo.
Ellie asintió con la cabeza. Se sentía mucho más segura junto a él… al menos físicamente. Emocionalmente, sabía que bastaría un solo beso más para arriesgarse a perder el corazón. Liam había acudido en su rescate antes, pero en ese momento era ella quien debía rescatarse.
Ellie se alisó el vestido de noche, luego se subió el escote para no mostrar tanta piel. Había comprado el vestido hacía casi tres años para una cita con un corredor de Bolsa de Wall Street, pero en el último momento la había llamado para cancelarla y nunca había vuelto a tener noticias de él.
Al menos podría sacarle provecho esa noche. Estaba decidida a atrapar a un hombre y, de paso, limpiar su nombre. Debía estar asustada, pero desde que había conocido a Liam, había aprendido que era capaz de explotar su sensualidad a su favor. Tal vez no fuese una mujer fatal, pero había ganado seguridad en sí misma.
Dio un tirón al bajo de la falda, que le llegaba hasta medio muslo, pero al hacerlo se le bajó el escote.
– Déjalo así -se dijo mientras se ajustaba el sostén. Luego se examinó con ojo crítico frente al espejo-. Estoy… muy guapa. Haré con él lo que se me antoje.
– ¿Vas a ir con ese vestido?
El corazón le dio un vuelco al oír la voz de Liam. Sean y él habían llegado a su apartamento hacía unas horas para poner un micrófono. Desde entonces, Liam había estado revoloteando a su alrededor, viendo cómo se preparaba para la cita, observándola en silencio y volviéndola un poco loca. Sean se había limitado a desearle buena suerte y había regresado al desván del edificio de enfrente.
– ¿Qué tal estoy? -le preguntó Ellie al reflejo de Liam en el espejo.
– ¿No vas un poco… ligera de ropa? Ellie se giró hacia él. Estaba celoso. Sonrió para sus adentros, secretamente complacida.
– Quiero provocar a Ronald, demostrarle que no soy una mosquita muerta. Y para eso necesito mostrarme sexy y atractiva, la clase de mujer capaz de lo que sea para conseguir lo que quiere.
– ¿Y no puedes hacer eso con otro vestido?
– ¿Qué pasa?, ¿quieres que esto salga bien o no? -contestó ella. Liam soltó un exabrupto, se dio media vuelta y regresó al salón. Ellie lo siguió-. ¿Qué es lo que te molesta?, ¿que el vestido sea demasiado atrevido o que Ronald vaya a ver más piel de lo que te parece apropiado?
– Ellie, Ronald ya ha intentado matarte. No me parece conveniente que lo provoques.
– Pero… tú vas a estar aquí para protegerme si pasa algo. Y Sean está vigilando desde el desván. No tengo miedo. Solo me preocupa meter la pata…
– Recuerdas en qué hemos quedado, ¿verdad? Si en algún momento no te sientes segura, pronuncia la palabra «hambre». Pregúntale si tiene hambre, lo que sea. Yo saldré de la habitación de inmediato.
– De acuerdo. Pero, ¿qué pasa si quiere que le entregue la llave aquí mismo?
– Dile que has guardado la cajita de música en otra caja fuerte y que no puedes recuperarla hasta mañana por la mañana. La recogerás, quedarás con él en su banco y os llevaréis el dinero.
– Y ahí es cuando lo pilláis con las manos en la masa, ¿no?
– Exacto. Sean ha llamado a Intertel y han avisado a las autoridades de que Ronald está aquí. Lo detendrán en cuanto se haga con el dinero.
– ¿Y yo?
– Tendrás que contarles la verdad. Pero es evidente que no has tenido nada que ver con todo esto -Liam le agarró una mano y le dio un pellizquito-. Puedes hacerlo, Ellie.
– No me queda otra.
Ellie respiró profundamente, sintió como si el nudo que tenía en el estómago se le apretara. Cuando se solucionara todo, se había jurado empezar otra vez de cero, marcharse a otra ciudad, dejar el pasado atrás. Pero al pensar en una vida sin Liam el nudo del estómago se le trasladaba al corazón.
– Ronald -dijo después de sonar el telefonillo-. Se ha adelantado.
– Voy al dormitorio. Desde allí lo oiré todo.
– ¿Y si quiere entrar en el dormitorio? O sea, si tengo que…
– Si quiere entrar en el dormitorio, lo mandas a paseo -contestó Liam tajantemente-. Ya puede querer…
– ¡No! Quiero decir, si quiere que le enseñe el apartamento.
– Ah -Liam suspiró-. Bueno, intenta evitarlo. Si insiste, me esconderé en el armario.
Ellie asintió con la cabeza, se acercó a la entrada y pulso el botón de entrar. Liam le agarró la mano, le dio un pellizquito de ánimo. Luego se la llevó a la boca y le dio un beso en la muñeca.
– ¿Recuerdas la palabra?
– Hambre -contestó Ellie.
Esperó hasta que Liam se hubo ocultado en el dormitorio. Después abrió la puerta y salió al rellano a esperar a Ronald. Cuando lo vio subiendo por las escaleras, esbozó una sonrisa forzada.
– Hola, Ronald -lo saludó.
– Hola, guapa -contestó él.
– Pasa, siéntate.
– Una casa acogedora -comentó Ronald mientras entraba.
– Gracias -Ellie apretó los dientes. ¡Como si no la hubiese visto antes!-. ¿Quieres beber algo? Tengo un vino muy bueno.
– Estupendo.
Fue a refugiarse a la cocina. Necesitaba unos segundos para respirar y serenarse. Hasta el momento todo iba bien.
– ¿Tienes… -Ellie se paró antes de decir la palabra clave- ganas de comer algo?, ¿queso?
– No -contestó Ronald-. Con el vino vale. Cuando volvió al salón, lo encontró de pie frente a las estanterías, examinando los objetos decorativos.
– Gracias -dijo él tras tomar la copa de vino-. Estaba mirando, no veo la cajita de música que te di.
– Curioso que la menciones -contestó ella.
– ¿Por?
– Siéntate, Ronald. Tenemos que hablar – Ellie se sentó, dio un sorbo de vino para ganar unos segundos mientras reunía fuerzas-. Hace una semana hablé con Daña, del banco. ¿Te acuerdas de ella? Bueno, da igual. El caso es que me dijo que ya no trabajabas allí. Y que alguien había robado un cuarto de millón de dólares, ¿puedes creértelo?
Ronald negó con la cabeza y su rostro compuso una expresión de inquietud.
– ¡No me digas!, ¡qué horror!
– Pues sí. Y lo peor de todo es que tienen dos sospechosos.
– ¿Y qué tiene eso de malo?
– Que uno soy yo. Y el otro tú. Ahora bien, yo sé que yo no he robado el dinero, así que solo se me ocurre una respuesta: que fuiste tú.
– Ellie, no puedo creer que pienses…
– Ahórrate el teatro, Ronald. He encontrado la llave de la cajita de música. Sé lo que intentas. Entraste en mi apartamento hace unas semanas para recuperar la caja. Me has intentado atrepellar y has querido abrirme la cabeza con un ladrillo para mandarme al hospital y tener más tiempo para registrar mis cosas. Y en vista de que no lo conseguiste, volviste a entrar en mi apartamento y lo pusiste todo patas arriba.
– De verdad, Ellie, no sé de qué me hablas.
– Tengo la llave -dijo ella-. Tiene que interesarte mucho… si has llegado a estos extremos por conseguirla. De modo que, si la quieres, tú y yo vamos a tener que hacer un trato.
Ronald la examinó durante unos segundos, tanteando la situación y la decisión de Ellie.
– Supongamos que robé ese dinero. ¿Qué quieres sacar de esto?
– Pediría la mitad, dado que ya te has encargado de que parezca que he sido yo quien lo ha robado. Pero no soy tan codiciosa. Me conformaría con cincuenta mil dólares. Suficiente para tener algo de dinero que me permita empezar de cero en San Francisco, o quizá Chicago.
– ¿Tienes la llave aquí?
– No, la tengo en un sitio seguro. Si aceptas el trato, iré por ella, nos reuniremos en el banco y me entregarás mi parte.
Ronald abrió la boca, como si fuese a negarse. Luego soltó una risotada.
– Creo que te he subestimado, Ellie.
– Le pasa a la mayoría de los hombres. No se dan cuenta de lo que tenían hasta que lo han perdido -Ellie dejó la copa de vino y se puso de pie-. Entonces, ¿trato hecho?
– Supongo que sí -Ronald se levantó y dio un paso adelante-. ¿Sellamos el trato con un beso? Por los viejos tiempos.
No se le ocurría nada más desagradable que besar a Ronald Pettibone, aparte, quizá, de ir al dentista sin anestesia. Pero tenía que interpretar un papel y no quería que Ronald sospechase nada.
– De acuerdo -Ellie le lanzó una sonrisa coqueta-. Por sellar el trato.