Capítulo 4

Liam miró la luna delantera del coche. Llovía. Las gotas rebotaban contra el cristal.

– Lo dejo -murmuró-. Me da igual el dinero. Tómate el tiempo que le he dedicado al caso como un regalo.

– No puedes irte ahora -contestó Sean-. Estamos demasiado cerca. Antes o después, Pettibone tiene que aparecer.

– ¿Cómo sabes que no tiene él el dinero? – preguntó Liam-. ¿Cómo sabes que no fue todo cosa de él?

– Tú mismo lo has dicho. Eran amantes. Ella te lo ha reconocido. Pettibone se llevó el dinero, así que tiene que estar implicada. Se lo están tomando con calma. No se ven para no despertar sospechas.

– No me gusta -dijo Liam-. Parece una persona agradable.

– Hay delincuentes agradables -contestó Sean-. Para malversar fondos hay que ganarse la confianza de los jefes primero. Es parte del modus operandi.

– ¿No sería más fácil abordarla directamente? Podría preguntarle si robó el dinero y ver cómo reacciona. Soy buen observador; me daré cuenta si me miente.

– ¿Y luego qué?, ¿crees que te lo entregará y ya está? -Sean soltó una risotada-. Un plan estupendo.

– Puede que devolviera el dinero a cambio de retirar los cargos que pesen en su contra.

– Li, ¿se puede saber qué te pasa con esta mujer?

– No me pasa nada.

– Entonces haz el trabajo y no le des más vueltas. Es tu turno, me voy a casa -Sean abrió la puerta del coche, salió a la lluvia. En el último momento, se agachó para añadir-: No la fastidies. Estamos cerca.

Luego cerró de un portazo y echó una carrerita hasta su coche. Liam apoyó la nuca sobre el reposacabezas, suspiró. El asunto se le había ido de las manos. Aunque estaba acostumbrado a seducir mujeres, su objetivo siempre había sido compartir una noche apasionada, seguida por un desayuno a la mañana siguiente. Ambas partes quedaban satisfechas, contentas y nadie salía herido.

Pero aquello era distinto. El objetivo era meter a Ellie Thorpe entre rejas. Y cuanto más tiempo pasaba con ella, más convencido estaba de que, fuera lo que fuera lo que hubiese hecho, no se merecía pasar veinte años en la cárcel.

Liam maldijo, se pasó la mano por el pelo húmedo. Después de besarla, se sentía como si fuese él quien estaba preso. No dejaba de pensar en ella, de recordar el sabor de su lengua, el calor de estrecharla contra su cuerpo y la reacción instantánea de este. Siempre había disfrutado besando mujeres, pero con Ellie había sido diferente. Besar a Ellie había sido conmovedor, perturbador y desconcertante al mismo tiempo.

Y no había sido un único beso. En los últimos días, habían empleado bastante tiempo a perfeccionar el primer contacto. Siempre que estaban juntos, el aire parecía cargarse de una tensión que solo podía descargarse con un beso profundo y prolongado.

– No aguanto más -murmuró Liam al tiempo que abría la puerta. Tal como le había dicho a Sean, le bastaría con preguntarle y obtendría la respuesta que necesitaban. Pero camino del apartamento de Ellie pensó que, una vez hallada dicha respuesta, las preguntas serían más complicadas todavía. Hasta ese momento, Ellie era una mujer bonita, ingeniosa, atractiva y divertida. Había conocido a muchas mujeres con virtudes similares, pero Ellie las reunía todas en una combinación especial.

¿Pero qué era lo que la hacía distinta?, ¿serían los secretos que ocultaba? ¿Se sentía atraído hacia ella porque, por una vez en su vida, no conseguía adivinar los pensamientos de una mujer? Había veces en las que le entraban ganas de desnudarle el corazón, como si fueran prendas de ropa. Cuanta más intimidad compartían, más se acercaba a la verdad.

Liam miró si pasaban coches antes de cruzar la calle hacia el apartamento de Ellie. Si daba ese paso, tal vez no hubiera marcha atrás. Dada la intensidad con que se besaban, era obvio que estaría de maravilla junto a Ellie. En ese preciso instante, podía imaginar la sensación de su piel bajo las manos, el peso de su cuerpo sobre el propio, el calor con que herviría su sangre cuando estuviera dentro de ella. Si llegaban a ese punto, tal vez no hubiese posibilidad de retorno.

Sacó del bolsillo el móvil y marcó el número de Ellie. Luego levantó la cabeza hacia las ventanas del tercer piso. Cuando descolgó, Liam se sorprendió con una sonrisa en la boca.

– Hola.

– ¿Qué tal? -respondió Ellie. Liam se la imaginó sonriente, con los ojos iluminados.

– ¿Qué estás haciendo?

– Escribiendo cartas de presentación, leyendo ofertas de trabajo. He llamado a un par de sitios en Washington y Chicago.

Liam se puso tenso. No quería pensar que Ellie saldría de su vida tan rápidamente como había entrado.

– ¿Por qué no lo dejas y sales conmigo?

– ¿Adonde? -preguntó ella.

– No sé. Se me había ocurrido enseñarte la ciudad, ya que has llegado hace poco. Pasaré a recogerte en diez o quince segundos. Estate lista.

Pulsó el botón de fin de llamada y cubrió los escalones que subían al portal de dos en dos. Cuando llegó al tercero, Ellie había abierto la puerta del apartamento y lo estaba esperando en el rellano. Iba vestida con unos vaqueros gastados y un jersey de lana voluminoso. Llevaba el pelo negro recogido atrás con un pañuelo y, aunque apenas llevaba maquillaje, estaba preciosa.

– ¿Dónde estabas? -preguntó Ellie.

– Justo abajo -dijo y, sin pararse a pensarlo, la rodeó por la cintura y le dio un beso fugaz. Nada más rozarse las lenguas, se sintió embriagado.

– Parece que tienes mucha seguridad en ti mismo, ¿no? -murmuró mientras pegaba las palmas al torso de Liam.

– Nadie se resiste a mi encanto -bromeó él-. Ponte el abrigo. Está lloviendo.

Regresó al interior del apartamento, pero Liam decidió quedarse en el pasillo. Le habría resultado imposible resistir la tentación de pasar la tarde besuqueándose con Ellie en el sofá. Cuando volvió, se había puesto una cazadora y un gorro de lluvia. Le entregó el paraguas para que lo sujetase mientras se subía la cremallera de la cazadora.

– No nos va a hacer falta -dijo él.

– Sí, vamos a dar un paseo. Quiero ver esa cosa con la punta tan grande y hace un día perfecto para pasear.

– Está lloviendo.

– Anoche estaba leyendo “Vive la vida”. Iba todo sobre vivir el momento. Un paseo bajo la lluvia puede ser refrescante.

– Yo diría húmedo más bien.

– Puede purificar el alma. Todo el mundo necesita purificar su alma de vez en cuando.

– Está bien -accedió Liam. Suponía que a su alma no le iría mal un buen baño-. Iremos a la cosa de la punta grande, que no es ni más ni menos que el famoso monumento de Bunker Hill.

– Genial. Así aprenderé algo de Historia con el paseo.

Liam le agarró una mano, se la puso en el pliegue interior del codo y echaron a andar hacia la Plaza de los Monumentos, que tantas y tantas veces había visitado de pequeño con el colegio. Pero no habían doblado la primera esquina cuando se acordó de la cámara. Había una luz inusual, el sol se filtraba entre la niebla a ratos y la lluvia brillaba sobre la acera, elementos suficientes para conseguir una foto estupenda.

– Espérame -le dijo a Ellie-. Voy en una carrera por la cámara y vuelvo.

Se dio la vuelta, enfiló hacia el coche y sacó una de las cámaras viejas que tenía en el maletero. Estaba cargada con un carrete de blanco y negro, pero se guardó un segundo en color por si acaso. Luego se colgó la cámara del cuello, se giró, volvió por Ellie y al doblar la esquina y verla, se paró, pensando en la foto tan bonita que podía hacerla. Ellie avanzó hacia Liam, que levantó la cámara para mirarla a través del objetivo.

No supo con certeza lo que le hizo desviar la mirada. Probablemente, el motor del coche mientras avanzaba a velocidad de vértigo por la calzada mojada. Alcanzó un movimiento por el rabillo del ojo y le gritó a Ellie que parase. Como si el mundo entero pasara a moverse a cámara lenta, Liam observó la expresión confundida de Ellie, la cual miró hacia la izquierda y vio el sedán negro que se abalanzaba hacia ella.

Se quedó helada y a Liam se le paró el corazón al comprender que iban a atropellarla y no podía llegar a tiempo de empujarla para esquivar el golpe. Pero los reflejos de Ellie fueron superiores a los que esperaba, se giró y se lanzó sobre el capó del coche que había aparcado tras ella. Luego se cayó rodando al suelo mojado y el coche se alejó a la misma velocidad vertiginosa, salpicándola de agua sucia al pasar sobre un charco.

Tras asegurarse de que estaba bien, Liam dirigió la cámara hacia el coche y tomó varias fotos de la matrícula. Aunque Ellie había cruzado la calle de forma inesperada, tenía la corazonada de que el coche había intentado atropellarla adrede.

Se giró hacia ella. Estaba tratando de ponerse de pie. Le caían gotas grises por la cara y las rodillas de los vaqueros estaban sucias y rasguñadas. Liam le ofreció una mano, tiró de ella con delicadeza y la abrazó para comprobar que seguía de una pieza.

– ¿Estás bien?

– No lo he visto venir. Había mirado, pero apareció de repente. Si no me hubieras avisado, me habría atropellado -dijo con voz trémula. Apoyó las manos sobre su torso y lo miró a la cara-. Me has salvado la vida… otra vez.

Liam le acarició el pelo con una mano, la apretó con fuerza y le dio un beso en la frente. Aunque no tenía claro que le hubiese salvado la vida la primera vez, en esa ocasión no podía negarlo. Era verdad: si no hubiese oído el motor del coche, en esos momentos estaría tirada en la calle, herida de gravedad… o peor todavía.

– Vamos a que te limpies -murmuró con los labios pegados a la sien derecha de Ellie. El corazón seguía disparado, de modo que se obligó a serenarse por miedo a que Ellie intuyera el pánico que sentía. Si realmente habían intentado arrollarla, removería cielo y tierra hasta averiguar por qué.

Le pasó un brazo sobre los hombros y regresaron hacia el apartamento de Ellie. Pero, mientras andaban, Liam tuvo el inquietante pensamiento de que el ladrón y el conductor del coche estaban relacionados de alguna forma. Y que el caso en el que estaba trabajando para Sean encerraba la respuesta a esas dos experiencias casi mortales.


Ellie sacó del bolsillo las llaves y, con las manos todavía temblorosas, intentó introducir la llave en la cerradura. Pero, por más que lo intentaba, no conseguía que entrase. Por un instante, sintió que se desmayaría, o vomitaría, o rompería a llorar sin control. Pero no pudiendo decidirse por una cosa u otra, se quedó quieta frente al portal, con las llaves colgándole de los dedos.

– Deja -murmuró Liam. Agarró las llaves, abrió y la empujó con suavidad para que entrase. Subieron las escaleras sin hablar y, al llegar al tercer piso, fue él quien abrió esa puerta también, tras asegurarse de desactivar la alarma.

Ellie fue directa hacia el sofá, pero Liam la detuvo para ayudarla a que se quitara la cazadora. Luego se giró para mirarla a la cara:

– ¿Seguro que estás bien?

– Sí… -Ellie asintió con la cabeza-. Solo necesito un momento.

– Vamos. ¿Por qué no te quitas esa ropa y te pones algo seco y limpio? -dijo Liam sonriente mientras le acariciaba una mejilla con el pulgar-. O quizá prefieras darte un baño caliente.

– Sí…

Liam la estrechó entre los brazos y ella apoyó la cabeza sobre su torso. Sintió que podría quedarse allí para siempre, que Liam conseguiría desvanecer todos sus miedos. El coche había pasado a centímetros de ella y no lo había visto llegar. Ellie se imaginó lo que podría haber ocurrido y cerró los ojos para expulsar aquellas imágenes terribles.

– Antes no estaba segura en mi apartamento y ahora tampoco lo estoy fuera.

– No ha sido culpa tuya -dijo Liam al tiempo que le acariciaba el pelo con suavidad-. Lo que pasa es que el coche y tú queríais ocupar el mismo espacio a la vez.

– Estoy teniendo una mala racha -comentó Ellie-. En “Los secretos de actuar con decisión” dice que la mala suerte no existe. Que cada uno crea las situaciones que le ocurren. Pero no estoy de acuerdo. El ladrón, por ejemplo, ¿por qué tenía que escoger mi casa? Los vecinos de abajo tienen un televisor mucho mejor. Y me está costando horrores encontrar trabajo. Y yo no hice nada para que el ladrillo del tejado se cayera.

– ¿Qué ladrillo? -preguntó Liam.

– Fue hace unos días. Salía a una entrevista cuando de pronto apareció el ladrillo del cielo y casi me abre la cabeza. Era idéntico a los del edificio, así que llamé al casero y le dije que el tejado no era seguro.

– ¿Qué problema había?

– Ninguno. Encontró un par de ladrillos en el tejado, pero supuso que sería algún niño que se habría colado a la azotea -Ellie esbozó una sonrisa débil-. Quizá debería darme ese baño, a ver si me calmo un poco.

– ¿Quieres algo? -preguntó Liam-. ¿Te preparó un té?

– Sí, por favor.

Ellie entró en el baño, se sentó en el borde de la bañera. Pero, de repente, se sentía demasiado agotada, incapaz de moverse. Aunque hacía solo diez días que conocía a Liam, ya formaba parte importante de su vida. Si hubiese estado sola en la calle… Si no la hubiese avisado… Si no estuviera en esos momentos con ella en el apartamento para hacerla sentirse segura…

– Mi caballero de brillante armadura -murmuró mientras se giraba a abrir el grifo.

Mientras la bañera se iba llenando, Ellie se quitó los zapatos húmedos, las medias caladas. Luego se sacó el jersey por encima de la cabeza. El agua sucia no había llegado a la camisola de algodón que llevaba debajo, pero la humedad se le había metido hasta los huesos. Ellie se frotó los brazos y miró hacia la bañera.

– Ten.

Ellie levantó la cabeza y vio a Liam, que la estaba mirando desde la puerta del baño con la taza de té preparada.

– Gracias.

– No me gusta mucho el té, así que solo he calentado el agua y le he metido la bolsa. Espero que esté bien.

Ellie dio un sorbo, enseguida empezó a entrar en calor.

– Está perfecto -Ellie respiró profundamente antes de mirarlo a la cara-. ¿Te puedo hacer una pregunta?

– Claro.

– ¿Crees que ese coche quería atropellarme? Una expresión de preocupación ensombreció la cara de Liam antes de ocultarla tras una sonrisa cálida.

– ¿Por qué iba nadie a querer atropellarte?

– No… no lo sé. Es que… -Ellie dio por terminada la frase con un gesto de la mano. Luego colocó la taza junto a la bañera. Se puso de pie y colgó una toalla en el toallero.

Liam se situó tras ella y puso las manos sobre sus hombros. Ellie echó la cabeza hacia atrás, suspiró mientras él le hacía un masaje suave en el cuello. Le gustaba sentir sus manos firmes y seguras. Emitió un pequeño gemido mientras los dedos de Liam pasaban por sus hombros y la espalda. Pero cuando apartó el tirante de la camisola y pegó los labios al hombro, se quedó helada, sin respiración.

Luego, como si hubiesen desaparecido todos sus miedos, se giró hacia él. Lo miró a los ojos, bajó a la boca y recordó cada beso que habían compartido. Quería repetir, quería que algo dulce ocupara sus pensamientos.

Ellie se puso de puntillas y rozó sus labios. Pero no le bastaba con un beso corto, quería más. Con cierta inseguridad, entrelazó las manos tras la nuca de Liam, lo atrajo hacia ella hasta que sus lenguas se anudaron.

Liam la apretó al pecho, exploró su boca, saboreándola y retirándose, provocándola, demorándose sobre sus labios. Ellie sabía que debían parar. Apenas se conocían. Aunque después de los últimos días, había aprendido a confiar en Liam. ¿Cómo iba a hacerle daño un hombre que le había salvado la vida no una vez, sino dos?

Liam metió las manos bajo la camisola al tiempo que hacía el beso más intenso. Ellie había querido besarlo para borrar cualquier preocupación de su cabeza, pero también la estaba dejando sin sentido común. Se había jurado mantenerse lejos de los hombres durante al menos un año. Solo llevaba sesenta y siete días y unas seis horas y, después de un par de besos extraordinarios, ya estaba dispuesta a tirarlo todo por la horda.

Liam Quinn no era Ronald Pettibone. Ni Brian Keller, el analista de Bolsa con el que había estado antes. Ni Steve Wilson, el gestor financiero. Ni ninguno de los hombres a los que había creído amar. Liam era… distinto. Era un hombre en el que podía confiar.

– Una vez leí que las personas que tienen experiencias cercanas a la muerte se vuelven más apasionadas a veces. ¿Crees que tiene que ver con lo que está pasando aquí?

– No lo sé. ¿Te parece mal?

– Creo que no -Ellie negó con la cabeza-. Solo es un comentario del autor.

– Quizá deberíamos parar.

– Quizá no -contestó ella después de subirse unos centímetros la camisola. Luego lo miró a los ojos, a la espera de alguna pista, algo que le indicara que él la deseaba tanto como ella a él. Liam deslizó una mano por su costado, se apoderó del pecho izquierdo, le frotó el pezón con el pulgar hasta que se irguió contra el suave tejido de la camisola.

– Eres tan bonita… He pensado en este momento desde la primera vez que te vi… Estabas bailando -Liam frenó a tiempo de rectificar-. El camisón te bailaba. ¿Sabes? Cuando encendiste la luz, se te transparentaba.

– ¿Me estabas mirando?

– No pude evitarlo.

Ellie se subió la camisola un poco más, justo hasta debajo de los pechos.

– Menos mal que te até -bromeó-. No sabía lo peligroso que eras.

– ¿Te gusta el peligro? -contestó Liam mientras terminaba de sacarle la camisola por encima de la cabeza, para tirarla al suelo a continuación.

Cuando volvió a tocarle el pezón, el contacto fue como una descarga eléctrica que recorrió todo su cuerpo.

– Mucho -murmuró Ellie-. Me encanta el peligro.

Liam emitió un gruñido gutural, la agarró, la levantó hasta sentarla sobre el borde del lavabo. Cubrió su boca con un beso abrumador y Ellie no tuvo más remedio que responder. Liam parecía saber exactamente lo que quería. Sus labios parecían moverse allá donde necesitaba que la acariciaran.

Aunque era indudable que lo deseaba, se trataba de una necesidad irracional. Con los demás hombres, medía con cuidado las semanas, meses incluso, que precedían a aquel momento, como si estuviera siguiendo un programa establecido. Pero con Liam no le importaba descuidarse. ¿Qué más daba si hacía solo diez días que lo conocía?, ¿y qué si había seducido a decenas de mujeres bellas antes? Le daba igual.

Lo único que contaba en esos momentos era que lo deseaba. Ellie alcanzó los botones de su camisa, luchó con ellos hasta conseguir desabrocharlos. Luego apartó el tejido de algodón, puso las palmas planas sobre su torso, perdida en la belleza masculina de su cuerpo.

Tenía pecho ancho, de músculos definidos, una línea de vello bajaba entre los pectorales hasta más allá de la cinturilla de los vaqueros. Ellie recorrió la línea como si fuese el mapa hacia el siguiente punto de la seducción. Cuando llegó al botón de los vaqueros, Liam le retiró la mano.

Bajó la cremallera de los vaqueros de Ellie hasta que estos se aflojaron. Luego la levantó para bajárselos, llevándose en el movimiento las braguitas. Cuando la sentó sobre el lavabo de nuevo, no le importó estar totalmente desnuda y que él estuviese vestido. De alguna manera, añadía picante a la situación. Pero no podía imaginar lo picante que llegaría a ser.

Esperaba que Liam empezara a despojarse de su ropa, pero se dedicó a explorar su cuerpo con los labios y la lengua, muy despacio. Apoyada sobre el canto del lavabo, tenía la sensación de que podría resbalar en cualquier momento y caerse al suelo. Pero las manos de Liam la sujetaban con firmeza.

Este deslizó la lengua de un pezón al ombligo. Luego se paró a separarle las piernas con suavidad. Cuando la boca llegó al siguiente punto de destino, Ellie se quedó sin respiración. El placer era tan intenso que estaba segura de que, si se movía, se derretiría. No sentía el peso de las extremidades y era incapaz de dar forma a un solo pensamiento coherente. Solo podía experimentar el placer que le estaba proporcionando.

Ellie pasó los dedos sobre su pecho, arqueándose hacia él cada vez que Liam la saboreaba. Quería parar, temerosa de mostrarse tan vulnerable. Pero necesitaba dar salida a la presión que crecía en su interior. Segundo a segundo, Liam fue acercándola al abismo, poniendo a prueba sus límites con la lengua. Hasta que, como si algo dentro de ella explotase, gritó.

Una sacudida espasmódica estremeció su cuerpo entero y tuvo que agarrarse al lavabo, convencida de que si se caía en ese momento, quedaría desintegrada por aquel orgasmo tan increíble. Pero Liam la bajó con cuidado al suelo.

– ¿Estás mejor? -murmuró, apretando los labios contra la curva de su cuello-. La bañera está casi llena -añadió entonces.

Pero ya no quería bañarse. En ese instante, lo que quería era arrastrar a Liam Quinn a la cama y terminar lo que habían empezado. Hacerle al amor hasta enloquecerlo el resto de la tarde. Pero no estaba segura de cómo pedirle lo que quería, de modo que se limitó a asentir con la cabeza.

– Me vendrá bien relajarme un poco, sí.


Las paredes del cuarto de baño brillaban a la luz de las velas. Ellie emitió un suspiro delicado mientras se sumergía en el agua humeante hasta la barbilla. Liam la miraba desde la puerta con una copa de vino en la mano.

Estaba tan guapa, tan relajada, que estuvo tentado de sacarla de la bañera y llevarla al cuarto para hacerle el amor. Pero se frenó por una razón: aunque no había nada que quisiera tanto como dar placer a Ellie, sabía que si él también se abandonaba a esos placeres, estaría asumiendo un riesgo que podría costarle muy caro.

Una y otra vez, tenía que recordarse que seguía trabajando para Sean. Tenía que llevar a cabo un encargo y, por intensos que fuesen sus sentimientos hacia Ellie, cabía la posibilidad de que esta hubiese cometido un delito.

Pero, ¿de veras era eso lo que le daba miedo? En el fondo, estaba seguro de que no era capaz de haber robado ese dinero. Pero sí de algo mucho más peligroso. Podía robarle el corazón, conseguir que se enamorara de pies a cabeza de ella. Y eso era lo último que quería.

Por fin, se acercó a la bañera y se puso en cuclillas.

– Toma.

Ellie abrió los ojos y se giró a mirarlo. Sonrió mientras aceptaba la copa de vino.

– Supongo que el té se me ha quedado frío.

– El vino te relajará -dijo Liam asintiendo con la cabeza.

– No creo que necesite relajarme más -dijo Ellie. Se incorporó y el agua le llegó hasta los pechos, lamiéndolos y retirándose de los pezones con la agitación del movimiento. Dejó la copa en el suelo y pasó una mano sobre el pelo de Liam-. Estoy bien.

– ¿Seguro?

– Solo ha sido… un accidente -Ellie asintió con la cabeza-. El conductor no me vio. Yo no lo vi. Ha sido una tontería. Tengo que prestar más atención. Y a partir de ahora pienso hacerlo.

– Perfecto -dijo Liam justo antes de inclinarse para darle un beso sobre los labios, húmedos-. No puedo estar viniendo a rescatarte siempre.

Pero Liam sabía que no descansaría hasta averiguar quién era el conductor del coche. A pesar de lo rápidamente que se había ido, le había dado tiempo a fotografiar la matrícula. Si existía alguna relación entre el conductor y Ronald Pettibone, lo descubriría… y se lo haría pagar.

– ¿Quieres que te lave el pelo? -le ofreció él y Ellie aceptó.

Liam introdujo las manos en cuenco dentro del agua, las llenó y la vertió con cuidado sobre la cabeza de Ellie. Esta le acercó un bote de champú. Después de empaparle el pelo, Liam se echó un chorrito en las manos y empezó a masajeárselo.

Nunca había compartido un momento así con una mujer. El hecho de atenderla en el baño tenía cierta intimidad indiscutible. De alguna manera, le parecía más íntimo incluso que lo que habían compartido antes. Eso había sido cuestión de deseo y necesidad, pero aquello tenía que ver con el cariño y un placer más sereno.

El teléfono sonó y Ellie abrió los ojos.

– ¿Quieres que responda? -preguntó él.

– No, deja que salte el contestador.

– De acuerdo -Liam movió los dedos por la nuca de Ellie y frotó con delicadeza. Al cabo de cuatro pitidos, el mensaje de presentación del contestador automático resonó en todo el apartamento. Luego sonó el bip y una voz masculina sustituyó a la de Ellie.

– Eleanor, soy Ronald. Oye, te llamo para pedirte disculpas por lo del otro día. Es que me sorprendió verte. No esperaba sentir… bueno, lo que quiero decir es que necesito volver a verte. Pronto. Tenemos que hablar. Tengo un par de contactos en algunos bancos de la ciudad y… bueno, ya lo hablaremos cuando nos veamos. Estoy en el hotel Bostonian, habitación 215. Llámame -dijo y se oyó otro bip al terminar el mensaje.

Los dedos de Liam bajaron despacio hacia los hombros. ¿Ronald Pettibone? Maldita fuera, ¿cuándo había visto a Ronald Pettibone? Había estado con ella casi todo el tiempo en los últimos diez días. Y cuando no había estado a su lado, Sean o él la habían estado vigilando.

– En realidad no creo que me llame por el trabajo -comentó Ellie y soltó una risilla-. Qué embarazoso que me llame un hombre cuando estoy en la bañera con otro.

Durante un rato, casi había olvidado lo que lo había unido a Ellie. Y, de pronto, sentado en su cuarto de baño, con ella desnuda en el agua, se dio cuenta del error colosal que había cometido. Sean se lo había avisado y él se había negado a hacerle caso, convencido de que lo tenía todo bajo control. Pero debería haber sabido que se había metido en un lío nada más ver a Ellie. Y si no entonces, el primer beso debería haber valido como pista. Nunca debería haber dejado que las cosas llegaran tan lejos.

– ¿Quién es Ronald? -preguntó tras aclararse la voz, tratando de sonar indiferente. Ya sabía la respuesta, pero era lógico mostrar interés al respecto dadas las circunstancias.

– Te hablé de él, no sé si te acuerdas. Trabajaba conmigo en Nueva York -explicó Ellie-. Éramos… algo más que compañeros.

– ¿Quieres decir que salíais juntos?

– Sí. Pero no lo sabía nadie. Lo llevábamos en secreto. Ronald tenía miedo de que se enteraran en el banco y perjudicara nuestras carreras. Luego me dejó tirada. Supongo que nunca le importé en realidad.

– ¿Y ahora está aquí?

– Sí. De hecho, lo viste el otro día fuera de la cafetería. Estábamos hablando cuando saliste, ¿te acuerdas?

Liam dejó escapar el aire de los pulmones muy despacio. Dios, ¿cómo podía haber sido tan tonto? Ellie no se parecía nada a la foto que le había dado su hermano, ¿por qué había supuesto que Ronald Pettibone lo haría? Quizá fuera parte del plan, pensó Liam. Vida nueva, aspecto nuevo. Pero Ellie parecía sincera: estaba buscando un trabajo nuevo, haciendo nuevos amigos, sin intentar ocultar su identidad en absoluto. No era el comportamiento de una persona que hubiera infringido la ley.

¿Podría decirse lo mismo de Ronald Pettibone? Liam estaba seguro de que su cambio de imagen en Boston no era casual. Había ido allí por una razón y, una de dos, o era el dinero que habían robado o era la propia Ellie. Y ninguna de las dos posibilidades le agradaba.

– Quizá deberías devolverle la llamada -sugirió Liam.

– ¿Ahora?

– Ahora mismo no. Pero después de bañarte.

– Lo nuestro ha terminado -dijo Ellie mientras trazaba un círculo en el agua con la mano-. No quiero que pienses que…

– No -interrumpió Liam, al que ya le desagradaba el mero nombre de Ronald. Así se llamaba el gusano más chismoso del colegio. Y el empollón que siempre sacaba las mejores notas en el instituto.

Liam empezó a aclarar el pelo de Ellie. Durante un rato prolongado, permanecieron en silencio. No sabía qué decir. Sabía que Ellie había conocido a otros hombres, seguramente menos que las mujeres que había conocido él. Pero Ronald Pettibone era algo más que un simple ex novio. Si habían cometido un delito juntos, compartían algo más profundo que una cierta atracción física.

Maldijo para sus adentros, se puso de pie y agarró una toalla.

– El agua se está enfriando.

Ellie lo miró durante unos cuantos segundos, como si estuviera intentando adivinar sus pensamientos. Luego se incorporó despacio, dejando que el agua resbalara por su cuerpo desnudo. Liam la cubrió de inmediato para no sucumbir a mayores tentaciones. Estaba deseando tumbarla y hacerle el amor en el mismo cuarto de baño.

– No estás enfadado por que haya llamado, ¿verdad?

– ¿Por qué lo dices?

– Pareces un poco… alterado.

– Puede que lo esté… un poco -reconoció Liam-. Pero no tienes por qué dejar de verlo. Quizá te pueda ayudar a encontrar trabajo.

– Es verdad -Ellie sonrió-. Creo que tiene un par de contactos en Boston.

– ¿Por qué no terminas de secarte mientras voy por algo de comer? -preguntó Liam-. Bajo por unos sandwiches y nos los tomamos aquí tranquilamente.

– El sol está poniéndose -dijo Ellie-. Podíamos cenar fuera y dar una vuelta. Ya me siento totalmente bien. Y me apetece pasear.

En realidad, Liam estaba ansioso por salir del apartamento para poner al corriente a Sean de las novedades. Ronald Pettibone estaba en la ciudad y sabía cómo encontrarlo. Si las cosas iban bien, Liam tendría las respuestas a todas sus preguntas muy pronto. Y luego podría saber en qué situación se hallaba su relación con Ellie Thorpe.

Загрузка...