Capítulo 5

La fiesta del bautizo estaba en plena efervescencia cuando Sean llegó. Liam lo vio entrar en el apartamento de Conor y Olivia. A decir verdad, no esperaba que se personara, sabiendo Sean como sabía que Fiona estaría presente. Al salir de casa, había dejado a su hermano tirado en el sofá, viendo un partido de baloncesto.

La relación entre la madre, tantos años desaparecida, y su hijo se había ido tensando desde que había regresado a sus vidas, y Sean la evitaba siempre que podía. A Liam le hubiera dado igual que Sean no fuese. Quizá hasta habría preferido que su hermano le dejara olvidarse un rato del caso que investigaban.

Liam miró a Ellie. Estaba junto a una tarta con forma de cochecito para bebés, charlando con la prometida de Brendan, Amy. Se había preguntado qué tal encajaría en la familia Quinn, teniendo en cuenta lo abrumadora que esta podía resultar en ocasiones. Y había estado a punto de no pedirle que lo acompañara. Pero al final había decidido que sería más sencillo echarle un ojo si estaba cerca.

Llevar a una mujer a una fiesta de familia había provocado más de un gesto de curiosidad, pero nadie había hecho el menor comentario en voz alta. Keely, la hermana de Liam, había sido la primera en presentarse a Ellie, invitando a continuación a su marido Rafe a que se uniera a la conversación. Hacía un año que se habían casado y aunque Rafe y los Quinn tenían algunos asuntos pendientes del pasado, todos podían ver que hacía a Keely muy feliz. Al igual que Olivia, Meggie y Amy, Rafe se había convertido en parte del creciente clan de los Quinn.

Olivia y Conor iban de unos invitados a otros, dando a conocer a su bebé, Conor con una sonrisa de oreja a oreja y Olivia más guapa que nunca. Llegaron a Amy y Ellie y, un segundo después, esta estaba con el bebé en brazos. Liam notó que se le hacía un nudo en la garganta al ver la dulzura con que sonrió a Riley, para besar a continuación el pelito del bebé,

Por más tiempo que pasara, seguía asombrado por las circunstancias que lo habían unido a Ellie. Si la hubiera visto tomando una copa en el pub o andando por cualquier acera, probablemente no habría reparado en ella. Pero algo le había pasado cuando Ellie lo había golpeado con la lámpara en la cabeza, algo que le había aflojado el cerebro y lo había dejado, desde aquella primera noche, embelesado.

– ¿Has visto? -susurró Brendan tras situarse junto a Liam-. Sean ha decidido hacer acto de presencia. Conor me había dicho que no vendría.

Sean frenó en seco cuando vio que Fiona se acercaba. Giró con destreza y se desvió hacia la mesa. Pero se paró de nuevo, esa vez por otra persona a la que no esperaba encontrarse: Ellie Thorpe. Liam se temió lo peor.

– Deberías presentarle a tu nueva novia -le sugirió Brendan.

– No es mi novia. Además…

– ¿Se puede saber qué hace aquí? -murmuró Sean tras llegar junto a Liam.

– Te noto con ganas de comer un poco más, Bren -dijo Liam, para desembarazarse de su hermano-. Voy por unos sandwiches -añadió y enfiló hacia la cocina. Pero no pudo impedir que Sean lo siguiera y lo acorralara contra la nevera.

– Contéstame -le ordenó.

– Come un poco y relájate -dijo Liam tras sacar dos sandwiches y ofrecerle uno a Sean. Este lo devolvió al plato-. Te advierto que está muy rico. Deberías probarlo.

– Te dije que estuvieras cerca de ella. Pero no tanto -Sean lo miró a los ojos-. ¿Te estás acostando con ella?

– Ahora mismo no. Estoy hablando contigo y

– Encantada de conocerte -dijo Ellie.

– Igualmente.

Lo miraron regresar al apartamento. Después, Liam se giró hacia Ellie.

– No te lo tomes a mal. Es un poco tímido.

– ¿Me estás diciendo que no todos los Quinn son tan seductores como tú?

– Sean tiene su estilo con las mujeres. No les hace caso y ellas no resisten el desafío -Liam pasó un brazo sobre los hombros de Ellie-. ¿Te parece si nos vamos? Creo que ya he hecho fotos de sobra para llenar varios álbumes. Nadie dirá que no afronto mis obligaciones familiares.

– Por mí no hay prisa. La comida tiene buena pinta. Y Olivia me iba a enseñar los regalos que le han hecho al bebé -Ellie levantó su copa de champán-. Y quiero un poco más.

– Ahora te traigo otra copa -dijo Liam, inclinándose para darle un besito rápido en los labios. Le entraron ganas de prolongarlo, pero sabía que ya había despertado suficiente curiosidad sin necesidad de añadir más leña al fuego. Dejó a Ellie con Olivia en la cocina y fue al salón por el champán, donde encontró a Sean mirando la tarta con cara de perplejidad.

– ¿Qué es esto? -preguntó.

– Una tarta.

– Eso ya lo sé.

– Un cochecito para bebés.

– Creía que era una almeja con ruedas.

– Cuidado, no te oiga Olivia. Conor dice que se ha pasado dos días preparándola -Liam miró a su hermano mientras se pensaba lo que le iba a decir a continuación. Había sopesado las opciones una y otra vez en los últimos días, tratando de decidir cómo manejar la situación-. Tengo que decirte una cosa más: Ronald Pettibone está en la ciudad. Lleva en Boston una semana más o menos. Era el que estaba fuera de la cafetería. Con el que te dije que la encontré discutiendo.

– ¿Cómo lo sabes? -preguntó Sean, notablemente interesado.

– Me lo ha dicho ella. No lo reconocí por la foto. Ahora no lleva gafas y se ha cambiado el peinado. Y está moreno. Se aloja en el hotel Bostonian, habitación 215. No es mal sitio para un tipo sin trabajo, ¿no te parece?

– ¿Cómo te has enterado de todo esto?

– Le dejó un mensaje en el contestador cuando estaba en su apartamento.

– ¿Con ella?

– Pues claro que con ella -dijo Liam-. Estábamos… juntos.

– ¿Cómo reaccionó? -preguntó Sean tras lanzarle una mirada sospechosa.

– No te sabría decir. Me estaba dando la espalda. Pero la animé a que le devolviera la llamada y dijo que lo haría. Creo que deberías echarle un ojo al tipo ese. Y averiguar si alquiló un sedán negro hace un par de días.

– ¿Crees que la intentó atropellar él? Entonces es que está implicada. ¿Por qué iba a querer matarla si no? A no ser que no quiera dividir el botín.

– Antes eran novios. Quizá sea un maniaco. Tú vigílalo -contestó Liam. Luego se paró, se preguntó cuál debía ser su siguiente movimiento. Echó una mano al bolsillo y sacó un juego de llaves-. Toma

– ¿Qué es esto?

– Las llaves del apartamento de Ellie. Le he instalado un sistema de seguridad por si Pettibone intenta hacerle otra visita. El código es 3554. Asegúrate de introducirlo bien o te saltará la alarma.

– De acuerdo. Tres, cinco, cinco, cuatro -repitió Sean.

– El martes tengo que hacer unas fotografías en el partido de presentación de los Red Sox. Iré con Ellie. Estará a salvo en la cancha, delante de miles de personas.

– Perfecto. Con eso tendré tiempo de sobra.

– No le pongas la casa patas arriba. No quiero que se lleve otro disgusto -dijo Liam y Sean asintió con la cabeza-. Bueno, voy a hablar un rato con mamá. ¿Por qué no vienes conmigo?

– No, hoy no.

– ¿Por qué no? Es un día tan bueno como cualquier otro. Sean, no puedes guardarle rencor el resto de tu vida. Papá la ha perdonado. Y Keely… los dos tenían muchos más motivos que nosotros para seguir enfadados.

– Nos abandonó. Tú eras un bebé y yo solo tenía tres años. Dice que tuvo que marcharse y lo hizo. Pero, ¿por qué no volvió?

– ¿Por qué no se lo preguntas?

– Porque no quiero oír la respuesta.

– Haz lo que quieras -Liam se encogió de hombros. Luego agarró una botella de champán y decidió volver en busca de Ellie. Necesitaba oír su voz, recordar lo que habían compartido en su cuarto de baño y lo bien que se sentía cuando la tocaba. No quería preocuparse de si deseaba a una delincuente ni de si su ex novio quería hacerle daño.

La vio en la entrada del salón y le hizo una seña para que se marcharan. Ellie le lanzó una sonrisa tímida, luego frunció el ceño. Pero Liam no estaba dispuesto a rendirse. Salió del apartamento, se apoyó en la pared del pasillo a esperarla. Segundos después, Ellie asomó la cabeza. Liam la rodeó, tiró de ella hacia el portal y cerró la puerta.

– Venga -dijo mientras se giraba hacia las escaleras. Bajaron dos tramos hasta llegar a la calle. Liam se quitó el abrigo y se lo puso a Ellie por encima de los hombros. Tras sentarse en el escalón de acceso al portal, descorchó la botella de champán-. No he traído copas. Tendremos que beber de la botella -añadió antes de darle un sorbo.

Luego se la entregó a Ellie. Arrugó la nariz al tragar, luego tosió ligeramente. Liam aprovechó la oportunidad para estrecharla entre los brazos.

– No debería haberte traído -dijo, apretando la boca contra su cuello.

– ¿Por qué?

– Porque prefiero besarte siempre que me apetezca.

– Pues más vale que te des prisa -lo provocó Ellie-. Si estamos mucho tiempo aquí fuera, nos echarán de menos.

Liam se echó hacia atrás unos centímetros para poder mirar su bonita cara. Había veces en que tenía la sensación de que podía ver todos los rincones de su alma. Y otras se preguntaba si no estaría engañándose. Pero cuando se apoderó de su boca, saboreando en sus labios el champán, las dudas se disiparon. De momento, Ellie solo era la mujer por la que le corría la sangre por el cuerpo y el corazón le palpitaba contra el pecho.

De momento, bastaba con eso.


– Ya te puedes considerar una bostoniana – dijo Liam mientras le ajustaba la gorra de los Boston Red Sox-. Lástima que hayamos perdido el partido.

– Nunca he sido muy aficionada al béisbol – comentó ella mientras esperaban a que el semáforo se pusiera verde-. No soy de ningún equipo.

– A mí me encanta -dijo Liam mientras se desviaba hacia la avenida Charlestown-. Desde pequeño. Siempre me ha encantado.

– ¿Veías muchos partidos en directo? -preguntó Ellie.

– No. No teníamos dinero para las entradas. Pero Conor tenía unos amigos que vendían palomitas en el aparcamiento y, si el estadio no se llenaba, nos dejaban pasar cuando ya estaba empezado. Nunca vimos un partido entero, pero luego nos quedábamos para que los jugadores firmaran nuestros cromos.

– Suena divertido.

– Lo era. No éramos ricos, pero divertirnos nos divertíamos -Liam soltó una risilla-. La primera vez que fui a un campo de béisbol creí que era Irlanda.

– ¿Qué?

– Mis hermanos y mi padre siempre hablaban de lo verde que era Irlanda. Nacieron todos allí. Y el campo de Fenway era la cosa más verde que había visto en mi vida, así que pensé que era Irlanda. No se me daba muy bien la geografía.

– Yo, de pequeña, creía que los profesores vivían en el colegio. Que dormían todos juntos en alguna habitación y hablaban de libros día y noche. Pensaba que por eso no me los encontraba por la ciudad. Porque no les dejaban salir.

Liam torció hacia la calle de Ellie y buscó con la mirada un lugar donde aparcar. Encontró sitio justo enfrente y, cuando paró el motor, esperó a que lo invitase a subir. Desde el encuentro en el cuarto de baño, los dos estaban un poco indecisos. Liam no se arrepentía de lo que habían hecho, pero debía reconocer que ese acto había cambiado sus sentimientos hacia ella.

Con otras mujeres, no habría sido más que el principio de una aventura tan apasionada como breve. Pero con Ellie le daba miedo repetir, miedo a contar con un número limitado de noches antes de que todo acabara. Razón por la que quizá fuese mejor racionarlas.

Liam no había pensado en el futuro. Mientras no descubriera quién había robado el dinero del banco, no podría estar seguro de que no había sido ella. Razón por la que no sería inteligente dejarse enredar en esos momentos.

– ¿Quieres subir?

Pensó en rechazar el ofrecimiento, pero le habría costado negarse sin que Ellie se preguntara por qué.

– Claro. Pero solo un rato. Tengo que pasarme por el Globo antes de la siete a ver cómo han salido las fotos.

– Haré un chocolate para calentarnos.

Caminaron hasta el portal, subieron las escaleras. Al llegar al tercero, Ellie frenó en seco. La puerta del apartamento estaba entornada. Hizo ademán de empujarla, pero Liam se le adelantó, entró primero.

– ¿Qué ha pasado? -preguntó ella. Era evidente que habían registrado la casa entera. Liam extendió un brazo a modo de barrera.

– Espera -le dijo-. Quédate ahí. Entró despacio en el vestíbulo, examinó cada habitación, encendiendo las luces a medida que pasaba de una a otra. Todas estaban en el mismo estado caótico. Cuando se hubo asegurado de que estaban solos, miró a su alrededor. No sabía qué buscar. Sean era detective; Conor, policía. Pero él no tenía experiencia en situaciones de ese tipo.

Cuando volvió al salón, encontró a Ellie desplomada sobre el sofá, todavía aturdida.

– ¿Falta algo? -le preguntó.

– ¿Cómo voy a saberlo? -dijo ella, descorazonada.

– Bueno, vamos a ir ordenando todo. Quizá descubras si echas algo en falta -Liam suspiró-. Aunque no deberíamos tocar nada hasta que la policía eche un vistazo.

– No, no quiero recoger. No quiero esperar a la policía. No quiero quedarme aquí -contestó Ellie poniéndose de pie-. Es la segunda vez que entran en el apartamento y ya no me siento segura. Tenemos que marcharnos.

– No entiendo cómo han podido entrar sin que se dispare la alarma.

Ellie se mordió el labio inferior tras lanzar una mirada furtiva hacia el panel de seguridad que Liam le había instalado.

– ¿No la activaste?

– Iba con prisa, me estabas esperando… No quería llegar tarde al partido.

– En fin -Liam cerró los ojos y exhaló un suspiro prolongado-. Al menos no estabas aquí.

– Ni pienso estarlo esta noche. Me iré a un hotel, con cerrojos enormes y guardias de seguridad en recepción.

– No -dijo él-. Ven conmigo a casa. Allí estarás segura.

Ellie parpadeó, visiblemente sorprendida por el ofrecimiento.

– No… no puedo aceptarlo.

Liam volvió a mirar el aspecto del apartamento. Una idea lo atormentaba: Sean tenía una copia de las llaves. ¿Habría sido él quien había dejado así la casa? No podía creer que su hermano fuese capaz de algo así… a no ser que hubiese querido asustarla adrede.

– Claro que puedes -dijo Liam justo antes de estrecharla contra el pecho y darle un beso en la frente.

– Quizá mi destino no esté en Boston -murmuró ella mientras se dejaba acariciar la espalda-. Quizá debería irme a otra ciudad. El otro día estaba leyendo un libro que…

Sin darle tiempo a acabar la frase, Liam posó la boca sobre sus labios, ahogando las palabras antes de que llegara a articularlas. Fue un beso suave, reconfortante. Ellie abrió la boca para darle la bienvenida; pasó las manos por las mejillas de Liam mientras la besaba.

– Ya hablaremos de libros luego -dijo este cuando se separó-. Anda, ¿por qué no recoges lo que necesites y te vienes a mi apartamento? Mañana organizamos este desastre.

– Gracias -Ellie asintió con la cabeza.

– ¿Por?

– Por estar aquí. Por cuidar de mí. Liam esperó mientras Ellie llenaba una mochila. De pronto reparó en el teléfono. Estaba tirado en el suelo, debajo de un cojín del sofá. Aunque estuvo tentado de llamar a Sean, decidió dejarlo para más adelante y devolvió el auricular a la base.

– Han registrado el armario -comentó Ellie cuando volvió al salón un par de minutos después-. Pero no han tocado el joyero. No… no puede ser él -añadió sacudiendo la cabeza.

– ¿Quién?

– Nadie. Me estoy volviendo paranoica.

– ¿Quién? -insistió Liam al tiempo que le agarraba la mochila. Luego activó la alarma, cerró la puerta y echó el cerrojo.

– Ronald -contestó cuando terminaron de bajar las escaleras.

No supo cómo reaccionar. O realmente estaba desconcertada con lo que había pasado o era muy habilidosa inculpando a su cómplice.

– ¿Ronald Pettibone?

– No… no estoy segura.

– ¿Por qué iba a ser él?

– Rompió conmigo. Y estaba claro que no quería que siguiéramos como amigos. Por eso dejé el banco. Y luego, de pronto, aparece en Boston. Dice que tiene algunos amigos, pero un mes antes de romper pasamos un fin de semana aquí y no mencionó nada de amigos. ¿Crees que me está acosando?

– No lo sé. Pero pienso descubrirlo -aseguró Liam.

Miró en ambas direcciones antes de cruzar la calle y se fijó en un sedán negro aparcado unos metros más abajo. ¿Estaría él paranoico?

Mientras conducían por la ciudad, mantuvo la mirada en el retrovisor. De tanto en tanto, hacía algún giro para asegurarse de que no los seguían.

Cuando se convenció de que el sedán negro no iba tras ellos, se encaminó hacia la casa que compartía con Sean.

Habría preferido no coincidir con él al llegar, pero nada más entrar se lo encontró con Brian, los dos sentados en el sofá, comiendo pizza y viendo la televisión. Ambos se sorprendieron al ver a Ellie de nuevo, aunque por razones distintas.

– Hola, Ellie -lo saludó Brian mientras se ponía de pie y se sacudía las migas del jersey-. ¿Qué tal el partido?

– Genial -contestó sonriente-. Aunque perdieron los Red Sox.

– Si sigues así, vas a tener que empezar a pagar parte del alquiler -dijo Liam, celoso de su hermano Brian, que había sujetado la mano de Ellie un poco más de lo necesario.

– Te lo recordaré la próxima vez que vengas a hacer la colada gratis.

– ¿Qué hacéis aquí? -preguntó Sean tras ponerse de pie.

– Han entrado en el apartamento de Ellie – dijo Liam.

– Otra vez -añadió ella.

– ¿Otra vez? -preguntó Brian-. No pensaba que en Charlestown hubiese tantos robos.

– Creo que me están acosando -contestó Ellie-. Eso o tengo muy mala suerte.

– Se va a quedar aquí hasta que averigüemos qué pasa -Liam le agarró un brazo y la condujo hacia su habitación-. Instálate. Luego salimos a cenar… ¿Has puesto tú la casa patas arriba? -le preguntó a Sean susurrando después de dejar a Ellie en el dormitorio.

– No, lo registré, pero lo puse todo en su lugar antes de marcharme. Tiene que haber entrado alguien después que yo. No debe de haberle costado mucho: no pude activar la alarma porque Ellie no la había puesto. Se habría dado cuenta.

– Un momento -interrumpió Brian-, ¿Sean se ha colado en su apartamento?

– No exactamente. Tenía una llave -dijo Sean-. El que se ha colado es el ladrón.

– ¿Cómo tenías la llave?

– Me la dio Liam.

– Me estoy perdiendo algo, ¿verdad? -Brian frunció el ceño.

– Es un caso en el que estamos trabajando – dijo Liam.

– Ellie ha robado en el banco en el que trabajaba -comentó Sean.

– No fue ella -replicó Liam.

– Quizá sí -repuso Sean.

– Creo que no quiero estar en medio de esto -Brian se puso de pie y agarró su abrigo-. Me bajo al pub a tomarme una pinta, a ver si me despeja un poco la cabeza.

– Voy contigo -dijo Sean.

– De eso nada -se opuso Liam-. Ahora mismo te pones a averiguar qué pasa con Ronald Pettibone. ¿Has localizado la matrícula que te di? Estoy seguro de que fue él quien intentó atropellarla.

– ¿Alguien ha intentado atropellar a Ellie? – preguntó Brian-. Paso de cerveza. Esto parece una buena historia.

– Tú y tus historias -Sean agarró a su hermano gemelo por un brazo-. Anda, te dejo conducir. A ver si encontramos a este Pettibone.

– Y no vuelvas esta noche -dijo Liam-. Quédate en casa de Brian.

Cuando se hubieron marchado, se dejó caer sobre el sofá, tomó un triangulito de pizza y empezó a mordisquearlo con aire distraído. ¿Cómo iba a mantener a salvo a Ellie si Sean no hacía sus deberes? Era su caso y, en vez de haciendo su trabajo, se lo encontraba en el salón comiendo pizza.

Echó la cabeza hacia atrás. Había momentos en los que maldecía el día en que había aceptado ayudarlo con aquel caso, así como el impulso de ir al apartamento de Ellie a su rescate.

– La suerte está echada -murmuró. La maldición de los Quinn lo había atrapado. Más valía que empezaran a pensar en la lista de invitados, porque la boda no podía quedar muy lejos.


Ellie se miró en el espejo del baño y se obligó a sonreír. Sentía un nudo en el estómago y se preguntaba si no sería mejor quedarse dentro del baño toda la noche. Pero el momento de más intimidad con Liam había tenido lugar justo en el cuarto de baño de su casa. Quizá fuese mejor encerrarse en el armario de la entrada.

Se alisó la camiseta que Liam le había dejado para dormir. Era tan tonta que había recogido todo lo que necesitaba… salvo un camisón. Y lo último que quería era que Liam pensase que lo había hecho adrede, con la esperanza de que no pudiese resistir la tentación de compartir la cama estando ella desnuda.

Sexo. Eso era todo. Si se presentaba la oportunidad, ¿cómo iba a negarse? Liam era demasiado atractivo. Pero su historial con los hombres había minado su confianza. ¿En qué se había equivocado?, ¿había sido demasiado agresiva o no lo bastante? ¿Se quedaban insatisfechos? Ellie se apretó la camiseta contra los pechos. Quizá fuese su cuerpo.

Solo tendría una oportunidad con Liam y no quería desperdiciarla. Era la clase de hombre que conseguiría sacar su lado más apasionado. La hacía sentirse atractiva, desinhibida y hasta un poco descarada. Miró el lavabo y el corazón le dio un vuelco al recordar la escena de su cuarto de baño.

Aquel primer encuentro había sido… abrumador. Ellie respiró profundamente, se atusó el pelo y empujó por fin la puerta. Cuando salió, vio que Liam estaba extendiendo una sábana sobre el sofá.

Esbozó una sonrisa forzada. No habían acordado cómo dormirían, pero era evidente que no compartirían cama. Trató de ocultar su decepción.

– No te molestes. Ya la extiendo yo.

– No, quédate tú la cama -contestó él.

– Anda, no seas tonto. Estaré bien en el sofá. Encima de que me rescatas…

– De acuerdo -accedió él, intranquilo con la conversación-. Pero si necesitas algo, ya sabes dónde estoy.

La miró de reojo un instante, de sobra para que Ellie advirtiera la chispa de deseo que brillaba en sus ojos. Pero, por alguna razón, había decidido que esa noche no se dejaría arrastrar por el deseo. ¿Qué había cambiado?

– Que duermas bien -murmuró él tras acercarse, ponerle un dedo bajo la barbilla y darle un besito en los labios-. Hasta mañana -añadió justo antes de girarse para encerrarse en su habitación.

Ellie se sentó en el sofá y se cubrió los hombros con una manta. Con lo bien que iban las cosas. Aunque no habían pasado una sola noche juntos, tenía la sensación de que la relación avanzaba. Pero, de pronto, había frenado de golpe.

– No es más que un hombre como otro cualquiera -murmuró al tiempo que se tumbaba. Apagó la luz y se tapó hasta la barbilla-. Nada especial.

Cerró los ojos, pero, aunque intentó relajarse, no pudo dejar de pensar en Liam. Se lo imaginó tumbado en la cama, desnudo, con una sábana un poco por debajo de la cintura. Nunca lo había visto totalmente desnudo, pero sabía lo que había debajo de su camisa: un pecho ancho, una cintura estrecha, brazos musculosos y una espalda suave. Casi podía sentir la piel de Liam bajo los dedos, de modo que apretó los puños en un intento de borrar la sensación. Y, desde luego, podía adivinar lo que había bajo los vaqueros.

Por más que intentó relajarse, no lo consiguió. Al principio pensó que era el disgusto por el apartamento, pero, después de considerar todo lo que había pasado ese día, Ellie decidió que la razón por la que no podía conciliar el sueño estaba en una cama a unos pocos pasos de distancia.

Al cabo de una hora de dar vueltas, Ellie tiró la manta, se incorporó y maldijo en voz baja. Se encaminó hacia la cocina y abrió la puerta de la nevera. Nada como un poco de helado en las noches de insomnio.

– ¡Vaya! -exclamó Ellie. La mitad del congelador estaba llena de pizzas y la otra mitad de una variedad de helados. Sacó todas las tarrinas-. Vainilla, fresa, chocolate con menta. Este está rico -añadió antes de sacar una cuchara. Luego abrió la primera tarrina, dejando el congelador entornado para poder ver todo el surtido.

Nunca se había atrevido a tener más de una tarrina en el congelador. La tentación era demasiado grande y, cuando se deprimía por su vida social, acababa siendo adicta a los helados. Hundió la cuchara en el de chocolate con menta y dejó que se le derritiera en la boca.

– Esto es mejor que el sexo -murmuró.

– ¿No podías dormir?

Ellie dio un gritito mientras se giraba hacia la voz. Se le cayó la cucharita al suelo. Liam estaba en la cocina, sin más ropa que unos calzoncillos. Se sintió abochornada y corrió a devolver la tarrina al congelador.

– Lo siento -se disculpó-. Pensé que comiendo algo quizá…

– No pasa nada -Liam se mesó el cabello, se acercó a ella y le rozó un brazo con el pecho-. Yo he venido a lo mismo.

Abrió el congelador, le devolvió la tarrina de chocolate con menta y escogió la de vainilla para él. Ellie le dio una cuchara limpia. Liam la hundió en su helado y la acercó a Ellie, que acabó metiéndosela en la boca a pesar de dudar unos segundos.

– ¡Qué rico!

– ¿Tú qué tienes? -preguntó Liam, sonriente, tras probar su tarrina.

Luego metió la cuchara en el helado de chocolate con menta y se la ofreció de nuevo a Ellie. Pero al llevársela a los labios, se le cayó un poco por la barbilla. Liam limpió el hilillo con un dedo y lo puso delante de la boca.

Ellie se lo chupó y, de pronto, pareció darse cuenta de lo que estaba haciendo. Lo miró a los ojos y se retiró despacio. Permanecieron en silencio unos segundos, esperando, preguntándose cuál sería el siguiente paso. Hasta que, de repente, Liam tiró su tarrina al suelo, agarró la de Ellie y la tiró también. Un segundo después, se había apoderado de su cuerpo, la estaba apretando por el talle, metiendo las manos bajo la camiseta y deslizándolas por su piel desnuda.

La besó como si su boca fuese lo único que pudiera satisfacer su apetito, hundiéndose, saboreándola a fondo. Ellie notó que la cabeza le daba vueltas y se le aflojaban las piernas. Era como si el beso fuese una droga que acababa con sus inhibiciones. Nunca había deseado a un hombre tanto como a Liam. Era una necesidad tan intensa, que la asustaba. Cuando notó sus labios sobre el cuello, echó la cabeza hacia atrás y emitió un suspiro suave al tiempo que le acariciaba el pelo.

Luego bajó hacia el torso, se deleitó con sus formas masculinas. Siempre había admirado el físico de los hombres, pero nunca había estado con uno tan perfecto como Liam Quinn. Cada centímetro de su cuerpo era músculo y fibra.

Liam se echó atrás un segundo y ella aprovechó para explorar. Le besó el cuello, descendió hacia el pecho arrastrando la lengua, le envolvió una tetilla. Quería dejarle claro lo que esperaba de él.

Lo oyó suspirar. Un instante después, Liam la besó de nuevo, se apretó. Ellie notó su excitación, dura y caliente bajo los calzoncillos. Movió las caderas a propósito, tentándolo con los placeres que aun estaban por llegar. No la rechazaría. Cada movimiento, cada sutil reacción le indicaban que no podría negarse.

Aunque nunca se había considerado una mujer entregada al sexo, con Liam se sentía descarada. Lo deseaba, quería tener su cuerpo encima, debajo y dentro de ella. Quería perderse en el ritmo de cabalgar juntos y recoger su explosión, su rendición definitiva. Pero no se atrevía a decírselo con palabras.

Paseó una mano por su vientre, pero Liam la apartó en el último momento y volvió a subirla al torso.

– Deberíamos irnos a la cama -murmuró sin resuello.

Sintió una punzada de decepción. Pero luego pensó que quizá estaba formulándole una invitación, en vez de poner fin a la seducción. Respiró profundamente y tragó saliva.

– ¿En tu cama o en la mía?

Загрузка...