Capítulo 3

– ¿Más vino? -Liam agarró la botella y llenó la copa de Ellie sin esperar a que respondiera, Estaba guapísima bebida. Tenía la cara sonrojada, los ojos encendidos y no dejaba de inclinarse hacia adelante sobre la mesa, ofreciéndole una vista generosa de sus pechos, bajo el escote pronunciado del jersey.

– No debería beber más -dijo ella con una risilla-. Mi límite son dos copas.

Liam tuvo la delicadeza de no señalar que había alcanzado su límite hacia tres horas. La botella estaba vacía y lo más probable sería que Ellie Thorpe despertara con una resaca de campeonato al día siguiente.

Por lo general, no le gustaba aprovecharse de una mujer que había bebido de más. Pero esa noche no tenía la cabeza en el sexo… aunque no podía negar que había pensado en levantar a Ellie y llevársela al dormitorio. Le resultaba muy atractiva la forma en que una mujer se comportaba cuando no tenía conciencia de su sexualidad.

Su sonrisa, el modo de estirar la mano para tocarlo cada dos por tres, la manera de pasarse la lengua por los labios después de un sorbo de vino… todo en conjunto lo estaba volviendo un poco loco. Pero Ellie actuaba con absoluta inocencia, sin advertir el efecto que estaba provocando en él,

Liam la miró meter el dedo en el pastel de chocolate que había servido de postre y luego llevárselo a la boca. No pudo evitar imaginar lo que esa boca podría hacer por él, lo que esos labios harían sobre su cuerpo, el sabor de su lengua, Tragó saliva. Estaba siendo una prueba demasiado dura. Sabía lo suficiente de mujeres como para tener la certeza de que podría acostarse con Ellie esa noche con que se lo pidiera.

Pero antes de dar ese paso tenía que resolver un par de cosas… y eso si llegaba a darlo. Toda vez que había conseguido achisparla, necesitaba hacerla hablar. Sobre su trabajo en el banco. Sobre Ronald Pettibone. Y sobre los doscientos cincuenta mil dólares que Sean sospechaba que había robado.

– Háblame de tu trabajo en Nueva York. ¿Qué le llevó a dejar una ciudad con tantos atractivos para venir a Boston? -preguntó con naturalidad.

– No quiero hablar de Nueva York -contestó ella-. Tengo malos recuerdos de un hombre muy malo. O de cuatro o cinco hombres malos… he perdido la cuenta.

– ¿Y el tipo de esta mañana? -preguntó Liam, incapaz de contener la curiosidad. Había notado algo entre los dos, algo que sugería algún tipo de relación anterior. No había parado de preguntarse quién podría ser aquel hombre. Lo había mirado con atención, pero no se parecía a la foto que tenía de Pettibone-. ¿Era uno de los hombres malos?

– Era… No es nadie -contestó Ellie con el ceño fruncido. Luego esbozó una sonrisa perversa-. ¿Los hombres de Boston son mejores? Dime que sí, por favor.

– No lo sé. Quizá tengas que contarme un poco más de los de Nueva York para poder comparar.

– ¿De quién quieres que te hable? Si te cuento, ¿prometes ir a Nueva York y pegarles una paliza a todos?

– Lo pensaré -Liam rió-. ¿Por qué no me hablas del hombre por el que decidiste marcharte?

– Ese era Ronald -dijo arrugando la nariz-. Ronald Pettibone. Y te digo una cosa: no sé por qué siempre me fijo en tipos estúpidos. Mejorando, lo presente, por supuesto.

– ¿Qué te hizo?

– Hizo que me enamorara de él. Después me convirtió en algo que nunca he querido ser. Y luego me dejó tirada. Y luego tuvo la cara de pedirme que le devolviese todos los regalos que me había hecho.

Liam la miró a la cara. No parecía una delincuente en absoluto. Pero sí parecía una mujer capaz de hacer cualquier cosa por amor. Y, a veces, esa clase de mujer podía ser más peligrosa que una con tendencias delictivas.

– Cualquier hombre que te deje tirada tiene que ser un estúpido.

– Gracias -Ellie esbozó una sonrisa luminosa y le dio un pellizquito en la mano-. Eres muy amable. ¿A ti te han dejado tirado alguna vez?

– Unas cuantas -mintió Liam.

– Deberías leer un libro buenísimo que tengo -Ellie se levantó y fue hacia una librería que tenía en la pared opuesta. Pero el vino y la rapidez del movimiento hicieron que las rodillas le fallaran. Liam saltó de la silla y la sujetó antes de que se cayera al suelo.

– Creo que será mejor que dejemos el libro para otra ocasión -murmuró mientras se la acercaba al cuerpo hasta dejar su boca a escasos centímetros de la de él. Al sentir el calor de su aliento contra la barbilla, tuvo que refrenar el impulso de apoderarse de sus labios.

A Ellie se le cerraron los ojos, cabeceó.

– ¿Estamos bailando? -dijo mientras entrelazaba las manos tras la nuca de Liam-. Venga, vamos a bailar.

– Mejor no. Será mejor que te lleve a la cama.

– De acuerdo. Aunque estoy un poco borracha. Puede que no me acuerde de todo por la mañana… pero sé que estará bien.

– No habrá nada que recordar -Liam se agachó y la levantó en brazos, Ellie apoyó la cabeza sobre su hombro mientras la llevaba al cuarto-

La posó en la cama. Ellie suspiró, se hizo un ovillito y apretó la cara a la chaqueta de Liam.

– Hueles bien -dijo.

Liam dio un tirón para rescatar la chaqueta de debajo de su cabeza y se la puso. Luego la descalzó y la tapó con una manta. Mientras le retiraba un mechón de pelo, se aproximó y le dio un beso fugaz sobre los labios.

– Buenas noches, princesa. Te estaré vigilando.

Luego se dio la vuelta y salió del apartamento. La calle estaba a oscuras y vacía. Miró en ambos sentidos y cruzó la calle. Pasar la noche con Ellie habría sido mucho más agradable… y práctico. Pero Liam nunca seducía a una mujer que no quería ser seducida. Y, en esos momentos, Ellie no estaba en condiciones de saber lo que quería.

Aunque no había conseguido las respuestas que buscaba, había conseguido más. Había aprendido suficiente de Ellie Thorpe como para saber que no era codiciosa, ni capaz de cometer un delito de malversación- Era una mujer bella, dulce y romántica, una seductora con risilla infantil. Y Liam sabía que el beso que le había dado no sería el último.

Subió los escalones al ático de dos en dos, empujó la puerta y esperó a que los ojos se ajustaran a la oscuridad del desván.

– Sé dónde has estado.

Liam dio un brinco al oír la voz que salía de entre las tinieblas. Nada más girarse vio a Sean, sentado en el sofá, con las piernas estiradas y las manos entrelazadas detrás de la cabeza.

– ¡Me has asustado! -exclamó Liam. Su hermano se levantó y cruzó la habitación hasta la ventana. Miró por el teleobjetivo de Liam.

– No estabas observando y pensé en vigilar un poco. Vi a un hombre en el apartamento de Eleanor Thorpe- Pensé que sería Pettibone.

– Y hasta habrás hecho fotos -dijo Liam tras callarse una palabrota,

– Sí, pero eras tú el que estaba en el apartamento.

Liam esperó a que Sean le diera una de sus charlas, pero no parecía que fuera a echarle la bronca.

– Está bien, he cometido un error- Solo estaba aprovechando una oportunidad. En realidad es casi culpa tuya.

– ¿Culpa mía?

– Yo no soy detective -dijo Liam, Sacó de una nevera una botella de agua y la abrió-. No puedes esperar que me sepa todas las reglas. Hace unas noches entró un tipo en su casa mientras la estaba vigilando.

– ¿Lo fotografiaste?

– No, fui corriendo a su apartamento y atrapé al intruso antes de que la atacase. Ella pensó que yo era el ladrón y me golpeó en la cabeza, me ató y llamó a la policía.

– ¿La policía está al corriente de esto? -preguntó Sean, cuya cara iba pasando del rojo al morado por segundos.

– No saben nada del desván -dijo Liam-. Conor suavizó las cosas. Por cierto, me pidió que te recordara lo del bautizo de Riley.

– No cambies de tema. Esto no explica qué hacías en su apartamento esta noche.

– Esta mañana pasé por una cafetería de aquí cerca y me crucé con ella. Supongo que la policía le contó que la había salvado y que, en realidad, soy un buen chico, así que me invitó a cenar y tuve que aceptar.

– ¿Se puede saber en qué estabas pensando? Podrías haberte negado -Sean se mesó el pelo. Sacudió la cabeza-. Claro que estoy hablando con Liam Quinn. Liam Quinn no dice no a una mujer.

– Estaba pensando que sería mucho más fácil vigilarla desde dentro de su apartamento, donde hay calefacción, ya que estamos, que desde aquí. Este sitio es un congelador y no hay nada que hacer. Llevo tres días espiándola y no ha pasado nada.

– Se coló un intruso.

– Ya, pero quizá fuera un delincuente cualquiera.

– Y quizá fuera Pettibone, que había ido a hacerle una visita. Quizá lo estuviera esperando. ¿No te has parado a pensar esa posibilidad? No volverá mientras estés rondando.

– Quizá deberías seguir tú solo con el caso.

Sean lo sopesó un buen rato. Finalmente, negó con la cabeza.

– Ahora que te ha descubierto, deberías seguir viéndola.

– ¿Quieres que salga con ella?

– Que la veas. Si eso supone tener una cita, pues tienes una cita. A la primera oportunidad que tengas, le registras el apartamento.

– ¿Eso no va en contra de la ley? -Liam frunció el ceño.

– No exactamente. Si ella te invita a entrar, no pasa nada por que abras un par de cajones.

– Conor me aconsejó que me mantuviera alejado de ella. Se imaginó que estaba trabajando para ti.

– Estupendo.

– Bueno, ¿qué? ¿Quieres que siga viéndola o que me retire?

– No sé.

– Pues dímelo cuando lo sepas -Liam volvió a la nevera y sacó un sandwich. Se había empleado tanto en hacer hablar a Ellie durante la cena que apenas había comido. Dio un mordisco al sandwich y regresó junto a la ventana-. Tuvo otro contacto. Cuando salí de la cafetería, estaba hablando con un tipo. Parecía que estaban discutiendo, pero lo negó. Cuando le pregunté quién era, me dio largas. No quise presionarla.

– ¿Era Pettibone?

Liam sacó la foto de Ronald Pettibone y la contempló un rato.

– No… no sé. Puede. Si lo era, no se parece nada al de esta foto. Pero Ellie tampoco se parece a la mujer de la foto.

– Si es él, volverá -dijo Sean, uniéndose a su hermano en la ventana.

– Deja las cortinas abiertas cuando se desnuda -murmuró Liam, con los ojos clavados en el apartamento de enfrente.

– ¿De veras?

– No seas pervertido -dijo Liam al tiempo que cerraba las cortinas del desván.

– ¿Tú no has mirado?

– Sí, pero por motivos estrictamente profesionales.

– ¿Y qué te pensabas que iba a hacer yo?

– Tiene buen cuerpo -comentó Liam-. Un cuerpazo. Y habría que amputarle el dedo a quienquiera que le hizo la foto del banco.

– ¿Qué más has averiguado?

– No creo que sea una delincuente -Liam se encogió de hombros.

– Es una mujer -dijo Sean-. Una mujer bonita. Y tú estás cegado por su belleza.

– Acabo de conocerla -contestó Liam-. Nunca me ciego hasta la cuarta o la quinta cita.

– ¿De qué habéis hablado?

– De la vida. Amores, trabajo, nada en particular.

– Preséntamela. Saldré yo con ella. La haré hablar.

– Seguro. La seducirás con tus chistes agudos -contestó Liam con sarcasmo-. Además, no estamos saliendo. Solo he cenado con ella, nada más.

– ¿Cómo se llama?

– Ya sabes cómo se llama -respondió Liam con el ceño fruncido-. Eleanor Thorpe.

– Te estás enamorando. Lo noto en la forma de decir su nombre. Has sonreído. Ya he visto esa sonrisa antes y siempre significa lo mismo.

– No quiero saber nada más de esto -dijo Liam-. A partir de ahora la vigilas tú.

– No puedo. Tengo que continuar con el caso de Atlantic City. El marido se marcha a un viaje de negocios y tengo que seguirlo.

– Ni hablar. No pienso pasar un día más en este desván.

– Entonces pasa todo el tiempo que puedas con ella. Te doy permiso -Sean anduvo hacia la puerta, pero, en el último segundo, se giró. Metió la mano en el bolsillo, sacó un fajo de billetes y se lo lanzó a Liam-. Tres mil dólares. Es la mitad de la señal que me han dado. Son tuyos. Pero no la fastidies.

Luego se marchó y cerró la puerta. Liam se quedó quieto, mirando el fajo de dinero que tenía en la mano. Tres mil dólares. No habría pedido un solo dólar por estar con Ellie. Pero tras recibir el dinero, Liam comprendió que no se trataba de un juego. Sean esperaba que la investigase a fondo, aunque ello implicara tener que acabar encarcelando a Ellie Torpe para enfrentarse a los aparatos electrónicos.

Se guardó el dinero en el bolsillo. Hasta ese momento, las mujeres que habían pasado por su vida habían sido conquistas, desafíos y, a veces, amantes. Las había seducido de forma instintiva, espontáneamente. Pero con Ellie Thorpe sería diferente. Seducirla era su trabajo. Un trabajo por el que le habían pagado. Nunca había hecho nada así.

– Supongo que siempre hay una primera vez -murmuró.

Ellie miró el panel de seguridad instalado junto a la puerta del apartamento.

– Creía que me ibas a poner un cerrojo nuevo.

Liam sonrió y le pasó un brazo sobre el hombro con naturalidad.

– ¿Te acuerdas de esa conversación? Sintió que las mejillas se le encarnaban al recordar la cena. Y el rubor aumentó por la presión de la sangre al contacto con Liam. Ellie sabía que no era más que un gesto amistoso, pero el roce del brazo contra la nuca le aflojó las rodillas y la mareó un poco.

No podía negar que se sentía atraída hacia él. ¿Qué mujer no se sentiría atraída? Ese pelo negro que no parecía conocer un peine. Y esos ojos con aquel brillo constante que lo hacían parecer todavía más peligroso. Ellie sabía que no debía sucumbir a sus encantos, pero a veces le flaqueaban las fuerzas.

– Me acuerdo de casi todo -contestó por fin-. Sobre todo, de la jaqueca que tenía cuando me levanté al día siguiente.

Aunque había acabado algo más que achispada, el vino no había afectado a su memoria. Nada más la había ayudado a desinhibirse. Todavía se sentía violenta por las cosas que le había dicho y lo que había hecho. Recordaba haberlo abrazado y pedirle que bailase con ella. Y recordaba que la había levantado en brazos y la había llevado a la cama. Tampoco olvidaba las ganas que había tenido de que la besara. Después, los recuerdos se tornaban imprecisos.

Pero daba igual. Recuerdos o no, al despertar totalmente vestida a la mañana siguiente, había comprobado que no había ocurrido nada. Liam Quinn se había portado como un perfecto caballero. Quizá fuese mejor de ese modo, pensó Ellie. Si tenía que pasar algo entre Liam Quinn y ella, quería estar en plena posesión de sus facultades cuando sucediera.

– No volveré a beber vino. Y nunca aprenderé a usar esto. ¿Qué son todos esos botones y luces?

– Es mejor que un cerrojo nuevo -Liam le entregó el manual-. Es un sistema de seguridad integral. Mantendrá alejados a los ladrones.

Ellie se tragó un gruñido mientras se acercaba al sofá, manual en mano. Cada vez que tenía que programar el vídeo, tenía que pasarse media hora consultando el manual de instrucciones… Hasta había encontrado un libro de autoayuda escrito para las personas con miedo a los ordenadores, los vídeos o los despertadores incluso. Pero no le había servido de nada.

Y a partir de ese momento, un puñado de cables, circuitos y una alarma muy ruidosa la retendrían prisionera en su propia casa. No tenía nada claro que fuese a querer salir de nuevo.

– Pero no necesito un sistema de seguridad. Bastaría con comprarme un perro.

Un perro que ladrara mucho. Pero entonces tendría que alimentarlo y sacarlo a pasear. Ellie suspiró. Lo mejor sería tener a un hombre en casa. Si tuviese a un hombre en la cama todas las noches, podría dormir algo… o quizá no. Sobre todo, si se trataba de un hombre como Liam Quinn. Ellie se obligó a no seguir echando leña al fuego de aquellas fantasías, cerró los ojos y apretó los párpados para expulsarlas de la cabeza.

– ¿Cuánto me va a costar? Ahora mismo no puedo permitírmelo.

Liam miró al técnico de seguridad, que estaba terminando de recoger las herramientas.

– Ed es amigo de mi hermano Conor. Nos instaló este sistema en el pub. El de tu casa nos lo hace como un favor.

– Bueno, aquí están las llaves de los nuevos cerrojos -dijo Ed-. En el manual de instrucciones viene todo muy claro. Es más fácil que programar un vídeo. He cableado todas las ventanas y la puerta, así que si se abre alguna cuando la alarma esté puesta, se disparará. También he instalado sensores de rotura de cristales. La alarma avisará a la compañía de seguridad, que a su vez llamará a la policía.

– Perfecto. Gracias, Ed.

– Sí, gracias, Ed -repitió Ellie.

– No hay de qué -dijo el técnico-. Dame un toque y quedamos para que vengas a hacer esas fotos.

Cuando Ed se marchó, Liam cerró la puerta, se giró hacia Ellie y sonrió.

– ¿Qué fotos?

– Quiere unas fotos de él montando en su nueva moto. Le dije que se las haría.

– Entonces no ha sido gratis.

– Es un buen trato. Y ahora estás segura. Créeme, si alguien intenta entrar, se le quitarán las ganas en cuanto la alarma empiece a sonar.

– No estoy segura de que vaya a saber arreglármelas con todo esto.

– Ven, yo te enseño. Es muy fácil -dijo Liam y Ellie se levantó del sofá y fue hasta la puerta sin apenas convicción-. Solo tienes que cerrar, dar dos vueltas y esperar a que se encienda la luz roja. Luego introduces el código que elijas en el panel. Con ese código activas y desactivas la alarma. Haré una copia de las llaves para dejarla en la compañía de seguridad. Si la alarma salta cuando estás fuera, vendrán a comprobar qué ocurre.

– No sé… Todo esto me asusta un poco.

– Es para que estés a salvo -contestó Liam.

– ¿A salvo de qué?, ¿crees que ese ladrón volverá?

– Lo más probable no. Pero más vale prevenir.

– Eso es verdad -dijo Ellie. Luego, miró el panel de seguridad con cierta desconfianza. ¿Y si se presentaba el ladrón y Liam no estaba allí para protegerla? Porque era evidente que no se había llevado lo que había ido a buscar.

– No tienes que tener miedo de nada -le dijo él tras ponerle un dedo bajo la barbilla y levantarla para que lo mirase a los ojos.

– Lo sé. Gracias.

Liam echó el cuerpo hacia adelante y le rozó los labios con el más delicado de los besos. La había besado como si fuese la cosa más natural del mundo, como si ni siquiera se lo hubiera pensado antes de actuar, movido por el impulso.

– ¿Mejor?

– No mucho. ¿Puedes hacerlo otra vez? – Ellie no se dio cuenta de lo que acababa de decir hasta que sus palabras hubieron salido de la boca.

– Lo intentaré -dijo Liam. La rodeó por la cintura y la atrajo hacia él. En cuanto posó los labios sobre su boca, el corazón de Ellie empezó a latir tan rápidamente, que pensó que sufriría un ataque de hiperventilación.

Por la forma en que la estaba besando, era obvio que Liam tenía mucha experiencia. Ellie trató de no pensar en cuántas mujeres habría besado para que se le diera tan bien, aunque no le quedaba más remedio que aceptar que debían de haber sido muchas las que habrían contribuido a perfeccionar ese talento tan formidable.

Cuando deslizó la lengua entre sus labios, Ellie entendió que la estaba invitando a que abriese la boca. Lo hizo y Liam la besó con más fuerza. Solo entonces tomó conciencia de que no estaba preparada para aquello. Sintió una llamarada de deseo en la boca del estómago. Jamás había sentido una necesidad tan intensa, una urgencia que se agravaba con el sabor y el tacto de Liam.

Ellie plantó las manos sobre su torso, trazó con los dedos el contorno de sus pectorales. Era perfecto, mejor de lo que ella se merecía. Por un momento, pensó en el golpe de suerte que lo había llevado a su apartamento. Pero no quiso perder el tiempo en conjeturas. Más valía que aprovechase el tiempo. Una chica como ella no solía tener oportunidades con un hombre como Liam.

Este se retiró despacio y le robó un último beso antes de hablar.

– Tengo que irme -murmuró. A Ellie se le cayó el alma a los pies. Había creído que podría seguir besándolo toda la tarde y hasta bien entrada la noche-. Tengo que hacer unas fotografías… algo sobre el trabajo… en los países del Tercer Mundo -añadió intercalando besos entre las palabras.

– Un problema serio -murmuró ella, poniéndose de puntillas para besarlo de nuevo.

– Me han llamado del Globe esta mañana. Es un buen encargo -Liam reposó los labios sobre la curva del cuello de Ellie.

– Yo tengo que escribir un par de currículos y cartas de presentación -dijo ella-. Y voy a acercarme a la biblioteca para conectarme a Internet. Voy a colgar mi currículo en algunas páginas web.

– ¿Cómo va la búsqueda de trabajo? -preguntó Liam.

– No muy bien. Ya me he puesto en contacto con los bancos más importantes. Ahora me toca llamar a la puerta de los pequeños. No sé, llevo cuatro años especializada en bancos, pero quizá sea el momento de considerar dar un giro a mi carrera. Podría hacer auditorías. O buscarme un hueco en una empresa pequeña.

– Algo encontrarás -dijo Liam al tiempo que le acariciaba la mejilla-. Eres lista, eficiente y un regalo para los ojos.

– Y si vuelves a besarme, te prometo que me lo creo -murmuró Ellie.

Hizo lo que le pedía. Luego agarró su chaqueta y se despidió, no sin antes asegurarle que la llamaría por la noche. Ellie cerró la puerta y sonrió. Se tocó los labios, todavía húmedos por los besos, e intentó registrar la sensación maravillosa de sentir su boca encima de la de ella. Quería memorizarla con precisión para poder revivirla en el futuro.

Era agradable volver a sentirse deseada. Que la besaran, la acariciaran y abrazaran. Aunque había intentado resistirse, Ellie sabía que estaba exponiendo su corazón a nuevas heridas. Porque estaba enamorándose hasta la médula de Liam Quinn y no parecía poder controlarlo.

No lograba determinar qué tenía que lo hacía tan irresistible, pero poseía cierto encanto que resultaba increíblemente atractivo. Siempre sabía lo que decir, no la hacía sentirse presionada. A veces le parecía que estaba enamoradísimo de ella y otras parecía distanciarse. Era como un baile en el que cada uno avanzaba y se retiraba siguiendo ritmos distintos, tratando de descifrar sutilezas en cada palabra y movimiento.

Había ido a Boston para librarse de su desastroso historial con los hombres. Y de pronto, contra todo pronóstico, se había topado con el que perfectamente podía ser el hombre de sus sueños. Ellie corrió a la estantería y deslizó los dedos sobre los lomos de los libros hasta encontrar el que quería.

– Encuentra al hombre de tus sueños -dijo mientras sacaba un ejemplar que había comprado hacía tres años.

Se sentó en el sofá, doblando los pies debajo de ella. Una vez que lo había encontrado, tendría que encontrar la forma de conservarlo. Quizá descubriera algún consejo en el libro.


La imagen apareció despacio. Los grises fueron cobrando fuerza mientras Liam vigilaba la máquina de revelado. Era lo que más le gustaba de la fotografía. El momento previo de anticipación, mientras esperaba a ver lo que la cámara había captado.

Se había encerrado en la habitación libre del apartamento que compartía con Sean. Hacía las veces de cuarto oscuro y quería ver el resultado de un carrete que había gastado hacía unas semanas. Al fin y al cabo, no podía hacer gran cosa una vez que Ellie se había acostado. Estaba a salvo en el apartamento, con el sistema de seguridad instalado para protegerla contra cualquier intruso. Pero en vez de revelar el carrete para el encargo del Globo, había agarrado el que había hecho la primera noche que había estado en el desván.

– Vamos, corazón -susurró mientras aparecía una silueta de mujer-. Muéstrate.

Había hecho la foto aquella primera noche y desde entonces no había pensado en revelarla. Pero, tras una semana junto a Ellie, no había podido resistirse.

Sacó la foto de la máquina de revelado, se sentó en un taburete y contempló la imagen. Era preciosa. La había fotografiado en un momento de absoluta vulnerabilidad, con el pelo enredado y ese cuerpo increíble cubierto por la bata, el tejido cayendo libremente sobre sus curvas deliciosas, con la cabeza un poco inclinada hacia un lado.

Detuvo la mirada sobre su boca y recordó los besos que habían compartido, el sabor de sus labios, cálidos y dulces. Liam sintió una punzada de deseo en lo más hondo de sus entrañas. Gruñó. No había querido besarla. De hecho, había tratado de contenerse. Pero siempre se había dejado guiar por el instinto y la boca de Ellie había resultado demasiado tentadora.

Intentó racionalizar lo atraído que se sentía hacia ella y la única explicación que se le ocurrió fue que era el fruto prohibido. El mismo hecho de no deber estar con ella hacía imposible resistirse. Luego estaba la foto que Sean le había enseñado, la de la empleada correcta y remilgada. Liam había visto la otra cara de Ellie y sospechaba que detrás de su fachada se ocultaba una mujer apasionada.

– No puedo seguir así -murmuró Liam mientras se masajeaba la nuca. Ellie Thorpe podía resultar peligrosa. Además, aquello no era más que un trabajo. Y besarla formaba parte del trabajo, no era sino una estrategia para ganarse su confianza.

Llamaron a la puerta del cuarto oscuro. No esperaba a su hermano hasta uno o dos días más tarde.

– ¿Sean?

– Soy Brian. ¿Sabes dónde está Sean? Liam suspiró, soltó la foto.

– Está fuera de la ciudad. En Hatford, me parece. Con un caso.

– ¿Puedo pasar?

– Sí -contestó Liam-. Adelante -añadió al tiempo que le abría la puerta.

Como siempre, Brian iba impecablemente vestido. Su vestuario de trajes a medida había pasado a formar parte de su imagen como el periodista de investigación más destacado de uno de los canales de televisión de Boston. Su cara aparecía en vallas publicitarias de toda la ciudad y, cada pocas noches, intervenía en el noticiero de las once, informando sobre algún escándalo que conmocionaba a la ciudad. En esos momentos, con la corbata floja y el cuello de la camisa desabotonado, era evidente que había terminado la jornada por esa noche.

– Estás horrible -comentó Brian.

– Gracias. Nada como un hermano para recibir piropos -dijo Liam mientras Brian se situaba bajo la luz roja de seguridad que iluminaba el cuarto oscuro. Como buen periodista, miró a su alrededor en busca de algo que llamara su atención-. ¿Qué necesitas? -preguntó.

– Tengo una historia -Brian se encogió de hombros-. Quiero que Sean me localice a una persona.

– Está ocupado con un caso de divorcio. Yo lo estoy relevando aquí.

– ¿En qué estáis trabajando? Liam miró hacia la foto que acababa de revelar de Ellie. Brian siguió la dirección de sus ojos.

– ¿Quién es?

– Nadie.

– Pues es una monada para no ser nadie. Deja que adivine. Es demasiado guapa para ser la esposa infeliz, así que debe de ser la otra.

– Bingo -mintió Liam mientras colgaba la foto-. ¿Qué haces fuera a estas horas? Es casi la una.

– Ya te digo: estoy trabajando en una historia y he descubierto que la gente habla más si los pillo después de unas copas por la noche. Así que he seguido a mis fuentes de bar en bar – Brian se sentó en un taburete y empezó a hojear una pila de fotografías. Se detuvo en una de un vagabundo-. Me gusta. A veces me paso días para conseguir una declaración interesante, pero nunca tiene la misma fuerza que un instante capturado por una cámara.

– Te estás poniendo filosófico -se burló Liam-. ¿No tendrás problemas con alguna mujer?

– Ojalá.

– La única otra explicación posible es tu trabajo y estás en todas las paradas de autobús. El trabajo te va bien.

– No creas. No como había planeado. Quieren ficharme como presentador. Tengo buena imagen, los hombres confían en mí, a las mujeres les gusta mirarme. Puedo conseguir audiencia. Al menos eso me dicen.

– ¿Y qué tiene de malo?

– No estaría dando noticias -contestó Brian-. Leería las de los compañeros. Me estoy planteando dejarlo, pasarme a la prensa. Mi cara dará igual en los periódicos. O podría probar como autónomo. Hay muchas revistas que publican reportajes de investigación.

– Venga, hombre. Tienes un trabajo fijo bien pagado. Te conoce todo el mundo. Estás en contacto con mujeres con mucha clase. ¿Lo vas a tirar todo por la borda?

– Dicho así suena un poco estúpido -reconoció Brian.

Liam salió del cuarto oscuro seguido por su hermano. Aunque notaba que tenía ganas de hablar de sus problemas de trabajo, Liam no estaba de humor. Bastante tenía con sus propios problemas. A diferencia de Brian, él nunca sabía cuándo le llegaría el siguiente cheque. A nadie le interesaban las fotos que hacía. Y para una mujer por la que se sentía atraído, probablemente fuera una delincuente.

– Tengo que irme -dijo por fin.

– ¿Al pub?

– No, tengo que pasarme por otro sitio.

– ¿Cuándo vuelve Sean? -preguntó Brian.

– No sé. No soy su secretaria. Llámalo al móvil. El número está encima de la nevera. Echa la llave antes de irte.

Liam cerró la puerta y bajó las escaleras al trote, directo hacia el coche. No estaba seguro de adonde iba. Se limitaría a conducir para despejar la cabeza un poco. Arrancó, maniobró para poner rumbo al centro de Boston. Pero, en vista de que no podía dejar de pensar en Ellie Thorpe, bajó la ventanilla para que el aire le sacudiera las ideas. Cruzó el puente de Chinatown. Luego, de pronto, decidió girar hacia la avenida del Atlántico y se dio cuenta de que había estado conduciendo hacia el apartamento de Ellie.

Paró en la acera de enfrente y aparcó el coche. Después se apoyó en el respaldo del asiento, miró hacia las ventanas apagadas del tercero e intentó imaginársela dentro, acurrucada en la cama, con el pelo negro extendido sobre la almohada.

Apretó los puños al recordar el tacto sedoso de su cabello entre los dedos. Maldijo en voz baja, abrió la puerta del coche y salió a la calle. Paseó de un extremo a otro del coche varias veces. No quería limitarse a subir al desván y mirar por el teleobjetivo a un apartamento a oscuras.

– Maldita sea -murmuró. Volvió a meterse en el coche, arrancó, respiró profundamente mientras ponía la primera. Tal vez la idea de Brian fuese buena. El pub seguiría abierto al menos una hora más.

Si con unas cuantas pintas no conseguía dejar de preocuparse por Ellie Thorpe, tendría que tomarse unas cuantas más.

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