– ¿Estás ya?
Ellie se miró al espejo. Luego se llevó la mano al collar de perlas que le adornaba el cuello. Liam se lo había dado como regalo por el mes que llevaban juntos. Sonrió. Habían cambiado muchas cosas en un mes. La carrera de Liam había empezado a despegar, ella tenía un trabajo nuevo para la sucursal de Intertel en Boston y estaban viviendo juntos en casa de Liam mientras buscaban el apartamento perfecto. Y, sobre todo, estaba todavía más enamorada del hombre de sus sueños.
– Perfecto -dijo, complacida por cómo combinaba el collar con el vestido.
– Vamos a llegar tarde -dijo Liam tras dar un toquecito impaciente a la puerta del cuarto de baño.
Ellie le quitó los tirantes y le sacó la camisa. Jugaron a desnudarse mutuamente y cuando se quitaron la última prenda, Liam emitió un gruñido cavernícola y la arrastró hasta la cama. Se puso encima de ella, sobre sus caderas. Luego se agachó a tocar el collar de perlas.
– Te sientan bien -comentó-. Mejor así, sin el vestido. Pero, ¿no te parecen un poco vulgares?
– ¡No! -Ellie acarició las perlas-. ¡Es un collar precioso!, ¡no se me ocurre un regalo mejor!
Liam metió una mano bajo la almohada y sacó un estuche de terciopelo.
– Entonces no debería darte esto.
Ellie miró el estuche durante varios largos segundos, sorprendida por el giro que acababa dar la situación. Extendió la mano para agarrar el estuche, pero Liam cerró la palma antes.
– Debería hacerlo como es debido -dijo y bajó de la cama de repente. Luego se arrodilló a los pies, totalmente desnudo, y le ofreció el estuche, alzándolo sobre el colchón-. Ellie, ¿quieres casarte conmigo? -añadió tras abrir el estuche y sacar el anillo.
Ellie miró el diamante, que relució como si estuviera animándola a decir que sí. Sabía que todos los pasos iban abocados a eso, pero, con todo lo que le había ocurrido en el pasado, no terminaba de creerse que por fin hubiera encontrado un hombre que quisiera pasar su vida con ella.
El hombre más maravilloso del mundo, la respuesta a todos sus sueños y el héroe que le había robado el corazón. Ellie se mordió el labio inferior. Una lágrima le resbaló por la mejilla.
– Sí, por supuesto que quiero casarme contigo -murmuró.
Liam le puso el anillo en el dedo. Después volvió a la cama, la estrechó contra el pecho y le dio un beso largo y apasionado.
– Parece que la maldición de los Quinn no falla -murmuró, rozándole el cuello con la nariz.
– ¿La maldición de los Quinn?
– Es una historia muy larga -dijo él-. Muchas historias. Y tenemos muchos años por delante para que las oigas todas. Ahora lo único que quiero de verdad es besarte.
Ellie le rodeó la nuca con ambas manos y posó los labios sobre los de él. Mientras se abandonaba al sabor de su boca, al calor de su cuerpo junto al de ella y al sonido de su voz, Ellie supo que no necesitaba nada más en la vida, Que por fin brillaba el sol.