La librería Manhattan era un refugio tranquilo para resguardarse del tráfico y los peatones que congestionaban la calle a la hora de la comida. Ellie se preguntó si le daría tiempo a picar algo. Consultó el reloj. Tenía media hora antes de ir a la oficina del fiscal para hablar sobre su testimonio en el caso de malversación de Ronald Pettibone… o David Griswold. El fiscal la había informado de que Ronald no era más que uno de los cinco nombres que su ex novio había utilizado.
El juicio tendría lugar el mes siguiente y le habían dicho que tendría que declarar. Pero en esos momentos no estaba pensando en el juicio, ni siquiera en la entrevista con la fiscal. Ese día era más que probable que volviese a ver a Liam.
Sintió un cosquilleo por el cuerpo y se paró a respirar profundamente para serenarse. Había pensado en ese momento desde que se había marchado de Boston hacía un mes, preguntándose qué sentiría al verlo de nuevo, intrigada por descubrir si la atracción habría desaparecido. Hasta se había tomado el día libre para prepararse y se había pasado casi toda la mañana revolviendo el armario y peinándose.
Había creído que no le costaría olvidarlo. Se había ido muy dolida, confundida y enfadada. Decidida a empezar de cero. Pero el banco Intertel la había llamado desde Nueva York para ofrecerle otro puesto, como recompensa por su colaboración para atrapar a Ronald. Ante la perspectiva de tener que pelearse por encontrar trabajo en una ciudad nueva, había aceptado la oferta, consistente en un ascenso y un incremento en el sueldo.
Era como si hubiese retrasado las manecillas del tiempo a cuando no conocía a Liam Quinn ni se había fijado en Ronald Pettibone. Su vida había vuelto a la normalidad: tenía amigos, un apartamento agradable en una ciudad en la que se sentía a gusto. Pero a Ellie ya no le interesaba esa normalidad. Lo normal era aburrido.
Cada vez que pensaba en su futuro, no podía evitar imaginarse junto a Liam Quinn. Al principio había tratado de racionalizarlo: había sido el último hombre con el que había estado y su imagen seguía rondándole por la cabeza. Luego había decidido que Liam Quinn era el hombre que más se había acercado a su ideal de perfección. Pero, al final, se había visto obligada a reconocer que seguía enamorada de él.
Sacudió la cabeza, incapaz de concentrarse en los libros de ficción que ocupaban la estantería frente a la que estaba. Había quedado a las once y media. Pero nada le impedía llegar antes. Tal vez Liam estuviese esperando también.
Ellie salió a la calle, se abrió paso entre la multitud, encaminando sus pasos hacia la plaza Foley. Ni siquiera sabía con certeza que Liam tuviese que estar en Nueva York ese día. Albergaba esa esperanza por un pequeño comentario de la fiscal. Leslie Abbott había dicho que intentaría entrevistarlos a todos el mismo día.
– Lo quiero -murmuró Ellie. Pero había pasado por suficientes rupturas como para saber que sus sentimientos podían no ser correspondidos. Liam podía haberse fijado en otra mujer durante ese mes.
Ellie abrió la puerta de acceso al vestíbulo, entró. Solo pensar que Liam pudiera estar con alguien distinto le partía el corazón. ¿Cómo lo había dejado escapar? Se había dejado dominar por la rabia y había estropeado algo que podía haber sido maravilloso.
Un guardia de seguridad estaba sentado tras una mesa cerca del ascensor.
– Firme, por favor.
Ellie tomó el bolígrafo que le ofreció, pero, antes de firmar, miró la lista de personas que lo habían hecho antes. El corazón le dio un vuelco al reconocer el nombre de Liam Quinn.
– ¿A quién viene a ver? -preguntó el guardia.
– A Liam Quinn -murmuró ella. En seguida se dio cuenta del error-. Perdón. Vengo a ver a Leslie Abbott.
– Planta siete.
El ascensor tardó una eternidad. Ellie pensó que Liam estaría bajando mientras ella subía y no se encontrarían. Trató de decidir qué le diría cuando lo viese.
– Hola, por ejemplo -dijo Ellie. Pero luego qué más.
Las puertas del ascensor se abrieron y salió a una pequeña salita. La recepcionista la saludó, anotó su nombre y la invitó a tomar asiento.
– ¿Ellie?
Esta se giró y sonrió, sorprendida al ver a Keely Quinn junto a una maceta.
– Hola, ¿qué haces aquí?
– He venido esta mañana con Sean y Liam. Tengo una tienda de tartas aquí que estoy trasladando a Boston poco a poco. Pero sigo teniendo muchos clientes en Manhattan. Supongo que has venido por la entrevista.
– Sí. ¿Están con Sean?
– No, terminó hace un rato y volvió a la estación de tren. Están entrevistando a Liam -Keely miró la hora-. Dijeron que habría terminado a mediodía. Habíamos pensado en comer juntos. ¿Te apuntas?
– No… no sé. Quizá quieran hablar conmigo a continuación -Ellie respiró profundo-. ¿Qué tal todo por Boston?, ¿cómo le va… a Rafe?
– Bien. Pero, ¿no te interesa más cómo le va a Liam? -preguntó Keely, enarcando una ceja.
– Yo… bueno… -Ellie tragó saliva-. ¿Cómo está?
– Bien -dijo Keely-. Ha estado ocupado. Ha vendido algunas fotos y va a exhibir una colección en una galería. Está pensando en hacer un libro con Brendan. También ha presentado sus fotos a National Geographic. No le han ofrecido un puesto, pero no descartan que cuenten con él en el futuro.
– Parece que le va muy bien.
– No está con nadie -dijo Keely sin rodeos-. No ha salido con ninguna mujer desde que te fuiste.
– Ya… No tardará mucho. Es un tío estupendo. Seguro que habrá muchas mujeres interesadas.
– Sí. Pero lo que importa es lo que él quiere -contestó Keely crípticamente.
Se quedaron en silencio varios segundos. Ellie se obligó a reprimir el impulso de preguntarle qué intentaba decirle. ¿Hablaba Liam de ella?, ¿estaba contento?, ¿creía que todavía tenían una oportunidad?
– ¿Y tú qué has hecho? -preguntó por fin Keely.
Ellie respiró hondo. No podía con aquella charla insustancial.
– Tengo trabajo nuevo. Y acabo de encontrar un apartamento genial. Me va muy bien. Ya me he olvidado de todo lo que pasó en Boston. Bueno, de todo no: todavía queda lo del juicio y… eso, no de todo.
Keely asintió con la cabeza y se puso de pie.
– Voy a ver si encuentro una taza de café. ¿Quieres algo?
– No, gracias.
Miró a Keely marcharse. Luego puso las manos sobre el regazo, intentando que no le temblasen. La verdad era que estaba tan nerviosa, que no estaba segura de si podría beber un sorbo de agua siquiera.
– ¿Señorita Thorpe? La están esperando. Al final del pasillo, la última puerta a la izquierda.
Ellie se levantó de inmediato y echó a andar a paso ligero. El corazón le martilleaba contra el pecho.
– Tranquila -murmuró-. Todo irá bien. Entonces lo vio. Liam salió de la sala de conferencias y sus ojos se cruzaron un instante. Se mantuvieron la mirada. Ellie sabía que seguía caminando, pero, al mismo tiempo, era como si estuviese congelada. ¡Estaba tan elegante con aquellos pantalones color caqui, chaqueta deportiva y corbata!
– Hola, Ellie -la saludó él sonriente.
– Hola, Liam.
La fiscal, que estaba de pie detrás de Liam, carraspeó:
– Señorita Thorpe, puede pasar cuando quiera,
– ¿Qué tal estás? -preguntó Ellie, haciendo caso omiso a la invitación de la fiscal.
– He estado…
– Señor Quinn, me temo que no debería hablar con la señorita Thorpe en estos momentos. No debería hablar con ninguno de los testigos hasta que la hayamos entrevistado -Leslie Abbott avanzó unos metros y agarró a Ellie por un brazo con suavidad-. Vamos a empezar si no le importa.
La puerta se cerró. Ellie notó que el corazón, tan agitado segundos antes, le dejaba de latir. ¿Ya estaba?, ¿unas pocas palabras, un saludo y se acabó? Se había depilado las cejas y las piernas para ese momento y había terminado antes de empezar siquiera.
– Siéntese, por favor -le pidió la fiscal. Ellie obedeció. Leslie Abbott tomó asiento a su lado y sacó un cuaderno-. Bueno, tengo entendido que Liam Quinn y usted eran amantes.
– ¿Qué?
– Ya me ha oído. ¿Es consciente de que esto puede afectar al caso? Mírelo desde el punto de vista del abogado defensor. Tenemos a un detective privado que pide ayuda a su hermano, que a su vez se acuesta con la ex novia del sospechoso… que también era sospechosa.
– Pero yo no sabía quién era Liam cuando… intimamos. Y me enfadé muchísimo cuando me dijo la verdad. Cuando me enteré de que era sospechosa, fui a él y a Sean y les dije que los ayudaría a atrapar a Ronald, quiero decir a David -Ellie plantó las manos sobre la mesa-. ¿Cuál es el problema?
– No sé, solo digo que Griswold intentará echarle culpa a usted probablemente. Hará que parezca que fue usted quien lo organizó todo. Será una pelea dura, señorita Thorpe. ¿Está preparada?
– ¿Tengo otra opción? -replicó Ellie.
– Me temo que no.
Ellie cerró los ojos. Estaba claro: mientras no resolviera aquel enredo, jamás podría empezar una nueva vida… con o sin Liam.
Y, a juzgar por la cara de Leslie Abbott, la cosa iba a durar bastante más de lo que había supuesto.
– Brindo por Ronald Pettibone. O David Griswold -Liam alzó la pinta de Guinness hacia Sean-. Que tengas muchos más delincuentes como él que perseguir. Y que me pidas que te eche una mano cuando necesite un empujón de dinero.
Sean tomó su vaso y lo chocó contra la pinta de su hermano.
– Diez años. Sin juicio. Está bastante bien. El banco ha recuperado su dinero y nos ha pagado lo convenido. Caso cerrado.
– Hace unos meses me preguntaba cómo iba a sacar el dinero para pagar el alquiler. Parece que las cosas van mejorando.
– ¿Qué vas a hacer con el dinero? -preguntó Sean mientras agarraba unos cacahuetes del platito que tenía delante.
– No sé. Le he echado el ojo a una cámara nueva. Y he pensado que podía viajar un poco, ver si puedo hacer algunas fotos buenas para presentarlas a National Geographic.
– ¿Algo más?
– ¿A qué te refieres?
– No sé -Sean se encogió de hombros-. Pensaba que…
– ¿Ellie?
– Sí. Ellie.
– La verdad es que me sentí aliviado cuando Pettibone aceptó el acuerdo -dijo Liam-. No quería que Ellie tuviera que pasar el tormento de declarar. No se merecía que airearan su vida privada. Ha sido un buen acuerdo. Por otra parte, me habría gustado poder hablar con ella. Tenía un discurso preparado. De cuánto lo sentía y lo mucho que significa para mí.
– ¿Y ahora?
– No sé -contestó Liam-. Supongo que tengo que encontrar otra forma de recuperarla.
– Y, mientras te lo piensas, ella estará siguiendo adelante con su vida.
– ¿Qué quieres decir?
– Si no lo sabes, no te lo voy a decir yo – Sean dio otro sorbo de cerveza y se levantó-. Tengo que irme. Dile a papá que le echaré una mano en la barra mañana por la noche.
– Hemos quedado en buscar un regalo de boda para Brendan y Amy mañana, ¿no? Y tenemos que ver lo de los esmóquines.
Sean asintió con la cabeza y saludó con la mano mientras salía del pub. Seamus se acercó a Liam y agarró la jarra casi vacía de su hijo.
– ¿Otra?
– No, creo que me voy. Sean dice que te echará una mano mañana por la noche. Yo me pasaré el fin de semana.
– Tienes que hacer algo, chaval -comentó Seamus mientras pasaba un trapo por la barra-. Te pasas las noches aquí sentado, echando de menos a esa chica. ¿Qué consigues con eso?
– Papá, no necesito que me des consejos sobre mi vida amorosa. Todos sabemos tu opinión sobre las mujeres. A excepción de mamá, claro está.
– Solo digo que tienes que levantarte y comportarte como un hombre. Dedícate a vivir o dedícate a amar. Pero no puedes seguir así.
– ¿Me vas a contar una de esas historias de los Increíbles Quinn? -Liam se levantó.
– Quizá te viniese bien.
Liam negó con la cabeza y echó a andar hacia la puerta, pero oyó que Seamus lo llamaba. Se giró y vio que su padre apuntaba con la barbilla hacia el otro extremo de la barra. Ellie estaba junto a un taburete, cerca de la puerta. Se paró en seco. Se quedó sin respiración. En el último mes, solo la había visto una vez, durante esos pocos segundos al salir de la entrevista con la fiscal. Pero no había dejado de soñar con ese instante, calculando con cuidado lo qué podría decirle.
Se acercó despacio, mirándola fijamente a los ojos. Estaba preciosa. El pelo le caía ondulado sobre los hombros.
– Has venido -dijo él.
– No sabía si debía.
– Me alegro… me alegro mucho, Ellie.
– Solo voy a estar un día y quería decirte un par de cosas. Pensé que podría verte en el juicio.
– Sí. Supongo que me alegro de que al final no hayamos tenido que pasar por eso.
– A eso venía -Ellie se arriesgó a mirarlo a la cara-. Quería que supieras que no te guardo ningún rencor. Entiendo que estabas haciendo tu trabajo y que tu única preocupación era llevar a Ronald Pettibone a la cárcel.
– No era mi única preocupación -Liam le rozó un brazo-. Y no era solo un trabajo. Estaba contigo porque deseaba estar contigo, no porque me hubiese visto obligado.
– No tienes por qué suavizarlo -Ellie sintió que se ruborizaba-. Ya lo he asumido.
– Pero es que no estoy suavizando nada. Ellie, no puedo dejar de pensar en ti.
Lo miró durante varios segundos y Liam creyó que se daría la vuelta y saldría corriendo. Por fin, tragó saliva y acertó a esbozar una sonrisa.
– Yo tampoco puedo dejar de pensar en ti – reconoció Ellie-. Cometí un error y…
– No, yo soy quien se equivocó -se adelantó emocionado Liam. ¡Todavía sentía algo por él!-. Nunca debí dejar que te marcharas.
– Nunca debí haberme ido.
Liam lanzó una mirada alrededor del pub, luego le agarró una mano y salieron al sol del atardecer. Soplaba una brisa cálida y el verano se palpaba en el aire.
– ¿Qué significa esto? -preguntó él cuando se hubo asegurado de que nadie los oía.
– No sé -contestó Ellie con voz trémula-, pero siento que dejamos las cosas a medias.
– Yo también. Creo que, si tuviéramos un poco más de tiempo, nos daríamos cuenta de lo bien que estábamos.
– ¿Qué quieres decir?
– Digo que quiero estar contigo, Ellie. Quiero ver adonde nos lleva esto -Liam agarró su cara entre las manos y la besó-. Te quiero. Creo que no lo he sabido con seguridad hasta ahora mismo. Pero no puedo pensar en un futuro sin ti.
– Eso está bien -contestó ella con una cálida sonrisa en los labios-. Porque acabo de aceptar un puesto en una nueva sucursal de Intertel en Boston. Y, para que lo sepas, yo también te quiero -añadió al tiempo que le retiraba el flequillo de los ojos.
Liam echó la cabeza hacia atrás, rió. Y esa vez la abrazó y la besó como un hombre enamorado.
– Te voy a pedir que te cases conmigo -dijo Liam-. Y vamos a formar una gran familia y vamos a ser felices para siempre. ¿Te parece bien?
– Esta no es la proposición, ¿no? -preguntó Ellie, un poco alarmada.
– No, solo te estoy avisando. Y va a ser genial. No podrás negarte.
– Pareces muy seguro, ¿eh?
– Lo estoy -aseguró Liam.
– ¿Sabes? Después de tanto libro de autoayuda, he decidido que lo único importante es escuchar a tu corazón.
– ¿Y qué dice tu corazón?
– Que me alegro de que vinieras a rescatarme esa noche. Y me alegro de haber decidido venir a Boston hoy.
Liam rió. Se acordó de las viejas historias de los Increíbles Quinn que le habían contado de pequeño, de la maldición que había atrapado ya a sus tres hermanos mayores. Acarició los hombros de Ellie y la besó de nuevo. Ya entendía por qué se echaban a reír Conor, Dylan y Brendan cuando su padre hablaba de la maldición. En realidad no lo era. En realidad era una bendición.
Y se iba a pasar el resto de la vida dando gracias por ella, por los azarosos sucesos por los que Ellie Thorpe había pasado a formar parte de su vida… y por el amor que la mantendría a su lado.