Capítulo 12

LOUISE y Penny están en la casa con nuestros padres. Llévame hasta la entrada y cumpliremos con las formalidades.

– ¿Formalidades?

– Penny y Louise quieren conocerte -dijo Bea, y al ver la expresión de Matty, le dirigió una sonrisa tranquilizadora-. No te asustes. Te prometo que no son tan malas como Sebastian las pinta. Luego te mostraré dónde te hemos instalado. Ha sido una amabilidad por tu parte, no sabes lo difícil que es encontrar nuevas atracciones para los niños todos los años. Sé que vas a tener mucho éxito, aunque no tienes que trabajar todo el tiempo. Llámame por el móvil si necesitas algo o si hace falta que te rescate de los curiosos.

– ¿Curiosos?

– Todo el mundo quiere conocerte. Quieren echar una mirada a la chica del hijo y heredero.

– Pero ellos ignoran mi existencia.

– Has estado aquí con Sebastian. En el campo, los forasteros no pasan inadvertidos, y la gente de la localidad no tarda en sacar conclusiones. ¡Papá! -gritó Bea de pronto al tiempo que se asomaba por la ventanilla.

El hombre que se acercaba desde la casa solariega era alto y distinguido, sorprendentemente parecido a Sebastian. Estaba claro que era el padre.

– Papá, ésta es Matty, una amiga de Sebastian.

– Encantado de conocerte, querida. ¿Ha venido Grafton contigo?

– No -respondió Bea-. Matty ha venido sola. En este momento la iba a llevar a conocer al resto de la familia.

– Penny ha bajado al lago a hacer la guardia -informó el padre-. Siempre algún idiota se cae al agua. Louise se encuentra en el puesto de primeros auxilios y tu madre está con el actor que va a inaugurar la fiesta.

Cuando se hubo marchado, Matty miró a Bea.

– ¿Quién es Grafton?

Bea se encogió de hombros.

– Papá es un tanto anticuado. Siempre llama a Seb por su título y mi hermanito se sube por las paredes.

– ¿Has hablado de un título?

– ¿No te lo ha dicho?

– Parece que no. Pero no te preocupes, lo hará -respondió Matty, con una de sus características sonrisas.


La carretera estaba atestada de vehículos con gente que intentaba escapar a la playa durante el fin de semana.

Cuando Sebastian finalmente llegó a la fiesta supo que sería demasiado tarde para hacer algo más que recoger los fragmentos. Había que intentar convencer a Matty de que el asunto no tenía importancia.

Ya había perdido a una mujer a causa de un título nobiliario que él no deseaba. Debió habérselo contado cuando le habló de Helena. Había tenido la intención de contárselo, pero cuando estaba a punto de hacerlo ese día, apareció Josh junto al coche.

Sabía que con Matty las cosas funcionaban diciendo la verdad. Toda la verdad.

Sebastian la vio mucho antes de que ella lo viera a él. Matty estaba haciendo el boceto de una niña rubia. Mientras su mano trabajaba rápidamente, no dejaba de charlar con ella y la pequeña reía encantada. Y al entregar la pintura acabada a la feliz madre fue cuando lo vio.

– En media hora más voy a tomar un descanso -le dijo mientras otro pequeño se sentaba en el taburete-. ¿Por qué no consigues unos bocadillos y hacemos un pequeño picnic? -sugirió con una suave sonrisa que engañó a los curiosos, pero no a Sebastian.

– Estaré en el lago.

Sebastian se sentó en un banco no lejos de un par de niños que jugaban a la orilla del agua.

Tras lo que le pareció una eternidad, Matty detuvo la silla junto a él.

– Te he contado todo -empezó de inmediato, con suma frialdad-. Cosas mías que ni siquiera Fran las sabe. A nadie le conté el detalle del teléfono móvil en el momento del accidente… -Matty se detuvo y lo miró con los ojos cargados de lágrimas iracundas.

– Matty…

– Te abrí mi corazón.

De repente, Sebastian supo cómo hacer para que lo escuchara.

– ¿Por qué?

– ¿Por qué, qué?

– ¿Por qué me lo contaste? -preguntó secamente, porque sabía que la amabilidad no daría resultado en ese momento-. ¿Qué había en mí que te impulsó a desnudarme tu alma? Dímelo.

– ¿Y eso importa?

– Claro que importa, porque de lo contrario no lo habrías mencionado. Me contaste cómo ocurrió el accidente con la esperanza de que me alejara de ti.

– ¡No!

– ¡Admítelo! Querías que pensara mal de ti, igual que tú haces.

– ¡Bastardo! No me dijiste nada. Antes de conocerte, sólo sabía que eras un pez gordo de la banca de Nueva York. Y eso es todo lo que sé ahora.

– ¿De veras? -preguntó mientras le tomaba la mano, que ella trató de liberar sin éxito-. Sabes que no es cierto. No, Matty, así no funcionan las cosas entre nosotros, ahora ni nunca. Por tanto, te ruego que no conviertas esto en un gran drama para evitar enfrentarte a la aterradora decisión acerca de nuestro futuro culpándome por algo que no es tan importante.

– Yo…

– ¿O quieres volver a la seguridad de tu pequeño apartamento en el jardín viajando dos veces por semana a la piscina local? -la interrumpió, sin misericordia-. ¿Quieres pasar el resto de tu vida echando un tiento verbal a los hombres que rondan cerca de tu silla de ruedas? Son lances que te asustan demasiado como para pasar a la etapa siguiente, ¿verdad? ¿Eres una sirena o un ratón?

Matty intentó hablar, pero su boca se negaba a hacerlo.

– Yo… -alcanzó a murmurar finalmente, antes de que Sebastian volviera a interrumpirla.

– Te amo, Matty. Eres una mujer maravillosa y fuerte y quiero pasar el resto de mi vida descubriéndote. Quiero que seas mi esposa.

– No puedes -replicó, con las lágrimas corriendo por sus mejillas-. Vas a ser conde. Vas a desear tener hijos.

– No. Puedo hacer cualquier cosa con un título nobiliario, menos rechazarlo. Pero puedo rechazar el condado. No quiero tener hijos obligados a perpetuar un sistema jerárquico anticuado, Matty -dijo de rodillas ante ella-. Escúchame. Sólo te quiero a ti.

– ¿Por qué no me dijiste lo de tu título nobiliario? -le preguntó Matty.

– Vete, Sebastian -se oyó una voz junto a ellos. Al levantar la vista, Sebastian descubrió que era su madre-. Quiero hablar con Matty.

– Puedo arreglármelas solo -replicó el hijo, fríamente.

– Lo sé, pero esto te lo debo. Déjame ayudarte. Por favor -urgió con una mirada implorante.

Sebastian llevó la mano de Matty a sus labios y, tras vocalizar un silencioso «Te quiero», se puso de pie y se alejó.

– ¿Puedo sentarme, Matty? -preguntó ella. A Matty no le pareció cortés recordarle que era su banco y que podía hacer todo lo que quisiera en su propiedad, así que se limitó a asentir-. Gracias -dijo la madre antes de guardar silencio un instante-. El mismo Sebastian debería haberte dicho esto, pero sé que no lo hará -prosiguió, finalmente-. Me desprecia, pero nunca me traicionaría. Esa cualidad la heredó de mi marido. El honor, el deber.

– Es cierto -convino Matty, sin saber de qué hablaba la mujer.

– Ya que Sebastian no me habla si puede evitarlo, me he enterado por mis hijas que está enamorado de ti. De hecho, acabo de ver que sus labios te lo decían. Ésa es la razón que me lleva a confiarte lo que él no hará. Sebastian no es el legítimo heredero de mi marido. En el pasado tuve una aventura sentimental. Mi matrimonio pasaba por malos momentos y busqué alivio en alguien que conocía desde mucho tiempo atrás. No me estoy justificando, pero quiero que sepas que me desprecio a mí misma por haber sido tan débil. Mi único consuelo fue Sebastian.

– Él es… -balbuceó Matty, aturdida-. Pero se parecen tanto… George. George era el padre de Sebastian, ¿verdad?

– Veo que has oído hablar de él. Era primo de mi marido y eran tan parecidos que parecían mellizos. Y en cuanto al temperamento, absolutamente diferentes.

– ¿Su marido lo sabe?

– Sí. Una de las niñas enfermó de paperas y se la contagió al padre. Así fue como acabaron sus sueños de tener un heredero, muchos años antes de que Sebastian viniera al mundo. Tal era su deseo de un hijo varón que estuvo muy agradecido a George por el favor que le había hecho. Por lo demás, es un secreto que se ha mantenido dentro de la familia. Parece que Sebastian ha heredado lo mejor de ambos. El encanto y temperamento artístico de George y, del hombre que lo educó como un hijo propio, el sentido del honor y lealtad hasta la muerte.

– ¿Y Helena?

– ¿Esa ramera? Cuando se enteró de que Sebastian verdaderamente no quería aceptar el título nobiliario, se mostró tal como realmente era. Mi hijo me pidió que le dijera por qué se negaba a aceptarlo.

– ¿Y usted rehusó hacerlo?

– Si un título importa más que un hombre… -dijo mientras movía la cabeza de un lado a otro-. Naturalmente que Sebastian no lo vio de esa manera. El amor es ciego -declaró al tiempo que tomaba la mano de Matty entre las suyas-. Ve con él, Matty. Hazlo feliz. Lo merece -dijo antes de levantarse y besarla en la mejilla-. Intenta persuadirlo para que venga a casa en Navidad. Lo echo mucho de menos. ¿Quieres que le diga que se acerque?

– No, gracias, necesito estar un rato a solas.

Pero el caso fue que no tuvo tiempo para reflexionar.

Uno de los niños que jugaba a la orilla del lago perdió el equilibrio y se hundió en el agua. Sin detenerse a pensar, Matty quitó el freno a la silla, que se precipitó a la orilla, y entonces se lanzó al agua. Alcanzó a agarrar al pequeño cuando se hundía en las turbias ciénagas del fondo y lo sacó a la superficie.


– Diles que no armen tanto escándalo. Y no permitas que ese fotógrafo… -alcanzó a exclamar antes de sentir el fogonazo en la cara-. ¡No! Estoy cubierta de barro. No quiero fotografías en los periódicos locales.

– ¿Sólo locales? Ya verás los titulares, Matty: «La amante de un vizconde se lanza al rescate de un niño». Estuviste magnífica -dijo Sebastian antes de besarla. Entonces sintieron otro fogonazo de luz-. Cásate conmigo.

– Deberías pensarlo antes de proponer a una chica algo como eso cuando todavía está bajo los efectos de una conmoción. Porque puede que lo acepte -observó, todavía temblorosa.

– Dame tu mano -pidió él. Ella alzó la mano derecha-. No, la otra -Sebastian sacó una sortija del bolsillo sin hacer caso de la dotación sanitaria, los aliviados padres del niño y la mitad del público que había ido a la fiesta y que los giraba con curiosidad-. Llévalo mientras piensas en la respuesta.

La piedra era un diamante amarillo rodeado de pequeños diamantes blancos. Matty alzó los ojos.

– Sebastian, es hermoso.

– No tanto como tú.

Y alguien, tal vez el fotógrafo, gritó:

– ¡Vamos, lady, béselo!

– No soy lady -murmuró antes de besar a Sebastian.


El domingo por la mañana, Sebastian preparó té y un montón de tostadas. Luego puso todo en una bandeja junto con los periódicos y fue a la cama.

Ambos aparecían en la portada de al menos dos de los periódicos.

– ¿Qué hacías en la fiesta? -preguntó Matty después de tirar los periódicos al suelo-. Se suponía que debías estar en una reunión con algunas personas interesadas en comprar la empresa Coronet.

– Cancelé la reunión. Verás, de pronto me di cuenta de que la empresa no es mía y de que no me corresponde tomar esa iniciativa.

En ese instante, Matty supo que la decisión de Sebastian tenía sentido. Coronet pertenecía a Blanche y al personal que había trabajado largos años para George.

– ¿Y que va a pasar entonces?

– Voy a organizar las cosas de modo que el personal pueda adquirir la empresa. Cada uno podrá comprar una cantidad de acciones de acuerdo a los años trabajados en la compañía, de modo que el control quedará en manos de Blanche. En las dos últimas semanas ha rejuvenecido, ¿no te parece?

– Al parecer, ése es tu efecto sobre las mujeres. ¿Cómo te enteraste de que eras hijo de George?

– Louise me lo dijo sin quererlo. Cuando era niño, un día me mandaron de vuelta a casa porque había un brote de paperas en el colegio. Bea dijo que años atrás había contagiado las paperas a mi padre y entonces Louise, comentó que era imposible, porque de haber sido así, nunca habrían tenido que cargar con un hermano como yo, un mocoso pesado. La verdad es que entonces no entendí bien de qué hablaban; pero cuando fui mayor todo cobró sentido. Comprendí por qué mi madre solía dejarme en la oficina con George cuando iba de compras a la ciudad. Por qué él se interesaba tanto por mí. Por qué quiso que yo solucionara los problemas de la empresa.

– Al menos en eso acertó.

– ¿Crees que habría aprobado mi gestión?

– A decir verdad, no creo que se preocupara demasiado por nada más que de sí mismo. Pero si cuenta para algo, tienes mi aprobación.

– Cuenta para todo -dijo al tiempo que atraía su cabeza hacia sí-. Tú eres todo mi mundo y nada más importa. Verás, pienso mantenerme como consejero provisional de Coronel mientras el personal me necesite. Además, te tendrán a ti como asesora. Creo que estarán bien.

– Tú eres el que está muy bien.

– ¿Lo suficiente como para que respondas la gran pregunta?

Matty miró su anillo y luego a él.

– ¿Cuánto tiempo puedes esperar?

– Lo que haga falta. ¿Cuánto más? -le preguntó Sebastian.

– Espera hasta Navidad. Y entonces pregúntamelo en la capilla junto a la casa solariega. Pregúntamelo ante tus padres, tus hermanas, sus maridos, sus hijos, y Guy y Fran sentados en esos bancos antiguos. Pregúntame allí si quiero aceptarte como mi legítimo esposo, con todas las personas que conocemos y amamos como testigos. Entonces te daré mi respuesta, Sebastian.

– ¿Ése es el trato?

– Ése es el trato.

– ¿Y mientras tanto?

– Mientras tanto iremos a Nueva York, señor pez gordo de la banca.


No nevaba, pero todo estaba blanco, cubierto de escarcha. Los colores eran brillantes, claros y centelleantes. Las campanas repicaban alegremente y las voces del coro elevaban al cielo un canto de esperanza, de un nuevo comienzo.

Matty llegó en la silla de ruedas hasta la puerta de la iglesia, pero en el atrio tomó las muletas de manos de Fran y se alzó sobre sus pies. Había estado practicando durante semanas, cuando Sebastian se encontraba en la oficina. Y la noche anterior había practicado en la iglesia, acompañada de Fran.

Por él, más que por ella, en ese día tan especial iba a demostrar todo lo que era capaz de hacer.

Fran acomodó la pesada túnica de terciopelo crema que le caía desde lo hombros y cubría los aparatos ortopédicos de las piernas.

En cuanto al cabello… Había pensado en extensiones de modo que pareciera largo; pero ya no era la chica de entonces. En cambio, su pelo muy corto estaba adornado con mechas doradas, púrpuras y rosa, tal como lo exigía la ocasión.

– ¿Lista? -preguntó Fran, siempre a su lado. Su amiga, su apoyo.

– Lista -afirmó al tiempo que asentía ligeramente con la cabeza en dirección al sacristán, que hizo una seña a alguien invisible.

Y la música empezó a sonar. Lenta y majestuosamente, triunfante, paso a paso, Matty empezó a avanzar utilizando las caderas para mover las piernas una después de la otra, balanceando su peso en ellas, haciendo una pausa, reanudando los pasos. Seguramente sería la marcha nupcial más lenta de la Historia, pero Sebastian era el más paciente de los novios. Su sonrisa estimulaba cada uno de sus pasos por la nave y su premio fue que pudo permanecer sobre sus pies y mirarlo a la cara mientras pronunciaba los votos de amor y lealtad hacia él durante el resto de su vida.

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