Capítulo 3

SEBASTIAN movió la cabeza de un lado a otro, no porque no pudiera encontrar la salida, sino por el desinterés que demostraba ella. Parecía que sus intentos por cautivarla no daban resultado.

– Eres única.

Al menos se dignó a obsequiarlo con una sonrisa.

– Gracias.

– No me des las gracias. No es un cumplido -dijo, aunque ambos sabían que sí lo era.

Él admiraba ese talento para mostrarse imperturbable. Admiraba la capacidad de Matty para no dejarse impresionar por la muestra de humildad de un hombre bastante poco inclinado a tales demostraciones, O tal vez hubiera adivinado que él no estaba habituado a recibir un «no» por respuesta.

– No te molesta que llame un taxi antes de que me eches a patadas, ¿verdad?

– ¿Has venido en taxi?

– No. ¿Por qué?

– Sólo me preguntaba por qué no has venido en tu coche después de la agonía que has tenido que sufrir para conseguirlo -dijo intentando controlar una sonrisa y el deseo de pedirle que se quedara.

– Porque preferí venir andando. ¡Maldición! No…

– Bien hecho. ¿Y por qué no te vuelves andando?

Sebastian notó que ella disfrutaba con su incomodidad. No podía hacer el idiota intentando evitar palabras tan delicadas como «andar» como si fueran minas enterradas.

– Porque me desmayaría por desnutrición. Pero no te preocupes, si lo prefieres esperaré el taxi en la calle.

– ¿Después de toda la molestia que te has tomado para traerme el almuerzo? ¿Crees que podría ser tan descortés?

– Al parecer, sí. Si me lo agradecieras siquiera un poco, me habrías invitado a compartir tu almuerzo.

Ella se llevó una mano al corazón.

– No sabes cómo lo siento. ¿Querías quedarte?

– Bruja -exclamó Sebastian, sin poder evitar la risa.

Por eso estaba allí. Porque desanimado como se encontraba, ella era capaz de arrancarle una sonrisa.

– Eso está mejor.

– ¿Prefieres que te insulten a que te cautiven?

– Desde luego. La seducción es… fácil. En cambio el insulto es más recio y mucho más sincero. Siéntate y haz tu llamada.

Sebastian se acomodó en el sofá y fingió buscar el número de una compañía de taxis en la agenda telefónica de su móvil.

– ¿Así que ése es el secreto? -preguntó como si estuviera más interesado en encontrar el número que en su respuesta-. ¿Tengo que insultarte para poder pasar un breve rato contigo?

– Tienes que hacer una llamada. La conversación no está incluida en el trato.

Matty no se dejó engañar. Sebastian Wolseley no tenía intención de llamar un taxi, sólo se tomaba su tiempo con la esperanza de que ella le pidiera que se quedara.

¿Por qué? ¿Qué quería de ella?

Una invitación a comer, después los bocadillos… No insistiría tanto si no quisiera algo.

– El teléfono está ocupado. Oye, el sábado te pedí que cenaras conmigo y tú me rechazaste por charlar con una periodista. Hoy te he invitado a comer al restaurante más romántico de la ciudad y has alegado que estabas muy ocupada. Y ahora ni siquiera piensas invitarme a compartir tu almuerzo, aunque yo lo haya traído.

– Tú lo has dicho: soy una bruja. Y el próximo truco mágico es que te voy a convertir en un sapo si no te marchas en treinta segundos.

– ¿Estás segura? -preguntó. No la había engañado con la freta del teléfono, así que decidió marcar el número antes de llevárselo al oído. Aunque esa vez sí que estaba ocupado-. ¿No tendrías que besarme para deshacer el hechizo?

Matty deseó que la sugerencia no fuese tan atractiva. Ya le resultaba bastante difícil desviar la mirada de su boca para que él le diera más ideas…

– Por el amor de Dios -dijo bruscamente, desesperada por borrar la imagen de esos labios de su mente-. Ya puedes dejar de fingir que estás llamando un taxi.

– ¿Fingir? -exclamó con exagerado horror, aunque sin lograr impresionarla.

– Sí, fingir. Como no he tenido nada más que interrupciones durante toda la mañana, bien puedes quedarte a comer uno de esos bocadillos. Luego, cuando me cuentes qué deseas, te echaré, tengas o no un medio de transporte.

– ¿Qué te hace pensar que quiero algo más que tu compañía?

– No olvides que puedo leer los pensamientos. Iré a buscar unos platos. ¿Quieres beber algo? -preguntó al tiempo que maniobraba la silla de ruedas en dirección a la cocina.

– Encontrarás una botella de Sancerre fría en la encimera.

– ¿Sancerre? -comentó al tiempo que se volvía a mirarlo con severidad, como si fuera un pillo que algo se traía entre manos.

Él se limitó a sonreír.

– Sé lo que significa esa mirada. Me ofrecería a descorchar la botella, pero estoy muy cómodo aquí.

– No tenías intención de marcharte, ¿verdad? -preguntó intentando evitar una sonrisa.

– No, pero ambos sabemos que realmente no ibas a echarme.

– Mi error ha sido dejarte entrar.

– No tenías más opciones desde el momento en que atendiste al timbre de la puerta -replicó. Al darse cuenta de que no le convenía mostrarse presuntuoso, se apresuró a añadir-: Tú nunca serías capaz de una grosería semejante.

– Claro que sí -le aseguró-. No te imaginas cómo puedo deshacerme de los visitantes cuando no quiero que me perturben. Soy capaz de imitar perfectamente el inglés de Connie, el ama de llaves griega de Eran. Aunque en este caso no lo habría hecho.

– Gracias.

Antes de reunirse con él, Matty abrió la botella y sacó un par de platos del armario de la cocina.

– Los vasos están en el aparador, si no es mucho trabajo para ti. ¿Y qué pasó con el piso?

– ¿El piso? -repitió Sebastian mientras sacaba los vasos y luego tomaba la botella que ella le tendía.

– Fran te preguntó cómo te encontrabas en el piso.

– Ah, sí. Guy me lo ofreció hasta que encuentre algo propio. Por eso me arrancó de la fiesta del sábado, para entregarme las llaves.

– Verdaderamente sois buenos amigos, ¿no es así? -observó tras llevar su bocadillo de salmón a la mesa mientras él elegía uno de la bolsa.

– Así es.

– ¿Puedes sacar de ese cajón un par de cuchillos y unas servilletas? -le pidió. Sebastian le tendió ambas cosas-. Gracias. Pero dijiste que volvías a Nueva York.

– Estoy seguro de no haberlo dicho. No voy a ir a ninguna parte hasta que deje solucionado el desastre que George me legó.

– ¿Y eso te tomará una semana? ¿Dos? -Matty se paró en seco. No quería demostrar demasiado interés, así que se concentró en abrir el envoltorio del bocadillo con dedos repentinamente torpes.

– No sé a ciencia cierta cuánto tiempo me va a llevar este asunto. El banco ha tenido a bien concederme seis meses de permiso. Si me quedo aquí más tiempo, sospecho que tendré que buscarme otro trabajo. Matty renunció a abrir el envoltorio y le dirigió una mirada.

– ¿Seis meses? Vaya por Dios, sí que debes de tener un buen lío.


Sebastian le quitó el bocadillo de las manos, abrió el envoltorio y se lo tendió.

– Ésa es una de las razones por las que he venido a tu casa sin invitación. Necesito un consejo.

– ¿Un consejo? -preguntó. «Bueno, Matty Lang, tú sabías que quería algo más que compartir contigo un almuerzo en grata charla», pensó-. ¿Qué clase de consejo? -repitió, con la desilusión pesando como plomo en la boca del estómago. Luego mordió un trozo del bocadillo que no le supo a nada.

Sebastian llenó de vino las copas.

– Guy me dijo que eres ilustradora. ¿Sabes algo del negocio de tarjetas de felicitación?

– ¿De felicitación? -preguntó, con un pliegue burlón en el ceño.

– Sí, Feliz Cumpleaños, Feliz Día de la Madre, etc, etc.

– ¿Ése era el negocio de tu tío?

– George fundó Coronet Cards cuando estudiaba en la Escuela de Arte. Fabricaba pequeñas cantidades de tarjetas de vanguardia basadas en temas propios y de sus amigos. Y lo hacía para ayudarlos económicamente, más que otra cosa.

Matty dejó a un lado su desilusión.

– ¿Coronel? Conozco esa marca. ¿No son sus primeras tarjetas objetos de colección hoy en día?

– Creo que sí. Es una pena que no hiciese contratos a sus compañeros de estudio, porque ahora podríamos reeditarlas. Nunca fue un auténtico hombre de negocios. Tal vez debería haber continuado con la pintura.

– ¿Pintaba bien?

– No -contestó con una sonrisa.

– ¿Y ahora Coronel tiene dificultades?

– Es más complicado que eso. En los últimos años, George empezó a armarse un lío con las finanzas.

– ¿Así que has suspendido temporalmente tu carrera para sacar adelante la empresa? -preguntó con los codos en la mesa y la barbilla en los nudillos-. Si me lo permites, te diré que Coronet tiene clase, pero no es exactamente la empresa más importante del ramo. Apenas merece que un banquero de Wall Street le dedique seis meses de su tiempo -puntualizó. Sebastian se limitó a morder su bocadillo de carne-. Si la compañía tiene tales problemas, ¿no habría sido más aconsejable dejar el asunto en manos de un contable competente que se encargue de su liquidación?

Sebastian se encogió de hombros.

– Tienes razón, pero liquidar la empresa no es una opción, desgraciadamente -observó. No había pensado copiarle la verdad, pero necesitaba un interlocutor apropiado. Un aliado. Y el instinto le decía que ella lo era-. La verdad, Matty, es que la compañía tiene un agujero tan grande en sus finanzas que incluso aféela a los fondos de pensión de los empleados. Verás, si los periódicos se enteran de esto se divertirán muchísimo a costa de mi familia, habrá que liquidar la compañía y muchas buenas personas que han trabajado para George durante largos años se quedarán literalmente sin dinero para su jubilación. Esto último es lo que más me preocupa.

– Ahora comprendo que dijeras que George era malo.

– Me refería a sus numerosas esposas y numerosísimas amantes.

– Un hábito caro.

– Con todo, él nunca habría robado a su personal. Me temo que fue su última esposa la causante del daño. Era una enfermera que lo cuidó cuando le pusieron el bypass en el corazón. La encarnación de Florence Nightingale, hasta que él le puso el anillo en el dedo. Parece que el inmenso agujero en los fondos de pensión y su partida ocurrieron al mismo tiempo. No puedo probar nada y, si pudiera, nunca lograríamos recuperar el dinero; al menos no a tiempo para que sea de alguna utilidad. No ganamos nada con perseguirla, sólo escándalo, y no quiero que recuerden a George como a un viejo tonto.

– No, desde luego que no -repuso ella dejando reposar la mano un segundo sobre la de él-. ¿Pero cuán-tos años se lardaría en conseguir esa cantidad de dinero? -preguntó tras retirarla y llevarse los dedos al pelo.

– Mi propósito es volver a levantar la empresa. Pienso deshacerme de lo que no sirve, introducir nuevos diseños de calidad y luego venderla a una de las grandes compañías. Utilizaría el dinero de la transacción para pagar indemnizaciones y una jubilación anticipada para el personal más antiguo.

– Me temo que le llevarás una desilusión si me has invitado a comer con la esperanza de conseguir unos cuantos diseños de calidad.

Sebastian se dio cuenta de que realmente la había ofendido. Implicarla en el negocio tampoco iba a funcionar, así que lo mejor sería decirle la verdad.

– No se trata de eso, Matty. La verdad es que no busco un consejo solamente. He pasado una mañana surrealista discutiendo el futuro de las Hadas del Bosque y quería contártelo. Sabía que podrías ver el aspecto divertido del asunto -dijo con la mirada fija en los ojos de ella-. Y esperaba que me ayudaras a verlo a mí también.

– ¿Y por qué no lo has dicho desde el principio?

– Normalmente, no suelo dar razones cuando invito a comer a una mujer. Nunca he tenido que esforzarme tanto para conseguir una cita.

– Estoy segura de eso -replicó ella con cierta ironía-. Hadas del Bosque. ¿No son esos ridículos personajes de la televisión vestidos con ropas fosforescentes?

Sebastian se echó a reír.

– ¿Ves? Sabía que tú podrías lograrlo.

Los rasgos de Matty se suavizaron.

– Deberías reír más a menudo, Sebastian, hace bien al espíritu.

– La próxima vez que te invite a salir te lo voy a recordar.

Se miraron durante unos segundos. Sebastian sintió el agudo deseo de tocar la fresca suavidad de su mejilla y sentir que ella la apoyaba en la palma de su mano. Nada más que eso.

Sin embargo, de pronto se sintió vulnerable y un tanto desamparado. Normalmente, salía con mujeres despampanantes, de largos y brillantes cabellos, suaves curvas y altísimos tacones. Mujeres fugaces que se lucían colgadas de su brazo y que, cuando las dejaba sin dedicarles un segundo pensamiento, pasaban a engrosar la lista con la que se había ganado su reputación de hombre despiadado.

Sebastian sospechaba que Matty lo sabía. Y no deseaba que ella se habituara a rechazarlo. Era mejor volver a los negocios.

– Dime, ¿cuál es el problema de las Hadas del Bosque? -se adelantó ella.

– George pagó una fortuna por una licencia de veinticinco años a fin de incluirlas en tarjetas de cumpleaños, papel de regalo, artículos para fiestas infantiles y cosas por el estilo. Desgraciadamente la televisión es un medio inestable y las Hadas han sido sustituidas por otras criaturas.

– ¿Y necesitas algo excitante para sustituirlas?

– Antes de la próxima semana.

– ¡Estás bromeando! -exclamó, pero al ver que no movía un músculo, añadió-: No, no bromeas. ¿Qué sucederá la próxima semana?

– Tengo que comer con nuestro cliente más importante y he de mostrarle las ofertas de la nueva temporada. Seguramente pedirá lo de siempre. Pero debo tener algo nuevo para el mercado infantil.

– Sí que estás en un lío, chico -dijo al tiempo que le llenaba la copa-. Sírvete otro de estos excelentes bocadillos ¿Y cómo piensas que puedo ayudarte?

– No lo sé. Necesitaba hablar con alguien que no es-tuviera implicado en el asunto. Los empleados de Coronet están muy inquietos porque temen perder su puesto de trabajo, y a la familia le aterroriza un escándalo.

– ¿Y todos esperan que tú los salves del naufragio?

– No soy ningún héroe. También tengo que pensar en mi reputación.

– Por no mencionar el apellido familiar -insinuó con ironía-. Eso es mucha presión.

– Una presión que puedo manejar. Pero se necesita algo más. Algo que no poseo. ¿Tú no te dedicas a hacer ilustraciones para niños?

– Pero no diseños conceptuales de la calidad que tú necesitas. ¿No podrías negociar con la televisión la licencia de sus novedades infantiles?

– Ya lo han hecho compañías más grandes que Coronet y con más dinero, claro está. No, debo empezar con mis propios diseños.

– ¿En una semana?

– Sé que es ridículo, pero tengo que intentarlo. ¿Estás segura de que no tienes nada en el fondo de un cajón?

– Totalmente segura. Si me ofreces una comisión haría lo imposible por crear algo, pero no puedo garantizarte el impacto inmediato que necesitas.

– ¿Y qué pasa con tu libro? ¿No te llevó Fran a hablar con una periodista sobre un libro que has ilustrado?

– Ya veo dónde conduce esto -dijo al tiempo que se ponía rígida y alejaba un poco la silla de la mesa. Unos centímetros que a ella le parecieron muchos metros-. Siento desilusionarte, pero no es lo que buscas. Los niños todavía no se han enamorado de mis personajes. Por lo demás, se trataba de un abecedario especial que diseñé como regalo de cumpleaños para Toby.

– Entiendo. ¿Y le gustó?

– Por supuesto. Todos los dibujos se han convertido en sus amigos favoritos.

– ¿Y tienes por ahí un ejemplar? Me gustaría echarle un vistazo.

Ella se acercó a un armario y sacó un libro. Las ilustraciones estaban impresas en un papel de gran calidad y las cubiertas eran de madera azul. Estaba claro que el ejemplar era un fino trabajo artesanal que no parecía hecho en casa.

– No te va a ser de utilidad. ¿Quién va a comprar una tarjeta de cumpleaños con un dibujo que indica que la letra G se utiliza para nombrar un globo?

Las ilustraciones eran vivas, brillantes, frescas y atractivas.

Sebastian pensó que ella tenía razón. En un papel de regalo parecían maravillosas, pero no ocurriría lo mismo con una tarjeta de felicitación.

– Los globos son muy coloridos.

– Pero no exactamente personales.

– Siento no poder utilizar tus ilustraciones.

– A mí también me desilusiona. Los derechos por la venta de tarjetas me vendrían muy bien. Mientras tanto, tengo un encargo que terminar cuanto antes si quiero comer el próximo mes -dijo al tiempo que instalaba la silla ante el tablero de dibujo-. Gracias por el almuerzo. Siento que tu visita haya sido inútil.

– No ha sido inútil. He aprendido mucho. Si se me ocurre otra idea brillante, ¿puedo comunicártela para que me la destroces?

– Me hace feliz poner a un hombre en su sitio. La próxima vez trae un bocadillo de aguacate.

«Casi una invitación», pensó Sebastian con una sonrisa que guardó para sí al tiempo que miraba por encima del hombro de Matty hacia la ilustración que pintaba.

Se trataba de la silueta de una pareja reflejada en el agua a la orilla del mar durante una puesta de sol. El color al pastel y el estilo eran muy diferentes a las ilustraciones del abecedario.

No era su primer intento, al parecer. Sebastian se inclinó a recoger una ilustración que ella había descartado. Era casi idéntica a la otra, pero había dibujado algo en la parte superior.

– ¿Qué es esto?

Ella se volvió a mirar lo que sostenía en la mano y se sonrojó.

– Nada. Una idea para una tira cómica, eso es todo.

– Una superheroína en una silla de ruedas. ¿Tiene nombre?

– Sí, Hattie Hot Wheels. ¡Y no te atrevas a reír!

– Como si fuera a hacerlo. Verdaderamente tienes mucho talento, Matty.

Ella le dirigió una mirada fugaz.

– No puedes quedarte con la ilustración de la pareja. Es un encargo para la historia de una revista.

– No, no era mi intención. Has captado muy bien la melancolía de una tarde de fines de verano.

Algo en la mirada de ella le hizo pensar que la historia era el fin de algo, no el principio.

– No está acabado. ¿Algo más? Entonces, vete ahora.

– Lo siento. He abusado de tu tiempo. ¿Puedo llevarme esto? -preguntó con el abecedario en la mano.

– Claro que sí. Y enséñalo a cualquier editor o periodista que conozcas.

– Lo haré si prometes comer conmigo la próxima vez que te llame.

– No te das por vencido, ¿verdad, Sebastian? -preguntó al tiempo que se volvía a mirarlo-. Lo de los editores no iba en serio. Llévate el libro, pero sin ningún compromiso.

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