EN LUGAR de tomar un taxi, Sebastian resolvió volver a pie a la oficina.
– Blanche, creo que tengo la solución -anunció mientras ella lo seguía con un puñado de mensajes-. Mira esto.
Blanche hojeó el libro con una sonrisa al contemplar las ilustraciones. Luego lo miró, ligeramente desconcertada.
– Son unos dibujos encantadores, pero no sé cómo podríamos utilizarlos.
– No como aparecen aquí, desde luego -observó él mientras se acomodaba en el inmenso sillón giratorio de George-. Pero vamos a suponer que fabricamos series de tarjetas con los nombres infantiles más conocidos. Por ejemplo, la tarjeta que representa el globo podría decir «G es la primera letra de…» -Sebastian hizo un ademán para que ella le diera algunos nombres.
– ¿George o Grace? -sugirió Blanche en un tono que no revelaba mayor entusiasmo.
– No te gusta la idea, ¿verdad?
– La idea no está mal. Generalmente las ideas sencillas son las mejores.
– ¿Pero…?
– Pensaba en la logística, simplemente. ¿Cuántos nombres crees que hay?
– Miles. Pero obviamente utilizaríamos los más conocidos. Como los que pintan en jarritas, llaveros y en placas de cerámica para colgar en las puertas, como el tipo de artículos que se vende en las gasolineras, por ejemplo. Hay por ahí una lista anual de los nombres más populares de niños, ¿no es verdad?
– Supongo que sí.
– ¿Pero…?
Ella se dejó caer en la silla frente a él.
– No digo que sea imposible, Sebastian, pero tienes que verlo desde el punto de vista del comerciante detallista. Sólo con un nombre de niño y de niña por cada letra del abecedario, ya tienes cincuenta y dos tarjetas. Ésa es una gran inversión en una sola gama de productos. Y naturalmente que sólo una tarjeta es la adecuada para cada cliente. Si no quedan tarjetas con el nombre de «Peter», el cliente no comprará una que diga «Paul» y se irá a buscar otra cosa en otra tienda.
– ¡Diablos! Sí que es cierto. Y yo que pensé que había dado con la solución… -dijo al tiempo que giraba el sillón de piel hacia la ventana que quedaba a sus espaldas y se pasaba los dedos por los cabellos.
De inmediato recordó que Matty había hecho el mismo gesto dejando un pequeño rizo levantado que él deseó alisar con sus dedos.
– Bueno, mientras estabas ausente llamé a un par de antiguos clientes que en el pasado nos encargaron trabajos publicitarios. Quedaron de contestarme.
Tras respirar hondo, Sebastian se volvió hacia ella.
– Gracias, Blanche. Sospecho que sin ti esta empresa habría desaparecido hace mucho tiempo.
– Es posible -convino antes de cambiar de tema y concentrarse en el libro de Matty-. Esta obra es única por su originalidad.
Una descripción que calzaba tanto con la artista como con su trabajo.
– Matty también lo es.
– Tal vez deberías considerar la posibilidad de ofrecerle un encargo y hacerle un contrato antes de que alguien más la descubra, ¿no te parece?
– Puede que tengas razón, pero dudo ser la persona más adecuada para negociar con ella. Por alguna razón se niega a tomarme en serio.
– ¿Quieres decir que además de talentosa es una mujer inteligente? -preguntó, y al instante se puso roja-. Lo siento, eso no ha estado bien.
– No lo creas, Blanche.
Incómoda, ella se encogió levemente de hombros.
– A veces George hablaba de ti.
– Nada bueno, naturalmente.
– Te equivocas, él te quería mucho. Pero también se preocupaba por ti. Solía decir que te habías apartado de todo, menos de tu trabajo, y que cuando despertaras y te dieras cuenta de lo que te habías perdido, sería demasiado tarde.
– Nadie podría acusarlo de haber desperdiciado su tiempo.
– No.
– ¿Era feliz?
– A veces. Durante breves períodos. Pero nunca dejó de buscar y de tener esperanzas.
– Tal vez debió apartar los ojos del horizonte por un momento y fijarse en lo que tenía más cerca -comentó pensando en las mujeres frívolas y glamurosas a las que su tío había dedicado tiempo y dinero a cambio del placer de ir del brazo de una beldad encantadora. Era una inclinación que habían compartido excepto que, a la inversa de George, él había aprendido a no entregar el corazón.
– Es cierto.
– Volviendo a la señorita Lang, ¿por qué no la llamas? Dile que te han nombrado coordinadora de compras de la empresa Coronet Cards.
– ¿Coordinadora de compras? -preguntó, muy sorprendida.
– Si no te gusta puedes cambiarle el nombre. Hablaremos de un sueldo más apropiado posteriormente, ¿qué me dices?
– No, no creo que yo… Realmente… ¿Estás seguro? -inquirió con ansia tras unos segundos de vacilación.
– No te subestimes, Blanche. Sabes más de este negocio que cualquiera de nosotros y como voy a depender bastante de ti, es justo que seas recompensada.
Ella lo pensó unos segundos y luego se volvió hacia él, aparentemente convencida.
– ¿Y qué quieres que le diga a la señorita Lang?
– Primero, quiero que le ofrezcas una opción de compra por estas ilustraciones antes de que algún editor inteligente decida adquirir el libro.
– ¿Una opción de cuánto tiempo?
– De seis meses -decidió. No valía la pena prolongarla más. Si en ese plazo no habían utilizado las ilustraciones, estaba claro que ya no lo harían. Entonces volverían a manos de Matty, dejándola en libertad para venderlas a quien quisiera-. Y te autorizo para que negocies un precio razonable.
Sebastian pensó que tal vez era egoísta, pero recordó que ella misma le había dicho que las posibilidades de encontrar un editor eran bastante escasas. Además, si Matty no quería venderle la opción, nadie lograría persuadirla.
– ¿Y qué más?
– Bueno, nada específico. Háblale del mercado por si se le ocurre alguna idea y, si la tiene, ofrécele una comisión por el material gráfico.
– Veo que no pides mucho -Blanche comentó con ironía.
– Nada que no puedas manejar, estoy seguro. Pero si decides llevarla a comer, elije el restaurante antes con ella.
– Veamos hasta dónde podemos llegar con una llamada telefónica. Tienes su número, ¿verdad?
Sebastian lo había visto escrito en el teléfono de Matty el día de la fiesta, cuando había ido a buscar el whisky.
– Llámala a este número -dijo al tiempo que lo anotaba en un bloc de notas.
– De acuerdo, lo haré de inmediato. ¿Dónde vas? -preguntó al verlo camino de la puerta.
– No te preocupes, Blanche. No me voy a escapar. He de hacer una pequeña investigación básica, como por ejemplo, mirar las ofertas de la competencia, ir a las tiendas, hablar con los comerciantes minoristas… Esas cosas. Para cuando tengas algo interesante, tal vez me habré hecho una idea de este negocio.
– De acuerdo. ¿Cuándo estarás de vuelta? En caso de que la señorita Lang lo pregunte.
– No lo hará.
Durante las últimas semanas se había sentido paralizado de rabia por la manera en que su carrera tan prometedora se había visto suspendida y por tener que dejar de lado una vida tan satisfactoria.
¿Matty habría sentido lo mismo tras el accidente? Ni siquiera podía imaginar el cambio brutal de su vida. Un cambio permanente, como volver a aprender incluso las cosas más sencillas de la vida cotidiana, cosas que una vez había dado por descontadas.
Él no había perdido nada. Dentro de seis meses volvería a retomar una vida que lo estaba esperando. Y si no la retomaba exactamente donde la había dejado, sería un poco más lejos.
En esos momentos era necesario dejar de sentir autocompasión y hacer lo posible para convertir a Coronel en una empresa que los principales competidores se pelearan por comprar. Y tras esos seis meses de experiencia, sería un profesional mucho más eficaz en su trabajo.
Y su trabajo era lo único que le importaba.
– A mí también me interesa saberlo. Así que dime cuándo volverás a la oficina.
– El jueves por la mañana. Podrás defender el fuerte hasta entonces, ¿verdad?
– No sería la primera vez -observó Blanche, con suavidad.
Matty dio un brinco al oír el sonido del teléfono. No podía ser él. No quería que fuese él… Y odió la expectación que la dejaba sin aliento, el salto del corazón anticipando aquella voz que anhelaba oír, el hecho de delegar en otro toda perspectiva de alegría.
Había renunciado al derecho a la autoindulgencia. Esos sentimientos eran para otras personas.
Dejó pasar unos cuantos timbrazos antes de levantar el auricular con el corazón galopante. Entonces respiró lentamente.
– Matty Lang. ¿Diga? -dijo con voz clara, imperturbable.
Una voz que no la traicionaba. Una lección duramente aprendida.
– Señorita Lang, me llamo Blanche Appleby. Soy… soy la coordinadora de compras de la empresa Coronet Cards -la saludó. «No es él», pensó Matty con el corazón más tranquilo, aunque se debatía entre la desilusión y el alivio-. Señorita Lang, ¿está ahí?
– Lo siento, sí…
– Espero no importunarla, pero me gustaría hablar con usted respecto a la compra por parte de Coronet Cards de una opción por seis meses de las ilustraciones de su abecedario.
– Vaya…
¿Coronet Cards? ¿Sebastian quería sus dibujos y le había pedido a otra persona que la llamara para hacerle una oferta?
Desilusionada, Matty tragó saliva. ¿Qué había esperado? Aquello no era nada más que un asunto de negocios. Los bocadillos y el vino habían sido su modo de ganarse las ilustraciones. Y en ese momento las tenía. ¿Así que para qué perder más tiempo con ella?
Aunque también había dicho que había ido a verla porque ella lo hacía reír.
«Baja a la tierra, Matty», se dijo con firmeza. «Él sabía que tú tenías algo que podía serle útil y fue lo suficientemente listo como para que pareciera una ocurrencia tardía».
– ¿Señorita Lang?
– Lo siento. Estaba… atendiendo a alguien. Ahora sí que la escucho.
– Decía que tal vez podríamos reunimos para discutir los detalles. ¿Le viene bien aquí en la oficina? -sugirió. Blanche Appleby no era tan sutil como Sebastian Wolseley. Él no habría hecho una petición tan abierta y con ello darle una oportunidad para negarse. Habría ofrecido dos alternativas, obligándola a elegir una-. O si lo prefiere, podríamos comer en algún lugar de su gusto. Lo que sea más conveniente para usted.
– Realmente, señora Appleby…
– Blanche, por favor.
– Blanche, no me interesa vender una opción. Tal vez Sebastian no le dijo que estoy buscando un editor -puntualizó. Desde luego, hablaba por puro orgullo. Sebastian Wolseley estaba dispuesto a pagarle bien simplemente por conservar sus ilustraciones durante seis meses. No había ilustradores en el país que no tuvieran un abecedario que ofrecer a los editores, y la mayoría habría brincado ante tamaña oferta. Era un dinero que ganaría sin tener que trabajar y que podría destinar al fondo para su futura casa campestre. Además, en seis meses el libro volvería a sus manos y tal vez pudiera encontrara un editor interesado en publicarlo-. ¿Eso es todo?
– ¡No! -exclamó Blanche precipitadamente-. Sebastian quería que conversara con usted sobre el mercado en general. Quedó realmente impresionado con su trabajo. Volvió a la oficina lleno de planes respecto a una serie alfabética. Desgraciadamente nada utilizable, pero me autorizó para que le ofreciera una comisión por cualquier idea que a usted se le ocurriera.
– ¿Y de eso quiere hablar conmigo?
– Sí -contestó, claramente aliviada.
Bueno, aquello era diferente. Tal vez se mostrara un tanto dura. Ya había echado a Sebastian una vez y quizá por eso enviara un delegado en aquella ocasión.
Una demostración de su interés por los negocios. Tal vez fuera hora de dejar de soñar y de adoptar un criterio más mercantil.
– ¿Está ahí? ¿Puedo hablar con él?
– Me temo que no es posible. No vendrá a la oficina hasta el jueves -la informó. De acuerdo, él se estaba tomando el asunto verdaderamente en serio-. Me haría un gran favor personal si al menos considerase la opción, señorita Lang. Ésta es una promoción para mí, y cuando Sebastian vuelva a Estados Unidos va a necesitar a alguien que se haga cargo de la empresa y…
Blanche se paró en seco, pero el mensaje estaba claro.
– Y usted necesita ese cargo, ¿no es así?
Matty se dio cuenta de que Blanche Appleby ignoraba lo que estaba sucediendo en la empresa. Sebastian le había dado un cargo de adorno y ella había pensado que tendría la oportunidad de probarse a sí misma. Pero la triste la verdad era que, con o sin comprador, la iban a echar. ¡Qué bastardo!
– Durante los últimos tres años he tenido que encargarme casi totalmente de la empresa. He hecho de todo, menos la elección final del material gráfico. Para serle sincera, George… George Wolseley… el fundador de la compañía…
– Sebastian me habló del señor Wolseley -Matty fue en su rescate cuando le pareció que la voz de Blanche Appleby se quebraba-. ¿Trabajaste para él durante mucho tiempo? -preguntó amistosamente.
– Fui la primera persona que contrató. Yo acababa de terminar mi carrera de Secretariado. Él era muy fino, muy apuesto.
Venía de familia. Estaba claro que George Wolseley había robado el corazón de su joven secretaria y nunca se lo había devuelto.
– No lo dudo.
– A pesar del triple bypass se recuperó muy bien, pero nunca volvió a ser el mismo. Probablemente debió de haberse retirado, tomarse las cosas con más calma, pero realmente disfrutaba viniendo a la oficina. Si puedo demostrarle a Sebastian que soy capaz de manejar el material gráfico y encontrar nuevos diseños, tendrá que darme una oportunidad, ¿no crees? Porque a mi edad nunca volveré a tenerla.
– Blanche…
– Pero qué digo. Seguramente querrá a alguien más joven. Así que es mejor olvidar lo de las oportunidades. Tendré suerte si consigo otro…
– ¡Blanche!
La secretaria se detuvo en seco.
– Cielo santo, lo siento mucho. No sé qué me ha pasado -dijo muy turbada.
– De acuerdo, Blanche. Sí, acepto la opción -declaró. No lo hacía por Sebastian, ni siquiera por sí misma, sino por otra mujer que estaba en apuros. Haría lo posible por contribuir a la venta de la empresa para que Blanche no lo perdiera todo-. La opción sobre el abecedario es tuya y será un placer conversar contigo.
Sebastian pasó la tarde del martes y la mayor parte del miércoles hablando con los comerciantes al por menor y, aparte de examinar una creciente colección de artículos de gran salida, todos producidos por la competencia, no aprendió nada útil, salvo que el público de cualquier edad parecía mostrar un apetito insaciable por las tarjetas con ositos y erizos.
También tuvo oportunidad de enterarse de que cualquier persona con acceso a un ordenador podría hacer lo que él había deseado: una tarjeta personalizada con el nombre de un niño. De hecho, tenían una inmensa ventaja sobre él, ya que podían utilizar el nombre que quisieran, por muy especial que fuera.
Fue en ese momento cuando se hizo una luz en su cerebro que brilló como un faro luminoso. Y había una sola persona con la que quería compartir su descubrimiento.
Una hora más tarde, Sebastian aparcó ante la casa de Matty sin hacer caso del cartel que indicaba «Sólo para Residentes». Bajó la escalera que conducía al sótano y tocó el timbre.
– ¿Quién es? -preguntó una voz con acento claramente extranjero.
Bueno, Matty ya le había advertido que podía recurrir a esos trucos cuando no quería recibir a nadie.
– Matty, soy Sebastian -dijo, con una sonrisa. Se produjo una pausa.
– Matty no está aquí.
– Muy divertido. Déjate de bromas y abre la puerta. Tengo algo importante que decirte.
– Ya le he dicho que Matty no está aquí -repitió la voz lenta y claramente.
Sebastian volvió a llamar. Luego golpeó con los nudillos, y luego la llamó a voces.
– Matty, no me hagas esto. ¡Ya sé cómo utilizar tus ilustraciones! ¡Mi idea es brillante!
El portero automático hizo un ruido y oyó la misma voz de antes.
– Márchese.
– De acuerdo. Mensaje recibido. Estás ocupada, llámame cuando tengas un momento libre.
Sebastian subió la escalera con la esperanza de que en cualquier momento se abriera la puerta. Sólo cuando llegó a la calle aceptó el hecho de que eso no iba a suceder, y observó que una agente del tráfico le dejaba la papeleta de una multa en el parabrisas.
– ¿Os dedicáis a la producción de papel de envolver?
– Sí, pero… ¿Qué piensas? -Blanche la miró desconcertada.
– Pensaba que si se pudiera aplicar la imagen ampliada sobre papel de tamaño estándar… -Matty negó con la cabeza-. No, la imagen aumentaría demasiado y aparecería punteada. Tendré que pensar en eso. Pero no veo ninguna razón para no ofrecer reproducciones, en cambio. La mayoría de las tiendas de tarjetas también venden regalos, y una tarjeta de cumpleaños con su correspondiente etiqueta, que haga juego con el regalo, podría ser muy sugerente. Valdría la pena probar con compradores importantes y…
En ese instante se dio cuenta de que Blanche ya no le prestaba atención. Miraba fijamente a la puerta.
– Así da gusto verlas. Tienen buen aspecto -comentó Matty, examinando las maquetas que el departamento de producción había hecho de los impresos botánicos.
– Creo que ésa es la diferencia entre nosotras. Donde yo sólo veo deterioro, tú ves antigüedad. Impresas sobre una tarjeta a juego tienen un aspecto fino y de gran calidad.