Capítulo 9

EXCEPTO que estaba embarazada.

Tina no terminaba de creérselo. El resultado de la prueba tenía que estar equivocado.

Pero no era así. El test era positivo y ella estaba embarazada.,

Tina se sentó en la cama y se quedó mirando fijamente su regazo. Ya lo había sospechado. Aunque había tratado de convencerse de que eso era una locura. Estaba cansada y le habían crecido los senos, pero también era cierto que había trabajado muy duro y que había tenido problemas para dormir de día, debido a Ally y Tina. Y también era cierto que estaba a punto de llegarle el periodo. Y pensaba que era por eso que le habían crecido los pechos.

Pero el periodo se había comenzado a retrasar y los senos seguían creciendo. Así que, aunque sabía que era una estupidez y que no había nada por lo que preocuparse, había conseguido un test de embarazo y se lo había llevado a casa.

Y el resultado había sido positivo. ¿Qué iba a hacer? Jock no querría saber nada acerca de ello. Hacía cuatro semanas que se había acostado con él y en ese tiempo Jock apenas había hablado con ella. Y siempre en el marco profesional. Y había oído que había salido con la enfermera Jackson. Dos veces.

¿Habría pasado a ser la enfermera Jackson una de esas mujeres desnudas a las que Jock había llevado el desayuno a la cama?, pensó Tina sombríamente.

Se quedó mirando el resultado del test. La línea azul significaba que estaba embarazada con un cien por cien de seguridad.

¿Cómo podía haber sido tan estúpida? No había tomado precauciones ya que poco antes de acostarse con Jock a ella le había venido el periodo. Así que en teoría no había peligro. Ella no debía ovular hasta una semana después del periodo. En teoría no había peligro. Pero sí que lo había.

– Nunca se debe descartar el riesgo de embarazo -escuchó el eco de la voz de un profesor de medicina-. El esperma puede atravesar paredes de tres pies de grosor. Y no hay votos de castidad, ni píldoras, ni condones, ni vasectomías que valgan. No hay ningún método anticonceptivo que asegure una efectividad del cien por cien. La única seguridad para una mujer en edad fértil es la abstinencia. Y aún en ese caso, puede haber serias dudas.

“Santo Dios”.

Debería de haber tomado la píldora del día después. Pero no lo hizo. En los días que siguieron al accidente tuvo mucho trabajo y… Bueno, y además tendría que haber ido a conseguirla a la farmacia. Tendría que habérsela pedido a Kevin, el horrible farmacéutico de manos sudorosas y boca enorme, dándole una receta firmada por ella misma. Kevin habría mostrado una sonrisa estúpida y…

– Esto es absurdo -se dijo a sí misma-. Lo que te impidió conseguir la píldora fue tu estúpido orgullo. Fue una estupidez no hacerlo y ahora…

“¿Y ahora qué? ¿Abortar?”.

Tina se llevó de un modo inconsciente la mano al vientre. Estaba plano y firme, pero el test le decía que allí dentro estaba comenzando a formarse una pequeña vida. Una vida que provenía del amor entre Jock y Tina. Una vida que provenía de su mutua necesidad.

El problema residía en que él ya no la necesitaba y se marcharía.

– Es sólo un feto -dijo en voz alta, como si al llamarlo así lo hiciera menos real-. Es un feto, no un niño. No es más grande que un renacuajo y va a destrozar tu vida. Estás embarazada de sólo cinco semanas, puedes abortar…

No.

La palabra atravesó su corazón y quedó allí. Sin darse cuenta, sus manos se colocaron sobre el estómago, con el gesto antiguo de la mujer que protege lo más precioso para ella.

La semana pasada había cumplido veintinueve años.

– Tengo veintinueve años y voy a tener un bebé -susurró, y de repente no pareció tan malo.

De repente notó que la alegría se abría paso entre el terror y la presión de la mano sobre el estómago se hizo más fuerte. Un bebé…

¿Cómo iba ella a deshacerse de un bebé que era parte de ella y parte del hombre que amaba? Se preguntó.

No podía. ¡Era imposible! No le importaba lo que Jock pensara. Ese bebé había sido producto del amor e iba a nacer. Ella le daría la bienvenida con alegría.

Hubo un golpe en la puerta y su hermana se asomó a la puerta. Llevaba a Rose en brazos, y Ally y Tim estaban escondidos detrás.

– Llevas mucho tiempo aquí. ¿Te pasa algo?

– Puede que sí, puede que no -contestó Tina, dando un suspiro. Tendría que decirlo en algún momento-. Christie, ya sabes… ya sabes que te dije que iba a estar aquí unos meses, ¿te acuerdas?

– Sí -Christie ya no miraba a Tina, sino que sus ojos advirtieron el pequeño envoltorio de plástico que su hermana tenía en el regazo y la caja que había sobre la mesa.

– Yo… creo que tendré que estar más tiempo -continuó-. Christie… -miró a su hermana mayor y vio que las cosas habían dado un giro de ciento ochenta grados.

Durante los dos meses anteriores ella había tenido que cuidar de Christie, pero parecía que la situación iba a tener que invertirse.

Christie, que pareció recuperar instantáneamente su antigua fuerza, abrazó a su hermana con cariño.

– Oh, Christie, ¿cómo demonios nos arreglaremos con cuatro niños pequeños entre las dos?

– Tienes que decírselo.

Cuatro tazas de té después, Christie y Tina seguían hablando seriamente sobre el tema. El cambio operado en Christie era sorprendente. La mujer abandonada que tenía problemas para esbozar una sonrisa y permitía que Marie y Tina dirigieran su vida había desaparecido.

– Jock tiene que asumir su parte de responsabilidad, Tina. Te dejó embarazada. Tendrá que pagar, como mínimo, la crianza del niño.

– Eso imagino. Pero fui yo quien le dijo que estaba en un día seguro. No puedo…

– Tina, ¿estás segura de que no hay nada entre vosotros? -preguntó, con precaución-. ¿Nada que pueda ser salvado? Quiero decir… que hacéis una buena pareja. Él sería un marido estupendo.

– No -Tina dejó la taza sobre la mesa con un golpe seco-. Estás equivocada, Christie. Él es un magnífico doctor y un buen amigo -la muchacha se sonrojó-. Y un buen amante también, el mejor, pero Jock no quiere tener una esposa. Se acostó conmigo sin hacer ninguna promesa y ahora está saliendo con otras mujeres. No quiere un hijo, Christie, y tampoco me quiere a mí.

– ¿Pero le dirás que estás embarazada?

– Creo que debería -contestó Tina-. Él es… es el padre de mi hijo y cuando se vaya -la voz de Tina se hizo un hilo fino-. Cuando se vaya de Londres tiene que saber que ha dejado una parte de sí mismo aquí.

– Va a dejar a su hijo -dijo Christie, en un susurro-. Oh, Tina, ¿y si lo quiere? ¿Si quiere ser padre?

– No creo en esa posibilidad. Hay demasiados… -dijo pensativa-. Hay demasiados ya.


– Se quedó dormida antes del té y se despertó con hambre, así que le hice un sándwich de crema de cacahuete. Se lo comió y de repente… de repente…

Era media noche. Una noche tranquila en la sala de urgencias hasta ese momento. La voz de la mujer expresaba terror. Estaba en la entrada con su bebé fuertemente apretado contra su pecho. Lo tenía agarrado con tanta fuerza que Tina no podía verlo.

Tina miró a Bárbara, la enfermera de guardia, y ésta dio un paso hacia la señora Hughes para agarrar a la niña.

– Tranquila, señora Hughes. Deje que la doctora Rafter la examine.

Pero Claire Hughes no atendía a razones. Comenzó a llorar y esquivó a Bárbara con ojos aterrorizados.

– Se está muriendo. Se muere… Tuve que dejar a mis otros hijos con los vecinos. Mi marido está trabajando y yo no podía encontrar… ¡Oh, Dios mío!

– Claire…

Claire no escuchaba. Era bastante nerviosa en cualquier circunstancia y en ese momento estaba histérica. Tina pudo agarrar finalmente a la niña y la mujer se abalanzó sobre ella, cayó al suelo y agarró a Tina por la pierna.

– ¡Mi niña! Mi niña…

La niña se estaba poniendo morada. Tina la miró, intentando no perder el equilibrio, y enseguida supo lo que estaba pasando.

La madre contó que había comido un sándwich de crema de cacahuete. Debían de ser los cacahuetes. El cuerpecito de la niña estaba hinchado, sus ojos también abultados y tenía los brazos y la cara cubiertos por un sarpullido rojizo. Le costaba respirar y…

De repente dejó de respirar y la mujer gritó y agarró a Tina de la otra pierna, intentando que se cayera al suelo.

– ¡No!

– Déjeme, por favor -suplicó Tina-. ¡Déjeme, señora Hughes!

Tina retrocedió con todas sus fuerzas, pero tenía los brazos ocupados por la niña inerte. La enfermera se agachó y trató de apartar a la mujer, pero Claire estaba completamente fuera de sí.

– ¡Claire! -gritó una voz masculina.

Jock pasaba por la puerta y vio lo que pasaba. En tres zancadas llegó a la mujer.

No preguntó nada. Levantó el cuerpo de la mujer y la apartó de Tina. Luego la dejó en una silla que había al lado de la puerta.

– Quédese aquí y no se mueva -ordenó con voz firme-. Bárbara, quédate con ella y no la dejes moverse. Llama a los de seguridad si hace falta. Tina, trae a la pequeña.

Ésta entró donde Jock le indicaba prácticamente corriendo. Cerraron la puerta con llave y la madre se quedó al otro lado. Por lo menos podrían concentrarse en la niña. Seguía sin respirar y el color morado se estaba convirtiendo en un blanco sucio.

– Tenemos que meterle un tubo. No hay tiempo… -exclamó Tina.

La garganta de la niña estaba hinchada y se había cerrado completamente. No había manera de reanimarla sin un tubo. No había espacio en la garganta para que entrara oxígeno y tampoco tiempo para que un antihistamínico actuara. Pero no hizo falta que Tina dijera a Jock lo que tenían que hacer. Antes de que dejara a la niña sobre la camilla, Jock estaba preparándolo todo. Puso una capa de lubricante en el tubo y se volvió, mientras Tina ponía a la niña sobre la espalda y la agarraba por la cabeza para levantarle la barbilla. Actuaron como dos partes de un mismo cuerpo. Tina era la anestesista y, por tanto, quien tenía la habilidad para meter el tubo. Jock agarró a la niña y la colocó de manera que Tina pudiera insertarlo en la laringe.

Las cuerdas bucales estaban muy hinchadas.

Antes de que el tubo estuviera en su sitió, Jock preparó rápidamente una inyección de adrenalina y a continuación, y antes de que Tina tuviera tiempo de decir nada, él ya había preparado la bolsa de ventilación. En segundos, en décimas de segundos, lo conectaron. Entonces, mientras Tina soplaba suavemente para meter aire en el cuerpecito inmóvil, Jock comenzó a ponerle la inyección.

La bolsa de ventilación se ensanchó una vez. Otra vez y otra. ¡Por favor, que llegaran a tiempo! Suplicó Tina. Y entonces la niña dio un suspiro largo y el pequeño pecho comenzó a moverse hacia arriba y hacia abajo. Tina estuvo a punto de desmayarse de alivio.

¿Quién quería ser médico?, pensaba Tina con tristeza, mientras observaba cómo la niña respiraba. Diez minutos antes estaba tomando una taza de té con Bárbara y de repente tenía que luchar por salvar una vida…

La mujer sostuvo el tubo cuidadosamente en su sitio, previniendo la reacción natural de la niña antes de que tuvieran tiempo de ponerle un sedante. Sin éste podía ahogarse con el tubo. Pero Jock ya estaba preparando el antihistamínico y el sedante. Sin Jock ella no habría podido salvar a aquella niña, admitió en silencio.

A continuación pensó en que la pequeña Marika Hughes se pondría bien, pero pasaría el resto de su vida teniendo que cuidar su alimentación y llevando en el bolso adrenalina y antihistamínicos, ya que había muchos productos que llevaban cacahuetes y no estaban descritos en el envoltorio.

Se oyó un golpe en la puerta y Tina, a pesar de su estado de ánimo, pudo contestar. Bárbara estaba allí, con expresión preocupada. Miró a la pequeña Marika, cuya carita comenzaba a recuperar el color, y el rostro de Bárbara se sonrojó de excitación.

– ¡Gracias, Dios mío! ¿Ya está bien?

– Eso creo -contestó Tina, con una sonrisa nerviosa. Hizo un gesto hacia Jock, que todavía estaba con la niña. Le dejarían el tubo colocado varias horas, hasta que la hinchazón se bajara por completo. Tendrían que ponerle un sedante para ello.

– ¿Cómo está su madre? ¿Se ha tranquilizado?

– Tuve que hacer que se desmayara. Lo siento. No hay más doctores hoy en el hospital y tan pronto como os encerrasteis aquí se puso como loca. Dio un patada a Eric y si no la hubiéramos detenido habría echado la puerta abajo.

Tina hizo una mueca. Menos mal que Eric, el guardia de seguridad, era fuerte.

– ¿Qué le diste?

– Un valium. Eric la sujetó y yo le puse una inyección. Además llegó en ese momento el marido y le ayudó-. Bárbara se tocó el brazo magullado-. Nos habría ganado a todos.

– Puedes denunciarla. ¿Estás bien?

– Sí, claro. Sobreviviré. Y no la denunciaré, estaba aterrorizada. Su marido está aquí todavía -añadió, mirando de nuevo a Marika-. ¿Podéis hablar con él? Está muy nervioso, aunque no es tan peligroso como su mujer.

Tina miró de reojo a Jock. Este seguía trabajando en la niña. Tina miró sus manos y pensó que eran maravillosas. Y su rostro…

Jock amaba a los niños, pensó Tina. El pensamiento fue como si le dieran un golpe en el estómago. Verdaderamente los amaba y querría tener hijos propios.

También querría una esposa, aunque no en ese momento. ¿Qué más daba? El hijo de Jock vendría al mundo y él no querría saber nada de él.

– Volveré en unos minutos, Jock -declaró Tina-. ¿Te puedes quedar con ella un momento?

– No te preocupes.

No tenía que haber preguntado, lo sabía. Nada apartaría a Jock de una niña cuya vida estaba en peligro. ¿Cómo reaccionaría ante un hijo suyo?

Pasó media hora antes de que Tina pudiera ver a Jock de nuevo. Lo primero que hizo fue tranquilizar a Barry Hughes, asegurarle que todo se iba a arreglar, y luego ir a ver a su mujer. La habían puesto en una habitación individual y Tina escribió una nota para que se pudiera quedar allí toda la noche. Para Barry ya era suficiente trabajo volver a casa a cuidar de los demás hijos.

Luego tendría que escribir una nota aparte para que Bárbara no tuviera problemas por haber administrado valium sin órdenes de un doctor.

Claire estaba casi dormida, profundamente sedada. La tenían atada en una cama y una enfermera la acompañaría toda la noche. Consiguió abrir los ojos cuando Tina entró.

– Yo… ¡Oh, Marika…!

– Marika está a salvo -dijo Tina con firmeza, acercándose para tomar la mano de la mujer-. Está bien. Se ha quedado dormida enseguida. El doctor Blaxton cuida de ella. La verá por la mañana, pero está fuera de peligro.

– ¡Mi niña! Lo siento mucho…

Por la mejilla de la mujer resbaló una lágrima. Inmediatamente después quedó dormida.


Jock estaba en la sala de urgencias infantil con Marika, cuando Tina entró finalmente. No había nadie más. Barry se había ido ya a su casa con los otros dos hijos y Tina pensó en él sin poder evitar cierta lástima por aquel hombre que tenía tres hijos pequeños y una mujer que reaccionaba histéricamente ante una urgencia.

Tina se quedó en la puerta y observó a Jock unos minutos antes de entrar. Jock, sin darse cuenta de su presencia, estaba sentado totalmente tranquilo, observando emocionado la respiración de la pequeña.

Era como si no estuviera cansado, pensó Tina. Era como si no hubiera nada mejor en el mundo que mirar la respiración de la niña. Jock era capaz de dar tanto amor…

Sin darse cuenta, la mano de Tina había bajado a su abdomen y permaneció allí. Estaba ya de seis semanas y en cinco semanas más Jock se marcharía al otro lado del mundo. ¿Miraría alguna vez a su hijo con la ternura con que estaba mirando a aquella niña?

Imaginaba que no, “había demasiados…”. Pero tenía que decírselo y no era fácil.

– ¿Jock?

Jock alzó la vista y esbozó una sonrisa ausente. Sólo le importaba esa niña y no podía concentrarse en Tina. No en ese momento.

– Está bien -dijo suavemente-. La enfermera vendrá enseguida y cuidará de ella, pero me he quedado para asegurarme de que su estado es estable. No hace falta que te quedes.

La echaba. No había duda en la intención de su tono. Sin embargo Tina tenía algo que decir. Tenía que ser dicho y no habría un momento mejor que aquel, en esa sala casi a oscuras, en la intimidad de un suceso compartido, en el momento antes de que el mundo irrumpiera de nuevo.

Lo único que necesitaba era coraje para ignorar la frialdad y mantenerse firme hasta terminar. Le diría lo que él menos quería escuchar, lo que llevaba toda una vida evitando. Tomó aire, se secó las manos, repentinamente húmedas, y cruzó la sala para sentarse al otro lado de la cama de la niña.

– Jock, tengo que hablar contigo. Tengo…

– ¿Tienes problemas de salud?

– En cierto modo sí. Estoy embarazada -añadió, levantando la barbilla.

Entonces no se oyó nada. Pasó un minuto, dos, tres. Finalmente Tina no pudo soportarlo por más tiempo. La cara de Jock era totalmente inexpresiva, sus ojos completamente fríos. “Di algo”, gritó el corazón de Tina. “Di algo”. Pero él no dijo nada. Permaneció mudo y ella creyó que no iba a poder soportarlo. Y entendió en ese momento que su vida sería solitaria.

– Tengo… tengo que irme a urgencias.

Se levantó, miró una vez más aquel rostro impasible y, con un estremecimiento, se dio la vuelta. Sentía un dolor infinito. Un dolor que la recorría por dentro y que era más insoportable que cualquier dolor físico.

¡Cómo amaba a ese hombre! Pero ese hombre no quería ninguna relación con ella. Ni con ella ni con su hijo.

– Lo siento, Jock, pero creí que tenías que saberlo -entonces caminó hacia la puerta.

Una de las enfermeras de noche, Penny, entraba en ese momento. Dirigió una sonrisa a Tina y luego se volvió sorprendida cuando ésta pasó a su lado sin decir nada.

Tina era conocida por sus risas y su amabilidad, pero aquella noche no había risas ni amabilidad. Algo terrible acababa de pasar. La enfermera, temerosa, entró esperando lo peor. La enfermera Silverton le había contado que la pequeña Marika se estaba recuperando, pero por la expresión de la doctora Rafter, pensó que la niña había muerto.

Pero no. La niña dormía apaciblemente y respiraba con total normalidad, bajo la atenta mirada del doctor Blaxton… Penny lo miró asombrada, ya que el doctor tenía la misma expresión que Tina. Una expresión que la enfermera no había visto jamás.

– Gracias, Penny -dijo Jock, levantándose-. No la dejes sola ni un minuto -ordenó-. Revisa la presión sanguínea cada diez minutos y mira también el tubo. Si hay algún cambio llámame enseguida. La hinchazón ha desaparecido, así que no creo que haya ningún problema.

Dicho lo cual salió de la habitación con la misma lentitud y expresión extraña que Tina momentos antes.

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