POR un momento, Tina pensó que se lo estaba imaginando. Acostumbrada a que el bebé se moviera, pensó que el sobresalto debía de haber sido sólo -una patada del bebé. Pero luego volvió a ocurrir, sólo que esas Vez el volante comenzó a temblar y el coche comenzó a irse hacia los lados. Tina pisó el freno, mirando adelante, estupefacta.
La carretera estaba temblando y eso no era normal. Tina agarró fuertemente el volante, dominada por el pánico. Algo más adelante, un árbol se derrumbó sobre la carretera, con lo que varias hojas cayeron sobre el parabrisas del coche.
"¡Santo Dios!". Tina apenas podía respirar. Ella se había detenido en el arcén y su coche se inclinaba unos veinte grados sobre la horizontal mientras el suelo seguía temblando. ¿Qué debía hacer? ¿Salir o permanecer en el coche?
Decidió quedarse dentro. Al menos, no había más árboles a su alrededor. El temblor continuó durante una eternidad. O, al menos, otros dos minutos. Pero esos fueron los dos minutos más largos de la vida de Tina.
– Es un temblor de tierra -se dijo a sí misma, intentando calmarse-. Un temblor como el que hubo en Newcastle…
En Newcastle hubo muertos. El terremoto de Newcastle, al sur de Sydney, fue una catástrofe.
– Éste ha sido mucho más débil -se dijo. Se volvió y miró por la ventana de atrás hacia la ciudad de la que acababa de salir. Gundowring parecía estar en calma bajo la luz del sol. El mar estaba en calma. Nada había cambiado.
– Así… así que debía haber sido un temblor de tierra local -susurró-. No había nada que temer.
La carretera volvía a estar bien más adelante, frente a la casa. Y eso quería decir que Christie y los niños estarían bien. Tina se bajó del coche con cautela, desconfiando de la solidez del suelo. Pensando que iba a tambalearse a cada paso.
Pero no ocurrió nada más. Si no fuera por la carretera inclinada, por el árbol caído y por la grieta enorme que atravesaba el centro de la calzada, podría llegar a creer que todo habían sido imaginaciones suyas.
¿Qué podía hacer? No podía seguir carretera adelante, dado el estado del suelo y el árbol atravesado. Y tampoco tenía sentido volver a la ciudad. Podía haber nuevos temblores. Puso la mano sobre el teléfono del coche. Pero ¿a quién podía telefonear?
¿A Jock?
No. De ninguna manera. Se preocuparía demasiado. Movilizaría a los bomberos y a todo el servicio de urgencias para rescatar a su mujer. Y ella no necesitaba que la rescataran. El servicio de urgencias podía necesitarse en algún otro lugar, así que no debían malgastar el tiempo con ella. No podía estar segura de que el terremoto hubiera sido sólo de alcance local.
Sólo había una milla hasta la granja. De pronto, algo la sacó de sus pensamientos. Alguien estaba gritando. Tina dudó un momento. El grito parecía provenir de una persona aterrorizada y había sido cerca. Dudó sólo lo suficiente como para agarrar su maletín y echar a correr tan rápido como se lo permitía su embarazo.
No tuvo que andar mucho. A unas cien yardas del coche, justo detrás del árbol, vio a un chico de unos doce años. Llevaba unos vaqueros y una camiseta de tirantes. Su cara estaba ensangrentada e iba con un brazo colgando. Su expresión era de pánico. Cuando vio a Tina, se dirigió hacia ella y se echó en sus brazos.
Era Jason Calvert, un chico duro de la ciudad. Tina lo conocía de vista. Y también conocía su reputación. Él y su amigo, Brendan, iban por todas partes presumiendo de ser ya mayores. Pero en ese momento, Jason no presumía de nada. Sólo era un muchacho de doce años completamente aterrorizado. Jason se abrazó a Tina y se echó a llorar.
– Hey… Jason…
Tina se apartó un poco para comprobar su estado.
– Jason, te has herido el brazo…
– ¡Oh, señorita! -luego la reconoció y suspiró aliviado-. Doctora… -dijo, mientras se abrazaba a ella de nuevo.
– Está bien, Jason. Está bien. Fue sólo un temblor de tierra. ¿Te golpeó el árbol? Iremos al hospital y te escayolaremos el brazo…
– ¡No! A mí no, señorita. Es Brendan… Brendan…
– ¿Dónde está Brendan? -Tina se dio cuenta de lo grave de la situación. Jason estaba gravemente herido y si él había sido el único que podía haber ido a buscar ayuda…
– Jason, ¿dónde está Brendan?
– Nosotros…
– Calma. Respira hondo tres veces antes de hablar.
Él lo hizo.
– Nosotros… nosotros nos escapamos del colegio. Se suponía que teníamos que ir a una estúpida acampada, así que les dijimos a nuestras madres que iríamos. Pero luego decidimos venirnos con la comida aquí. También compramos algo de cerveza…
Tina se imaginó el resto. No hacía falta que Jason siguiera. Ella había pasado su infancia allí y sabía dónde habían ido.
– ¿Está Brendan en la cueva?
– Sí. Pero al final del todo. Estábamos sentados allí, intentando encender un fuego, cuando todo comenzó a temblar. Una roca me cayó sobre el brazo y eché a correr, pero Brendan… Cuando las rocas dejaron de caer, volví a buscarlo… Y lo vi tumbado con las piernas atrapadas por un montón de rocas y no pude sacarlo de allí.
Aun estando embarazada de ocho meses, Tina era ante todo un médico. Así que mantuvo la calma en todo momento y pensó con rapidez lo que debía hacerse.
– Muy bien. Jason, lo primero y más importante es mantener la calma. Necesito que tengas la cabeza despejada. ¿Está en la cueva de Bosun?
La cueva de Bosun era la más grande y los muchachos de la zona solían ir allí desde hacía varias generaciones.
– Sí… pero está al fondo del todo…
– Muy bien. Ya sé dónde es. Así que iré para allá.
– Se lo enseñaré.
– No. Tu tarea es permanecer aquí -dijo, forzando una sonrisa-. Yo conozco las cuevas porque también solía saltarme las clases, así que puedo ir sola. Tú te quedarás aquí y, si pasa alguien, lo llevarás hasta allí.
– Pero… ¿cómo…?
– Quiero que vayas hasta mi coche. Está abierto. Toma el teléfono móvil y marca el 000. Te contestará Rhonda. Cuéntale con voz tranquila, y eso quiere decir que no puedes llorar, todo lo que ha pasado. Y no cuelgues hasta que ella termine de interrogarte. Después quédate en el coche hasta que llegue la ambulancia y guíalos hasta nosotros. Brendan y yo dependemos de ti. Así que no nos falles.
El temblor se pudo sentir en el hospital, pero muy ligeramente. Una grieta apareció en el yeso del pasillo, se cayó un cuadro y poco más. La señora Dobson pensó que había llegado su hora y pulsó el timbre, aterrorizada.
Jock seguía esperando a que acabaran las interminables contracciones de la señora Arthur. Ese era su tercer parto, así que Jock había pensado que esa vez sería más fácil, pero se equivocó. Al sentir el temblor, Jock se dirigió a recepción y vio allí una gran actividad. Había dos conductores de ambulancia en el vestíbulo y cuatro hombres con el equipo de emergencia y también estaba el jefe del cuerpo de bomberos.
– ¿Qué diablos sucede? -Jock se dirigió a Rhonda, la recepcionista-. Rhonda, ¿qué está ocurriendo?
– El temblor no fue tan débil como parecía -le contestó Rhonda-. En la zona de las colinas se han derrumbado cuatro casas, varias personas han resultado heridas y la línea telefónica no funciona -luego se quedó pensativa y señaló a la primera ambulancia-. Jock, si tienes tiempo,…, Iba a mandar a la doctora Buchanan, pero ella puede cuidar de la señora Arthur mientras tú te marchas con la ambulancia número uno. Brendan Cordy está atrapado en una cueva, cerca de las colinas. Y…
– ¿Y? -por la expresión de Rhonda, Jock sabía que había algo peor.
– Tina está con él -dijo Rhonda-. Pero ella está bien -añadió rápidamente, al ver cómo abría él los ojos.
La entrada a la cueva daba miedo. Sólo los chicos más valientes se atrevían a ir allí. Tina se acordaba perfectamente. Una linterna podía alumbrar cerca de la entrada, pero luego su luz se veía devorada por la oscuridad y Tina ya no era tan audaz como cuando tenía doce años. Así que se detuvo en la entrada de la cueva y gritó:
– ¿Brendan? ¿Puedes oírme?
Quizá si no hubiera obtenido respuesta, habría esperado. Quizá. Pero al instante, se pudo oír un gemido de dolor que llegaba desde dentro de la cueva.
Tina venció su miedo y entró. Llevaba una linterna en su maletín. La sacó rápidamente y comenzó a avanzar. Dado su estado, le costaba caminar allí dentro. Tenía que ir con la cabeza agachada, ya que el techo era bajo. Cuando tenía doce años, le llegaba a la altura de la cabeza, pero actualmente estaba a la altura de sus hombros. Debía de haber crecido.
Pronto, andar de pie fue demasiado peligroso y comenzó a andar a gatas, ignorando las piedras que se clavaban en sus rodillas. Finalmente, llegó hasta donde estaba el crío.
Brendan se encontraba a unas quince yardas de la entrada y tenía las piernas sepultadas bajo las piedras que se habían derrumbado, pero estaba consciente. Sus ojos estaban fijos en la linterna que había visto acercarse. En cuanto ella se acercó lo suficiente, él agarró su mano, apretándola como si se estuviera ahogando y se echó a llorar.
– ¡Oh, doctora…! ¡Doctora…!
– Todo se arreglará, Brendan -el hecho de que la hubiera reconocido y el tono de su voz, la tranquilizaron un poco. Alumbró el techo con su linterna. Allí el techo parecía suficientemente estable. Así que si pudiera apartar las rocas…
– La ayuda está en camino. Te daré algo para el dolor y luego intentaremos sacarte de aquí.
Y entonces la tierra comenzó a temblar de nuevo. Hubo una gran sacudida, con lo que las rocas de la entrada se derrumbaron con gran estrépito.
– ¿Dónde dijiste que estaba esa cueva? -la voz de Jock temblaba de miedo.
– Aquí -Jason miraba el lugar donde había estado la entrada-. Debía de estar aquí, se lo juro. Ha debido derrumbarse la entrada…
– Él lleva razón, doctor dijo uno de los hombres de la ambulancia-. Conozco este lugar. Y éste es el sitio donde estaba la entrada.
Jock se quedó con la vista fija en el suelo sin poder creérselo. No había nada. Ni cueva, ni Brendan, ni Tina. Sólo un montón de rocas inestables.