SE PRODUJO un silencio incómodo. Había una tensión entre ellos que Tina no podía explicar. Era una especie de corriente eléctrica que fluía entre sus dos cuerpos.
– Siento lo del antibiótico -dijo Tina, algo incómoda-. No quise discutir contigo. Es solo que era una dosis más alta de lo habitual.
– Es para estar seguro -replicó Jock.
– Supongo que…
Esa habría sido la dosis que Tina habría aplicado si las condiciones de higiene hubieran sido peores. Pero seguramente habría otra razón que ella no conocía. Al fin y al cabo, las habilidades de Jock como obstetra estaban fuera de toda duda.
– Supongo que tú también deberías volverte a la cama -dijo Tina, mientras se dirigía a la pila-. Siento haberte despertado.
– No lo sientas. Mereció la pena, ¿no?
– Si hubiera esperado un poco más, habrían muerto ambas.
– Así es.
Ambos se quedaron en silencio, conscientes de lo cerca que había estado la desgracia. Si no hubiera sido por la pericia de Jock…
– Por cierto, creía que no ibas a volver tan pronto al trabajo -dijo Jock, con brusquedad-. Creía que era Sally quien tenía que estar de guardia esta noche.
– Así era, pero volvimos de Sydney ayer, justo a tiempo para tomar el té con Marie. Luego telefoneé y dije que me reincorporaría esta noche. Christie ha regresado conmigo y Marie es tan eficiente como me prometiste. Así que decidí volver al trabajo.
– Muy bien -contestó Jock, que se quitó la bata con un gesto excesivo, como si estuviera cargado de corriente eléctrica. Pero ¿de dónde provendría esa maldita electricidad?-. ¿Cómo está tu hermana?
– Mejor.
– Especifica qué es mejor.
– Ya no está en peligro de muerte.
– ¿Es que lo estuvo alguna vez? ¿No suena eso un poco melodramático?
– Yo creo que sí que corrió peligro cuando llegó a Sydney. No probaba bocado. Las cosas se le habían ido de las manos -Tina respiró hondo-. La principal razón por la que insistí en que se la internase en un hospital psiquiátrico fue que temí que ella intentara suicidarse.
– ¿Y ahora?
– Ahora ella ha vuelto a comer. Y está descansada. Ha recobrado el sentido. Y me tiene a mí y a los niños, que la ayudaremos.
Jock frunció el ceño.
– Si estuvo tan mal como dices, tardará meses en recuperarse.
– Lo sé, pero no me importa. Tengo tiempo.
– ¿Y qué pasará con tu propia vida durante este tiempo? -preguntó con tono amable, mientras lavaba los guantes-. Por cierto, ¿qué hacías en Brisbane cuando dejaste todo para venir aquí?
– Ya conoces una parte -comentó Tina, algo dubitativa. Se sentía extraña hablando en el quirófano con ese hombre. Ella tenía bastante experiencia en ese tipo de sitios, pero con Jock era diferente. Luego respiró hondo, tratando de apartar esos pensamientos de su mente-. Imagino que te fijaste en lo que hacía cuando leíste mi currículum, al enviar yo la instancia para trabajar aquí. Jock asintió.
– Me acuerdo. Acababas de terminar la primera parte de la especialidad de anestesista. Por lo que Julie Blythe, su marido, su hija y yo te estamos muy agradecidos. Trabajaste muy bien -Jock no se dio cuenta de que ella se sonrojaba de orgullo-. ¿Y por qué no acabaste la especialidad?
– Fue para…
– Lo dejaste para venir aquí -asintió Jock-. Eso fue lo que pensé. Imagino que el año que viene continuarás con tu carrera.
– O quizá quede alguna vacante aquí este año -añadió Tina, aunque sabía lo difícil que era. Pero ella había sido consciente de lo que sacrificaba al abandonar Brisbane-. Quizá tenga suerte.
– O quizá no -Jock la miró con curiosidad-. ¿Y qué hay de tu vida social? ¿Tienes novio?
Tina se volvió a sonrojar. Ese hombre tenía la maldita habilidad de inquietarla.
– Eso no es asunto tuyo.
Pero Jock adivinó la verdad por la cara de disgusto de ella.
– Así que hay alguien.
Tina pensó en Peter, esperando pacientemente a que regresara a Sydney. Siempre se habían llevado bien y tenían muchas cosas en común, aunque ella no estaba segura de que eso fuera suficiente para que se casaran. Y creía que él tampoco lo estaba. Peter era encantador, pero ella no estaba enamorada de él.
– Pues sí. Ya que lo quieres saber, tengo novio -dijo con tono defensivo, aunque hubiera querido que su voz sonara firme y decidida-. Se llama Peter.
– ¿Es médico?
– Cirujano.
– Me alegro por Peter -aunque la voz de Jock tampoco fue tan tranquila como a él le hubiera gustado. Sin saber por qué, su tono fue de enfado-. ¿Y va a venir a verte el próximo fin de semana?
– No. ¿Por qué debería?
– ¿Lo viste en Sydney?
¡Santo Dios!
Tina frunció el ceño.
– Por supuesto que lo vi. ¿Qué es esto, doctor Blaxton? ¿Un interrogatorio? Peter y yo…
– Peter y tú no tenéis nada que ver conmigo -admitió Jock, sonriendo de nuevo. Y esa sonrisa provocaba en Tina cosas que le hubiera gustado que Peter provocara-. Sé que no es asunto mío. Es sólo que…
Luego Jock se quedó pensativo como si fuera a decir algo que no debiera. Finalmente, se encogió de hombros.
– Tina, el baile del hospital es el sábado próximo. Y necesito que vengas conmigo.
Tina levantó las cejas, tratando de mantener la calma.
– ¿De veras?
– Sí.
– Bueno, no se por qué. Imagino que habrá cola.
– ¿Qué quieres decir?
– Quiero decir que por lo que he oído a las enfermeras, a ti no te suele costar conseguir una acompañante en cuanto quieras.
– Tina, ¿es que me estás acusando de ser un ligón?
– Así es. He oído que eso es exactamente lo que eres. Por lo que dicen las enfermeras, nunca quedas dos veces con la misma mujer.
– ¿Y eso te preocupa?
– A mí no. Ya te he dicho que no estoy libre como para querer una relación duradera.
– Porque ya tienes una con Peter.
– Así es -asintió ella-. ¿Y cuál es tu excusa? Porque debe haber alguna explicación para que no quedes más de dos veces con la misma mujer.
– Yo…
– No serás homosexual, ¿verdad?
Jock se quedó mirándola fijamente y luego se echó a reír.
– No, doctora Rafter, no soy homosexual. ¿Es que lo parezco?
– No -Tina le miró de reojo y trató de sonreír. ¡Santo Dios! Era el hombre más masculino que había conocido-. Supongo que no.
– ¿Lo supones?
Eso hizo que ella se echara a reír.
– Muy bien, sé que no, pero entonces…
– Entonces, ¿qué?
– ¿Por qué no quedas con ninguna mujer dos veces?
– Porque se enamoran de mí -reconoció él.
– ¡Oh! -sonrió Tina-. ¡Qué tonta soy! ¿Cómo no habría pensado en eso?
– ¿Te estás burlando de mí?
– Así es.
– Doctora Rafter…
– ¿No crees que lo que has dicho suena un poco presuntuoso?
– Supongo que así es -admitió él, con una sonrisa-. Lo siento. Pero lo cierto es que no quiero tener ninguna relación seria.
– ¿Y que tiene de malo una relación seria? A lo mejor te gustaba.
– No lo creo.
– Pareces muy seguro.
– Lo estoy.
Tina se puso seria al ver la voz grave con la que él había dicho las últimas palabras.
– ¿Y podrías decirme por qué?
– Creo que no. Pero dado que tu Peter está en Sydney y que tú no estás buscando una relación estable, podríamos ir juntos a ese baile, ¿no te parece?
Él volvió a sonreír y a Tina le dio un vuelco el corazón. Lo cierto era que él llevaba razón. Y además, ella no tenía ninguna relación social, excepto tomar el té con Marie. Y Christie se sentiría bien si la veía salir a divertirse. Su hermana se sentía un poco culpable por lo que Tina estaba sacrificando por ella.
Y luego estaba lo atractivo que era Jock Blaxton…
– Bueno… -el rostro de Tina delataba que estaba dudando. Quería que su voz sonara lo más impersonal posible-. Quizá sí. Pero…
– ¿Pero?
Jock estaba utilizándola, pensó Tina. Seguía que quería utilizarla para sus propios fines. Así que ella podía hacer lo mismo con él.
– El baile es después de cenar. Así que iré contigo si tú nos acompañas a un picnic a Christie, a los niños y a mí.
– ¿Fuera de la cabaña?
– Sí -Tina sonrió, pensando que a Christie le vendría bien salir y seguro que Jock le caía bien-. Si trabajo todas las noches de la semana, estaré libre desde el viernes hasta el domingo por la tarde. Así que estaría bien llevar a los niños a nadar al embalse que hay cerca de la cabaña. Después nosotros nos iremos al baile.
– ¿Llevar a los niños a…?
– ¿Qué sucede, Jock? ¿Es que no te gusta la vida familiar? ¿Es de eso de lo que estás huyendo?
– No -agitó la cabeza Jock, sonriendo-. No me importa estar en familia, siempre que no sea la mía.
– De acuerdo, entonces. Tenemos una cita para el sábado. ¿Te parece a las cuatro?
– Muy bien, a las cuatro.
Jock se sentía extraño. Sabía que no corría peligro con esa mujer, que tenía planeado volver a Sydney en cuanto su hermana se recobrara. Pero por algún motivo le incomodaba la situación.
– Si los bebés nos lo permiten -recordó él, dándose cuenta de que eso estaría bien. Podía surgir un parto el sábado por la tarde para no tener que ir a nadar ni a cenar. Luego libraría un par de horas para ir al baile. Y finalmente, necesitaría otro parto.
Eso estaría bien. Pero desgraciadamente él no podía encargar los partos para cuando quisiera.
– Esperemos que haya suerte y no haya ningún parto -dijo Tina, interrumpiendo sus pensamientos.
– No sé por qué vas al baile con Jock.
Tina estaba con Ellen, a punto de acabar la guardia. Tenía ganas de ver otra vez a Laura Blythe antes de marcharse. Sólo tenía dos horas de vida y era una niña preciosa. Tina la tomó entre sus brazos.
– Escúchame, tu mamá está durmiendo. Tienes que darle un par de horas para recuperarse antes de empezar a pedir tu comida.
El bebé dio un pequeño grito y hundió la cabeza en el pecho de Tina. Sólo tenía dos horas, pero ya sabía exactamente lo que quería. La pequeña tenía hambre.
– Te gustan los niños, ¿verdad? -dijo Ellen y Tina sonrió.
– ¿No es evidente?
– ¿Te gustaría tener uno algún día?
– Por supuesto.
– Pues creo que al doctor Blaxton no le gustaría.
– ¿No? -Tina no quería parecer demasiado interesada-. ¿Y hay alguna razón? Porque parece que sí que le gustan los niños…
– Así es -Ellen apretó los labios en un gesto de reproche-. Le gustan a distancia, pero no para tener uno. Él no quiere tener ninguna relación estable. Es evidente.
– Bueno, yo tampoco. Así que podemos encajar.
– Eso es lo que dicen todas las enfermeras antes de quedar con él. Luego todas vuelven con los ojos llenos de estrellitas después de la primera cita. De la segunda vuelven flotando. Pero cuando ya no vuelve a salir con ellas, se pasan llorando un mes entero. Y así, todas…
– No creo que sea para tanto. Le estás haciendo parecer James Bond.
– Quizá no sea mala comparación.
Tina soltó una risilla.
– No creo que sea adecuada. Su coche no está lleno de ingenios.
– No, no los tiene -admitió Ellen, mirando seria a su joven amiga.
– Ellen…
– Todo lo que te pido es que tengas cuidado. Eres joven e impresionable…
– Tengo ya veintiocho años. Casi veintinueve.
– Bueno, pues entonces eres madura, pero impresionable. Y Jock es un peligro, Tina. Recuerda lo que te digo.
– Ellen, sólo voy a ir al baile con él. Eso es todo. No voy a dejarme engañar por su cara bonita.
– Si pensara que Jock es sólo una cara bonita, no me preocuparía tanto.
– ¿Y por qué te preocupas entonces?
– Porque es un hombre que está lleno de fantasmas. De fantasmas que le hacen daño a él y a la gente de su alrededor.
– ¿Fantasmas? ¿Qué clase de fantasmas?
– El de su madre, por ejemplo. Pero debe haber más. Y no sé si alguna vez dejarán que alguna chica se acerque a él.
– Así que el fantasma de su madre acompaña al doctor Blaxton…
Ellen se encogió de hombros. Apenas hablaba ya de la madre de Jock. Incluso apenas pensaba ya en la mujer que había sido su mejor amiga. El dolor que había sentido años atrás se había desvanecido. Sólo cuando algunas veces miraba a la cara a Jock, podía ver algún resto del dolor que todavía seguía allí.
– A la madre de Jock tuvieron que hacerle una cesárea cuando nació él. Y nunca volvió a ser la misma. Tuvo una enorme infección pélvica.
– Ya veo -asintió Tina, pensando en la actitud de Jock al suministrarle los antibióticos a Julie.
– La infección fue muy problemática. La tuvieron que operar muchas veces, y la cosa iba cada vez a peor. El resto de su vida se la pasó entrando y saliendo de los hospitales. No pudo volver a tener hijos y tuvo que sufrir dolores constantes. Cuando Jock contaba diez años, la mujer tuvo una obstrucción intestinal y murió poco antes de que Jock cumpliera los once.
– ¡Oh, no!
– Y todavía hay más -añadió Ellen sombríamente-. Todos los amigos de su madre intentamos ayudar a Jock, pero su padre, que amaba locamente a su mujer, después de que ella muriera se volvió un poco loco. Pensaba que si su mujer había muerto, alguien debía tener la culpa.
– No sería Jock.
– Efectivamente -Ellen cerró los ojos, recordando el dolor que había sentido. Ese dolor que flotaba otra vez a su alrededor-. Sam Blaxton culpó a su hijo de la muerte de su mujer. En su opinión, si él no hubiera nacido, nada de eso habría sucedido.
– ¡Oh, Ellen!
– Así que vigila tu corazón cuando estés cerca de Jock porque a pesar de que es encantador, tiene demasiadas heridas sin cicatrizar. Ha crecido pensando que hay demasiados niños en el mundo. Incluso está convencido de que él no debía haber nacido. Estoy segura de que se hizo obstetra para asegurarse de que a ninguna madre le ocurriera lo mismo que a la suya.
Jock llegó a la granja de Christie a las cuatro en punto del sábado. Ally y Tim estaban esperándolo en el porche y Tina salió con un bikini amarillo y el bebé en brazos. Nada más.
La imagen de Tina fue como un golpe en el estómago, pensó sin aliento. Estaba impresionante, detrás de la barandilla del porche, prácticamente desnuda y con el bebé ella…
– ¡Hola! -saludó Tina, bajando las escaleras para reunirse con él.
La impresión de Jock se hizo más fuerte y casi le costaba respirar.
– Hola -consiguió decir. La miró de arriba abajo y de cerca resultaba todavía mucho mejor. Empezaba a sentir que necesitaba un ventilador-. ¿Vamos a ir todos a nadar entonces? ¿Rose también?
– Tonto, Rose todavía no sabe nadar -dijo Ally, arrastrando a Tim hacia el coche de Jock-. Rose se quedará con mamá. ¿Nos vas a llevar en tu coche?
– Ally, iremos andando -dijo Tina riendo-. Este coche no puede llevarnos a todos.
– Claro que sí -dijo Jock ofendido-. Aguanta bien los baches.
– Pero hay sólo dos asientos.
– Si no vamos a salir a la carretera, podemos apretarnos.
– ¿Sí? Pero cuando volvamos llenos de arena, te mancharemos la tapicería de piel.
Jock miró a Tina con expresión sorprendida. Parecía que ésta encontraba divertido decirle lo poco práctico que era su coche.
– La tapicería se puede limpiar.
– ¿Estás seguro?
– Sí.
– Entonces bien -respondió Tina, mirando divertida a Jock y poniendo a Tim en el asiento de al lado del conductor-. Estupendo. Tiene razón, doctor Blaxton, es demasiado lejos para caminar, pero no quiero llenar mi coche de barro y es muy generoso por su parte ofrecernos el suyo.
Entonces, mientras Jock soltaba una carcajada, Tina miró a la casa, justo a tiempo de ver que una mujer aparecía en la puerta. Jock miró a su vez, pensando que aquella mujer debía de ser Christie. Estaba pálida y era una copia frágil de Tina. Tenía el cabello rojizo como su hermana, pero en ella el color no resaltaba, como si su cuerpo no fuera demasiado fuerte para sostenerlo.
Christie era increíblemente delgada y la mano con la que se apoyó en la barandilla tenía la piel llena de venitas azules. Iba vestida de manera sencilla, con una bata de algodón que colgaba sobre su cuerpo flaco. Jock sabía lo mucho que costaba a las personas deprimidas arreglarse. Cuidar el aspecto era una señal de mejoría. El cabello de Christie había sido cepillado concienzudamente para conseguir brillo, y la mujer intentaba sonreír.
– Así que éste es tu doctor Blaxton, Tina.
– No es mi doctor Blaxton -protestó, subiendo las escaleras y poniéndose al lado de su hermana, al tiempo que se quedaba mirando a Jock-. Tengo derecho tan solo a dos citas, ya que es lo máximo que concede a las afortunadas que salen con él. Luego pondrá rumbo a la próxima conquista. Así que tendré que aprovechar bien cada una de las citas.
– ¡Tina! -exclamó Christie impresionada, aunque mantuvo la sonrisa al ver que Jock subía al porche para saludarla-. Tendrás que perdonar a Tina -le dijo con una voz poco firme-. Fue malcriada.
– ¡No es cierto! -replicó Tina-. Tengo unos genes malignos. Christie hizo lo que pudo conmigo, pero no puedes cambiar el rumbo de las cosas.
Ambas hermanas rieron y Jock las miró sorprendido. Tina era preciosa. Ambas eran maravillosas. Todos eran maravillosos, pensó Jock desesperado, mirando a la pequeña familia. Estaban sumidos en la más terrible de las pobrezas, Christie estaba enferma, pero luchaban por salir adelante y todavía podían reír.
Jock intentó concentrarse en Christie para apartar la imagen de las piernas desnudas y largas de Tina.
Jock dio la mano a Christie. Una mano frágil que lo sujetó con fuerza.
– Hola, señorita Maiden. Me alegro de conocerla al fin. También me alegro de poder decirle lo mucho que siento no haber estado aquí para atenderla cuando dio a luz -el hombre sonrió-. También siento cómo la trató mi sustituto. Tengo mucho por lo que disculparme.
– Pero… no fue culpa suya. Todo fue culpa mía. Tina me dijo que tenía que haber ido a verle durante todo el embarazo y que usted nunca habría permitido que llegara a este estado. Sé que ella tiene razón, pero…
– Pero a veces la depresión es una espiral que no te deja salir a flote declaró Jock con suavidad-. No hay forma de salir hacia arriba si no es con ayuda. Lo sé. Estaba mal y además se añadió el estado depresivo que sigue al parto. Es un desequilibrio hormonal que todavía no entendemos. Es extraño que no haya estado más tiempo en el hospital, pero aquí la tenemos riéndose.
– Tina me hace reír -contestó Christie.
Jock asintió y miró las piernas de Tina.
– Tina haría reír a cualquiera.
– ¿Quiero eso decir que soy un chiste? ¿Has oído, Rose? Acusan a tu tía Tina de ser un payaso.
Pero Jock volvió a concentrarse en Christie, para evitar mirar a Tina.
– Señorita Maiden, ahora está en casa… Tiene ayuda con los niños…
– Gracias a usted.
– Conseguir que cuiden a sus hijos es lo menos que puedo ofrecerle después de todo lo que ha pasado. No tiene que sentirse agradecida. Pagar a Marie me hace sentirme mejor. Me limpia de culpa. En cuanto al resto… No tiene que dejar el tratamiento ahora que está en casa. ¿Querría que yo la tratara?
Jock escuchó la exclamación de Tina, a pesar de que no dijo nada. Ni una palabra. La palabra que había que decir dependía de la respuesta de Christie.
– No lo sé -contestó dubitativa-. La verdad es que no necesito un…
– No confía en los doctores -añadió Jock, terminando la frase por ella-. Dada la experiencia con Henry, mi sustituto, no la culpo. Pero yo le pido que confíe una vez más y venga a verme.
La sonrisa de Jock era amable, seductora, y Tina tuvo que contener el aliento. Jock sacó un cuaderno del bolsillo de la camisa y lo abrió.
– ¿Qué le parece el lunes por la mañana a las once? ¿Le viene bien? Marie puede traerla. ¿Confiará en mí tanto como para venir a verme?
– Puede tutearme -la sonrisa de Jock se hizo más amplia.
– Vale, pero sólo si tu me tuteas a mí también. Christie, ¿confías en mí? -entonces miró hacia Ally y Tim, que estaban metiendo en el coche un pato de goma, flotadores y aletas-. ¿Confías en mí como para que me lleve a Ally, Tim y Tina? ¿Por qué no te vienes?
– Yo no…
– Christie, por favor. Voy a sentirme fatal el resto de mi vida si no me dejas que te ayude.
Christie miró a Jock y la sonrisa tímida volvió a aparecer en sus labios. Un eco de la sonrisa de Tina.
– ¡Maldita sea! Ahora entiendo por qué Tina dice que el doctor Blaxton es tan peligroso. Me da la impresión de que consigues todo lo que te propones. Está bien. Iré a verte el lunes por la mañana.
Jock la tomó de ambas manos y esbozó una sonrisa que iluminó todo su rostro.
– Muy bien, Christie. Conmigo cuidando de tu salud, Tina ayudándote en casa, Marie con los niños y tu fuerza interior, ganaremos a esa maldita depresión.
– No creo que esta maldita depresión aguante. Tina y tú hacéis un buen equipo.