Capítulo 3

PERMANECIERON en pie, con la puesta de sol al fondo, sin saber por dónde empezar. Los pies descalzos de Tina se movían inquietos, mientras Rose se estiraba y movía las manitas. Tina parpadeó. Le encantaba sentir a Rose, pero Jock le ponía nerviosa… Le hacía sentirse muy joven, muy torpe.

– Entre. Le daré un poco de limonada -dijo finalmente-. Bueno, parece que le he secuestrado para que cene con nosotros. ¿Podrá soportarlo?

– ¿Disfrutar de una tortilla hecha en casa y llevar a dos niños en mi coche? -dijo Jock, forzando una sonrisa-. Puedo aguantarlo. Por cierto, ahora que somos amigos, puedes tutearme. Llámame Jock.

– Muy bien, Jock, nos tutearemos.

La siguió dentro de la casa observando el cuerpo de Tina. Estaba muy guapa en vaqueros y descalza. Allí en la casa, con o sin bebé, estaba maravillosa.

El interior de la casa era como el exterior. La pobreza era visible en cada ángulo. Jock se detuvo en la puerta de la cocina y miró a su alrededor. Se notaba que Tina debía intentar mantenerla ordenada. La casa estaba limpia, pero era lo único que se podía decir de ella. Los muebles eran escasos. Había una mesa o algo parecido, pero sin sillas a su alrededor. El suelo hacía tiempo que había perdido el linóleo que lo había cubierto en algún momento y era de madera desnuda.

El único toque de color lo daba una jarra de cristal que había sobre la mesa. Era un color rojo fuerte que hacía juego con el cabello de Tina. Ésta se fijó en que Jock miraba la jarra.

– Cambiamos las rosas cada mañana -dijo, acariciando a Rose sin darse cuenta-. Me hace sentirme bien.

– ¿Por qué…? ¿Por qué está viviendo tu hermana en un sitio como éste? Es espantoso. No creo que tenga necesidad de ello. Hay asistentes sociales que podrían ayudarla. Le darían por lo menos algunos muebles.

– Lo harán. Ahora sí, antes no pudieron.

– ¿Puedo preguntar por qué?

Tina se encogió de hombros. Llenó un cazo con agua y lo puso al fuego. Luego colocó un plato con fruta sobre la mesa y se sentó frente a Blaxton.

– Por el orgullo de mi hermana. Siempre ha sido testaruda y muy fuerte, además de orgullosa. Sólo que ahora… el marido de Christie tuvo una aventura con otra mujer -declaró Tina, mirando a Jock a los ojos-. Con una adolescente. Christie lo descubrió cuando estaba embarazada de dos meses. Ray, el marido, quiso que abortara, a pesar de que antes sí que había querido tener otro niño.

– ¿Y ella se negó?

– Por supuesto que se negó -Tina miró a la niña, como si el pensamiento fuera horrible.

Y lo era. Tina sonrió a la pequeña y se inclinó para darle un beso en la cabeza.

– Christie quería esta niña. Ama a sus hijos. Ama… a Ray.

– ¿Entonces?

– Entonces Christie se marchó unos días con los niños, para pensar a solas. Pero fue una estupidez. Mí hermana debió de creer que Ray iba a asustarse e ir detrás de ella, pero no lo hizo. Cuando finalmente volvió, Ray se había llevado todas las cosas. Vendió todo lo que tenía valor, hasta las alfombras del suelo. Se llevó todo el dinero del banco y las tarjetas de crédito. Se llevó hasta las bombillas.

– Oh, no…

– Y Christie, en vez de pedir ayuda, simplemente se quedó asustada -continuó Tina con tristeza-. Nuestros padres murieron hace unos años. Yo estaba en Brisbane trabajando y ella no me dijo nada.

– Pero debiste enterarte.

– ¿Cómo podía enterarme? Yo estaba ocupada con mi propia vida, con la carrera y pensaba que… Christie ni siquiera me contó que esperaba un hijo. No la había visto desde navidades. La llamé y ella me habló con total normalidad de Ray y de los niños, como si nada hubiera pasado.

– ¿Y qué hizo para conseguir dinero?

– No lo sé. Creo que ni siquiera se puso en contacto con los asistentes sociales para pedir una ayuda. Tiene las gallinas y la vaca, así que los niños podían tener, por lo menos, huevos y leche. No acudió a los vecinos y los pocos amigos que tiene tampoco se enteraron. Ella estaba muy avergonzada…

Jock cerró los ojos, pensativo. Una mujer sola embarazada luchando contra una vida que se había roto en pedazos. Christie habría necesitado un doctor, pero ni siquiera él pudo atenderla en el parto.

– Y luego tuvo a Rose.

– Entonces sí se vio obligada a pedir ayuda -la voz de Tina era triste y Jock imaginó que se estaba culpando por no haber estado a su lado. Por no haber imaginado que pasaba algo-. No tenía coche, lo habían comprado y no tenían dinero para pagar las letras. Así que cuando se puso de parto, tuvo que caminar hasta el próximo pueblo para pedir ayuda. Las gentes del pueblo no son particularmente amables, pero cuando vieron el estado en que estaba Christie… Después, cuando Rose tenía dos semanas, me llamó por fin diciéndome que me necesitaba.

– Y viniste.

Jock miraba fascinado el rostro de Tina.

– Sí, y me encontré a Christie al borde de la muerte -continuó. Y Jock supo que estaba viendo a su hermana en ese momento-. Christie daba de comer a los niños, pero era lo único que podía hacer. Apenas hablaba y no comía. Intenté llevarla al hospital de aquí, pero ella se negó. Así que la llevé a Sydney.

– ¿Sin el bebé?

– No había problema en que ingresara en el hospital con Rose, pero ella necesitaba estar sola. Necesitaba tiempo para recuperarse y comenzar a pensar en su futuro. Tiempo para descubrir que es posible vivir después de lo que tuvo que sufrir.

– Tiempo para descubrir que se puede vivir con orgullo -añadió Jock.

Tina lo miró.

– Veo que lo entiendes -dijo sorprendida.

Lo observó y sintió una necesidad terrible de cariño. Había estado sola con todo aquello durante tanto tiempo y ahora… Ahora el consuelo le llegaba desde donde menos lo esperaba.

Mucho más que consuelo. Un sentimiento de… Un sentimiento que no entendía. Como si ese hombre fuera parte de sí misma.

– Es solo que… es una locura -dijo, tratando de calmarse-. Pero Christie ha sido siempre tan fuerte… Siempre ha sido una persona dinámica y activa. Pero esto la ha destrozado, la ha derrumbado. Está tan enferma…

– ¿Cuánto tiempo estará en el hospital?

– Quizá la pueda traer a casa la semana que viene. Los niños y yo iremos a verla el domingo -Tina dudó un momento-. Aunque creo que podremos ir antes, ahora que no tengo trabajo.

– Sí que tienes trabajo -Jock agarró la mano de ella entre las suyas, estremeciéndose al darse cuenta de lo delicada que era su piel-. Diablos, Tina, ¿por qué no se lo dijiste a nadie?

– Sí que lo hice -replicó ella, mirando sus manos entrelazadas. Luego apartó la suya lentamente, al darse cuenta de que llevaban juntas demasiado tiempo-. Se lo dije a Ellen, a Struan y a Gina. Sabía que a Christie no le iba a gustar, pero esa gente tenía que conocer la verdad.

– Podrías habérmelo dicho a mí también.

– No, debido a…

– Debido a que pensabas que era yo quien habría tratado a Christie así. La disculpaste a ella sin antes…

– Lo siento, Jock -dijo con voz temblorosa-, pero pensé que habías sido tú quien había asistido el parto. Y además, quien quiera que fuese, debería ser castigado…

Tina lo miró, buscando que él la comprendiese.

– Jock, Christie era anoréxica. Es imposible que no se dieran cuenta cuando la pesaron en Sydney. Y tú fuiste quien contrató a ese hombre -dijo, con la mirada encendida.

– Lo sé y acepto mi parte de culpa. Sé que no lo hice bien. Pero dime qué puedo hacer ahora para arreglarlo.

La respuesta de Tina fue inmediata.

– Devolverme mí puesto de trabajo.

– Por supuesto. Pero ¿estás segura de que deberías trabajar en el hospital? ¿No estás ya demasiado ocupada?

– Sí, pero estoy tan arruinada como Christie.

– No lo entiendo. ¿No estabas recibiendo un sueldo?

– ¿Me creerías si te dijera que tengo deudas?

– No, no te creería -lijo Jock, con una sonrisa débil-. Así que dime la verdad.

Tina dudó sólo un momento. A Jock no le incumbía el estado de sus finanzas, ni lo que le sucediera a su familia, pero viendo la calidez de su mirada no pudo resistirse a confesarle la verdad.

Afuera, se oyeron las risas de los niños que regresaban con los huevos.

– Tenemos siete -se oyó gritar a Ally-. ¡Siete!

– ¡Vaya coche! -dijo Tim.

– Podemos dejar aquí los huevos y mirar el coche -dijo Ally-. Pero sólo un momento, Tim, que la tía Tina nos está esperando.

Y también Jock estaba esperando a que Tina le contara todo.

– Nuestros padres murieron cuando yo tenía dieciséis años y Christie, diecinueve -dijo Tina despacio-. Trabajé para pagarme los estudios, pero no cobraba suficiente para costear todos los gastos, así que Christie me ayudó. Y ése es uno de los motivos por los que yo ahora me siento tan mal, viendo que ella está arruinada. Pero aún así tuve que pedir un préstamo y todavía estoy pagando las letras. Así que no puedo permitirme pasar los próximos seis meses con Christie y los chicos, aunque me gustaría mucho.

– Deja que te ayude.

Tina lo miró extrañada.

– ¿Otro préstamo? No, gracias, doctor Blaxton, pero no.

– ¿Qué te gustaría hacer ahora si no fuera por el dinero?

– Eso es absurdo. No puedo…

– Dímelo.

Ese hombre tenía una especie de magia que hacía que todo pareciera mejor. Como si la situación se pudiera arreglar…

– Me gustaría llevarme a los chicos a Sydney hasta que Christie estuviera suficientemente bien para volver a casa. Y luego continuaría trabajando aquí igual que estaba.

– ¿Con Rose en el trabajo y pagando a alguien para que estuviera aquí?

– Exacto.

– No funcionará.

– Lo sé, pero…

– Mira, Henry es el responsable de todo esto y tú podrías demandarlo. Y yo me vería involucrado puesto que lo contraté.

– Lo sé, pero ya te dije que no… -intentó defenderse Tina.

– En cualquier caso, estoy en deuda con tu hermana. Además, si tú no tienes dinero, yo sí que lo tengo. Soy soltero y mi único vicio hasta ahora han sido los coches. Así que haré que venga una estudiante de enfermería que estuvo el otro día en el hospital buscando trabajo. Allí no había ninguna vacante, pero aquí sí que la hay.

– Jock, yo…

– Cállate, no hago esto por ti, sino por tu hermana. Así que no tienes derecho a negarte. Haré que Marie venga aquí. Se instalará en la casa y cuidará de los niños, que estarán encantados con ella.

– Pero…

– Te llevarás a los pequeños a Sydney, traerás a Christie a casa y tú podrás volver al trabajo una vez te cerciores de que Marie es de tu agrado.

– ¿Y quién cubrirá mi puesto?

– Nos repartiremos tu jornada entre todos -Jock se animó al ver una señal de esperanza en los ojos de Tina-. Ya lo hemos hecho antes. Así que no hay nada más que discutir, doctora Rafter.

– Jock, no puedo.

Jock volvió a agarrar la mano de ella y eso hizo que Tina se callara.

– Sí que puedes, Tina.

– Jock… -Tina lo miró a los ojos indefensa.

Una hora antes, odiaba a ese hombre. Pero en ese instante… En ese instante él estaba agarrando la mano de ella y su cuerpo estaba reaccionando de un modo extraño.

En ese momento entraron Ally y Tim, que debían haber acabado la inspección del coche. Se quedaron mirando asombrados cómo su tía Tina estaba dando la mano a aquel hombre tan interesante, que tenía un coche maravilloso.

– Os estáis dando la mano -dijo Ally-. ¿Quiere eso decir que os habéis hecho amigos?

Tim trató de apartar su mano, pero Jock no hizo caso.

– Así es, Ally -dijo Jock, en un tono solemne. Y apretó la mano de ella aún más fuerte, como si estuviera haciendo un juramento-. De ahora en adelante, la tía Tina y yo seremos amigos. Por lo menos hasta que vosotros volváis a ser una familia de nuevo.

¿O quizá más tiempo?


“Una familia”.

Después de comer una estupenda tortilla y de dar una vuelta en el coche con los niños, Jock abandonó la ruinosa casa de Tina y, ya en el coche, esas palabras seguían resonando en su cabeza.

“Una familia”.

Sonaba bien. Pero luego negó con la cabeza. No, la familia era algo claustrofóbico, como una cárcel. Era atarse a una persona y luego esa persona podía largarse, como en el caso de Christie, o morir, como en el caso de los padres de Jock.

Recordó la última vez que vio a su padre, quince años atrás. Sam Blaxton era un hombre que después de morir su mujer se encerró en un caparazón, incapaz de amar a nadie.

Y convirtió la vida de su hijo en un infierno.

Jock se mordió los labios. El no quería nada de eso. Ni casarse ni tener hijos.

Él sólo amaba la libertad. Y en el momento que Tina y su familia pudieran valerse de nuevo por sí mismos, él recobraría su libertad. Pensó en lo atada que estaba Tina. Tenía una hermana que dependía de ella y tres niños.

Quizá habría sido mejor que Christie abortara. Sería una preocupación menos para Tina. Pero luego se acordó de la carita de Rose. De su pelo rojo. Igual que el de sus hermanos. Igual que el de Tina.

Pero ¿en qué estaba pensando? Tenía que concentrarse en volver al trabajo. Nada de implicarse emocionalmente. Sabía que ese camino llevaba inevitablemente hacia el desastre.


Tina regresó al trabajo una semana más tarde. Jock había pasado dos noches despierto, así que estaba profundamente dormido cuando Tina le telefoneó por la mañana. Le pareció estar soñando al oír esa voz tan suave y melódica.

– ¿Jock?

Jock tuvo que hacer un gran esfuerzo para convencerse de que la voz era real.

– ¿Jock?

Eso lo despertó por completo. Había cierta urgencia en el modo que había pronunciado su nombre por segunda vez.

– Soy yo, Tina.

– Jock, lo siento, pero la señora Blythe acaba de ingresar y necesitamos tu ayuda.

La señora Blythe…

Julie Blythe iba a ser madre por primera vez. Jock frunció el ceño. Seguramente debía de haber algún problema.

– ¿Qué sucede?

– Parece que va a haber que hacerle una cesárea…

– Llama a Lloyd entonces -dijo Jock, ya completamente consciente y dándose cuenta de que para hacer una cesárea se necesitaban tres médicos.

Él se ocuparía del parto y Tina se encargaría de la anestesia, pero necesitaban a alguien que se ocupara del niño.

– En cualquier caso, no sé si la cesárea funcionará. La mujer ha tardado mucho en venir y puede ser tarde. Date prisa, Jock.

Jock llegó al hospital poco después. Después de reconocer a la señora Blythe, admitió que la urgencia con la que Tina lo había llamado estaba más que justificada.

Tina ya había dispuesto todo para realizar la cesárea. Jock entró en sala de partos, empujando violentamente las puertas abatibles.

– ¿Qué diablos?

– Doctor Blaxton, la señora Blythe lleva veinticuatro horas de parto. Su marido estaba fuera y ella pensó que las contracciones no eran demasiado fuertes como para preocuparse. Luego, su marido llegó a casa y los acontecimientos se precipitaron.

– De acuerdo -Jock se acercó a la señora Blythe y le agarró la mano-. Ahora vamos a ver qué pasa con su pequeño, señora.

Julie Blythe no pudo responderle. Tenía el rostro contraído por el dolor y parecía exhausta. Dos minutos después el rostro de Jock estaba tan tenso como el de Tina.

El bebé estaba atascado en el canal de parto debido a que se había atravesado lateralmente. Las contracciones además estaban provocando que la cabeza del niño se hinchase, de modo que el niño difícilmente podría salir de un modo natural, y lo peor era que estaba demasiado abajo para practicar una cesárea.

– El niño está demasiado fuera -dijo Tina.

Jock miró al monitor para ver las constantes vitales del niño y se dio cuenta de que había que actuar rápido. Tina casi había esperado que Jock decidiera sacrificar la vida del bebé para salvar la de la madre, pero por las órdenes que empezó a dar él, se dio cuenta de que iba a intentar salvar a ambos.

Vio como él se lubricaba las manos para inspeccionar. Luego le pidió el fórceps. Tina pensó que sería imposible, pero Jock comenzó a hacer fuerza para echar al niño hacia atrás. Tina nunca había visto nada parecido. Pero la cosa estaba funcionando. Poco a poco el niño iba subiendo por el canal del parto, alejándose del mundo exterior.

– Está bien, Julie -murmuró él, aunque nadie pudiera saber por lo que estaba pasando esa mujer-. Vamos a hacer que este jovencito salga para ver a su madre. Tú, aguanta.

Luego, se volvió hacia Tina.

– ¿Dónde está el padre?

– Está en la sala de espera. Pensé…

Jock asintió. Sabía lo que Tina había pensado. La mayoría de los obstetras echan fuera a los espectadores si se presentan complicaciones. La tensión de ese tipo de operaciones ya era suficiente como para tener a los parientes atemorizados alrededor. Pero Julie Blythe estaba desvaneciéndose, con la respiración cada vez más agitada.

– Enfermera, dígale al señor Blythe que venga -dijo Jock-. Julie necesita su apoyo.

Un momento después un joven muy pálido entró en la sala. Se acercó a su mujer y la agarró la mano, derrumbándose sobre la silla que una enfermera le acercó. A Tina le pareció que ese hombre estaba peor que su mujer. Jock esperó hasta que él estuvo sentado para hablarles a los dos.

– Vamos a realizar una cesárea -les dijo.

Luego se volvió hacia Tina y los demás miembros del equipo. Las enfermeras comenzaron el proceso de anestesia de la paciente. Tina seguía las órdenes de Jock de un modo automático. ¿Había movido al bebé lo suficiente como para practicar una cesárea? Ella no lo creía.

– Señor Blythe, quiero que ayude a su mujer. Julie, ¿puedes oírme? Présteme atención, señora Blythe. Está usted bien y pronto habremos acabado. El niño estará bien, pero tenemos que hacerle una cesárea. Ya sabe lo que es. Le abriremos la barriga y sacaremos al bebé. La cabeza del bebé está demasiado hinchada para un parto natural. Sacaré al niño ahora, pero no quiero aplicarle anestesia general. Quiero que esté despierta para recibir al niño.

Lo que Jock no dijo era que temía que ella o el niño no aguantaran los efectos de la anestesia general. Tina adivinó lo que él estaba pensando, pero se concentró en su trabajo, sin querer fijarse en la ansiedad del hombre joven y su mujer.

– Creo que me estoy poniendo malo. Yo… no sé si voy a aguantar -dijo el joven.

– Julie le necesita a su lado. Así que aguante y concéntrese en ayudar a Julie. Háblele, señor Blythe. Usted es todo lo que ella tiene y le necesita.

Se volvió para comprobar los monitores de nuevo.

– Lloyd no está aquí todavía -dijo Tina-. Estaba atendiendo una visita cuando lo llamé. Sally dijo que él estaría aquí en diez minutos.

Todos los ojos estaban fijos en los monitores. Jock sabía que era arriesgado traer al niño al mundo sin otro médico allí que pudiera resucitarlo si hiciera falta. Pero al ver los monitores decidió que todavía sería más arriesgado esperar a que llegara Lloyd. Le envió un mensaje silencioso y sombrío a Tina, que ella comprendió al ver los monitores.

No había tiempo que perder. Los monitores delataban que el niño no viviría mucho más tiempo que el que tardara Tina en aplicar la anestesia. Así que tenían que hacerlo. Jock esperó a que la anestesia hiciera efecto. Luego comprobó una vez más la posición de la cabeza, tomó aliento e hizo la incisión.

Dos minutos después una pequeña niña salió para conocer su nuevo mundo y a partir de ese momento todo fue mágico y maravilloso.

Lloyd irrumpió cuando la niña salía. Justo a tiempo. Limpió los conductos respiratorios del bebé, mientras Tina controlaba la anestesia y Jock cosía la herida. Mientras daba el primer punto, la niña se puso a llorar. La ayuda de Lloyd apenas fue necesaria.

– ¿Y para esto me hacéis venir? -preguntó Lloyd, con los ojos brillantes. Ese hombre amaba a los niños. Luego se volvió hacia los padres-. Felicidades, la niña es preciosa. Ahora yo me vuelvo a la cama. No soy necesario aquí y mis hijos se levantan dentro de una hora -el hombre sonrió a Jock y Tina y se marchó.

Jock terminó de suturar y se volvió para comprobar qué estaba haciendo Tina.

– Quiero que le pongas dos millones de unidades de penicilina -le dijo a Tina, que estaba ajustando el gota a gota.

– Dos millones… -frunció el ceño-. ¿No te parece demasiado?

– He dicho dos millones -ordenó Jock.

Luego hubo un tenso silencio.

– Muy bien -Tina se encogió de hombros.

No quería discutir con él, a pesar de que le parecía una dosis demasiado alta. En cualquier caso, no le haría ningún daño y detendría cualquier posibilidad de infección. Así que la tensión se disipó. Con el gota a gota ajustado, el celador se llevó a Julie, y su marido salió detrás de ella. Bill Blythe había crecido al menos seis pulgadas con la experiencia. Ellen se llevó a la niña para lavarla y vestirla, dejando solos a Jock y a Tina.

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