JOCK pisó el freno a fondo al oír una explosión y ver cómo el cielo se teñía de rojo. Sólo se podían ver llamas. El fuego se extendía tanto que casi llegaba hasta donde estaban ellos.
Sin decir nada, Jock aceleró de nuevo con lo que el coche comenzó a avanzar. Temerosos de descubrir qué había provocado el incendio, avanzaron trescientas metros. Después de una curva se podía ver una colina a cuyo otro lado se levantaban llamas de varios cientos de pies de altura. No había forma de atravesar aquella colina con el coche, así que, sin hablar, salieron del coche y echaron a andar para descubrir la causa de ese indescriptible horror.
Antes de que alcanzaran la cima Jock sacó su teléfono móvil del bolsillo para avisar del incendio. Tina no pudo oír lo que decía debido al estruendo de las llamas.
– Kate… soy el doctor Blaxton. Estoy en la carretera de Slatey Creek, cerca de Black Hill. Ha habido un gran accidente. Necesito que venga una ambulancia y los bomberos. Varios coches. Hay un incendio enorme. Y avisa a la policía también, Kate. No. Ha debido haber heridos, pero no sé cuántos. Pero ponte en lo peor. Date prisa, Kate.
Jock cortó la comunicación y se dirigió a la cima, a la que Tina ya había llegado. Lo que vio al llegar le dejó horrorizado. Ambos se quedaron sin aliento. Había un camión cisterna que llevaba gasolina cubierto por las llamas. Debía de haberse salido de la autopista antes de estallar porque estaba como a treinta metros de la carretera.
También se veía un coche al pie de la colina. Estaba iluminado por las llamas, pero no se había incendiado, ya que estaba al otro lado de la autopista y de él estaban saliendo tambaleantes los adolescentes que pocos minutos antes habían visto Tina y Jock.
Tina se volvió hacia el camión de nuevo y se quedó mirándolo fijamente. De pronto, aunque resultara increíble, le pareció ver un hombre. ¿Sería el conductor? Lo cierto era que se podía ver a un hombre iluminado por las llamas. Un hombre que había sobrevivido a ese infierno.
Jock ya lo había visto y había echado a correr hacia él a toda velocidad. Tina le siguió. Milagrosamente, el hombre estaba prácticamente ileso. Le sangraba una herida en su rostro, pero se podía mantener en pie por sí mismo. Y de hecho, la camisa estaba intacta por lo que las quemaduras debían de ser poco importantes.
Tina resopló aliviada cuando lo vio de cerca. Jock le estaba ayudando a alejarse del fuego. El calor resultaba insoportable. Tina se puso al otro lado del hombre y entre ella y Jock le ayudaron a llegar a la carretera.
– ¿Hay alguien más en el camión? -le preguntó Jock a través del estruendo de las llamas. El calor apenas le dejaba hablar-. ¿Alguien más?
El hombre sacudió la cabeza, incapaz de ni siquiera decir «no». Apenas podía sostenerse en pie. Sólo Dios sabía el esfuerzo que debía haber hecho para salir del camión. Luego oyeron otra explosión y la onda expansiva les empujó hacia delante.
Tina se tambaleó, aunque pudo recuperar el equilibrio. Sintió el calor a través de sus finas ropas, que evidentemente no eran las de un bombero. Y el calor cada vez era mayor. Finalmente, Jock y ella consiguieron conducir al hombre hasta el otro lado de la carretera, donde estaba el coche de los adolescentes, suficientemente alejado del incendio como para no correr peligro.
Dejaron al conductor sobre la hierba que había al lado de la carretera y Jock se arrodilló para examinarlo. Tina se quedó de pie, observándolo todo a su alrededor, sin perderse detalle. Estaba trazando el plan de acción, estudiando cuáles eran las prioridades.
Vio cómo Jock se rasgaba la chaqueta para vendar la herida del conductor, que sangraba profusamente. El hombre temblaba corno una hoja y no paraba de sollozar, pero aparte del corte de la cara y de unas' quemaduras no parecía que hubiera sufrido más daños. Así que la atención de Tina se desvió hacia los adolescentes.
¿Cuántos eran? Uno, dos, tres, cuatro. Había cuatro chicos fuera del coche. Tina trató de imaginárselos antes de entrar en el coche y, efectivamente, había visto a cuatro.
Respiró aliviada. Parecía que no iba a haber ningún herido grave. Si el conductor del camión estaba bien y los cuatro adolescente estaba fuera de peligro…
Pero luego… Tina miró más de cerca al coche y la invadió el miedo. No tenía sentido, no podía ser… No. Quizá se equivocara. Y Dios sabe cuánto le hubiera gustado equivocarse.
– ¿Estás bien? -preguntó al adolescente que había más cerca de ella. Su novia estaba vomitando un poco más allá. Mitad por la borrachera, mitad por la impresión, pensó Tina-. ¿Hay alguien herido?
– Doctora…
El chico la reconoció. Al verle más de cerca, Tina reconoció a un muchacho al que había atendido la semana anterior, al haberse lastimado jugando al fútbol.
– ¡Oh, doctora…!
– ¿Hay algún herido, Simon? -le preguntó, agarrándole de los hombros, forzándolo a centrar la atención.
– Andrew cree que se ha roto el brazo y Syl… Syl se lastimó el pecho y está enferma. Pero el coche… La gente del coche…
– ¿Hay alguien más en el coche? -preguntó Tina, tratando de bloquear el miedo que había sentido momentos antes. Se dirigió hacia el coche, pero Simon la detuvo.
– No, doctora, no este coche. El coche que chocó contra el camión.
Hay momentos en la vida que más valdría olvidar. Y ese era uno de ellos.
Tina se volvió lentamente y se quedó mirando fijamente al camión, deseando que Simon estuviera equivocado. Deseando que se lo hubiera imaginado. Tina no podía ver ningún otro coche. Sólo podía ver el camión, ardiendo. Pero… Pero…
Volvió a mirar a Simon y se dio cuenta de que el chico no se lo había imaginado. Simon estaba tan pálido como debía estar ella. Tina se había dado cuenta de que el coche de los chicos no estaba tan mal como para haberse chocado con el camión. La única explicación era que el camión se hubiera chocado con otro coche y por eso se había incendiado al otro lado de la carretera.
Sintió que el estómago se le revolvía, mientras trataba de adivinar dónde podía estar ese otro coche. En realidad, ya lo sabía. Sólo había una posibilidad. Así que echó a correr hacia el otro lado de la carretera.
Se dirigió hacia el camión, a pesar de que el calor era casi insoportable. Escuchó cómo la llamaba Jock. Pero lo ignoró. Aunque de estar en lo cierto, no habría nada que hacer. Estaba segura.
Pero tenía que asegurarse…
Rodeó el camión a cierta distancia para ver el otro lado. Iba corriendo a pesar de que se le salían las sandalias continuamente. Iba con la mano tapándose la boca para no respirar los escombros que flotaban a su alrededor, así como la ceniza y la gasolina evaporada. Y allí estaba. Un completo horror. Los hierros retorcidos que una vez fueron un coche familiar, empotrados contra el lateral del camión y cubiertos por las llamas.
Y luego lo pudo ver… Tina se echó sobre la hierba y cerró los ojos. Y le llevó un largo tiempo recuperar el coraje suficiente como para abrirlos de nuevo.
Jock y Tina trabajaron sin parar, a pesar de la fuerte impresión. Y el resto del equipo sanitario de Gundowring también trabajó de firme.
El conductor tenía quemaduras de segundó grado en el rostro y las manos. Había perdido algo de pelo y mucha sangre, pero estaba vivo.
– Se lo merece -le dijo el jefe de policía a Tina cuando llegaron al hospital para tomar declaración a los muchachos-. El conductor del camión chocó con el coche, pero no frenó. Si hubiera frenado, ahora estaríamos hablando de siete muertos, en vez de tres. El coche de los chicos se habría quemado también. Pero por las huellas de los neumáticos, sabemos que el hombre aceleró al darse cuenta de que la carga que llevaba explotaría por el golpe, y así se alejó del coche de los chicos. Consiguió desviarse unos treinta metros y luego saltó. No fue culpa suya que el otro coche se chocara contra el lateral y se viera arrastrado por el camión.
– ¿Estaban…? -preguntó Tina.
El policía sacudió la cabeza al adivinar lo que ella quería preguntar.
– Creo que la muerte debió de ser inmediata, aunque los cuerpos estaban carbonizados.
– Pero ¿cuál fue la causa de todo? -preguntó Tina, horrorizada.
– Malditos chavales -refunfuñó el policía-. Todavía es pronto para asegurarlo, pero por lo que parece, los chicos trataron de adelantar al coche de los Croxton en la cima de la colina. Los Croxton volvían de la fiesta que siguió al bautizo de su bebé, e iban también a bastante velocidad. Los chicos aceleraron para adelantar y al ver el camión que se echaba encima de ellos, intentaron retroceder, quedándose paralelos al coche de los Croxton. Ambos coches chocaron y el de los Croxton se quedó atravesado en la carretera, siendo arrollado por el camión. Fin de la historia.
– Malditos chicos. Maldito alcohol. Recibimos la llamada del doctor Blaxton avisándonos de que los chicos estaban conduciendo borrachos, pero no pudimos dar con ellos a tiempo.
Tina se mordió el labio, cerrando los ojos al acordarse de la horrible escena… Luego volvió al trabajo. No podía hacer otra cosa. Lloyd y Mark se acercaron para ocuparse del conductor del camión. Tina y Sally se ocuparon de los chicos.
Prepararon a Sylvia para que fuera trasladada en helicóptero a Sydney. Se había roto varias costillas y la lesión le había afectado a un pulmón. Quizá si ella no hubiera bebido tanto podrían haberla operado en Gundowring, pero como no era así y tenían que esperar a que bajara la tasa de alcohol, iban a aprovechar para que la tratase el mejor cirujano posible.
– Y esa no soy yo -le dijo Sally a Tina-. No esta noche. No estoy en condiciones de operar. Liz Croxton es… Liz Croxton era amiga mía.
Sally se echó a llorar y Tina pensó en lo horrible que era dedicarse a la medicina en una ciudad pequeña, donde era imposible no verse involucrado. Luego pensó en Jock. El, como obstetra, no podía ayudarlos. Lloyd, Mark, Sally y Tina debían ocuparse de los heridos, mientras él se había presentado voluntario para el trabajo más desagradable.
Jock se había quedado para supervisar el rescate de los cadáveres. Entre ellos, estaba Cameron Croxton, el bebé a cuyo parto había asistido dos semanas antes.
Tina, a pesar de trabajar duramente, no podía dejar de pensar en Jock, imaginándoselo sacando al pequeño de entre los restos del coche…
Le aplicó un gota a gota a la chica que no había parado de vomitar en la última hora. ¡Maldita bebida!
Tina recordó a quién le esperaba el peor trabajo aquella noche.
Los padres de los chicos fueron llegando. Su reacción pasó del miedo al enfado y Tina tuvo que calmarlos. Sabía que todo el pueblo iba a culpar a los chicos de las tres muertes y, sin el apoyo de los padres, los muchachos se hundirían.
Así que Tina y Sally no pararon de hablar tratando de aplacar su ira. Les condujeron hasta donde estaban sus hijos. Allí hubo recriminaciones. ¿Cómo unos chicos de dieciocho años bebían tanto? Pero los reproches eran inútiles. Enfadarse era inútil. La única certeza era la muerte de esas tres personas.
Hacia las cinco de la mañana se había acabado todo. Tina pidió prestado un coche del hospital y condujo agotada hasta su casa. Pero no podía ir a casa. Despertaría a Christie y su hermana se levantaría a preguntarle qué tal le había ido la noche. Y ella no podría contarle la verdad a Christie. No, porque su hermana podría caer otra vez en su estado de depresión.
Y luego estaba Jock…
Tina no lo había visto desde que ella se marchó en la ambulancia con el conductor del camión, dejando a Jock en la escena del desastre. Jock, el fuerte. Pero ¿cómo de fuerte sería? Inconscientemente, Tina comenzó a dirigirse hacia la playa donde estaba la pequeña casa de Jock. Se encontraba en un verdadero dilema. ¿O quizá no hubiera ningún dilema?
O angustiar a Christie o consolar a Jock… ¿O sería más bien consolar a Christie o encontrar consuelo en Jock? La elección estaba clara.
Jock estaba en casa, ya que el coche estaba aparcado enfrente. Tina dudó por un momento, pero sólo por un momento. Se veían luces encendidas dentro de la casa, así que él debía de estar despierto. Tina se quedó sentada fuera largo tiempo y se puso a pensar en lo que Jock había tenido que afrontar esa noche.
Jock quizá fuera fuerte, pero por dentro necesitaba ayuda. Mostraba el aspecto de un hombre seguro de sí mismo, que no necesitaba ayuda de nadie. Pero Tina sabía que no era así. No sabía cómo, pero lo sabía. No había duda de que él estaba solo, así que Tina aparcó el coche y se dirigió hacia la casa.
No hubo respuesta después de que ella llamara a la puerta principal. Tina la empujó y la puerta cedió.
– ¿Jock?
No hubo respuesta.
No podía haber llegado a casa mucho antes, pensó, así que debería estar despierto. Y más después de lo que había sucedido. Tina recorrió la casa despacio, llamando a la puerta de todas las habitaciones cerradas. Pero no hubo respuesta.
“No debería estar aquí”, pensó. Se estaba entrometiendo en la vida privada de él, pero no se decidía a irse.
– ¿Jock? -abrió la puerta trasera y salió.
Allí estaba. La puerta de atrás de la pequeña casa daba a la playa. Las primeras luces del amanecer comenzaban a iluminar el horizonte y Tina pudo ver el largo cuerpo de Jock tumbado sobre la arena. Solo.
“Siempre debe estar solo”, pensó Tina. Se había pasado diez años con una madre moribunda y un padre que le maldecía continuamente. Así que Jock había aprendido a estar solo. Pero si ella podía evitarlo, eso iba a cambiar.
Tina se quitó las sandalias y corrió por la playa para reunirse con él. El corazón le latía locamente. Tenía que permitirle acercarse a él. Tina lo necesitaba.
– ¿Jock?
– ¿Tina? -Jock se volvió para mirarla-. Tina.
No era una bienvenida. Su voz no delató ninguna emoción. Tenía un tono frío.
– ¡Oh, Jock! -Tina le tomó las manos entre las suyas-. Jock, tenía que venir.
– ¿Qué estás haciendo aquí? -preguntó él, en el mismo tono frío.
– Te necesito -dijo ella con voz suave. Luego cerró los ojos y se puso a rezar en silencio-. Jock, ya hemos acabado en el hospital. El conductor del camión está bien. Su mujer se quedará allí con él. Y excepto Sylvia, los chicos también están perfectamente. Están con sus padres. Sally ha ido a casa con Lloyd. Mark se marchó a reunirse con Margaret. Y yo… Y yo no podía ir a casa y despertar a Christie y necesitaba estar con alguien. Te necesitaba a ti.
Hubo un largo silencio.
Sólo se podía oír el murmullo de las olas rompiendo suavemente sobre la arena. Tina seguía agarrando las manos de Jock. Estaba allí luchando por algo que apenas entendía. Luchaba por conseguir que él la necesitara del mismo modo que ella lo necesitaba a él.
– Jock… -ella apoyó la cabeza sobre el pecho de él.
El traje de Jock estaba en un estado lamentable y la camisa estaba rota a la altura del pecho.
– Siento que hayas sido tú quien se haya tenido que encargar de la pequeña -susurró ella-. Ha debido ser horrible.
– Estoy bien. ¡Diablos, Tina! No necesito…
– No necesitas a nadie -murmuró ella, notando las manos de él rígidas entre las de ella-. Jock, no te hagas esto a ti mismo. Ayudaste a que esa niña viniese al mundo y la querías. A mí no puedes engañarme. Sé que quieres a todos esos bebés a los que ayudas a nacer y que mediante ellos tratas de compensar el cariño que te niegas a ti mismo.
– Yo no…
– Es cierto. Lo sé porque te quiero, Jock. Sólo Dios sabe por qué, pero lo cierto es que puedo leer en ti como en un libro abierto. Y sé que esta noche lo has pasado muy mal al tener que sacar a Cameron Croxton de ese coche. Eso te ha partido el corazón, pero luego te has venido aquí solo y tratas de olvidarlo todo. Y eso es imposible, Jock. El dolor hay que compartirlo para que desaparezca. Y tú también necesitas hacerlo.
Ella le pasó los brazos alrededor con gran cuidado, apretándose contra él. Quisiera él o no, ella estaba tratando de consolarlo del único modo que sabía. Y Tina sabía perfectamente lo que estaba haciendo. Le estaba ofreciendo su cuerpo como sólo una mujer podía hacer. Algunas heridas no se pueden curar con palabras.
Para algunas heridas el único consuelo puede ser el cuerpo del ser amado. Y ella amaba a Jock. Y aunque no distinguía si quería consolarlo a él o buscar ella consuelo en él, le daba igual.
– Debí hacer algo -dijo con la voz rota-. Tina, vimos que estaban bebiendo…
– Lo sé. Yo también he estado pensando en ello una y otra vez… Pero no podíamos imaginar que iban a conducir después. Lo de que bebieran es sólo responsabilidad de sus padres.
– No se les debería haber permitido tener hijos si no iban a saber…
– Lo sé, pero eso no significa que todo funcione indebidamente… Jock, no dejes que esto te destroce. Déjame ayudarte. Por favor…
Ella metió las manos bajo la camisa de él y comenzó a acariciar su fuerte espalda. Sintió que él se estremecía, pero eso no la hizo vacilar.
– Jock, relájate -susurró-. Admite sencillamente que me necesitas. Yo te necesito tanto como tú a mí. Te amo, Jock. Y no puedo… Jock, no podría aguantar pasar esta noche sin ti.
Tina se puso de puntillas sobre la arena y lo besó.