AUNQUE agradecida por la distracción, Jacqui contuvo la respiración cuando Maisie le ofreció un polluelo a Harry al regresar éste con la caja. Parecía tan grande al lado de la niña… Y Maisie parecía tan vulnerable que Jacqui temió que pudiera destrozarla con una palabra cruel. Pero, tras unos momentos de duda, Harry se agachó, dejó la caja en el suelo y dejó que Maisie le pusiera el polluelo en las manos, esperando con inquietud su aprobación
– Bueno, ¿a qué estás esperando? -preguntó él-. Ve por más.
No era precisamente una alabanza, pero Maisie salió corriendo, ansiosa por complacerlo, y se tropezó con sus propias botas. Harry alargó una mano para sujetarla, pero el impulso de Maisie lo llevó fuera de su alcance.
La niña recuperó rápidamente el equilibro y volvió a toda prisa al seto, llena de entusiasmo. Sólo duró un segundo, pero la expresión de Harry delató sus emociones internas. Tras la máscara de hielo había exasperación. Regocijo. Pero sobre todo amor. Cuando volvió a mirar a Jacqui, las emociones se habían borrado, pero ella no se dejó volver a engañar.
– ¡Ay! -exclamó, al recibir en el tobillo el picotazo de la gallina, que no parecía estar de acuerdo con la operación de rescate-. Oye, sólo estamos cuidando de tus hijitos, ¿de acuerdo?
– Te dije que te pusieras botas -le dijo Maisie en tono de reproche.
Jacqui miró a Harry por el rabillo del ojo.
– Será mejor que eso no sea una sonrisa -le advirtió.
– En absoluto -le aseguró él.
– Mmm…
Diez minutos más tarde, Maisie dejó al último polluelo en la caja.
– Parece que ya están todos -dijo Jacqui-. ¿Dónde los ponemos?
– En el establo. Toma, lleva tú la caja -le dijo Harry, poniéndole la caja en los brazos-. Iré a colocar unas tablas para que no se escapen.
– Necesitan agua y comida -le recordó Maisie, aún frenética por el entusiasmo.
– Tienes razón. ¿Quieres ocuparte de eso?
A Maisie se le iluminó el rostro ante la posibilidad de hacer algo importante para Harry y salió corriendo.
– ¿Por qué estás tan contenta? -le preguntó él a Jacqui, pillándola con una sonrisa.
– ¿Yo? -preguntó ella.
– Sí, tú. Pareces el gato de Cheshire.
No era la imagen que quería dar, pero Jacqui mantuvo la sonrisa.
– Tengo un carácter alegre, Harry. Será mejor que te acostumbres.
– ¿Es tu manera de decirme que vas a quedarte un tiempo?
– Sí. Ésas son las malas noticias. Tu prima no ha respondido a los mensajes de la agencia. Así que, a menos que tengas un plan mejor, vas a tener que aguantamos.
Él no le dijo que agradecía su sacrificio. No dijo nada.
– Puede que haya decidido contactar contigo directamente -siguió ella-. Es posible que te haya dejado un mensaje en el contestador, o que haya tomado un vuelo para volver a casa nada más enterarse de todo…
– ¿Te quedarás? -preguntó él finalmente.
Jacqui se quedó momentáneamente desconcertada. ¿Le había pedido que se quedara?
– ¿Puedes quedarte? -insistió al no recibir respuesta-. Ya sé que todos lo estamos dando por hecho, pero…
– No.
– ¿No?
– Sí… No lo estás dando por hecho. Ese honor pertenece a otra persona. Y, sí, naturalmente que me quedaré el tiempo que haga falta -dijo, y se sorprendió a sí misma sonriendo de nuevo.
– Gracias -dijo él-. Yo mismo me encargaré de reservarte unas vacaciones en cuanto las cosas vuelvan a la normalidad.
Ella se encogió de hombros.
– Maisie dijo que éste es un buen lugar para pasar las vacaciones y, a pesar del mal tiempo y de las gallinas, entiendo por qué le gusta tanto. Además, el sol es muy malo para la piel.
– No siempre es así -dijo él, dirigiéndose hacia la verja del prado. La abrió y dejó que Jacqui pasara primero. Pero ella se detuvo y lo encaró, bloqueándole la salida. Lo que tenía que decir podía esperar, pero entonces él seguiría comportándose exactamente igual.
– Ahora que estás aquí, ¿puedo dejar algunas cosas claras?
– ¿Acaso puedo impedírtelo?
Ella ignoró su grosería, ahora que ya la identificaba como un mecanismo de defensa, y sonrió como si él hubiera dicho algo divertido.
– Puesto que me quedaré una temporada, tengo que pedirte que me avises cuando vayas a desparecer como has hecho hoy a la hora del almuerzo.
– Creía que eras la niñera de Maisie, no la mía.
– ¿Eso creías? -replicó ella irónicamente-. Te lo pido sólo como medida de precaución, en caso de un accidente o una enfermedad. También necesito una lista con los números de teléfono esenciales, un vehículo para usar en caso de emergencia y un juego de llaves de dicho vehículo y de la casa.
– ¿Algo más?
– Sí. Te has saltado el almuerzo. Encontrarás unos sándwiches en el frigorífico cuando hayas acabado.
Sin decir más, se dio la vuelta y se alejó.
– Jacqui… -la llamó él. Ella se detuvo, esperando la explosión, y lo miró por encima del hombro-. ¿Cómo está tu cabeza?
Jacqui se sintió tentada de poner una mueca de dolor y hacer que él la mirara de cerca.
– Hiciste un buen trabajo, doctor -dijo con voz ronca, y tuvo que carraspear antes de añadir-: Te recomendaré a todos mis amigos.
Y luego, temiendo volver a parecerse al gato de Cheshire, levantó la caja de los polluelos, indicando que tenía que moverse. Su radiante sonrisa había hecho estremecerse a Harry. Sólo la mano aferrada al brazalete en su bolsillo lo había mantenido con los pies en la tierra. Su intención había sido devolvérsela cuando la encontrara, pero el lío de los teléfonos había hecho que se le olvidara, y luego se había ido a lo alto de la colina, como si con la altura pudiera alejarse de todo lo que no podía controlar.
Salvo que aquel día se había sorprendido cediendo terreno. No sólo ante Maisie, sino también ante Jacqui. Había metido las manos en los bolsillos para no intentar detenerla y había encontrado la pulsera. Por eso había llamado a Jacqui. Para devolvérsela. Con los dedos frotó la cadena y el diminuto corazón. Lo sacó y volvió a leer la inscripción. «Olvida y sonríe».
¿A quién quería olvidar? ¿Habría conseguido olvidarlo? ¿Cómo lo habría hecho? Lo mejor sería no hacerse esas preguntas y dejar la pulsera en alguna parte para que Jacqui la encontrara. Más tarde, cuando los polluelos estuvieron instalados y él se hubo tomado los sándwiches que Jacqui le había preparado, intentó ponerse en contacto con su prima. A pesar de que Jacqui había manifestado su disposición para quedarse, no podía aprovecharse de su buen corazón. Aun así, cuando se acercó el teléfono a la oreja, deseó que la línea hubiera vuelto a cortarse. No tuvo suerte.
– ¿Harry? -espetó Sally-. ¿Tienes idea de qué hora es aquí?
– ¿Las dos, las tres de la mañana? ¿Estabas durmiendo?
– ¡Pues claro que estaba durmiendo!
– Llamo por Maisie.
– Oh.
– La agencia y la niñera encargada pensaban que iba a quedarse con tía Katie, Sally.
– ¿En serio? ¿Por qué? Yo sólo les pedí que la dejaran en casa de su abuela. Ya lo habían hecho antes.
– No lo entiendes, Sally. Ésta es gente responsable que se toma su trabajo muy en serio. No pueden dejarla con cualquiera.
– Tú no eres cualquiera.
– Ella es tu responsabilidad, Sally -dijo él, negándose a que lo llevara a su terreno-. Es una niña pequeña. No puedes tratarla como a uno de tus animales. Tendrás que mandar un fax a la agencia, dándoles permiso para que puedan dejarla aquí.
– ¡De acuerdo! Eso está hecho -exclamó ella-. ¿Algo más? Quiero decir, ¿está enferma o tiene algún problema?
– ¿Y si lo estuviera? ¿Lo dejarías todo y volverías a casa enseguida?
– No digas tonterías, cariño. Yo no le hago falta. Además, ya sabes lo inútil que soy para esas cosas.
Harry se contuvo para no decirle unas cuantas cosas más.
– ¿Cuándo volverás?
– No hasta dentro de un mes, como mínimo. Desde aquí voy a Japón, y luego a Estados Unidos para algunos anuncios. Después quiero pasar un tiempo en el yate de un amigo. Necesito unas vacaciones.
– ¿Y qué pasa con Maisie? ¿No crees que le gustaría acompañarte?
– ¿Maisie? ¿Qué demonios iba a hacer ella en un yate?
Harry no le preguntó por qué se iba a un yate. Su idilio con un playboy millonario era bien conocido por todos, y su prima no quería que una niña precoz se interpusiera.
– Un mes… De acuerdo.
– Bueno, quizá sea un poco más. Depende de que los decoradores hayan terminado con la casa.
– ¿Decoradores?
– Va a aparecer en una revista este año, así que los diseñadores de interiores se están desviviendo por conseguir la publicidad. Se suponía que tenía que estar acabada para Pascua, pero ya sabes cómo son esas cosas.
– Sí, me hago una idea -afirmó él, comprendiendo por fin por qué Maisie no podía quedarse en casa, atendida por el séquito de Sally, como normalmente hacía-. ¿Te gustaría hablar con Maisie?
– Estoy muy cansada, Harry. Si no duermo esta noche, mañana no habrá maquillaje que pueda borrar mis ojeras.
– ¿Con Jacqui, entonces?
– ¿Quién?
– La niñera que trajo a Maisie.
– ¿Qué? Pero si yo creía que… ¿No se iba de vacaciones?
– Sí. Perdió su vuelo por culpa de tu incompetencia, y ahora ha tenido que renunciar a sus vacaciones para quedarse a cuidar de Maisie.
– Por amor de Dios, Harry, ¿cómo has dejado que haga eso? Eres perfectamente capaz de cuidar de una niña pequeña, ¿no?
– Yo no le he dejado hacer nada. Fue ella quien insistió. Supongo que quiere obtener unos beneficios extras por cuidar a Maisie -dijo, respondiendo a la primera pregunta e ignorando la segunda, pues ambos sabían cuál era la respuesta.
– Vickie Campbell dijo que era una joya, y confía en poder persuadirla para que acepte el trabajo a tiempo completo.
– ¿Ah, sí? Bueno, pues por el bien de Maisie espero que logre convencerla.
Tras colgar, pensó en llamar a su tía, pero decidió no hacerlo. Llamar a Sally en mitad de la noche había sido una estrategia deliberada para pillarla desprevenida, pero asustar a Kate era algo muy distinto. Y además, ¿qué podía hacer ella? ¿Abandonar las primeras vacaciones de verdad que había tenido en años sólo porque él quería preservar su soledad? Kate tomaría el primer vuelo si él se lo pedía, de eso no había duda, pero ya era bastante malo que su hija la tratara como a una criada.
Ese era el problema de la moralidad. Que impedía desentenderse de las situaciones difíciles. Jacqui iba a quedarse. Maisie era feliz. Y en cuanto a él… Bueno, en esos momentos lo que más necesitaba era un baño caliente y relajante. Con suerte, tal vez Jacqui le hubiera dejado las sobras de la cena para que se las recalentara, ya que parecía haberse empeñado en que comiera correctamente.
Subió sonriente las escaleras, pero al llegar arriba se quedó paralizado al escuchar unos ruidos. Gritos, risas y chapoteos. Unos ruidos tan alegres y tan… normales que Harry no pudo evitar acercarse.
– Uno, dos, tres… -el chorro salió a través de los dedos de Maisie, que soltó un alegre chillido mientras el agua se desbordaba por el borde de la bañera.
Jacqui agarró una toalla para contener la inundación, pero cuando la extendió en el suelo, se encontró con un par de pies enfundados en unos calcetines empapados.
– Oh… -levantó la mirada-. Lo siento. Estábamos teniendo una guerra de agua. ¿Quieres jugar?
– ¿Quieres inundar toda la casa?
– No se habrá filtrado por el techo, ¿verdad? -preguntó ella, levantándose.
– No, no pasa nada. No era mi intención fastidiaros la diversión. Sólo he venido para devolverte esto -sacó el brazalete del bolsillo-. Lo encontré en la biblioteca. Pensé que lo echarías de menos.
Jacqui se miró la muñeca, sin poder creerse que se le hubiera caído sin darse cuenta.
– Gracias.
– Una inscripción muy interesante.
– ¿La has leído? Hace falta una lupa para hacerlo.
– Tengo muy buena vista.
– Pregúntaselo ahora -le susurró Maisie a Jacqui.
– ¿Qué tienes que preguntarme?
Jacqui se dispuso a decírselo, pero él la hizo callar con un dedo.
– ¿Maisie?
Maisie empezó a jugar con un pato de plástico, hundiéndolo en el agua. De repente no parecía tan segura de sí misma.
– Sobre lo que Susan ha dicho esta mañana.
Él se arrodilló junto a la bañera, ignorando el agua que le calaba los pantalones, y le arrebató el pato para obligarla a mirarlo.
– Susan ha dicho muchas cosas esta mañana.
Maisie murmuró algo incomprensible. Harry esperó en silencio.
– Sobre lo de ir al colegio del pueblo -repitió con enfado.
– ¿De verdad te gustaría ir? -le preguntó Harry, aunque el rostro de la niña lo decía todo-. Pero ¿qué ropa te pondrías? No puedes ir al colegio con un vestido de fiesta.
– ¿Por qué no?
– Porque las otras niñas se pondrían muy tristes al ver un vestido tan bonito que nunca podrán tener.
– Oh, está bien. Entonces me pondré esa ropa vieja que encontraste -dijo con voz temblorosa, y miró a Harry con ojos muy abiertos-. Por favor, por favor…
Harry no respondió inmediatamente, sino que se volvió hacia Jacqui.
– ¿A ti qué te parece, Jacqui?
Jacqui sintió un cosquilleo en el estómago ante aquella muestra de confianza. Pero la realidad era más prosaica. Al dejar la elección en sus manos, Harry podría eximirse de cualquier responsabilidad si el experimento acababa en un desastre.
Y ella temía que así fuera. Para una niña de seis años que nunca había ido al colegio la situación podía ser muy difícil. Especialmente para una princesita como Maisie. Pero si iba a la escuela, no molestaría a Harry durante el día. y entonces a él no le importaría que se quedaran. Lo que significaba que ella tendría que hacer lo que fuera para asegurarse de que todo saliera bien.
– Si a la directora no le importa aceptarla para las dos últimas semanas del trimestre, estoy segura de que Maisie disfrutará de la compañía. Sólo hay un problema: cuando pasé por el pueblo, vi que todas las niñas llevaban el mismo uniforme. Falda gris, camisa blanca y jersey rojo. Y zapatos prácticos -añadió, para no dejar lugar a dudas.
– ¿Negros?
– O marrones.
– ¿Zapatos prácticos negros o marrones? -preguntó Harry, y sacudió la cabeza con incredulidad-. ¿Y una horrible falda gris? Bueno, supongo que eso lo cambia todo. Maisie jamás querrá ponerse esa ropa.
Se levantó, poniendo fin a la discusión, y por un momento Jacqui pensó en probar una táctica más dramática. Anticipándose a ella, Maisie se puso de pie, extendió los brazos y derramó agua en todas direcciones.
– ¡Sí quiero! -exclamó-. Quiero un uniforme. Me gusta el gris.
Harry estaba a punto de salir del cuarto de baño. Se detuvo y se giró.
– ¿Estás segura? No servirá de nada que Jacqui te lleve al pueblo para comprarte ropa si vas a cambiar de opinión.
– ¡Por favor! ¡Por favor! ¡Por favor!
Jacqui se volvió hacia él para añadir sus propios ruegos, pero entonces vio las pequeñas y delatoras arrugas en las comisuras de sus labios. Ya había hecho que Maisie aceptara llevar ropa normal, y no estaba segura de si se sentía furiosa con él… o abrumada por la admiración ante semejante muestra de habilidad psicológica. Tal vez Harry pensara que iba a decir algo, porque levantó una mano para que no hablara.
– De acuerdo, si eso es lo que quieres, llamaré a la directora para pedirle que te acepte. Pero tienes que estar completamente segura. Una vez que empieces, no podrás echarte atrás.
– ¡No lo haré! ¡No lo haré!
Harry la miró y Jacqui se dio cuenta de que su máscara había vuelto a caer. Una sonrisa que combinaba la ternura, el afecto y la autosatisfacción iluminaba su rostro.
Sin pensar en lo que hacía, Jacqui le puso una mano en el brazo, se puso de puntillas y lo besó en la mejilla. Por un momento el tiempo pareció detenerse. No se oyó ni se movió nada, ni siquiera Maisie. Fue como si un instante se alargara hasta el infinito, mientras la sonrisa de Harry se transformaba en algo mucho más profundo.
Fue un momento de pura magia, en el que ella pudo ver a través de su escudo de protección y sentir una inmensa alegría. Y entonces se estremeció, al enfrentarse con la fuente oscura del verdadero dolor. Fue una fuerza tan negativa que le hizo perder el equilibrio y casi caer hacia atrás, pero él la sujetó enseguida, rodeándole la cintura con un fuerte brazo. La sonrisa había desaparecido por completo de su rostro.
– Corres riesgos muy serios, Jacqui Moore -le dijo con una voz suave y casi inaudible.
Ella tragó saliva, consciente de los riesgos que estaba corriendo su frágil corazón.
– Hay que arriesgarse por lo que merece la pena tener.
– Lo sé -dijo él-. Pero una vez que asumes el riesgo, tienes que aceptar las consecuencias.