MIENTRAS se aproximaba a la cocina, Harry oyó una carcajada.
– Susan, tengo que hablar contigo -dijo al entrar, con más brusquedad de la que pretendía.
– Tengo prisa -dijo ella, sacando un pañuelo para la cabeza del bolsillo-. Debería haberme ido hace media hora.
– Sólo será un minuto. Quería pedirte que tengas más cuidado cuando pases la aspiradora.
Susan pareció indignarse.
– Lo hago lo mejor que puedo. Los perros no deberían entrar en la biblioteca ni en el salón. La señora no lo permite cuando está en casa. Aunque si tuviera uno de esos aparatos nuevos…
– ¡No estoy hablando de los pelos de perro, maldita sea!
Tres pares de ojos lo miraron fijamente. Unos, con una mirada entornada y desaprobatoria; otros, muy abiertos, y otros, enmarcados por unas cejas ligeramente arqueadas. Ignoró las otras dos miradas y se concentró en Susan.
– Sé que trabajas muy duro limpiando la suciedad que dejan los animales de Sally, pero ése no es el problema -hizo una pausa, en la que tuvo la extraña impresión de que las tres mujeres contenían la respiración-.Todo lo contrario. En tu esfuerzo por hacer bien tu trabajo, has debido de desenchufar el teléfono de la biblioteca. Por eso no hemos podido hacer ni recibir llamadas durante toda la mañana.
Susan frunció el ceño.
– Pero yo no he…
Por el rabillo del ojo Harry captó un movimiento, pero cuando se giró para mirar a Jacqui, ésta sólo estaba apartándose el pelo tras la oreja. Lo miró interrogativamente, pero él no quiso responder a la pregunta tácita y se volvió hacia Susan.
– Lo siento, señor Harry -dijo ella, con una docilidad poco habitual-. Tendré más cuidado de ahora en adelante.
– ¡No! -gritó Maisie, levantándose con tanto ímpetu que casi volcó la silla-. ¡No! No le eches la culpa a Susan -espetó, mirándolo furiosa-. He sido yo -declaró, como una adolescente rebelde más que como una niña de seis años-. Yo lo he hecho.
¿Maisie? ¿Y lo había hecho deliberadamente?
Harry volvió a mirar a Jacqui y entonces se dio cuenta de que ella ya lo sabía, pues lo estaba mirando con ojos suplicantes, rogándole en silencio que fuera amable y comprensivo… Algo de lo que Susan era incapaz, al haber asumido la culpa en defensa de Maisie.
– ¿Qué has hecho Maisie?
– Yo desenchufé el teléfono.
– ¿En la biblioteca?
– En la biblioteca, en el despacho, en la cocina… -enumeró la niña, desafiante.
Harry se acercó al teléfono de la cocina y siguió el cable hasta un enchufe escondido tras un sofá. La clavija estaba en el suelo. Sin molestarse en preguntarle a Maisie cómo sabía hacer eso, pues sin duda lo había aprendido de su madre cada vez que ésta desconectaba el teléfono cuando no quería recibir llamadas, volvió a enchufarlo y se levantó. Maisie podía ser un pequeño demonio, pero al menos no quería que nadie asumiera la culpa por ella. Harry sabía exactamente por qué había desconectado los teléfonos. No quería que Jacqui ni él hablaran con Selina ni con la tía Kate y se la llevaran a otra parte. Quería quedarse allí.
– Gracias por ser tan sincera. Has sido muy valiente -le dijo a la niña. y se volvió hacia Susan-. Y tú eres mucho más amable de lo que se merece. Deja una nota sobre ese aparato en mi mesa y veré lo que puedo hacer.
En ese momento llamaron a la puerta trasera.
– Es el mecánico que viene a ver tu coche -le dijo Harry a Jacqui, agradeciendo la distracción-. ¿Puedes llamar a tu agencia mientras hablo con él? -le preguntó sin ocultar su enfado. Jacqui era una mujer adulta y no se merecía los miramientos de Maisie-. Deben de estar muy preocupados por no tener noticias tuyas. ¿O también era mentira que has perdido el móvil?
No esperó su respuesta, porque no le interesaba en absoluto. Jacqui le había mentido. Lo había mirado con sus grandes ojos grises y le había sostenido el teléfono para que él mismo comprobara que no había línea, pero sabiendo todo el tiempo lo que Maisie había hecho. Mientras Harry salía de la cocina, oyó que el teléfono empezaba a sonar. Pero en vez de sonar como una señal de alivio, pareció un toque de difuntos.
– Buenos días, doctor Talbot -lo saludó el mecánico, que ya había cargado el coche de Jacqui en la grúa y se estaba limpiando las manos con un trapo.
– Mike… ¿Vas a llevarte el coche al taller?
– Es mejor examinarlo a fondo. No hay nada peor que un trabajo a medio hacer.
– No.
– ¿Quiere que espere hasta que su visita se marche? Supongo que esa mujer no querrá destrozar un tubo de escape nuevo por bajar otra vez por el camino, ¿verdad?
Harry no había dicho que tuviera una visita en casa ni que el VW perteneciera a una mujer. Pero Jacqui había preguntado la dirección en la tienda del pueblo, lo que era igual que pregonarlo a los cuatro vientos.
– ¿Cuándo estará listo?
Cuanto antes fuera, antes podría echar a Jacqui de su vida y volver a la normalidad.
– Oh, bueno… Intenté llamarlo antes. ¿Sabe que no tiene línea telefónica? Ya me he encargado de avisar a los operarios.
– Pues tu llamada ha debido de surtir efecto, porque vuelvo a tener línea.
– Estupendo -dijo Mike, y señaló el coche-. El problema es que este vehículo es un modelo viejo. Harán falta un día o dos para conseguir las piezas, pero como tenía que venir a decírselo en persona, pensé en ahorrarme un viaje y llevarme el coche conmigo. ¿Va a suponer algún problema el retraso?
– ¿Supondrá alguna diferencia si te digo que sí?
– No, pero podría conseguir un coche de alquiler mientras tanto, si la señora necesita ir a alguna parte.
Harry resistió la tentación. Aunque le ofreciera a Jacqui un medio de transporte alternativo, ¿adónde iría? Él había pensado sugerirle que se llevara a Maisie a su casa. Si se negaba, no podría insistirle. Además, tal vez no tuviera espacio en casa.
– Nos las arreglaremos. Tú limítate a arreglarlo lo más rápido que puedas. Y, Mike, deberías pedirle a tu hermano que hiciera algo con los baches del camino, aunque sólo sea como una medida temporal. Hablaré con él para una solución definitiva en cuanto el tiempo mejore.
– No espere mucho tiempo. Después de Pascua empezará a trabajar en las nuevas casas.
– ¿Las nuevas casas?
– Su tía Kate es una mujer muy astuta. Ha conseguido que se apruebe el permiso de construcción para ese campo que hay junto a la carretera, gracias a que insistió en viviendas de bajo coste. Eso hará que los jóvenes se queden a vivir en el pueblo y que se salve la escuela. Y supondrá trabajo para todos nosotros -asintió hacia la casa-. ¿Enviará allí a su chica?
Las palabras de Mike traspasaron como un cuchillo el corazón de Harry.
– No, no va a quedarse aquí. Avísame cuando el coche esté listo -sin esperar respuesta, se dio la vuelta y se alejó, pero no hacia la casa, sino colina arriba, perdiéndose en la niebla.
Jacqui colgó el auricular y vio que su precioso coche estaba siendo cargado en una grúa. Como no veía a Harry por ninguna parte, salió a averiguar qué estaba pasando. El mecánico acabó de asegurar el coche y levantó la mirada.
– Buenos días. señorita. ¿Esta es su pequeña belleza?
– Sí -respondió ella con una sonrisa- Es precioso, ¿verdad?
– Sí que lo es. Lástima que haya tenido que subirlo hasta aquí.
– ¿Adonde se lo lleva?
– A mi taller. Por cierto, me llamo Mike -extendió la mano, pero la retiró al ver que no estaba muy limpia-. El taller está detrás de la tienda del pueblo. Le he dicho al doctor Talbot que pasarán un par de días hasta que pueda conseguir las piezas. Es por la antigüedad del modelo, ¿sabe? Le he sugerido un coche de alquiler mientas tanto, pero lo ha rechazado.
– ¿En serio?
El corazón le dio un vuelco. Tal vez fuera la emoción de saber que Harry no quería que se marchara enseguida. Después de lo que había pasado con los teléfonos, Jacqui había temido que la echara de su casa a la menor oportunidad.
– Si no le parece bien, señorita, dígamelo y encargaré el coche enseguida.
– ¿Qué? Oh, no. No, de verdad que no. Si necesito bajar al pueblo, estoy segura de que a Harry no le importará prestarme el Land Rover. Y comprendo lo de las piezas. He tenido problemas similares en el pasado. No hay ninguna prisa.
Por alguna razón, aquello pareció divertir al mecánico.
– Lo que usted diga, señorita. ¿Le importa cerrar la verja cuando yo salga?
– Con mucho gusto.
Esperó a que Mike saliera con la grúa y cerró la verja antes de volver a la casa. La niebla se había disipado ligeramente, lo bastante para ver el buen emplazamiento de la mansión. Ya no parecía amenazadora, sino un refugio para el mal tiempo. Entonces vio un movimiento a lo lejos, y distinguió una figura oscura subiendo rápidamente a la cumbre. Harry tenía todo el derecho a estar enfadado. Ella debería haberle contado lo que había hecho Maisie con los teléfonos. Y ahora había agravado aún más la situación al animar a Mike para que se tomara su tiempo arreglando el coche.
En realidad eso no suponía ninguna diferencia, puesto que todo lo que Vickie le había dicho por teléfono era que Selina Talbot no había respondido a sus mensajes, añadiendo que no se preocupara y que estaba trabajando en ello. Tal vez debería hacer el trabajo completo, volver a llamar a Vickie y decirle que también ella se tomara su tiempo. Aunque estaba llegando a la conclusión de que tampoco eso supondría ninguna diferencia. Selina Talbot tenía que saber que su madre estaba en Nueva Zelanda, ya que un viaje así no se programaba en el último minuto. Y llevaba allí cinco meses, por el amor de Dios. Era imposible no saberlo. Tal vez fuera una paranoia, provocada por el golpe en la cabeza, pero Jacqui empezaba a sospechar que Selina Talbot sabía exactamente lo que estaba haciendo.
Harry era el único adulto responsable que estaba disponible, y en vez de darle la oportunidad de que se negara, algo que sin duda él habría hecho, le había enviado a la niña… con niñera incluida.
E igualmente obvio era que, a pesar de sus protestas, Vickie Campbell sabía cuál era la situación desde un principio. Vickie nunca dejaba nada al azar en su trabajo. Lo único que desconcertaba a Jacqui era que nadie hubiese pensado en meter en la bolsa de Maisie una ropa más adecuada para el campo.
– Los conejos. Vamos a ver los conejos.
Maisie estaba enseñándole a Jacqui la reserva particular de animales. Habían saludado a los cachorros y a su madre, le habían dado una manzana a Fudge y le habían acariciado la crin, y les habían llevado zanahorias a los burros. Ahora estaba siendo arrastrada hacia una pequeña explanada tras los establos, donde vivían los conejos y las gallinas. La desgana de Jacqui era más por las gallinas que por los conejos. No le gustaban nada sus pequeños y afilados picos, sus ojos diminutos y brillantes ni el modo en que levantaban la cabeza al caminar. La ponían muy nerviosa. Los conejos, mucho más desconfiados, se resistían a abandonar la seguridad de la conejera y acercarse.
– Prueba con una zanahoria, Maisie. A los conejos les encantan, ¿no?
– No tanto como las hojas de diente de león.
Jacqui dio un respingo al oír la voz de Harry tras ella. La hierba había amortiguado sus pasos, y ella había estado tan concentrada en las gallinas que no lo había visto acercarse. Se dio la vuelta, preguntándose si la caminata por la colina habría aliviado su enfado, pero el rostro de Harry no revelaba ninguna emoción.
– ¿Por qué no me lo dijiste, Jacqui? -preguntó él.
Jacqui no quería que Maisie presenciara lo que sin duda iba a ser una conversación bastante incómoda, así que la dejó metiendo una zanahoria a través de la valla de alambre y se alejó hasta el muro de piedra en el extremo de la explanada. Harry captó la insinuación y la siguió. Se apoyó de espaldas contra el muro y esperó una explicación.
– Supe lo del teléfono pocos minutos antes que tú -dijo ella-. Te pido disculpas por no habértelo dicho, pero no quería que te enfadaras con Maisie. Mi intención era arreglarlo en cuanto tuviese ocasión. Y lo habría hecho enseguida, si no te hubieras quedado en la biblioteca.
– ¿Temías que me enfadara y le gritara a Maisie?
– Sí -admitió ella, mirándolo a los ojos-. Aunque tú no gritas, ¿verdad?
– A pesar de mi aspecto, Jacqui, no soy un ogro.
Ella alargó una mano y lo tocó ligeramente en el brazo. Por supuesto que no era un ogro. Sólo era un hombre triste y desdichado. Pero ¿no eran así los protagonistas de los cuentos de hadas?
– Reprimes todas tus emociones. Tal vez sería mejor que le gritaras a Maisie. Seguro que podría soportar un estallido emocional tuyo mucho más que tu silencio -se encogió de hombros-. Que tú pudieras o no, es otra cuestión.
– No necesito la psicología de una aficionada -dijo él.
– Sólo te estoy diciendo cómo lo veo yo, pero la próxima vez que desaparezcas entre la niebla, deberías probar a abrir la boca y soltar un grito desgarrador. Es muy terapéutico.
Le sostuvo la mirada, desafiante, y al final fue él quien la apartó y la perdió en la niebla.
– No espero que entiendas lo difícil que me resulta…-hizo un gesto de impotencia con la mano.
– Sólo es una niña pequeña, Harry. Que sea adoptada y de un color distinto al tuyo no la hace diferente. Quiere que la aceptes…
Estuvo a punto de añadir «y que la ames», pero pensó que sería un golpe emociona] demasiado fuerte. Harry frunció el ceño.
– ¿Un color distinto al mío?
Jacqui tragó saliva, arrepintiéndose por haber elegido aquel momento para hablar. Pero ya no podía echarse atrás.
– Me lo dijo ella.
– ¿Qué? -preguntó él. perplejo-. ¿Qué te dijo?
– Cuando intenté explicarle que no podía quedarme aquí, ella me preguntó si se debía a que fuera adoptada. A su color…
Miró a Maisie. que les estaba cantando una cancioncilla a los conejos. Parecía tan feliz, tan tranquila, tan distinta a la niña del día anterior…
– ¿Qué dijo, Jacqui?
Ella levantó una mano, incapaz de hablar.
– De acuerdo -dijo él-. Puedo imaginármelo. Dijo que yo no la quería porque era adoptada o diferente, ¿es eso?
Ella asintió.
– ¿Es un problema para ti? -consiguió preguntar.
El permaneció callado durante un rato, con la mirada perdida en el vacío.
– Sí, es un problema -respondió finalmente, mirándola a los ojos.
Jacqui no dijo nada, pero su expresión delató su espanto.
– Cuando la miro -siguió él-, todo lo que siento es…
– No, no digas más -lo interrumpió ella, separándose unos pasos-. Aquí estoy, muriéndome de vergüenza por hablar mal de ti, ¿y tú me dices que es cierto?
– Yo…
– ¡Mira, Jacqui! -exclamó Maisie, corriendo hacia ellos con el rostro iluminado y algo en las manos.
Jacqui se recompuso a toda prisa, se dio la vuelta y se agachó con una sonrisa forzada.
– ¿Qué tienes ahí, cariño?
Maisie abrió las manos para enseñar un polluelo amarillo.
– Oh, se ha hecho… eso en mis manos.
– Justo lo que necesitábamos -murmuró Harry por encima de ellas-. Pollos sueltos por ahí…
– ¿Dónde lo has encontrado, Maisie? -le preguntó Jacqui, antes de que Harry pudiera decir algo más que disgustara a la niña. Sacó un pañuelo del bolsillo y le limpió las manos a Maisie, recibiendo un picotazo del animal. Incluso los polluelos de peluche tenían picos…
– Detrás del seto. Hay muchos. Ven y verás -sin esperar respuesta, echó a correr por la explanada con sus grandes botas de agua.
– ¡Espera! Ten cuidado, Maisie, no vayas a pisarlos.
No le gustaban los pollos, pero tampoco quería verlos pisoteados. La niña se quedó inmóvil, con una pierna cómicamente suspendida en el aire. Estaba contenta, muy contenta, y Jacqui sintió que se le encogía el corazón por ella…
– Vamos a necesitar una caja de cartón para meterlos. Creo que he visto una en la cocina -se giró hacia Harry, que seguía apoyado en el muro-. ¿Quieres ir por ella?
– Mejor no preguntes lo que quiero -espetó él.
– Ya lo he hecho, pero tranquilo. Eso no va a suceder todavía.
– Hablas como si supieras algo que yo ignoro.
– Primero los polluelos -dijo ella-. Y luego las malas noticias.