CUÁL es la diferencia, Maisie? -preguntó Harry, antes de que Jacqui pudiera llevarse a la niña.
Jacqui sintió que estaba al borde de un precipicio. Un paso en falso significaría el desastre total. Había estado mintiéndose a sí misma si fingía no haber deseado que Harry la besara. Lo había deseado desde aquel instante de conexión en el establo, cuando él examinaba su coche. Y aquella conexión la había obligado a admitir que deseaba mucho más que un beso. Pero sabía que si se dejaba llevar por la pasión, no podría controlar sus sentimientos. Qué fácil le resultaba imaginar que lo que sentía, lo que Harry sentía, era algo más que una atracción fugaz, un efímero deseo… Y qué fácil sería confundir su responsabilidad con Maisie con lo que sentía por Harry…
En cuanto a Harry… debía de estar más confuso que nunca. La niña a la que amaba y a la que había perdido estaba de vuelta en su vida. Sería muy fácil si no estuviera implicado el bienestar Maisie, pero Jacqui no estaba dispuesta a confundir de nuevo su papel. De ningún modo heriría a otra niña con promesas que no podían cumplirse. Maisie, quien naturalmente no tenía ese problema. se limitó a encogerse de hombros.
– Las mamas hacen cosas. Buscan polluelos, cocinan, tienen tiempo para jugar… Mi madre siempre está ocupada. Siempre está de viaje. Jacqui es como la mamá de un cuento.
Jacqui vio cómo Harry se quedaba boquiabierto.
– Bueno, pues Jacqui cree que ahora deberías estar en la cama -levantó la mirada-. ¿Verdad, papi?
– Así es -respondió él, y levantó a Maisie en brazos-. Hay que acostarse temprano para levantarse temprano y así poder ir de compras. Tenemos que conseguirte el uniforme para el colegio, ¿verdad? ¿Estás segura de que quieres ir?
Maisie respondió con una risita, y Jacqui, cuyo primer impulso fue seguirlos arriba, se detuvo en la puerta de la cocina y aprovechó que no se percataban de su ausencia para recoger la bandeja de la biblioteca y lavar las tazas.
Después, se dedicó a ordenar las botas por número. Pero cuando acabó, Harry aún no había vuelto, de modo que subió las escaleras y miró en la habitación de Maisie. La niña se había quedado dormida mientras Harry le leí un cuento, pero él no se había movido, incapaz de apartar los ojos de ella. Había dicho de sí mismo que era un riesgo, pero no había nada malo en que un hombre contemplase a una niña con tanta ternura y amor, y Jacqui se avergonzó por haber dudado del buen gusto de sus hormonas. Obviamente reconocían a un buen hombre cuando lo veían.
Tras unos segundos, se sintió como una intrusa y se dio la vuelta. Había cumplido con la tarea que le habían asignado: dejar a Maisie en un lugar seguro. Era el momento de marcharse.
– No te vayas, Jacqui.
Se detuvo y miró por encima del hombro.
– Creía que no me habías visto.
– No necesito verte. Siento tu presencia -dijo él. Se levantó, miró una vez más a Maisie y fue hacia la puerta-. No te vayas, Jacqui.
Jacqui estuvo a punto de preguntarle cómo sabía lo que estaba pensando, pero se contuvo. Harry había estado leyendo sus pensamientos desde su llegada a la casa.
– Maisie ya no me necesita -dijo-. Te tiene a ti.
– ¿Y si vuelvo a decirte que yo te necesito?
Ella se recordó a sí misma que no le había hecho ninguna promesa. Que a pesar del inesperado encanto de una colina brumosa debía estar en España. Que todo lo que él necesitaba y pedía era que lo ayudara con Maisie.
– Eres igual que todos los hombres -le dijo, quitándole importancia-. No soportas ir de compras.
– ¿Eso es un sí? -preguntó él, mirándola fijamente.
– Me quedaré un poco más -concedió ella, sabiendo que era una estúpida-. Maisie nunca ha ido al colegio. Tal vez le resulte difícil.
– ¿Es una promesa?
Estaba tan cerca de ella que podía tocarla, besarla… Un solo beso y sería capaz de jurar lo que fuera, y seguro que Harry lo sabía. Pero él no hizo nada.
– Sí, es una promesa -respondió ella.
¿Cuánto tiempo sería «un poco más?», se preguntaba Jacqui. Cuando cada momento era valorado como si fuese el último, el tiempo transcurría a una velocidad endiablada. Había pasado el día con Harry y Maisie comprando ropa normal. El uniforme para el colegio y otras cosas para poder salir al campo. Botas de agua, chaquetas, pantalones, camisetas, calcetines…
– Maisie debe de tener todo esto en casa -protestó cuando añadieron otra prenda «esencial» al carrito.
– ¿En serio? -preguntó él, sacudiendo la cabeza-. No he visto una ropa como ésta en High Tops, ¿y tú?
– No, quiero decir que… -se calló y a punto estuvo de abrazarlo. Pero se contuvo, metió otro par de calcetines en la bolsa y se contentó con una sonrisa.
El no sonrió, sino que se limitó a mirarla fijamente, Ella tragó saliva y se volvió hacia Maisie.
– ¿Tienes hambre?
Intentó conducirlos en la dirección de la comida sana, pero Maisie quería una hamburguesa.
– Sólo por esta vez -aceptó Harry.
Al día siguiente, Harry no quiso escucharla cuando Jacqui insistió en que debería ser él quien llevara a Maisie al colegio.
– Iremos los dos, para que la directora pueda conocerte -dijo él. Era un argumento tan razonable que Jacqui no se pudo negar.
Pero cuando Maisie, encantadora con su falda gris y jersey rojo, se separó de ellos y fue absorbida por una multitud de niñas ansiosas por descubrir quién era, las manos de Jacqui y Harry se entrelazaron y se apretaron fuertemente.
– Estará bien, ¿verdad? -preguntó él.
– Son las otras niñas de quienes deberías preocuparte -respondió ella, reprimiendo las lágrimas.
Al final de las clases, Maisie salió exultante de alegría.
– ¡Es genial! -exclamó-. Tu nombre está en la lista de mamas, y voy a hacer de hada en la obra de final de curso. Los dos tendréis que sentaros en primera fila para verme.
Pero entonces llamó la hermana de Jacqui para que le contara cómo estaba disfrutando de sus vacaciones, y cuando ella le explicó lo sucedido, su hermana se enfadó mucho y le echó un sermón por haber renunciado a su tiempo libre para hacerse cargo de otra niña. Ella no iba a quedarse para siempre. Sólo hasta el final del trimestre escolar. De ningún modo cambiaría el placer de ver a Maisie en su primera función por toda la sangría de España. Y entonces Vickie llamó y comunicó que Selina Talbot había mandado por fax una disculpa desesperada, junto a una autorización para que Maisie pudiera quedarse con Harry.
– No tienes que quedarte ahí ni un día más, querida. He hablado con varias agencias de viajes y esta misma tarde van a enviarme los horarios de los vuelos. Y Selina va a pagarlo todo.
– Es muy amable de su parte, pero creo que voy a olvidarme de España este año -dijo Jacqui-. Me gusta este lugar.
– ¡Pero no puedes quedarte!
– ¿No puedo?
– A Selina no le gustó nada que te quedaras ahí. No te pagará otro día más.
– Vickie, puedo hacer lo que quiera. No trabajo para ti ni para Selina Talbot -declaró, y colgó sin decir más.
Al levantar la mirada, vio a Harry apoyado contra la puerta. Parecía a punto de echarse a reír.
– Sólo será hasta el final del trimestre -se apresuró a decir ella-. No puedo perderme la obra de teatro.
– Maisie estará encantada.
«¿Y tú, Harry Talbot?», se preguntó ella. Pero ninguno dijo nada más. Se acabaron las insinuaciones y el consuelo.
Sólo estaba ahí. Él las llevaba al colegio cada mañana, aunque los baches del camino habían sido allanados y el coche de Jacqui estaba de vuelta en la cochera, de modo que ella podría haber conducido fácilmente. Se encontraban en las comidas, cuando volvía del campo o de la librería, dispuesto a compartir un sándwich si ella le había preparado uno, o listo para hacer uno y compartirlo con ella si Jacqui había estado ocupada ayudando a Susan.
Cuando ella quería ir de compras, él empujaba el carrito en el supermercado, y parecía contento de demostrarle que podía cocinar tan bien como ella. Tampoco desaparecía inmediatamente después de cenar, sino que se quedaba para ayudarla a recogerlo todo mientras le preguntaba a Maisie cómo había pasado el día. Preparaba el café, participaba en el baño de la niña y se turnaba con Jacqui para leerle cuentos en la cama.
Jacqui estaba convencida de que Harry quería aquel momento especial exclusivamente para sí mismo, pero él había insistido en compartirlo. Y una vez que Maisie estaba dormida, pasaban las veladas en la biblioteca, frente al fuego, leyendo y escuchando música suave de fondo. Maisie tenía razón. High Tops era un lugar maravilloso para quedarse, ahora que la niebla se había disipado y el cielo lucía su azul radiante sobre la belleza del valle. Por todas partes se veían narcisos y corderos. Y alguien tenía que vigilar a las gallinas, que ponían huevos por todas partes.
Pero era Harry, mirándola a los ojos mientras pasaba la página de un libro: Harry, ayudando a Maisie con la ortografía: Harry, acompasando sus grandes zancadas a los pasitos de Maisie mientras caminaban por las colinas y él le enseñaba los nombres de las flores… Era Harry quien hacía único aquel lugar, del que Jacqui no quería marcharse jamás.
– He recibido un e-mail de tía Kate esta mañana -anunció Harry. Era el último día de curso y se dirigían hacia el colegio para ver la función. Ninguno había dicho nada sobre su marcha, pero ella había hecho su equipaje para no tener ninguna excusa que la hiciera retrasarse.
– ¿Ha dicho cuándo vuelve a casa?
– No. Le gusta mucho Nueva Zelanda y no quiere dejar a su hermana. Va a quedarse allí definitivamente.
– Oh… ¿Entonces va a vender la casa? ¿Tendrás que buscar otro lugar para vivir?
– ¿Eso te preocupa?
– ¿A mí? ¿Por qué lo preguntas?
– Porque es muy importante para mí. Quiero saber cómo te sientes.
– A Maisie le encanta este sitio.
– Lo sé. Pero ¿y a ti? ¿Te gusta, a pesar de las gallinas?
– Ya me he acostumbrado a las gallinas -dijo ella con cautela-, ¿Qué será de los animales si te marchas?
– La satisfacción de decirle a Sally que tendrá que buscarse otro sitio para sus burros merecerá la pena.
– Desde luego -dijo ella, intentando forzar una sonrisa, sin éxito-. Es un sitio maravilloso para vivir Harry pero son las personas quienes lo hacen especial.
– Opino lo mismo -corroboró él.
– ¿Qué harás si te marchas?
– La pregunta correcta, Jacqui, es qué haré si me quedo.
– Bueno, eso también.
– Estaba pensando en volver a abrir una consulta médica en el pueblo.
– Entonces has respondido a tu propia pregunta. Es la casa de tu familia. Maisie es tu familia. Y hay mucho sitio para que su madre venga de visita cuando…
– ¿Cuando necesite nuevas fotografías para una revista? -sugirió él.
– Cuando el instinto maternal tire de ella. Estoy segura de que quiere a Maisie a su manera.
– Por supuesto que la quiere. Oh, cielos, tendríamos que haber salido más temprano.
El pueblo estaba atestado de coches, vehículos todoterreno y camiones. Incluso el aparcamiento del pub estaba completo, y Harry tuvo que aparcar junto a la iglesia.
– Tengo una pregunta más -dijo, volviéndose hacia ella.
– Harry…
– Después de afirmar que la gente es más importante que los lugares, ¿te quedarás?
El móvil de Jacqui empezó a sonar, evitándole una respuesta.
– Será la agencia -murmuró, buscando en su bolso-, Los he llamado y les he pedido que me encuentren algo temporal para la semana que viene.
– Deshaz el equipaje, Jacqui -dijo él. y le quitó el móvil antes de que pudiera ver quién la llamaba. Lo apagó y se lo guardó en el bolsillo-. No necesitas un trabajo temporal. Te estoy ofreciendo uno para el resto de tu vida. Sólo tienes que decir que sí. Pero no ahora -salió del coche y le abrió la puerta-. Vamos. Maisie no nos perdonaría que llegásemos tarde.
Fue una suerte que la ayudara a bajar, porque le temblaban tanto las piernas que no podía caminar por sí sola. ¿Quedarse? ¿Para el resto de su vida? La tarde fue una delicia. Los pequeños interpretaron canciones infantiles y la obra fue un éxito, aunque algunos disfraces se rasgaron y algún decorado se cayó. Pasó una eternidad hasta que finalmente pudieron marcharse. Todo el mundo quería saludarlos e invitar a jugar a Maisie.
Harry anunció la búsqueda del Huevo de Pascua en High Tops, lo que hizo que Maisie saltara de emoción y no parara de hacer preguntas de camino a casa. ¿Habría una fiesta? ¿Haría Jacqui una tarta? ¿Podrían ir todos? Cuando llegaron a casa, Jacqui se sentía muy dolida. Aquello era muy injusto. Estaba siendo manipulada por Harry. Si él necesitaba que se quedara y cuidara de Maisie debería pedírselo. Y ella podría negarse.
– Parece que tenemos visita -dijo Harry-. La verja está abierta.
– ¿Quién…? -empezó a preguntar Jacqui, pero de repente salió del Land Rover, antes incluso de que Harry lo detuviera, y levantó en brazos a la niña que se arrojó sobre ella-. ¡Emma! ¡Cariño! ¿Qué estás haciendo aquí? -entonces miró a los Gilchrist. que esperaban junto a su coche, y supo la respuesta.
Y en aquel momento. con el corazón encogido, supo que sólo había respuesta a la pregunta de Harry. Quería quedarse allí. pero estaba a punto de que le recordaran una promesa. Dejó a Emma en el suelo, aunque la niña continuó aferrada a su mano. y animó a Maisie. quien había reclamado al instante la otra mano. a que llevara a Emma a ver su poni. Entonces hizo las presentaciones de rigor.
– Harry, éstos son Jessica y David Gilchrist. Yo trabajaba para David cuidando a Emma.
– Jacqui me lo ha contado todo sobre ustedes -dijo Harry con una sonrisa forzada, y los invitó a pasar-. El fuego de la biblioteca está encendido. ¿Por qué no se ponen cómodos mientras preparo un poco de té?
David Gilchrist levantó las cejas, sin dejarse impresionar por un hombre que preparaba té para las visitas cuando él tenía una criada que lo hiciera. La señora Gilchrist, por su parte, parecía desesperada.
– Jacqui -le dijo en cuanto Harry se alejó-, cometí un terrible error. ¿Podrás perdonarme?
– Por supuesto. Pero no tenías que venir hasta aquí para pedirme perdón. Por cierto, ¿cómo sabías dónde estaba?
– La señora Campbell nos lo dijo. Dijo que iba a avisarte por teléfono.
– Mi móvil estaba apagado. Estábamos en la función de Maisie. Espero que no hayáis esperado mucho.
Ella negó con la cabeza, como si la espera no importara.
– Eres tan buena con los niños…
– No hay ningún secreto en eso. Jessica. Son personas, como tú y yo.
– Pero tú haces que parezca muy fácil. Emma… -se miró las manos mientras retorcía su pañuelo-. No puedo tratarla. Me odia. Por eso te pido, te suplico que vuelvas. Ella me dijo que le habías prometido que estarías a su lado si te necesitaba… Tendrás tu propia casa, tu propio coche, te pagaremos lo que haga falta. Hong Kong es un lugar maravilloso…
Jacqui le puso una mano sobre la suya, interrumpiéndola.
– ¿Crees que después de lo que pasó podría volver a hacer esto por dinero?
– Pero estás aquí -dijo Jessica, confusa-. La señora Campbell dijo que sólo era un trabajo temporal. Nosotros te ofrecemos un buen empleo…
– Ya la ha oído, señora Gilchrist. Jacqui no está disponible. Y, a pesar de lo que les haya dicho la señora Campbell. no es la niñera de Maisie.
Los tres se giraron y vieron a Harry en la puerta, con una bandeja en las manos.
– ¿Entonces, qué es? -preguntó David.
– Para Maisie, es su verdadera madre. Para mí… -hizo una pausa y miró directamente a Jacqui-. Es la luz que brilla al final de un largo túnel. El calor en una fría noche de invierno. El consuelo. La alegría. Lo que hace que mi vida esté completa.
Jacqui apenas fue consciente de la conversación que siguió.
– Entiendo -dijo David.
– No, señor Gilchrist, no tiene ni la menor idea.
– Estamos perdiendo el tiempo aquí, Jessica. Hay cientos de niñeras buscando el trabajo que ofrecemos.
– ¿Es que no han aprendido nada? -preguntó Harry con mucha calma-. Cuidar a un niño no es sólo un trabajo…
David Gilchrist se levantó y agarró a su esposa del brazo.
– Vámonos.
– ¡No! -exclamó Jacqui, poniéndose en pie-. Esperad… -se volvió hacia Harry, suplicándole en silencio que lo entendiera.
Y Harry Talbot. que había expuesto su desprotegido corazón para mantenerla a su lado, supo que iban a destrozárselo otra vez.
– Harry -dijo ella-, ¿te importa ir con David a ver qué hacen las niñas? Tengo que hablar con Jessica.
– Pensaba que ibas a irte con ellos.
– ¿Porque lo prometí? -preguntó Jacqui, apoyándose en la verja mientras veía alejarse el coche de los Gilchrist y se despedía con la mano por última vez de Emma.
– Porque lo prometiste -respondió él fríamente.
– Emma no me necesita. Tiene una madre. Alguien que cuidará de ella porque la quiere, no porque reciba un cheque cada mes.
– Oh, claro…
– David Gilchrist es millonario, guapo y todavía joven. Era inevitable que volviera a casarse.
– Contigo en su casa, no me explico por qué se buscó a otra mujer.
Jacqui se echó a reír.
– Oh, vamos. Sólo era una empleada. Seguramente cree que he encontrado mi lugar junto a… ¿cómo te llamó?
– Un caballero granjero.
– No lo corregiste.
– Por él no merece la pena malgastar el aliento. ¿Emma se ha quedado satisfecha? ¿El brazalete la compensó por tu pérdida?
– No me ha perdido. Ahora lo entiende. Sólo tenía que saber que yo no la abandoné, Harry. La pobre Jessica pensó que tenía que echarme de sus vidas por completo para que Emma la quisiera. No comprendía que el amor de un niño es ilimitado.
– ¿Y ya está?
– No. Llevará su tiempo, pero creo que podrá llamarme de vez en cuando.
– ¿Desde Hong Kong?
– Pueden permitírselo.
– ¿Y qué le has dicho a Emma?
– Que siempre la querré. Y que siempre estará ahí cuando me necesite. No tengo que vivir en la misma casa ni en el mismo país para cumplir esa promesa. Todo lo que tiene que hacer es llamarme por teléfono.
– ¿También le dijiste que puede llamarte a cualquier hora?
– La verdad, Harry, es que le dije algo más. Le dije que podía venir a pasar aquí el verano. ¿Te importa?
¿Importarle? Si Emma iba a pasar allí el verano, eso significaba que Jacqui estaría allí.
– Lo único que me importa es saber si vas a quedarte. Antes pensé que te había perdido.
– ¿Eso pensaste? -preguntó ella, mirándolo a los ojos-. ¿Y habrías dejado que me fuera, igual que hiciste con Maisie?
– No, amor mío. Los Gilchrist te ofrecían un trabajo, yo te ofrezco mi vida. Todo lo que tengo.
– Háblame del futuro, Harry -le pidió ella con un hilo de voz-. Háblame de nuestras vidas.
– Ser la mujer de un médico rural no se parece en nada a la vida de lujo que tendrías en Hong Kong. Y sabiendo lo poco que te gustan las gallinas…
– Ya te dije que me he acostumbrado a las gallinas, y disculpa, pero ¿eso es una proposición?
– ¿Quieres que me ponga de rodillas?
Ella bajó la mirada al suelo. Había un charco de barro en medio del camino, así que tuvo compasión de Harry.
– ¿Por qué no dejamos eso para más tarde? Cuando me demuestres lo que querías decir con eso de «el calor en una fría noche de invierno».
– No es invierno, cariño. El sol brilla con fuerza. El próximo domingo empieza la Pascua.
– He visto nevar en Pascua -dijo ella, estremeciéndose.
– Bueno, ahora que lo dices, puede que tengas razón. Seguramente tengamos una helada esta noche -la rodeó con un brazo mientras volvían a la casa-. ¿Puedo hacer algo más por ti? -Detesto ese cartel de «Prohibido el paso» que hay en la verja.
– Lo quitaré ahora mismo.
– Y deberíamos tener una cabra, ¿no crees?
– ¿Una cabra? -preguntó él, riendo-. ¿Alguna vez has intentando ordeñar una cabra?
– No, pero todos los minifundios tienen una cabra.
– ¿Qué te hace pensar que esto es un minifundio?
– Dos campos, cinco burros, un poni, un montón de gallinas y conejos…
– Mira a tu alrededor -la interrumpió él-. Hasta donde alcance tu vista, desde lo alto de las colinas hasta la carretera principal.
– ¿Todo eso? Pero entonces el pueblo…
– El pueblo formaba parte de la finca original, pero mi abuelo les cedió la propiedad a los aldeanos, hace cincuenta años. Casi toda la tierra está arrendada a los granjeros locales.
– ¡Pero es un terreno enorme! ¿Cómo vas a comprárselo a tu tía?
– Al precio de hoy sería imposible, pero se lo compré hace diez años, cuando tía Kate quería costear la carrera de Sally,
– ¿Pero ella siguió viviendo aquí?
– Lo único que cambió fue el titular de la propiedad. La autoricé legalmente a que siguiera ocupándose de todo como siempre había hecho, y debo decir que ha hecho un buen trabajo. Acabo de descubrir que me ha hecho ganar una pequeña fortuna al vender un terreno junto al pueblo para construir casas. Gracias a medidas como ésa, el pueblo prosperará y no quedará desierto -la miró con una sonrisa-. ¿Aún quieres una cabra?
– ¿Puedo cambiarla por un poni para Maisie? Uno más fuerte que pueda montarse.
– Estaba pensando que podríamos regalarle uno por su cumpleaños.
«Podríamos»… A Jacqui le pareció la palabra más bonita que jamás hubiera oído.
– Perfecto -dijo, entrelazando el brazo con el suyo.
– Y también podríamos darle algunos hermanos.
Jacqui se detuvo y lo miró.
– Eso es un plan a largo plazo.
– Puesto que ésta va a ser una noche bastante fría, podríamos empezar a planearlo, si quieres -dijo él, y la tomó en sus brazos-. Y también podríamos fijar una fecha para la boda -añadió, antes de darle un beso largo y apasionado que no dejó ninguna duda respecto a sus sentimientos-. No debemos esperar demasiado.
Todo el mundo estuvo de acuerdo en que junio era el mes perfecto para una boda en el campo. La iglesia había sido engalanada con flores, por cortesía de Selina Talbot para justificar su ausencia. Se había casado con su millonario y no quería interrumpir su luna de miel por nadie ni siquiera por Maisie, una de las damitas de honor.
La naturaleza se había encargado de adornar el camino con hileras blancas de perejil, dedaleras y resplandecientes ranúnculos amarillos. El grupo de las damas de honor, compuesto por Maisie. Emma y las sobrinas de Jacqui, todas ellas con flores en el pelo. fue conducido hasta la iglesia en un carrito tirado por un pequeño poni. Jacqui lo seguía un par de minutos después en otro, acompañada de su padre, con los arreos también cubiertos de flores.
– ¿De verdad no te importa que no me case en casa? -le preguntó ella.
– Éste es tu hogar, Jacqui -respondió él apretándole la mano-. Nunca te he visto tan feliz.
– Os estoy muy agradecida a mamá y a ti por cuidar de Maisie mientras estamos fuera.
– Éste es un lugar mágico, cariño. Estoy seguro de que lo pasaremos muy bien.
La ceremonia fue solemne, con los votos matrimoniales que los unían de por vida y que no sólo fueron expresados con palabras, sino también con los ojos, los corazones y las almas. Pero la diversión que siguió no tuvo nada de ceremoniosa.
La comida se dispuso bajo una inmensa carpa en el campo más llano de toda la finca, y los invitados se servían a sí mismos. Un grupo de violinistas se encargó de tocar un repertorio de animadas melodías al que nadie pudo resistirse.
La fiesta se alargó mucho después de que los protagonistas principales se hubieran escabullido para empezar su luna de miel, una celebración de amor, vida y placer.
Como la señora de la tienda le dijo a la mujer del párroco, después de varias copas de champán, era como si el pueblo hubiera vuelto a la vida tras un largo invierno.